La Doctora en la jaula VIII
Donde vemos como se desempeña Tara White en su nuevo puesto de auxiliar, vemos los peculiares métodos que la Dra. Prichard usa con sus pacientes y conocemos los peligros de abrir la puerta a vendedores ambulantes.
Este relato es una versión en español del relato “Doctored into a cage” escrito por Jackpot y aparecido en la página BDSM Library en noviembre del 2008. Por su temática, me pareció interesante traducirlo y compartirlo con ustedes. No soy un buen traductor, y menos escritor, así que pido disculpas de antemano por los defectos que en el relato se encuentran.
VIII
La pobre Sra. Plummer no podía estar más confundida con las cosas que últimamente le pasaban a su cuerpo y a su mente. Su vida siempre había sido sinónimo de control y responsabilidad y ahora no podía luchar contra la mancha de humedad que bajaba de su entrepierna. A cada oportunidad se escapaba al baño o a la sala de conferencias buscando la soledad. La necesidad de examinar sus jugos vaginales comenzaba a ser obsesiva. Su mente vagaba continuamente mientras jugaba con la humedad en los labios de su coño. Su mente le decía que tenía que hablar conla Dra. Prichard, era en lo único que podía pensar día tras día. No sabía que esos pensamientoa habían sido programados ni que la programación continuaría por mano de Tara White.
Un oficial de policía y un guarda llevaron a Tara a la oficina de la directora, tal y como habían empezado a hacer desde hacía unos días.
- Buenos días Sra. Plummer, ¿cómo está usted hoy? – preguntó Tara con voz condescendiente.
Paula acarició el botón del control remoto para asegurarse de que el mecanismo de control estaba allí. Si Tara se acercaba demasiado a su escritorio o se salía del área asignada, recibiría una descarga eléctrica que la noquearía. También podía activar la descarga con el falso anillo que llevaba en el dedo.
- Estoy algo cansada esta mañana. Tengo mucho trabajo para tí hoy.
- Puedo prepararle una taza de café si lo desea.
- Eso estaría bien, Tara, gracias.
Tara se dirigió hacia la parte delantera de la oficina donde estaba situado su puesto de trabajo. Había un pequeño mostrador con un área de cocina donde preparó la bebida. Era su tercer día en la oficina y sentía que era el momento de empezar a tomar el control.La Sra. Plummerse sentó en su escritorio y, disimuladamente, comenzó a mirarse de nuevo entre los muslos. Era temprano, pero ya sus pensamientos estaban a la deriva.
- Aquí tengo su café – Taraestaba cerca de su escritorio y alzó la taza. No podía acercarse más y, como en los días anteriores, lo pondría en el suelo y volvería a su sitio para quela Sra. Plummercogiese su café. Era una situación incómoda.
- Déjalo ahí, Tara. – Paula señalaba al suelo.
- ¿No cree que esto es estúpido? Podría llevarle el café a la mesa y dejárselo sobre ella si usted me lo permitiese. – la voz de Tara sonaba dulce.
- Eso es como si me preguntases en que confiase en que una bomba atómica no dejase efectos radiactivos después de caer en una ciudad. – contestó con aire de suficienciala Sra. Plummer.
- Bueno, pues no voy a dejarlo en el suelo esta vez. Tendrá usted que levantarse de la silla y venir a por él esta vez. – Tara la desafió.
- ¡Harás lo que te he dicho o regresarás a tu celda!
- No lo creo. – Tara tomó su mano libre y comenzó a subir y bajar lentamente el brazo con su índice apuntando ala Sra. Plummer.
- ¡No abuses de mi paciencia, Tara! –La Sra. Plummerno podía dejar de mirar fijamente el dedo de Tara. Algo se activó en su cerebro. No estaba segura de lo que era, pero los dedos de Tara tenían algo que ver en ello.
- ¿Le pasa algo malo, Sra. Plummer?
- Yo… no… yo sólo…
- Sólo necesitas mirar fijamente a mi dedo mientras se eleva lentamente y luego vuelve a bajar muy despacio, ¿no es cierto?
- Sí… yo… - estaba empezando a caer en trance.
- Sólo necesitas mirar fijamente a mi dedo mientras se eleva lentamente y luego vuelve a bajar muy despacio. Cuando mi dedo se eleva lentamente y luego vuelve a bajar muy despacio entrarás en tarnce para mí.
- Se eleva lentamente y vuelve a bajar muy despacio… -La Sra. Plummerrepetía suavemente como un eco.
- Eso es. Se eleva lentamente y luego vuelve a bajar muy despacio. Estás muy cansada Sra. Plummer. Apenas puedes mantener los ojos abiertos. Necesitas urgentemente este café, pero yo no voy a llevártelo. Tú vendrás a buscarlo, ¿está claro? – le hizo un gesto con el índice para que se acercara.
- Sí.
- Sí, vendrás a mí a por tu café. Sientes un deseo urgente de acercarte a mí… ahora.
- Necesito acercarme a ti.
