La dolce vita - Leonardo (3)
Las crónicas que oculta el otro lado de la moneda
Patético… así es cómo me sentía. Ni siquiera podía conciliar el sueño. Mis dedos trazaban una línea sin forma sobre el cristal mientras una lluviosa noche se manifestaba al otro lado de la ventana. Desnudo y sin siquiera un poco de frío miraba las calles desoladas. Alcé un poco la vista para observar mejor aquel cielo gris, inquieto y ruidoso que privaba de luna a la ciudad.
Un pequeño murmullo logró llamar mi atención, con algo de dificultad pude observar una silueta femenina revolverse en la cama. Si llegaba a despertarse me vería en la tediosa tarea de conversar con ella, así que me acerqué con cautela para cobijarle mejor deseando con todas mis fuerzas que aún permaneciera dormida.
Aprecié su rostro durante un segundo, sus facciones eran armoniosas y suaves. Un leve aire de inocencia predominaba en su rostro al dormir. Sus labios, suaves y delicados, permanecían cerrados en incólume calma. Podía recordarlo muy bien, eran estos pequeños detalles los que me habían enamorado de ella hace ya mucho tiempo.
Fue un caso muy corriente en verdad, la conocí en una de las tantas fiestas a las que me invitaban, pero una de las pocas a las que aceptaba ir. Me encontraba en la barra pidiendo un mojito cuando sentí que se acercaba y con una sensual sonrisa acompañada de un « ¡Hola! ¿Puedo sentarme aquí? » Fue como todo empezó. Un polvo de una noche sin lugar a dudas, nada extraordinario. Sin embargo, al día siguiente, mientras contemplaba sus delicadas formas al dormir me di cuenta de que me gustaba en verdad, no era una simple atracción sexual, al menos no para mí.
Pronto me sorprendí pensando en ella a todas horas, así que decidí lanzarme. Armado de valor la invité a salir un par de veces… Parecía un buen partido, ya que posteriormente descubrí vivacidad, intensidad y alegría en su carácter, cualidades que lograrían prendarme en poco tiempo. Ella por su lado, correspondió positivamente mis sentimientos apenas habérselos revelado y así, sin más, empezamos una relación estable.
Conocí a su familia, o mejor dicho, tuve el desagrado de conocerla. El día que me presentó a su padre no pude evitar el desconcierto. Recuerdo inclusive que mis piernas flaquearon un poco al estrechar su mano. Me sentí aliviado al ver que no me recordaba. «Es normal» , pensé con relativa calma. Después de todo, quién iba a recordar al hijo de uno de tus tantos deudores…
Sí, mi padre había mantenido una deuda exorbitante con uno de los personajes más poderosos del bajo mundo ecuatoriano. Sus préstamos económicos con altos niveles de interés eran muy conocidos entre la “clase baja”, y mi padre al no tener muchos recursos con los cuales solventar la leucemia de mamá acudió a él en una última medida desesperada para salvar a su familia. Préstamo tras préstamo, interés sobre interés, lentamente la deuda había crecido hasta alcanzar niveles inimaginables, impagables para un humilde artesano que era el sostén económico de una convaleciente esposa y dos hijos.
Esta monstruosa deuda lo había perseguido cual sombra hasta su muerte, ocurrida hace 2 años. Fue una gran pérdida para todos nosotros, no así para “Don Bruno”, quien se negaba a eximir a mi familia del pago. Se acordó entonces que al estar mi madre enferma, sería el primogénito el encargado de solventar tan descomunal compromiso.
La responsabilidad era enorme, pero la había aceptado con total determinación y arrojo. El trabajo lejos de volverse un martirio se convirtió en algo tan cotidiano para mí como el respirar mismo. Procuraba tomar todas las labores que me permitieran incrementar mis ingresos. Mi hermana menor, Katherine, era todavía muy joven para enfrentarse al mundo laboral. A sus 15 años, lo único que le pedía era que no disminuyera su rendimiento académico.
Con 22 años me había convertido en el pilar central de mi familia. Todas las deudas se manejaban bajo un minucioso cuidado. Exprimía hasta el último centavo que recibía para poder solventar todos los gastos diarios. Mi madre dedicaba sus pocas fuerzas a mantener un ambiente de cálida armonía en nuestro hogar y Katy, por su lado, se las ingeniaba para conseguir algo de dinero vendiendo trabajos escolares a sus perezosos compañeros.
Las dos ocupaban la mayor parte de mi corazón. La otra pequeña porción la reservé durante algún tiempo a mi novia, quien a pesar de ser hija única y contar sólo con la compañía de “Don Bruno” (según sabía, su madre murió poco después de su nacimiento), se había ganado mi afecto y mis atenciones.
Era muy tonto e ingenuo como para darme cuenta de que tan desigual unión estaba destinada únicamente al fracaso y al desastre. En aquellos momentos mis ciegos sentimientos hacia Sofía no iban a cambiar por haberme enterado sobre los fraudulentos negocios que manejaba su padre, aunque éstos se mantuviesen, inclusive, con la policía nacional.
El establecer que nuestras familias se quedaran al margen de la relación fue lo único prudente que decidí durante el tiempo que permanecimos juntos. El asunto se planteó sin inconvenientes por parte de mi novia, ella había mostrado poco interés en el tema después de todo.
El tiempo pasó, y mi relación con Sofía poco a poco iba adquiriendo un sabor agridulce. La desconfianza había aparecido, y como ningún mal llega solo, la duda empezaba a acentuarse durante el transcurso de los meses. Su intensidad a veces la traicionaba, sus ataques de celos eran cada vez más frecuentes y su vivaz semblante pronto se convirtió en una oscura apatía. La ruptura era inminente, aun así, el día en que todo habría de acabarse llegó más rápido de lo que pensaba… El amor decidió irse cuando estuvimos a punto de cumplir un año de noviazgo. No se puede describir con palabras aquel sentimiento de vacío que tienes cuando ya no existe nada de lo que alguna vez creíste eterno.
La pasajera desilusión por el amor fracasado ayudó a que la cordura y la sensatez dictaran nuevamente el rumbo de mis pensamientos y acciones. Con algo de dificultad acepté que la separación sería lo mejor para ambos.
Al poco tiempo comprendí que ella no iba a sobrellevar nuestra ruptura tan bien como yo…
Al principio me parecía totalmente normal su negativa a alejarse de mí, era comprensible, en nuestros mejores momentos ambos nos habíamos sentido felices y es duro aceptar que ya no se puede luchar por una causa perdida. Sin embargo, mi opinión cambió cuando las llamadas a la madrugada y los bipolares mensajes de texto empezaron a hacerse cada vez más comunes.
