La dominación de Isabel. 13
Isabel y Max.
Los dos días siguientes Isabel no recibió ninguna llamada de su amo. Como si su amo le hubiera dado descanso, ésta aprovechó para recuperarse tanto física como psicológicamente. Los rastros de golpes, moratones y otras marcas físicas desaparecieron rápidamente. Por fortuna no tenía ninguna en alguna parte visible de su anatomía que no se pudiera disimular con algo de maquillaje. La mayoría se encontraba en partes de su cuerpo que podía ocultar bajo la ropa. Más difícil podría ser ocultárselo a su marido, pero también consiguió esto.
Lo que hizo el domingo cuando llegó a su casa, tras saludar y escabullirse como pudo, fue darse un baño, tan largo y con el agua tan caliente, que creyó que se le desprendería la piel. Se sentía tan sucia, tan asqueada consigo misma, que se frotó el cuerpo con la esponja como si quisiera arrancarse la piel. Le daba asco su cuerpo. Y aunque se limpió a conciencia, el semen de los dos mendigos, el que tragó y el que eyacularon en su coño y ano ya no podía quitárselo. Lloró un poco al oír desde el salón las risas de sus hijos y mirarse ella en el espejo, un reflejo de la degradación más absoluta. Pero entonces pensó en su amo. Y dejó de llorar.
Se vistió y volvió a su vida cotidiana.
JM la había dejado tranquila durante esos dos días, no sólo para que se recuperara, reconocía que le había exigido mucho como esclava los últimos días, sino para que creciera en ella el sentimiento de dependencia. También eso se consideraba una prueba más que pasar por parte de su sumisa perra. Quería lograr que su dependencia por él fuera total.
Y como lo había planeado, así se cumplió. A los dos días, sin recibir una sola noticia de su amo y ni siquiera coincidir en el trabajo, Isabel empezó a sentir ansiedad. Al principio se había tomado la ausencia, aunque momentánea, de su amo como un descanso, una ligera liberación. Pero las horas pasaron, y luego los días. Y de repente se vio mirando al teléfono, esperando que sonara. Esperando que fuera su amo. Ella, por supuesto, tenía prohibido llamarle. Su obligación era esperar una llamada de su amo para atender y cumplir sus deseos. Pero la llamada no llegaba, e Isabel cada vez estaba más nerviosa.
Deseaba que la llamara, no quería sentir dolor ni ser humillada, pero quería tanto que la llamara, oír su voz y acatar sus órdenes, y sí, en el fondo sí deseaba sentir dolor y ser humillada, pero sobre todo obedecer a su amo.
Tres días después JM llamó por fin a su esclava. Como siempre la llamó en un momento que él pensaba que podría ser comprometido para ella, que es lo que buscaba, siempre ponerla en el filo. Isabel estaba cenando con su familia, todos reunidos, su marido y sus hijos. Y en mitad de la cena sonó su móvil. Esta vez no lo tenía en la cocina, donde cenaban siempre, sino en el salón. Se levantó sin sospechar, pero con la oculta esperanza de que fuera él. Cuando vio la palabra “AMO” en la pantalla del móvil, su corazón le dio un vuelco. En ese momento fue consciente de cuánto le echaba de menos, de cuánto le necesitaba.
JM habló de forma seca y rápida, como siempre, quería que fuera a su casa al día siguiente por la mañana. Nada más. Ella no trabajaba por la mañana, tenía turno de tarde/noche, y por supuesto su amo ya lo sabía. Sabía todos los detalles de su vida, conocer sus horarios era el menor de sus detalles personales que él conocía. Pero por lo que se veía él tampoco trabajaba esa mañana. Aún así, le extrañó que le ordenara que fuera por la mañana.
Al día siguiente salió de casa diciendo que tenía que ir antes al trabajo, otra mentira más. Se dio cuenta de lo fácil que le resultaba mentir, cada vez más. Metió en una bolsa lo que le había pedido su amo por teléfono el día anterior y se fue a su casa.
JM abrió la puerta y dejó pasar a su esclava. No la había ordenado vestir de ninguna manera especial, hoy no era esa la prioridad. Aún así iba elegante y guapa, con una blusa blanca con bordados en cuello y puños, desabotonada lo justo para que asomara la suave línea que separaba sus pechos, una falda hasta la rodilla, sin medias y zapatos de tacón; llevaba ropa interior de color violeta, que incluso había perfumado, pero eso tampoco era prioritario.