- Eso es. Venga, Sra. Plummer, acércate y toma tu café. Necesitas tu café para espabilarte. Lo necesitas urgentemente.
- Lo necesito urgentemente. – Lentamente se levantó de su silla y bordeó su mesa en dirección a Tara White. Avanzaba hacia su sumisión.
- Eres una buena chica, Sra Plummer. Ahora toma tu café y ponlo en tu mesa. Después vuelve otra vez aquí. Volverás aquí y prestarás atención como una niña buena. ¿Entendido? – Tara dijo todas las cosas quela Dra. Prichardya había sembrado en su mente.
- Sí, entiendo. – Tomo la taza de café de las manos de Tara y se la llevó a su mesa. Luego volvió al lado de Tara.
- Este collar es realmente bastante tonto, ¿no crees?
- Sí, en realidad es bastante tonto – repetíala Sra. Plummer.
- Ni tú ni yo lo necesitamos para nada, ¿verdad?
- Sí, no es necesario.
- Desactívalo y quítamelo del cuello.
- Sí. – volvió a su escritorio, tomo el control remoto y lo desactivo. Cogió luego una llave de un cajón de su mesa y volviendo junto a Tara le quitó el collar.
- Dame el collar y la llave. También el control remoto. No los vas a necesitar nunca más, ¿verdad?
Se lo dio todo a Tara y respondió:
- No voy a necesitarlos nunca más.
- Buena chica, ahora dame también el anillo. Tampoco lo necesitarás más.
- No lo necesito más – dijo quitándose el anillo y dándoselo a Tara, quien los puso todos en un sobre grande sobre el que escribió “Dra. Prichard”.
- Le entregarás más tarde este sobre ala Dra. Prichard.No debes abrirlo, pero lo guardarás en tu escritorio sabiendo que debes dárselo. Olvidarás la existencia del collar, el conrol remoto y el anillo. Nunca han existido, no has tenido la más remota idea de su existencia. ¿Has entendido?
- Sí, he entendido.
- Tu miedo te mantendrá tensa todo el tiempo. Me vas a temer constantemente, pero fue idea tuya el que trabajase libe a tu lado. Ahora volveras a sentarte en tu silla. Disfrutarás de tu café. Voy a decir la palabras “despierte Sra. Plummer” y de inmediato saldrás del trance y olvidarás todo lo que ha ocurrido aquí. ¿Está claro?
- Sí, está claro.
- Buena chica. Ahora vuelve a tu mesa. –La Sra. Plummersin pensar regresó a su sitio sin saber que sus pensamientos no eran suyos. Inmediatamente tomó un sorbo de su café.
- Despierte, Sra. Plummer.
- Yo…
- ¿Sí Sra. Plummer, le gusta el café? – preguntó inocentemente.
- Sí… yo… oh, sí, muchas gracias Tara.
- Estupendo. Ha mencionado que tiene usted un montón de trabajo para mí hoy.
- Eh… um… sí el trabajo, gracias.
- Entonces Sra. Stone, ¿cuál es el problema? – dijola Dra. Prichardponiendo su mejor cara para inspirar confianza.
Janet Stone estaba inquieta en su silla.
- Bueno, mi hija tiene algo que contarle.
- Hola, ¿cuál pareces ser el problema, querida? – extendió su mano hacia la hija dela Sra. Stone.
- Bueno, le ha estado dando a la marihuana y Dios sabe que más. – cortó Janet.
- Por favor Sra. Stone, no me interrumpa cuando estoy hablando con su hija, déjela contestar a ella las preguntas. ¿Ha quedado claro?
- Oh, sí. Lo siento Doctora.
- Ahora jovencita, ¿has estado tomando drogas? –La Dra. Prichardles echó un buen vistazo a ambas. Eran muy atractivas y Janet tenía unos hermosos pechos para hacer con ellos todo tipo de cosas malas. La mente de la buena doctora estaba acelerada.
- Solo uno o dos porros al día, nada serio.
- Así que piensas que no es serio meter una sustancia ilegal dentro de tu cuerpo todos los días. ¿Has pensado siquiera en las consecuencias de tus acciones? ¿Cómo te llamas, por cierto?
- Laura. Me llamo Laura.
- Bueno Laura. ¿Qué es lo que te dices a ti misma?
- Yo realmente creo que no es un problema serio. Muchos de mis amigos también lo hacen.
- Y si tus amigos se paran delante de un camión que viene a sesenta y cinco millas por hora y que no parece frenar tú también lo haces y mueres junto con ellos, porque eso es lo que estás haciendo.
- No… esto es diferente.
- No lo es, quizás no te mate pero sabes que destruye tus neuronas, ¿sabes?
- No lo sabía.
- Pues ahora ya lo sabes. Y en último término la adicción puede volverse un problema muy serio.
- ¿Cree usted que soy drogadicta?
- Eso depende de cuanto tiempo lo lleves haciendo.
- Empezó el año pasado, doctora. – interrumpió de nuevo Janet.
