La Doctora en la jaula II
La Dra. Forbes comienza a notar las secuelas de su encuentro con Tara. Conoceremos al Dr. Vance y sus relaciones con la interna Tara White
Este relato es una versión en español del relato “Doctored into a cage” escrito por Jackpot y aparecido en la página BDSM Library en noviembre del 2008. Por su temática, me pareció interesante traducirlo y compartirlo con ustedes. No soy un buen traductor, y menos escritor, así que pido disculpas de antemano por los defectos que en el relato se encuentran
II
La vuelta a la oficina se convirtió en una tarea ardua. Jugaba con su pelo y distraídamente se observaba a través del espejo del coche. Sopló sobre su pelo apartando las hebras de color marrón oscuro que tapaban sus ojos. Como en un bucle, su mente volvía una y otra vez a lo que le acababa de suceder. Tomó su teléfono móvil y llamó a su despacho.
Cindy, cancela todas mis citas para hoy o pásaselas al Dr. Stevens.
¿Ha pasado algo Dra. Forbes? ¿Está usted bien?
Estoy bien. Es solo que… me encuentro un poco indispuesta. ¿Te encargarás de ello Cindy? – apretó con fuerza el volante del coche con su mano izquierda mientras la derecha seguía sosteniendo el móvil. Sus uñas parecían clavarse en él.
Por supuesto Doctora. Sólo tenía tres citas hoy así que contactaré con el Dr. Stevens. Relájese y llámeme si necesita algo más Dra. Forbes.
Gracias Cindy, eres un cielo. - Cerró la tapa de su teléfono y su mente volvió otra vez a lo sucedido ese día.
“Céntrate. No ha pasado nada. Voy a llegar a casa y a disfrutar de un buen baño caliente. Timothy no tiene porque enterarse de nada… ¿Cómo he podido ser tan estúpida para hacer algo semejante? ¿Quién es esa mujer? ¿Qué es? ¿Ha ocurrido de verdad? No entiendo como ha podido hacerme esto a mí. Creo que se porqué está encerrada y porqué nadie quiere estar cerca de ella. No tengo que volver a verla. Está demasiado loca. Se ha metido en mi cabeza. ¡Dios mio!, tengo suerte de estar viva. Pudo matarme allí mismo ¿por qué me dejó vivir? No lo entiendo”.
“Melody, tienes que dejar de pensar en ello. Contrólate. Eres una profesional. No debes dejar que esa mujer te lo vuelva a hacer. ¡Dios! ¡Qué sensación tan intensa y erótica! Tengo que estar loca, no puedo sacarla de mi mente”.
Siguió divagando hasta que, al fin, llegó a casa.
La imagen que le devolvía el espejo parecía ocultar el hecho de que, bajo toda esa belleza y arrogancia, ella no dejaba de ser una mujer confundida a la que las dudas asaltaban por primera vez en mucho tiempo. Se quitó la chaqueta y miro sus pechos. Los acarició suavemente por encima de su blusa de color canela cerrando los ojos y respirando profundamente.
¿Qué haces mamá? – la sobresaltó Jennifer.
¡Oh! Solo… Nada. Nada, solo me estaba preparando para darme un baño. – La cara de Melody se volvió roja.
Pensé que estabas teniendo una fantasía caliente – contestó con sarcasmo Jennifer.
Shhhhh, callla. Ni lo pienses. ¿Qué haces en casa tan temprano? No te he oído llegar – Melody comenzó a desabrocharse la blusa.
He tenido un examen y a los que hemos terminado nos han permitido salir antes. ¿Puedo usar tu pintauñas rosa?
Claro, está en el otro cajón.
Gracias mami. Te veo luego.
El sonido del agua llenando la bañera era música para sus oídos. Capa tras capa, se fue despojando de la ropa. Se sentía muy sexy en ese momento y no entendía el por qué. Se quitó el sujetador y sus manos se entretuvieron más de lo debido en sus pechos. Luego las deslizó hacia sus bragas blancas y se las quitó. Arrojó ambas prendas al cesto de la ropa sucia. Por un segundo su mente volvió a los acontecimientos de la mañana y sintió un cosquilleo entre las piernas. Dejó escapar un suave gemido, como si algo blando hubiese rozado su vello púbico. Su clíitoris se puso inusualmente sensible, pero ella se negó a acariciarlo o frotarse a su alrededor. En su mente, seguía viendo a esa horribla mujer y sabía que esa era la idea que la hacía mojarse.
Por fin el baño estaba listo. Añadió un poco de jabón y se metió dentro para relajarse un rato. Dejó que el calor del agua penetrase en su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quería borrar de sus pensamientos lo sucedido esa mañana y dejarlo en la bañera.
- ¡Vas a follar duro con él esta noche! – Abrió los ojos rápidamente. ¿Qué coño pasaba? Algo había entrado en su mente. Algo que la inducía a tener sexo con su marido, pero eso le parecía obsceno y sucio. Se acordaba de lo que Tara le había dicho, que follaría con su marido pero que sus pensamientos estarían en ella. – Vas a querer que te folle el culo. Nunca lo has intentado antes, pero esta noche querrás su polla muy dentro de tu culo.
