La dominación de Isabel. 10
Isabel es ofrecida en el trabajo.
Dos días después Isabel volvió al trabajo. Iba bien vestida, limpia, perfumada, maquillada, pero con las bragas dentro del coño. Las mismas bragas que había llevado a casa de su amo dos días antes. La tarde en que acabó comiendo comida para perros de un cuenco en el suelo, junto al perro de su amo, y meando y cagando en el jardín como un perro. Ahora ella era una perra, la perra de su amo. Incluso la perra del perro de su amo.
Dos días antes había salido de casa de su amo para volver a su casa, sin sujetador, que había dejado atrás roto, con las bragas dentro del coño, lo cual le incomodaba al andar, y con el culo sucio de mierda, pues no había podido limpiarse después de cagar en el jardín.
Cuando se sentó en el autobús la mierda manchó la falda por dentro. Notaba toda la raja del culo manchada, pringosa. Las bragas le rozaban, le frotaban, le excitaban. No quería, pero no podía evitarlo, juntaba las piernas y se frotaba los muslos para sentir con más intensidad y más dentro las bragas.
Llegó a su casa y tras saludar a sus hijos y a su marido, que para entonces ya había vuelto de trabajar, se fue rápidamente al baño para limpiarse, después se duchó, pero en ningún momento se sacó las bragas del coño. Desnuda, se miró en el espejo; aún tenía marcas en el cuerpo, en las nalgas, los pezones, los muslos, la espalda, pero sobre todo las rodillas, que era lo que más le dolía. El resto de dolores se le habían ido pasando poco a poco.
El resto de los dos días los pasó disimulando como pudo lo que sentía al tener las bragas dentro del coño. Por supuesto no permitió que su marido la penetrara ni la tocara, sólo algún beso y algún tocamiento, pero no podía permitir que descubriera lo que ocultaba en su interior. No pensaba desobedecer a su amo, él estaba por encima de su marido, de sus hijos y de cualquiera.
Se sentó en su mesa como siempre, e inmediatamente buscó con la mirada a su amo, le vio, pero éste no le devolvió la mirada. La ignoraba, como hacía siempre, una de las cosas a las que no conseguía acostumbrarse. Ella era su esclava, su perra sumisa, él la trataba como la mierda, la despreciaba, la ignoraba, todo lo que hiciera falta para humillarla, pero es que ella necesitaba ser tratada así. Era el gran contrasentido de su vida, odiar ser tratada así y al mismo tiempo anhelar ser tratada así.
Isabel se concentró en el trabajo y por eso le pilló desprevenida y casi le asustó cuando oyó la voz de su amo susurrándole en el oído. Se había acercado por detrás de ella para susurrarle si disfrutaba con las bragas metidas dentro de su sucio coño. Le dijo que en media hora la quería en el cuarto de mantenimiento.
A la media hora Isabel se levantó y se dirigió a una pequeña habitación donde los empleados de mantenimiento y de limpieza guardaban su material y otros objetos. Estaba oscuro, encendió la luz y esperó, su amo todavía no había llegado. El sitio estaba sucio, lleno de grasa, desordenado.
JM se presentó unos minutos más tarde. La miró con desprecio y la ordenó desnudarse. Isabel le obedeció sin dudar, sin preguntas y sin hablar. Se quitó la blusa, el pantalón y los zapatos y lo dejó caer todo al suelo; el sujetador y las medias. JM se acercó a ella y hurgó con sus dedos en el coño de su esclava, lo hizo un rato, arrancando gemidos de placer a Isabel, que ella reprimía con esfuerzo, no porque quisiera disimular, sino para que nadie que pasara por delante del cuarto pudiera oírla. Al final su amo le sacó las bragas, muy lentamente, lo que casi provoca que Isabel se corriera allí mismo, agarrada al borde de la mesa en la que se había apoyado para no caerse, de tanto que le temblaban las piernas por el placer.
JM sostuvo las bragas empapadas en la mano e inmediatamente se puso a frotarlas por la cara de Isabel. El olor y los líquidos que la empapaban se pegaron a su cara. Estaba haciendo eso cuando sonaron unos golpes suaves en la puerta. Isabel se quedó paralizada por el pánico, segura de que les habían descubierto, pero su amo no movió ni un músculo, lentamente dejó las bragas en el suelo y fue a abrir la puerta.
