La divina providencia. 2ª parte. agosto.
Sólo he sentido el placer cuando he estado cerca suya, y ahora que está a mi lado, intentaré ser la mujer más afortunada del mundo.
LA DIVINA PROVIDENCIA. 2ª PARTE. AGOSTO.
“Sólo he sentido el placer cuando he estado cerca suya, y ahora que está a mi lado, intentaré ser la mujer más afortunada del mundo.”
Capítulo II. Agosto de 2013.
El sábado 3 de agosto, a las 08.05 horas de la mañana, despegaba desde el aeropuerto de Jerez de la Frontera, con destino a Santa Cruz de Tenerife, el Airbus 320, llevando a bordo, a mi yerno. En él, no sólo había un pasajero perdido en el mundo, también todas las trabas que impedían a Susana a liberarse, desinhibirse y ser todo lo feliz que una mujer de su edad y su estado merece.
Susana, no derramó ni una sola lágrima al ver partir a su marido, más bien, noté una expresión de alegría en su cara, y es que para ella por muy duro que sea decirlo, él sólo era un lastre en su vida, al menos en la vida que deseó y que ahora valientemente se atrevía a construir.
Era yo el que conducía a casa, a los niños los dejamos la noche anterior con su tía en San Lucar de Barrameda y volvíamos a casa buscando la costa.
--Papa, no me lleves otra vez a casa, por favor, llévame a algún lado a desayunar, que sea nuevo y que pueda sentir el aire.
--Bien cariño, te llevaré a un sitio nuevo y un poco alejado de todo, así podrás contarme como te encuentras.
Susana comenzó a hablarme lo sola y poco contenta que se sentía con Andrés, su marido, cosa que desde el principio adiviné, y también que necesitaba un cambio y todo lo que pensaba hacer. Mientras me iba hablando, veía perfectamente sus muslos casi hasta el tanguita, ya que su faldita era demasiado corta para tapar más.
Su faldita azul celeste como os digo, con su top blanco, le daba un aire más juvenil y veraniego, sobre todo cuando podía lucir esas piernas tan bonitas que sujetaban ese culito tan carnoso y redondo que en otras ocasiones ya les he hablado, todo ello a juego con su carita coqueta y morena bronceada por el Sol del Atlántico.
Cogimos por la Ca-6108 dirección La Barca de la Florida-San José del Valle, subiendo por los Montes de Propios de Jerez, hasta que llegamos a la Venta de Puerto de Galiz. Allí disfrutamos en la terraza del local de un magnífico desayuno, que incluía además del café y la tostada campera, el tanguita de mi niña cada vez que abría sus piernas de forma intencionada para que su padre una vez más disfrutase del espectáculo que ella escondía bajo su falda. Sólo al notar que ya apretaba el calor, decidimos regresar a casa.
Susi se encontraba mejor, con la barriga llena y la cabeza despejada. Todo el camino de vuelta lo hicimos charlando, y disfrutando de la presencia del uno con el otro. A mitad de camino me hizo parar cerca de la presa del pantano de Guadalcacín, donde junto al mojón km4, había un descampado sombrío, tapado por los acebuches y alcornoques, acompañado por un pequeño rio que ahora en verano ya no llevaba tanta agua.
Susana quería orinar, y con vista de lince acertó encontrando ese sitio. Dejamos el coche en el arcén, y tras unos matorrales que poco tapaba Susana se inclinaba dándome la espalda, y mostrándome ese magnífico culo se apartaba el elástico del tanga y se ponía a orinar. Tras terminar, cosa de las mujeres, me pidió que le acercase un pañuelo para limpiarse ya que según ella se le había olvidado. Tras terminar y ver aun de espalda como se frotaba su chochito para secarse, a la niña se le antojó meterse en el agua, aprovechando una poza que el verano había dejado acumulada entre piedras a modo de charca más o menos profunda.
Le pregunté que si no le daba miedo, a lo que me contestó que no era profundo y que el agua estaba muy transparente. Le dije que yo me quedaba fuera, y sin más, la niña se bajo la falda, se quito el top que llevaba arriba con su sujetador a juego y se metió en la poza, que pintaba helada. Se lo pasó estupendamente, como un gorrino en el barro, nunca mejor dicho…
Yo me senté en una piedra observándola, sobre todo al mover esos pechitos tan delicados y mojados que hicieron que sus pezones se pusieran como astas de toro, y su culito mojado y grandioso, era lo mejor que ese día y a esa hora me podía ofrecer. Pero que equivocado estaba, y es que al salir, la niña empezó a titiritar, y en un reflejo paterno la cogí entre mis brazos y la abrazaba para calentarla e intentar que de nuevo entrara en calor, debido al frío con el que salió del agua. Susana tras varios minutos abrazada a mí, se colocó como lo haría un mono, dejándose caer sobre mi piernas, consiguiendo que mi polla tras el espectáculo acuático terminara de crecer, poniéndose dura como una piedra y consiguiendo calentarla al máximo. Susi, notando el calor de mi pecho, y la presión que le hacía sobre mí, aprovechó para meterme la mano bajo el pantalón, y tras tirar de mi verga hacia afuera la colocó sobre su coñito para que la follara.
