La divina providencia
El aleteo de las alas de una mariposa, puede provocar un huracán, al otro lado del mundo.
LA DIVINA PROVIDENCIA.
El aleteo de las alas de una mariposa, puede provocar un huracán al otro lado del mundo…
Teoría del Efecto Mariposa.
Capítulo I. Julio de 2013.
Soñaba que salía del mar, y me encontraba en la orilla con un montón de fruta. Estaban tendidas en la arena formando un mosaico…
Fue entonces, cuando el talgo Madrid-Cádiz, llegaba a su estación de destino, y despertaba. Me apresuré, como el resto de viajeros y bajé mi maleta hasta el andén. Allí me dispuse a buscar un taxi que me llevará a casa de mi hija.
El taxista era un hombre poco mayor que yo. Era un hombre de los de antes, chapado a la antigua y anclado en una vida que ya había pasado hace años. Me preguntó de qué provincia venía. A lo que le respondí que procedía de Cantabria, que llevaba cuatro años viudo, y que iba a casa de mi hija, con mis dos nietos y mi yerno, en un chalet situado a las afueras de un pueblo cerca del mar, pero que yo también era gaditano…
El taxista, intrigado, me preguntó también qué edad tenía, pues mi veía muy joven para tener nietos y estar viudo. Le contesté que tenía 57 años, pero que había puesto de mi parte para hacer frente al tiempo.
Los kilómetros fueron pasando, siempre por la costa de mi bella tacita de plata, porque así se le conoce a mi bella Cádiz, hasta que por fin, tras caminos y estrechas carreteras,situados entre Sancti Petri y Zahara de los Atunes llegamos a casa, y sin que nadie me esperase, me colé dentro.
Era un chalet bastante coqueta, con su acerita de piedra que te conducía directo al interior, dejando a ambos lados un poco de césped, unos arbolitos, y una piscina, toda rodeada de una alta arboleda, que le daba un toque natural y bonito.
A mi hija le había dicho que llegaría por la tarde, que primero la llamaría, porque así conseguía que no se asustaran con mi tardanza, y al mismo tiempo les daba una sorpresa. Así fue, porque se disponían a almorzar, justo cuando los sorprendí poniendo la mesa.
El primero en verme, fue el mayor de mis nietos, Alberto, ya era un hombrecito de 14 años, y luego tras él, Javier, que con un dulce, ¡abuelo!, me rodeó con sus brazos. Mi hija Susana, me abrazó y me dedicó un beso lleno de ternura y pasión. Ella era mi única hija, y para mi lo era todo… Teníamos mucho vivido y siempre fue mi niña preferida. Por último mi yerno Andrés, un hombre que a sus 44 años, parecía que se le había echado el tiempo encima.
Terminamos los besos, abrazos y presentaciones, y me invitaron a almorzar. Tras terminar de comer, mi Susi subió a enseñarme el dormitorio, donde iba a pasar mis noches, en aquel Julio de 2013.
Susana cogió mi bolso de viaje, dejándome a mí la maleta, y subiendo por las escaleras a la planta de arriba, comenzó a hablar de la casa y de lo bien que me encontraba a pesar de todos los pesares.
Mientras subíamos, Susana se puso delante de mí, sin poder obviar el cuerpo de mi hija. Sólo llevaba unas chanclas de verano, con un camisón cortito, de esos que se ponen las chicas para ir a la playa, dejándome ver unas nalgas carnosas y apretadas, encima de unas piernas medianitas y lisas, con tan solo unas braguitas que no terminaban de ocultar ese precioso y llamativo culito, que seguro que era el punto de atención de los hombres de la zona.
Al llegar a la planta de arriba, entramos al dormitorio, el cual se encontraba al fondo a la izquierda, dejando a la derecha del largo corredor, tanto el de los niños, como el de matrimonio, y junto a mí el cuarto de baños.
Susana, soltó el bolso encima de la cama, la cual ya estaba hecha, y me mostraba el armario, donde podía ir colgando mi ropa. Aproveché para curiosear por el dormitorio, hasta que de nuevo tope con el culo de mi niña. Se dio la vuelta, y sonriéndome con cara pícara, se marchó de la habitación para que pudiera cambiarme y ponerme un poco más cómodo.
Después de almorzar, tenían la costumbre los niños y Susana de ir a la playa. Así conseguían que el padre pudiera dormir la siesta y estuviera un rato tranquilo.
Bajamos andando hasta la playa, ya que desde la casa sólo había un paseo. Me había encontrado a los niños muy grandes, aunque muy dormidos en la vida para mi parecer, ya que para eso tengo ojo, y se cuando un niño está espabilado, o aún vive en los mundos de yupi. Mi hija estaba bien de salud, aunque distraída, como en otro mundo. Yo la notaba preocupada, para eso tengo un sexto sentido y sé que me escondía algo. De hecho fue ella la que me pidió por favor, que pasase las vacaciones juntos, por un lado porque hacía ya mucho que me encontraba solo tras la muerte de su madre, y por otro porque los niños querían estar conmigo, y también para que les hiciese compañía, ya que el marido sólo tenía un mes de vacaciones y tendría en agosto que volver a Canarias.
En ese momento, sabía que Susi me ocultaba algo, y que ese matrimonio no funcionaba como debía.
