La dominación de Isabel. 11
Isabel y los mendigos.
Ese fin de semana, sólo dos días después de ser follada en el trabajo por el empleado de limpieza mientras su amo miraba, disfrutando de cómo era humillada, y después de pasar las horas que le quedaban en su mesa sintiendo el coño mojado y sucio de semen, las bragas metidas en el ano, y lo que era peor, dos pinzas agarradas firmemente a sus pezones, Isabel recibió una nueva llamada de su amo.
Aún sentía el dolor en los pezones, lo sentía vivo, como si aún llevara puestas las pinzas, cuando el móvil sonó en mitad de la cena, cuando estaba con su marido y sus hijos. Afortunadamente lo llevaba en el bolsillo del pantalón. Lo sacó y un escalofrío de pánico y ansiedad, y también de excitación que a duras penas pudo disimular la embargó. Habló con su amo allí mismo, sin salir de la cocina, sin ni siquiera levantarse de la mesa, no porque quisiera provocar o desafiar a la misma situación, sino porque su amo lo primero que hizo fue preguntarle dónde estaba, y cuando le dijo que cenando con su familia, sonrió y la prohibió abandonar la mesa mientras le ordenaba que se presentara en su casa al día siguiente por la tarde, y que llevara puesta la ropa interior de su boda, la que tanto le excitaba.
Isabel colgó nerviosa, como siempre que hablaba con su amo, controlando como pudo el temblor que la atenazaba. Su marido preguntó y dijo que era una compañera del trabajo que quería quedar con ella al día siguiente por la tarde para tomar un café. A su marido le pareció bien. Los niños no prestaron atención a la llamada ni a las explicaciones de su madre.
Al día siguiente Isabel, después de comer, mientras los niños jugaban y su marido veía la TV, se fue a arreglar. Arreglarse para su amo.
Ahora sentía mucho más placer al vestirse para él que para su marido. Sacó de un cajón la ropa interior de su boda, las braguitas, el sujetador y las medias, todo de un blanco reluciente. Tras la última vez que lo había usado, a instancias de su amo, lo había lavado todo a conciencia. Olía a limpio, a flores. Se desnudó y recorrió el cuerpo con los dedos, ligeramente con las yemas de los dedos, imaginando las nuevas humillaciones que le tendría preparado su amo.
Por poco estuvo a punto de olvidarse del tiempo y del espacio, y reaccionó a tiempo, cogió la ropa interior y se la puso lentamente, disfrutando de su olor y su suavidad. Se puso unos vaqueros negros ajustados, una blusa blanca y unos tacones. Se despidió de su marido y de sus hijos y se fue a su cita con su amo. Dejaba su vida pública y convencional en casa y comenzaba de nuevo su doble vida.
Llegó a casa de su amo y éste le abrió la puerta. La hizo entrar sin decir una sola palabra, la observó complacido, ya estaba excitado desde que la llamó, con la anticipación de tenerla en su casa, pero ahora que la tenía allí delante, toda suya, la excitación aumentó hasta niveles nunca antes conocidos. Nunca antes de su relación con su esclava.
La ordenó desnudarse allí mismo, y dejarse sólo la ropa interior. Le volvía loco verla con esas prendas que había llevado en el día más señalado de su vida, que se había quitado lenta y sensualmente en su noche de bodas, y que ahora, después de todo ese tiempo, volvía a llevar para él, sometida y sumisa.
La escupió en la cara. Sentía tanto placer vejándola de esa manera. Siguió escupiéndola y se regocijó viendo la saliva recorrer su cara, mojar sus labios. Le ordenó abrir la boca, sacar la lengua y saborear su saliva.
Escupió al suelo y la hizo arrodillarse para lamer la saliva del suelo. Viéndola así, con la ropa interior blanca, como una perra lamiendo el suelo, la erección se volvió más violenta.
Isabel mientras lamía el suelo, con los ojos cerrados, asqueada de lo que hacía, pero disfrutando del placer de servir a su amo.
