La dolce vita - Besos Mortales (4)
La función debe comenzar.
Ha pasado mucho tiempo desde que publiqué la última parte de esta historia casi autobiográfica. Para quienes leen esto por primera vez el siguiente es un pequeño resumen:
"Andrés Villacrés, un cajero de banco, conoce en uno de sus tantos días laborales al que llegará a ser el dueño de sus pensamientos, Leonardo Martinez. Todo parece fluir de manera natural, pero una serie de inconvenientes, incluida una novia psicópata, convertirán su relación en un camino escabroso donde los sentimientos de ambos se pondrán a prueba. Leonardo tiene más problemas de los que parece y tras un incidente de índole criminal, Leonardo, Andrés y el hermano de éste se ven involucrados en un gran problema de consecuencias funestas para uno de los 3..."
— ¡No!, ¡de ninguna manera!
—Pero Andrés —mamá intentaba convencerme de cualquier forma—, tu padre sabe lo que hace…
—Lo sé —respondí hastiado— pero todos… absolutamente todos saben también que esta vez es diferente.
Las palabras me sabían a hiel pura. Estaba tan cansado de que siempre termináramos haciendo lo mismo. La historia era demasiado odiosa como para aguantarla una vez más.
Adry y Jhon lo sabían perfectamente, a mí costado lo único que hacían era asentir a todo lo que decía y mirar con tristeza los débiles intentos de mamá por convencerme de que hagamos lo de siempre: recurrir al soborno sentimental (e incluso material) que los abogados de papá tejerían sin ningún esfuerzo sobre las autoridades incompetentes.
— ¿No se dan cuenta de que así no lo ayudamos en lo absoluto? —recriminé a todos con desdén— lo único que hacemos es cavar su propio agujero. Él nunca escarmentará, no hay… —dije casi quebrado—no hay poder humano que lo haga cambiar.
—Solo podemos recurrir a dios —intervino de pronto Adry con la voz temblorosa— debemos dejar todo en sus manos.
Mi agotado ademán de incomprensión habló por mí. No estaba para la labor de convertir la charla en una discusión ideológica. Desalentado, me senté de nuevo en el sofá, los demás me imitaron y al descansar mi frente sobre la palma de la mano me impedí ver como todos esperaban a que dijera lo siguiente.
—Es demasiado diferente esta vez —continué renovando fuerzas— no sólo es un simple accidente de tránsito. ¿Es que acaso “secuestro” no les suena a algo grave?
—Pero no fue intencional —repuso Jhon preocupado.
—Por supuesto que no fue intencional—respondí al instante—, pero eso no es lo que las autoridades dirán en la audiencia.
—Con más razón necesitamos a tu padre —intervino de nuevo mamá—, entiende que él puede hacer que los jueces cambien de opinión…
—No hay juez tonto, madre —intenté ponerle todo el carió a mi corrección—, todo el mundo sabe que poner las manos al fuego en un caso como este les costaría el puesto, sino la cárcel. Y no creo en verdad que exista un soborno que alcance para comprar una voluntad en éstas condiciones. ¡Recuerden que el tipo que terminó secuestrando este imbécil también debe tener familia!
—Lo que sigo sin entender —asintió Jhon— es la manera en la que terminó todo esto. No estaba borracho, no necesitaba dinero… ¿favores debidos a Don Bruno?
—Me sorprende que te lo preguntes…
»Por favor… —me llevé las manos a la cara intentando regresar al tema central— no nos desviemos, necesito soluciones reales y directas para esta situación.
El silencio respondió por todos. Intentaba devanarme los sesos con el afán de obtener alguna idea que zanjara la cuestión. La noticia nos había llegado hace apenas un par de horas. Papá, como era de suponerse, salió de inmediato para empezar a preparar sus papeles. Pero esta vez estaba seguro de que no lograría nada, es más, solo agravaría la situación. Necesitábamos encontrar una mejor solución al problema y actuar antes que él. La carrera contra el tiempo había empezado…
— ¿Alguien sabe algo de la familia del joven que casi secuestró? —preguntó Jhon como diciendo: ¡“Eureka”! mientras se levantaba de su sillón.