Junto a aquella cala, pequeñita, apartada de la gran playa a la que suelen ir el resto de pueblos de la zona, colocamos las tres sombrillas cerquita de la orilla, dejando un poco de sol a Susana.
Mi primera función como abuelo, fue embadurnar de crema protectora a los niños, para que se fuesen a jugar al agua, y así poder quedarme tranquilo hablando con mi hija en la orilla.
No dejé mucho pasar, cuando le pregunte por Andrés, a lo que me contestó que se comportaba como un hombre normal, que quiere tranquilidad y descanso, aunque no se ocupe mucho por su familia. Tras esa respuesta, que me sonó a excusa, ya que más sabe el diablo por viejo que por diablo, le pedí por favor que me contase la verdad, que percibía distanciamiento y una relación demasiado fría.
A lo que ella me contestó:
--Papá, estoy segura de que Andrés me quiere, solo que ya no me ve como antes. Desde que tuvimos a Javier, mi marido a penas si me toca, creo que se ha cansado del sexo, y se limita a vivir, comer y trabajar.
--Cariño, pero si aún eres una muchacha, cómo puedes vivir así. Con lo bonito que es vivir enamorada y con ganas e ilusión en la vida, sobre todo con los dos niños criados y tu marido bien colocado en su empresa. Si sólo tienes que mirarte al espejo y ver lo bonita que estás.
--Gracias papa, tu siempre me mimabas y me decías cosas bonitas, para convencerme de que siempre tenemos que seguir luchando, pero ya me he acostumbrado a esta vida, y por lo otro, ya me apaño yo solita. Pero papa, no puedo engañarlo con otro hombre, aunque sé que lo entendería, no puedo, pero no creas que me olvido de ello. Mírame, todos los días, me cuido por lo que pueda surgir.
Tras estas palabras, abracé a Susana, con una mano la apretaba por la espalda uniéndola a mi cuerpo, y con la otra la sostenía por el cuello para consolarla. Luego con un leve empujón le dije que se marchase a la toalla y se tumbara, mientras me quedaba jugando en el agua con los niños.
Después de 15 minutos, de zambullidas y peleas con los nietos, regresé a la toalla. Susana se había tendido sobre la arena, parecía dormida, por ello me coloqué silencioso sobre la mía, tras ella. Se había estirado el biquini por abajo, para que quedara ante el sol y se pusiera moreno, cosa que me encantó, ya que apreciaba en un primer plano, ese culo tan bonito, redondo y carnoso con el que Dios la había obsequiado, y que ahora exhibía para mí.
Su espalda, también la tenía desnuda, ya que se había desabrochado el sujetador, y lucía como reclamo ante la luz junto con el resto de su cuerpo. Esa piel tan firme, sin lunares ni manchas, sin grasa, ni estrías, que parecía mentira que hubiese parido en dos ocasiones, ahora estaban ante mí, para que pudiese deleitarme, pero nada más. Creía yo en ese momento, al menos.
Grabando en mi mente estaba su gracioso cuerpo, cuando se giró boca arriba, dejando uno de sus pechos al aire, cosa con la que casi consigue que entrase en shock, y es que pensaba que el corazón se me salía.
Era un pecho de una talla 85 aproximadamente, con un pezón pequeño y oscuro, pero chiquito y delicado, delicado como ella misma. Mi niña, le ofrecía a su padre, lo que sabía que tanto le gustaba y lo que entendía que le podía dar.
Su carita pícara, con su pequeña nariz y sus ojos cerrados, decorado por un pelo castaño ondulado y suelto, adornaban esos pechos tan juveniles, y ese vientre tan liso y divino, que hacía seguro que en esa playa al menos otra igual no se pudiera encontrar. Ese biquini, tan justo y coqueta culminaba en unas piernas bronceadas, lindas y divinas. Así de diva era mi hija, y yo estaba muy orgulloso de ella.
El sol ya no picaba tanto, y los niños gritaban desde la orilla, que llegaba su padre y querían merendar. Justo en ese momento giré mi cabeza y mi hija ya tenía el biquini totalmente en su sitio.
Pusimos una de las toallas a modo de mantel, y toda la merienda encima, ofreciendo primero el café a su marido, el batido de chocolate a los niños, y luego más café para los dos, optando en este momento mi hija, por sentarse sin esperarlo sobre mis rodillas, igual que cuando era pequeña.
Los días fueron pasando, y cada vez intuía un poco más lo que le pasaba a mi hija, lo que necesitaba, y lo muy distanciada como mujer y como esposa que se encontraba.
Al principio me mostré, como un padre ajeno, que no entra en nada concerniente a la pareja, pero poco a poco, con los soleados días del verano, fui notando la necesidad que Susi tenía de mí, y quizá el gran favor que indirectamente le hacía a mi yerno.
Pero tanto amor, tanto calor, tanta atención, sólo despertó los deseos más primitivos y femeninos de Susana, que al verme sólo, creo entender, y los muchos ratos que le dedicaba, hicieron que ella se olvidara de la atención de cualquier hombre… que no fuese su padre.