- ¿Qué le he dicho antes, Sra. Stone? –la Dra. Prichardle lanzó una mirada nada amistosa.
- Perdón.
- Debe aprender algo de autocontrol, Sra. Stone. Puedo ver que su hija ha heredado su impulsividad.
- ¿Cómo dice?
- Suena como si se estuviese poniendo a la defensiva.
- Yo no le he dicho a mi hija que salga por ahí a drogarse.
- No, pero obviamente usted no puede controlar los impulsos de su hija porque tiene grandes problemas para controlar los suyos propios, ¿no es cierto?
- He educado a mi hija lo mejor que he podido.
- Estoy segura de ello, pero es evidente que en este caso ha fallado, ¿no cree? – Debbie saltó figuradamente a la yugular de la mujer. Ya estaba retorciéndose en su silla y le encantaba hundirla cada vez más.
- No he fallado… estoy buscando ayuda para ella… - sus palabras surgieron nerviosas. Daba la impresión de que la doctora las observaba a ella y a su hija a través de una lupa.
- Admirable, pero si desde un principio usted hubiese tenido una actitud más firme esto no hubiese ocurrido. Por tanto no ha sido usted una buena madre.
Se hizo un largo silencio en el cual ambas mujeres se miraron la una a la otra.La Sra. Stoneacabó rompiéndolo.
- He tratado de ser una buena madre – dijo con voz apenas audible.
- Pero no lo has sido, ¿correcto?
- No, no lo he sido. – la rendición dela Sra. Stonese tradujo en una pequeña mancha de humedad entre las piernas dela Dra. Prichard.Le gustaba como transcurría la conversación y siguió presionando aun más.
- Dígalo, Sra. Stone. El primer paso para la recuperación es admitir el problema. – Debbie habló como si toda la culpa fuese dela Sra. Stone.
- Yo… yo… bueno, yo no he sido una buena madre. – balbuceó.
- En efecto, ha sido usted un fracaso como madre. Ahora, dígame, ¿qué piensa hacer al respecto?
- Yo… um… bueno, asumir mi fracaso…
- Correcto, ha sido un fracaso como madre, así que, ¿qué paso debemos dar ahora? –La Dra. Prichardsonreía, disfrutando cada minuto de la tortura a la que estaba sometiendo ala Sra. Stone.
- No lo sé, doctora.
- Bien. Pero antes de nada, Laura, ¿aceptas ingresar aquí para tu evaluación y desintoxicación?
- ¿Tú estás loca? ¡No voy a quedarme aquí!
- Doctora, - interrumpióla Sra. Stone– yo sólo que mi hija acudiese a algunas sesiones con usted y le sacase de la cabeza la idea de tomar drogas. No pretendía ingresarla en la clínica. – dijo con una mueca de extrañeza en la cara.
- Ya veo. Entonces no creo que pueda hacer nada por ninguna de las dos, me temo. Ella necesita de un tratamiento serio.
- ¿Cómo de serio?
- Bueno, necesitaría evaluación y terapia de grupo. También tiene que desengancharse de las drogas y habría que vigilarla para evitar intentos de suicidio durante el proceso de desintoxicación.
- ¿Suicidio? No creerá…
- Sí, es bastante probable en adolescentes de su edad.
- Pero está a punto de cumplir los dieciocho.
- Edad más que suficiente para que comprenda cuál es el resultado de sus acciones y que reciba una buena lección, ¿no le parece? –La Dra. Prichardseguía disfrutando del proceso de manipulación dela Sra. Stone.
- Yo… no creía que necesitase un tratamiento tan radical
- Respondame, Sra. Stone. ¿Quiere usted a su hija?
- Sí, por supuesto que sí. La quiero.
- Entonces debe hacer lo mejor para ella.
- ¿De cuanto tiempo estaríamos hablando?
- ¡Mamá… no puedes estar de acuerdo con ella!
- Tu madre está haciendo lo mejor para ti, señorita, y tú deberías saber cuanto te quiere por ello.
- ¡Pero mamá…! Yo no…
- ¡Silencio!, no molestes más. ¿bastantes problemas tenemos ya! – gritó Janet. - ¿Cuánto tiempo debe permanecer aquí, Dra. Prichard?
- Bien, creo que empezaríamos con un periodo de diez días y luego, viendo sus progresos, ya veríamos. Supongo que tiene usted seguro médico.
- Sí.
- ¡Estupendo!, también sugeriría de dos a cinco días de observación para usted también.
- ¿Qué? ¡Yo no tengo nada! – Janet estaba empezando a sudar.
- Claro, pero creo que sería un buen apoyo moral para la niña en los primeros días del internamiento y así podríamos también tratar de trabajar tus problemas. – Debbie sonreía pensando en sus siniestros deseos.
- Pero yo no tengo problemas. – empezaba estar frenética.
- Opino lo contrario. Usted ha admitido con sus propias palabras que no es una buena madre. ¿Acaso he escuchado mal? Estoy segura de que su hija podrá corroborarlo. – Ahora era Laura la que sonreía a su madre.
