La dominación de Isabel. 1
Comienza aquí la serie de relatos en la que se narra la iniciación de Isabel en el mundo de la dominación por parte de su amo JM.
Eran las ocho de la tarde cuando Isabel entró en la sala de mando preparada para ocupar su puesto. JM la siguió con la mirada hasta que se sentó en su lugar de trabajo, frente a su ordenador y sus pantallas. Llevaba el uniforme reglamentario, la chaqueta y el pantalón a juego y la gorra, pero con su propio estilo, el uniforme ceñido al cuerpo, marcando las caderas, las piernas, el culo y sobre todo sus fantásticas tetas. JM la observaba con la certeza de que esa noche, durante el turno que ambos compartirían, ella sería suya, en cuerpo y alma.
Llevaba tiempo aleccionándola, hasta que ella no pudo más que acceder a lo que él le pedía. Su vida de casada, con hijos pequeños que criar, era una eterna rutina. Su marido, con la llegada del segundo hijo, se cansó de ella, e Isabel, que toda su vida había sido una buscadora incansable de sexo y de todas las experiencias que pudiera conllevar, se sentía atrapada, enjaulada. Ya no podía más. Su cerebro le pedía depravación, degeneración, perversión; su cuerpo se lo exigía.
Cuando las conversaciones en las pausas con JM empezaron a derivar hacia lo sexual, decidió dar rienda suelta a sus deseos y abrirse al mundo de perversión que le ofrecía su compañero. Lo único que tenía que hacer era entregarse completamente a él. Esta noche quería probar lo que JM le ofrecía. Quería dejarse llevar.
JM se levantó y se acercó a la mesa de Isabel. Asomándose por encima de su ordenador, le preguntó si venía como él la había ordenado. Asintió, un poco nerviosa, pero muy excitada. La orden había sido simple de cumplir, pero lógicamente implicaba muchas cosas; no llevar nada debajo del uniforme excepto un conjunto de braguita, sujetador y medias, todo blanco y de encaje. Con disimulo Isabel se bajó un poco la cremallera del uniforme y JM pudo comprobar que le había obedecido, al observar el borde de un sujetador blanco de encaje, y los pechos suaves y blancos que tanto le llevaban obsesionando.
Durante meses había intentado provocar una reacción en Isabel, que ya casi había dado por perdida. Pero de la manera más tonta, todo había quedado allanado entre ellos. Un día, JM entró en los servicios para orinar; en ese momento no había nadie dentro ni cerca, estaba completamente solo y no se oía nada. Y mientras meaba, lo escuchó. Al principio pensó que su propia mente pervertida le engañaba, que le hacía oír lo que le apetecía oír, nada más; pero prestó atención, dejó de orinar, no hizo el menor ruido, y se dio cuenta de que era real, no lo había imaginado; a través de la rejilla, por el conducto del aire que comunicaba el servicio de hombres con el de mujeres, le llegaba claramente el sonido de los gemidos y jadeos ahogados de una mujer.
JM se quedó escuchando, intentando identificar a quién pertenecían esos gemidos, pero no era capaz, pese a que conocía a todas las mujeres que trabajaban allí. Estaba claro que no era una pareja echando un polvo en los servicios, sólo se escuchaba a ella, así que debía ser una mujer masturbándose en la soledad y privacidad de los cubículos del baño; una compañera suya. Cuando se dio cuenta, la polla, que aún tenía entre las manos, se le había puesto tan dura que tuvo que hacer muchos esfuerzos para guardársela en el pantalón. Pero no quería masturbarse oyendo aquellos gemidos, quería descubrir a quién pertenecían. Salió del servicio y se quedó tras la puerta, desde donde tenía una visión perfecta de la puerta del baño de mujeres, y a él no se le podría ver.
Los gemidos habían parado un poco antes. La mujer que los había provocado debía de haberse corrido, y a juzgar por la intensidad de los jadeos, debía de haber sido muy satisfactorio. Y entonces la vio salir. JM se quedó helado. Era Isabel.
Pero la expresión que ocupó la cara de JM no era de diversión o de perversión, sino de intriga; y mil preguntas se agolparon de repente en su cabeza. Se dirigió a su mesa preguntándose todo a la vez. Hacía mucho que tenía una relación de amistad con Isabel, y aunque la relación no pasaba de eso, para él Isabel era su amor platónico, y como todo amor platónico, lo consideraba inalcanzable. Una mujer felizmente casada, con hijos, bella, atractiva, simpática, su vida sentimental, sexual, afectiva estaba totalmente llena y plena. Y de repente, se la encontraba masturbándose en los servicios del trabajo…… ¿por qué? No entendía qué podría hacer que una mujer que él consideraba perfectamente feliz, se viera obligada a desahogarse de esa manera y en aquel sitio.