Mientras seguía lamiendo JM se fue a por el collar y la correa. Max ya se había acostumbrado al olor y a la presencia de Isabel, estaba tranquilamente tumbado en el salón y sólo miraba en dirección a la entrada, quién sabe pensando qué al ver a la amiga de su amo a cuatro patas y haciendo las mismas cosas que él solía hacer.
JM volvió y la puso el collar y la correa, apoyó un pie en una de sus nalgas y le dio una patada que hizo que Isabel quedara despatarrada en el suelo. Tiró con fuerza de la correa y se la llevó a una habitación al fondo del pasillo.
La habitación debía de ser una especie de despacho o de cuarto para guardar cosas. Había estanterías con libros y cajas en el suelo, una mesa para trabajar, un sillón para leer. Y argollas clavadas a la pared y colgando del techo.
JM había ido preparando esa habitación poco a poco desde el momento en que Isabel empezó a servirle. Decidió llamarla “la habitación del placer y el dolor”, un nombre un poco tonto, pero que dejaba bien claro el propósito para el que la había decorado. Todos los objetos de sumisión que había ido adquiriendo últimamente los guardaba allí.
Tiró de Isabel y la llevó hasta las argollas que había clavadas en la pared. La ordenó ponerse de pie y le soltó la correa del collar para que no molestara, después cogió la bola con la cinta y se la ajustó en la boca. Le excitaba verla con la boca abierta, con la bola tapándosela, incapaz de hablar o de gritar, sólo de balbucear como si fuera una retrasada mental. Le ató las manos a la espalda, ajustadas a las argollas, los tobillos también esposados, se aseguró de que quedaba firmemente sujeta. Isabel estaba inmovilizada, no podía escapar, como un animal en una jaula, a merced de su amo.
Le dio dos fuertes bofetadas, cada una en una mejilla. Lo repitió, hasta que vio asomar las lágrimas en sus ojos y un hilo de saliva colgando de su boca abierta. La escupió a la cara. Le sacó las tetas por fuera del sujetador. El precioso sujetador blanco del día de su boda. Acarició la piel suave de sus pechos; pasó con suavidad los dedos por la superficie tersa de su carne, deslizando con cuidado las yemas de los dedos. Y sin previo aviso la golpeó. Le dio varios golpes en ambos pechos, fuertes, secos, y en un momento la blanca piel se puso roja. El primer golpe pilló a Isabel desprevenida después de las caricias y gritó, pero con la bola en la boca el sonido salía amortiguado. Luego, en seguida, pensó si gritar no estaría permitido, y si su amo la castigaría aún más.
- Grita todo lo que quieras, saco de mierda, sabes que desde aquí nadie puede oírte, y me excita oírte chillar. Así demuestras lo mucho que te gusta lo que te hago .
Cogió uno de sus pecho por debajo con la palma de la mano, sosteniéndolo, como si lo ofreciera, y en esa postura lo golpeó con la otra mano. Lo repitió varias veces y luego pasó al otro pecho.
El dolor era enorme. Isabel suplicaba con la mirada, pero sabía que no conseguiría nada, al contrario, cuanto más demostrara lo mucho que sufría, más se excitaría su amo. Veía con pavor como la mano de su amo caía una y otra vez sobre sus tetas, cada vez que la veía elevarse su respiración se quedaba en suspenso, aguataba la respiración inconscientemente ante el siguiente golpe. Las lágrimas se le habían saltado de los ojos en cuanto sintió el primer golpe y ya no las pudo contener. Y gritaba y chillaba sin contenerse, la saliva babeando de la boca abierta, escapándose por las rendijas que dejaba la bola.
JM entonces pasó a los pezones. Igual que antes, los acarició con suavidad, entre dos dedos. Estaban duros, grandes, como dos granos de maíz. Pero en seguida pasó de las caricias a la tortura. Apretó con fuerza uno de los pezones. Luego otro. El dolor fue intenso, pero no todo lo que JM esperaba como reacción de su esclava, y después de pellizcarlos un rato más, se dedicó a darles tobas.