Las tardes en la playa ero todo un acontecimiento digno de disfrute. El Sol, el agua, los nietos, y la sonrisa y serenidad de Susana. Cuando la pillaba con los ojos cerrados tomando el Sol, la contemplaba y estudiaba. Era cuando apreciaba lo bonita que era, lo cómoda que se sentía con us hijos y con su padre mimándola y cuidándola. Quizás fuese todo lo que ella necesitaba, y ahora con mi llegada se sentía totalmente realizada como mujer. De todo ella, el ver que tenía dos niños mayorcitos y aún así conservaba esa juventud tan atractiva como mujer, era lo que más morbo me daba.
Aprovechaba siempre que podía, y la dejaban, para sentarse encima de mí, era obvio que necesitaba el cariño y el calor mio, y que el marido no le daba. Fuese de la calidad que fuese, yo no iba a permitir que mi hija se sentiera sola, y no iba a negarle nada.
Esa tarde fue muy serena, y pase mucho tiempo jugando con los niños, lo que permitió que ella tuviese todo el tiempo del mundo para descansar y relajarse en la arena. Muy agradecida estaba, ya que cada vez que me acercaba a la toalla, no paraba de besarme, y a veces sentía que se acercaba a mi boca más de lo que me hubiera atrevido.
Así pasamos la tarde, hasta que nos volvimos a casa. Sin pensarlo dos veces me tire de cabeza a la piscina, mientras que los niños se quedaron jugando abajo, y Susi subía a su dormitorio. Fue en una de las veces que sacaba la cabeza del agua, cuando vi encenderse la luz del baño en la planta de arriba, y desde el extremo de la piscina, pude ver como Susana, no solo dejaba la ventana abierta, sino que encendía la luz, pudiendo contemplarla desnuda de cintura hacia arriba, y guau, eso fue demasiado, todo un espectáculo, más aún cuando me fije en que me había mirado de reojo, y me ofrecía sus encantos, porque seguro que a estas alturas del día se había dado cuenta que disfrutaba con ella, y por lo que se ve, no le importaba, o más bien mi niña me mostraba y regalaba, lo que sabía que tanto me enloquecía.
Sin pensarlo, se me vino a la cabeza, que si había dejado la ventana abierta, seguro que la puerta del baño también. Por lo que me sequé lo más rápido que pude, y subí despacio las escaleras, escalón a escalón, hasta que llegué junto a mi habitación.
Allí, en el interior de la ducha, apareció mi sirena totalmente desnuda, enjabonada tras la mampara de cristal, descubriendo por primera vez como mi niña, se había rasurado su coñito, y como con su pelo mojado se mostraba más linda que nunca, dejándome exhausto, boquiabierto, encantado…
Luego, bajé a ayudarle a preparar algo rápido para cenar, y Susana una vez más llevaba un pequeño camisón, bajo el cual sólo llevaba unas braguitas. No me podía creer el verano que acababa de empezar, y lo mejor, lo que todavía me quedaba por vivir y disfrutar con ella. El hecho de que mi hija se presentara así, era algo que me rejuvenecía y me despertaba. Estaba muy contento, tanto como un chico con su primera novia. Ahora estaba lleno de ilusión y sueños, sueños eróticos con Susana.
Cuando terminamos de preparar la cena, mi hija empezó por ofrecer la comida a su marido, que se sentaba siempre delante de mí, frente al televisor, a su derecha un niño tras el otro, enfrente de este, su madre y al principio, como presidiendo la mesa me sentaba yo.
Tras el marido, le daba la comida a sus hijos y luego a mí, ese era siempre el ritual que seguía. Cuando me repartía, frente a la mesa, apoyé mi mano sobre su cintura, agradeciendo el arroz, y notando como tardaba un poco más de lo debido en marcharse de mí lado, cosa que me sorprendió y me gustó, y tras apartarse un poco de arroz para ella, volvió a dar un poco de pescado para todos, dejándome a mí para el último, ya que los tres estaban embobados viendo una película.
En eso, que teniendo de nuevo a Susana a mi derecha, me atreví a acariciar su muslo izquierdo, tras lo cual dio un pequeño suspiro que solo yo noté, y viendo que se quedaba inmóvil, subí mi mano para arriba, hasta llegar a su braguita, la cual con mucho disimulo, acaricié por encima de su precioso culo. El tiempo se detuvo, queríamos disfrutar de ese momento y lo prolongamos todo lo que nos fue posible.
Tras la cena, los niños subieron a su habitación y los tres nos quedamos en el porche tomándonos una copa, y aprovechando el fresco de la noche.
Las estrellas y mi recuerdo, porque de esto hace muy poco y lo puedo recordar, fueron espectadores de lo que luego aconteció. Y es que Andrés, entró al salón a seguir viendo la tele, medio dormido en el sofá, y Susana, desde el patio, tras la ventana acariciaba su pelo, aunque para ello tuviera que levantar un poco las puntas de los pies. En ese estado, y con una copa de más en el cuerpo, me atreví, a acariciar su culo de nuevo, y en vista de que aquella situación se prolongaba sin que ocurriese nada, opté por continuar con mis caricias, hasta que decidí, bajarle las braguitas y quedármelas en la mano, a modo de botín de guerra, teniendo ahora sí, ese hermoso y carnoso culo de nuevo para mí entera disposición. No dudé ni un momento en acariciarlo y besarlo, incluso recuerdo, que hasta llegué a darle pequeños bocados e incrustar por último mi cara dentro del culo de ella. Tal fue el éxtasis que me provocó, que tuve que parar, puesto que notaba que me iba a correr, del placer que me producía.