Una vez más se sumergió en el agua. ¿Por qué tengo esos pensamientos tan desagradables? Eso no podía estar pasando. Sólo quería descansar.
- ¡Déjame en paz! ¡Maldita sea, déjame en paz! – gritó en el baño, pero no había nadie en la habitación. Tenía que controlarse. Decidió que esa noche llevaría a Tim y a las niñas a cenar. No dejaría que Tara tomase el control de su vida.
- ¿Y cómo te ha ido hoy con la nueva paciente?
Ella jugaba con la cuchara en su crema de espinacas.
Bien. No hablamos mucho. No quise apurar mucho su mente en el primer día.
Mel, te noto rara. No has dicho nada desde que hemos llegado. ¿Te pasa algo?
Sí – parecía preocupada y distante.
¿Sí qué? – insistió él.
¿Sabías que la paciente había estado en otras instituciones antes? Eran mucho más adecuadas para ella que la actual. Me extraña que la hayan enviado a ésta.
¿Y que más? – siguió insistiendo él.
Nada más Tim. Disfrutemos de la comida en silencio para variar. ¿Acaso estás escribiendo un libro? – ella tomó un sorbo de su refresco.
¿Estás bien mami? – preguntó Sharon.
Por supuesto que sí. ¿Por qué todo el mundo se empeña en que me pasa algo?
Quizás porque no has probado bocado – respondió Jennifer.
Porque el pollo está muy duro. Debería decírselo al camarero.
¿Es ese el problema, Mel? – volvió a preguntar Tim.
Pasemos un buen rato esta noche ¿vale?. Tim, ¿como te ha ido el trabajo hoy? ¿Y a ti Jen, qué tal el examen? – Melody cambió de conversación y actuó como si nada. Tras unos minutos de frívola conversación se excusó y se dirigió al servicio de mujeres.
Se miró al espejo y se ajustó su blusa. Retocó también su maquillaje. La verdad era que no tenía necesidad de ir al baño, sólo se sentía incómoda en la mesa y necesitaba un descanso. De repente, algo comenzó a bullir en su cabeza. Era un pensamiento, lo notaba como un susurro distante. Miró hacia donde estaban las cabinas con los inodoros y se dirigió al de los minusválidos, que era el más amplio. Después de cerrar la puerta tras ella miro hacia la taza y advirtió que estaba bastante sucia. El anterior usuario había orinado fuera de ella y se había olvidado de tirar de la cadena. Se inclinó y comenzó a limpiarla. Cuando se dio cuenta de lo que hacía se retiró sorprendida y comenzó a mirar la taza. Una voz interior le ordenó quitarse la chaqueta y ella lo hizo colgándola de una de las perchas dispuestas en el panel lateral de la cabina. Inmediatamente empezó a acariciarse las tetas mientras seguía mirando la taza. A continuación se bajo los pantalones hasta los tobillos.
De repente sintió el incontrolable inpulso de meter sus dedos dentro de sus bragas y de jugar con ellas. Lo hizo durante unos minutos y luego, lentamente, se desabrochó la blusa, se la quitó y la colocó en la percha junto con su chaqueta. Llevaba un precioso sujetador de encaje negro, el sujetador que siempre se ponía con esa blusa roja. Le encantaba ese sujetador y comenzó a cariciarse sus pechos y pezones. Era como si otra persona estuviese jugando con ellos en vez de ser ella quien lo hiciese.
- Tira de esos pezones y azótatelos después – dijo de pronto la voz en su mente.
Se sacó las tetas de las copas sin despojarse del sujetador. Se tiró de los pezones y los golpeó con la punta de los dedos. La maniobra pareció encenderla aún más y decidió bajarse las bragas hasta los tobillos junto con sus pantalones. Furiosamente comenzó a frotar su coño de arriba a bajo. Su clítoris se erguía hinchado de forma obscena.
- Levanta la tapa – volvió a ordenar la voz en su cabeza.
Ella la levantó y se quedó mirando la orina que la ensuciaba.
- Sientate en la taza. – La voz surgió dentro de ella. Su corazón se aceleró como el de una adolescente. Sabía que estaba a punto de hacer algo sucio y desagradable, pero, sin embargo, se sentía excitada. Vaciló brevemente al pensar en ello para luego girarse y sentarse en el inodoro sucio de orines. Estaba sentada sobre los meados de otro. Se dejo llevar por la sensación mientras su coño estallaba en llamas, luego introdujo dos dedos en el interior de su raja y alcanzó un gran orgasmo intentando ahogar sus gemidos para no ser escuchada.
Tras correrse se dio cuenta de lo que había hecho. Asqueada tomó papel higiénico y comenzó a limpiar la orina que había en su piel.
“¡Dios, qué me está sucediendo!” – pensó – “Podría pillar una enfermedad grave haciendo esto. ¿Qué he hecho? Tengo que salir de aquí”.
La Dra. Forbes estaba desesperada. No tenía con que limpiarse adecuadamente y tendría que irse a casa con orines secos en su sexo, en su culo y en el interior de sus muslos. Comenzó a llorar mientras se esforzaba en limpiar los restos de orina con los que ella misma se había empapado… Eran desechos de otra persona, orina de otra mujer.
