La Doma (II)
Su compañero de trabajo, al que se había insinuado, la vende a una mujer que está completando la labor de esclavización y doma.
Me despertó tironeando de la correa que llevaba en el cuello. El sol sobre mi piel era mágico, me abrazaba y acariciaba como si lo hicieran mil brazos y manos. Me arrupaba entre sus rayos y me adormecía.
Miré a mi señora con ojos somnolientos. Acércate que el sol ahora llega hasta aquí, quiero que duermas a mis pies dijo. Lo hice gateando y cuando llegué a la altura de sus rodillas me acarició y acomodo mi pelo. Pegué mi rostro a esas manos moviéndome como lo hacen los gatos cuando los acarician y le besé la mano por la satisfacción que me daba. Qué haces puta me dijo. Le agradezco mi señora, por favor no se enoje y la miré asustada. Mi señora tomo unas fetas de jamón que tenía sobre la mesa blanca y redonda del jardín y las arrojó al suelo pisándolas con sus pies desnudos. Dale, come algo puta que debes estar muerta de hambre. Eso era cierto, hacía dos días que no comía nada y al ver las fetas de jamón solté un gemido. Me agaché hasta sus pies con gran esfuerzo por las ataduras que me aprisionaban las manos en mi espalda.
Llegué con mi boca a sus pies y gimiendo comencé a lamérselos. Encontré una punta del jamón que sobresalía y mordí y tragué sin masticar. Así busqué todo lo que quedaba alrededor de sus pies y lo comí rápidamente. Esto más que saciar mi hambre la incrementó y comencé a besar y lamer sus pies en su totalidad. Lamí sus dedos, sus contornos, los chupé. Recorrí su empeine y luego de un largo rato ella levantó uno y comí todo lo que éste movimiento había descubierto, luego lamí la planta de su pié impregnada de el olor de la carne. Repetí lo mismo luego con el otro. Puta la verdad que me sorprendes, te estas portando muy bien dijo mi señora y yo me llené de felicidad por su aprobación. Acuéstate y duerme un rato más. Me acomodé a sus pies y los besé infinitamente hasta que me dormí.
Me desperté con frío y vi que ya era de noche. Mi señora estaba en la cocina hablando por teléfono y me observaba a través de la puerta. Me arrodillé, pensando que era lo que querría, y la esperé. Una vez que cortó el teléfono me desató la correa de la silla y me llevó a la cocina. Allí, me volvió a pasar la crema por mis piernas y nalgas, quejándose nuevamente de las marcas. Sabía que las marcas la preocupaban y yo sabía que no me maltrataría por eso.
Te has portado muy bien toda la tarde putita estoy satisfecha, espero que no lo arruines.
Mi señora me ató el collar a una alacena dejándome solo unos pocos centímetros de correa, con lo cual quedaba curvada hacia adelante ya que a la altura de mi abdomen se extendía la mesada y tuve que ponerme en puntas de pie. Mi cola en esa posición quedaba desprotegida pero me tranquilizaba su preocupación por las marcas.
Pensaba en que terminaría todo esto, recordaba las palabras de José "ya que no irás nunca más" refiriéndose a mi trabajo. Pensé en mis tías, pero hacía un año que no las veía. José sabía todo esto. Sabía que nunca había conocido a mis padres y me pregunté si mi señora conocía esta situación. Me pregunté por qué se preocupaba tanto mi señora por las marcas del látigo y pensé en lo de "las llevaban solo las rubias de pubis dorado, que éstas no eran depiladas en esa zona". ¿Hacía esto con otras chicas?
La incertidumbre me ponía ansiosa, deseaba por momentos terminar esto de una vez y por otros quería aprovechar el buen trato que me había dado desde la tarde deseando quedarme así como estaba.
