La dolce vita - En el infierno y el cielo (1)

Cuando todo puede cambiar en un solo día

"Y ahí estaba él, parado en el umbral de la sala principal, mirándome con esa ternura que lo caracterizaba, como si esperase mi aprobación para poder entrar, para poder avanzar y acompañarme, para que pueda compartir mi dolor con él, para amarme cuando más lo necesitaba…

Y yo no pude más… En ese momento mi mente no podía pensar en otra cosa que no fuera la necesidad de tenerle a mi lado. Él, a pesar de todo lo que había pasado, se convirtió en  la única luz que podía distinguir en tan fatídico día…"

“Y al final no somos más que un puñado de individuos que solo intentan sobrevivir”  pensaba mientras un débil fulgor lunar se posaba en mis manos. La noche crecía y con ella mis pensamientos, unos más dulces, otros tan amargos.

Papá había salido al auxilio de mi hermano, no era nada nuevo ya que al fin y al cabo me había hecho una idea de cómo terminaría todo, de cómo terminaba siempre: Mi padre haría hasta lo imposible para sacar a mi hermano del CDP (Centro de detención provisional) sin que su nombre quedara manchado. Irónicamente mi hermano era policía, aunque esto poco le importaría al mejor abogado que papá de seguro consigue y cuyos honorarios no saldrían para nada baratos.

Bueno, después de todo,  hace años cuando papá superaba los problemas que tenía con el alcohol empezó utilizar el don de la palabra, se esforzaba de manera increíble, llenándose de libros religiosos en todo momento, participando en conferencias y encuentros con diferentes líderes eclesiásticos. Tantos años de práctica han hecho que su léxico haya mejorado de manera impresionante, tanto así, que hace poco lo nombraron pastor de la iglesia cristiana local y es maestro general de doctrina religiosa... Así que estoy seguro de que apelará al lado “espiritual” del abogado y logrará que no le cobre tanto por sacar a mi hermano sin que éste sea expulsado de las filas policiales.

Nada de eso me asombraba, ya estaba acostumbrado a sacar conclusiones sobre una situación en la que sí es cierto las circunstancias cambiaban, la esencia seguía siendo la misma: Mi hermano cometía una infracción y terminaba detenido.

Con el tiempo aprendí a no preocuparme demasiado por el resultado, al final siempre terminaba siendo el mismo. Sin embargo una parte de mí sabía que en cualquier momento el patrón podría romperse y bien podía ocurrir alguna desgracia, que en otras circunstancias hubiese sido perfectamente evitada. Las personas tendemos a tropezar con la misma piedra varias veces y, según veía, mi hermano era el vivo ejemplo de aquello.

Mis pensamientos  continuaban debatiéndose unos con otros, sacando conclusiones, proponiendo decisiones, angustiándome incluso por la incapacidad de hacer algo que ayudara verdaderamente a mi hermano. Tan concentrado estaba que no me di cuenta cuando la puerta de mi cuarto se abrió…

—¿Aún sigues despierto? – Preguntó mi madre al observarme sentado junto a la ventana, pensativo, reflexionando, asegurándome a mí mismo como mi hermano empezaba a dar vueltas en un bucle que parecía no terminarse…

—Estuve a punto de acostarme cuando usted entró— Le dije para tranquilizarla un poco. Estaba preocupada y no quería darle más motivos para estarlo.

—Acabo de llamar a tu padre hace un momento y dice que está muy ocupado con los papeles… Nos llamara cuando… lo arregle todo— Dijo esto último con un poco de decepción, sabía que en el fondo ella también pensaba lo mismo que yo: “Lo de siempre”

—No se preocupe— comenté con fingida seguridad. –Después de todo solo fueron unos raspones en ambos autos y uno que otro farol delantero roto. Si lo han llevado a la CDP ha sido más porque tenía olor a licor que por el accidente en sí— Con mi insomnio a cuestas, quería que por lo menos ella pudiese conciliar el sueño.

Suspiró. –Si por lo menos aprendiera algo de todo lo que le está pasando… Ya no cometería los mismos errores… — empecé a notar como su voz se quebraba — ¡Malditos amigos! ¡Maldito licor!... ¡Estos no son los hijos que crié!— dijo al fin entre sollozos. Me dolían mucho esas palabras. Sabía que mamá también decía eso por mí. Mis padres saben que soy gay y me han dejado muy claro que ellos no lo aceptarán, hemos tenido algunas discusiones pero la propia doctrina le impide a papá que el problema llegue a cosas mayores. Ellos me quieren, yo lo sé, pero no aceptaran a la persona que elija como compañero. Eso me aterraba…

—No debo pensar en ello, no al menos en esta situación— me dije a mí mismo, así que rápidamente disipé cualquier idea al respecto y me empapaba de nuevo con el problema que teníamos. La prioridad ahora era tranquilizar un poco a mamá

—TODO ESTARÁ BIEN—  aseguré mientras la abrazaba haciendo que pare un poco sus sollozos. Ella solo correspondió a mi abrazo y al poco tiempo recuperaba gradualmente la serenidad.

—Ve a dormir que ya está muy tarde y mañana tienes que trabajar— me advertía tiernamente mientras salía de mi habitación. –Te quiero— dijo en un susurro.