Sofía estaba decidida a continuar con nuestra relación, y en vez de intentar revivir aquel amor que una vez nos tuvimos, se empeñó en perseguirme y acosarme cada vez que tenía la oportunidad. Mi ex novia se había convertido en la sombra de lo que un día fue, intenté que el dolor por sentirme culpable de su estado no hiciera debilitar mi voluntad para separarnos. Pero no fue hasta que me chantajeó con convencer a su padre de que acortara el tiempo de mi deuda que fui consciente de la verdadera magnitud de su obsesión conmigo.
Confuso y atemorizado acepté con agobio su voluntad, lo poco que ganaba en mi anterior empleo me alcanzaba con las justas para cubrir las mensualidades de Don Bruno, por nada del mundo podría permitirme un ajuste de presupuesto.
La situación se me escapó de las manos. Sofía se salió con la suya y ahora me buscaba cuando le venía en gana, me llamaba constantemente y con celoso cuidado se aseguraba de que nadie se acercara a mí más de lo debido.
Hoy, en mi segundo día de trabajo, ocurrió una de sus tantas visitas inesperadas. Al reconocer su automóvil acercarse al parqueadero del banco no pude más que suspirar rendido. No me sorprendía el hecho de que ya supiese donde trabajaba. Forcé una sonrisa al verla aproximarse y dejé que me besara con esa macabra intensidad tan propia de ella. Cerré los ojos y acaricié suavemente su rostro, intentando recordar aquella fugaz alegría que ahora pertenecía al pasado.
Al terminar, me propuso pasar la tarde en su apartamento; ya nada era mágico, no había paseos por el parque y rara vez visitábamos el cine. Nuestra relación enfermiza se resumió a acostarnos, cuando ella lo quería así, en la frialdad de aquella habitación ostentosa.
Al caminar lentamente hacia su automóvil, recordé con tristeza la salida que tenía programada con Andy…
Andy… todo era más fácil con él. La amistad que habíamos trabado en estos dos días me había hecho olvidar por completo la cruel realidad que vivía con Sofía. No tenía necesidad de fingir una sonrisa cuando estaba a su lado, todo fluía de manera tan natural…
Ayer, cuando esperaba un taxi, pude distinguir su figura en la esquina, no estaba solo, lo acompañaban 2 tipos… Me sorprendí al notar que uno de ellos le colocaba una cuchilla sobre el cuello mientras que el otro le amenazaba desde el frente.
Apreté con fuerza los puños, no iba a permitir que le hicieran daño a la persona que con tanto afán y alegría me había ayudado aquella mañana. Grité su nombre con todas mis fuerzas, ambos individuos se asustaron un poco al escucharme, yo mismo me sorprendí de que mi voz pudiera sonar tan intimidante.
El que estaba delante de Andy se esfumó en un instante, el otro se demoró un poco más. Noté que éste último cerraba rápidamente el cierre de su pantalón. La confusión logró ofuscarme por un momento, ¿Qué demonios estaban planeando hacer estos tipos?...
Reaccione rápido y con renovado esfuerzo grité nuevamente el nombre de mi amigo. Él parecía no escucharme, sólo se quedó ahí parado, inmóvil y estupefacto. Finalmente su agresor huyó al escucharme gritar por tercera vez y antes de que pudiera confundirse entre las sombras de aquel callejón oscuro, Andy se desplomó por completo, atónito observé como una mancha rojiza se había salpicado en el cuello de su camisa…
Corrí al instante para socorrerlo, inseguro aun de mis movimientos intentaba frenar el sangrado con mis manos. La herida no era tan grande, pero eso no impedía que la sangre siguiera corriendo. ¡Maldición!, ¿por qué la gente se desaparece cuando más la necesitas?
Por raro que parezca, sentía que algo importante en mi vida desaparecía, como si una parte de mí se estuviera muriendo con él. No pude evitar que las lágrimas se escaparan de la comisura de mis ojos.
Lo demás pasó muy rápido… mi voz entrecortada al solicitar una ambulancia, la desesperación al darme cuenta de mi propia inutilidad, el miedo de perder a una de las pocas personas que me agradaban en verdad y la angustia de pensar que podría morir en mis brazos. La situación misma lograba que mi cabeza pasara rápidamente de un pensamiento a otro…
Y a pesar de todo aquello, con no poca sorpresa reparé en que su rostro mantenía una expresión de tranquilidad tan sorprendente como maravillosa. «Aquel hijo de puta intentó degollarte y lo único que haces es ponerme esa cara de gatito satisfecho. ¡Mírate! Si hasta parece que sonríes… menudo idiota que me has salido… » Una débil sonrisa apareció en mis labios. La ambulancia por fin había llegado…
Aquella dulce expresión logró tranquilizarme un poco y ya en el hospital, después de que un par de tipos vestidos con el clásico uniforme blanco se lo llevaran, pude esperar con paciencia mientras telefoneaba a su familia. Los minutos pasaban, el contacto con el nombre “Mama mía” no contestaba, y antes de intentarlo por décima vez con “Padre mío” una voz gangosa en el altavoz anunció « Familiares del señor Villacrés favor acercarse a la habitación 4». Tenía suerte de que la ambulancia me llevara al hospital del seguro social, en casos de emergencia resultaba la mejor opción, tenía que reconocerlo, eran rápidos.
Avancé algo dudoso hasta la mencionada habitación y para evitarme tantas preguntas le dije al doctor que sólo era un amigo y que su familia llegaría pronto. Una vez adentro me propuse llamar de nuevo a su padre, esta vez me contestó al instante, parecía algo ocupado. Sin embargo, con gran preocupación me indico que haría todo lo posible para comunicarse con su familia y hacer que alguien “recoja” a Andy.
¿Recoja? Tal vez no era lo que realmente quiso decir. De todos modos aproveche la situación para grabar mi numero en el móvil de Andy, supuse que no le molestaría si lo hacía. Apenas terminé pude darme cuenta de que se había despertado. Sus ojos almendrados buscaban algo para orientarse, debía estar confundido. Regulé mi voz, no sin mucho esfuerzo, para poder tranquilizarlo.
Me sentía contento de poder hablar con él, aunque al mismo tiempo los nervios querían dominarme. Era una rara mezcla, pero no me disgustaba en lo absoluto. Su gran sonrisa era contagiosa y al poco tiempo ya estábamos bromeando como un par de bobos. Me reí de buena gana cuando no entendió lo que el doctor quiso decirle y momentos después, me sentí como si fuera un guardaespaldas que acaba de salvar al presidente cuando su madre me agradecía de mil maneras diferentes.
Mi vínculo con Andy era especial, podía diferenciarlo. Quería mantenerlo a mi lado y sentir de nuevo esa sencillez en su trato. Es por eso que ya había pensado en invitarle a comer aun antes de que él me lo propusiera esta mañana. Suspiré, el recordar sus gestos me hacía sonreír de manera automática….