Pensaba todo esto pero quizá quería escapar un pensamiento que me avergonzaba y me confundía terriblemente. El pensar en sus caricias en mi pelo sus pies, el hecho de haberlos lamido con tanta dedicación me excitaba. ¿Por qué no la odiaba? Trataba de alejar este pensamiento como fuera pero no lo lograba. Estaba atada, desnuda y ofreciendo mi cola, me dolían ya las piernas, pero me estaba excitando con estas imágenes que recordaba. Llegué a tal grado de excitación que dejé escapar un gemido transformado en suspiro que pensé mi señora no había llegado a escuchar
¿Que pasa puta? ¿Estas calentita? Me asustaba que supiera cada cosa que pensaba, cada gesto y movimiento mío sabía exactamente que me llevaba a hacerlo.
Lo primero que salió de mi boca sonó con la acentuación de un sí pero con el sonido de las emes. Y a continuación pronuncié "mi señora" como recordándolo en el último instante.
Es increíble, dijo mi señora y agregó: has nacido para esclava ¿Quieres besarme los pies? ¿Cómo sabía que en esto pensaba?
Sí, mi señora, respondí.
Mi señora me desató la correa y las manos, tenía los pezones erguidos y doloridos por los aros. Pero esto me excitaba aun más.
Se sentó en una silla y me obligó a ponerme a cuatro patas. Se cruzó de piernas y me ofreció su pie. Me incliné y comencé a lamerlo Mi excitación crecía a cada lamida dada y comencé a notar que cuando balanceaba mi cola, el aro que llevaba en mi clítoris rozaba la zona causándome un placer inimaginable.
Mi señora vio esto y me pegó con una rama finita en la espalda. Puta sé lo que haces, separa las piernas. Lo hice de mala gana y recibí otro azote aún más duro y me doblé dolorida, aunque enseguida, me metí un dedo de su pie en la boca y lo succioné calmando con esto mi señora.
Lamía ese pie como la fruta más rica que había probado, sentía la excitación vibrando en mi vagina y tenía tal necesidad de ser penetrada que se me escapaban quejidos que emergían desde muy adentro de mi cuerpo.
Podía sentir toda la entrepierna mojada con las brisas que entraban desde el jardín y la necesidad de ser llenada se hizo tan insoportable que dejando de lamer el pie de mi señora levanté mi vista y le supliqué que me penetrara con lo que fuese. Cállate puta, pareces una perra en celo. Por favor mi señora, se lo ruego por lo que más quiera. Déjeme aunque sea juntar las piernas y moverme como lo hacía antes. Mi respiración se entrecortaba y me Joséba pronunciar las palabras. Una vez excitada eres incontrolable puta, deberás aprender a callarte dijo mientras se paraba. Quédate como estás, gritó. Y se puso detrás mío.
Le ofrecí mi culo como nunca lo había ofrecido a nadie. Quería que me pegase, que me hiciera cualquier cosa.
Eres la puta mas puta del universo, exclamó, pero me caes bien y tienes el cuerpo más delicioso que vi en mi vida, así que te dejaré elegir el castigo. Escucha bien puta. Un aro en la lengua y quedar toda la noche parada y atada de ese aro a la pared. O una pija metálica con electricidad que yo controlo en el culo. Piensa que esto es bueno, porque te mantendrá la dureza en tu precioso culito más que cualquier ejercicio.
Mi señora, sé que merezco el castigo pero si lo pudiese elegir preferiría el látigo.
Puta sabes que la doma con el látigo está suspendida hasta que esté segura de que no te queden marcas permanentes. Jódete por puta, por quedar tan lastimada, sufres los castigos más duros por esto. Elige.
Las dos opciones me aterraban y no me decidía a ninguna.
Decide ya o elijo yo, me gritó la señora haciéndome temblar.
El aro mi señora dije.
Muy bien, ponte de pie. Me colocó el collar.
Vamos, me dijo. Así no puta, en cuatro patas como la perra en celo que eres.
Me acomodé en la posición que ella quería y me llevó tirando del collar. El aro de mi clítoris me rozaba con cada movimiento de mis piernas dándome un placer infinito.