Miró los restos y continuó llorando. La voz en su cabeza comenzó a atormentarla de nuevo.
- No te quieres ir tan pronto. Mira ese inodoro, esa orina. Te está esperando. Vete y restrega tu culo otra vez en ellos.
Sus dedos volvieron a apoderarse de su coño. Sin poder contenerse volvió a sentarse a pesar de haberse limpiado y volvió a impregnarse de la suciedad de la taza. No podía resistirse a la voz que se lo ordenaba. Con lágrimas en los ojos volvió a alcanzar otro orgasmo. Se vistió y con piernas temblorosas salió del baño. Había sido lo más asqueroso que había hecho nunca.
Nos vamos ya.- Le dijo a su marido.
¿No tomamos el postre?
No. Nos vamos ya. – Llamó al camarero, pagó la cuenta y se fueron.
Llegaron temprano a casa, aun no eran las nueve y media. Las niñas fueron a ver la tele o a escuchar música y Tim encendió el televisor de su habitación y se puso a ver un programa suponiendo que Melody se pondría a leer, como hacía siempre antes de irse a la cama.
Melody salió del baño y entró en la habitación vistiendo un conjunto de bragas y sujetador de encaje negro. Estaba caliente, caliente y muy excitada.
¡Quiero que me folles! ¡Quiero que me folles bien follada! – exclamó.
¿Qué? – él la miró sorprendido.
Lo que has oído – Sus ojos brillaban como si estuviesen en llamas. Conocía esa mirada. Era su mirada de cazadora.
¿Qué te pasa? Nunca hablas así.
Ella se tiró en la cama y le dijo:
Quiero que me folles duro, que me la metas bien adentro. Quiero que me des por culo. – y diciendo esto se dio la vuelta en la cama poniendo ssu culo en alto, bien ofrecido. Estaba actuando como una puta y Tim estaba confuso.
Espera… no puedo… - Ella no lo dejó terminar de hablar. Se dio la vuelta y le bajó el pantalón del pijama. Su mano entró en sus calzoncillos sacando su pene para empezar a masajearlo con sus manos. Estaba hambrienta. Se agachó y sacando su lengua empezó a lamerlo desde la punta a la base consiguiendo que una potente erección.
Tim nunca había visto a su esposa actuar de esa manera. Melody nunca le había hecho una mamada. Es verdad que alguna vez le había besado la polla y había lanzado algunos lametones, pero él siempre había notado que lo hacía a desgana, como obligada. Esta noche parecía que la lengua de otra persona estuviese lamiendo su miembro.
Melody se sentía extraña, diferente. Era como si estuviese poseída. Engulló la polla de su marido con gula casi hasta su garganta y empezó a sorber, chupar y mover su boca de arriba abajo. La erección de Tim era considerable y a ella le pareció hermosa. Despacio, la saco lascivamente de su boca, se puso a cuatro patas sobre la cama y dándose una palmada en sus nalgas le dijo:
- ¡Mete esa maldita polla en mi culo! ¡Taládrame! ¡La necesito… fóllame ya! – gritó y con la mano lo ayudó a colocar la polla a la entrada de su ano. Echó su cuerpo hacia atrás y consiguió al fin verse empalada.
Desde que había llegado a la cama, sus pensamientos habían estado puestos en Tara, en como había caído en sus brazos, en como se había sentido, en las guarrerías que había hecho y en lo que había disfrutado con ello. No podía sacar esos pensamientos de su mente.
Mientras la polla trabajaba su culo, Melody comenzó a acariciarse el coño con sus dedos. Era una sensación maravillosa, liberadora, parecía que había estado toda su vida buscándola. Se sentía tan excitada como en su primera vez, pero mucho más cachonda.
Se preguntó por qué nunca se había dejado sodomizar. Tim siempre había querido pero ella se lo había negado, al menos hasta hoy. Cuando se corrió ni siquiera estaba pensando en su marido. Aunque era su polla la que la taladraba era en Tara en quien pensaba. Gritó cuando llegó al orgasmo y dejó escapar un abundante chorro de sus jugos que acabó por resbalar por la cara interna de sus muslos.
Se sentía salvaje. Había sido sexo primitivo, animal. Era algo que había sentido pocas veces, pero esa noche parecía algo más profundo, más contundente. Él no tardó en correrse también, llenando su culo de semen y ella disfruto de la sensación que le produjo notar los chorros de semen llanando sus entrañas. Cuando el se retiró, tomó con los dedos los chorritos de semen que se escapaban de su culo y empezó a frotarlos por su sexo, alcanzando un nuevo y potente orgasmo. Luego comenzó a jugar con las pelotas de Tim, le encantaba hacerlo, mientras su polla se deshinchaba.
Había sido una sesión de sexo caliente y apasionado. Pura magia.
Pasado un rato se acurrucó junto a su marido. Los sonidos de esa noche aún resonaban en su cabeza… eran sonidos animales. Cogió sus pechos y los apretó uno junto a otro, jugó un rato con sus pezones y dejó escapar un suspiro de alivio, como si algo hubiese explotado en su interior. Se volvió hacia su marido y le dio un beso. Imaginó que se lo daba a Tara. Él la miró fijamente a los ojos y dijo:
- Tenemos que hablar.