Todo hubiese salido perfecto de no haber sido por Sofía, quién con su estúpida obsesión lograba opacar todos mis intentos de felicidad. Sabía que no me iba a dejar llamarle, así que me dispuse a escribir un mensaje mientras abordábamos el coche. Aunque intenté escribir lo más rápido que pude, ella se dio cuenta, en un segundo frenó el auto antes de salir del parqueadero y me quitó el móvil. Sin decir una sola palabra borro mi afectuoso mensaje y escribió uno nuevo, lo envió sin consultarme y habiendo terminado me arrojó el móvil con un gesto frío. ¿Por qué mierda quiere estar conmigo si lo único que planea es tratarme así?
Con tristeza leí el mensaje que envió a Andy, pensé en enviarle uno diferente al llegar la noche, pero reparé en que era muy poco lo que podía explicar…
Patético… así era como me sentía por haber dejado que esta mujer hiciera lo que le venga en gana conmigo.
Pero… no todo estaba perdido… mi situación con Sofía no seguiría así durante mucho tiempo; ahora tenía un mejor empleo y si lograba pasar la fase de prueba en el banco, mi puesto como cajero estaría asegurado. Podría aspirar una ganancia mayor y ya no importaría si esa enorme bola de grasa llamada Don Bruno me subía el costo de las mensualidades. De todas formas, si al final se atrevía a hacerlo, me estaría acortando el tiempo de la deuda, beneficiándome de manera indirecta.
Por un momento me sentí libre ante semejante idea. Terminé de acomodar a la bella durmiente, no sin antes dedicarle una mueca teatral llena de júbilo y venganza, «Tu tiempo se acaba, mi querida Sofía» coreaba mi mente entusiasmada.
Tenía que ser cauteloso, de eso no había duda. Quería zafarme de todo lazo con Sofía de la manera más cuidadosa posible. Los pocos meses a su lado me habían enseñado que su padre conservaba muy pocos escrúpulos y usualmente no había algo que lograra asustarlo. Debía pensar muy bien cada uno de mis siguientes pasos si quería salir bien librado de esta.
Al menos lo principal ya estaba decidido, el plan para separarme de Sofía y solventar rápidamente mi deuda con su padre había nacido días atrás, cuando ponía todo mi esfuerzo en las entrevistas para entrar al “Grupo Financiero Unión” o “Banco La Unión” para simplificarlo un poco.
Me puse los bóxers y mi camisilla de algodón. Una vago recuerdo de lo que había pasado hace unas horas intento ofuscar mi mente, lo aparté en seguida. El sexo con Sofía era lo último en lo que quería pensar. Tomé una manta de su armario y me acomodé en un sofá que tenía en la esquina de su dormitorio. Me dormí enseguida aprovechando las pocas horas que le quedaban a la noche.
A la mañana siguiente me levanté temprano, tenía que regresar a mi casa para cambiarme de ropa. Ni me molesté en no hacer ruido, sabía que a esta hora ella no se despertaría por nada del mundo. Tomé mis cosas y cuando estaba por salir de la habitación, no pude evitar mirarla de reojo, me apoyé en el marco de la puerta y contemplé su delgada silueta. Sentí un poco de tristeza por ambos, si tan sólo las cosas hubiesen sucedido de otra manera…
Al regresar a casa y explicarle a mi familia que había estado en casa de unos amigos, no pude menos que sorprenderme de que no estuviesen enojadas conmigo por no haber anticipado mi ausencia; mas bien parecían particularmente contentas.
—Es bueno que salgas de vez en cuando…—mi madre terminaba de poner la mesa, lista para el desayuno. Su timbre un poco adolorido y su semblante cansado denotaban su esfuerzo al preocuparse por mi bienestar
—Es cierto, a veces ya me da la impresión de que tienes 40 y no 22 —protestaba mi hermana agarrando su taza de café—, que esto de trabajar mucho avejenta eh…
—Mejor te concentras en estudiar mucho, que ni creas que he olvidado que la época de exámenes ya está cerca— repliqué rápidamente para saltarme el tema. En realidad ambas tenían la razón, pero había volcado mis esfuerzos en arreglar cuanto antes nuestra situación económica. No quería apartarme de mi objetivo, así que la mayoría de veces evitaba gastar el dinero que ganaba en cosas innecesarias, eso incluía a fiestas y borracheras.
»—Pero gracias por preocuparse por mi —dije un poco melancólico—, en serio, ustedes son todo lo que tengo…
Ambas me miraron con ternura. Nadie dijo más sobre el tema y el desayuno transcurrió entre comentarios y risas sobre otros tópicos.
Me despedí y partí con tranquilidad hacia el banco. Vi la hora en el reloj de mano que mi padre me había comprado cuando cumplí 18. Aún recuerdo sus palabras al entregármelo: « El tiempo, Leo, es tu peor enemigo disfrazado del mejor de tus amigos» . ¡Cuánto extrañaba que me dijera algo que siempre inventaba, sólo para ayudarme a ser mejor persona!
A raíz de su muerte, y al aceptar ser la cabeza de mi hogar, maduré casi al instante. Tomé las responsabilidades que debía y sin una sola queja me esforcé para que todo vaya bien; excluyendo a Sofía, no le daba gran importancia a mi vida sentimental. En vez de eso, me enfocaba en sacar adelante la economía de mi familia. Hacer lo correcto y lo necesario era lo único que debía tener en mente…
— ¡Bien! 7:05, este día tampoco iba a perder mi record de puntualidad.
Con paso lento caminé las pocas cuadras que me separaban de mi destino. El banco “La Unión” quedaba relativamente cerca de mi casa, así que tenía tiempo de sobra para meditar mientras caminaba entre ambos sitios.
Sofía… era claro que debía frenar mi situación con ella. Aún no sabía exactamente cómo hacerlo de manera cuidadosa, jugando bien mis cartas. Su carácter era impredecible, un punto menos a mi favor. No sabía cuál sería su reacción si algo me salía mal.
No quise frustrarme, así que dejé el asunto para después. Ahora, tenía que resolver un problema más urgente: No tenía una maldita idea de cómo me iba a disculpar con… él.
« ¡Qué tal Andy!, ¿Salimos a comer después? » No, sonaba cómo si no le diera la importancia del caso.
« ¡Hola! Siento lo de ayer, —sonrisa enorme— ¿Te apetece salir a comer hoy? —otra sonrisa enorme » No, sonaba muy estúpido.
«Ey, hola… Sabes que… la verdad siento mucho lo de ayer… y pues… me preguntaba si es que te gustaría comer conmigo hoy » No, no y más no… Eso sonaba demasiado cursi y exagerado. Casi cómo la invitación que me había hecho ayer en la mañana.