De repente todo lo que pensaba sobre ella había cambiado, Isabel ya no era la casta y pura mujer casada con la que él sí que se desahogaba masturbándose, imaginándola en todo tipo de situaciones, a cual más degenerada. Pero ahora se la encontraba haciendo algo que sí podía considerar pervertido. Tenía que descubrir qué estaba pasando.
Desde ese momento, las conversaciones que tenía con ella cambiaron. JM se volvió más descarado, sutilmente, pero enfocaba sus palabras hacia temas más sexuales. Parecía como si a Isabel ese cambio de temas le hiciera gracia, y no se mostró escandalizada ni mucho menos ante esa nueva faceta de alguien a quien consideraba el más inocente de los hombres. A Isabel sí que le sorprendió que su gran amigo, a quien consideraba alguien sobre cuyo hombro llorar cuando tenía problemas, o con quien reír con sus anécdotas, y que siempre se había mostrado respetuoso, educado, cortés, que casi nunca ni siquiera se le escapaba un taco, de repente hablaba de sexo y temas relacionados con toda normalidad, le hizo gracia, y extrañamente se sintió cómoda hablando de sexo con él. Incluso hubo momentos en que las manos de JM la tocaron o la acariciaron de una manera que le hizo sospechar que había algo más, pero en seguida lo descartaba, JM era de fiar, jamás intentaría nada fuera de lugar con ella.
Hasta ese momento, Isabel jamás se había planteado contarle nada de sus inquietudes sexuales. Ahora ya no estaba tan segura.
Y JM seguía decidido a descubrir qué ocultaba Isabel. Un día se coló en el vestuario de mujeres, aprovechando que estaban todas celebrando el cumpleaños de una de ellas y forzó la taquilla de Isabel. Lo que allí descubrió le dejó boquiabierto. Había un consolador envuelto en una toalla pequeña. Lo cogió y se lo llevó a la nariz; estaba recién usado y aún no lo había lavado; JM olió por primera vez el coño de su amada y platónica Isabel. Lo chupó, saboreándolo hasta el frenesí, y volvió a dejarlo donde estaba. Antes amaba a Isabel porque la consideraba pura, perfecta, como una diosa…...ahora había descubierto que su diosa se masturbaba con consoladores en los servicios del trabajo………ahora le volvía loco.
Pero el segundo hallazgo fue el que más le excitó, unas bragas usadas; las cogió, las olió, las lamió, y sin pensárselo dos veces se las guardó en un bolsillo. Cerró la puerta de la taquilla y la dejó de tal modo que no se notaba que alguien la hubiera forzado y volvió a su puesto.
JM empezó a provocar cada vez más los encuentros con Isabel, y cada vez que se ponían a hablar, era también más descarado. Ya no se limitaba únicamente a tratar temas picantes, también empezó a mirarla descaradamente el escote o las piernas, con toda la intención, para que ella se diera cuenta. Isabel se sintió desconcertada del súbito cambio de actitud y comportamiento de JM, pero poco a poco fue gustándole, y un día se dio cuenta de que le excitaba que la mirara con tanto deseo.
Por las noches JM se desahogaba con las bragas que le había robado y con el recuerdo del olor de su consolador.
En el trabajo, entre risas y bromas, un día le preguntó de qué color llevaba la ropa interior. Isabel decidió seguirle el juego, y se lo dijo: azul. Él le dijo que le gustaba más el blanco, y que porqué no se ponía una ropa interior bonita y blanca para el día siguiente. Ella aceptó coqueta. Y así empezó todo.
Desde aquel día Isabel empezó a recibir una orden diaria. Claro que ella no las consideraba órdenes, ni siquiera había pensado en esa palabra, simplemente le hacía gracia, es más, le excitaba en secreto que un hombre, alguien que no era su marido, le dijera lo que tenía que hacer o la ropa que tenía que llevar. JM la iba tanteando, probando, viendo hasta donde era capaz de llegar, tanto uno como otra. Al principio eran cosas simples, como el color de la ropa interior, después el tipo de ropa interior, con lo que acabó sabiendo perfectamente qué lencería tenía Isabel en su casa. Por supuesto, había que comprobarlo, y en la intimidad de la pequeña sala de café, Isabel se bajaba la cremallera del uniforme, o se abría la blusa o el jersey si aún iba de calle, y le enseñaba a JM un tirante de sujetador, o se abría el pantalón y le permitía verla el comienzo de sus braguitas.
Y cada día JM aumentaba un poco la intensidad de sus “órdenes”. Sabía que Isabel se moría por obedecerlo en todo, pero quería ir con cuidado, con tiento, no podía meter la pata con su sueño. Con el tipo de ropa interior, le ordenaba traer sobre todo encajes, era lo que más le había excitado siempre.