Hacía horas que la noche había llegado y el Dr. Vance se encontraba ya durmiendo junto a su esposa Linda. Gotas de sudor perlaban su frente gotas debidas al intenso sueño que estaba teniendo.
- No te resistas Dr. Vance, no trates de luchar. Sabes lo que debes hacer, doctor. Puedes sentirlo en lo más profundo de tu alma. Te cuesta resistirte ¿Verdad? Ahora ya sabes lo que debes hacer. Date la vuelta y deja que tu cosita toque la cama. Siente como absorbe su dureza. La sientes cada vez más grande, más dura… sientes como quiere liberarse, correrse, lo necesitas desesperadamente. Restrégate la polla contra el colchón.
El Dr. Vance comenzó a frotarse contra el colchón mientras su encantadora esposa seguía durmiendo a su lado.
- Se que quieres follarte a tu mujercita pero no puedes. Ya conoces la regla: “Nada de sexo con tu esposa si yo antes no te doy permiso”. Ahora vas a follarte a tu precioso colchón en su lugar. Vamos doctor, dale duro. Vamos, más rápido… fóllatelo, fóllate tu colchón Dr. Vance. Fóllatelo para mí…
El Dr. Vance no pudo resistirse a la voz que le apremiaba en sueños y comenzó a moverse sobre la cama como le había ordenado aquella voz en su cabeza. Había estado sucediendo durante bastante tiempo, todas las noches se follaba a su cama en vez de a su mujer. Una noche ella despertó y trato de ser ella el objeto de sus atenciones, pero sólo consiguió que se despertase gritando y perdiese su erección. Desde esa noche ella comenzó a odiarlo. Se despertaba a menudo y salía de la habitación preguntándose por qué él disfrutaba más haciéndole el amor a su cama que a ella. Cada vez que sucedía se encontraba más frustrada por ello. Además cada vez que él se despertaba tras hacerlo, se marchaba a la clínica diciéndole que tenía trabajo pendiente por hacer y, generalmente, no volvía hasta pasadas las tres de la mañana. Y cada vez era más frecuente su necesidad de ir a la clínica, dos o tres veces por semana.
Otro hecho que preocupó a Linda era el estado en que encontraba sus bragas cuando ponía la lavadora: llenas de manchas que no podía identificar. No encontraba más explicación más que fuera su marido el culpable. Se preguntó si sería un pervertido.
Lo oyó despertarse y levantarse de la cama. Ella regresó a la habitación y dijo:
¿Otro sueño caliente querido? – su sarcasmo quedo bien patente.
Ya te lo he dicho otras veces, son sólo sueños.- él se mostraba nervioso y distante.
Peter, por el amor de Dios. Esto pasa casi todas las noches. ¿Qué pasa? ¿Qué anda mal? Nunca quieres hacer el amor conmigo. ¿Por qué? Al menos déjame hacértelo a ti mientras estás en ese estado. ¿Quién es la mujer con la que sueñas? Vamos, dímelo. – se sentó en la cama y tomo con cariño entre sus manos la mano de él.
Ya te he dicho que no hay ninguna mujer. Ni siquiera puedo recordar el sueño. ¡Deja de atosigarme! – gritó alejándose de ella y cogiendo algo de ropa del armario.
Seguro. ¿Y tus idas a la clínica? ¿Tienes a alguna nenita caliente esperándote? – la rabia hacía enrojecer su rostro.
¡Basta! Sabes que estoy en la oficina. Ya me has llamado otras veces y lo has comprobado. Sólo aprovecho para terminar y adelantar trabajo, eso es todo.
Ya, ayudado por alguna enfermera complaciente.
¿Por qué no me dejas en paz y te metes en el agujero del que has salido?
¡Vete a la mierda, Peter! – y salió de la habitación.
Al doctor Vance le traía sin cuidado lo que su esposa pensase en ese momento. Sabía que ella tenía razón, sabía que tenía un problema. En muchas ocasiones, los anhelos que tenemos nos conducen por caminos que no debemos seguir. Cuando la oscuridad gana terreno, la claridad de pensamiento se convierte solo en una ilusión. En su estado, la mente del Dr. Vance comenzaba a tambalearse hacia la autodestrucción. Ha pasado de ser una tentación a una adicción y hace tiempo que ha perdido el control.
Veo que le sigue dedicando mucho tiempo en estas dos o tres semanas, Dr. Vance.
Sí, estas cosas llevan tiempo. – pronunció brevemente.
No lo entiendo. Cada vez que viene pasa todo el tiempo con ella. ¿Por qué se preocupa tanto? Al fin y al cabo es sólo una asesina.
Bueno Max, mi trabajo es rehabilitarla – le dijo al guarda mientras se arreglaba el pelo con la palma de su mano.
Puede ser, doctor, pero si fuese por mí ya la hubiésemos ejecutado.
Déjalo Max. Voy a trabajar.
Como usted quiera, doctor. ¿Seguro que no quiere que le acompañe en la celda?
No es necesario, ya sabes que está en la cama y bien sujeta.