Al recordar la peculiar invitación de Andy, no pude evitar pensar que aunque había sido cursi… me había gustado. La forma en la que me invitó ayer me hizo sentir ¿Importante?... ¿Halagado?... ¿Feliz?... o tal vez todas juntas…
Agité mi cabeza, me estaba confundiendo demasiado con lo que pensaba. A veces el frío de la mañana hace que mi mente imagine cosas. Estaba dándole importancia a algo que probablemente Andy hizo por compromiso, sin verdadera voluntad. Por lo tanto, mi ausencia debió pasar desapercibida, y quizá hasta le alegró que no fuera…
Sin saber muy bien el por qué, me entristecí un poco ante esta última idea. Recordé al instante otro hecho importante: “Nos iremos de aquí juntos” le había dicho antes de despedirme ayer en la mañana. Parecía realmente contento cuando se lo dije. Bueno, la verdad es que no quería que alguien le hiciera daño como aquel día, ¿Y quién lo hubiese querido?, Andy era de las personas que no tienen enemigos, estaba seguro de ello.
“Nos iremos de aquí juntos”…
Pero… ahora que lo pienso, sinceramente no sabía de dónde agarraba tanto valor para decir ese tipo de cosas, si por dentro los nervios me estaban comiendo vivo. Pero, ¿Por qué había tenido nervios? Es más, ¿Por qué los estaba teniendo ahora?
¿Es que acaso yo sentía alg…
Sacudí mi cabeza de nuevo, este frío de las mañanas podía ser muy perturbador a veces. Respiré tranquilo al divisar la puerta del banco.
Al final decidí que sería sincero, él merecía que lo fuese. Le diría que lo siento y si aceptaba saldríamos a comer, esta vez, sin intromisiones de cualquier tipo.
Nada más llegar y recibir los fondos para mi caja me dispuse a decírselo, no quería pensar mucho, sentía que al hacerlo podría echar a perder todo. Lo encontré meditando, con el brazo apoyado en la ventanilla de clientes y su carismático rostro descansando sobre su puño. La puerta estaba abierta, pero de todas formas la golpee con mis nudillos para llamar su atención. Al voltearse, me saludó tan animado como siempre. Me tranquilizo el hecho de que no estuviese enojado conmigo. Pero había algo más en sus ojos aparte de ese alegre castaño, parecían brillar más que en otras ocasiones, era cómo si me invitaran a explorar mundos desconocidos.
— ¡Hola! —su sonrisa hizo que perdiera la concentración en sus ojos.
—Ho…Hola —al diablo con mi aparente seguridad—, ¿Qué tal el día?
—Pues, ya ves… empezando …—sus manos dudaron un poco al jugar entre ellas y juro por Dios que lo vi sonrojarse un poco— y tú… ¿Qué tal todo?
—Bien… la verdad bien… —no se me ocurría qué decir, debía disculparme rápido o el ambiente se tornaría pesado
»— Esto... Andy… mira, la verdad siento much…
— ¡Aceptadas! —dijo de nuevo con esa deslumbrante sonrisa, como si hubiese estado esperando a que yo dijera algo para hacerla explotar— pero recuerda que cuando vayamos me comeré una parte de tu porción como penitencia…
»— Es lo que te mereces por dejarme plantado —añadió divertido—, pero tu tranquilo, que “estamos en confianza” —una risita se escapo de sus labios, al parecer le resultaba gracioso el remedarme de esa forma.
—Sí, pero aún debo explicarte porqué tuve que irme — comenté con seriedad. No tenía planificado qué le contaría pero debía ser muy poco.
—No… no tienes por qué hacerlo —dijo mientras apartaba su mirada hacia un lado y por un momento bajó el tono de su voz— en verdad… ya no importa...Yo entiendo…—parecía decidido a no hablar del tema. No quise molestarlo más.
— ¡Ok! —continué imitando su línea entusiasta de hace un segundo—pero si te vas a comer una porción de mi pizza entonces yo tomaré de tu refresco… ése es el trato… —su mirada volvió hacia mí, agradeciéndome algo que no entendía muy bien.
—Entonces trato hecho… —me sentí complacido al ver que la alegría regresaba a su rostro— Muchas gracias Leo.
— ¿Gracias? —Pregunté confundido—, ¿Y eso por qué?
—No sé —y se encogió de hombros—, supongo que por todo.
De nuevo ese brillo en sus ojos, aquí había algo raro. En el banco había calefacción, así que el clima ya no tenía la culpa de mi pequeño episodio demente. Decidí no darle mucha importancia a mis tontos pensamientos. Dejé que mi mente actuara sola y en un acto reflejo le golpee suavemente el hombro. Era la forma que había aprendido para decirle “Todo está bien, no hay de qué preocuparse” y él parecía entenderlo a la perfección…
No fijamos una fecha para nuestra salida, tal vez lo olvidamos o tal vez ambos pensamos que no era el momento.
Todo volvía a la normalidad, Sofía no me había llamado, supuse que la desabrida sesión de sexo la había dejado “complacida”. Los días iban pasando y con ellos mi angustia por todo mis problemas. Mi amistad con Andy se fortaleció al conocer más a fondo sobre su vida. Ya conocía a su madre y a sus 2 hermanos, pero no sabía que tuviese otro. No me contó mucho sobre él, sólo se limitó a decir su nombre y a sentenciar que usualmente era “la oveja gris de la familia” (no, negra no). Supe además que su padre era pastor de una iglesia cristiana y que Andy se sentía muy orgulloso de él, aún con sus pequeñas “falencias”, como él las llamaba.
Ambos nos confiábamos muchas cosas, a veces antes de ingresar al banco o sino en el comedor. Me presentó a Mike y a Anggie, parecía estar muy orgulloso de hacerlo. Anggie me agradeció por haberlo ayudado la noche anterior y Mike me contó que también era nuevo en este banco. Durante el almuerzo, Anggie tomó el control de la conversación y, sin muchos reparos, ya me estaba contando algunas anécdotas de cuando ella había sido “la nueva”. Le dejé de prestar atención al percatarme de los pequeños susurros que Mike intercambiaba con Andy, no pude entender de que se trataban por más que agudizaba mi oído, pero sí pude advertir que siempre terminaban en pequeñas risitas por lo bajo.
«Vaya, al parecer se llevan muy bien, y eso que Mike también es nuevo» . Pensé un poco sorprendido. «Se llevan muy bien»… «Se llevan muy bien» … No entendía por qué mi mente lo repetía como si fuese un eco.
Los días se volvieron cortos al estar bajo la constante supervisión de Andy, no por el hecho de permanecer juntos, sino porque siempre estaba pendiente de mi aprendizaje en caja. Él había ideado un método peculiar para comunicarnos: si yo tenía algún problema para realizar cualquier transacción, debía golpear suavemente la pared de mi cubículo para solicitar la ayuda de mi amigo. Andy llegaría enseguida.