No tuve que hacer nada, las mujeres cuando quieren lo saben hacer todo, sólo me limité a aguantar el sube y baja de Susana sobre mí, ofreciéndome la maravillosa posibilidad de apretar con mis manos su culito, ayudándola de esta manera con el mete y saca y consiguiendo que en cada metida ella se frotase con mi pubis logrando bajo la sepa de aquel árbol que se corriera libremente, y es que en mitad del bosque no le tape la boca como hago cada vez que se corre, y es que ya sabéis queridos lectores que los alaridos de placer de ella son bastante fuertes.
Cuando ella terminó, la cogí con mi mano izquierda del cuello, sin que se pudiera menear, y empecé con la otra mano puesta en la nalga, a restregarla sobre mí, consiguiendo correrme en segundos dentro de ella, mientras mordía de forma salvaje uno de sus pezones que en aquel momento y fuera de mí, confundí con alguna fruta.
Tras terminar, Susana dio un salto y se tiro de nuevo a la poza. En esta ocasión, me desnudé y me tiré dentro del agua a jugar con ella, parecíamos dos adolescentes, calientes y estúpidos recién salidos del instituto, pero nos hacía feliz.
Empapados en agua, nos vestimos rápido y como buenamente pudimos, y ya dentro del coche, nos miramos y decidimos recoger a los niños.
De regreso, en la campiña de aquellos pueblos, Susana atinó a divisar unos molinos que sobrevivían al paso del tiempo, aunque un poco abandonados, y me pidió como una niña, que subiéramos andando por el caminito que subía para hacerse allí unas fotos. Paré para complacerla, sabía que la marcha de su marido la tenía un poco ida, y quería hacer cualquier deseo que ella pidiera, todo por hacerla feliz. Empezamos a subir la cuesta, y el viento empezaba a subirle la falda, dejándome entrever que no llevaba tanga. La muy hija de su madre, tras salir del agua se colocó su falda pero se quitó su tanguita sin que me diera cuenta. Susana sabía que iba detrás y que me estaba poniendo las botas con su culito, pero la muy pícara conocía los deseos más profundos de la mente de su padre, y contribuía con su hechizo.
Arriba, junto al molino, posó, de todas las formas que se le vino a la cabeza. A veces parecía una modelo de ropa de verano, en otras más bien de cine erótico. Cuando apoyó sus manos sobre el molino, sacando su culito y guiñando un ojo, con su carita coqueta y el azul de su falda de nuevo al vuelo del viento, sentí que era lo más bonito que en aquel lugar se podía fotografiar, y una vez más di gracias por lo que el momento y mi hija me estaban ofreciendo.
Ahora sí, y tras dejar Jerez de la Frontera, partimos sin otra dilación a San Lucar de Barrameda. Cuando llegamos, su cuñada, nos invitó a almorzar, pero en eso que vimos a Jesús, su cuñado, mirándole el culo a Susi, ya que debido al agua o a que no llevaba nada de bajo, marcaba demasiado su falda.
Entonces la expresión de su mujer cambió, y la mirada a Susana fue a mi gusto demasiado negativa, por lo que no lo permití, y con unas, gracias en otro momento, les indique a mi hija y a los nietos que regresábamos a nuestra casa en la playa, donde seguro que el mar nos haría mejor bienvenida.
Los primeros días de Agosto de ese 2013 fueron calurosos por el día y templados por la noche, a diferencia de otros años donde por la noche es imposible dormir.
Mi hija poco a poco iba retomando su nueva vida. Se iba haciendo a su nuevo día a día sin su marido. Al menos, cada vez que la veía atareada en la casa estaba cantando y muy feliz. Eso en una mujer de su edad y su estado social es mucho. A Susana le encantaba verme contento, y hacía todo aquello que estuviese en su mano para que me sintiese el hombre más afortunado del mundo. A veces pienso que era yo lo que necesitaba para mantener en su boca una sonrisa eterna. Puede que me haya anhelado durante mucho tiempo, o puede que viese en mi todo lo que Andrés no supo darle cuando más lo necesitaba.
La cosa era, que en la misma cocina mientras limpiaba, una vez me había preparado el desayuno, conscientemente, se arrodillaba de espaldas a mí, limpiando los bajos de los muebles para que pudiera deleitarme con el movimiento de sus nalgas, bajo un blusón que a pena si le tapaba los muslos, y que con los finos rayos del Sol trasparentaban su tanga. Como cuando se subía en la escalera para limpiar la campana de vapor y la colocaba cerca de mí, para que viese mientras saboreaba un café sus piernas y lo redondo de su culo prieto y juguetón. En esa postura, recuerdo, que siempre me pedía ayuda para bajar, pues sabía que colocaría una mano sobre su muslo para mantenerla en equilibrio, mientras bajaba los peldaños y la acompañaba hasta su nalga, y con un suspiro me daba las gracias, y me sonreía como si el acto en si fuese de lo más común.