A los pocos minutos, cuando me recuperé y la luna dejaba de brillar, me fui a la cama, no sin antes darle un beso a mi hija. Sin hablar, marché a mi habitación, y sin hablar me metí en la cama. Antes de cerrar mis ojos, coloque junto a mi almohada, las braguitas, y así me dormí.
Soñaba que tumbado sobre un suelo de mármol blanco, me envolvía en miel, y giraba mi cuerpo sobre mí mismo, para untarme por todo los lados. Me llevaba el dedo a la boca para saborear tan dulce néctar, cuando alguien tocaba mi hombro, y me despertaba .
Era Susana, que viendo lo que tardaba en bajar a desayunar, subió intrigada a mi habitación, la cual había dejado medio abierta, y viendo los giros que sobre la cama daba, entró a despertarme, creyendo la pobre que se trataba de una pesadilla.
Cuando desperté, me dio un beso y me dijo que bajara a desayunar, luego miró a mi derecha, sonrió, y se fue. Tras ella, me levanté, y comprobé que se me había olvidado sus braguitas junto a la almohada, siendo este, el motivo de su risa. De nuevo la picarona, me había cogido infraganti. Una vez más, salió a la palestra, la inteligencia de la mujer…
La mañana pasó tranquila, aunque notaba a mi hija un poco alterada. Por eso motivo, y por ayudarla a las tareas, me quedé en la cocina a su lado. Entre los dos preparamos el almuerzo, y más tarde la merienda que me llevé en la nevera a la playa.
Cuando bajamos al agua, me quedé en la orilla jugando con los nietos, esperando impaciente a que pasara el tiempo, hasta que llegase Susana.
Dormí una pequeña siesta, y por fin llegó mi hija. Había bajado desde su casa con un pareo, bajo el cual, tapaba su cuerpecito, con sujetador y un pequeño tanga. Esta prenda siempre la evita cuando está Andrés, por eso, si la llevaba puesta, era sinónimo que el enfado seguía, y como venganza, se vestía así. Me daba mucha lástima, el ver a mi hija, en ese estado, y al lado de un hombre que ya no ama, sobre todo cuando sólo tenía 37 años, y todavía era muy joven para vivir así.
Cuando se tumbó en la toalla, la seguía viendo alterada, por lo que sin preguntar, accedí a darle un pequeño masaje en los hombros y en la espalda.
Minutos después había conseguido relajarla, notando su respiración más tranquila. Continué con el masaje y me bajé hasta sus rodillas, volviendo a masajear esos glúteos tan extraordinarios, y sin notar rechazo por parte de ella. Ver como se meneaban entre mis manos sus dos cachetes me producía un placer infinito, el cual me hacía olvidar por completo que era mi hija.
Tras ello, la dejé descansar, colocándome junto a ella y me puse a leer un libro, aunque más que leer, estaba mirando las curvas de mi niña.
Más en la tarde, llegó Andrés, y sin ofrecerle nada, empezó Susana a recriminarle que nunca se ocupaba de sus hijos, que pronto volvería a Canarias, y que no era ni capaz de llevárselos al cine. Él la ignoraba por completo, era un hombre muy pasivo, cansado de todo, sin sangre, sin vida.
Susana, frustrada por no obtener ninguna respuesta de su marido, hizo lo que hacía como cuando era una niña. Se subió de nuevo encima de mi falda, y le dio la espalda. Él, hizo lo mismo, colocándose frente al mar, e ignorándola. Comencé a acariciarle el pelo, porque sabía que así la tranquilizaría, pero ella muy sutilmente se había sentado sobre mi polla y en seguida note como esta crecía, y notaba que presionaba sobre el coño de mi hija, pero Susi ni se inmutó. Tal era el tamaño de mi miembro, que pensaba se iba a salir por el bañador, y que Susana vería como algo obsceno, pero todo lo contrario. Mi hija no se levantaba. Tuve que ser yo quien llamara a los niños y los invitase a merendar, un poco por romper el silencio y por otro por escapar de esa corrida inmediata que llamaba a la puerta, la puerta del placer.
Poco después regresamos a casa, y me quedé por los alrededores del jardín viendo las plantas. Susana subió para ayudar al baño a Alberto y Javier, ya que eran niños muy buenos pero teníamos que ponerle toda la ropa en la mano, porque si no, no atinaban ellos solos.
Luego comenzó a ducharse ella, y una vez más desde la puerta de entrada, con mayor visión, empezó el espectáculo de mi hija. Cuando eso ocurría, el tiempo se ralentizaba, todo pasaba a cámara lenta. Ese era el momento en el que subía a la planta de arriba, y en un primer plano, seguí disfrutando de la sexy escena desde la puerta, ya que notaba que era lo que quería Susana. Al poco de permanecer escondido en el oscuro pasillo, con la sola luz del baño, la veía frotarse con jabón todo su cuerpo. Dedicaba más tiempo en sus pechos, los cuales enjabonaba con capricho, hasta dejar cristalinos los pezones, y dejaba caer sobre su barriguita el jabón que con el agua caía, y que ella recogía con la mano, para llevarla a su chocho y frotarse lo suficiente, como para hacer de la ducha una escena lo suficiente porno para los ojos de su padre, sobre todo cuando sabía, porque conocía su lasciva y pícara mirada, que yo la espiaba, y con ahínco enjabonaba adrede su culito, para que yo disfrutase de ella, y para que sufriera con ella…
Nos reunimos todos de nuevo a la hora de cenar. Como buenos soldados, cada uno ocupó su sitio, temían que la sargento les llamase la atención, sobre todo aquellos tres zánganos, que sólo vivían para ser servidos.