Ambos nos arriesgábamos a recibir una llamada de atención por parte de Diego, pero estos momentos nos hacían sentir como un par de chiquillos que comían dulces sin el consentimiento de sus padres. Siempre que terminaba de explicarme como realizar la transacción, corría a su caja como soldado en trinchera, agachado para que ninguna bala lo alcance. Algunos clientes emitían graciosos comentarios al respecto. Yo sólo podía sonreírle con ternura, todas las cosas que estaba haciendo por mí, sin ningún interés de por medio, y yo sólo podía agradecerle con una sonrisa…
Gracias a él, los golpecitos en la pared se volvieron cada vez menos frecuentes…
Una semana había transcurrido entre los gratos momentos en el comedor junto a Mike y Anggie, las escapadas de un escurridizo Andy y las conversaciones, cada vez más largas, que ambos sosteníamos…
— ¡Jamás creí que Angiie fuera capaz de una cosa cómo esa! —exclamó mi amigo mientras caminábamos hacia a la parada de autobuses. Yo iba caminando hacia mi casa y él tomaría un bus que lo dejaría cerca de la suya.
—Pues debió haber estado muy borracha para hacerlo, subirse a una mesa y empezar a gritarle a tu jefe no es algo que haces cuando estás sobrio.
—Pues yo había bebido lo mismo que ella y no estaba tan borracho, yo creo que sólo lo usó cómo escusa para decir lo que realmente pensaba.
—Ya, pero el jefe debió estar realmente ebrio cómo para pasarlo por alto, ¿verdad?
—Eso es lo bueno de la fiesta de fin de año —y se echo a reír— al siguiente día nadie recuerda muy bien lo que pasó.
Estuve a punto de responderle de no haber sido porque a lo lejos pude distinguir un coche acercándose hacia nosotros. Tensé mis labios al reconocer al conductor de aquel ostentoso automóvil.
Su delgada figura salió rápidamente del automóvil apenas haberlo estacionado sin mucho cuidado. La sonrisa desapareció del rostro de Andy y noté cómo su mirada se clavó en Sofía, rápidamente adoptó una pose erguida y levantó el rostro, era más alto que ella sin lugar a dudas, aun así, parecía querer dejarlo en claro.
—Buenas Tardes —Andy saludó con frío formalismo—, supongo que tú eres…
—La NOVIA de Leo —se deleitaba con creces al pronunciarlo.
—Sí —apretó los dientes en un intento por sonreír—, mucho gusto —extendió su mano—… Yo soy…
— ¡Leo!... nos vamos —ordenó Sofía al instante. Dejando la mano de Andy en el aire.
Estaba totalmente estupefacto, mi plan había sido presentarlos apenas Sofía se acercara un poco pero todo se había precipitado en un segundo. Andy cerró su mano con fuerza, le dedicó una pequeña mueca de indiferencia y cruzó los brazos. Ambos esperaban mi reacción.
Dudé un poco, pero al final me adelanté un paso hacia Sofía, este no era el momento para alejarme completamente de ella, debía buscar la forma más cuidadosa para hacerlo y aún no la había pensado siquiera. Lo correcto era irme con ella… Lo correcto era…
Andy… mire de reojo a Andy. Sus ojos aún conservaban una pequeña y llameante esperanza. «No lo hagas», sabía que era eso lo que intentaba decirme , pero la derrota estaba ganando terreno a medida que me acercaba a Sofía. ¿Era esto lo que quería?, ¿Iba a dejarlo así sin más por irme de nuevo con Sofía?
No estaba seguro de muchas cosas, pero en ese instante tuve la seguridad de una sola: No iba a dejar a mi amigo por irme con la persona que me hacía tanto daño…. No iba a traicionar a aquellos ojos de nuevo…
Sus ojos… podía sentir su mirada suplicando en silencio que no me marchara…
Paré al instante, sentí que sus ojos me habían dado la fuerza que necesitaba para dar el paso final, mi paso final hacia la libertad…
Quería ser libre de Sofía, quería quitármela de encima de una vez por todas. Mi cobardía me lo había impedido todo este tiempo. Buscando excusas solo había conseguido alargar mi maldita situación con aquella maniática a la que una vez amé…
La miré a los ojos, ya no la veía a ella, solamente veía a una niña indefensa que rogaba un poco de atención, sentí lastima. Mis labios empezaron a formar aquella palabra que desde hace tiempo había querido decirle.
—N...no —musité aún con dudas.
— ¿Cómo? —el escepticismo se marcaba en su mirada
—Dije… —tomé aire— que no iré contigo a ningún lado… Ya no más Sofía, se acabó… toda esta mierda se acabó… —la voz se me quebraba, pero no iba a llorar, por lo menos no hasta que ella se marchara.
Lo había dicho, cada vez me sentía más seguro de mi decisión. Había esperado este momento durante mucho tiempo y, de no ser por Andy, dudo mucho de que lo hubiese hecho por mí mismo. Habría buscado miles de excusas de no ser por aquellos ojos claros que me habían hecho reaccionar en el último momento.
—Creo que no me oíste bien —protestó—, te dije que NOS VAMOS…
—Leo no quiere irse —intervino Andy al notar su creciente hostilidad—, sería mejor que hablen en otra ocasión, parece muy afectado por el momento…
— ¡TÚ TE CALLAS! —Sofía le lanzó una mirada inyectada de furia, estaba perdiendo el control, ella lo sabía y eso la aterrorizaba—, ¡Y TÚ!... —volviéndose hacia mí— ¡NO ME HAGAS RECORDARTE LO QUE PUEDE PASARTE SI NO VIENES CONMIGO! ¿O SE TE OLVIDA QUE…
— ¡SE ME OLVIDA QUÉ! —mis fuerzas volvían al recordar el infame chantaje…
— ¡Leo!, —Andy me tomó del brazo— tranquilízate hombre… —su voz serena me hacía querer imitarlo— Y usted Sofía, será mejor que se marche, por favor…
— ¡¿QUIÉN TE CREES QUE ERES PARA DARME ÓRDENES?! —quería intimidarlo, pero la calma con la que Andy recibía sus gritos sólo lograba enardecerla aun más.
—Sofía…—intentaba recobrar la calma—, sólo lárgate de mi vista, y puedes —le hice una mueca indiferente— hacer lo que te venga en gana… Ya no me importa…
Se quedó sin habla por un momento, pero el fuego destructor invadió sus ojos antes de continuar…
—ESTO… ESTO NO SE ACABA AQUÍ... ¡ME OÍSTE!
Y no dijo más, nos dedicó una última mirada llena de odio y subió rápidamente a su automóvil, desapareciendo con la misma prontitud con la que había llegado.
Era… libre. Podía saborear la libertad, ya no habrían llamadas ni mensajes de texto, la angustia de saberme vigilado desaparecería. Debía sentirme feliz, contento, realizado… Sin embargo, lo primero que se me vino a la mente fue… llorar. Me cubrí el rostro con las manos, no quería que Andy me viera así.