- Lo dijiste, mamá.
- Pero yo sólo quería decir…
- Por favor, no trate de volverse atrás y reconozca sus propias palabras, Janet. Tengo que determinar si los problemas de su hija guardan relación con sus propias debilidades. Ni siquiera se si usted también ha consumido marihuana. Debe entender mi necesidad de tener a mi disposición todos esos datos. Muchas veces el alcoholismo, por ejemplo, se transmite de generación en generación. ¿Bebe usted, Sra. Stone?
La Sra. Stonese sentía cada vez más incomoda.
- ¡No, por supuesto que no!, bueno… quizás en algunas ocasiones…
- Así que bebe ocasionalmente. Está bien admitirlo para determinar si es usted alcohólica o no. –la Dra. Prichardestaba siendo presuntuosa.
- Sí, sí, solo ocasionalmente. Y no fumo marihuana… ¡se lo juro!
- Vale, un análisis de sangre nos dirá si usted miente o no.
- Me está tratando como si yo fuse su paciente pero es mi hija la que tiene el problema.
- Creo que eso lo debo decidir yo, así que deje de ponerse histérica o tendré que sedarla.
- ¿Sedarme? ¡Está usted loca! Vámonos Laura, salgamos de esta casa de locos.
- Si yo fuera usted me sentaría de inmediato.
- ¿Qué quiere decir? – estaba a medio levantar y volvió a sentarse.
- Quiero decir que toda nuestra conversación ha sido grabada y, después de lo que ha dicho usted aquí hoy, los servicios sociales le quitarán la custodia de su hija hasta que se haya investigado todo el caso a fondo. Puede usted hacer las cosas por las buenas o por las malas. Mire, Sra. Stone, solo estoy tratando de salvar su relación con su hija y ayudarlas a ambas lo mejor que pueda. No le pasará nada malo. – Debbie suavizó falsamente su tono de voz con intención de calmarla.
- ¿Es todo esto realmente necesario? – Janet parecía ya totalmente derrotada.
- Me temo que sí –La Dra. Prichardle acercó un portafolios con los formularios de ingreso, formularios que daba la impresión que hacía tiempo tenía preparados. – Tengo unos formularios que ambas deben llenar. Respondan a las preguntas lo más sinceramente posible y luego fírmenlos. Usted, Sra. Stone, también debe firmar en el de su hija además de en el suyo.
- Pero aquí pone que voy a ser evaluada por deorden mental y que puedo permanecer aquí de diez a sesenta días si es necesario. Yo no estoy loca.
- Sólo es una formalidad para el examen. Puedo dejarla marchar en un día si la veo bien, así que si es una buena chica puede tener el alta en poco tiempo. – le sonrió a Janet. Ambas terminaron de llenar los formularios y, ignorantes, entregaron sus vidas ala Dra. Prichard.
- Muy bien, ahora ambas están bajo mi custodia. Una de nuestras enfermeras vendrá a buscarlas y las llevará a habitaciones separadas donde pasaremos a hacerles una exploración de las cavidades corporales. Debemos estar seguras de que ninguna esconde nada. Aunque… bueno, no hace falta perder tiempo. Podremos hacerlo aquí, en mi oficina. Pónganse en pie, por favor, las dos. Empezaremos con usted, Sra. Stone. –La Dra. Prichardse acercó a uno de los armaritos de su despacho y sacó un par de guantes de látex.
- ¡Le juro que no escondo nada! ¡Esto no es necesario! – Janet estaba a punto de llorar.
- Póngase contra la pared y separe las piernas. Imagine que la está cacheando un oficial de policía. No tiene nada que temer –La Dra. Pricharddeslizó lentamente sus manos por el cuerpo de Janet de forma deliberada. Disfrutaba de cada instante. Cuando llegó al pecho empezó a acariciar con dureza sus tetas, más de la que era necesaria y la mujer se quejó con un gritito que parecía el chirrido de un pajarito.
- Por favor, ¿no cree que ya es suficiente?
- En absoluto, ahora girese Sra. Stone. Quiero que abra bien su boca para mí. Necesito examinar sus dientes y encías.
- No me pasa nada en los dientes
- Tengo que asegurarme. Ahora abra la boca y diga ahhhh…
- Ahhhhhh… mmmmm…. Errrr…
La Sra. Stonese quejaba mientrasla Dra. Pricharddaba vueltas y más vueltas examinando con sus dedos el interior de sus mejillas y boca. Los metió tan adentró de la boca de la pobre mujer que casi la hace vomitar. Exploró las cavidades mucho más tiempo del que era necesario y Debbie disfrutaba cada arcada que le provocaba a Janet. Se acercó a un cajón y tomando un depresor de lengua empujó ésta aun más adentro de la garganta de la mujer durante un largo tiempo acuando como una mordaza.