Los pezones, tan duros, rebotaban, y oleadas de dolor, como ráfagas, recorrían todo su cuerpo. Cogió un par de pinzas y se las colocó en los pezones. Las mantuvo ahí, dándoles ligeros toques de vez en cuando, para que sintiera el dolor en ráfagas. JM llevaba varios días sin cortarse las uñas, esperando ese momento. Extendiendo los dedos de las manos como si fueran garras, los clavó en sus tetas. Tenía un pecho agarrado con cada mano, y apretaba, notando cómo sus uñas se clavaban en la enrojecida carne. Isabel cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas, sólo consiguiendo que su amo se riera más alto y le clavara las uñas más hondo.
Cuando por fin la soltó, cinco marcas en cada pecho la habían dejado marcada. Le dio dos fuertes golpes en las tetas con la palma de la mano y la dejó por un rato. Tenía cosas mucho más urgentes que hacer.
Se abrió el pantalón y se sacó la polla, a punto de estallar. Cogió la ropa de Isabel, que había traído con él al traerla de la correa a la habitación y se corrió sobre su blusa. Cuando acabó, agitado, temblando por la violencia del orgasmo, se limpió con la misma blusa.
Isabel miraba con los ojos enrojecidos por las lágrimas, gimiendo débilmente, agradecida del descanso del dolor, pese a que aún sentía la presión de las pinzas en los pezones.
Le soltó la correa de la bola y se la sacó de la boca. Un chorro de babas cayó de su boca, mojando su cuerpo, sus tetas, y cayendo al suelo. La escupió. La dio una bofetada muy fuerte y la soltó las muñecas y los tobillos para que se arrodillara a lamer sus babas del suelo. Le puso la correa y la sacó al jardín, llevando en la otra mano la blusa manchada de semen.
Ya había anochecido. Seguía llevando sólo la ropa interior, las tetas fuera del sujetador. A cuatro patas, como una perra, las tetas colgando, rojas, llenas de marcas, las pinzas colgando de sus pezones. JM se volvió a sacar la polla, y orinó sobre ella. Isabel recibió la lluvia de pis sin protestar, sin hablar, ni gritar ni quejarse, con resignación, sintiendo el caliente y apestoso líquido sobre su espalda, su pelo, chorreando por todo su cuerpo. Cuando terminó, se limpió en la blusa.
Entonces le alargó el móvil.
- Llama a tu cornudo marido y dile que no irás a dormir esta noche, tendrás que inventar una buena excusa .
Le miraba con una sonrisa irónica y cruel.
Así como estaba, en el jardín de su amo, en ropa interior, a cuatro patas, con las tetas colgando por fuera del sujetador, las pinzas colgando de los pezones, tras la tortura que había sufrido en las tetas, orinada, cogió el móvil con mano temblorosa y llamó a su marido para decirle que no iría a dormir esa noche en casa, como le había ordenado su amo.
No entendía cómo había conseguido explicarse y mantener una conversación con su marido sin que se notara cómo se sentía y lo que estaba pasando mientras hablaban. Incluso la excusa, que se habían juntado varias amigas y querían recordar viejos tiempos del colegio, había sonado convincente. Cuando terminó le devolvió el móvil a su amo.
JM volvió a coger la correa y la llevó de vuelta a la casa.
- Tú y yo vamos a dar un paseo esta noche. Vístete. Pero quítate tu preciosa ropa interior, quiero que haya un acceso libre, sin impedimentos, a tus encantos.
Le quitó las pinzas de los pezones, de un tirón, con fuerza, disfrutando de la mueca de dolor y el grito sofocado. Luego dejó que ella misma se quitara el sujetador, las bragas y las medias y se pusiera la falda, los zapatos y la blusa manchada de orina y semen. Todo su cuerpo apestaba a orina. Sus tetas seguían rojas por los golpes, y las marcas de las uñas se notaban claramente.
Cuando estuvo vestida, salieron de casa, montados en el coche de JM. Aparte de la falta de ropa interior, el único detalle que llevaba puesto Isabel era el collar de perra.
Condujeron hasta la ciudad y aparcaron cerca del centro. Salieron del coche y se pusieron a caminar hacia el barrio viejo. Isabel no tenía ni idea de cuáles eran las intenciones de su amo, no se le ocurría qué pretendía hacer con ella. Había imaginado que se quedaría en casa de su amo toda la noche, sufriendo torturas y humillaciones, placer y dolor sin fin, pero no esperaba que salieran a dar un paseo por la ciudad.