Susana había bajado con una camisa rosa mía, entiendo que una vez me la había lavado y planchado, le gustaría, o bien le daría morbo llevar la camisa de su padre. La cosa es que le sentaba muy bien, pero no sólo se le notaba por lo afilado de sus pezones que debajo no llevaba nada, sino que al inclinarse para coger verdura del cajón inferior del frigorífico, descubría que debajo tampoco se había puesto braguitas. Escondiéndose en la talla media de la camisa de su padre, y sabedora que ninguno de los tres chicos por su torpeza se iba a percatar de nada, aprovechó para dedicarme esa visión a mí, hombre espabilado y con buen radar, que para esas cosas no dejo escapar ninguna.
Mi hija, que aparte de conocerme, me quería, y mucho, como ya habréis adivinados estimados lectores, no paraba de hacerme regalos con su cuerpo, por lo menos quiero pensar yo, para el hombre que sabe valorarlos.
Esa noche, la ensaladilla rusa ya estaba servida, y los mozos comiendo como cosacos. La gran diferencia, es que Susana, no me trajo la cerveza servida, sino que se puso a mi lado, expectante, con un vaso en una mano y el botellín en la otra, dispuesta a dejar pasar todo el tiempo que fuese posible a mi lado. Tan cerca la tenía, que sólo tuve que llevar mi mano a la altura de su muslo, para acariciar su entrepierna y ese hermoso culito que el señor le había obsequiado para deleite, de los que sabemos apreciar las joyas de la naturaleza. Mi mano, ya recorría el interior del coño de Susana, y empezaba a notar que se mojaba, por lo que decidí, no recorrer más su rajita. Susi regreso con otra cerveza para ella, y arrastrando su silla, la plantó entre el marido y yo. Empezamos a comer, todos mirando la tele, y Susana, aprovechando para tirar de mi mano y plantarla de nuevo en su muslo.
Comer la ensaladilla con la mano izquierda, mientras buscaba en su cueva el clítoris con la derecha, no era algo fácil, pero si muy placentero, máxime, cuando la veía a ella gozar, y descaradamente, dejaba de masticar para morderse el labio inferior de gusto.
Acabamos de cenar, al menos ellos tres, porque nosotros dos comimos bien poco. Se fueron para el salón a seguir viendo la película, y mi hija y yo, nos quedamos recogiendo y hablando en la cocina.
--Papa, aunque me veas enfadada tanto tiempo con Andrés, no me pasa nada. Ya hace bastante que estoy así, y en cuanto me desahogo un poco se me pasa. Tú no te preocupes, con que sigas a mi lado para mi es suficiente, siempre has sido mi preferido, ya lo sabes, desde que estábamos con mama, y ahora a mis 37 años, no tienes por qué preocuparte tanto.
--Cariño, tú no te desahogas, tú te conformas, y la alegría que debía estar en tu cara y no está, es lo que tanto me preocupa. Siempre he estado a tu lado y te quiero, pero veo que ahora tengo que seguir cuidando de ti de todas las maneras.
En eso que me acerco a ella por la espalda, y la abrazo, poniendo su culito sobre mi polla, que enseguida comenzó a cobrar vida. Luego le di un beso en la mejilla y la dejé terminar en la cocina.
Ya casi a punto de acostarnos, regresé del jardín, donde había estado curioseando un poco por el alrededor de la casa. A fuera, apoyada en la ventana, volvía a encontrarme a Susi, esta vez con una cerveza en la mano. Me dirigí con sigilo donde se encontraba, todo estaba oscuro, sólo salía luz de la pantalla del televisor, y parecía que Andrés estaba echado sobre el sofá, y ella de pié, esperándome. Esperándome, como una caperucita picara puede esperar a su lobo, puesto que le gustaba los bocados que el animal en el cuello le producía. Me puse tras ella, le metí las manos bajo la camiseta, y le apreté los pechos, se los acariciaba, y le tiraba de los pezones, se que le gustaba, porque la oía, porque la sentía, y porque la conocía.
Sin soltar su pecho izquierdo, bajé mi mano derecha, y me puse a jugar con su clítoris. Se dejó caer sobre mí, mi dulce niña dejaba que su padre le diera placer, estaba entregada, su chochito era agua, y utilizaba toda mi mano apretando su clítoris, jugando con él, hasta que tras un ratito conseguí que se corriera. Susana cayó rendida, aunque otra vez, tuve que taparle la boca, pues su explosión era tan frenética que la podía delatar. La dejé caer sobre la ventana de nuevo, y cuando vi que se sostenía sola, me marche a mi habitación.