Allí estaba uno de los empleados de limpieza, un hombre de unos cincuenta años, casi calvo y barrigón, alguien al que había visto pocas veces, pero que siempre le había desagradado por su aspecto, sus maneras e incluso por el olor que desprendía. Y allí estaba, mirándola sonriente, como si supiera perfectamente lo que iba a encontrar al abrir la puerta. Aquello no era exactamente una sorpresa para él.
JM la miró sin sonreír y dijo:
-He estado comentado por ahí lo puta que eres, lo complaciente y sumisa que te gusta ser. Y sobre todo lo mucho que deseas que te follen. Y Germán está dispuesto a complacerte.
Su cara no sonreía, pero sus ojos sí, brillaban sabiendo lo mucho que le humillaría aquello a su perra. Germán se acercó, pegó su sudoroso cuerpo al de Isabel y empezó a sobarlo, con ansia, disfrutando de cada centímetro de carne. Sus manos recorrían la piel de Isabel, centrándose en sus tetas, las cuales sobó y chupó, dejando regueros de saliva, luego dirigió las manos a su coño, lo tocó, lo hurgó, lo masturbó, lo violó, hasta que no pudo más, se abrió el pantalón y la folló, sobre la mesa, de la que tuvo que apartar algunos objetos para que no les molestaran.
JM miraba sin inmutarse, como si aquello no fuera con él, como si aquello no fuera más que un experimento, pero si Isabel hubiera podido fijarse, habría notado el bulto enorme que se apreciaba en su entrepierna, y que era lo único que lo delataba.
Mientras Germán empujaba con ímpetu, sus manos agarradas a las tetas de Isabel. Su cuerpo pesado sofocándola. Unos minutos antes su amo la había puesto al borde del orgasmo al tocarla y después al sacar las bragas de su coño, como si la estuviera preparando para lo que le hacían ahora. Por eso no pudo evitar correrse ante las embestidas de Germán, ni disimularlo, lo que excitó aún más al empleado, ya que pensó que se había corrido de gusto por ser follada por él y así reafirmaba a JM cuando dijo que era una auténtica puta hambrienta de toda polla que se le acercara. No tardó mucho más en correrse, llenando el coño de Isabel de semen, mezclando su líquido con los suyos. Gotas de sudor caían de su frente y mojaban el cuerpo de Isabel.
Germán se salió de Isabel y JM le advirtió que debía volver a sus obligaciones antes de que alguien le echara de menos y tuviera problemas, pero que ya había comprobado lo puta que era Isabel, que era su novia, pero que estaba dispuesto a cedérsela siempre que quisiera. Germán se fue muy contento, abrochándose el pantalón por el camino. Isabel seguía sobre la mesa, las piernas colgando, semen chorreando de su coño. Su amo se acercó y le apretó con fuerza las tetas.
-Cerda repugnante, ¿eres tan puta que te atreves a follar con cualquiera que te menea delante la polla? Eres una puta de mierda, una puta a la que hay que castigar.
Y apretó tan fuerte que se le quedaron las marcas de los dedos e Isabel tuvo que morderse los labios hasta sangrar y sus ojos explotaron en lágrimas.
-Cada día me das más asco, puta.
Cogió las bragas del suelo y las pasó por el coño de su perra, mojándolas de semen y jugos, luego la hizo darse la vuelta y mostrarle el culo. Le hurgó con los dedos el ano y le introdujo las bragas hasta dejarlas dentro por completo.
-Ya puedes vestirte y volver a tu puesto, puta de mierda. Esas bragas las llevarás ahí hasta que yo te lo diga, y ni se te ocurra lavarte por el momento tu asqueroso coño.
Isabel se puso la ropa y estaba a punto de salir del cuarto, cuando su amo la agarró y le dio la vuelta. Frente a ella, le volvió a desabrochar la blusa.
-Casi se me olvidaba, babosa, tengo un regalito para ti, algo que quiero que lleves puesto hoy durante el trabajo.
Se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó dos pinzas de colgar la ropa. Le hizo sacarse las tetas por encima del sujetador y sostenerlas por debajo con las manos, para ofrecérselas. JM pellizcó los pezones hasta que se pusieron duros, y entonces le puso las pinzas, una en cada pezón. El dolor fue intenso, muy fuerte, Isabel quería expresar el dolor, gemir, gritar, pero aguantó estoicamente. Su amo no dijo nada más, él mismo le colocó el sujetador de modo que sujetara las pinzas, le abrochó la blusa, se dio media vuelta, salió del cuarto y se fue a trabajar.
El resto del día, durante más de siete horas, Isabel sufrió las bragas en el culo, el semen del empleado de mantenimiento en el coño y las pinzas en los pezones.