Fueron dejando las calles más transitadas y se internaron por los callejones donde la prostitución más sucia y degradada, la droga, la delincuencia y la pobreza eran los amos. Las prostitutas, viejas y yonkis en su mayoría, exhibían el producto que vendían sin pudor y reclamaban la atención de los clientes a voces. Un par de drogadictos se pinchaba en un portal. Había gente por las calles, pero la gente se mantenía a distancia unos de otros, nadie quería llamar la atención en un barrio así, nadie quería provocar. Salvo Isabel, que con su falda corta, sus tacones y su blusa pegada al cuerpo marcando los pechos sin sujetador, provocaba a cualquier lujurioso con el que se cruzaban.
Entraron en un callejón oscuro, uno de los muchos que por allí había. La mayoría de las farolas habían sido rotas a pedradas y la poca luz que lo iluminaba provenía de algunas ventanas, desde donde se escuchaba el sonido apagado de conversaciones, televisiones encendidas, y ruido de cenas siendo preparadas o comidas. Había algunos coches aparcados y subidos a la acera, por donde era difícil caminar, no sólo por los coches que ocupaban casi todo el espacio, sino por la basura que llenaba la calle, y de hecho, todo el barrio. Bolsas de basura, cartones, botella rotas. El olor también era desagradable, mezcla de basura y meadas.
Caminando por la acera, las dos únicas personas a la vista en esa calle, Isabel delante y su amo siguiéndola detrás, pasaron por delante de la entrada de un garaje, donde entre cartones y montones de basura, un mendigo intentaba dormir. Enfrente suyo había otro, sentado en el suelo, la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas, cubierto con un abrigo raído sobre el resto de la sucia y vieja ropa, y un gorro de lana, a pesar del calor de esos días y de esa noche en particular. Apestaba a sudor rancio y a alcohol. Sostenía una botella de vino en la mano.
Al ver pasar a Isabel silbó y dijo algún tipo de piropo o de obscenidad, pero la borrachera y los años pasados en ese estado habían mermado enormemente su capacidad verbal y su vocalización. Pero el sentido de lo que quería decir estaba más que claro. JM se le quedó mirando y le ordenó a su esclava que se detuviera.
- Complacerme no significa que seas sólo para mí, para que disfrute yo solo de tu cuerpo y de tu sumisión. Hay que dejar que los demás también disfruten de ti, ¿no crees, puta? Y hay muchas maneras de humillarte y degradarte. ¿Deseas ser humillada por tu amo, perra?
- Sí, mi amo.
Isabel todavía no comprendía qué era lo que pretendía su amo. Estaban allí los dos, delante de esos dos mendigos, en una de las peores zonas de la ciudad, y en seguida lo iba a descubrir.
- Agáchate junto a ese asqueroso y repugnante mendigo, y chúpale la polla como si fuera la mía. Estoy seguro de que hace mucho que nadie se lo habrá hecho, y mucho menos una perra tan complaciente y atractiva como tú.
Isabel deseaba complacer a su amo por encima de todas las cosas, tanto por miedo como por lujuria, así que se acercó al mendigo, se subió la falda para estar más cómoda al agacharse y se arrodilló a su lado. El mendigo se asustó al principio, temiendo que aquello fuera alguna agresión vandálica, pero cuando vio que aquella chica con aquel cuerpazo se subía la falda mostrando que no llevaba bragas y se ponía a hurgar en su bragueta, pensó que debía de haberse quedado dormido por el vino y que estaba teniendo el mejor sueño de toda su vida.
Isabel le tocó la entrepierna y vio que la tenía húmeda, como si se hubiera meado encima no hacía mucho. Le abrió el pantalón y le sacó la polla de un calzoncillo sucio. El olor de la polla casi la echó para atrás. Tuvo que reprimir un gesto de asco y las ganas de incorporarse y salir de allí corriendo. Era como si el mendigo hiciera meses que no se lavaba sus partes íntimas.