Lo primero que hizo nada más encontrarse dentro de la casa de su amo, fue desnudarse. Iba arrojando al suelo la ropa, donde JM la apartaba de en medio pisándola y arrastrándola hasta un rincón sin contemplaciones. Luego cogió la bolsa que había traído consigo y sacó el contenido. Era el traje de novia, junto con la ropa interior y los zapatos.
Se lo fue poniendo todo lentamente, como le gustaba a su amo. Primero las braguitas, luego las medias, el sujetador, y por fin el vestido; cuando lo tuvo abrochado, se puso los zapatos. Su amo entonces le puso el collar y enganchó a él la correa. Ambos se sintieron excitados, JM al verla así vestida y llevándola de la correa, e Isabel al verse humillada y degradada de esa manera.
La llevó por la casa, tirando de ella, la correa bien firme en la mano, viendo a su perra arrastrar el vestido de boda por el suelo. Incluso llevaba el velo, pero echado hacia atrás, para poder verla la cara. JM iba empalmado, disfrutando hasta el paroxismo de ver a su amada Isabel humillada así. La sacó al jardín y dieron vueltas por la hierba. Cogió una de las pelotas que usaba para jugar con su perro y se la tiró a Isabel. Ella supo en seguida lo que su amo quería que hiciera. JM la soltó y ella avanzó un poco más rápido, impulsándose con las manos, las rodillas y los pies hasta coger la pelota con la boca. Estaba mojada, y supuso que el perro habría jugado con ella poco antes; aún conservaba sus babas. Era un poco más pequeña que una pelota de tenis. La cogió con la boca, mezclándose su saliva con la del perro y se la llevó de vuelta a su amo.
JM repitió la operación varias veces, acariciándose la polla por encima del pantalón viéndola avanzar a trompicones por la hierba detrás de la pelota, el vestido de boda manchándose poco a poco.
Cuando ya no pudo más, se sacó la polla, se pajeó un poco y llamó a su perra con un silbido. Llegó Isabel y con la pelota aún en la boca, recibió el semen de su amo por toda la cara. También se manchó el velo que cubría su pelo.
Desahogado, JM cogió de nuevo a su perra por la correa y la llevó al interior de la casa. En la puerta que daba al jardín estaba Max, que obedeciendo las órdenes de su amo, se había mantenido quieto todo el tiempo, resistiendo las ganas de unirse a los juegos. Isabel pasó a su lado, avanzando a cuatro patas, y Max la olisqueó un poco. Entraron todos en la casa y fueron al salón.
JM ordenó a Isabel quitarse el vestido pero dejarse la ropa interior.
- Un día te dije que mi perro era tan amo tuyo como lo soy yo, puta asquerosa. Hoy ha llegado el momento de dejar que él también goce de ti, como gozo yo.
Trajo un frasco de la cocina y con él untó la cara de Isabel. Ella seguía a cuatro patas. Max se acercó y se puso a lamerle la cara. La lengua del perro era grande y larga y dejaba babas a su rastro. La crema con que JM le había untado la cara era su favorita y lamía y babeaba la cara de Isabel con deleite. Con los ojos cerrados, Isabel sentía los lengüetazos de Max sobre ella.
- Mi perro es muy goloso, como estarás notando, pero en el fondo lo que desea es una perrita con quien gozar. Así que saca la lengua y bésate con él.
Sin pensar en lo que hacía, Isabel sacó la lengua y en seguida la lengua de Max se la empapó. Ante tal frenesí de lengüetazos, la boca se le llenaba de las babas del perro, las dos salivas se mezclaban. Era casi como si se estuvieran morreando.
JM estaba fascinado. Sabía que ésta sería una de las pruebas que llevarían al límite la obediencia de su esclava. Una de las cosas que podría negarse a hacer. Pero mientras durara, la escena era increíble. Estaba a punto de convertir a Isabel en una perra, en una esclava que sería capaz de hacer cualquier cosa que le ordenara.
Cogió más crema con los dedos y los pasó por la raja del culo y el coño de Isabel. Los introdujo dentro de su ano y de su coño. Cogió a Max del cuello y con delicadeza lo llevó hasta la parte trasera de Isabel. El culo en pompa de su esclava era una invitación para los dos, para el amo y para el perro, pero era el perro el que iba a disfrutar de sus encantos esta vez. La olió por detrás, y en seguida empezó a lamer donde había crema.