- Eghhhh… ggggghhhh… ehhh… ¡Por favor, pare! ¡Más no! – Janet trataba de alejarse de la doctora mientras tosía incontroladamente, perola Dra. Prichardle sujetó con fuerza las mejillas e introdujo aun más profundamente sus dedos en la garganta. Janet parecía incapaz de detenerla y su cuerpo comenzó a sudar por la convulsión nerviosa que le producía la asfixia. Debbie finalmente se detuvo.
- Muy bien, ahora desnúdese.
Janet se acraró la garganta y trató de recobrar la compostura.
- ¿U… usted… usted quiere que me desnude aquí, ahora?
- Sí, a no ser que tenga usted problemas para desnudarse delante de otra mujer. Si los tiene tendré que añadirlos a su lista de problemas y fobias a tratar junto a esa desagradable problema de asfixia.
- Es que usted me estaba introduciendo los dedos en la boca y la garganta. Y no, no tengo ningún problema en desnudarme delante de otra mujer. Puedo hacerlo. – miró desafiante a la doctora.
- Entonces hágalo, por favor, o tendremos que añadirlo a su informe. Tendremos que trabajar con ese problema reflejo de deglución con muchas sesiones de dedos. –La Dra. Prichardtenía una siniestra muecaen la cara mientras quela Sra. Stoneparecía muy asustada y se notaba en su mirada.
Una vez más, Janet estaba siendo acosada y manipulada. Comenzó a desabotonarse su blusa. Se la quitó y se la entregó a Debbie. Se deshizo después de sus zapatos y pantalones, entregándoselos también a la doctora que los colocó sobre su escritorio.
- No los necesitará más. Se los devolveremos cuando se vaya. Ahora voy a insistir en que se apoye en la pared, de frente a mi. Quiero echar un vistazo a sus pechos de nuevo.
- ¿Pero no lo hizo ya?
- Ah, pero ahora será un examen más completo – sonrió. – Ahora sujételos y levántelos para mí para que pueda tener una biena visión de ellos.
La pobre mujer obedeció y Debbie comenzó a manipular sus tetas mirándola directamente a los ojos. Tomó el sujetador y tiró de él arriba y abajo para finalmente dejarlo trabado en las manos de Janet, que aún mantenía levantados sus pechos. Apretó y retorció el pecho de la mujer fingiendo buscar bultos sospechosos. Estaba realmente excitada y podía notar la humedad empapando la tela de sus bragas.
- Muy bien, esto va a ser un poco embarazoso, pero tengo que urgar en su ropa interior y examinar su vagina a fin de comprobar que no lleva nada escondido ahí.
- ¡No. Absolutamente no! Creo que esto está llendo demasiado lejos. – Gritó Janet.
- Vaya, vaya… si me vuelve usted a hablar así tendré que llamar a algunos enfermeros y será mucho más doloroso para usted. Creo que es mejor que comience a cooperar de una vez. – dijo Debbie con su tono más autoritario.
- Pero, por favor, no hay nada ahí… - sentía los dedos de Debbie moverse en su entrepierna y bajo sus bragas. La examinaba y la obligaba amantener sus piernas separadas. Janet cerró las piernas aprisionando con la zona pélvica el dedo de la doctora.
- Abrete, vamos, ábrete bien. Tengo que examinar el interior ahora. – Introdujo el dedo hasta la cérvix metiéndolo y sacándolo varias veces. Examinó también los labios vaginales y el clítoris frotándolo un par de veces para conseguir humedecerla un poco.La Sra. Stoneestaba totalmente avergonzada y mortificada. Cerró los ojos tratando de pensar que sólo era una pesadilla, pero los dedos de la doctora le recordaban que todo era demasiado real.
- Bueno, ahora toca agacharse. Tengo que comprobar su cavidad anal, así que bajese las bragas hasta debajo de sus nalgas. – La mujer lo hizo y, a su pesar,la Dra. Prichardcontinuó con su examen, pero esta vez en el interior de su culo. Metió los dedos tan profundamente como fue capaz y luego se separó para ir a buscar un tubo de sondaje.
- ¿Para que necesita eso? ¿No me iba a examinar sólo con su dedo?
- No puedo llegar con mi dedo tan profundo como debería. Voy a bombearla con esto para meter un poco de aire en su intestino y es posible que tenga movimientos reflejos en su barriga. No es nada de lo que preocuparse. Sólo la dilato un poco para examinarla de manera más eficiente.
- Ohhhh… ummmm… - empezó a gemir cuando el tubo penetró en ella y comenzó a bombearle aire.La Dra. Prichardestaba empezando a sentirse muy sádica y bombeó el suficiente aire como para asegurarse que Janet más tarde sufriera “agradables” dolores de gases.
- ¿Ve?, no ha sido tan malo después de todo. Ahora quítese el sujetador y entrégemelo. Puede dejarse puestas las bragas si quiere, llamaré a una enfermera para que le de una bata. – Tras decir esto se giró hacia Laura y mirándola amenazadoramente de arriba a abajo dijo:
- Ok, señorita, ahora es tu turno. Ya has visto como es el examen, así levántate y contra la pared. – Debbie estaba sonriendo de oreja a oreja. Estaba quebrando a dos nuevas pacientes que poco imaginaban los retorcidos juegos a los cuales iba a someterlas. Laura la miró aterrorizada. Iba a ser un día muy largo para madre e hija.