—El sargento a cargo solo nos contó que el tipo llevaba puesto su uniforme de trabajo —comentó Adry con desgano— y lo demás está en investigación…
—No nos sirve de mucho, ¿para qué quieres saberlo? —añadí con iguales ganas que Adry.
—No importa si es lo único que sabemos del joven —respondió con entusiasmo—. Lo importante es que podamos contactar a su familia…
—Bueno —continuó Adry— creo que esa información la tiene la Policía Judicial, pero me imagino que nos la darán si se lo pedimos como familiares del involucrado.
—Eso espero… —prosiguió Jhon con ese aire resuelto que empezaba a darme miedo— porque lo que estoy a punto de proponerles es algo un poco arriesgado, e inclusive deshonesto si quieren verlo así…
Y efectivamente nos contó su plan. No era tan descabellado si se lo veía de nuestra perspectiva. Con cuidado pulimos unos cuantos detalles más y en un par de horas todos llegábamos a las oficinas de la Policía Judicial…
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— ¿Qué es esto? —le pregunté totalmente asombrado.
—Es un nido de pájaros —contestó con el orgullo propio de un niño de 9 años que ha respondido correctamente la pregunta de ciencias naturales.
— ¿Podemos quedárnoslo?
—No, mamá dice que allí nacen los pajaritos, si nos lo llevamos no podrán nacer.
—Pero solo un ratito… luego lo devolvemos.
—No Andy, si mamá se entera nos dará doble plato de sopa hoy.
—Sopa —respondí con instinto— ¡puaj!
Dejé el nido en su lugar y nos bajamos del árbol para jugar un poco en el potrero de la abuela. Los cuerpos frágiles del trigo y la cebada bailaban con el viento, las pequeñas amapolas sonreían al sol y nosotros corríamos de esta roca hacia aquella buscando lo que sea que se mueva y sea entretenido.
—Ricky… —lo llamé para despejarme una duda.
—Qué pasa esta vez —contestó mientras levantaba una roca en busca de sapos o gusanos.
— ¿Podemos volver al Gran Árbol mañana para ver si nacieron los pajaritos?
—Claro, pero solo si me prometes no robar el nido.
—No lo haré —afirmé todo lo erguido que pude, papá siempre levantaba el cuello cuando iba a decir algo importante, quise imitarlo.
—Ahora ayúdame a buscar gusanos para darles de comer a las truchas del estanque.
Y nos pusimos manos a la viscosa obra hasta que otra duda me asaltó de nuevo.
—Ricky…
—Que…
— ¿El Gran Árbol siempre tendrá ese nido?
—No sé, pero mamá dice que los árboles viven muchísimos años…
— ¿Hasta que seamos viejitos como el abuelito?
—Creo que sí.
—Vaya, deben pasar muchísimos lunes para que eso pase, ¿cierto?
—Si Andy, pasarán muchísimos lunes, y muchísimos domingos para que seamos viejitos y arrugados como el abuelo…
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—Tal vez ese árbol aún exista —mascullé para mí mismo cuando llegábamos a las puertas de la corrupta institución.
Hay un instinto sobrenatural que presagia las desgracias, cada ser humano lo posee en menor y mayor medida; hay quienes sueñan destinos próximos o quienes tienen pequeños lapsos de visiones futuristas. El mundo está tan lleno de diversidad y de posibilidades…
Así los milagros son tan solo la capacidad que tenemos las personas de aceptar una realidad que no es la nuestra, de poder traspasar reglas tan importantes y reales como la de la gravedad, de vivir otros mundos en los cuales no somos más que simples caracteres dentro de un código gigantesco. Somos mucho más que un simple punto en el planeta y al mismo tiempo nuestra existencia es insignificante comparada con la de otros que han logrado romper los límites trascendentales.
Lo especial, por así decirlo, que yo tengo para anunciar lo poco o mucho que va a pasar son los recuerdos; lástima que en todas las ocasiones soy lo suficientemente incrédulo como para desconfiar en la propia capacidad de mi mente, pasando por alto las débiles señales que la vida siempre me ofrece.
Toda mi familia se bajó del automóvil intentando no caer presas del pánico, en grupo sabíamos lo que haríamos pero nadie tenía el valor suficiente para decirlo de nuevo.