Un día le ordenó venir al día siguiente sin ropa interior, nada, ni sujetador ni bragas ni medias. Y al día siguiente lo comprobó, ella le enseñó la espalda desnuda y después se bajó el pantalón de modo que se le viera sólo la cadera y la cintura, suficiente para darse cuenta de que no llevaba bragas. JM estaba como loco. E Isabel también se había sentido excitadísima al hacer aquello. Ni siquiera su marido le había pedido nunca que fuera por la calle sin ropa interior.
JM la estuvo observando sin parar desde su mesa, notando cómo su deseo y su polla crecían a la par. Isabel se sabía observada y en ella también crecía el deseo, se acariciaba con disimulo, sabiendo que JM seguía atento el recorrido de sus manos por todo su cuerpo…. un cuerpo sin ropa interior. Isabel nunca se había sentido como se sentía en ese momento, totalmente subyugada a lo que otra persona le ordenaba hacer, y pese a que “sólo” había sido referente a su ropa interior, quería que aquello sólo fuera el principio.
Y ya no pudo aguantar más. Se levantó y se dirigió a la mesa de Isabel. Hasta la medianoche disponían de dos pausas para salir a tomar café o fumar un cigarrillo y JM no pudo resistir más y decidió jugarse el todo por el todo aprovechando la primera de sus pausas. Isabel no sabía cuáles eran sus intenciones, pero por su cuenta había llegado a la misma conclusión, que no podía aguantar más sin hacer algo realmente radical con su vida. Hasta unos pocos días antes, ni se le habría ocurrido imaginar que su compañero, su fiel e inocente amigo, sería quien diera ese giro radical a su vida.
JM no le dijo nada, sólo le indicó con señas que le siguiera, e Isabel, intrigada por el secretismo pero sin dudar, le siguió hasta la salita donde tomaban café. Estaba vacía, lo cual era perfecto para lo que él quería. La atrajo hacia él y hablaron de lo que bullía en su mente.
-Parece que estás muy dispuesta a obedecerme .
Isabel se dio cuenta de que esa conversación podía cambiar su vida quién sabe si de manera totalmente irreversible.
-Sí, no sé porqué, pero me excita mucho cuando me das órdenes.
-Ya lo he notado, pero yo no me conformo con decirte qué ropa interior quiero que lleves o no lleves.
-Lo supongo.
-Quiero algo más….mucho más.
El corazón de Isabel latía desbocado, los sueños que ni ella misma era consciente que tenía, estaban a punto de hacerse realidad, o quizá no, en realidad no sabía muy bien con qué soñaba, pero se daba cuenta de que deseaba casi dolorosamente lo que JM estaba a punto de proponerle.
-¿Estás dispuesta a obedecerme?
Ahí estaba, la pregunta que a la vez deseaba y temía. Pero no dudó.
-Sí.
-Te voy a pedir que te sometas a mí hasta niveles que jamás habrás soñado.
-Pruébame.
Por su cuenta, también JM se daba cuenta de que se encontraban en un momento muy delicado. La mujer con la que soñaba y a la que soñaba hacer mil cosas, se le ofrecía voluntariamente para ser suya. Pero no podía cometer el error de que lo que él deseaba de ella y lo que ella esperaba de él no coincidieran. Tacto era la palabra clave. Cuidado. Era suya, lo sabía, pero ahora más que nunca no debía cometer un error, debía ir poco a poco, no precipitarse, o tiraría por tierra sus sueños justo cuando los rozaba con los dedos. Por tanto, se contuvo, pues lo que habría deseado en ese momento era abofetearla, golpearla, verla llorando humillada a sus pies, violarla, obligarla a cagar y mear allí mismo y disfrutar viéndola comerse sus propios excrementos. Apretó los dientes para contener las ansias y se forzó a ir poco a poco, sabiendo que en poco tiempo ella misma le suplicaría verse en esa situación.
-Ya me has demostrado antes que me has obedecido y no llevas ropa interior. Ahora quiero que me lo demuestres de verdad.
Isabel ponderó durante un segundo el riesgo de que entrara alguien en ese momento a por un café o un refresco y la viera haciendo lo que él le ordenaba hacer, pero precisamente fue ese riesgo, ese morbo, lo que la decidió. Se bajó la cremallera de la chaqueta del uniforme y la abrió para que JM contemplara sus tetas.
JM tuvo que controlarse para no mostrar lo mucho que le fascinaban, y lo mucho que había soñado con vérselas. Pero supo dominar sus instintos para mostrar la imagen de amo y señor de una simple esclava sexual, que era en lo que se iba a convertir. Controlando también su voz, dejando claro quién mandaba y dominaba la situación allí, se dispuso a dar órdenes.
-Ofrécemelas.
Cogiéndoselas con las manos por debajo, las elevó ligeramente para ofrecérselas a su nuevo y primer amo. Ya no había marcha atrás, si alguien entraba en ese momento, no habría tiempo para taparse. JM le agarró los pezones y apretó.