Mi señora se dio cuenta de ello y comentó: Ya aprenderás puta, ya vas a aprender
Entramos en una habitación de la casa en la que nunca había estado. En ella vi una camilla y varias vitrinas como las que tienen los médicos en sus consultorios. Hasta el mismo olor había en el lugar.
Bien puta súbete a la camilla y colócate boca abajo. La camilla tenía un agujero para el rostro, como la de los masajistas y coloque allí el mío. Mi señora me ató todo el cuerpo con tiras que atravesaban la camilla y me fijó bien la cabeza. Una vez inmovilizada empezó a levantar la camilla con una palanca para ponerla en forma vertical dejándome apretada contra la pared. Me colocó en las fosas nasales unos ganchos que me estiraban la nariz hacia atrás y que me molestaban horriblemente.
Después dijo: Saca la lengua puta. Saqué mi lengua y la tomó con una pinza que tenía dos aros en la punta y el mango era como una tijera corriente. Me apretó tanto que grité y las lágrimas se escaparon de mis ojos.
Luego me puso dos palillos bien atrás en la lengua, uno arriba y el otro debajo y los ajustó con unas llaves que tenían al costado. Esto impedía que pudiese meter la lengua en mi boca y el dolor que causaba era peor que el de la pinza. Yo aullaba y sabía que nada podía hacer.
Mi señora tomó una aguja igual a la que había usado en mis senos y vagina y luego tomó la pinza y me mantuvo la lengua. El primer pinchazo fue terrible y lo prolongó un tiempo eterno. Luego siguió el camino y pude sentir como mi lengua era atravesada. Yo lloraba a gritos y recién después de un rato me colocó la argolla.
Me culpaba a mí misma por haberme causado ese dolor y me sentía angustiada por esto.
Vamos puta. Volví a la cocina a gatas y derramando lágrimas.
Ya está puta hasta cuándo vas a seguir llorando me gritó mi señora y me fui tragando el llanto.
Perdóneme mi señora me he portado muy mal.
Ja Ja puta no te entendí nada. Con esto aprenderás a estar callada. El aro en la lengua me impedía pronunciar correctamente las palabras y cuando más me esforzaba por hacerlo más me dolía así que me callé. Mi señora me ató a la alacena como lo había echo antes y se preparó algo de comer. Comió y yo no recibí nada. Estaba desfalleciente de hambre y el olor de la comida era una tortura.
Cuando mi señora decidió que era hora de aJosérce me llevó a su cuarto y me colocó contra una pared que tenía varios ganchos. Colocó una cadenita de unos diez centímetros de largo entre la argolla de mi lengua y un gancho que quedaba a la altura de mi boca. Luego me esposó con las manos en la espalda. Quedé ahí parada con la lengua afuera y midiendo cada movimiento de mi cuerpo.
Mi señora apagó la luz y se durmió.
Me aterraba la idea de hacer algún mal movimiento, de quedarme dormida o que mis piernas se cansasen. No se cuanto tiempo estuve así. Fue eterno. Cuando los nervios se me empezaron a quebrar ya no podía aguantar más. Comencé a llorar con un llanto amargo y me desesperé.
Mi señora me sostuvo en el momento que mi flaqueza llegaba a un punto nefasto.
Había pasado 4 horas en esa posición.
Ay putita, no vaya a ser que te lastimes esa lengüita. Mis lagrimas estaban cargadas de nervios.
Me Joséba meter la lengua en la boca. Pensé que se me había estirado kilométricamente. Mi señora me quitó el aro de la lengua de forma ruda y dijo: ¡Ay! Putita mira la carita que tienes. Casi diría que me enterneces. Ponte de rodillas. Lo hice casi cayendo por lo cansadas que tenía las. Mi señora me ató la correa del cuello a la pata de su cama dejándome sólo unos centímetros entre el collar y ésta. Casi mi boca se apoyaba en la pata. Así dormí hasta el mediodía.
Me desperté de muy mal humor. Este se enfocaba a un odio contra mí misma que me amargaba el gusto. Y me propuse darle grandes satisfacciones a mi señora a lo largo de todo el día que comenzaba.