En otras ocasiones, me apoyaba en el marco de la ventana que da al patio, y la veía tender la ropa, mientras me dejaba ver al inclinarse sus muslos y lo minúsculo de su tanga, o al agacharse y coger la ropa mojada, donde gracias a su amplio escote me enseñaba una vez más sus pechitos, tan atrevidos como hermosos, permitiendo que mi imaginación fluyese y saborease cada centímetro del monumental cuerpo de Susi.
Conforme iban pasando los primeros días de Agosto, se iba apoderando la alegría de mi hija. Con el entusiasmo de ella, se conseguía que atendiera mejor a los niños, que los mimase con mayor energía y cariño, y que me ofreciese las mejores mieles que toda la juventud y vigorosidad de una muchacha podían ofrecer.
Todo hombre sueña al menos alguna vez en su vida con tener a su lado un ángel sensual y atrevido, y que fuese lo más humano posible, y eso era lo que yo había conseguido con ella.
Sin medirlo ni prepararlo este regalo me había llegado del cielo, aunque del cielo nunca llueve nada, todo es premeditado, y cumple una función, aunque en el presente sea desconocida para nosotros.
El sábado 10 de Agosto, hizo un calor espantoso. Desde las primeras horas del día, se adivinaba que el Sol iba a castigar, y que si querías pasar el día medio bien, no te quedaba más remedio que acercarte al agua. Con esta premisa, y tras desayunar, marché con los nietos a la playa, donde teníamos tanta luz y el viento era tan lento, que se podía ver a través del agua, y comprobar con nitidez lo que escondía el fondo del mar. El celeste de sus aguas, te permitía observar a los pequeños peces y todo el fondo marino, dejándote claro una vez más lo cerca que estabas del paraíso. Pero si hablo de paraíso, también debo contaros, queridos lectores, las ninfas que aquel día llegaron. Aún no sé de donde, ni porqué, llegaron las chicas hasta esa pequeña playita, pero si se, que eran tres nenas, de entre 25 y 33 años, más bien delgaditas y bien cuidadas, que apenas 50 metros de nosotros tendieron sus toallas y sin previo aviso, se tumbaron en toples a tomar el Sol.
Tener esas bellezas a mi lado, era lo único que me hacía falta, y es que desde el día que lo hice con Susi en la poza del pantano, no volví a tener sexo. Pero mi cabeza, que día y noche, disfrutaba de los acontecimientos eróticos más intensos, me pedía entrar en combate, cosa que se aceleraba, al tener a mi lado como digo esos tres culitos, esas piernas y esas caritas de muñeca, que parecían mandadas para subir aún más la temperatura.
Sonriendo, y es que no era para menos, se me venía a la cabeza, la reacción de Susana, cuando llegase a donde estábamos y viese que había tres hembras nuevas pisando su terreno. Sobre todo cuando medio desnuda se daban juntas un baño, y salían con la piel bronceada y la mirada perdida, sabedoras de que las estaba observando y degustando, atónito y pasmado, con la babilla que se me salía y los ojos como platos.
Pero mi sorpresa fue aún mayor, cuando a eso del medio día llegó. Más que ponerse celosa, mi niña les saludó, les sonrió y compartió el terreno con ellas, bien para mantener buen rollito, o bien para dejar claro que el macho de la isla era sólo suyo. Susana, nada más aterrizar en la playa, se quitó el blusón, y quedó con un tanga color rosa chicle, tan minúsculo como sus tobillos, lo que me dejó estupefacto, y es que con la luz de aquel sábado, el moreno de su piel, su esplendoroso culito y el color tan chillón, hacía una ensalada que no era apta para cardíacos.
Susi, se sentó delante de mí, y me pidió que le untase crema bronceadora en la espalda. Frente a mi tenía a los tres bomboncitos, y entre mis manos la espalda de mi hija. Cuando notaba que nadie miraba, bajaba mis manos sutilmente hasta acariciar con la punta de mis dedos sus pechitos, cosa que duró muy poco ya que los niños estaban cerca y no deseaba que sospecharan. Susana estiró su mano por atrás hasta que agarró mi polla que la tenía como el mástil que sujeta la bandera, y no limitándose a tocarla por afuera, metió su mano por dentro del bañador, hasta que me la amasó con delicadeza y suavidad. Tras unos segundos de pajeo, sólo paró para decirme:
--¡Menudo calentón has cogido con las niñas! Espero no tener que ser yo, el bombero que apague este fuego.
--No mujer, esto ha sido provocado al tocar tus pechitos.
--¿Mis pechitos o los de las tres chicas?
--Los tuyos mujer, no ves que estos son los que a mí me gustan.
Y dicho esto, sonrió y se tumbó, dejándome saborear desde muy cerca el culito de ella, y al lejos el de los tres monumentos.