No había pasado ni 15 minutos, cuando acostado en mi cama, empezaba a quedarme dormido. En ese mismo momento, noté como una sombra desnuda abría del todo la puerta de mi habitación, y comenzaba a besarme. Era Susi, al principio la dejé, pensaba que me agradecía con cariño lo que antes había hecho por ella, pero viendo como poco a poco iba bajando hasta llegar al ombligo, reaccioné e intenté levantarme, pero ella presionando su mano sobre mi pecho, me obligó a quedarme quieto. Acto seguido, cogió mi polla todavía flácida, y sin avisar se la metió entera en la boca. La dejé, me produjo tal placer que no hice nada, ni tan siquiera respirar.
Empezó a succionarme con la lengua y los labios, y mi polla despertó hasta el máximo. Me daba tanto placer, que me sabía a gloria cada chupada, pero el saber que era mi hija me impedía correrme de una vez. Ella que estaba de rodillas en el suelo, se sentó en la cama, y me dejó acariciar su culo. Fue entonces cuando intentando penetrar su culito con un dedo, una vez logré separar sus nalgas, empecé a eyacular como un poseso, y aguantando los gritos y levantando la espalda con cada espasmo, me corrí en el interior de su boca. Notaba como descargaba toda mi leche, y como ella con su cabeza quieta, lo aguantaba, la almacenaba… Cuando notó que me tranquilizaba, sin decir nada, se marchó al baño.
Caí rendido, agotado, me quedé dormido, no hubo tiempo para la compasión, sólo para el descanso, a mis 57 años, aquello había sido demasiado.
Caía del cielo mucha azúcar. A modo de bolsa, cogí un saquito y abriéndolo apuntaba hacia arriba para llenarlo, era como si lloviera azúcar en la playa, donde saltando sobre la arena con mi hija y mis nietos, reía y muy contento abría la boca para jactarme, y me desperté .
Sería sobre las diez y media de la mañana, esta vez no escuchaba a nadie. O bien dormían, o bien se habían ido. Fue lo primero, supongo que la madre terminaría tarde y agotada y aun estaría en la cama.
No mire en ninguna habitación, me limité a vestirme y asearme haciendo el menor ruido posible. Cogí las llaves del coche de mi hija, y marché al pueblo. Busque una cafetería límpia y junto al mar para desayunar, y luego pregunté por el centro comercial. Me comentó una chica de la cafetería, que al que ella va, estaba como a 30 ó 40 minutos, en San Fernando.
Una vez llegué, tenía muy claro lo que quería. Un vestido cortito, blanco y fino para lucir en las noches de verano. Miré en Springfield, Bershka, Cortefiel, hasta que lo encontré en Zara. Era como quería, muy blanco, cortito y de tela finita, con un forro interior el cual sólo estaba cogido por unos hilos, para quitar y formar dos piezas. A gusto del consumidor.
Regresé a casa, para la hora de almorzar, y preguntándome mi hija, donde había estado, le dije que subiera un momento, y se lo regalé. La pobre por la cara que me puso al principio, no solo no se lo esperaba, sino que delataba que hacía bastante que su marido no le daba nada. Soy muy cuco para esas cosas y enseguida lo adiviné. Ver la cara de Susi en ese momento no tenía precio, la alegría con la que recibió el vestidito, superaba con creces los 95€. Me abrazó, me beso, me hubiese comido. No quise aprovecharme de la situación y me limité a decirle, que a la mujer que más quería le daría solo cosas que la llenasen de ilusión.
Bajamos para almorzar y el resultado tras ese pequeño regalo fue magnífico. Nunca hubiese pensado que ese pequeño detalle con mi hija, iba a ser el causante de una alegría tan desorbitada, el causante del brillo de sus ojos, y sobre todo, verla trabajar tan activa en la casa, y las ganas de seguir viviendo.
Me bajé con los niños a la playa, y los dejé jugando, mientras me dormía, esperando a Susana. Cuando llegó, les dije que cuidaran de las cosas, mientras Susi y yo dábamos un paseo por la playa y así aprovechábamos para hablar. Quería que me llevase al otro extremo de la playa, donde colinda, con la zona turística y suele ir la gente, para conocerla un poco mejor.
Al final, rodeada por un gran barranco, lleno de grandes rocas, donde rompían las olas, aparecía esa otra playa, la turística. Ese era el motivo, por el que no pasaban tantas personas hacia el otro lado del barranco, donde vivíamos nosotros.
De vuelta a nuestras toallas, encontré a una Susana juvenil, con entusiasmo, con alegría, aquella que olvidaba que era madre y esposa, aquella que cuidaba de dos niños. Susi, era en aquel preciso momento una chica que pasea con su padre, y que se siente segura con él, como cuando era pequeña, y cualquier dificultad o problema acudía a mí, con sus ojos abiertos, esperando a que le diese una solución. Como ahora hago, y sin poder evitarlo, lo alargo, por el bien de ella, por el bien mío también.
--Papa, sabes que te quiero igual, aunque no me hubieses comprado nada.
--Amor mío, para mí no supone nada, y para ti ha sido mucho, además no te había regalado nada desde que llegué, y tú, mi amor tú me das alegrías, aunque sólo sea a la vista, me das alegrías.
--Papa, lo que yo te he dado, no es ni una decima parte de lo que te puedo dar. Soy tu hija, y también cuido de ti, para mí no representa nada, cualquier cosa cuyo destino seas tú. Cuando murió mama, juré que cualquier cosa que te faltase te la daría de estar en mis manos.