-A partir de ahora me llamarás siempre de usted y te dirigirás a mí como Señor. A partir de ahora eres mía, eres mi esclava, mi animal, mía para hacer contigo lo que me apetezca. Tu mente es mía. Tu personalidad, tu razón, hasta tu alma son mías. Y harás todo lo que te ordene. La primera vez que me desobedezcas, te repudiaré y no volveré ni a dirigirte la palabra nunca más, habrás dejado de existir para mí. ¿Entiendes todo lo que te digo?
Isabel estaba alucinada, embobada, jamás había imaginado algo así en JM, pero ahora oyéndole, se daba cuenta de que él tenía experiencia en esas cosas. Sus palabras le hablaban de algo tan nuevo y sugerente, de obediencia completa, de placer sin límite, y se dio cuenta, de que estaba excitada, mojada.
-Me servirás en todo lo que te ordene, a partir de ahora yo soy tu amo y señor. Tienes un marido y unos hijos, no me interesan, me obedecerás a mí, harás tu vida con ellos, pero todo será compatible con tu servidumbre hacia mí, ten en cuenta que sólo tendrás una prioridad a partir de este momento: yo. Yo estoy por encima de tu familia, tu trabajo o tus amigos. Yo soy tu prioridad máxima. ¿Estás de acuerdo?
-Sí Señor.
-Conocerás el dolor, el placer, la humillación. Serás tratada como un animal, como un objeto, como una mujer, todo dependerá de mi estado de ánimo y de mis apetencias.
No había dejado de apretarle los pezones en todo momento, aumentando y disminuyendo la presión sin razón aparente. Isabel sentía el dolor traspasar su carne, nunca había sentido un dolor semejante, y nunca de esta manera. Por supuesto se había dado golpes, se había cortado, pero jamás se había producido así misma dolor por gusto. Ahora sabía que el dolor iba a ser una parte de su vida, y sin poder comprender muy bien porqué, la idea le excitó. Y siguió sufriendo el dolor en sus pezones, y lo aceptó. Pero lo que no pudo por más que lo intentó, fue disimular el dolor, y su cara lo reflejó. Eso era lo que JM esperaba. Cuando vio el dolor en su cara, sus ojos llorosos, y cómo se contenía las ganas de gritar, sonrió complacido.
-El dolor será parte de ti. Igual que el placer. Aprenderás a apreciar ambos por igual.
La soltó y la dejó que se tapara. Isabel se cerró la cremallera con una mueca de dolor al rozar la tela los pezones ardiendo de irritación. Mientras JM ya se había abierto el pantalón y se había sacado la polla con una erección descomunal. No hicieron falta palabras, Isabel se agachó, quedando arrodillada ante su nuevo amo, ya sin importarle el que los pillaran. Su amo lo ordenaba, no necesitaba más. Acarició la polla con las manos y luego con los labios y la lengua, después su boca hizo el resto del trabajo.
JM cerró los ojos y se dejó llevar. Estaba en éxtasis. La mamada que le estaba haciendo Isabel era lo más grande que le habían hecho jamás. Y sonrió al pensar que era sólo el principio. A la vez le excitó imaginar el miedo y angustia que Isabel estaría pasando temiendo que los pillaran de esa manera. Algo así podía provocar perfectamente que los echaran a los dos. Pero JM se había fijado en los turnos y pausas de café de sus compañeros, sabía quién estaba en la sala en ese momento, y sabía que nadie los molestaría, tenían al menos un rato más de intimidad. Isabel no lo sabía y él no se lo pensaba decir, era dueño de la situación, y eso implicaba tenerla en un estado de ansiedad y miedo. Era parte del juego.
No se aguantó mucho rato, no quería, ya habría mamadas, muchas, miles, pensaba convertir su semen en el alimento de su perra. Se corrió en su boca, sin avisar, dejando que Isabel lo intuyese por sus temblores y suaves gemidos. Tampoco hubo necesidad de decirle que se lo tragara todo, lo hizo sin rechistar.
Tras tragarlo todo, lamió su polla hasta dejarla limpia, y entonces JM dio por terminada la primera “sesión”. Él terminaba su turno a medianoche, ella seguiría aún más tiempo, así que le dio las instrucciones para el día siguiente: No tocarse, prohibido el contacto sexual, tanto con su marido como con ella misma, no le interesaban las excusas que pusiera en su vida privada para seguir sus órdenes, sólo le interesaba que las obedeciera. Al día siguiente la quería de nuevo en la oficina, limpia, caliente y con ropa interior blanca de encaje, su preferida. Al día siguiente empezarían a jugar de verdad.
E Isabel se fue a su puesto, con el sabor del semen de JM en la boca y con los pezones aún doloridos, pero feliz como una perrita con la que acabara de jugar su amo.