Al mismo tiempo JM llevó los dedos pringados de crema a la boca de Isabel para que los chupara, especialmente ahora que los había pasado por sus agujeros.
Isabel sentía ahora los lengüetazos en el culo, no sólo en las nalgas, sino en la raja. JM se las separó con las manos y el perro pudo así lamer lo más cerca y dentro del ano posible. Isabel suspiraba, era una sensación desconocida, sentir esa lengua tan grande y que se movía tan rápido. Pronto la notó también en el coño.
Isabel era consciente de todo lo que estaba pasando y de lo que ella estaba haciendo. Estaba siendo obligada a servir de perra para que Max gozara. Eso podía soportarlo. Era humillante, denigrante, era escandaloso, pero podía soportarlo. Sólo tenía que aguantar que la lengua del perro recorriera sus partes más íntimas. Pero Isabel no sabía lo que aún tenía planeado su amo para ella. Él no se iba a contentar con unos cuantos lametones.
Max seguía lamiendo, excitado por el sabor y el olor del culo y el coño de Isabel. El placer para Isabel cada vez era mayor, a su pesar. Nunca le habían lamido el coño de esa manera. Y sin poder controlarse, acabó corriéndose. Parecía como si Max lo supiera, porque siguió dando lametazos más fuertes. Isabel no aguantaba más.
Por fin Max se cansó de lamer y oler. Isabel quedó jadeando ostensiblemente, como si la hubieran estado follando en lugar de simplemente lamiendo, de tan intensos que eran los lengüetazos del animal. Creyó que todo había terminado ya, y pese a lo humillante de la situación, no lo había sufrido tanto como pensaba.
- Veo que Max te lame mucho mejor que el puto mierda de tu marido.
JM llevó al perro delante de la cara de Isabel y se puso a acariciarlo. Le dijo a su esclava que lo acariciara, ahora que estaba tan acostumbrado a su olor y su sabor. Sin dejar de estar de rodillas, Isabel se puso a acariciar el perro. Tenía el pelo suave, y se sentía muy a gusto siendo acariciado por ella. Pero entonces JM le ordenó que pasara a acariciar su polla.
Isabel dudó un momento, no se atrevía a tocarle el miembro al perro, le parecía demasiado sucio, pero tampoco se atrevió a desobedecer a su amo. Deslizó una mano debajo del perro hasta que encontró la polla. La tocó al principio con asco, pero la mirada de su amo no dejaba duda, y echándole valor se puso a acariciar la polla, como si fuera la de una persona. Max no se agitó demasiado ante las caricias de Isabel, se quedó quieto, como disfrutando de que lo pajearan.
-¿Has visto, puta? A Max le gusta mucho cómo se la pajeas. Le he encontrado una perrita que le va a hacer muy feliz. Así que sé una perrita complaciente y métete bajo sus patas para chupársela. Haz feliz a Max.
Isabel empezaba a darse cuenta de que su amo no iba a hacer simplemente que la lamiera, sino que iba a llevar las cosas mucho más lejos. ¿Y qué podía hacer ella? O negarse u obedecer.
Se agachó debajo de Max, buscando cómo colocarse, y acercó la boca a la polla del perro. Cerró los ojos, sacó la lengua y la probó. No era como el sabor de la polla de un hombre, era un sabor más desagradable, le repugnó. O quizá era el hecho de estar chupándosela a un perro lo que de verdad le repugnaba. Y fue en ese momento cuando fue completamente consciente de la degradación tan absoluta a la que había llegado. Abrió la boca y la engulló.
Pese a lo incómodo de la postura, Isabel se las apañó para chuparle la polla al perro. Su cabeza bajaba y subía, recorriendo la longitud de la polla con la lengua, llenándola con su saliva. El perro mientras tanto, no se movía, su cuerpo temblaba de forma inquieta, y no emitía ningún sonido, como si no comprendiera del todo cómo podía sentir ese placer tan grande. Lógicamente una mamada no era algo que le hubieran hecho muchas veces. Pero se notaba que le gustaba.
-¿Ves cómo goza Max? Puedo verlo en sus ojos. Nunca se la habían mamado antes. Pero ahora tiene una perrita para que le haga gozar. Me va a estar muy agradecido. Y tú ahí vestida con la ropa interior de tu boda, bueno, puedes considerar esto como la noche de bodas con tu nuevo amo.