Él pareció notarlo, y aún tomándome del brazo me acercó hacia él. Me abrazó con fuerza, su rostro se inclinó un poco y al acercarse a mi oído susurró: «Tranquilo… yo estoy aquí, todo… todo estará bien» .
Era ilógico que Andy dijera eso cuando su voz delataba que estaba tan proclive al llanto como yo. Intenté reclamarle pero un gemido oprimido fue lo único que salió de mis labios. Me acarició la nuca con suavidad, las lágrimas batallaban por liberarse de la comisura de mis ojos. El estar tan cerca de él producía un raro efecto en mi mente. No lo podía describir, su aroma y su cálido abrazo me hacían sentir absolutamente seguro, sentía que nada era imposible mientras permaneciera a su lado.
Me apretó un poco más y noté que sus lágrimas caían sobre mi hombro. Mis defensas terminaron de romperse. Saber que estaba aquí, abrazándome, diciéndome que todo estaría bien y llorando… por mí… logró romper la débil muralla que había levantado en pos de no mostrar mis sentimientos.
Empecé a llorar sin contenerme, mis lágrimas caían sobre el pecho de Andy, y éste al sentirlas, intensificó más las suyas. Sus brazos no se aflojaban ni un poco, y para ser sincero, no quería que lo hicieran…
¿La gente observándonos? La verdad, ni puto caso…
No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero sé que fue mucho. Me entretuve contando los latidos de su corazón, iban disminuyendo su velocidad a medida que ambos nos calmábamos. Toda la pesadilla con Sofía se había acabado, o eso pensaba yo. Una pequeña duda sobre el futuro quiso manifestarse, pero la saque de mi mente a patadas. Ahora era el hoy, y hoy estaba cómodo y seguro en los brazos de… mi amigo.
No quería decir nada, se sentía muy bien el estar tan cerca de Andy. No quería interrumpir nuestra cercanía. Su pecho era tan cálido y podía acostumbrarme a contar sus latidos… los latidos de su corazón… el corazón de… un hombre.
Mis ojos se abrieron al instante, la idea me había agarrado por sorpresa. Instintivamente lo alejé con mis brazos. Andy miraba al cielo cuando lo interrumpí, me miró a los ojos y notó mi confusión.
— ¿Qué pasó ahora? —la serenidad que había vuelto a su rostro se vio afectada.
—No… no es nada.
Me observó durante un momento, tenía la sensación de que él entendía lo que yo no. «Bueno, en su casa los abrazos deben estar a la orden del día» sentencié para no darle muchas vueltas al asunto.
No le gustó alejarse de mí, sus ojos me lo decían, pero Andy no estaba dispuesto a aceptarlo.
— ¿Te sientes mejor? —una pequeña sonrisa intentaba camuflar su preocupación.
—Si… —suspiré— mucho mejor.
—Más te vale —se esforzaba por sonreír—, que si no, te hubiese tocado otro abrazo rompe costillas —le sonreí al comprender su manera de decir «Me alegro»
»—Así que Sofía eh… —su vista regresó al cielo— una chica muy… intensa. —frunció el ceño al instante, me miró con desconfianza— Pero, ¿Dónde conociste a alguien así?
—Es una laaaaarga historia —hice un ademán con la mano para que me entendiera mejor.
—Pues tenemos tooooooda la noche —contestó imitándome…
Ambos reímos y empecé a contarle toda mi historia con Sofía, desde el insensato romance de una noche hasta los problemas que tuve por dejar que mi cobardía tomara el control de la situación. Andy solo me miraba y asentía con la cabeza, pero al llegar a la parte del mensaje erróneo, miré con atención la reacción que tenía. Por más que quiso ocultarlo, pude ver el brillo en sus ojos al descubrir que aquel mensaje no era más que una estúpida mentira llena de celos y obsesión.
—Pues sí que es una larga historia —se levantó de la banca dónde nos habíamos sentado apenas llegar a la estación de bus— pero me temo, mi querido Watson, que la noche ha avanzado mucho… y no quiero que…
— ¿Qué? Mr Holmes…
—Que no duermas bien hoy y mañana te despiertes tarde… —dejó la broma para enfatizar su seriedad
—Nunca he roto mi récord de puntualidad —reparé con burlona calma.
—Siempre hay una primera vez para todo —tal vez fue mi imaginación notar una doble intención en esa frase.
»—Ya en serio Leo… yo me quedo encantado aquí toda la noche —por el rubor en sus mejillas supe que decía la verdad—, pero tú estás iniciando en este trabajo y lo último que puedes permitirte es tener algún problema, por más mínimo que éste sea.
—Sí… tienes razón —y en realidad la tenía, no sé en qué estaba pensando al considerar quedarme más tiempo allí, lo que sí sabía es que cuando estaba junto a él muchas cosas cambiaban.
— ¿Entonces? —miraba expectante.
—Sí, sí, ya me voy, veo que quieres deshacerte rápido de mí…
—No es eso bobo —pasó su mano por mi cabeza, despeinándome—, te lo digo por tu bien —ahí estaba de nuevo su enorme sonrisa de siempre.
La temperatura iba bajando, así como el flujo de personas en la estación. Mis manos buscaban algo de calor friccionándose entre ellas y ya podía ver mi aliento fundirse en el aire.
Me costaba despedirme de Andy, pero al final, y al no tener muchas excusas para quedarme, acepté que debía regresar a casa rápido. Ambos nos despedimos sin formalismos, él sonriéndome y yo golpeando su hombro. Era extraño, a veces las palabras sobraban para poder entendernos…
Empecé la lenta caminata hacia mi casa. La mirada de mi amigo me había seguido hasta que crucé la puerta de la estación, estaba seguro de eso.
Tenía muchas cosas en qué pensar, la principal de todas ellas tenía que ver con Sofía...Pero antes de que pudiera formular una idea al respecto, un par de luces me iluminaron desde atrás, la intensidad con la que lo hacían me resultó extraña. La calle estaba desolada, los pocos automóviles que transitaban lo hacían con total libertad y no había razón para molestar a la gente con las incómodas luces…
El característico ruido de las llantas al detenerse con violencia alertó mis sentidos. Volteé la cabeza en seguida y, al ver que un auto enorme se acercaba peligrosamente hacia mí, me aparté del camino tratando de evitar el fatal accidente. Pero el coche no estaba fuera de control, por el contrario, se adelantó unos cuantos metros más y con una maniobra un tanto torpe logró bloquearme el paso.
No, no me importaba la identidad del tipo que quería acorralarme, tenía que huir y la adrenalina debía tomar el control para mantenerme a salvo. Intenté rodear al enorme vehículo y correr al lado contrario de la calle, con suerte lograría escabullirme por algún callejón de los tantos que existían en este barrio…
Tras haber recorrido unos cuantos metros escuché el horrible chasquido que se produce al quitar el seguro del arma de fuego…
— ¡Quietecito flaco, o aquí mismo te vamos volando la cabeza!