Puta te has despertado. A partir de ahora deberás llamarme mi señora, mi dueña o mi ama según la ocasión y serás tu quien tendrás que darte cual es la adecuada. Recibirás un castigo ejemplar por cada error que cometas. ¿Has entendido?
Sí mi señora, dije con la contradictoria sensación de estar contenta de verla y que me dirija la palabra.
Mi señora, ¿puedo decir?
Di puta.
¿Podría mi señora desatarme los brazos? No soportaba más tenerlos atados tanto tiempo y agregué: por favor.
Aún no puta. ¿Qué es esto? Te has meado de nuevo?. Lo limpias con la lengua y a partir de ahora pedirás permiso para hacerlo.
Sí mi señora. Me desató las manos y comencé a chupar todo lo que había mojado.
Eres un asco. Cuando termines vendrás a buscarme al jardín como perra, esto era a cuatro patas.
Llegué a el jardín y me acomodé de rodillas a su lado. Mi señora estaba tomando sol y sobre una mesita tenía de todo para comer.
Mi señora, ¿podría comer? Dije desesperada.
Sí puta, ahora te daré algo que ya estas muy flaca.
Comí de todo, pollo, ensalada, fiambre, queso, papas fritas, utilizando las manos.
Esto te lo has ganado puta, pero no creas que comerás así siempre.
Se lo agradezco con toda mi alma mi señora dije alegre.
Durante las horas que siguieron mi señora no me prestó atención. Me puso la crema para mis heridas, me bañó con la manguera. Pero pasé largas horas atada a la higuera sin saber nada de ella.
La extrañaba, me sentía sola. Quería verla. Besarle sus pies. Quería demostrarle que haría todo lo que me pidiese esmerándome hasta el límite. Tenía unas ansias locas de satisfacerla
Ya de noche, cuando volvió, me aplicó un enema. Luego de descargar mi vientre me dio un baño pero esta vez con todo cuidado. Me limpió con jabón cada lugar de mi cuerpo, me lavó el cabello con shampoo y me puso acondicionador, me lo desenredó y lo enjuagó suavemente. Me recortó el vello de mi pubis y me cepilló los dientes. Me perfumó y me embelleció las manos y los pies.
Jamás me había sentido tan bien. El suave viento del verano me acariciaba entera. Mi piel olía exquisita y la luna que se asomaba me la emblanquecía como haciendo una oda a mi belleza. Podía respirar profundamente el olor de Buenos Aires y me di cuenta de cuanto lo extrañaba. Era una melancolía que me llegaba como un regalo hermoso y ansiado.
Mi señora me puso un collar de cuero azul ajustado en el cuello. Al tobillo derecho le puso una cadenita también azul bellísima. Me desató y me adornó con dos pulseras de plata las muñecas. Eran estas unas argollas perfectas que se curvaban al caer sobre mis manos. Luego me puso unos zapatos negros de una finura exquisita, eran hermosos, con un tacón altísimo. Me cepilló el cabello y me lo recogió ofreciéndole mi nuca a la brisa porteña con un peinado esmerado.
Quería verme, me moría de ganas, estaba feliz y se lo supliqué a mi señora
Me paré frente al espejo y lo primero que vi fueron mis pechos, erguidos y grávidos se elevaban pesados y tensos. Estaban enormes y hermosos. Los aros embellecían aún más los pezones que se pronunciaban rosados y duros. Mi pelo estaba recogido y algunas mechas doradas me enmarcaban el rostro. Mi mirada era triste y húmeda pero la creí aún más bella por esto. El collar que llevaba era un adorno perfecto para mi cuello, me encantaba tenerlo y sentía que con él le pertenecía aún más a mi dueña.
Estaba flaca y se me notaban algunas costillas, pero esto no me afeaba y resaltaba las curvas de mi cadera. Lo que más me gustó fueron mis piernas, larguísimas y perfectamente delineadas con los zapatos que llevaba.