Usted sabrá, pero me sentiría mejor si al menos me dejase estar tras la puerta.
No te preocupes, no será necesario. Sigue en tu puesto. Tengo la radio por si te necesito.
OK doc, vamos allá.
El guardia abrió la puerta dejando pasar al doctor. Cuando la puerta ya se había cerrado, el Dr. Vance encendió la luz. Tara estaba frente a él, con su rostro casi tocando su cara, fuera de la cama y sin ataduras. Se sobresaltó.
Tara vestía una camisa de cuero negro sin mangas con una falda corta de color rojo. Unas medias de color negro y unos zapatos de tacón de aguja, también rojos, completaban su atuendo. Sus labios estaban pintados de un delicioso color rojo, de ese color tan apetitoso para los hombres. Estaba asustado y sorprendido al mismo tiempo. En las ocasiones anteriores había sido él quien la soltaba antes de adorar su cuerpo.
¿Cómo has conseguido soltarte? – preguntó tímidamente.
¿No te parece que estoy mejor así?- lo miró directamente a los ojos. Los ojos de Tara le parecieron hermosos y letales.
¿Cómo has conseguido esas ropas? ¿Quién te las ha traído?
¿Qué más te da? Nunca lo sabrás. Sólo has venido aquí por una razón. Exprimir ese blanco líquido que sale de tu pequeña y patética cosita. – ella se agachó y estrujó sus testículos. El doctor lanzó un grito y ella los volvió a soltar.
Recuerda mi lema, doctor: Un gran placer siempre va acompañado de un gran dolor. – acompañó sus palabras con una sonora bofetada en la cara del doctor Vance. El levantó su mano derecha y se frotó la mejilla.
Pobrecito Peter, ya se ha mojado otra vez los pantalones. Es hora de cambiarte otra vez.
No podemos seguir haciendo esto. Sí, quiero parar… - Peter parecía a punto de llorar.
No. Hemos ido demasiado lejos para parar ahora, Peter. Recuerda que puedo controlar las grabaciones y la única razón por la que nadie te está viendo así es porque yo no lo deseo. Pero eso puede cambiar. – se subió la falda mostrando lo que tenía debajo. Un dildo negro de nueve pulgadas sujeto a su entrepierna con un arnés.
Ven Peter, acércate y mira. Es taaan largo y grueso… ¿lo ves?, mucho más que tu cosita… mira como brilla. – el comenzó a arrodillarse ante ella.
Tara, por favor, mi mujer está empezando a sospechar – la miraba como un niño desvalido.
Estoy segura de ello. Ahora, ¿ha sido el Dr. Vance un niño bueno? ¿Has seguido manchando su ropa interior? – ella le sujetó la barbilla para poder mirarle a los ojos.
Sí.
¿Sí qué?
Sí, Ama.
Buen chico. Estoy segura que ya habrá descubierto que su esposo es un maricón pervertido al que le gusta orinar en la ropa interior de las mujeres, sobre todo en la de su esposa. – las palabras se clavaban en el cerebro del doctor destrozando sus pensamientos. - ¿Traes puestas las braguitas como te ordené?
Tara deseaba que no lo hubiese hecho para poder castigarlo más fuerte.
No puedo aguantar mucho más… - No le dio oportunidad de terminar de hablar.
¡Se te ordenó usarlas, meoncito! Sabes lo que pasará si no me obedeces. Ahora enséñale a mamá lo mucho que te gustan las bragas de tu esposa y bájate los pantalones, mi pequeño y patético mariconcito.
¡Te he dicho que no soy gay! – gritó.
Eres un patético marica que no ha salido del armario. Y un cerdo asqueroso, como todos los hombres. ¡Bájate ahora los pantalones, cerdo!
Así lo hizo y ella lanzó una carcajada.
- ¡Jajajajajajaa….! ¡Impresionante! ¡Que lindo! ¡El Dr. Vance lleva unas preciosas braguitas de encaje rosa! Ahora a recitar las reglas que te he dado. ¡Y hazlo bien, saco de mierda!
Él la miro y sintió como su sexo comenzaba a crecer bajo la tela de las bragas de Linda. Odiaba la sensación de sumisión que lo embargaba. Se odiaba a sí mismo por sucumbir ante esta mujer, ante esta demente. Quería ser fuerte, luchar, rechazarla, pero no podía, su cuerpo se negaba a obedecerle. Las palabras comenzaron a salir de su boca como de un cuentagotas.
Un gran placer siempre va acompañado de un gran dolor.
Mi nombre es Peter Vance, pero en realidad soy Peter meabragas. Me gusta mear la ropa interior de mi esposa y luego adorar la mancha. Soy un cerdo patético que ensucio todo lo que toco.
Mi cerebro está en mi cosita y mi cosita es pequeña, así que soy un pequeño cerdito sin apenas cerebro.
Tara estaba entusiasmada. En ese punto la polla del Dr. Vance luchaba por liberarse de la prisión en que se había convertido las bragas de su esposa. Ella lo había entrenado para que tuviese una erección instantánea cada vez que repetía las reglas.
No, no, no… Antes de sacarla tienes que mearlas un poquito.