Suena el timbre de la puerta y una mujer se asoma a través de un cristal tintado. Decide abrir la puerta.
- ¿Es ustedla Sra. SusanHarrington?
- Sí, ¿Qué es lo que quiere? – Tenía frente a ella una mujer con una gruesa pero pequeña carpeta. Era un muestrario de alfombras. También llevaba colgada al hombro una bolsa de cuero bastante grande.
- Usted ha sido agraciada con una completa renovación – dijo la vendedora.
- ¿Qué quiere decir exactamente eso? – ella parecía desconcertada.
- Nuestra compañía ha seleccionado al azar su casa para que cambie todas sus alfombras. – La vendedora sonrió con alegría.
- Pero si yo no he solicitado nada de eso. Realmente no estoy interesada. – Emezó a cerrar la puerta pero la vendedora se lo impidió con el pie.
- ¡Oh, por favor señora! He venido desde muy lejos, al menos permítame enseñarle algunas de nuestras muestras. Estamos hablando de alfombras completamente gratis.
- ¿Quién es usted y cuál es el nombre de su compañía?
- Mi nombre es Lili, de Empresas Cong, quizás haya oído hablar de nosotros. – se echó su radiante pelo negro hacia un lado.
- No, no me suena.
- Vendemos muchos productos, desde perfumes a champús, y tenemos una línea especial de sujetadores. – su sonrisa resultaba contagiosa.
- No la conozco. Realmente, yo no uso alfombras. – Susan respondió con otra sonrisa.
- Me encantaría enseñarle algunas muestras, al menos. Puedo hacerlo aquí mismo, en su porche si no se fía de mi. – puso una mueca triste pero tranquilizadora.
- Bueno, no se qué podrías robarme. ¿Por qué no pasas dentro?
- Gracias, sólo le tomará unos pocos minutos y luego, si no está interesada, me marcharé. Mi furgoneta está allí – dijo señalando un punto de la calle – y tengo allí algunas muestras de mayor tamaño que mis chicos pueden traer si le interesan.
- ¿Por qué me eligieron precisamente a mí?
- Bueno, como ya le dije, fue una selección aleatoria. – Los ojos de Madame Cong comenzaron a irradiar poder. Abrió su pequeño muestrario de alfombras y se lo acercó ala Sra. Harrington.
– Quisiera que le echara un buen vistazo, tómese todo el tiempo que necesite. – colocó el muestrario directamente bajo la nariz de la mujer.
- Da la impresión de que estás muestras llevan algún tipo de fragancia.
- Oh, sí, como puede ver nuestras alfombras tienen un olor fresco y agradable. Acérquese y tome una bocanada grande, llénese los pulmones de ella. Ofrecemos una línea de alfombras perfumadas y otras sin olor. A la mayoría de las amas de casa les encanta la línea con olor. Aspírelo bien. ¿Puede olerlo Sra. Harrington?
- Oh, no estoy casada. Sí, es verdaderamente una fragancia dulce. – dijo arrastrando las palabras – Disculpeme, pero me siento un poco mareada.
- No hay ninguna razón para procuparse por eso. Siga echando un vistazo a las muestras y siga aspirando lentamente su perfume. Se siente tan bién cuando lo hace, ¿verdad?. – La señora Cong estaba logrando tomar el control de la situación.
- Sí, se siente una muy bien – Susan comenzaba a caer en un estado de total relajación. Pasó algunas muestras de alfombras más aspirando su aroma.
- Tiene usted una bonita casa. Estoy segura de que podemos tomar la casa con muchas alfombras finas. – acentuó la palabra tomar como una especie de broma.
- ¿Qué quiere decir con tomar? – se tambaleó un poco.
- Oh, nada. Veo que se siente usted débil, ¿verdad?
- Sí, pero… yo…
- No trates de entender lo que te pasa, querida. Creo que ahora sientes un irresistible deseo de exhibirte para mí, ¿no es cierto? – su voz sonaba sensual.
- Realmente no lo entiendo… Sólo quiero… Me siento tan bien…
- ¿Cómo te ganas la vida, cielo?
- Soy fotógrafa. – sonrió con los ojos vidriosos.
- Ajá, así que haces bonitas fotografías, pero ¿cuando fue la última vez que te tomaste una de ti misma? Tienes una espléndida figura. ¿Te has dado cuenta de ello Sra. Harrington?
- Llámeme Susan, por favor. No me he fijado. No soy modelo, sólo una artista.
- Bueno, bueno… estás siendo muy modesta. Necesitas liberarte. Necesitas mostrarle a alguien el magnífico cuerpo que tienes, ¿no crees?
- Sí, necesito enseñar mi bonito cuerpo… lo necesito… sí… - Susan comenzaba a sentirse tremendamente sexy y abierta a las sugestiones. Las drogas presentes enel muestrario de alfombras estaban surtiendo efecto.