Giré para verme la cola. Estaba surcada de líneas rojas y recordé el látigo y lo desce en manos de mi señora.
Mi señora dijo que estaba bellísima y me hizo chupar una fresa que aprisionaba entre sus dedos. Me la dio y la saboreé con gusto. Me puso otra en la mano y dijo que me la introdujera en la vagina. Lo hice.
Le pregunté a que se debía tanto honor y me respondió que me presentaría a unas amigas y al ver mi rostro asustado me dijo que no me preocupase por que me iba a encantar lo que me harían. Y me advirtió, llegas a comportarte mal y el castigo que recibirás será tan horrible que desearás ni haber nacido.
Me asustó mucho la amenaza y me dispuse a hacer lo que se me ordenase al pie de la letra.
Me colocó una correa en el collar y me llevó a la sala principal de la casa. Una vez allí ató la correa a una caña que cruzaba el techo y me dejó parada en el medio de la habitación.
Mi señora entró al rato muy divertida entre risas con dos mujeres de su edad. Una llevaba atado a una correa similar a la mía a un chico que era hermoso y muy chico, tendría unos 18 o 19 años. La otra, a una chica bellísima también que tendría mi edad, quizás unos años más. Llevaba una cadena entre los aros que tenía en los pezones. Los ataron de la misma forma que a mí como a un metro de distancia quedando los tres en fila, yo en el centro.
La belleza del chico me impresionó tanto que quedé turbada. Era el ser más bello que había visto en mi vida. Era morocho y el pelo le caía enrulado sobre los hombros. Su pecho era ancho y perfecto. Se distinguía en éste un bello tímido que aún no le animaba del todo. Tenía unas piernas fascinantes y su pene era perfecto y dormía sobre sus testículos. Tenía los ojos verdes muy claros, de un verde cristalino y su boca se dibujaba gruesa y masculina sobre su barbilla lampiña.
No podía dejar de mirarlo. Me había conmocionado tanto su belleza que olvidé por completo lo que me rodeaba.
Me sacaron de este trance mi señora y las dos mujeres que se acercaron a mirarme de cerca. Me tocaron e investigaron el cuerpo entero exclamando grandes elogios que dirigían a mi señora.
Es realmente una exquisitez dijo una y no puedo creer que en tan poco tiempo la tengas tan sumisa.
A esta puta le encanta pertenecerme, creo que ha nacido esclava. ¿No es cierto puta? Me preguntó, Sí mi ama, y agradezco por tenerla como dueña. La mujer que me examinaba la cola exclamó: Pero por qué la has dejado tan marcada. No he sido yo, respondió mi señora y me preocupan esas marcas, ha sido el animal de José, ya saben como es y agregó: igualmente apenas la vi la compré. ¡¡¡Sí!!!, no es para menos. Realmente no me imaginaba que fuera tan hermosa, respondió la mujer que ahora me revisaba la boca.
Dime puta, se dirigió a mí la que no había hablado, ¿Qué edad tienes? 24 mi señora respondí, advertida previamente por mi ama de como me tenía que dirigir a ellas.
Realmente te felicito Ana, me gusto mucho saber el nombre de mi ama y pensé en ello. Ha sido la mejor compra que pudiste haber hecho y estoy pensando en comprártela.
Miré a mi señora aterrada por estas palabras. Pero mira que miedo le ha agarrado a la puta, dijo la que estaba callada, esta realmente metida con vos.
Mi ama puso cara de orgullo y contestó: esta puta me la voy a quedar y creo que no la venderé nunca, es como una obra de arte. Sí, yo haría lo mismo, dijo la que había observado mi miedo y la otra agregó: veremos, veremos Ana si con lo que estoy dispuesta a poner sobre la mesa sigues pensando lo mismo.
Rieron y se fueron a ver a la chica que estaba al lado mío.