Tras estas bellas palabras, sujete su cabeza con mis dos manos, y le di un dulce beso, luego la abrace, y cogiéndola de la mano, camine junto a ella, y junto al mar…
Cuando llegamos junto a los niños, nos dimos todos un baño, y empezamos a hacer el tonto, como cuatro amigos, a cual más loco. Luego ya en la arena, regresó Andrés. Nos comentó nada más llegar, que lo había llamado su hermana y que iban a cenar esta noche con nosotros. Que llegarían sobre las nueve, ella el marido y la niña, y que luego con la fresquita, regresarían a San Lucar de Barrameda.
Una hora más tarde, ya estábamos todos en la casa. Susana y yo, empezamos a preparar la cena. A los niños y al padre los dejamos en el salón y en la ducha, al menos lejos de la cocina, sabíamos lo patosos que eran, así que mejor que no ayudasen.
Me acuerdo perfectamente, por todo lo que después sucedió, que aquella noche, preparé langostinos a la plancha, acompañados de mejillones al vapor, más calamares rebozados que hizo mi hija y una ensalada. A parte corté un poco de queso y jamón. Era toda la comida, luego teníamos helados para los niños y copas para los mayores. Un poquito salado sí, pero había cerveza y vino suficiente para compensar.
Al momento, llegaron Jesús, Natalia y la niña. Empecé por ducharme y ponerme fresquito con bermudas y una camisa blanca, a modo veraniego.
Cuando ya habíamos saludado y acomodado a los invitados, bajó el pequeño, Javiercito, diciéndome que mama me llamaba por algo de la ropa. Me extrañó un montón porque había sido ella la que me había elegido la ropa, pero ya sabéis, que por la cabeza de una mujer puede pasar cualquier cosa.
Aunque la puerta estaba entre abierta, toque un poquito, y ella me dijo que entrase. Una vez dentro, mi Susi llevaba puesto el vestidito que le había regalado. Era un angelito precioso, tan morena, con esa cara tan coqueta y ese vestido tan blanco, era un ser de luz, bonito y delicado.
--Papa, ¿cómo me ves?
--Preciosa cariño, le conteste, entusiasmado y maravillado.
--¿Me sentará mejor si le quito la funda?, lo digo porque hace calor y como es verano.
--Pues realmente cariño, eres mayor y es tu cuerpo, así que lúcelo como tú creas, que para eso te lo he comprado.
Susana no contestó nada, se limitó a meterse las manos por debajo del vestido, y tirar del forro, el cual salió fácilmente. Sin duda se le notaba el tanga bajo la penetrante luz del dormitorio, pero era algo sugerente y bonito.
Dos segundos más tarde, como si me hubiese leído el pensamiento, se miró al espejo, algo se pasó por la cabeza de una muchacha, que a estas alturas del verano si me había dejado algo claro, era que estaba muy caliente.
Y de nuevo, sin mediar palabra, ni aviso previo, mi Susi, delante de mí, se remangó el vestido hasta la cintura, y muy suavemente, se fue bajando el tanguita, hasta que lo recogió del suelo.
Creo que se me tuvo que notar, la subida de adrenalina, porque me puse encendido, pero mi niña estaba ese día tan feliz, que creo que sólo me trató como a su mejor amigo.
Me uní de nuevo al grupo, enseguida empezamos a cenar y hablar de todas las cosas que habla una familia. Las dos mujeres se sentaron juntas y hablaban de la niña, de cómo pasaban el verano. Jesús, trabajaba en el ayuntamiento como fontanero, y en verano tenía la jornada continua, y ella por la mañana trabajaba a tiempo parcial en un supermercado.
Los hombres para variar, charlaban sobre los fichajes del barsa y del madrid, y de vez en cuando tocaban algo del tour de Francia, y entre unos y otros andaban, cuando levantaba la mirada, buscando a Susana. Tenerla a mi lado con ese vestido sin ropa interior, era para mí demasiado.
A veces notaba como ella acompañaba sutilmente mi mirada, y como con su mueca pícara en los labios se daba cuenta de mi entusiasmo, por lo que se cambiaba a la niña de rodilla, para separar sus piernas y dejarme ver su chochito. Tras unos minutos, optamos por sentarnos y empezamos a degustar todo el marisco y pescado que teniamos en la mesa. Nadie se percató del vesdito de Susi, era de noche y no había mucha luz en la casa.
Recuerdo, como en más de una ocasión, se levantaba de la silla para verter refresco a los niños, o acercar algún plato a los hombres, y tener el vestido pillado por los cachetes de su culo, marcando la frontera y el terreno de lo prohibido, de lo exquisito, de lo provocativo, de lo erótico.
Cuando terminamos de cenar, los niños salieron al jardín a jugar y los mayores nos quedamos frente a la tele bebiendo. La sal pedía agua, y el ron era el mejor remedio, así que las mujeres más atrevidas, y los hombre abandonados por el calor y la sed, empezaron a beber, mientras que yo me limitaba a contemplar a Susana, y bebía lo justo, para no caer borracho en el sofa. A mi niña, cada vez se le notaba más la borrachera, por su forma de hablar, y por lo desinhibida que se movía.