Una, dos y luego muchas salas fueron recorridas por nuestros pies ávidos. Mamá y Adry irían con los policías que seguramente ya habrían redactado el parte, con suerte y algo de soborno lograrían redactar nuevamente el documento, clonar su número de serie y archivarlo… parecía complicado pero es un trámite que se hace comúnmente por estos sitios tan… honorables.
Jhon trataría el tema con el notario de turno antes de que se de paso a la audiencia, averiguaría cual era el fiscal de turno y trazarían un plan utilizando la amistad que siempre existe entre este tipo de personajes, o lo que es lo mismo: el chantaje y el dinero que siempre juegan de rojo en un juego de banderas blancas.
Yo me llevaba la peor parte, la familia del afectado…
Claro que nadie iba con un manojo de esperanzas y lágrimas para convencer. Adry tendría a medio bufete de abogados al amanecer y Jhon haría una sola llamada para tener todo el respaldo y asesoría legal de su empresa…
Entonces, ¿por qué siempre permitimos que papá se ocupe de estos menesteres?, por el mismo motivo que nosotros nunca lo hicimos: por no levantar todo el polvo y desencadenar una larga lista de compromisos públicos que ninguna autoridad estaría dispuesta a adquirir por más corrupta que sea, ¿a quién le gusta responsabilizarse de un ladrón a plena luz del día y a la vista de todos?
Hoy era una situación en especial y mientras papá buscaba al enclenque de turno nosotros nos movilizábamos sabiendo que esta vez todo iría más lejos que un simple abogado con amistades y un discurso bonito.
Todos mis familiares tenían un respaldo a su lado, para mí fue una historia diferente: yo debía ir solo, absolutamente solo, para poder convencer a su familia de no presentar la correspondiente denuncia hacía falta tacto y una figura legal no es precisamente la persona que infunde confianza personal cuando se busca mediación.
Gallegos, era el apellido de la mujer a la que buscaba, la madre del presunto secuestrado. Me pregunté quién sería el joven o adulto que estuvo implicado ya que él o cualquier familiar cercano podrían poner la denuncia. Por todos los medios debía convencerlos de lo contrario y lograr que mi hermano sufra 3 días en un calabozo…
Al final, únicamente si al final no lo lograba, la tormenta de papeles se desataría con mi llamada…
“El tiempo es nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo” pensé al bosquejo.
Crucé los últimos pasillos con prisa hasta llegar a la sala de espera de Criminalística, con suerte el primer interrogatorio aún no daría inicio…
La identifiqué enseguida, el rostro de una madre angustiada siempre sirve como guía. A su lado estaba una adolescente, «su hermana tal vez, ¡fantástico!, más personas con las que tratar» pensé sin pensar.
Me acerqué con cuidado, modulé mi voz todo lo que pude al igual que mis nervios. La mujer me miró incrédula pero pareció reconocer mi uniforme de trabajo. Me apresuré a saludar con toda la urbanidad posible:
—Muy buenas noches —la cordialidad era lo mío, empecé bien la jugada—, ¿tengo el gusto de saludar a la señora Gallegos?
—Buenas noches joven —respondió al levantarse sin interés y estrechar mi mano—, sí, la misma, dígame.
—Es un gusto conocerla señora, mire, yo soy…
— ¡Martínez! —Gritó un tipo de lentes desde la puerta que da al departamento destinado para los interrogatorios—, ¡familiares del Señor Martínez!
«Grandioso, imaginar su nombre hasta en este sitio y en esta situación», supuse que había sido otro apellido, cualquiera podría apellidarse Martínez, pero solo había un…
— ¡Leonardo! —Insistió el cuatro ojos—, ¡Leonardo Martínez!, ¡Familiares de Leonardo Martínez!
La señora simplemente desapareció, al igual que todas mis ideas. El sentimiento era demasiado confuso, los pensamientos se me iban y volvían fluctuando con un calor en mi pecho que parecía avivarse a cada segundo.