Mis pies frenaron de inmediato, mis manos se levantaron automáticamente, me volteé para encarar al tipo de la voz chillona y antes de poder articular palabra alguna, un golpe brutal me desencajó la quijada. Tardé unos segundos en recuperar la postura, justo los necesarios para darme cuenta de que el gorila que me había asestado el primer golpe se disponía a propinarme otro.
— ¡Ya déjalo! —el de la voz chillona parecía tener conciencia…—, que no hay espacio en la camioneta para un muerto —…no, no la tenía—
La enorme masa de carne humana se apartó de mí haciendo una mueca de disgusto.
—Sólo súbanlo al carro… —una tercera voz se dejó escuchar desde el volante— y déjense de pendejadas, que la vida de este tipo no es asunto nuestro…
El gorila me metió al automóvil a empujones. No opuse resistencia alguna, sabía que lo mejor era mantenerme callado y pensar en cómo saldría de esta…. Bueno, eso quería creer yo, ya que el miedo no era una excusa válida.
El hilo de sangre que cubría mi quijada rápidamente fue limpiado por una bolsa de tela grande y hedionda que me cubría el rostro. El tipo de la voz aguda murmuraba cosas con el que estaba al volante, éste con voz serena respondía todas las inquietudes que le planteaba su acompañante. King Kong estaba sentado a mi lado, podía sentir su pesado cuerpo replegarse un poco contra el mío.
Si alguien decía algo se aseguraba de bajar al máximo su tono de voz. No bastaba con bloquear mi vista, sino también mi oído. Lo único que me quedaba era la posibilidad de gritar cuando el automóvil se detenía en algún sitio, supuse yo, obedeciendo las leyes de tránsito. No quise hacer ni siquiera el intento, por una parte el miedo mantenía mis labios completamente cerrados y por otra no sabía si realmente mi voz se volviese audible ante un público que tal vez no existía, las horas no pasaban en vano y no estaba seguro de si alguien estuviera caminando aún por las calles.
El que conductor no parecía muy diestro a la hora de sentarse frente al volante, tras varios movimientos bruscos y algunos frenazos quedé convencido de aquello.
Al detenernos completamente, y después de un breve intercambio de murmullos entre mis indeseables compañeros, noté que 2 se bajaban del vehículo y me quedaba solo con el conductor.
—Entonces ya sabes, —chillaba el copiloto al cerrar la puerta— sólo un pequeño “paseo” y lo dejas botado dónde lo recogimos…
»— ¡Ah! y lo olvidaba… —comentaba de nuevo con su repulsivo tono— no olvides que si algo sale mal, tú no sabes nada. Tú no conoces a nadie… tu hocico deberá cerrarse a menos de que quieras que Don Brunito te lo cierre…
— ¡Bingo! —cruzó por mi mente en grandes letras de neón. Aunque en verdad ya no me sorprendía que ella tuviese algo que ver en esto…
El conductor se molestó, emitiendo un gruñido como respuesta ante el “intimidante” comentario de su… ¿compinche?, ¿socio?, ¿enemigo?... ya no tenía claro cuál era la relación entre esos tres.
El carro volvía a estar en movimiento y una idea suicida comenzaba a tomar forma. El gorila había olvidado atarme las manos, tal vez ni siquiera se planteó hacerlo; el caso es que las tenía libres. Podía sacarme la bolsa asquerosa de la cabeza y atacar al conductor… y después hacer que el vehículo chocara contra lo que sea...
Nuevamente decidí que lo mejor era quedarme quieto, refunfuñé con frustración.
—Tranquilo viejo —no parecía tan amenazante como los otros dos—, que ya mismo llegamos…
No respondí.
—Deberías estar agradecido, se supone que en este preciso momento debo amenazarte de muerte si no le pagas a Don Bruno todo lo que le debes en menos de tres meses.
— ¡Tres meses! —vociferé— ¡¿Cómo mierda se supone que cubriré una deuda de un año y medio en tan solo 3 míseros meses?!
—Ese no es mi problema —su voz se volvía fría—, solo tengo que decírtelo y dejarte medio muerto en el lugar donde te encontramos…
— ¡¿Cuánto tendré que pagar por mes para saldar mi deuda?! —grité sin hacer mucho caso de su aparente “piedad”.
—Vaya… no tienes de que…
Me irritó demasiado que buscara mi agradecimiento con tanto afán. ¿Qué sabía él de mí? Si solo era un perro más del hombre que me arruinó la vida. Don Bruno me demostró a lo largo de los años que no conservaba un solo escrúpulo, y al parecer su crueldad era una característica hereditaria. ¡Oh dios!, si nunca hubiese conocido a Sofía…
El silencio volvió y ninguno de los dos quería romperlo. Ya ni siquiera pensaba en la situación actual, ahora sólo tenía cabeza para los sucios billetes verdes.
Mi improvisado, y no tan hábil, chofer tomó de nuevo la palabra. No era de las personas que encuentran reconfortante el no decir nada y solo vagar entre sus pensamientos.
—Eres muy tonto al creer que Don Bruno no estaba al tanto de tu relación con Sofía… —y con una risita de burla continuó— es impresionante lo que el amor puede hacer con las personas…
— ¡Bueno y eso a ti que te importa! — ¿En realidad era muy difícil que se ahorrara sus comentarios?— ¡Qué sabes tú de mí!...
—Lo necesario… pero no me pierdo de mucho al desconocer los detalles eh…—el muy hijo de puta se estaba divirtiendo con mi enojo.
—Qué puede saber un asqueroso perro de “Don Brunito” —esta vez era yo el que quería burlarse.
—Pues los PERROS sabemos que sobrevivir no es fácil —cambió su tono de voz—, y que gente estúpida y débil como tú no tiene posibilidades para salir adelante en un país como este…
»—Además ¡Mírate! —pude imaginármelo señalándome con el dedo al tiempo que se reía de mi desgracia—, que pareces un gato callejero que ha sido alcanzado por la jauría de PERRROS, no tienes esperanza, no tienes nada. El miedo ha trabado tu capacidad para razonar, la cobardía ha cegado tu mente. Y ni siquiera puedes contradecir lo que digo, ¿O me equivoco?...
»—Te has conformado con trabajar para pagar tus deudas, la misma historia de muchos. La ignorancia y la mediocridad en las que vives no te dejan ver más allá de tus narices.
»—Pero no te preocupes, que al final te han crecido los huevos y has logrado quitarte a Sofía de encima. Y aunque no lo creas, es ella quien te hará un favor al apresurar tu deuda, ya que si logras saldarla a tiempo, toda la pesadilla habrá terminado. Será un final feliz para ti después de todo…
»—En verdad —su voz se suavizaba— deberías sentirte afortunado… No todos corremos con la misma suerte…
No pude decir nada, las lágrimas bajaban por mis mejillas y un nudo apareció en mi garganta. Tenía toda la razón, no sabía mucho de mí, pero al verme responder con tan poca fuerza y convicción pudo darse cuenta de la verdad. No me conocía de nada y aún así resumió mi vida con 4 palabras…
— ¡Mierda!
