La dominación de Isabel. 15

Isabel comienza a seducir a Claudia.

Al día siguiente los tres, JM, Isabel y Claudia compartían turno. Y ése fue el día que JM había elegido para que Isabel empezara su seducción de Claudia y la visión y la fantasía que le había acompañado toda la noche se hicieran realidad. En realidad sus dos fantasías, pues no sólo quería dominar a Claudia, sino ver a Isabel con otra mujer, algo que todavía no había hecho. Isabel era claramente heterosexual, no tenía ninguna inclinación lesbiana. Quería comprobar cómo le haría sentir tener que seducir a otra mujer, ¿le excitaría?, ¿le repulsaría? La excitación y la expectación no le dejaban dormir.

Isabel había pasado también la noche, acostada junto a su marido, pensando en Claudia, pero no teniendo fantasías de dominación con ella, como hacía su amo, sino tratando de idear un plan para conseguir seducirla y preguntándose cómo se sentiría a la hora de besar o tocar sexualmente a otra mujer. Había dicho que sí en seguida en cuanto su amo se lo ordenó, pero ahora se daba cuenta de que llevarlo a cabo era mucho más complicado de lo que parecía. ¿Cómo se seducía a alguien del mismo sexo, si no había nada que indicara que fuera lesbiana? Ella misma no era lesbiana, nunca había pensado en otra mujer con deseo ni curiosidad sexual, jamás. Sabía que alguna de sus amigas había tenido algún escarceo con otra mujer, especialmente siendo más jóvenes, pero ella nunca. En realidad, no sabía cómo le hacía sentir imaginarse con otra mujer. Tendría que esperar a empezar a seducir a Claudia para descubrirlo.

Desde su mesa, JM miró con intención a Isabel, señal de que podía empezar la operación “seducción”, como le gustaba denominarlo. Isabel asintió disimuladamente y se levantó.

Le había dado muchas vueltas a cuál sería el mejor método para acercarse a ella y que la cosa prosperara. Aún seguía sin saber cómo hacerlo. Lo mejor era ir las dos juntas a tomar un café, así que se acercó a su mesa y le propuso tomar un café. Claudia aceptó y las dos fueron a la sala de café.

Isabel se había vestido para la ocasión provocativa sin caer en la vulgaridad. Quería para empezar que Claudia se fijara en su cuerpo, y comprobar si eso provocaba en ella alguna reacción. El polo que debían llevar al trabajo, como parte de su uniforme, era una talla menor de la suya, y se había desabrochado los dos botones. No llevaba sujetador. Sus tetas quedaban perfectamente marcadas, al igual que sus pezones y se insinuaba la línea entre los pechos por el escote abierto. En el fondo, no estaba tan segura de que no fuera un poco vulgar.

Tomaron café y charlaron del trabajo y de cosas intrascendentes. Era una chica maja, simpática, pero Isabel no acababa de ver qué le excitaba tanto de ella a su amo. No era una gran belleza, era muy plana de pecho. Empezó a sentir ira, al preguntarse qué habría visto su amo en Claudia y no en ella misma. ¿Qué tenía esa pequeña zorra que no tuviera ella, con todo lo que hacía por él?

Intentó controlar y disimular la creciente ira. Al mismo tiempo se dio cuenta de que Claudia, después de todo, sí se había fijado en su cuerpo. Quizá para compararlo mentalmente con el suyo. Un par de veces se fijó en cómo la miraba disimuladamente las tetas claramente sin sujetador. Y para provocar su reacción, una vez sus ojos se cruzaron al levantar Claudia la vista del escote de Isabel. Ninguna dijo nada, Isabel en seguida se puso a hablar de algo intrascendente, pero no se le escapó el sonrojo en la cara de Claudia. Ocurrió una segunda vez, y esta vez Isabel sonrió mirando a los ojos a Claudia. Claudia estaba todavía más roja.

Terminaron el café y Claudia dijo que antes de volver a su mesa iba al baño. Isabel dijo que la acompañaba, también ella necesitaba ir. Podía ser una buena oportunidad. Entraron y Claudia se metió en uno de los reservados, mientras Isabel disimulaba en el lavabo. Se subió la camiseta y se pellizcó los pezones; se la bajó; ahora se le notaban mucho más. Claudia se bajó el pantalón y las braguitas y orinó, meditando en el comportamiento de su compañera Isabel. No había tenido mucho trato con ella hasta ese momento. Saludarse y despedirse y poco más. Y hasta ahora no se había fijado en su actitud provocativa ni en su forma de vestir tan vulgar, casi parecía más una puta. Y esa actitud le intrigaba e inquietaba, si no pensara que era imposible, pensaría que estaba intentando seducirla. La idea la hizo sonreír.

Se oyó la cadena y Claudia salió, dirigiéndose al lavabo para lavarse. Esta vez no pudo evitar fijarse en las tetas de Isabel, que la miraba de reojo, sino mirándolas reflejadas en el espejo, también lavándose las manos. Claudia no pudo aguantarse más la curiosidad y le preguntó a Isabel por qué no llevaba sujetador.

- Me siento mucho más cómoda sin sujetador. Deberías probarlo de vez en cuando.