—Hasta mañana mami— decía yo con cariño mientras la puerta se cerraba y me quedaba de nuevo solo. Una vez más me acerque a la ventana de mi cuarto y contemplé de nuevo la luna, aún seguía emitiendo su tenue luz. Me fijé en el paisaje, a lo lejos podía divisar una pequeña elevación que en Quito se la conoce como “El panecillo” debido a su peculiar forma y ubicación.  Mientras repasaba las figuras que componían tan curiosa falla geográfica sentí como los recuerdos comenzaban a invadirme….

No siempre mi hermano fue la persona que es ahora. Cuando éramos niños nos gustaba subir a “El panecillo” y trepar a sus frondosos árboles. Con el poco dinero que lográbamos juntar comprábamos golosinas y nos la pasábamos jugando todo el día. A veces con niños que ni siquiera conocíamos, pero que al ir con la misma ilusión que nosotros a tan peculiar montaña, terminaban trabando amistad con el que quisiera pasar un buen rato jugando a lo que sea. Eran recuerdos que estaban ligados a ese lugar, no podía evitar sentir nostalgia al recordar que en algún punto de nuestra niñez  éramos felices, con lo poco que teníamos lo éramos…

Pero a la vida no le gustan las cosas perfectas… Mientras obedecíamos a las leyes del tiempo que dicen que debemos crecer, empecé a notar que mi hermano, Ricardo, sí, así se llama él, lentamente iba cambiando hasta que casi ya no lo reconocía. En mi mente infantil lo atribuí a lo que todos decían: “La edad…” Sin embargo había algo que no terminaba de convencerme, mi hermano ya no me trataba como antes, eso era evidente, pero sentía que ocultaba algo, algo que le dolía y que no quería que se supiese. A ratos la tristeza se apoderaba de mí porque antes de notar ese dolor en sus ojos solíamos contarnos todo lo que pasaba en nuestras mentes infantiles…

Me angustiaba porque me sentía inútil, sin poder ser de ayuda. Pero con el tiempo y mi crecimiento la tristeza por el ostracismo de mi hermano iría pasando a segundo plano. Las hormonas me harían pensar en un sinfín de cosas más, entre ellas mi homosexualidad, y pronto la relación con mi querido hermano se deterioro y quedo relegada al margen.

El reloj marcaba la 1:25 am, estaba cansado y decidí que era hora de dormir. Mamá tenía razón, mañana trabajo temprano y no soy precisamente el tipo de persona a la que le gusta levantarse y salir a trotar en la madrugada, si por mí fuera dormiría todo el día…

—Ya mañana me enteraré de todo lo que debe estar pasando en estos momentos con mi padre y mi hermano”— Esta vez dirigía mis palabras a un ser inerte que ha estado conmigo durante ya algo de tiempo, el felpudo Sr. E. Aproveche para tomarlo y ponerlo de almohada, así tal vez podría conciliar el sueño antes de que mis insomnes pensamientos me lo impidieran…

El horrible sonido de un trueno hizo que mis ojos se vieran obligados a abrirse y contemplar una tarde totalmente nublada. Llovía… Llovía como si el cielo se hubiese rendido y empezara a romperse en mil pedazos. Sentía las gotas de agua caer sobre mi rostro confundiéndose con las lagrimas que se escapaban de mis ojos… —¿Lágrimas?— Pensé. Sí, eran lágrimas, podía sentir como estaba llorando amargamente, el llanto brotaba de mis ojos con una mezcla de pena y frustración. Intentaba adivinar la razón de mis sentimientos cuando noté que un lúgubre frío recorría el aire. Su meta al parecer era adentrarse en mi piel, punzar para penetrar en mi ser y destruirme si era posible. Empezaba a angustiarme pero  no entendía muy bien el porqué. Me faltaban fuerzas, podía sentirlo. Allí, echado en el suelo, contemplaba como las lágrimas seguían corriendo movidas por la mayor de las tristezas que había sentido hasta ese día.

Un dolor inmenso se instaló en mi pecho mientras sentía mi corazón desgarrarse y segundos después me asusté al descubrir algo de dolor físico recorriendo por el resto de mi cuerpo, iba en aumento, no era tan intenso como el dolor que sentía en el corazón pero era igual de angustiante. Era demasiado, nunca me había sentido así y no sabía con certeza cuánto tiempo más podría aguantar, o si en realidad aguantaría.... Me desesperé ante esa última idea, no sabía por qué demonios me sentía así ni que había hecho para estar en aquellas circunstancias.

Intente moverme sin resultados, mi voz no encontraba salida, mi voluntad no podía moverse a ninguna parte de mi cuerpo que no fueran mis ojos. Permanecí así unos cuantos minutos más, intentando obligar a mi cuerpo a moverse; llorando intensamente por mi incapacidad, por el dolor en mi corazón y por el dolor físico que iba en aumento. De pronto, algo logró aterrorizarme aun más, mis ojos estaban cerrándose, se estaban dando por vencidos. Habían dado por terminada la batalla y con sus últimas fuerzas me enviaban la poca información que tenían disponible.