Una sacudida violenta seguida de un golpe seco fueron los factores que me devolvieron a la realidad. La inercia me empujó hasta la ventana, logrando que mi cabeza se estrellara contra el vidrio. El golpe casi me deja inconsciente, por suerte el vidrio sólo se quebró un poco.
Pasaron unos cuantos segundos antes de volver a escuchar su voz.
—Quítate… quítate la bolsa de la cabeza —me ordenó rápidamente. Noté el dolor en su voz.
Aún aturdido, intenté hacerle caso. Pero para mi mala suerte el gordo me había atado muy bien la bolsa y ahora no tenía ni idea de cómo abrirla.
— ¡¿ESTÁN TODOS BIEN?! —una voz gritaba desde lejos.
Al no obtener respuesta lo intentó otra vez. Ahora la voz se escuchaba más cerca. Yo seguía tratando de quitarme la bolsa.
— ¡OH DIOS MÍO! —debió verme forcejear con la tela en mi cabeza.
Escuché varios pasos acercándose, la puerta delantera se abrió.
— ¡QUIETO AHÍ! —algún sistema electrónico amplificaba la voz.
Oh por dios, no podía creer cómo la policía había llegado tan rápido. Pero lo cierto es que frustraron su intento por escapar. Ahora las cosas se complicaban, no sería fácil explicar el porqué llevaba a una persona con una bolsa en la cabeza…
Alguien abrió la puerta y tras un segundo de duda, cortó la bolsa con una navaja. Tomé aliviado una bocanada de aire antes de poder dar las gracias. Pude verlos, eran tres y efectivamente eran policías.
El más joven me tomó del brazo para sacarme fuera de vehículo. El otro de tez morena estaba frente al carro, escribiendo rápidamente en una libreta. Y el que parecía ser el mayor, colocaba las esposas en las manos de mi captor.
—Este no ha sido tu día… —dijo el mayor—, mira que chocarse contra una patrulla.
—Tienes suerte de que no estábamos adentro —agregó el moreno—, que si no la fianza habría subido hasta los cielos
Ambos sonrieron entre sí, como si se hubieran ganado un premio y ahora estuvieran ansiosos por cobrarlo.
—Por fortuna no es nada grave —el joven, ajeno a la codicia de los otros, intentaba tranquilizarme—, pero eso que tienes en el labio se ve muy feo…
Es cierto, no me había percatado de que el porrazo que me dio aquel gordo logró romperme el labio. La adrenalina ocultó el dolor por un momento, sólo ahora empezaba a sentir la hinchazón y el ardor propios de un trompazo como ése. Un dolor punzante me recordó el otro golpe que había tenido en la cabeza, tanteé el área afectada y aliviado comprobé que no aparecían rastros de sangre, sólo un bulto pequeño que se iría con las horas.
Le di un vistazo a mi antiguo chofer, un pequeño camino de sangre recorría por su frente. Visiblemente él había recibido un golpe más intenso que el mío. Los otros dos se le acercaron y el que estaba junto a mí se les unió después de que éstos se lo pidieran con un ademan.
Pensé que intentarían vendarlo o algo por el estilo, decidí acercarme para preguntar si podría ayudar. Después de todo, y por alguna extraña razón, no creía que realmente fuese uno de los malos.
Al acercarme un poco me di cuenta de que el trío analizaba una billetera y los documentos que ésta contenía. Sus miradas observaban cada cuanto a mi antiguo captor, como si intentaran resolver un enigma.
El de tez morena sostenía una tarjeta en la mano, desde lejos pude distinguir que se trataba de alguna especie de credencial. La agitaba de vez en cuando mientras conversaba con sus compañeros. Los tres parecían debatirse ante la siguiente acción a tomar…
Justo antes de manifestar mi preocupación por la herida noté que el menor susurraba.
—Pero no podemos hacerle esto —sonaba preocupado.
—Es que nosotros no se lo estamos haciendo —contesto el moreno— se lo ha hecho él mismo.
—Además, nadie le ha ordenado meterse en semejante problema —comentó el más viejo—, no podemos hacer mucho al descubrir que llevaba a alguien con una bolsa en la cabeza…lo único que nos queda es seguir con el protocolo…
Y diciendo esto volvió su mirada hacia la patrulla, cerciorándose de la magnitud del choque.
Al darse cuenta de mi presencia se apresuró a cortar la conversación que los otros dos aún mantenían.
—Jimy —se dirigió al joven— acompaña al caballero hasta el automóvil.
— ¡Esperen! —me apresuré a decir— creo que deberían vendar su frente, ¿es que no ven que está sangrando?
—Lo que me faltaba —se burló el viejo— síndrome de Estocolmo…
—No te preocupes hombre… —intervino el moreno— nosotros nos encargamos.
Sin objetar nada más, busqué con la mirada a Jimy para que me llevara hasta su accidentado automóvil.
—Ahora —prosiguió el viejo, ignorándome de lleno— ¿cómo dices que se llama?
—S…señor —dudó el moreno— tal vez si lo pensamos mej…
— ¡Dame eso! —y bruscamente le quitó la tarjeta que llevaba en la mano.
»— Muchos han salido de las filas policiales por cosas como ésta, que no te sorprenda hijo… —al parecer no era fácil la decisión que iba a tomar…
Me costaba escuchar la conversación a medida que me alejaba. Sin embargo, lo que estaba a punto de escuchar agudizaría completamente mí oído…
—Villacrés… —el viejo lo pronunció a la perfección después de haber suspirado un poco.
Mi captor, quien hasta ahora había permanecido inmóvil, se sobresaltó al escucharlo.
—Ricardo —continuó el mayor con cierto aire de decepción—, Ricardo Villacrés… es una pena que tengas que abandonar esta noble institución…
Mis pies se volvieron de plomo, mis ojos estuvieron a punto de desorbitarse…
Una ráfaga de recuerdos azotó mi mente, intenté desmentir la idea que se iba tejiendo. No podía ser, no debía ser…
Los hermanos de Andy… podía recordar sus nombres: la delgada Adry, el grandulón de Jon y…
Él…
Ricardo…
Ricardo el corrupto…
Bueno, quiero disculparme por la demora en subir este nuevo capítulo. Seré sincero, no tenía mucha inspiración para escribir. Ha sido una época un tanto difícil para mí...pero ya tendré mejores =D. De nuevo muchas gracias a todos si comentan y valoran este relato, y por sobre todo ¡MUCHAS GRACIAS POR LEERME! ^^)//