No… no puedo Tara. No puedo seguir con esto. En los cuatro meses que llevas aquí me has transformado en la mierda de hombre que soy ahora. Mi esposa se ha dado cuenta, sabe que hacemos algo ilícito. Esto tiene que parar. Puedo transferirte a otra prisión más dura, más segura… sólo estás aquí porque hay pocos pacientes y creímos que podríamos manejarte mejor.
Después de este arrebato, ella lo traspasó con la mirada y le dijo:
¡Cierra ya esa bocaza, maricón! Voy a ocuparme de tu esposa muy pronto, así dejará de preocuparse por su pequeño.
¿Qué… qué quieres decir? – preguntó horrorizado.
Ya me has oído. Su hora se acerca de todas formas. Además, tú tienes una nueva amante. ¿Sabes quien es?
¿Qué quieres decir, Tara? – sus ojos se abrieron. Se enorgulleció pensando en ser el posible amante de una asesina loca, pero también avergonzado.
Soy yo. – Ella se echó a reír. - ¡Es broma! Ni muerta estaría con una mierda como tú, con alguien tan patético. Tu cosita no mide más de tres o cuatro pulgadas.
Tara volvió a reírse. Esta vez más fuerte.
Un niño seguramente la tendría más grande y dura que tú. Seguramente sería capaz de follarme más y mejor de lo que tú lo harías nunca. Apuesto a que esa cosita no le ha dado ningún buen meneo a tu santa mujercita. – se agachó y con la mano acarició el miembro del Dr. Vance por encima de la tela de las bragas. Entonces, sin previo aviso, volvió a apretar sus huevos.
¡Ouhhgggg! – gritó él.
Ahora grábate esto en tu pequeño cerebro, marica. Ahora puedo controlar tu puta vida y, pronto, voy a controlar la de tu mujer también. Cuando llegué aquí por primera vez ella te estaba esperando en la oficina. Como me traían con una camisa de fuerza y atada a la camilla ella se acercó para verme. Recuerdo que me miró unos segundos y dijo: “Peter, debes encerrarla y tirar la llave”. No olvidaré lo que dijo y a su debido tiempo le haré pagar por ello, pero todavía no.
Por cierto, Dr. Vance. ¿Quieres saber quien es tu amante? Tu nueva amante es tu colchón. Se que follas con él casi todas las noches, ¿verdad? Estoy muy contenta de verlos juntos. Hacen una pareja estupenda: el doctor y la señorita colchón. Deberías matar a tu esposa para demostrarle a la señorita colchón lo mucho que la amas. Acuérdate de darle un besito de mi parte la próxima vez que hagas el amor con él. – Tara movió sus piernas de abajo a arriba en una réplica burlona del movimiento de Peter sobre la cama. Se rió y volvió a acercar su rostro al de él.
Bien, recuerda que todo lo que está sucediendo esta noche aquí se está grabando en las cintas. Nadie las verá a menos que yo lo permita y sabes que es verdad. Ya te lo demostré dejándote ver la cinta en la que me golpeaba la cabeza y como nadie lo vio cuando la presentaste a la junta médica. Cuando volviste a ver la cinta solo las imágenes volvían a estar ahí. No puedes explicar como lo hice y si lo intentas te tomarán por loco. Así que ya sabes lo que pasará si decido distribuir las cintas de estas sesiones.
Recuerda también que podría haberte matado ya más de una docena de veces – una amplia sonrisa surcó su rostro mientras decía esto último. – Venga, métete el dedo índice de la mano derecha en la nariz.
La orden lo asustó. Le costaba respirar.
No, no quiero – protestó.
Métete el jodido dedo en la nariz. ¡Ahora! – gritó Tara muy fuerte.
“¿Por qué nadie me oye? ¿Por qué nadie ve lo que está pasando?” se preguntaba Peter abatido.
- Haz las cosas bien si quieres tu recompensa. ¡Mira aquí! – se levantó la falda y señaló una vez más el dildo – O te metes el dedo en la nariz o tu culito de marica no tendrá lo que tanto le gusta.
Ella colocó su mano sobre el dildo y comenzó a moverla como si se hallase masturbando una polla. Le obligó a mirar como lo hacía mientras se burlaba de él.
Bueno meoncito. ¿Qué va a ser? ¿Lo harás o te arriesgarás a la humillación de las cintas? – tras estas palabras él se metió el dedo en la nariz.
Buen chico. Ahora escarba un poco. Quiero una buena bola de mocos en la punta de tu dedo.
Con un gruñido él cumplió la orden.
- Cómetelo caraculo – sus ojos ardían de crueldad. Parecía que sólo con ellos podía obligarlo a hacer cualquier cosa. – Eso es mi niño, trágatelo todo.
Ella se echó a reír.
Tara, por favor, creo que voy a vomitar. – Peter estaba pálido.
Tonterías. Orínate las bragas ahora.
Sabes que no puedo cuando estoy así. – señalaba a su erecta polla.
Claro que puedes chiquitín. Haz como te he enseñado. Frótate la puntita con la palma de la mano y verás como echarás un buen chorrito en las bragas de tu mujer.