Mi ama le manoseó los senos y yo sentí celos por esto. Ésta tiene mucho que aprender todavía, no es tan inteligente como la tuya
Yo, mientras le mostraban a mi ama esta chica, volví a mirar al chico que me observaba con una mirada que me mareaba y me obligaba a bajar la vista. No podía comprender tanta hermosura. Hasta incluso pensaba que al verlo lo ensuciaba y sin embargo tenía que volver a míralo para luego volver a bajar la vista.
27 mi señora Ana escuché a un costado
Cuando fueron a examinar al chico, mi señora que había notado mi perturbación, me gritó, pon la vista al frente puta y ni se te ocurra sacarla de allí.
Tenía que aguantar la ganas de mirarlo. Cuando vi que estaban, las señoras, muy entretenidas miré por el rabillo del ojo y vi que jugaban con su pene y sus testículos. El chico tenía una erección hermosa y ésta lo hacía aún más perfecto. Era como si un dios se hubiera disfrazado de hombre y este disfraz no lograba esconder del todo la naturaleza que pretendía ocultar.
El chico me vio que lo observaba y una de la mujeres percibiendo nuestras miradas le dijo, ¿qué pasa esclavo, acaso te gusta la puta rubia? Contesta imbécil, le gritó.
Es muy hermosa mi ama, contestó y me estremecí.
Mi señora vino directo a mi pidiéndole el cigarrillo que fumaba una de las mujeres.
Puta, ni se te ocurra que te lo voy a entregar, dijo refiriéndose al chico. Sos tan calentona que a veces das asco. No era calentura lo que tenía sino la sensación de haber tocado lo divino, que en nada se parecía en este caso.
A veces puta me enterneces con esos ojos tristes que tienes. Elige donde quieres que te queme. Decide puta de una vez gritó.
En mi cola mi ama, respondí.
Puta me cansaste, sabía yo que no me podía tocar la cola hasta que se asegurara que no me quedarían marcas permanentes y mi respuesta la puso furiosa.
Le devolvió el cigarrillo a su amiga y pidió disculpas por tener que castigarme ejemplarmente y por esto posponer la cena.
Sus amigas se pusieron excitadísimas con el tema de mi castigo y ofrecieron ayudarla.
Va a probar la pija eléctrica en cada agujero. Acomódenla que ahora vuelvo. Dijo mi ama.
Verás puta cómo duele eso dijo riendo macabramente la mujer más vieja.
Me colocaron con mis piernas muy abiertas y levantadas sobre una mesa ratona de mármol negro.
Qué bien que les queda a las rubias estas mesas exclamó una de ellas. Mientras me inmovilizaban.
Cuando llegó mi ama traía un aparato largo y fino que terminaba en una gran bola plateada en una punta y un mango de goma en la otra conectado a un cable. Mi ama no me dio tiempo a prepararme, me metió la bola en la vagina causándome mucho dolor. El cable llegaba a una especie de control con dos perillas y éste, iba enchufado a un enchufe a través de otro cable. Le dio este control a una de sus amigas y le dijo vamos despacio.
La primera descarga me causo un dolor indecible, grité con todo el aire de los pulmones mientras mi ama movía el aparato del mango recorriendo toda mi vagina. Lo sacaba y me lo pasaba por los labios para volverlo a meter. La sensación era escalofriante. Mis gritos se hacían agudos, como si el aparato me cambiase la voz. Pararon la descarga y yo respiraba agitadísima.
Puta eso que acabas de sentir era la mínima potencia y probarás todas.
Perdóneme mi ama supliqué, no lo haré nunca más. Cállate puta y otra descarga desgarradora. Se sentía como si la carne se abriera cortada por un metal al rojo vivo. En la cuarta descarga me desmayé.
Me despertaron enseguida y mi ama me dijo. Qué haces puta. Todavía hay para rato.
Me arrepiento mi ama, me arrepiento decía como podía entre el llanto y el miedo.
Mi ama, me pasó una crema en mi ano y empujó la bola muy adentro. Jugaban a simular la descarga y cuando mi ama decía ahora yo gritaba espantada aunque nada pasaba.