Al rato se despertó, coincidiendo en la orilla, con las tres chicas que se disponían a darse un baño. Entonces, Susi, se acercó a una de ellas, la cual creo que conocía, y tras dialogar un poco con ella me llamó.
--Papa, esta muchacha estuvo de jovencita trabajando conmigo en la tienda de ropa. Es la hija de Guillermo, el funcionario del Ayuntamiento que nos atendió el día de las escrituras. ¿Te acuerdas?
--Si, ese muchacho fue muy amable con nosotros. Pero no me esperaba que tuviese una hija tan mayorcita.
--Tengo 28 años, y mi padre 48. Él me tuvo muy joven.
-- ¿Papa, porque no te llegas a casa en un segundo, y traes el termo de café e invitamos a las niñas a un cafelito aquí en la playa?
--Claro que si cariño, en seguida vuelvo.
Recuerdo toda esta conversación, porque mientras hablábamos, tenía las tetas de la chica delante de mí, y las de mi hija también, y las de las otras dos, a escasos dos metros, así que imaginaros como estaba.
Cuando regresé con el café, formaban un círculo sobre las toallas, con los dos nietos sentados a cada lado de mi hija. Las otras tres chicas se sentaban frente a mí.
“ Ahora recuerdo uno de los sueños que tuve el mes pasado. Cuando saliendo del agua, me encontraba en la arena mucha fruta”. Viéndolas a ellas allí reunidas junto a mí, no apartaba mi mirada de sus pechos y del triángulo que formaban sus tanguitas en la entrepierna. Quien me iba a decir que gracias a Susi iba a estar tomando un café junto a tres chicas media desnuda.
Qué bien me supo ese café, cada sorbo era acompañado de una miradita a las tetas de las chicas que con sus 27 ó 29 años, eras fresas y peras que le colgaban para deleite mío. Mi Susi que si estaba en la honda se daba cuenta de todo, primero porque era mujer y segundo porque sabía cómo me encontraba por dentro. Además era suficientemente inteligente como para percatarse de que yo era un hombre rodeado de bellas mujeres enseñando sus encantos, y que eso me tenía bastante ocupado y atareado.
Cuando terminaron su café, volvieron a sus toallas, y nosotros empezamos a recoger, momento en que mi hija me volvió a preguntar, si tras el rato junto a las chicas me había puesto a cien, a lo que le respondí, que meriendas como esa no se tienen todos los días. Ella que además de inteligente es muy buen hija, y quiere lo mejor para su padre, me respondió, que todo lo que estuviera en sus manos para hacerme feliz, lo haría, y que por eso planeó lo del cafelito con las nenas. Pero que por lo demás no me preocupara, que ella se encargaría de todo.
La verdad, es que me quedé callado, pero no terminaba de adivinar lo que el destino me depararía, y más cuando era algo que salía de la cabeza de Susana.
Volvimos a casa, y tras ducharnos, con todo lo que eso conlleva, empezamos a preparar la cena. Como siempre, yo echaba una mano en la cocina a preparar la comida, y como casi siempre, en verano, Susana cocinaba con una simple camisa que apenas si le llegaba para taparle el culo, pero ahora no estaba Andrés y no tenía nada que temer. Más aún lo hacía por y para mí, así que encantado del espectáculo, sobre todo después del calentón de la playa, donde tanta chica, tanta teta y tanto muslo, me había puesto calentorro.
A la hora de recoger la cena, con los niños en el patio, me encontré en el fregadero a Susi de espaldas a mí lavando los platos y demás de la cena, y con cada vaivén, veía como se movía su culito de izquierda a derecha, por lo que empezó a hipnotizarme con su movimiento, entrando en un estado de locura. Tengan en cuenta queridos lectores, y si sois hombres lo entenderéis mejor, que la camiseta le llegaba tres dedos debajo de la cintura, y que su culito era de los que pedían guerra. Sin pensármelo, y la verdad, sin que se lo esperase ella, me puse pegado a su espalda, sin avisar, y refregando mi polla sobre su culo, ella, tras un leve sustito, acepto el envite, y se quedó quieta. Aproveche, en ese instante, con el morbo, de que los niños estaban fuera y en cualquier momento podían entrar, y me bajé la bermuda hasta las rodillas, y le separe el tanguita a un lado, metiéndosela todo lo que pude mientras seguía lavando los platos y empezaba a gemir. Recuerdo, porque es algo que hago siempre, que le aparte con mi mano uno de los cachetes de la nalga, para que mi aparato entrase hasta los huevos, y así notase además la curva que sobre mi barriga, hacía su espalda, fina y delgada, lisa y apetitosa.
Sólo dos minutos de mete y saca, fue suficiente para notar el calor de su coñito, y notar, mientras la sujetaba por la barriga, que Susi se corría, momento en el que intensifiqué la penetración, para venirme casi junto a ella, y sacarla justo a tiempo, para eyacular sobre su culito, el cual inundé de semen, que ella aceptaba como las primeras gotas de aguas tras el verano.