“Siento mucho que lo hayamos interrogado en este estado”, “Sí señora, ahora debe llevarlo a la enfermería”, “La que lleva puesto está manchada de sangre”, “Eso es lo que le estoy explicando, era necesario que permaneciera así durante el interrogatorio”, “Ahora ayúdelo a salir, aún tiene dificultad para caminar”
Eso fue lo único que pude rescatar de la conversación, me perdía cuando la señora Gallegos soltaba uno que otro quejido pidiendo justicia. Para el momento, mi cuerpo petrificado pensaba únicamente en la identidad del que a paso lento cruzó la puerta que nos separaba…
Entonces lo vi.
Y ¡oh dios! ¡Cuánto perdí la cabeza al mirar la sangre reseca en su rostro!, la camisa manchada y el pantalón roto agravaban el cuadro. Un ángel, claro que lo era, pero uno lastimado.
—Que... —mi boca logró articular algo— qué es… ¿qué es esto?
Me reconoció y nuestras miradas se cruzaron, observé el vacío en sus ojos, la fiel copia de la angustia y la tristeza. La expresión en mi rostro no ayudó mucho, pues su mueca de dolor se intensificó cuando pronunció mi nombre.
—Andy…—masculló herido— Andy, yo, yo…
—No… no es cierto —gemí cuando mi cuerpo dejó de responderme.
Mis pies se movieron solos y acortaron nuestra distancia, los suyos los imitaron. Mis manos me desobedecieron y al estar junto a él buscaron su rostro, las suyas apartaron a su madre cuando intentó detenerlo.
Solo un par de centímetros, me tomó por la cintura, acerqué mi mano a su pómulo. Una gota se derramó de sus ojos y mi pulgar la detuvo antes de que bajara por la mejilla. Me miró y yo le miré… y entonces nos besamos.
Angustiado como estaba apreté su rostro todo lo que pude contra el mío, necesitaba saber que estaba allí, que todo esto no era fruto de una pesadilla. Mis labios buscaban una absolución que no llegaría, los suyos parecían detenerse a ratos tímidos y a ratos incrédulos.
Nadie, ni yo mismo sé con certeza porqué pasó, o las causas que me llevaron a echar abajo todo mi plan de mediación con su familia… o el de conquistarlo, lo abandoné todo en ese sitio e instante. Empecé a llorar cuando me apretó más la cintura y sus labios buscaban con mayor avidez los míos…
Junto a él todo dejó de existir, ni el mundo, ni el reciente problema, ni nada que no fuera el cerciorarme de que mi hermano no le haya hecho daño a la persona que empezaba a querer más que a mí mismo…
Después del cielo vendría el infierno. Un eco empezó a sonar desde lo externo
—Detén…ganla —se escuchaba afuera.
» ¡Deténganla! —la voz que se acercaba era familiar
» ¡DETENGANLA POR DIOS! —gritó Ricky cuando Sofía entró de golpe en la habitación con un revolver…
Ricardo tenía las manos esposadas, cruzó la puerta en un instante. Leo se separó de mí en reflejo.
Y entonces todo sucedió tan rápido…
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— ¡Mira Ricky!, ¡allí! —apunté con mi mano hacia el nido—, ¡hay un huevo!
—Sí, sí, ya lo vi.
— ¿Puedo tocarlo?
—Ya, pero no lo rompas.
— ¡No lo haré!, te lo prometo hermano.
Me acerqué aún más al nido y con todo el cuidado que mis torpes dedos me permitían tomé el diminuto huevo, era de color gris con pequeñas pecas marrones.
Estaba liviano, demasiado liviano, lo giré un poco y con horror me percaté de que tenía un agujero… el huevo estaba vacío, la cáscara con el agujero era lo único que quedaba.
— ¿Qué le pasó al bebé? —pregunté casi llorando—, ¿el pollito ya no nacerá?
Ricky solo me observó compasivo, se detuvo más de una vez antes de emitir palabra alguna.
—Debe estar en las nubes—comentó con cautela—, cuando los animales ya no están aquí… es porque se convirtieron en nubes…
— ¿O sea que el bebé está en el cielo?
—Sí, y debe estar jugando con más nubes iguales a él…
—Pero —seguía dubitativo—, y este huevo roto, ¿no se lo lleva?
—No, creo que no lo necesita…
—Vaya —clamé al recibir tal revelación—, ¿entonces lo dejamos aquí?
—Sí, es lo mejor.
—“No arregles algo que no puedes componer” —inflé el pecho como papá cuando lo decía.