Estaba tan caliente que apenas terminó de escucharla se apresuró a meter su mano en las bragas y frotarse la punta de su cosita. Empezó a mear. El chorro impregno toda la tela de las bragas y sintió como el líquido caliente mojaba sus bolas y bajaba por sus muslos. Ella le aplaudió.
- Buen chico. Así se hace. Ahora a cuatro patas. Gatea para mí, Dr. Vance.
Ella se sentó en la cama y levantó una pierna. Su pie calzado quedó a escasos centímetros de suelo y empezó a girarlo alrededor de su tobillo invitando al Dr. Vance a que lo adorara.
- Lámelo. Empieza por el tacón. Lámelo y ensalívalo bien. Mételo en tu boca y límpialo bien.
Cuando tuvo el tacón en la boca, Tara empujó todo el zapato sobre su cara, retorciéndolo sobre ella. Después de un rato algunas gotas de sangre caían de su nariz.
- Ahora la pierna. Usa bien esa lengua y lame, perra.
Cuando finalmente llegó hasta sus muslos, ella le aprisionó la cabeza con ellos haciéndole mirar el consolador que se encontraba sobre su coño.
- Ya sabes lo que tienes que hacer si quieres que entre bien en ese “coño” tuyo. – acompañó estas palabras con una palmada en el culo del doctor para asegurarse de que lo entendía correctamente.
Hacia varias semanas que ella había convertido el culo de Peter en lo que ella llamaba su “coño”. Él sabía lo que le esperaba después.
Le cogió la cabeza y le obligó a tragar aquel grueso y largo dildo hasta casi atragantarlo.
Eso es cabroncete. Chupa bien, mójala bien para que pueda follarte ese coñito tuyo. Tu coño me pertenece, tu cuerpo me pertenece, tu mente me pertenece y, pronto, tu esposa también será mía. Chupa. Chupa bien mi mariconcito.- Luego se quito un zapato y le metió el tacón en su nariz. De esa forma lo arrastró hacia la cama.
Vamos Peter Meabragas – dijo – Ya es hora de que te folles a tu amante de nuevo. La señorita colchón te está esperando ansiosa. Se que te encanta que te folle el coño mientras tú se lo haces a tu novia, la señorita colchón. Esta noche la vas a tomar con fuerza, pues te voy a echar un polvo en ese coñito tuyo lo más duro que pueda.
No lo hagas, por favor. – Sus protestas acabaron cuando ella lo ató boca abajo sobre la cama.
Con una cruel sonrisa en su cara, Tara se puso sobre él y, tomando el dildo, lo hundió con brusquedad en su culo. Como siempre, consiguió que él gritase y en el momento en que enterró todo el falo en sus entrañas vio con satisfacción que su ano sangraba.
¡Así mi cerdito! Vamos, dentro… fuera… dentro… fuera… más y más profundo. Quiero que me grites: “Soy un maricón, Ama Tara” – gritó ella con los ojos bien abiertos. – Dímelo maricón, ¡Dímelo!
Soy un maricón. Soy un maricón Ama Tara… oooohhhhh…. Mmmmmm…. Yo… ohhhhh… yo voy a correrme…
Sí, Dr. Vance, córrete en tus braguitas mientras te follas la cama. Vas a echar un buen chorro para mí esta vez. Córrete en las braguitas de tu mujer, puta – Y así, como había ocurrido todas las veces anteriores, se corrió violentamente, deseando a su Ama. Aún no comprendía como podía convertirse en una marioneta en sus manos. No entendía porque necesitaba sentirse así humillado. No se sentía atraído por los hombres, pero una vez en sus manos no le importaba convertirse en su juguete, en su maricón. Peter Meabragas se había manchado otra vez, pero esta vez la mancha era blanca y pegajosa.
Tara se inclinó sobre él y le susurró al oído:
Estás tan vulnerable en esta posición. Podría coger ahora un cuchillo y clavártelo en la parte de atrás de la espalda y deslizarlo hasta tu nuca abriéndote la espalda de par en par. Tu médula espinal se rompería y la sangre lo salpicaría todo. ¿Entiendes lo fácil que sería para mí hacerte eso ahora?
Sí. ¡Por favor, no me mates, te lo suplico! – Peter comenzó a sentir pánico.
Podría hacerlo fácilmente. – volvió a susurrar ella.
¿Cómo puedes tener un cuchillo? ¿Cómo puedes tener todas estas cosas? ¿Cómo lo consigues?
Ella comenzó a desatarlo diciéndole:
- ¿Aún no lo entiendes, Dr. Vance? Tengo el poder de crear lo que desee. – le tiró de la oreja mientras le decía: - Sígueme.
Lo arrastró hasta el poste donde solían atarla.
- Colócate ahí. ¡Vamos, ya! Ahora cierra las correas como un buen chico.
-No, no voy a colocarme ahí. No tengo las llaves y las correas no están hechas para mí. Son muy estrechas. No voy a ser capaz de respirar. – volvió a sentir pánico.
- ¡Pues aguantas la respiración, cerdo! No te preocupes por la llave. Si yo puedo salir seguro que te puedo sacar a ti.
Tomó aire metió su estómago hacia dentro. Tara le ayudó a asegurar las correas de metal alrededor de su cuerpo. Las bandas estaban tan apretadas que hacían que su vientre se combase hacia afuera como el de una embarazada.