El tamaño de la polla había crecido, pero sólo ligeramente; soltaba unas pequeñas gotitas que Isabel tragó sin dejar de chupar. Oía cómo la humillaba su amo y eso la hacía sentirse más avergonzada de lo que hacía, pero al mismo tiempo con más ganas de seguir hundiéndose en la degradación.
De repente JM le dijo que parara. Ella dejó de chupar y salió de debajo del perro. Pudo entonces fijarse mejor en la polla de Max y cómo le colgaba, tiesa como un palo. Intuía lo que iba a pasar ahora, lo temía, lo anhelaba. JM cogió a su perro y lo llevó por detrás de Isabel, que seguía a cuatro patas, como una perra en celo esperando que la montaran. Y eso era lo que le dijo su amo que era, ni más ni menos que una asquerosa perra en celo para su mascota.
- Y una perra en celo sólo está para ser montada y follada y preñada por su perro y amo, ¿no estás de acuerdo conmigo, puta? Eso es lo que va a hacer mi querido perro contigo, llenarte con su semen.
Isabel sintió con un escalofrío cómo su amo ayudaba a su perro a colocarse para que pudiera montarla. Notó las garras del perro intentar sostenerse sobre su espalda, sus uñas rasgándole la piel, el cuerpo del perro echado sobre ella, su polla erecta dirigida hacia su coño. El perro ya sabía lo que había que hacer, daba igual que fuera ella o una perra de verdad, no había ninguna diferencia, estaba ahí a cuatro patas y sus agujeros se abrían para él. Sólo tenía que acertar en el agujero y follar hasta vaciarse.
Al segundo intento, gracias a JM, Max la ensartó en el coño de su perra. Isabel sintió dolor y asco, quiso gritar y llorar, pero todo era tan frenético, las embestidas del animal tan violentas y rápidas, que sólo podía resistir como pudiera.
La polla del perro soltaba líquido, que empapaba el coño de Isabel, mientras seguía empujando con violencia, sin preocuparse del dolor que pudiera sentir su perra, ella sólo servía para recibir su semilla. Ni el daño que sus uñas pudieran causarle en la espalda.
Al poco la polla de Max se hinchó, se formó como una gran bola que ensanchó el coño de Isabel, haciendo que ésta se asustara, y provocando que la polla del perro quedara bloqueada dentro de ella. Max daba tirones, como si quisiera soltarse e Isabel se espantó creyendo que el perro la acabaría desgarrando, pero JM consiguió mantenerlos unidos, hasta que Max se corrió, soltando un enorme chorro de semen líquido y asqueroso dentro del coño de Isabel.
Poco a poco se fue aflojando la polla de Max, hasta que tras varios minutos de haberse corrido, pudo por fin salirse del coño de Isabel. El perro no se comportaba como si hubiera pasado nada especial, y en cuando estuvo libre, se fue moviendo el rabo al jardín, su polla goteando todo el camino.
Isabel quedó a cuatro patas, agotada por el esfuerzo, gimiendo suavemente, incapaz siquiera de hablar. Su amo la miraba encantado, empalmado y satisfecho de ver en lo que había convertido a su esclava. Podría hacer con ella lo que quisiera.
JM fue a la entrada y cogió la ropa de Isabel, no el vestido de novia, sino la ropa con la que había venido. Cogió las bragas violetas del suelo y se corrió en ellas. La corrida fue muy violenta y le dejó temblando y agitándose. Cuando por fin se tranquilizó y toda la adrenalina desapareció, contempló a Isabel, que no se había movido en todo el rato, seguía a cuatro patas, sobre un charco de la corrida del perro y de lo que aún goteaba de su coño. La ordenó quitarse la ropa interior de la boda y volver a vestirse.
Cuando estuvo vestida, pero sin lavar, JM le alcanzó las bragas que aún tenía en la mano después de correrse sobre ellas. Las cogió, sintiendo lo mojadas y pringosas que estaban y se las puso. Su coño mojado de semen de perro y sus bragas del semen de su amo. Cogió el traje de novia y volvió a meterlo en la bolsa, junto con la ropa interior y los zapatos. Entonces su amo le dijo que debía irse o llegaría tarde a trabajar.