- Sí, lo sé. ¿Dónde guardas tu cámara?
- Es… está… está en mi dormitorio, en el piso de arriba.
- ¿Te importa que suba a echar un vistazo y coja la cámara Sra. Harrington… quiero decir Susan?
- Yo… la verdad… me parece que esto es bastante raro. Da la impresión de que quiere entrometerse en mi intimidad.
- En absoluto. Solo trato de que te liberes. Quieres abrirte a mí, ¿no es verdad? – se acercó a Susan y comenzó a acariciarle el pecho con movimientos circulares por encima de la blusa. La pobre mujer no podía moverse. Se sentía ligera y pesada al mismo tiempo. La naturaleza diabólica de Madame Cong insinuándose ala Sra. Harringtonresultó menos un problema que un desafío. Madame Cong estaba preparada para entrar a matar. Susan caía cada vez más en las redes de Madame Cong - ¿verdad que ahora te sientes más libre, más abierta?
- Sí.
- Dímelo.
- Me siento muy libre, más abierta.
- Vuelvo enseguida. Quédate donde estás y piensa en lo mucho que deseas abrirte para mí, ¿sí?
- Sí.
Lili subió las escaleras y comenzó a examinar todas las habitaciones. Buscaba información. Quería estar segura de que su presa no tenía más vínculos que los que poseía con su hermana, Sharon Tyler. Examinó todo minuciosamente y por último abrió el armario del dormitorio en busca de la cámara.
La cámara sólo iba a ser un instrumento de su tortuosa mente, ya sabía que podía convencer a Susan de hacer cualquier cosa. La cámara no tenía batería, pero no le preocupó. La cogío y se dirigió hacia la escalera.
- Bueno, ahora creo que alguien debe posar de forma sexy para mi, ¿no es cierto? – Sonrió y levantó la cámara para tomar algunas fotos.
- No lo entiendo… viniste a venderme alfombras y ¿ahora quieres hacerme fotos?
- No es necesario que tu linda cabecita se preocupe por esas cosas querida, sólo imagina que eres modelo. Necesitas posar muy sexy. Quieres posar para mí. La necesidad y el deseo te queman ¿verdad?
- Para, por favor. No me gusta el cariz que está tomando esto. – Susan trató de resistirse.
- Pero te gusta, toda tu vida has estado detrás de la cámara y ahora te apetece cambiar y ponerte delante. Mira a la cámara y siente tu cuerpo. Juega con ese cuerpo tan caliente y sexy. Posa para Madame Cong.
- Me siento tan sexy. Necesito posar para Madame Cong.
- Sí querida, se una niña buena y posa para Madame. – Madame Cong empezó a disparar la cámara. –Oh, sí querida, eso es… adorable… ahora echa la cabeza hacia atrás y ponte las manos en las tetas. Imagina que estás tratando de enseñármelas… sí… eso es… ahora pasa los dedos sobre ellos… sobre la cadera… los muslos…
- Haz el amor con la cámara… frunce los labios… eso es, la cámara te mira… estoy metiéndome dentro de tu alma… necesitas liberarte aun más… quieres empezar a desnudarte… sí, sigue posando así de sexy para mí… eres como un pequeño pastelito…
La pobre Susan se encontraba mareada de placer sexual. Nunca en toda su vida se había sentido tan sexy. De repente se encontró despojándose de todas sus ropas. Estaba convirtiéndose en una puta para la cámara gracias a Madame Cong. Juntó ambos pechos para enseñar su escote a la cámara y luego se empezó a desabotonar la blusa como una experimentada stripper. Realmente algo se estaba abriendo en su interior. Tantos años de emociones y frustraciones reprimidas, las ganas de cumplir algunas fantasías. De repente se sentía viva, fresca, como una flor recién abierta. Tiró la blusa al suelo y empezó a quitarse el sujetador.
- Hazlo despacio, querida, muy despacito. ¿Sabes? Creo que podrías ser una de mis strippers. Imaginate zorreando en el escenario para mí en frente de tios repugnantes que te llenan de dinero ese escote. Eso es… date la vuelta y enséñame ahora ese culito… ¡Qué bien lo meneas, querida! Dan ganas de darte unas nalgaditas. ¡Vamos, menea ese trasero!
- Oh Madame… ya me muevo… Me siento tan sexy, tan caliente… Necesito enseñarle todo mi cuerpo.
- Pues simplemente hazlo, querida. Quítate toda la ropa pero déjate la ropa interior. Posa guapa y sexy, como en esos anuncios de adolescentes en ropa interior. Siéntete joven, linda, viva de nuevo… Muestrame lo puta que puedes llegar a ser. Córrete en tus bragas mientras posas para la cámara… Puedes hacerlo… metete dos dedos… ¡Oh… tan caliente… sí… justo ahí… Creo que esa es la pose correcta, putita.
- ¡Oh, voy a correrme en mis dedos! ¡No voy a poder aguantar mucho más! ¡Necesito correrme…!