-¿Pero no te das cuenta de cómo se te marcan los pezones? Cualquiera se puede dar cuenta.

-Sí, supongo. Tú te has dado cuenta .

Dijo esto inclinada de lado sobre el lavabo, sonriendo pícara a Claudia, que se sentía incómoda y excitada a la vez. Ahora podía mirarle las tetas y el escote a Isabel con toda tranquilidad, estaban hablando sobre ello y no hacía falta disimular, y eso le ponía nerviosa, porque ella nunca había ido por ahí mirándole el escote a otra mujer. ¿Por qué ahora no podía apartar los ojos del de Isabel? Isabel por su lado se sentía muy cómoda en su papel de provocadora.

Isabel se acarició los pezones con los dedos, mientras le decía a Claudia que no podía evitar que la gente la mirara, y menos que sus pezones se pusieran duros cuando estaba excitada. Dejó la última palabra flotando en el ambiente. Las dos se miraron, Isabel sin dejar de acariciarse suavemente los pezones.

- Deberías probarlo tú también, quitarte el sujetador. Verás que libre y cómoda te sientes .

Isabel se había acercado mucho a Claudia, y ya casi los dos cuerpos se tocaban. Alargó una mano lenta y suavemente, sin brusquedad, y acarició los tirantes del sujetador de Claudia por encima del polo.

- Creo que estarías fantástica sin esto .

Claudia estaba como hipnotizada, no entendía qué le estaba pasando. En circunstancias normales habría salido corriendo de allí escandalizada, gritándole “guarra” a Isabel, pero ahora no podía ni moverse. Sentía los dedos de Isabel recorrer uno de los tirantes de su sujetador y moverse hacia los botones del polo.

- Y abrirte algo más la ropa, deberías disfrutar algo más de tu cuerpo .

Indefensa dejó sin replicar ni protestar que Isabel desabrochara los dos botones de su polo. Después le cogió una mano y la llevó, sin oposición, hasta uno de sus pechos y la apretó contra él. Claudia notó la blandura y a la vez la firmeza del pecho, la dureza del pezón. Su mano no se movía, sólo estaba posada sobre el pecho de Isabel, ya sola, pues Isabel se la había soltado, pero ahí seguía, y mientras, Isabel llevó dos dedos a los labios entreabiertos de Claudia y se los recorrió; no tuvo que forzar mucho para que entraran en su boca y su lengua los lamiera.

Pero en ese momento oyeron pisadas que se acercaban al baño, y como si despertara de una hipnosis, casi preguntándose dónde estaba, Claudia apartó corriendo la mano del pecho de Isabel y salió apresuradamente del baño, roja como un tomate en dirección a su mesa.

Isabel se lavó las manos tranquilamente, sonriendo satisfecha, pues jamás habría imaginado que todo pudiera ir tan bien y tan rápido, y salió para seguir trabajando, pero dando un pequeño rodeo para pasar por la mesa de Claudia.

Claudia se había sentado en su mesa temblando, aún no comprendía qué le había pasado, cómo se había podido dejar llevar de esa manera. Ella no era lesbiana, nunca lo había sido, nunca se había sentido atraída por otras mujeres, y sin embargo, allí en el baño, con su compañera Isabel, había sentido tal atracción hacia ella, que se había asustado muchísimo. Y en ese momento notó una mano sobre su hombro y una voz en su oído.

- Hoy casi me provocas un orgasmo con tu mano posada en mi pecho. Si quieres hablar sobre lo que ha pasado, sobre lo que tú quieras, espérame al terminar la jornada .

Claudia no se volvió, ni respondió. No hacía falta, los pasos de Isabel ya se alejaban. Durante unos minutos ni se movió, considerando todo lo que había pasado y si debía irse directamente a casa al terminar o esperar a Isabel y aclarar aquel malentendido, pues así lo consideraba. Dios mío, ¿de verdad había nombrado la palabra orgasmo? Y ella también tuvo que reconocer, a regañadientes, que se había excitado.

Isabel se sentó en su mesa, miró en dirección a su amo, que esperaba expectante una señal, y sonrió perversa, la mejor señal que su amo podía recibir. Y también sonreía porque estaba segura de que Claudia la esperaría al terminar.

Y así fue.

Pero antes de que eso pasara, JM aún quería disfrutar un rato más de su esclava. Le había hecho venir ese día al trabajo con la escobilla que usó el día anterior metida en el bolso. No le había permitido lavarla, por supuesto. Se levantó y le indicó con una seña que le siguiera al baño de hombres. Entró, con ella a unos pasos de distancia. Se metieron los dos en un reservado, tras comprobar que no había nadie. Si entraba alguien después, ya daba igual. La ordenó desnudarse por completo en la estrechez del reservado, y mientras le contaba cómo había ido con Claudia, hasta el último detalle, le folló el culo con la escobilla. Primero con el mango, metiéndoselo bien fuerte y dentro, hasta el fondo, todo lo que pudo. Lo mojó en el agua del váter y volvió a follarla con él. Cuando se cansó se lo dio a chupar. Luego la dejó allí para que se vistiera y adecentara mientras él se iba a seguir trabajando. No le preocupaba si alguien la veía salir del baño de hombres.