Tras la erótica escena, cogí unas servilletas y le limpié, para que no tuviese que subir al baño con el semen colgando, ya que era mi concubina, y mi flor preferida…
Susana siguió limpiando como si nada hubiese pasado, pero la sonrisa de su cara le delataba. No subió a limpiarse, a ella le parecía bien tener los restos de mi semen sobre su culo, el complejo de Edipo es así, para lo bueno y para lo malo…
Me senté en el sofá a ver la televisión, la peoná del día ya estaba echada.
Fueron pocas las tardes que junto a aquel mar paradisíaco Susana no lo acompañaba con un tanga. Esas tardes que aún eran soleadas, eran también decoradas por la frescura y atrevimiento de mi hija, dándole así un toque más sensual y emocionante al lugar.
Mi única preocupación a estas alturas de Agosto, era pensar que le compraría a mi niña para su cumple. El sábado 17, mi Susi cumplía 38 años, y yo me sentía como cuando le preparaba el cumple a mi niña de 8 años.
Como regalo, decidí ir de nuevo al Centro Comercial de San Fernando, al Corte Inglés, y comprarle algo que llevaba tiempo en mi cabeza, un juego de lencería. Había imaginado tantas veces a mi hija, con su cuerpo tan coqueta, su piel tan dorada y su culito tan redondo envuelto en lencería blanca, que entendía que ese era el mejor momento para hacerle un buen regalo y llevar al mismo tiempo una fantasía sexual a la realidad.
Allí en San Fernando, en la tienda, y como casi siempre que puedo, tonteando con las dependientas, empecé por pedir un liguero sensual que fuese a juego con sujetador y medias de novia, acompañándolo todo con un tanga fino que con premeditación compré del estilo conocido como de hilo dental.
Las niñas, tras desembolsar 150 euros, muy amablemente me envolvieron en una caja de regalo toda la lencería. Para mí era muy importante hacer feliz a Susi, quizás en este momento de mi vida, lo único que me preocupaba era mi hija, por supuesto mucho más que mi propia vida. Por este motivo, ya había encargado una tartita para el sábado, la cual partiría en dos, que metería en la neverita y nos la comeríamos en la playa, quizás dándole una nueva sorpresa. Aunque para seros realista amigos, la sorpresa una vez más me la dio ella a mí.
Y llegó el sábado, y nada más despertar, me acerqué a su cama, y cuando aún estaba medio dormida, le día un besito y acercándole el regalo, le dije feliz cumpleaños amor.
--Gracias papá. No tenías que haberme comprado nada.
--No seas tonta, abre tu regalo, y dime si te gusta.
Me senté en el filo de su cama, mientras ella terminaba de romper el papel de regalo y descubría lo que había dentro. Parecía la misma niña que treinta años antes recibía sus regalos en la camita, sólo que en aquel entonces ella vestía braguitas de colores con dibujitos, y ahora como el que me mostraba en ese momento era un tanguita blanco que apenas si le tapaba nada.
--¡Qué bonita papa! ¿Es de la talla s, verdad?
--Claro amor. Sé de sobra cuáles son tus medidas.
--¡Papa, pero si las medias tienen hasta lacitos! El liguero es chulísimo, me tiene que hacer más femenina. Gracias papa, me ha encantado.
Y me estampó un beso en los labios, como si fuese su joven novio, con el deseo en la mirada de devorarme.
--Papa, me lo voy a probar ahora mismo. No te muevas.
--No cariño, no. Pruébatelo tú ahora, y ya luego u otro día, cuando tú quieras me lo enseñas, porque como te lo pongas ahora, me vas a dejar todo el día malo. Amor tu eres muy bonita, y en lencería tienes que estar de miedo. Compréndeme.
--Que cosas tienes. Bueno ya después veremos.
--Muy bien cariño, te voy a preparar el desayuno y ahora abajo seguimos.
Mientras le decía esto último, aproveché para apretarle los cachetes del culo, y devolverle el beso, luego, ya con la polla demasiado grande me baje, a preparar el café.
Tras el almuerzo, me bajé a la playa con los niños, mientras la madre terminaba la cocina. Estaba ansioso porque llegara a la playa, me sentía vivo y feliz a su lado. Ese agosto era bonito, no hizo mucho calor, pero tampoco fresco, fue un verano genial.
Sobre las cuatro de la tarde, Susana apareció con su bolsito de playa. Llegaba con su pantaloncito vaquero corto y su camisa cortita a cuadros blanca y rosa palo atada con un lacito por encima del ombligo.
Cuando se acercó a mí, me dio dos besos y me acercaba su toalla para que la tendiese sobre la arena junto a la mía, mientras se quitaba la camisa y dejaba sus pechitos al aire, y se bajaba el pantaloncito mostrándome, porque seguro que lo hizo para mí, el tanguita rosa chicle, que a saber de dónde lo había sacado.
La cosa era, que en plena tarde de aquel sábado brillante, Susana hacía bailar sus pechos y hacía temblar su culito de un lado a otro, como si fuese una sirena salida del mar. Y al mar se lanzó, sin previo aviso, tirándose sobre el mayor de sus hijos, y mojando al pequeño, como si fuese una amiga más.