Bueno basta, dijo mi ama, ponle la máxima Emilse.
Sentí como si miles de vidrios estallasen dentro mío. Mis músculos se contrajeron tanto que ni siquiera podía gritar. El aparato recorría el interior de mi culo lentamente. Cuando cortaron la descarga. No lloraba ni gritaba sólo temblaba desorientada y escuchaba como de lejos mi respiración.
Me parece que si le damos otra le va a hacer mal dijo la mujer que manejaba el control.
Sí ya tuvo demasiado, nos pasamos un poco pero me encantó, dijo mi ama. Yo me quedé con las ganas dijo la otra y agregó, ¿por qué no le damos un poco a la mía?
La chica comenzó a sacudirse tratando de escapar, ya lo había probado varias veces y puso tanta resistencia que les costó mucho atarla en la mesa en la cual había estado yo durante el tormento.
A diferencia mía, la ataron boca abajo quedándole las piernas estiradas y un poco abiertas.
Lloraba y gritaba y suplicaba con una angustia terrible. Mi ama dijo que con lo de las marcas de mis nalgas extrañaba un buen castigo de azotes y pidió permiso a su dueña para dárselo antes del otro tormento.
Comenzó a azotarle las nalgas con un manojo de ramas que cortaban el aire produciendo un sonido grave al caer. La chica gritaba a cada golpe y le hacían agradecerlos. Yo tenía muchísima sed y yacía tirada en el suelo al costado de la mesa. Lo único que me aterraba era la idea de que hicieran lo mismo con el chico, a quien, habiendo aprendido, temía mirar.
El tormento de la chica fue bestial, después de que las tres la azotaron, le pusieron la bola no solo en el ano y la vagina, sino también en la boca.
Cuando terminaron la tiraron sobre mí, yo no me podía ni mover y ella se quedó con todo su peso sobre mí. Lloraba inconsolablemente y sentía una gran lástima por ella. Su dueña comentó el aguante que tenía al dolor. Mirá cómo esta la tuya, dijo por mí, y mirá esta rata, como si nada. Bueno ¿comemos? Agregó. Sí pero lo haremos en el jardín dijo mi ama este calor de mierda es agobiante. Ataron a la chica y la dejaron a mi lado. Comentaron con admiración lo innecesario que era hacer esto conmigo y la seguridad que daba mi ama de que no desataría a la chica que tenía a mi lado. Lo que sí hizo fue llevarse al chico pero me tranquilizó que dejaron el aparato.
La chica lloraba y su llanto me desgarraba el alma. Me acerqué y me abracé a ella besándola y calmándola. Le decía que ya todo había pasado y la acariciaba. Ella lloró aún más desconsoladamente. Después de un rato me pidió entre suspiros que la abrazase más fuerte y lo hice. Nos dormimos o desmayamos abrazadas, estábamos destruidas.
Nos despertaron y era ya muy entrado el día, habíamos dormido más de 12 horas. Me llenó el corazón de alegría ver al chico intacto y con una erección de piedra.
Estábamos con las chicas empapadas ya que nos hicimos encima durante la noche y esto me asustó. Pero mi ama comprendía lo difícil que la había pasado y no me castigó.
Nos bañaron con la manguera atadas a la higuera. El chico estaba al sol sentado en el pasto y con su erección sin haber sufrido la más mínima flaqueza.
Me miraba y no me sacaba los ojos de encima. Me recorría el cuerpo entero con sus ojos y era para mí un halago demasiado grande para soportarlo, y esquivaba su mirada.
Su dueña le gritó desde la mesa y tironeó de la correa que le ataba el cuello. ¿Es que tanto te gusta esa puta? Si la quieres ,su dueña me ha dado permiso, puedes hacerle lo que quieras, pero sin lastimarla ¿estamos?
Sí mi ama, contestó.
La noche anterior había dormido con las tres mujeres y yo era como un premio que le concedían.