Con los pocos resquicios de voluntad que me quedaban logré mantener con vida mis húmedas pupilas  durante un par de segundos más. Mi mente actuó con rapidez, extraje de mi memoria los momentos más felices de mi existencia, quería escoger muy bien lo último en lo que pensaría si realmente se acercaba mi final. De entre muchos, escogí los recuerdos que correspondían a las veces que jugué con mis hermanos, lo contentos que éramos cuando podíamos escuchar una historia fantástica en la radio, cuando trepábamos arboles o nos defendíamos en la escuela si alguien intentaba hacernos daño. Éramos 4 hermanos: Adriana, Jonathan, Ricardo y yo, Andrés. Cuando era niño me gustaba imaginar que éramos un grupo de superhéroes salvando un mundo destrozado. Aún con la relación defectuosa con papá y mamá éramos felices… A veces, cuando alguien rompía algo en casa uno de nosotros lo cubría y en unas cuantas ocasiones alguno imploró entre sollozos que no castigaran al otro cuando veíamos un cinturón en las manos  de nuestros padres… —Mis hermanos, ¡Cuanto los quiero!... y ni siquiera pude despedirme…— pensé con agonía mientras podía ver las últimas imágenes de aquel cielo gris

El tiempo se me acababa y todo empezaba a oscurecerse. Al final solo pude pensar: —Padre… Madre… Adry… Jon… Ricky… Lo… siento… Real…mente lo sien…to… much...

No pude terminar la frase porque sentí mis ojos abrirse de manera tan violenta que por un momento pensé que estaban sangrando. No sabía dónde estaba, ya no había lluvia ni dolor, pero no podía moverme. El miedo me tenía paralizado por completo y no quería comprobar si podía o no mover mis músculos a voluntad. Tardé varios segundos en comprender que había sido una pesadilla, una monstruosa y horrible pesadilla.

Tome el móvil y vi la hora: 5:56 am… —Tan solo a 4 minutos de que suene el despertador— Dije en voz baja— Oí como la puerta principal de mi casa se abría y el correspondiente chasquido al cerrarse me recordó que seguramente era papá. Si él volvió a casa solo significaba una cosa: Ricky estaba bien, a salvo y sin cargos. De ninguna manera el regresaría si no fuese así. Sentí ternura por mi padre, sabía que él nos amaba y en el fondo solo quería lo mejor para nosotros.

Por un momento me pregunté si Ricky vendría con él, pero recordé que debería estar lo suficientemente avergonzado como para mirarnos a mamá o a mí. Debió irse a su casa apenas salieron de las oficinas del CDP. Ni él, ni Adry o Jon vivían con nosotros pero nos visitaban a menudo y yo se los agradecía infinitamente, no solo porque me alegraba verlos, sino porque sabía que a mis padres eso les iluminaba el día.

Me levante enseguida y aun con algo de miedo por la reciente pesadilla caminaba hacia el baño dispuesto a darme una ducha, pasé por el espejo gigante que hay en la pared del corredor y revise mi reflejo detenidamente. Era alto, me gustaba como lucía, cabello castaño y ojos de color miel. Una de las pocas buenas costumbres que tenía era hacer ejercicio físico casero (mancuernas y barras) por lo que me veía fibrado, con el pecho y abdominales un tanto marcados (Hay que ser realistas, no soy Mr. Bíceps o algo por el estilo, pero me gusta mantenerme en forma). Llevaba puesto unos bóxers cortos que había comprado con minuciosidad y orgulloso contemplaba como me quedaban perfectos (Tengo una especie de mini fetiche por la ropa interior, lo acepto).

Me duche rápidamente no sin antes repasar cada detalle de la horrible pesadilla que minutos antes había tenido. El miedo volvió por un instante y me pregunté si tal vez había sido un sueño premonitorio o algo parecido. Deje que el agua se llevara la preocupación y salí de la ducha dispuesto a ponerle algo de optimismo al asunto. –Solo es un sueño— me repetía a mi mismo si por accidente mi mente tocaba el tema de nuevo.

—Buenos días— dije casi en un susurro al ver que mi madre estaba saliendo de su cuarto y se dirigía al baño.

—Buenos días mijo— respondía con ternura. Noté como había una sombra oscura alrededor de sus ojos. Era evidente que no había conseguido dormir con tranquilidad. — ¿Dormiste bien?— me preguntaba con cierto aire de preocupación.

—S...sí— dije yo con un poco de inseguridad ante su pregunta, no me gustaba mentirle a ella y las pocas veces que lo había hecho se había dado cuenta al instante de mis intenciones. Esta vez no fue la excepción.

— ¿Qué te pasa?— volvía a preguntar, esta vez con un tono totalmente preocupado…

—Nada— respondí yo con timidez. –Solo un mal sueño, eso es todo…— Le estaba diciendo la verdad, o al menos una parte de ella…

Se quedó pensativa por un momento. –Bueno, nadie la ha pasado bien esta noche— dijo un tanto melancólica mientras se encaminaba de nuevo hacia el baño.

– Apúrate que si no te atrasas— ultimó en su papel habitual de sargento militar impartiendo órdenes a todos.

Sonreí, por lo menos ella volvía a ser la misma de siempre. Me vestí rápidamente, me arreglé intentando no demorarme mucho y en unos instantes ya estaba saliendo de mi casa para dirigirme al trabajo. Mi padre se había acostado nada mas llegar y ahora debía estar profundamente dormido así que solo me despedí de mamá.

Mientras caminaba hacia la estación de buses pude advertir que un sonido familiar se escuchaba desde el interior de mi bolsillo. Era una llamada, vi el remitente: Anggie, contesté con un poco de entusiasmo.