Después, un rato más tarda, puse el mantel sobre una de las toallas, y colocando los dos trozos de tarta, con el 38 encima, empezamos la fiesta del cumple de Susi, cantándole el feliz cumpleaños, consiguiendo que a ella se le escapase alguna lagrimita, cosa que dejé, porque sabía que esas eran de felicidad plena.
Le dije que pensara en un deseo, y mirándome fijamente a los ojos contestó, “ojalá que siempre te quedes a mi lado”. Nadie me ha hecho tan feliz como tú.
Permanecimos en la playa, hasta las ocho de la tarde, momento en el que decidimos, que era hora de volver a casa, comer algo, y brindar antes de irnos a la cama por el fantástico día.
Tras recoger los platos, nos preparamos una copa de ron con cola, mientras hablábamos de nuestras cosas, y me contaba lo frío y distante que había estado su marido por teléfono, felicitándole por su cumple.
Esa era la piedra incrustada en su zapato, que no la dejaba caminar. Ya con su segunda copa, un poco más lanzada y desinhibida por el alcohol, se atrevió a contarme que empezaba a estar un poco harta de su marido y de la vida que llevaba con él. En ese momento, la corté, y le dije que el día había ido muy bien como para que ahora terminase mal pensando en Andrés, y que se dejara de tonterías y que pensase en cosas que le ilusionaban y que deseara hacer.
Con la sonrisa picarona en la cara, me dijo que tenía razón y que había algo que siempre tenía en la cabeza y nunca había probado. Le pregunté el qué, y ella me dijo que me quedara allí, que los niños estaban en su habitación, y quería enseñarme la lencería, porque eso le hacía ilusión.
A los 10 minutos bajó con el regalo que le había hecho puesto. No se había cubierto con alguna bata o albornoz, eso me hizo adivinar lo bebida que estaba y lo capaz que era.
--Papa qué te parece.
--¡Guau Susana! Estas preciosa.
La verdad es que en aquel momento pensaba una vez más que el corazón se me iba a salir por la boca. Sencillamente había bajado a la cocina en lencería, como si tal cosa, y juraría notarle los muslos más apretados, los pechos más altos y el culo más redondo. Las medías que se unían al liguero a la altura de los muslos, y aquel tanga tan sedoso y blanco tapándole a penas la rajita depilada, era el sueño de cualquier hombre, sobre todo cuando delante tenía a una mujer de 38 años madurita, pero con una carita que aparentaba 8 años menos. Se sentó encima de mis piernas, como siempre hacía, y bebió de mi copa. Se acercó a mi oído y me susurró que quería que me la follara, que estaba borracha y muy caliente, y que lo que más feliz la haría era sentirme dentro.
La polla hacía tiempo que la tenía a tope, por lo que no tuve necesidad de preámbulos. Sólo apartó las botellas y la copa de la encimera, como la más salvaje de las fierecillas, y poniéndose a cuatro patas, mirando hacia a fuera, me dijo “papa cuando tú quieras”.
En aquel momento, me bajé con mi lengua a su culo, le aparté el tanga y empecé a lamerle el ojete. Le introducía mi lengua lo más profundo que el boquetito me dejaba, mientras la oía de placer, me chupé el pulgar y se lo metí al mismo tiempo por su coño. Con el índice y el dedo corazón de mi mano derecha acariciaba su clítoris lo mejor que podía. En ese momento Susana ya empezaba a dar pequeños gritos de placer, y su cuerpo fuera de sí empezaba a contonearse como si fuese de goma. Sabía que se iba a correr porque comenzó a acompañar mis movimientos y se mordía la mano para no hacer mucho ruido y ser delatada por sus hijos, los cuales queríamos pensar que estarían durmiendo, hasta que en ese momento me sentí grande, porque veía y notaba a mi hija, retorcerse de placer y lujuria y agarrarse al grifo del fregadero porque se caía de gusto.
En ese momento Susi, no paró a descansar, sino que me pidió que se la metiese, porque no podía aguantar más. En ese segundo me levanté con la polla tiesa y fui a clavársela, pero ella extendió su mano derecha por atrás y me la agarró colocándosela para mi sorpresa, en el boquete de su culo. Sin tiempo para reaccionar le dije que esperase y se untara un poco de aceite, a lo que me contestó que no hacía falta, y sin más, metió un poco la cabeza de mi polla, y empujando ella hacia tras, se la fue clavando poco a poco, sin que yo tuviese que hacer nada. Rápidamente, la sujeté por la cintura con ambas manos, y empecé a penetrarla poco a poco para no hacerle daño, pero el alcohol la tenía anestesiada, y el deseo la tenía loca. Me gritaba, “fuerte”, “más fuerte papa”, “métemela más fuerte”, con lo que empecé a incrementar el ritmo, notando como mis huevos comenzaban a golpear sus nalgas y percatándome que de seguir así la iba a partir por la mitad. Pero ella enloquecida, os digo de nuevo, que no tenía dolor y por lo que vi, si muchas ganas de que le partiese el culo, quizás ese era el regalo que ella esperaba, y sólo yo podía darle.