Le cogió la polla con una mano y empezó a acariciarla. Iba a agachar la cabeza para chuparla, cuando su amo le ordenó que antes besara a su nuevo y temporal amo, así que se incorporó y besó en la boca al mendigo. Éste recibió el beso ya totalmente consciente de que aquello no era ningún sueño. Cerró los ojos y sacó la lengua para meterla dentro de la boca de esa zorra tan joven y tan caliente. Si esto era algún tipo de novatada que le estaban gastando a la chica, algún tipo de rito de iniciación, una cámara oculta o algo parecido, él no pensaba protestar, iba a aprovecharse de aquello que no ocurría todos los días hasta las últimas consecuencias.
Isabel sentía el aliento apestoso del mendigo dentro de su boca, la barba salvaje y sucia raspándole la piel. Su mano buscó la polla del mendigo y se la pajeó suavemente mientras seguía besándose con él. El mendigo no había sentido un calor y una pasión así en su vida; deslizó una mano por el escote de la blusa de Isabel, metió la mano por la abertura y acarició sus tetas. Cogió un pecho en una mano y apretó. La presión, el ligero dolor, hicieron que todo lo que había sufrido en las tetas en casa de su amo volviera a ella de golpe. Había conseguido olvidarse del dolor, pero ahora volvía todo de nuevo. Los dedos del mendigo pellizcaban sus pezones, los apretaban con fuerza. Luego dejó las tetas y tocó sus muslos. La mano se los acarició, mientras subía metiéndose bajo la falda. Llegó a las bragas, las acarició brevemente, las apartó y llegó por fin a lo que buscaba; sin entretenerse metió los sucios dedos dentro del coño para masturbarla.
Seguía besándole, sintiendo los dedos de aquel sucio y desagradable hombre violar su coño, su saliva llenarle la boca, su aliento apestoso, notaba las yagas de la boca. Sentía ganas de vomitar por el asco que le daba todo aquello, pero no hizo nada, siguió obedeciendo las órdenes de su amo.
Dejó de besarle y volvió a arrodillarse entre sus piernas para chupársela. El olor era horrible, pero se aguantó, sacó la lengua y chupó la polla como si fuera la de su amo. Abrió la boca y la introdujo dentro.
JM seguía de pie las evoluciones de su esclava, excitado tanto por ver esa escena de sexo tan cruda y sucia, como por ver que era Isabel, siguiendo sus órdenes, la que la protagonizaba.
La cabeza de Isabel subía y bajaba al ritmo de su mamada, recorriendo la polla del mendigo en toda su longitud. Se había colocado frente a él para hacerlo, la falda subida.
Enfrente de ellos, el otro mendigo, que estaba dormido cuando todo esto empezó, hacía un poco que se había despertado y contemplaba lo que pasaba delante de él con incredulidad y excitación creciente. No entendía de dónde había aparecido esa chica, ni cómo era que se la estaba chupando a su amigo, pero la visión de su culo desde detrás le estaba volviendo loco. JM se dio cuenta en ese momento de que se había despertado, y se dirigió a él.
-¿Te gustaría echarle un polvo a la zorra que tienes delante? Pues no lo pienses más, ésta es tu oportunidad. Ella está aquí para haceros gozar a los dos.
El mendigo no tenía ni idea de qué iba aquello, pero como le estaban diciendo, no pensaba pensárselo. Ya le denunciarían o le pasaría después lo que tuviera que pasarle, pero ahora iba a aprovecharse de algo que no le pasaba todos los días.
Se levantó con trabajo, apartando los cartones con los que se cubría, y se acercó a la chica que se la chupaba a su compañero mendigo. Como su compañero, él también apestaba. Se agachó detrás de Isabel y le subió más la falda, hasta que le quedó arremangada por la cintura. Isabel se sorprendió de aquello, pero había oído a su amo hablarle, y sabía que algo más iba a pasar esa noche. Sintió cómo unas manos la sobaban por detrás, las nalgas primero, y después le metían los dedos en el ano y en el coño. Hacía años que el mendigo no tenía una mujer así de atractiva y así de dispuesta para él, se volvió loco sobándola, hasta que la polla le pidió a gritos salir del pantalón. Se lo bajó hasta los tobillos; no llevaba ropa interior. Se tocó brevemente la polla erecta con la mano, la pajeó unos momentos, se colocó detrás de Isabel y se la clavó en el coño.
