La dominación de Isabel. 14

Aparece Claudia.

Ya hacía dos meses que Isabel se había entregado en cuerpo y alma a su Amo y Señor, JM. En todo ese tiempo habían llevado las fantasías de JM al límite. Y de momento no había límite a lo que Isabel estaba dispuesta a hacer por él. Habían sido los dos meses más intensos de su vida. De la vida de los dos.

Isabel ya no tenía voluntad, sólo vivía para complacer a su amo. Su familia, sus hijos, su trabajo, sus amistades, todo era secundario. Seguía viviendo como si nada hubiera cambiado, pero si su amo la convocaba, todo quedaba atrás. Su amo era prioritario.

Había traspasado las fronteras del sexo. Cada día con su amo era un nuevo reto a su moral. Pero ya hacía tiempo que dejó de pensar en términos de bien y mal, blanco y negro. Sólo lo que su amo deseara, nada más.

JM, por su lado, estaba enormemente satisfecho con su esclava, incluso sorprendido. Nunca pensó que llegaría tan lejos con ella. Siempre intentaba llevarla un paso más lejos, forzar sus límites cada vez que se veían, y siempre estaba seguro de que en algún momento acabaría echándose atrás. Pero no lo había hecho hasta el momento, y eso que la había obligado a hacer cosas realmente despreciables. La había torturado, la había humillado hasta el extremo, la había causado tanto dolor que en algún momento él mismo llegó a temer haberse pasado. La había obligado a follar con extraños, con mendigos en la calle, incluso con su perro Max, el cual se había convertido ya en su segundo amo. La humillaba y vejaba constantemente, en el trabajo, en la calle. No sabía cómo estarían las cosas en su casa, pero controlaba su vida sexual con su marido. Él controlaba toda su vida.

Pero siempre había algo más que podía hacer para forzar su vejación, su humillación. No había pensado mucho en ello, cuando un día se abrieron nuevas perspectivas sexuales en su mente al coincidir al tomar un café en el trabajo con su compañera Claudia.

Claudia era una chica tierna, dulce, no exactamente tímida, pero sí algo retraída. Hacía algún tiempo ya que se había formado una amistad entre los dos. Ella le contaba sus cosas, sus problemas, sus inquietudes. Él a su vez encontraba fácil hablar con ella, pero sobre todo le gustaba y se le daba bien escuchar. Claudia era guapa, pero no le gustaba ostentar. Casi pasaba desapercibida. Últimamente llevaba el pelo cortado estilo cleopatra, un estilo que le quedaba muy bien y que le resultaba muy simpático a JM. No tenía un cuerpo exuberante, pero tampoco hacía mucho por mejorarlo, nunca la había visto vestida mínimamente sexi. Tampoco vestía mal, simplemente no le gustaba hacerse notar. En el trabajo caía bien, era de trato fácil, y en JM había encontrado un amigo al que confiarle sus confidencias.

Su vida personal no era muy alegre. Parecía que tenía problemas en casa con su familia, aunque era el único tema del que no daba muchos detalles. Tenía un novio con el que había cortado recientemente, y JM tenía sus dudas acerca de las verdaderas causas de la ruptura, aunque ella decía que él la había dejado.

Ese día en la sala de café no hablaban de nada serio, sólo comentaban un programa de TV que ambos veían regularmente. Y entonces la idea le golpeó a JM, tan fuerte, tan repentinamente, que casi se le cayó la taza de café que sostenía en una mano. Claudia seguía hablando, ajena al temblor que sufría su compañero.

La idea, la imagen, la visión, había cruzado su mente como un relámpago, vino y se fue. Había visto, como en una visión, a Claudia, humillada por Isabel. Sintió tal calor de repente que empezó a sudar. Sin poder controlarlo, se puso a imaginar a Claudia desnuda, azotada, golpeada, vejada, follada sin compasión por Isabel, y él dominándolo todo.