Podría jurar, que el marido, como siempre, no había atendido la llamada de una hembra cuando esta en celo, como lo estaba Susana, y Jesús, bien porque no era ese tipo de hombres, y porque Susi era su cuñada, pasaba olímpicamente de ella, así que el pasteleo y el azúcar era sólo para mí.
Me acerqué, aburrido de la conversación de los hombres a las mujeres, y mi hija, confiada y cariñosamente, se sentaba encima de mí, de mis rodillas, mientras seguía hablando con Natalia. No podía controlar mi mano, que quería delante de todos, empezar a acariciar ese culito tan maravilloso, pero delante de todos me sentía muy cortado. Susi, se inclinaba hacia delante, para jugar con la carita de la niña, dejando su culito a escasos centímentros de mi. Al tenerlo tan cortito, se le subía por detrás, y me lo enseñaba todo. Luego se apoyaba de nuevo por unos instantes sobre mi rodilla, percibiendo la humedad y calidez de su coño.
Esa noche, mi hija me estaba buscando de una manera descarada, y la notaba caliente como una perra, en parte por la necesidad y en parte por el alcohol.
Natalia, le pidió a Susana, que se quedara con la niña mientras subía al baño. Durante esos minutos, mi hija se volvió a sentar en mis rodillas, habiendo antes separado su vestido de mi pierna, para que la sintiese piel contra piel, y con la niña en brazos, y los hombres hablando en la calle, me lancé a acariciar sus nalgas, mientras ella jugaba de nuevo con el bebe como si no pasase nada. Mi polla creció tanto en tan poco tiempo, que Susi, la tuvo que notar, pero más que asustarse, parecía que se alegraba.
Natalia bajó, y Susana le devolvió su hija. Luego mi Susi se fue a la cocina, y Natalia, marchó a la calle con su marido y su hermano. Susana se me acercó, y me miró a los ojos de nuevo sin decirme nada, me besó y comenzó a subir los escalones a la planta de arriba. Cuando ya había subido unos cuantos, giré mi cabeza, para contemplarla con su vestidito corto, pero en esa ocasión ella me estaba observando, sabedora de lo que yo haría. De nuevo con su mirada pícara, se mordió el labio y siguió subiendo.
Una fuerte sensación inundó mi estómago, y sabía que el momento había llegado. No pude detenerme ni acobardarme, sabía que tenía que cumplir, si no mi hija no me lo perdonaría. Me levante, valiente como un torero, y subí tras ella. Estaba todo oscuro, salvo la leve lámpara del interior del baño. Cuando abrí la puerta que estaba entre abierta, me encontré a Susana con las manos en los bodes del lavabo.
Sin contemplaciones y poseido por el alcohol, me baje las bermudas y los slips, la agarré con una mano por el cuello, mientras con la derecha buscaba el coño de mi hija para penetrarla. Estaba toda mojada, nerviosa, inquieta. Se la hundí todo lo que pude, y todo lo que el gritito de ella me dejó, ya que tuve que taparle la boca con la otra mano, mientras le metía y le sacaba mi polla todo lo rápido y fuerte que podía, sin contemplaciones, sin miramientos.
En el espejo sólo veía a una bestia que follaba, y bajo él una joven e ingenua niña muerta de placer, sumisa de su padre y envuelta en deseo. Por fin me olvidé de la hembra que me follaba y me limité a penetrarla, y tratarla al menos durante ese momento como una mujer más, se la metía y se la sacaba salvajemente, con dureza y sin contemplaciones, fue en ese momento cuando notaba que se corría, por lo que aproveché para correrme también.
La sujetaba por la cintura, puesto que del éxtasis me caía al suelo. Unos instantes después, ella sacó mi polla, se sentó en el vater, y tras tirar de la cadena se marchó, dejándome destrozado y solo.
Guau, me había gustado, me había gustado mucho.
Esa noche no tuve fuerzas para bajar y despedirme, ganas tampoco, por lo que me fui directo a mi cama.
A la mañana siguiente, me despertó ella cantando mientras hacia las tareas. Se le oía feliz, realizada, completa, y es que ahora tenía en su propia casa a su marido, a su padre, a sus dos hijos y a su amante.
Entró en mi habitación pues era reina de todo el castillo, y abrió la persiana y me pidió una vez que comprobó que ya estaba despierto, que me levantase que quería cambiar todas las sábanas, y que me había preparado un desayuno muy especial.
Fui a lavarme la cara, y se me vino como un flash, la imagen de Susi con el vestidito, entonces se me ocurrió ir a su habitación a ver que había hecho con él, aprovechando que la había oido bajar.
Cuando entré lo tenía sobre su cama, estirado y alisado, como una prenda de oro, y también descubrí que tenía los cajones de la cómoda abiertos.
En uno de ellos, encontré su diario, al ojear sus últimas páginas, leía como Susana había escrito: “Hoy por fin he conseguido que mi padre vuelva a mi vida. He estado tanto tiempo deseando y esperando tenerlo a mi lado, que a veces pensaba que no iba a soportar estar un día más sin él. Desde pequeña vivo enamorado del hombre más encantador y dulce del mundo, tanto que mi propia madre me decía que mis novios tenían celos de él. Sólo he sentido el placer cuando he estado cerca suya, y ahora que está a mi lado, intentaré ser la mujer más afortunada del mundo.”
29 de julio de 2013.