Isabel tenía la boca llena para emitir ningún sonido más que sofocados gemidos. Los mendigos, por su lado, llenaban la entrada del garaje con sus jadeos y gemidos. El mendigo al que se la chupaba se corrió, llenándole la garganta y la boca de semen, pero le cogió de la cabeza a Isabel para que siguiera y exprimiera hasta la última gota. Isabel no pudo hacer otra cosa que tragárselo todo, si no quería ahogarse.
Mientras, el otro mendigo la follaba con fuerza, dando empujones por detrás cada vez más violentos. Isabel ya se había liberado de la polla que mantenía en la boca, cuando sintió los empujones más acelerados, un cambio en los jadeos del mendigo, insultos y medio gritos de placer, y al final el orgasmo, una explosión de semen que inundó su coño.
JM lo contemplaba todo desde su posición elevada, de pie, con la polla erecta, dura como una piedra dentro del pantalón. Observaba cómo su esclava estaba siendo follada, no se atrevía a decir que violada, por dos repulsivos mendigos. Jamás Isabel hubiera pensado que se vería en una situación similar. Y su amo no estaba seguro de qué le excitaba más, aparte del hecho de que le estuviera obedeciendo, que aquello la humillara o que en el fondo lo estuviera disfrutando.
Isabel a su vez también pensaba en estas cosas. Se sentía humillada, violada, vejada, degradada, le asqueaban aquellos dos mendigos, pero al mismo tiempo le excitaba obedecer a su amo haciendo cosas degradantes y humillantes, y no acababa de ver la lógica de todo aquello.
El mendigo que la follaba, tras soltar la última gota de semen dentro del coño de Isabel, se levantó tambaleándose por el esfuerzo y la postura, y se apoyó en la pared para recuperarse. Isabel se levantó también, notando el semen empaparla, gotear del coño por sus muslos. JM cogió la botella de vino que había quedado en el suelo y se la ofreció a los dos mendigos. Dieron un buen trago, mientras ordenaba a su esclava que se mantuviera a su lado sin hablar. JM se puso a charlar con los dos mendigos, mientras Isabel se arreglaba la ropa como podía y sentía cada vez más ganas de vomitar, sin poderse quitar el apestoso olor del mendigo de la boca y de la cabeza.
Estuvieron así un rato, hasta que JM la cogió de la mano y la llevó al fondo del garaje, la subió la falda y la hizo inclinar y apoyar las manos sobre unas bolsas de basura. Ofreció su culo como si estuvieran en un mercado y los dos mendigos, recuperadas las fuerzas, se sacaron de nuevo las pollas, y por turnos, la follaron el culo.
Primero uno y luego otro, le introdujeron sus apestosas pollas en el culo, con fuerza, sin preocuparse de que pudieran hacerla daño, ella estaba allí únicamente para servirles de válvula de placer y gozo. Se mordió los labios y pasó el rato lo mejor que pudo, aguantándose el dolor y el asco como pudo. Los dos la follaron con violencia y acabaron corriéndose dentro de ella.
Cuando el segundo de ellos se hubo corrido y salido de dentro de Isabel, JM se acercó, la permitió adecentarse la ropa y le dijo que ya podían irse de allí. Los mendigos la despidieron con burlas y comentarios de que podía volver por allí cuando quisiera.
No llevaba ropa interior, y notaba el semen tanto del coño como del ano gotear por su cuerpo. Quería llorar, se sentía sucia, violada y humillada hasta el extremo. Y ni siquiera había querido pensar en toda la cantidad de enfermedades que podían haberla transmitido los dos mendigos.
Volvieron al coche, JM feliz, satisfecho y empalmado. Isabel humillada, cabizbaja, feliz por haber obedecido a su amo sin protestar, a rajatabla, pero degradada y asqueada. Volvieron a casa de JM para pasar el resto de la noche.