Con la mano izquierda la rodeé por la cintura, apoyando mi pecho sobre su espalda, y con la derecha le apretaba uno de sus pezones fuertemente, como queriendo hacerle daño, pero por los gritos que daba, lo que notaba era, que ella obtenía más placer. Empecé en ese momento a penetrar su culo de forma salvaje y fuerte sin tener piedad a mi hija y a ese culito que acababa de desvirgar, y que tantas ganas le tenía. Sin poder aguantarme más comencé a correrme en su interior, sacándosela y metiéndosela con cada lechada y gritándome de placer o de dolor, al tiempo que aguantaba mi cuerpo, que sobre ella caía rendido.
Me la sacó de su culo, se giró y me besó en la boca, diciéndome:
--Gracias papa, gracias papa, lo necesitaba, lo necesitaba…
Cogí mi vaso y me senté. Le añadí unos cubitos de hielo, más ron y más cola. Susana seguí callada a cuatro patas sobre la encimera. Se giró, me sonrió y subió al baño.
Mi hija era más cachonda de lo que yo pensaba. Queridos lectores, por mucho tiempo que estéis con vuestras mujeres, nunca sabréis realmente lo que oculta en sus mentes. No lo dudéis nunca, ellas son más lascivas que nosotros. Y todos esos deseos que nos parecen salvajes y propios del porno duro, no es nada comparado con lo que ellas desean, sólo que son capaces de callárselo y ocultarlo. Pero el alcohol y la calentura desvelan mucho de lo que nuestro subconsciente tiene guardado.
Mi hija bajó, ahora si llevaba puesto una bata, pero su lencería encima. Se sentó sobre mis rodillas una vez más, y me dijo que este había sido el mejor cumpleaños que jamás había tenido.
Le dije que estaba preocupado por ella, a lo que contestó que le dolía un poco pero que no me preocupase que por la mañana estaría mejor. Sabía que me mentía porque hace diez minutos le había dado muy fuerte...
La abracé y juntos sin hablar nos terminamos la copa. Luego nos levantamos, apagamos la luz, y nos fuimos cada uno a su cama.
Seguimos disfrutando de los últimos días de agosto todo lo que pudimos y el calor nos dejaba, pero el verano corría más que nosotros y empezaba a desvelar que se acababa haciendo las tardes un poco más cortas y más frías.
A partir de aquel día sucedieron muchas anécdotas, unas más subidas de tonos que otras, pero lo que realmente nos mantenía, era el haber aprendido a vivir una vida, donde cada miembro de la familia respeta y da libertad a todos los demás. Vivíamos en común sabiendo lo que éramos y lo que necesitábamos, lo que queríamos y cuándo lo queríamos, nada más, así de sencilla era la vida, no hacía falta hacer preguntas…
A veces pasábamos toda la tarde en la playa. Mis nietos se habían acostumbrado a los tangas de mamá, y yo aceptaba esa flor como una parte más del jardín que formaba la playa en su conjunto. Luego lleno de caricias y de sonrisas cenábamos, y cuando cada uno se iba a jugar o veía un poco adormilado la tele, era cuando Susana y yo dábamos rienda suelta a nuestros deseos más lascivos.
La noche del martes 27, la recuerdo como una de esas noches calientes y atrevidas, donde apareció bajo mí Susana, que aprovechando que limpiaba los platos y el resto de la vajilla de la cena, me bajaba mi pantalón corto, y empezaba sin más a mamarme la polla, cuando estaba todavía pequeña. Sin esperarlo, Susi comenzó a comerme la polla, y es que por la cabeza de una mujer, nunca se sabe, ni porqué, ni debido a qué, necesitaba en ese momento meterse en la boca la polla de su padre. En esos momentos, necesité agarrar con más fuerza los resbaladizos platos, para que no se me cayesen al suelo, consiguiendo ponérmela dura y grande, tanto que era imposible pensar que le entraría toda entera, sin embargo su respuesta a tal dilema fue presionar mi culo hacia dentro para así conseguir engullirla toda, provocando que me corriera enseguida, echando la mitad de mi leche en su boca, y la otra mitad en el suelo.
El viernes por la tarde la pasamos de nuevo junto al mar, a penas si había nadie más que nosotros, y a penas si el Sol calentaba pasada las seis y media de la tarde, aún así, una parejita decidió instalar su toalla cerca, y darse el lote delante nuestra sin importarles que los estuviésemos viendo.
La chica rondaría los 17 años y él a penas los 20. La chica tenía un cuerpo delicioso, propio de su edad, y quizás por el calentón que cogieron o por la poca ropa que los demás llevábamos, unido a la poca gente que por allí pasaba, hizo que la nena se metiera en el agua con uno de esos minúsculos tangas que sólo te tapan la rajita. Para mí fue una imagen más para archivar de ese verano de 2013, donde fui enormemente agraciado, y es que el culito de aquella niña era grandioso, firme y muy bien puesto. Todo esto os lo cuento queridos lectores, porque fue la última visión bonita del mes de agosto, y porque ello suscitó un calentón de los de aupa. Tanto fue, que cada vez que miraba a Susi, parecía que tenía en frente, un pollito asado.