—Sí —ultimó con una risilla—, así es…
»Ahora vámonos ya, tengo un poco de frío…
— ¡Sí! —me apuré a bajar del árbol lo más pronto posible.
Ambos descendimos y mientras caminábamos rumbo a casa la noche nacía en el horizonte, escondiendo nuestras siluetas en el bohío…
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El tiempo se congelaba, los segundos ralentizados contaban una historia que jamás debió ser contada. La imagen de Sofía junto al revolver es una de las pocas cosas que no olvidaré. Cada instante, como fiel fotograma, se impregnaba maldito en mi mente desde que Sofía entró de golpe por la puerta hasta que apuntó con el arma…
Esos son cuadros que difícilmente se pueden olvidar.
Mi hermano entró detrás y a toda velocidad intentó quitarle el arma, las esposas en sus manos dificultaron la tarea. Forcejearon durante eternos segundos y entonces escuché el disparo…
El sonido se pintó de blanco, el color dejó su ruido y cada célula de mi cuerpo se estremeció. Mis pupilas vibraron buscando una respuesta irreal.
Las trémulas manos de Sofía dejaron caer el arma, sus ojos hinchados lo miraron pidiendo compasión, lástima, misericordia…
Yo no era capaz de procesar las sensaciones que las puertas de mi alma le ofrecían a mi cerebro. Ya no escuchaba la sirena de la patrulla, o el megáfono pidiéndole a Sofía que se quedara quieta. La caja se abrió y de ella surgieron todos los demonios, y esta vez ni siquiera la esperanza me haría compañía.
El tiempo recuperó su terrorífica velocidad y lo siguiente que pude ver fue su cuerpo ensangrentado en el piso. Acudí a su encuentro cuando mi mente estuvo a punto de estallar.
Levanté su cabeza y él me sonrió moribundo, un hilo de sangre bajaba desde su labio hasta perderse en su cuello. La camisa azul marino estaba perforada en la parte del abdomen, una mancha negra y roja se extendía rápidamente en su vientre.
— ¡Ayuda! por dios…. ¡que alguien me ayude!—la respiración no me dejaba pronunciar debidamente cada palabra.
»Tra... tranquilo Ricky —una mueca cercana a la locura fue lo que obtuve al intentar sonreír—, todo estará bien… ¿¡No me escuchan!? ¡Necesito un doctor!
—N… no —respondió casi ahogado—, no. Est… está bien.
— ¡No digas eso mierda!, ya verás… ya verás como salimos de esta.
—A… Andy —continuó mientras su mano temblorosa se acercó a mi mejilla, reemplazando una lágrima por sangre—, mírame…
—No… ¡maldita sea Ricky!... ¡no!
—Que... que me mires te digo.
—No… Ricky —dije casi loco—, ¿recuerdas el Gran Árbol?, lo visitaremos de nuevo, te juro que lo haremos… apenas salgamos de esto nos iremos de viaje ¿entiendes?, solo… solo los dos, como en los viejos tiempos… ¡Mierda Ricky! —Grité al percatarme de que sus ojos se cerraban— no te duermas cabrón…
Recuperé un poco la fuerza e intenté distraerlo de nuevo.
»Y… y compraremos los mojitos más caros… y haremos una fiesta en casa de la abuela. Mierda Ricky… no te duermas, por favor no te duermas…
—Es… escúchame —volvió a sonreír casi sin vida— “No arregles algo… que no puedes componer”…
»Se… se un buen chico Andy.
Regresó su mirada hacia un rincón, allí debía estar Leo, ni siquiera me había fijado que todos nos observaban horrorizados. Miró a mi compañero de trabajo con los ojos llorosos.
—Eh… tú, perro —intentó reír de nuevo—, cui… cuídalo bien…
— ¡No digas eso imbécil! —supliqué consumiendo la poca cordura que me quedaba—, ¿¡dónde está el médico!?
—Aún lo están buscando… —contestó Leo sin alma.
—Andy… —ultimó mi hermano—, mi Andy… cuida de todos.
Su mano rozó por última vez mi mejilla y diciendo estas palabras se dejó caer en el infinito, sus ojos se perdieron en la oscuridad de aquella habitación iluminada…