La Doctora.
Un pequeño extra.
La Doctora.
Iban días de mi padre enfermo, estaba internado en el área de Nefrología del hospital, a esperas de noticias y un diagnóstico que no pintaba para nada prometedor. Mi madre a pesar de ya no tener nada con él, se acercaba a visitarlo. Mayoritariamente era yo quien lo cuidaba, pues mi hermana cuidaba de las niñas pero aun así nos turnábamos para descansar.
Desde el principio lo ha visto la misma doctora, la nefróloga Mónica Castillo, una dulzura de mujer y la protagonista de esta breve historia.
El segundo día de hospitalización, aun estábamos por el área de Emergencia y veo entrar a una joven y pequeña doctora, de cabello negro, lacio y hasta los hombros, con un rostro muy serio, y ojos oscuros; la oigo preguntar por mi padre y la guían en mi dirección, le hago señas a él para que se fije en la bella mujer que se nos acercaba, mi padre como buen lobo que era, se acomodó la camisa y el cabello, sacando su mejor sonrisa aunque ya el cuerpo no le daba para más. Yo sonriente permanecí de pie a su lado. La linda doctora le hizo un examen de rutina, sin perder mucho tiempo pidió algunos análisis de sangre y nos comentó que debíamos llevarlo al piso de nefrología, sus riñones estaban fallando, lo más seguro era iniciar el tratamiento de hemodiálisis.
Un par de días mas, mil exámenes de sangre más y aun no teníamos diagnóstico, se hablaba de todo y de nada, pero mi hermana y yo, lamentablemente, ya nos preparábamos para lo peor.
Comenzó a hacerse frecuente mis conversaciones con la doctora, mientras mi padre dormía bebía un poco de café y platicaba con ella, sin ninguna doble intención, genuinamente me agradaba. La acompañaba en su consultorio mientras organizaba las historias de sus pacientes, le llevaba alguna bebida caliente, o bajamos al café de la clínica durante un poco tiempo, no podía ausentarse mucho y en teoría yo tampoco.
Me gustaba hacerla reír; cuando estaba estresada, fruncía el ceño y observaba más a los ojos, intimidantemente.
- …y allí estaba yo, dando mis pasos triunfales hacia ella, la horda de mis amigos aupándome para que culminara mi objetivo – me miraba curiosa - y de la nada, puf, tropecé y me caí, en medio del patio, en pleno receso, - reía y me deleitaba con su perfecta dentadura - solo podía atinar a reírme, mi primer intento de ir tras una chica y mi primer fallo épico.
Reímos.
Entonces Emily, ¿Al menos la conquistaste?
Años después claro, con más experiencia y menos torpeza, pero que te digo, nadie se resiste a mis encantos.
Sonreímos y de la nada sucumbimos ante un silencio ensordecedor. Nos observamos fijamente dejando la magia fluir, la química nos atropellaba por primera vez.
- ¡A mí no me gustan las chicas!
Sonreí.
- ¡A mí no me gustan las doctoras!
Le dedique un gesto pícaro y partí.
Conversábamos sin eventualidades casi a diario.
Para la tarde de un sábado lluvioso, recibí la inesperada visita de una Karen a la cual pretendía y seria mi futura novia.
Pasamos la tarde en la habitación conversando, riendo, viendo a mi pobre viejo coger un vestigio de alegría ante lo inevitable.
Karen partió tarde en la noche, la escolte hasta la puerta y con el premio de un beso y un posible inicio me devolví a la habitación.
Me introduje a la ducha y refresque mi cuerpo, a escondidas de las enfermeras para que no me regañaran por hacerlo. Salí a detenerme cerca de la ventana, en plan de relajarme mientras le colocaban los medicamentos de la noche a mi padre.
- ¿Un café? - oigo preguntar a mis espaldas, me gire sonriente para negarme, Mónica algo confusa me deseo una feliz noche.
Pasé dos días fuera de la clínica, mi hermana le tocaba una larga guardia después de los tres días que yo había estado allí.
A mi regreso Mónica, acompañada de dos doctores más, nos atajaron a la salida, despedía a mi hermana cuando nos llamaron para al fin darnos el diagnostico, muchas palabras bonitas sacadas del libro de medicina que tenían solo una finalidad, anunciar la cercanía del final.
Mi hermana no quiso irse hasta que la obligue entrada la noche, debía descansar a pesar de que deseáramos estar con nuestro padre, era curiosa aquella necesidad de cuidarlo tan solo porque hacia un par de meses, llena de resentimientos yo ni le hablaba. Jamás cuidó dedicadamente de nosotras pero henos aquí, tristes por el anuncio de su posible partida.
Plena madrugada, sentada mirándolo fijamente, buscando todos esos rasgos que nos dice la gente, esos rasgos de parentesco innegable que poseemos entre ambos, decidí levantarme y buscar aire. No quería deprimirme. De pie frente a la misma ventana de siempre ignoraba por completo mí alrededor, asumiendo que todos dormían un poco para alivianar la guardia.
En pocos minutos sentí una mano suave acariciar mi brazo, “¿cómo te sientes?”, me pregunto una cariñosa y simpática Mónica de ojos cansados por el trajín del día.
- No sabría responderte, es confuso ahora, jamás pensé que me vería tan afectada.
En silencio se pegó a mí para abrazarme, con sus brazos alrededor de mi cuello, y los míos fijos en su cintura. Poniéndose un poco en puntillas para alcanzarme beso mis labios con timidez, de la manera más inesperada, en el momento menos imaginado, atónita respondí con algo de sorpresa, al culminar se alejó sonriente y me deseo una feliz noche. La vi adentrarse en su consultorio al final del pasillo, indecisa regresaba a la habitación con mi padre, lo observe, dormía plácidamente y lucia tranquilo.
Volví al pasillo. Mire hacia el final. Sin pensármelo dos veces toque a su puerta, abrió y justo en ese instante me adentre en el consultorio, solo viendo sus ojos, solo buscando acercarme.
Bese sus labios, profundice mis manos bajo su bata, sentía su piel cálida y temblorosa, bajaba por su cuello y la veía sonreír con picardía, dejando que sus dos hoyuelos brillaran en sus mejillas, sus labios dulces y carnosos me reclamaban, volví a ellos, desnudando su cuerpo con desespero dejándome llevar por el morbo de la situación.
Ella misma me llevo al escritorio, arrojo todo lo que en el había al suelo, se recostó a el con mi mano adentrándose en su ser, palpando su humedad, haciéndose espacio entre el pantalón y su ropa interior. Desnuda se pegó a mí, incendiando mi cuerpo con el roce de su pecho y el mío. Sus pezones rozados adornando lo pálido de su piel, sus gemidos y mi tacto en su cuerpo, todo en perfecta sincronía.
Se giró ofreciéndome una deliciosa perspectiva. Solté la coleta que sostenía su cabello, la pegue a mí y comencé a penetrarla, con suavidad al principio, suspirando a su oído, sosteniendo sus senos en mi otra mano, mas salvaje luego sintiendo como sus fluidos rebasaban mi mano. Esperando que su interior colapsara ante mí, llegando al clímax solo por sentir su temperatura, su cuerpo moverse.
Me dirigí al sofá a tomar un respiro, la senté sobre mí y no pude evitar excitarme de nuevo, acariciar su cuerpo, penetrarla, agotarla todo lo que podía antes de irme.
Mi padre fue estabilizado, a Mónica no le quedo de otra más que darle de alta. Nos vimos un par de deliciosas veces más hasta que di inicio a mi relación con Karen, conservando una buena amistad aun nos reunimos a conversar, beber café y recordar buenos tiempos.