Al regresar a casa, no paraba de pensar el momento adecuado para acercarme a mi hija y poder así apagar el fuego que había encendido la nena de la playa. Hubo un momento, en que debido al calentón que tenía, aproveché que Susi subía a ducharse y los niños jugaban a bajo, para hacerle una visita en la ducha y meterle mano. Ella nada más verme se sorprendió, pero en milésimas de segundo adivinó a lo que venía y por qué venía. Por ello y sin darle tiempo para más, cerré un poco la puerta, y poniéndome detrás de ella la incliné un poco y se la metí de una estacada, a lo que sin estar ella mojada, no se quejó. Pero justo cuando la presionaba contra el lavabo y de tanto chocar mis huevos con sus nalgas notaba la corrida, se encendió la luz de la escalera y oímos a mi nieto Javier de acercarse y preguntar por mí, por lo que tuve que sacarla de golpe y esconderme tras la puerta, dejando el polvo para más tarde.
Como un poseído, estuve toda la tarde noche con la mirada clavada en mi Susi, ella que con su sexto sentido femenino, no paraba de observarme y entre risas jugar conmigo, aprovechaba para delante de los niños, ponerse justo detrás de mí apegando su culito, o bien se inclinaba enseñándome las tetitas, haciendo que hirviera aún más mi deseo y mi lívido.
Cansado de esconder mi entrepierna debido a lo muy dura y grande que tenía la polla, opte por sentarme en el sofá, y esperar a ver que me deparaba el destino, como lo hacen dicen, las hojitas que caen en la mar, y arrastrada por la corriente esperan una playa donde refugiarse de tanta marea.
Mi espera duró hasta pasada las doce de la noche de aquel ya 31 de Agosto, donde el fresco hizo mella, y la necesidad de acostarse y descansar era algo necesario. Por fin Susana paró, y reposo junto a mí, sin embargo y para envidia de los hombres, ella seguía teniendo fuerzas, al menos fue lo que aprecié, al notar mi mirada y adivinar lo muy lobo que seguía y el deseo incontrolable por morderle el cuello. Así se me acercó, y me sacó de una vez los pantalones y los short, dejándome con la verga al aire. Tras desnudarme, y como recibiendo órdenes mentales empezó a lamerme la polla y engullirla en saliva, cuando ya la notó dura como el acero, se colocó tras mía, como si fuese de espaldas a sentarse sobre mí, y separando un poco las nalgas, la puso sobre su agujerito, el cual cedió tras su presión, penetrándose ella sola toda mi polla en su culo. Con su mano izquierda cogió la mía animándome a que le acariciara su clítoris mientras se meneaba en círculos, sabedora de que por lo muy caliente que estaba, una vez empezado el sube y baja me correría, haciendo con este movimiento la corrida un poco más larga.
Con la mano que me quedaba libre volví a tirar de su pezoncito al tiempo que aceleraba la masturbación de su clítoris, observando como mi niña empezaba a dar pequeños grititos de placer y clavándose aún más toda mi barra, consiguiendo que nos corriéramos al unísono. Necesitaba apoyarme sobre el brazo del sofá para correrme dentro de ella ya que me presionaba tanto que la leche no salía, haciendo más larga y lenta la enlechada, no pudiendo por ello controlar mi orgasmo y mis gritos, los cuales parecían dolor, dolor de placer, ya que no entendía como una niña tan delicada como mi hija podía mantener toda esa polla dentro de su culo descargando mi leche sin quejarse lo más mínimo.
Acto seguido, se levantó, se la sacó poniendo su mano derecha a modo de tapón y subió al baño, para no bajar esa noche más. Me quedé en el sofá fuera de mí, hasta que pude reaccionar y saborear el polvo que había echado, y lo muy afortunado que era, todo sin dejar en el tintero que me hacía viejo, y que ya mi cuerpo no reaccionaba como antes. Me volví a colocar mis calzones y me metí en la cama, el último día de Agosto me esperaba, y quería aprovecharlo, ahora que había aprendido a hacerlo…
Nada más amanecer, tras el desayuno y aprovechando el buen día, marche a pasear a la playa, dejando a Susana y a los niños que hicieran y fuesen a donde quisiesen. A mí me gustaba sentarme en el filo de los acantilados, teniendo sólo el mar de frente y pudiendo reflexionar y meditar sobre mi vida, y sobre la vida, de por qué me encontraba también en todos los ámbitos y que sería del futuro junto a mi hija y mis nietos…
Siempre sembré, y vi crecer. Siempre amé y di cariño, el que después me regalaron y me devolvieron, y todo lo que tengo ahora, sencillamente, no quiero perderlo…