Ahora cierra los ojos – dijo ella con un sensual susurro.
¿Por qué? – preguntó el con miedo
Cierra los ojos y siente mi respiración. – Ella sopló sobre él y, por alguna razón, se sintió reconfortado. Entonces le ordeno volver a abrir los ojos. Lo hizo para comprobar que ella llevaba en una mano unas esposas y en otra una aguja de coser con hilo de pescar unido a la misma. Sus ojos casi saltaron de sus órbitas y comenzó a suplicar.
No por favor, no uses eso conmigo… Te lo juro…, te juro que no diré nada de esto a nadie... No diré nada… Por favor, no me hagas nada... He hecho todo lo que querías… - Un torrente de lágrimas empezó a caer de sus ojos. Sabía lo que vendría a continuación y en un último esfuerzo trató de liberarse dando un manotazo que dio el la mano en la que ella llevaba la aguja cayendo esta al suelo.
Ella respondió rápidamente con un rodillazo en los huevos y luego otro en su prominente barriga. Siguieron dos golpes más en su vientre. El dolor casi consiguió que se desmayara. Tara recuperó los objetos caídos y le esposó las manos a la espalda. Tras hacerlo, puso su propio pelo sobre la cabeza de él, convirtiéndolo en una tosca caricatura de ella.
Bueno gatito, parece que te queda un poco de coraje después de todo. Me has decepcionado. Ofréceme tu labio inferior. – en sus ojos no había vacilación alguna.
No… mmmmmmm… - cerró fuertemente la boca y apretando mucho los labios
Vamos meoncito, sabes que después de follar siempre te muerdo el labio.
No por favor, la última vez casi necesito puntos y no tuvimos sexo. Nunca me has dejado follarte y siempre soy yo al que follas.
Bueno, eso es cierto, Peter. Sin embargo te he dejado hacer el amor con tu nueva novia, la señorita colchón. Es un cielo, ¿verdad? ¡Ahora ofréceme de una puta vez el labio inferior, cerdo!
Decidió que era inútil resistirse y acercó su rostro al de ella como si fuese a darle un beso.
¡Este es mi chico! – dijo ella entre risas y lo mordió.
Ahhhhhh…. Ehhhhh…. – gritó él mientras brotaba sangre de su boca.
-¡Bahhh! ¡No es para tanto! Estoy segura que lo que viene a continuación será mucho más doloroso. A ver, mariconcito, frunce los labios como si te fuese a poner pintalabios.
Tara, por favor… no me hagas esto… no es necesario…
Venga, a ver esos pucheritos – Tara tomo la cabeza del doctor y la movió hacia adelante. Usó sus dedos para fruncir los labios de Peter.
¡UMMMMMHHHHHHH! – gritó el doctor Vance. Era todo lo que podía hacer mientras Tara, puntada a puntada, cosía los labios del doctor. Pequeñas perlas de sangre empezaron a brotar de sus labios.
Laboriosamente y con pulso firme, la obra de Tara fue tomando forma. Le llevó tiempo pero los resultados eran evidentes. Limpió el exceso de sangre de la boca del doctor y dio un paso atrás para contemplar su obra.
Allí estaba el Dr. Vance, atado a un poste y apenas capaz de respirar o moverse. Sus labios estaban completamente cosidos y sus manos esposadas a la espalda. Suavemente le quitó las bragas y las colocó sobre la cabeza del doctor.
- Buen chico. Ahora ya tienes las bragas donde deben ir. Así siempre tendrás a tu esposa en el pensamiento. Ahora que las llevas en la cabeza quiero que pienses en ella y en todas las cosas bellas y maravillosas que voy a hacer con ella una vez que esté internada aquí. ¿Verdad que será divertido? – El vicio brillaba en sus ojos. El Dr. Vance sentía tanto dolor y tenía miedo de que continuase el castigo. Parecía una ballena. Con su barriga hinchada y las bragas de su esposa en la cabeza todo resto de dignidad había desaparecido de él.
No podía gritar, y aunque hubiese podido, nadie hubiese acudido en su ayuda. Incluso aunque los guardas estuviesen monitoreando la sala, Tara haría que sólo viesen lo que ella quisiera.
Vas a quedarte así al menos dos horas más, Dr. Vance. Espero que estés disfrutando de tu castigo, porque lo que es yo, lo estoy haciendo y mucho. Así que este cerdito fue al mercado, oink, oink… - se burlaba y reía de él mientras apretaba el ombligo con su dedo.
Eeeeeemmmppphhh… - era el único sonido que emitía el doctor.
Así es como deberían estar todos los hombres. Que podamos verlos pero no oírlos. ¡Qué mundo tan maravilloso sería si pudiésemos dejar de oír las quejas de esta mierda de hombres todo el tiempo! No sabrás nada de nuestro dolor a menos que tú también lo sufras. Apréndete bien la lección, Dr. Vance. – se dio la vuelta y se fue a la cama. Tenía tantos planes y tantas cosas que hacer.
Me volvería loca si mantengo todas estas cosas en mi interior – se dijo antes de acostarse.