Le sacaron el collar y se puso de pie amenazante, era hermoso al sol, era imponente y yo no podía hacer otra cosa que bajar la mirada. Era demasiado. Mi ama me entregó dándole la correa que me controlaba. Pidió que me desataran las manos y mi ama lo hizo susurrándome: esta me la debes puta.
El chico me llevó a la sombra haciéndome seguirlo en cuatro patas. Me arrodillé frente a su erección y él me la ofreció. Le pasé la lengua y se la recorrí entera mientras le acariciaba sus durísimos testículos. Su pija no era ni grande ni pequeña. Era simplemente prefecta. Me la metí en la boca y la chupé como deseando tragármela, me la llevaba hasta la garganta y trataba de darle el máximo placer que le jamás le hubiesen dado. Sentí como llegaba al orgasmo. Con un empujón eyaculó en mi boca y traté de no tragar enseguida ese semen divino, lo quería saborear, quería nunca olvidarme de su sabor. Pero él con un gesto me obligó a tragarlo, lo hice y me hizo limpiarle la pija con la lengua haciéndome mirarlo a los ojos mientras lo hacía.
Con mi mirada le dije todo el privilegio que me daba al dejarme darle placer.
Había acabado muy rápido y yo necesitaba seguírsela chupando, pero él me rechazó y lo miré suplicante. Su erección no había perdido ni un solo grado y me obligo a acostarme sobre el piso. Lo hice y le ofrecí mi sexo entero. Pero me tomó un pie y lo lamió. Me lo chupó muy fuerte arrancándome gemidos de placer. Hizo lo mismo con el otro y me lamió y mordió todas las piernas. Cuando pude sentir su aliento sobre mi concha temblé y él se quedó un rato, sin lamerme, sólo haciéndome sentir el calor de su boca para luego subir y besarme el ombligo cogiéndomelo con su lengua. Me quejé con unos prolongados no pero él me levantó la cabeza y mirándome me hizo shhhh shhhh muy suavemente y me callé.
Me tomó los pechos con las manos y estuvo un tiempo eterno chupándolos, luego preguntó a mi ama si podía quitarme los aros y esta le dio permiso, me los sacó muy suavemente ante mis caras de dolor y me calmó con unos besos hermosos, me besó el cuello y me lo mordió entero. A esa altura tenía la punta de la pija apoyada sobre la entrada de mi concha y yo gemía y trataba de empujarlo hacia adentro.
Me lamió el oído y me susurró que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Mientras lo decía me penetró deslizándose lentamente en mi interior. Gemí con un gemido prolongado que acompañó su avance. Comenzó a moverse y apoyó su pecho sobre el mío y me sentí enteramente suya, hasta mi alma le pertenecía.
Cuando estaba por tener un orgasmo él se retiraba y me lamía el sexo para penetrarme nuevamente después, besándome la boca con su maravillosa lengua. No me permitía llegar al orgasmo y esto fue así hasta que le supliqué con el alma en la voz que me permita llegar y él me preguntó cómo me llamaba. Natalia le susurré sé que tu nombre me haré daño pero lo necesito le dije al oído acompañando mis palabras con la lengua. Pablo me respondió eres hermosa y me llevó al orgasmo más profundo que había tenido jamás. Le mordí tan fuerte el hombro que gritó pero me dejó hacerlo. Luego nos quedamos así un rato largo susurrándonos cosas al oído. Su sonrisa lo hacía aún más bello y yo sentía que había vivido algo oculto y prohibido para las personas y le agradecí por haberme elegido.
Esa noche me la pasé llorando y extrañándolo. Mi ama me dio chocolate y dijo que era una esclava única y que nunca me iba a perder. Le pedí dormir con ella en la cama pero me dijo que lo haría pero que antes tenía que terminar la doma y faltaba bastante para esto.
(Continuará...)
Contaré próximamente las posteriores etapas de mi doma, que fueron las que en realidad me convirtieron en las esclava que hoy soy. Mi dirección de e-mail es nataliaww@altavista.com , me encantarían sus opiniones.