La idea le sorprendió, pues nunca había fantaseado con Claudia. Le parecía una chica fantástica, buena, simpática, generosa, y le parecía guapa, pero aún así, nunca le había provocado deseo ni mucho menos lujuria. La consideraba más como a una hermana. Por eso la visión le produjo tal inquietud. Era algo nuevo. La única y auténtica lujuria se la provocaba Isabel. Pero al mismo tiempo, tenía sentido, qué mayor reto que corromper algo tan puro como Claudia.

Claudia volvió a su puesto sin darse cuenta de lo que le había pasado a JM. Éste se quedó un rato más en la sala de café, meditando lo que había sentido. Dándole vueltas. Buscándole sentido. Pero cuanto más lo pensaba, más le atraía la idea, aunque interiormente quisiera olvidarlo, sabía que no era posible, era más fuerte que él. Y cuando por fin decidió volver a su puesto, se dio cuenta de que casi no podía andar. Tenía una erección tan violenta que le dolió al moverse.

Esa tarde, pues no había coincidido con Isabel en el trabajo, la citó en el bar en el que estuvieron el día que se convirtió en su esclava, y al que habían vuelto en varias ocasiones, uno de sus varios lugares de humillación.

Se sentaron en una de las mesas del fondo, alejados de oídos curiosos y miradas indiscretas, y le contó lo que quería que hiciera. Ella conocía a Claudia, claro, pero no tenía mucha relación con ella. Le caía bien, pero no tenía mucho más que decir sobre ella. JM le describió la relación que tenía con ella, le contó cómo era su personalidad. Y le contó lo que quería que hiciera con ella. Corromper tanta bondad. Quería que la incitara, que la sedujera, para después poder humillarla y usarla a su antojo.

Isabel se sintió importante por el hecho de que su amo le pidiera algo tan difícil, que confiara en ella para ese cometido. También durante un momento sintió celos de Claudia, de la relación que tenía con JM, tan diferente de la suya, de su amistad con ella, de las confidencias que se hacían. Pero cuando oyó lo que quería que hiciera con ella, sonrió perversamente. No había imaginado que complacer a su amo incluiría algo de este tipo.

Pero su cometido no empezaría hasta el día siguiente, día en que los tres coincidían en el trabajo, y aún quedaba mucho para eso, y quién sabe cuánto hasta que Isabel no cumpliera su misión. Y mientras, el amo estaba allí, en el oscuro rincón de un semivacío y oscuro bar, con su sumisa y complaciente esclava.

La había hecho venir vestida formal, correcta, con bragas pero sin sujetador. Estaban sentados uno enfrente del otro, con la mesa de madera en medio, respaldos altos de madera tras ellos, que los separaban de las demás mesas, y pegados a la pared. La ordenó abrirse la blusa y mostrarle las tetas. Según estaba Isabel sentada, nadie desde la barra y las mesas cercanas podría verla, pero tampoco abarcaba con la vista todo el bar. Se abrió lo justo la blusa y se sacó fuera los pecho. Su amo la escupió a la cara y le dijo que quería verla con las tetas encima de la mesa. Isabel se pegó a la mesa, se agachó un poco y posó las tetas sobre la mesa. JM las escupió y apretó los pezones con fuerza y de forma sostenida. Isabel había metido los brazos bajo la mesa, apoyada sobre ella, las tetas pegadas sobre la tabla. Su blancura y redondez, su ofrecimiento le tentaron a JM a dar un puñetazo sobre cada uno de los pecho con todas su fuerzas. Apretó los dientes y se controló. Era lo que debía dominar de su papel de amo, el deseo de causar algo que pudiera tener consecuencias muy graves. Quería golpearle las tetas, pero las consecuencias de tal acto serían algo muy aburrido de tapar, especialmente en un lugar público. Consiguió a duras penas contenerse y se contentó con darles unas cuantas palmetadas a los pechos.