—Hola amoooor— intenté ponerle un poco de ánimo a mi saludo.

—Hola guapo— respondía un poco adormilada. — ¿Cómo estás?—

—He tenido mejores días— suspiré mientras intentaba mantener una leve sonrisa. –Ya hablaremos de eso después— en realidad no quería hablar por teléfono sobre mi inquietante pesadilla.— ¿Aún con sueño?— pregunté intentando cambiar de tema.

—Sí, hoy entro a trabajar un poco más tarde que tú pero tenía que resolver algunos trámites tediosos en la U— lo decía con voz aburrida. –Así que pensé en despertarte, con lo que te gusta dormir no me extrañaría que llegaras atrasado al trabajo— al parecer la malicia de hacerme una broma era lo que la impulsaba a hacerme esa llamada… Aunque ella dijera lo contrario.

—Ok, gracias amor por tu “consideración”—  me quitaba un poco de estrés cuando bromeaba con ella. —Mejor hablamos después porque estoy a punto de subirme al bus y voy con el tiempo contado— dije recordando que no tenía mucho tiempo para llegar a mi trabajo.

—No me sorprende, no me sorprende— replicaba ella entre risas. Acto seguido se despidió con un —Nos vemos luego guapo— y cerro la llamada. Me había dejado con una sonrisa en los labios.

Anggie siempre era así, preocupándose por lo demás, intentando ayudar a todo el mundo y haciendo sonreír a las personas que estaban dentro de su círculo. Me gustaba mucho hablar con ella, conversábamos sobre nuestros problemas, a veces incluso llorábamos y como no podían faltar las ocurrencias, nos molestábamos poniéndonos novios guapos que a veces aparecían en el banco donde trabajamos. Era de las pocas personas que sabían que era gay y fue un apoyo enorme cuando se lo conté a mis padres y hermanos. Con el tiempo y las circunstancias nos volvimos muy unidos.

Llegué a mi destino y me baje de la estación. Mi mente se sentía incomoda, quería contarle a mi amiga sobre la pesadilla, necesitaba quitarme de la cabeza esa sensación tan extraña que tenía. Podía recordar cada detalle de ese horrible sueño si me lo proponía, pero como me había prometido no hacerlo, apresuré el paso para llegar a la entrada del sitio donde laboraba. –Ya se lo contaré cuando llegue— me dije a mi mismo para tranquilizarme un poco.

Toqué el timbre, al lado una puerta de hierro totalmente blanca y sin ningún tipo de adorno se levantaba imponente ante mí. El mensaje era claro sin necesidad de estar escrito: “Nadie puede atravesar esta puerta sin autorización”. Una voz casi ronca me contesto por el comunicador:

—¿Sí buenos días?— Era el guardia de turno, “el carcelero” como solía decirle yo.

—Buenos días— dije con el tono más amable que pude. –Cajero de las 7:30— comenté al instante conociendo la rutina.

—Son las 7:31, caballero— esta vez noté una sonrisa burlona en su voz. Al fondo pude escuchar que alguien ordenó: —Ya déjelo entrar— y “el carcelero” cambiando totalmente su tono de voz balbuceó: —S..sí señor—

La puerta se abrió dando un “click”. Pasé rápidamente y saludé a todos los que me encontré.

—Esta vez sí te envío un memo— dijo una voz seria atrás de mí. Me volteé para averiguar quién era y sonreí al ver que se trataba del inspector. Era Diego, mi superior inmediato, pero más que eso era un compañero con el que me llevaba bien. Le ofrecí una tímida sonrisa con el fin de disculparme. Al parecer no estaba muy contento…

—De esta no te salvas— me decía al mismo tiempo que miraba de reojo al guardia, entonces pude comprender todo.

—Lo siento mucho señor— fingía arrepentimiento en mi tono de voz.

—Acompáñeme por favor señor Villacrés— dijo más serio que la muerte mientras una sonrisa estúpida se dibujaba en el rostro del guardia.

Cuando estábamos alejados unos metros de la puerta principal me dijo en su tono de voz habitual:

— No siempre podré salvarte el culo, maldito pendejo atrasado— y acto seguido empezó a reírse.

—Vale— susurré un poco sonrojado. –Muchas gracias—

—Nada de eso— dijo de manera burlona. –Las gracias no me van a pagar las cervezas que me debes— seguía con esa sonrisa en el rostro.

—Jajaja, ok— sonreí.

—Ahora corre rápido que ya deben estar repartiendo los fondos para cada cajero y no quiero tener ninguna llamada de atención— me advertía esta vez, con seriedad autentica.

—Ok, muchas gracias señor— me erguí rápidamente y salí de su presencia no sin antes agradecerle con la mirada.

Saludé con los demás compañeros de trabajo, a veces me da la impresión de que salieron del colegio hace pocos días. Algunos me hacían reír con sus ideas jocosas o comentarios “picantes”, otros sin embargo me parecían muy pesados y difíciles de tratar. A pesar de todo consideraba que éramos un buen grupo de trabajo. Nos ayudábamos mutuamente si alguno tenía problemas con algún cliente, salíamos en grupos a comer algo o simplemente conversábamos entre nosotros durante nuestro tiempo libre.