- Eso es Susan, córrete sobre esos dedos largos y sexys que tienes. Córrete para Madame.
- Emmmmm… sí… me corro… ohhh… sííí… Me corro para usted.
- Perfecto, directo a la cámara, maravilloso… ¡Corten! – Se echó a reir a carcajadas. – Ahora, Sra. Harrington, creo que tengo la alfombra perfecta pata ti.
Madame Cong tomo de su bolso grande de cuero una radio.
- Ok chicos, traigan la alfombra. Está lista.
- Por favor, me siento verdaderamente cansada. Quizás podamos dejar el asunto de la alfombra para otro día. – empezaba a notarse agotada y con ganas de dormir.
- Tonterías querida, no dejemos cabos sueltos. Desplegaremos la alfombra y podrás recostarte en ella. Notarás la agradable sensación de su textura y así te harás una idea de cual es el estilo que prefieres para tu casa. – Tres hombres trajeron la alfombra y rodaron hacia un lado algunos muebles. Se movieron con tal eficiencia que parecían soldaditos de juguete, aunque en realidad eran demonios. Cada hombre tenía una extraña sonrisa en el rostro y uno de ellos comenzó a frotarse la entrepierna sobre los pantalones haciéndose evidente la potente erección que tenía. Madame Cong lo amonestó rápidamente por lo que hacía, incluso Susan pudo verlo pero en su estado no podía pensar con claridad y sus temblorosas piernas no mejoraron las cosas. Finalmente, la alfombra se extendió en el suelo. Era de color rojo, marrón, azul y blanco, con un delicado y hermoso patrón oriental.
- Mirala, te está llamando, ¿verdad querida?
- Sí… me está llamando – Susan miraba la alfombra como si estuviese a punto de desmayarse. Allí estaba con sus bragas rosa y el sujetador a juego, delante de un tres hombres extraños y una mujer que parecía tenerla hechizada. Se sentía presa de la lujuria, pero no entendía como podía estarlo sólo porque Madame Cong se lo había ordenado.
De repente, Madame Cong fue a su bolso y extrajo de él una máscara especial. Maniobrando con rapidez la colocó sobre la cabeza y rostro de la indefensa Susan cerrándola con fuerza alrededor de su cuello con una tira de plástico. La máscara dejaba sin suministro de aire a la víctima.
Susan empezó a luchar por respirar, Madame quería que lo hiciera para que quedase exhausta. Lili la empujó hacia los hombres que empezaron a jugar lanzándoselas de unos a otros. Susan no sabía que pasaba y gritaba bajo la máscara, tratando de conseguir aire y sintiéndose cada vez más débil. Entonces uno de los hombres la abrazó, pasando sus manos por todo su cuerpo, y sacando un cuchillo cortó la tira de plástico para quitarle la máscara.
- ¡Es suficiente! – Madame Cong gritó y Susan se quedó allí, de pie, sin aire y a punto de desmayarse por falta de oxígeno.
– Quieres hundirte en la alfombra y descansar, ¿verdad Susan?. Te está llamando y quieres acostarte. Deseas echarte sobre esta alfombra bonita y suave. Es tan agradable hacerlo. Te gustaría tomarte un buen descanso en ella y dormirte. Parecen arenas movedidas y como en ellas, te hundirás profundamente en la alfombra. Eso es, querida, recuéstate en la alfombra. Descubrirás pronto el por qué mis clientes se quedan mis alfombras o puede que me las quede yo.
- Sí, tengo que descansar – contestó Susan. Tras el sádico juego no podía resistirse al cansancio y a la droga que seguía trabajando en su sistema. Sólo agradecía el poder respirar. Se acostó en la alfombra y se envolvió en ella. Se sentía tan bien y era tan acogedora. Antes de que pudiera decir una nueva palabra o quedarse dormida Madame Cong le colocó una mordaza de bola de color rojo que había sacado de su bolso, asegurándola bien alrededor de su cabeza. Ató después los brazos de la mujer con unas correas a la espalda y luego terminó de atar el resto del cuerpo. Susan fue completamente inmovilizada y empezó a gemir en vano, bajo la mordaza, indefensa.
- Eres un pastelito estúpido. Mis amigos árabes adoran a las rubitas tontas. Me vas a hacer ganar un buen dinero allí donde vas. Bueno chicos, ¡arriba! – los hombres con precisión y facilidad terminaron de envolver a Susan en la alfombra y luego al izaron a hombros y se dispusieron a marcharse. Todo en un día de trabajo, y nadie sospecharía que en esa alfombra se hallaba atrapada una mujer. Parecía que los hombres habían entrado la alfombra para luego volvérsela a llevar. Madame Cong recogió el muestrario y, junto a los otros artículos lo lanzó al bolso de cuero y siguió a sus empleados.
Estos colocaron su recién adquirida “chica-alfombra” en la parte trasera de la furgoneta.
- Me encanta vender alfombras – le dijo alegremente a sus chicos tras subir también a la furgoneta.