Pero sí que la hizo levantare tal como estaba y la mandó al baño con dos encargos, que se quitara las bragas y se las metiera en el ano y que subiera con una escobilla de váter, mejor sucia.

Isabel se levantó y bajó la estrecha escalera camino de los baños, con la misma actitud que siempre que obedecía a su amo, sumisión absoluta y obediencia ciega. Aquello era humillante, iba con las tetas al aire, por fuera de la blusa, pero a pesar de que iba con los ojos mirando al suelo, no queriendo ver si alguien la miraba, se había levantado y avanzaba sin dudar, sin protestar. No era cuestión de disfrutar siendo humillada, es que lo necesitaba.

Llegó a los servicios y por fortuna no se cruzó con nadie. Entró en el de mujeres, se encerró en uno de los reservados, se remangó la falda y se bajó las bragas. Se separó las nalgas con los dedos y se fue introduciendo las bragas poco a poco. Se daba cuenta de lo mucho que tenía dilatado el ano, nada de comparación con antes de convertirse en la perra de su amo.

Cuando las tuvo dentro se incorporó y se alisó la falda. Notaba las bragas apretándole dentro, rozando las paredes del ano con cada mínimo movimiento. Era al mismo tiempo un goce y una tortura.

Luego pasó a la segunda tarea, la desagradable, la humillante, la vejatoria, la que debería negarse a hacer, si le quedaba algo de personalidad y no hubiera sido anulada completamente por su amo. Buscó al lado del váter y encontró un cubito y la escobilla dentro. Estaba tan sucia como el resto del baño. Todo daba asco allí. Cogió la escobilla con aprensión. Goteaba, estaba descolorida. Sin mirarla más se la llevó a su amo.

Al sentarse JM le permitió meterse las tetas bajo la blusa, pero no abrochársela, subirse la falda para sentarse directamente sobre piel desnuda. Le hizo sacarse las bragas del ano y lamerlas y chuparlas, luego metérselas en la boca y dejarlas allí.

Le ordenó enseñarle la escobilla y cuando la vio, sintió repulsión por lo que la iba a ordenar y por ella misma, le dio asco ver lo bajo que era capaz de caer con tal de obedecerle. Le hizo coger la escobilla por la parte que limpia, la sucia, la repugnante, y meterse el mango en el coño y masturbarse con él como si fuera un consolador. Y así lo hizo. Las manos se le mancharon y mojaron, mientras lentamente se introducía el mango en el coño y empezaba a moverlo adentro y afuera rítmicamente. Había separado las piernas para facilitar la operación, y pronto su coño estuvo mojado y ella gimiendo a través de las bragas en su boca. Le ordenó metérselo tanto como pudiera. Insistió y ella se forzó hasta que tuvo todo el palo de la escobilla dentro del coño.

- Ahora frótate el repugnante coño con el extremo sucio de la escobilla .

Isabel se sacó la escobilla y la cogió por el mango. Su coño estaba mojado y al sacar la escobilla gotas salpicaron sus muslos. Acercó la escobilla al coño y su humedad rozó las sucias cerdas. En seguida estaba frotándose la escobilla por todo el coño, mojando y ensuciando su piel, su vagina, la parte más íntima de su anatomía. El olor a mierda y suciedad de la escobilla le llegaba claramente, contuvo una arcada, no tanto por el olor, sino por lo que estaba haciendo. JM mientras miraba complacido. Luego le ordenó coger la escobilla por las cerdas, apretar, que sus manos se empaparan de la suciedad. Cuando lo hizo, la dijo que se sacara las bragas de la boca y que se chupara las manos y los dedos.

Y así lo hizo. Le volvieron las arcadas al saborear la mierda y suciedad de sus palmas, pero acabó dejándolas limpias, empapadas en saliva.

- Es suficiente, nos podemos ir, mete las bragas y la escobilla en tu bolso, y recuérdame que luego te folle el culo con ella. Mañana será un gran día. El día que empezarás a seducir a Claudia .