Siendo el último en hacer los preparativos necesarios, con el uniforme arreglado, el cabello bien peinado y los papeles necesarios para empezar a hacer caja, me dirigía a mi puesto de trabajo con la intención de comenzar ya aquel día laborable. Al doblar la esquina del corredor para acercarme a mi cubículo y sentarme en mi cómoda silla me di cuenta de que las puertas de los 2 cubículos anteriores al mío estaban abiertas. Hasta donde yo sabía debían estar cerradas ya que no tenían a un cajero para que trabajara adentro.

Me acerque con algo de curiosidad a la primera puerta y al asomarme por el marco pude ver a un chico sentado con un bolígrafo en la mano. Estaba de espaldas  empezando a atender a los primeros clientes del día. Le hice un escaneo a la velocidad de la luz (Si es que es posible claro está). Era alto, se le notaba a pesar de estar sentado. Tenía una espalda ancha, lo que me llevo a la pequeña conclusión de que hacia ejercicio. Su tez era clara, cabello oscuro y al percatarse de que alguien lo miraba desde atrás giró rápidamente, dejándome ver un rostro perfilado y una sonrisa deslumbrante. Pero lo que más me había llamado la atención fue ese par de ojos color cielo que al observarme entre expectantes y atrevidos me dejaron embobado por una fracción de segundo.

—Piensa rápido, piensa rápido, PIENSA RÁPIDO— me decía mi cerebro, aunque de seguro ese perfecto ejemplar de hombre ya había notado que me empezaba a poner nervioso.

—Sería mejor que cerraras la puerta— comencé poniéndole toda la confianza posible a esas primeras palabras y esbozando una media sonrisa... –Buen trabajo Einstein— exclamaba mi cerebro en tono de burla…

—Ok, muchas gracias— respondió él mientras sonreía como uno de esos modelos de perfumería. –Por cierto, un gusto, me llamo Michael pero puedes decirme Mike— continuó esta vez extendiéndome la mano…  —Coma mental en 3…2...1—. Al parecer la situación le parecía graciosa a mi cerebro porque no paraba de dejarme en claro que estaba quedando como un idiota.

Le estreche la mano rápidamente y entonces escuche unas palabras que me hicieron sentir a salvo, una frase que en otras circunstancias me hubiese molestado pero que ahora me servía de salvavidas.

—NO TENEMOS TODO EL DÍA JOVEN— Reclamaba una mujer de mediana edad, un tanto obesa y con cara de pocos amigos que estaba al otro lado de la ventanilla.

—S…sí, perdón, lo siento mucho— Respondía él girándose de inmediato y dejándome de nuevo con la vista de su ancha espalda. –Lo perdemos Houston, lo perdemos— tenía que idear una frase ingeniosa con la cual irme pero recordé que casualmente YO TAMBIEN TENIA UNA CAJA QUE ATENDER así que mande toda la presentación al bote y al final solo dije:

—Nos vemos luego, un gusto conocerte— Me retiré mientras agudizaba mi oído. Talvez Mike se despediría. Aguardé solo un poco antes de cerrar completamente la puerta pero no, no dijo nada. –Houston, lo perdimos—

Decidí no hacer caso a las “jocosas” ocurrencias que mi mente generaba…

Intenté apresurarme hacia mi caja pero me percaté de que había otra puerta aún abierta, solo pensaba mirar de reojo y luego esfumarme a toda velocidad.

Él estaba de pie, apoyando una rodilla en la silla y concentrado en la impresora. Llevaba puesto un abrigo que también era parte del uniforme pero que yo me rehusaba a ponérmelo porque me hacía ver como si tuviese un mamut encima. Su piel tenía un bonito color canela. Un par de gotas caían sobre su frente y noté que su cabello estaba ligeramente despeinado. Sus ojos eran oscuros, o al menos eso parecían ya que llevaba lentes. En conjunto me pareció muy guapo y al verme me dedico una tímida sonrisa.

—H…hola, tal vez podrías ayud…—

No lo dejé terminar, lo miré con ternura y me acerque rápidamente a él. Puse mi mano sobre la impresora, sabía el problema que tenía y estaba dispuesto a ayudarlo aunque me ganara otro regaño de Diego. Yo sabía perfectamente cómo se sentía ser “el nuevo” y lo mal que se pasa a veces en el primer día.

—Hola— Le decía con entusiasmo después de haber cortado su saludo. –Me llamo Andrés— lo miré a los ojos mientras me presentaba. Él me miraba con gratitud, como si le hubiese salvado el día.

—Lo siento, si me regalan un segundo— continuaba, esta vez me dirigía con calma hacia los clientes.

—No se preocupe joven— Me contestaba un hombre un poco avanzado de años. Sonreí de manera autentica, era bueno saber que aún quedan clientes amables.

—Muchas gracias— dije con una sonrisa y de inmediato me voltee para arreglar el problema de la impresora. Era un problema simple, el papel se había atascado y como la tinta no había dejado de fluir, se corría por uno de los lados de la impresora dando la apariencia de que el problema era mucho más grave. Con mucho cuidado logre sacar el papel atascado y luego limpié los restos de tinta con mi pañuelo. El nuevo cajero solo me observaba asombrado, como si estuviese presenciando el ensamblaje de un complejo robot o algo por el estilo.

— ¡Ya está!— exclame con orgullo al terminar, había tenido la suerte de no mancharme de tinta aunque mi pañuelo no haya resultado tan afortunado.

