La dominación de Isabel. 17

Isabel y Claudia en los vestuarios y en la ducha.

Al día siguiente Isabel entraba a trabajar más tarde que Claudia, su amo no tenía turno ese día. Lo primero que hizo tras cambiarse fue pasar por la mesa de Claudia, no quería ponerla nerviosa, pero le intrigaba cómo sería su actitud hacia ella tras los acontecimientos del día anterior.

Se acercó a ella y la saludó a distancia con un educado “buenos días”, completamente correcto y cotidiano. Claudia la miró, nerviosa, devolvió el saludo con voz entrecortada, sin saber muy bien cómo comportarse con ella. Casi no había dormido en toda la noche, pensando en lo que había hecho, no le echaba la culpa a nadie más que a ella misma, y todavía no había llegado a ninguna conclusión. ¿Qué haría con Isabel?

El resto de la mañana transcurrió sin incidentes, ni contacto entre las dos. Hasta que llegó la hora de salir para Claudia, que había empezado antes que Isabel. Dejó su mesa y se dirigió a los vestuarios de mujeres para cambiarse. Cuando entró, Isabel estaba dentro, sentada tranquilamente en un banco, frente a la taquilla de Claudia.

Claudia se paró en seco por la sorpresa, no esperaba verla allí. Se recuperó de la sorpresa y se acercó a ella.

- He pensado en ti toda la noche .

Las palabras de Isabel hicieron que le volvieran todos los nervios, las dudas, la excitación, el pánico. Isabel se levantó y se acercó a ella, Claudia no se movió y dejó que la acariciara y la besara en los labios.

- Ayer no tuve suficiente de ti .

Cada frase de Isabel era como un dardo sobre la conciencia de Claudia. Sin dejarla responder ni pensar lo que estaban haciendo, la cogió de la mano y la arrastró a una de las duchas. No había nadie y se encerraron dentro. Isabel la besó y recorrió todo su cuerpo, no dejándola un respiro, mientras la tuviera ocupada sexualmente, la pobre Claudia no tendría valor para rebelarse ni protestar, ni pensar en lo que estaba haciendo. En seguida estuvo desnuda, de nuevo Isabel vestida, sutilmente imponiendo su dominación sobre Claudia. Había entrado con el bolso, del que sacó el consolador que normalmente su amo usaba con ella, y que lo tenía en casa desde hacía unos días. Lo lamió eróticamente delante de Claudia, mientras ella miraba hipnotizada. Luego se lo dio a probar y Claudia lo lamió igual que había hecho Isabel.

Claudia estaba excitada, húmeda, pese a sus deseos, pues no quería que nada de esto pasara. Ni siquiera era consciente de dónde estaban, de lo que pasaría si las pillaban. Notó cómo Isabel frotaba suavemente el consolador por su vagina, como la acariciaba, cómo la preparaba para lo que iba a venir después. Cuando tuvo a Claudia gimiendo, caliente y mojada, le introdujo el consolador y la folló con él.

Claudia acabó abrazada a Isabel, sujetándose a ella, pues la excitación y los temblores no la dejaban mantener el equilibrio, mientras el consolador entraba y salía de su cuerpo a un ritmo frenético. Los gemidos de Claudia cada vez eran más llamativos, afortunadamente parecía que nadie entraba para cambiarse. Isabel la acariciaba con una mano y con la otra la follaba, besando su cara, mordiendo su oreja. La iba susurrando comentarios obscenos, para excitarla y escandalizarla, mientras sentía su cuerpo convulsionarse de placer pegado al suyo. Cuando se corrió Isabel no paró, siguió follándola con el mismo ritmo fuerte y rápido. Claudia, entre gemidos entrecortados, con el corazón desbocado, la suplicó que parara, pero Isabel la aferró con fuerza y siguió follándola, ignorando sus suplicas. Claudia no aguantaba la excitación, quería que Isabel parara, se lo suplicó, pero no le hacía caso, hasta que tuvo un segundo orgasmo, entonces Isabel esperó a que las convulsiones parasen y le sacó por última vez el consolador. Pasó la lengua por él y luego se lo dio a chupar a Claudia.

Isabel se agachó y recogió del suelo las bragas de Claudia, un modelo simple pero bonito, de color azul oscuro. Las olió y las chupó, mirando a los ojos de Claudia, que seguía chupando el consolador, gotas resbalando por sus muslos.

- Quiero quedarme con tus braguitas, mi amor, me ayudarán a masturbarme cuando esté sola .

Y diciendo esto, cogió el bolso, abrió la puerta de la ducha y se fue de vuelta a su mesa para seguir trabajando, como si nada hubiera pasado. Claudia se quedó con el consolador en la mano, desnuda, temblando de placer, de gusto, de ansiedad. No se daba cuenta, pero era la primera vez que era tratada como un objeto sexual, como una esclava sólo destinada a proporcionar placer a sus amos. Todavía no lo sabía, pero acababa de convertirse en una esclava. Sacó la ropa fuera, abrió el grifo, y con el consolador a sus pies, y el cuerpo todavía temblando, se duchó.