— ¡Muchas gracias! en verdad ¡Muchísimas gracias!— Sentía como no le alcanzaban las palabras para agradecerme. Ambos nos sonreímos y un segundo después recordé que mi caja seguía abandonada. ¡MI CAJA SEGUÍA ABANDONADA!…

—Bueno, nos vemos después— dije con prisa. –Diego me va a matar— pensaba un poco incomodo, sin embargo no me arrepentía.

—Claro, nos vemos después, una vez más ¡Muchísimas gracias!— sonreía haciéndome sentir como un jodido salvador. Al instante se volteó para poder atender a sus clientes. Cerré la puerta con una sonrisa en el rostro.

— ¡MI CAJA, MI CAJA!— me preocupe al volver a la realidad. Apenas llegué me dispuse a atender a todos los que podía. Con una sonrisa en el rostro y endiabla velocidad logré dejar vacía mi columna de personas.

Varios minutos después me acomode en mi silla pensando en lo que había pasado, en esa sonrisa llena de gratitud que me había dedicado… En su nombre… En… En…

— ¡Oh mierda!— me enfade. –No sé su nombre ¡Que pendejo! ¡No le pregunte!  ¡Cómo pude olvidarlo!…—

—Se llama Michael— Una voz familiar me sorprendió por detrás.

— ¡Anggie! Mujer, ¡¿como estas?!— pregunté con total emoción, yo mismo me asusté al ver el entusiasmo con el que lo hacía.

—Muy bien, muchas gracias guapo, pero veo que estás mejor que yo. A juzgar por esa sonrisa…—

—Si… bueno— Dije yo conteniendo un poco mi alegría. –El día está muy bonito, ¿verdad?—

—Claro que sí— respondió al instante. –Y mas con el nuevo “espécimen” que llegó— Una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro,  esta mujer tramaba algo…

Ambos reímos por un momento, sin embargo había algo que me tenía confundido.

—Por cierto, ¿cómo sabias de quién hablaba hace un momento?— pregunté totalmente confuso. Ella se había equivocado pero quería saber que tramaba

—Pues porque yo sabía que te iba a gustar— respondió aun con picardía.

— ¿Sabías?— comenté mientras una idea empezaba a formularse en mi mente. –Dios mío, tu sí que eres de armas tomar—

—Bueno, tampoco te ilusiones, solo es un amigo al que ayudé a entrar aquí— me dijo un poco seria.

—Pues tu amigo me parece muy guapo— aseguré mientras recordaba la desastrosa presentación que había tenido con Mike.

—Bueno, deberías agradecerme, no tienes que esforzarte mucho con él— empezó esta vez con una sonrisa astuta.

— ¿A qué te refieres?— pregunté totalmente confundido.

—Tan inteligente para unas cosas y tan tontito para otras— me golpeó suavemente la cabeza —Me refiero a que él es gay. Y pues… tu también. Solo allané el camino un poco…—

Tarde unos segundos en comprender, al final abrí los ojos como un par de platos al descubrir lo que mi querida “Anggie” había hecho…

— ¡Angélica que le dijiste!— casi gritaba del pánico.

—Acaso no es obvio— dijo ella conteniendo una carcajada.

Por unos segundos me había quedado en blanco. ÉL LO SABÍA, SABÍA QUE ERA GAY y yo haciendo el tonto allí adentro con un cerebro burlándose de mí cada 5 segundos. No creía tener las fuerzas para verle a los ojos de nuevo.

—Bueno yo tengo que irme, nos vemos en el almuerzo… O tal vez no— La mire fijamente, ahora me daba miedo su sonrisa…

Desapareció al instante, como un niño que hace su travesura y después  busca el rincón más alejado para esconderse. Miré el reloj, 10:43am. Por un lado la sola idea de volverlo a ver me hacía enrojecer de la vergüenza y por otro también quería sonreír. —Creo que al fin enloquecí— susurre rendido en la ventanilla…

Al final ni siquiera tuve tiempo de comentarle a mi amiga acerca del estúpido sueño que había tenido…

Mientras revisaba información en el PC me percaté de que la gente iba saliendo de sus cubículos. Mire de nuevo el reloj, 12:31 pm. Me sorprendí de lo rápido que había pasado el tiempo.

—Aaaaaaaaaal…muerzo— rugía mientras la emoción se apoderaba de mí. Salí apresurado sin regresar a ver si alguien quedaba aun trabajando. La hora del almuerzo era sagrada para mí así que no me gustaba interrumpirla por nada.

Llegue a la cafetería e hice fila para tomar los alimentos y poder comer tranquilamente. No tenía mucha hambre así que solo tome un poco de cada cosa. Al girarme para buscar un puesto cómodo para almorzar… Lo vi, sentado en el extremo de una mesa, tomando los cubiertos con mucho cuidado, como si calculara en donde cortar y de donde probar. Se veía tan tímido y tan hermoso a la vez con esos lentes y ese cabello un poco desarreglado. Talvez intuyó que alguien lo observaba porque regresó a ver para todos lados hasta que dio con mi rostro. No pude evitar sonrojarme un poco cuando sus ojos se encontraron con los míos.

Una tímida y hermosa sonrisa se dibujó en su rostro. Vi que nadie estaba sentado a su lado, así que decidí hacerle compañía. Apenas di 2 pasos cuando escuché que alguien gritaba mi nombre.

— ¡Andrés!, por aquí— era Anggie, al parecer tenía mucha energía hoy día. A su lado estaba Mike mirándome un poco nervioso.

— ¡Voy!— contesté rápidamente.  Regresé a ver a mi tímido compañero y pude notar como una pequeña sombra de confusión  se asomaba en sus ojos.

Con unos cuantos movimientos ágiles me deslicé por los pequeños corredores de la cafetería hasta encontrarme con Anggie y Mike. Dejé la bandeja con comida sobre la mesa y me apresuré a preguntar.

— ¿Podemos llamar también a…? Señalé a mi nuevo amigo con la mirada, pero al hacerlo me percaté de que había entablado conversación con una chica que también trabajaba ahí. Creo que era secretaria o algo así. Sentí como una pequeñísima parte dentro de mí se entristecía.

— ¿A quién?—preguntó Anggie un poco molesta

—No, a nadie…—respondí sin muchas ganas.

Entonces recordé que Mike también estaba con nosotros, una vez más sentía como mis nervios tambaleaban. Lo miré de reojo y pude darme cuenta de que me seguía observando con atención. Tenía que buscar la forma de controlar mis nervios antes de que la situación se me escapara de las manos.

—Bueno, yo tengo que irme, hay papeles que aun no tienen mi firma y sello—  dijo Anggie con clara intención de dejarnos solos.

—Ok, te veo después— decía Mike con tono seguro. Tal vez fue mi imaginación pero por un momento me pareció ver cómo se despedía de mi amiga guiñándole un ojo.

Mientras ella se alejaba empecé a idear algún tema de conversación interesante para tratarlo con Mike. Esta vez no me pillaría con la guardia baja. Pero curiosamente y a pesar de mis esfuerzos no conseguí mayor cosa que el clima, el trabajo y si se daba la oportunidad intentaría hablar sobre “chicos”.

—Bueno…— empezó rompiendo el silencio incómodo que nos rodeaba. —…Al parecer es un banco muy bonito— sus ojos claros miraban hacia todos lados fijándose en esto y aquello.

—Sí— comenté tratando de que se me ocurra algo interesante por decir. –Apenas te acostumbres notarás que las horas pasan muy rápido— No quería que se lleve una mala impresión en su primer día.

— ¿Ah si?— me miraba extrañado. — ¿Cuánto tiempo llevas aquí?— Preguntó mientras tomaba  un poco de su jugo de fruta.

—No mucho en realidad, apenas 2 años— Había hecho un cálculo rápido en mi mente.

— ¡2 años!— exclamó casi atrancándose con su bebida. – ¡Pero eso es mucho!— sus ojos se habían abierto de manera exagerada.

—Jajaja, pues a mí no me parece tanto — repliqué divertido. Empezaba a agarrar confianza con este tipo…

En ese momento sonó una leve alarma que indicaba el fin de nuestros 30 minutos para almorzar, ahora le tocaba a otro grupo y debíamos retirarnos. Una vez más me asombré de lo rápido que había pasado el tiempo.

—Tendremos que seguir nuestra conversación en otro sitio—  dijo esta vez muy seguro de sí mismo. Me estaba quedando claro que le gustaba ir al grano.

—Por supuesto— aseguré mientras me levantaba. Me di cuenta de que no había tocado mi comida, así que lentamente deje la bandeja en un lugar poco visible. De seguro la encontraban después y ponían todo en su sitio.

— ¿Qué tal si nos vemos en ese restaurante que está a 2 cuadras de aquí? Me han dicho que la comida es exquisita. —

— ¿Cajún?— adivinaba sin mucho esfuerzo.

— ¡Exacto!— dijo al fin con esa sonrisa que haría derretir a cualquiera. – ¿Te parece bien al final del día? Digo, cuando todos hayamos salido de aquí—

En ese instante me di cuenta de que todo había sido muy fácil. Ya tenía una cita con un el chico mas bueno de todo el banco y con suerte la noche sería divertida. Al final Anggie tenía razón: No tendría que esforzarme mucho con él…

—Claro, por mi está bien— aseguré intentando sentirme afortunado.

— ¡Pues ya esta!— ultimó con energía mientras empezaba a alejarse. –Nos vemos en la tarde…—

—Nos vemos Mike— me despedía con una sonrisa.

Recordé algo importante. Busque con la mirada a mi tímido amigo, tal vez aun seguía allí, esperando…  Revise detenidamente cada rincón de la cafetería y después de contemplar por un momento su asiento vacío sentí como esa pequeña sombra de tristeza volvía.

Regresé a mi caja y noté como el resto del día transcurría como siempre, en la monotonía de mi cubículo y respondiendo con una sonrisa los comentarios amables de algunos clientes.

Cuando tenía algo de tiempo libre me paseaba por el corredor con cualquier excusa: tomar agua, ir al baño e incluso la copiadora. Lo hacía con la única finalidad de intentar hablar con aquel chico de mirada tierna y sonrisa tímida, pero siempre que pasaba encontraba su puerta cerrada. No me quería dar por vencido, antes de que acabara el día por lo menos tenía que saber su nombre…

—Pues no hay de otra, si los dejas para mañana se te van a acumular— sentenció Diego, el muy maldito me dejo trabajo extra sobre la mesita de entrada.

—Pero ya solo faltan 15 minutos para la salida— casi le suplicaba.

—Pues entonces termínalos rápido— dijo mientras cerraba la puerta tras de sí. No me dejó objetar nada más.

—Puedes ser muy hijo de puta si te lo propones— murmuraba entre dientes.

Agilité mi mano como nunca, tenía una cita con Mike y aunque no había representado un reto para mí eso no le quitaba lo bueno que estaba. Por un momento mi guapo amigo de ojos negros se volvió secundario para mi mente.

Los minutos corrían y empezaba a caer la noche… — ¡POOOR FIN!— exclame victorioso al terminar de revisar y cuadrar la última hoja. Eran las 7:20 pm. No debían quedar muchos por aquí.

—Vaya jornada tan agotadora— refunfuñaba mientras tomaba mis cosas y me alistaba para a salir a toda prisa. No tenía el número de Mike, así que lo único que me quedaba era la esperanza de que aún me estuviera esperando en el “Cajún”.

Me despedí del “carcelero”, quien me abrió la puerta de mala gana y ya en la calle me dispuse a correr a toda velocidad. Con lo apurado que iba no me percaté de que alguien me estaba siguiendo…

Lo primero que sentí fue un pequeño golpe en la espalda que me hizo frenar al instante. Pude ver que alguien más se acercaba desde la oscuridad del callejón que tenía en frente. Había estado a punto de doblar la esquina cuando el de atrás me había alcanzado.

—Tranquilo que no te va a pasar nada— susurró mientras me daba una palmada en la espalda. –Tú solo coopera y aquí no habrá sangre— respondía el que tenía adelante, como si recitara alguna especie de rima con su compañero.

Intenté dar un paso a un lado, con suerte podría maniobrar ágilmente y lograr escapar de mi primer robo. Pero me quede totalmente petrificado al notar que el de adelante se llevo rápidamente una mano a la cintura y al levantarse la camiseta me mostraba una parte de lo que parecía ser un revólver.

—No nos vas a dar problemas… ¿Verdad?—  Murmuraba de nuevo el sujeto que tenía a mi espalda. Aterrorizado sentí como algo puntiagudo y frío se posaba sobre mi cuello, su filo se movía hacia los lados y ejercía un poco de presión en mi garganta. No quería imaginarme qué podría ser, pero estaba seguro de que nada bueno pasaría si me movía un solo centímetro.

El pánico me empezaba a invadir, sabía que la calma era lo último que debía perder pero no tenía muchas opciones. Al final decidí darles mi billetera y decirles que se largaran de mi vista. Ya había tenido suficientes experiencias en este día…

—¿qu….que quieren?— suspiré rendido.

—No queremos dinero si a eso te refieres— Dijo el de atrás mientras su asquerosa lengua tocaba mi oreja y su mano izquierda me agarraba una nalga. –Pero mira que culazo tienes—

Mis ojos se quedaron en blanco, el terror había logrado envolverme por completo, mis músculos se negaban a moverse y un par de gotas empezaban a formarse en mis ojos. Intentaba decir algo pero de mi boca solo salían balbuceos inentendibles…

—No, por… favor… no…— rogaba en mi mente ya que mis labios eran incapaces de hacerlo…

No tenía forma de escapar, lo sabía. Un movimiento en falso y las posibilidades eran infinitas, un disparo en cualquier parte del cuerpo resultaba fácil, lo que me rozaba la garganta podía degollarme sin mucho esfuerzo, inclusive un buen golpe en la cabeza podría resultar fatal…

Me rendí, si antes podía mantener un poco la calma, ahora, al saber que no era dinero lo que buscaban, la había perdido totalmente. La  sola idea de ser violado me llenaba de un terror superior a todo. Inclusive la muerte me parecía menos temible si comparaba a ambos.

Fue allí, al borde del colapso nervioso,  cuando advertí que un suave eco se escuchaba desde la lejanía. La noción del tiempo y del espacio empezaba a desaparecer y aquel eco paulatinamente se había transformando en una dulce melodía que me envolvía lentamente.

Los segundos empezaban a alargarse al escuchar tan melódico sonido… Sin embargo, su volumen seguía creciendo y ahora era una voz fuerte, temible y hermosa a la vez que retumbaba por los alrededores. Sonaba tan imponente como el trueno y tan sublime como el canto de un ruiseñor…

— ¡Andrees!, ¡Andreees!— exclamaba aquella magnífica voz, llenándome por completo de paz… El miedo había desaparecido dando paso a una perfecta sensación de seguridad. El pánico se esfumo totalmente y en su lugar ahora solo había una deliciosa sensación de tranquilidad.

Sin embargo a mis indeseados compañeros no les pareció nada hermosa aquella voz. En un par de segundos  podía verlos alejándose a toda velocidad. Suspiré un poco y al no sentirme amenazado me dejé caer mientras aquel celestial sonido me protegía.

— ¡Qué curioso!— pensé fugazmente al notar la sangre bajando por la piel de mi cuello. —Cómo puede haber sangre en el paraíso…—

¡Hola!, esta es la primera vez que me animo a publicar algo que escribo, espero que sea de su agrado. Estaré infinitamente agradecido si valoran este relato y/o me hacen llegar sus opiniones (o correcciones) para mejorar mi calidad de redacción. Avisenme si quieren la continuación y... ¡MUCHAS GRACIAS POR LEERME! (^^)//