La disoluta. Capítulo segundo: Biombo.
Cuando lo común se vuelve excepcional y lo normal se torna grotesco (...) Historias de una chica en florecimiento y caída.
Podéis recuperar el primer capítulo aquí: https://www.todorelatos.com/relato/144326/
(...)
Puesto que había lavado los platos, libraba esa noche. Los mocosos se habían reunido ya con el grupo cuando se dio cuenta que Alberto se alejaba hacia el otro extremo del terreno. Todavía en shock y sin pensar demasiado, le siguió contorneando discretamente el campo en dirección hacia el baño. Mientras andaba, su mente analizaba torpemente qué debía decirle:
“Oye mira, lo siento si te has sentido molesto...”, “No es lo que parece, padezco una aguda irritación…”, “Mañana vamos de excursión, ya tienes todo liso…?”, …
Los baños se encontraban en una construcción muy austera, pegada a la casa de Ana. Apenas un cubierto de madera que habían convenido dividir entre chicos y chicas, junto al cual se encontraban también unas sencillas duchas.
Mientras andaba podía sentir con nitidez el cosquilleo en el estómago de quien sabe haber metido la pata. Su lujuria la había empujado hasta cometer un grave i embarazoso error.
Pronto llegaron a los baños, a lo que Alberto entró en el de los chicos. Todavía con una larga sucesión de frases absurdas asaltando su mente, Laura se encerró en el de las chicas. Necesitaba un momento de calma. Retomar el aliento, serenarse i evaluar la situación. La temprana noche veraniega era agradable y podía oír los grillos en la lejanía junto al revoloteo de las polillas apegadas a la luz fluorescente del estrecho cubículo.
Al poco de encontrarse ordenando sus pensamientos, se dio cuenta que no oía a Alberto orinar. De hecho, no le oía en absoluto.
Extrañada acerca del paradero del chico –a pesar de todo seguía estando bajo su responsabilidad –, pensó que quizá habría salido mientras ella estaba absorta en sus pensamientos. Se percató de que había un espacio de un palmo aproximadamente por debajo del panel que separaba ambos baños, de modo que se inclinó sigilosamente para echar un rápido vistazo. Tan solo inclinar la cabeza por debajo de su cintura, pudo ver los pies de Alberto al otro lado. Sintió alivio, después de todo, y se reincorporó en silencio.
Cuando empezaba a entrar de nuevo en sus pensamientos, cayó en lo extraño de la posición de los pies de Alberto. Se encontraban perpendiculares al inodoro, hecho ante el cual su curiosidad no pudo resistirse. Se alejó lo más que pudo de la pared que separaba ambos baños, hasta el extremo opuesto del estrecho habitáculo y se agachó ayudándose de sus manos hasta llevar su cabeza contra el suelo. Fue acercando su cabeza al borde del tablón para poder tener una visión mejor, y allí estaba efectivamente Alberto.
De pronto, su corazón le dio un salto al que siguió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. ¡No se lo podía creer! ¡El muy cabrón se estaba masturbando!
Estaba allí, dándole la espalda con el pantalón bajado y su culo al aire. Con la mano izquierda se apoyaba en la pared y con la derecha sujetaba su verga. Ante tan grotesca estampa, sus latidos y su respiración se detuvieron al instante. Como una ola que se prepara para arremeter contra la costa, a la paralización y el silencio aturdido siguió un martillazo en su corazón que hizo que empezara a retumbar en su pecho con tal fuerza que incluso temía que el chico pudiera oírlo.
Conteniendo la respiración con el estómago, se levantó envarada intentando no hacer ruido, llevándose sus manos a la boca sin poder creer lo que acababa de ver. ¡Lejos de estar afligido, se había puesto cachondo viéndola restregarse en el fregadero!
Un segundo escalofrío la asaltó. Pudo notar como bajaba desde su pecho y le recorría todo su cuerpo hasta llegarle a las puntas de los pies. Hasta ahora nunca había visto un chico masturbarse y cuando tomó consciencia de lo que acababa de ver se sintió muy alterada.
No estaba preparada para eso y se vio superada. Su cuerpo redobló de nuevo a su mente antes que pudiera siquiera darse cuenta. Había algo que salía de su interior y que la desbordaba. De pronto, el magreo que le profirió a Frank y la esquina de aquél maldito fregadero se habían vuelto una sola cosa. Y avanzaba sin remedio hacia aquél cubículo de baño. ¡Estaba realmente cachonda!
Su mano derecha se deslizó ávidamente hacia su pantalón para meterse dentro de sus bragas hasta albergar por completo su sexo, a la vez que su mano izquierda estrujó uno de sus pechos con una violencia inusitada. Había pasado apenas un segundo, y su coño estaba chorreando de nuevo y sus pezones le pedían ser pellizcados y magreados. Fuera de sí, sus dedos índice y anular resbalaron sin ningún esfuerzo para introducirse en su interior hasta los nudillos. Con su mirada al techo y aunque solo fuera suficiente por un segundo, sintió un gran alivio al sentir sus dedos llenando al fin su hinchada.
Su parte más oscura se había liberado con la escena grotesca de ver a quien hasta el momento ella consideraba sólo un niño, convertido en un hombre meneándose su polla. Sus dedos seguían ocupando el interior empapado de su ahora hambriento coño y la palma de su mano aliviaba ahora impunemente sus erguidos pezones debajo de su blusa.
Entonces se dio cuenta que en su situación no era necesario fantasear. Solo con agacharse podría seguir disfrutando de ese espectáculo en directo. Aunque le costó encontrar el momento para sacarse aquellos caprichosos dedos de su interior, junto la fuerza suficiente para interrumpir su lujuria desbordada. Repitió el ejercicio, agachándose cuidadosamente, dispuesta a gozar al máximo de aquello. Al incorporarse, sus bragas empapadas se introdujeron traidoramente en su sexo presionando su crecido clítoris, a lo que tuvo que morderse el labio para no jadear ante el placer de la simple rozadura.
Acercó de nuevo la cabeza al tablón y se detuvo en el momento en que veía la figura de Alberto por completo. La incomodidad de la postura junto al suelo, que la obligaba a mantener su culo alzado y la espalda arqueada, le impedía saciarse ahora haciendo rebotar levemente sus caderas, forzando el roce del hilo de ropa entre los resbaladizos labios de su vagina.
Trató de tranquilizarse por un instante, analizando el espectáculo que tenía enfrente. Alberto seguía apoyado en la pared y con un movimiento suave masajeaba su polla. A pesar de estar de espaldas, Laura podía percibir cierto movimiento oscilatorio en su vaivén. Despacio y hasta con cierta elegancia, su antebrazo culminaba un movimiento arriba y abajo para girar luego de orientación, ligeramente más bajo y con la palma de la mano orientada hacia arriba en el siguiente. Podía oír su respiración agitada, aunque contenida. Parecía dispuesto a disfrutar al máximo de su paja.
Laura abrió sus piernas lo más que su pantalón le permitía y pasó tiernamente las yemas de sus dedos por encima de la humedecida del pantalón. Todavía con sus bragas clavadas, recorría levemente toda su vagina ruborizándose de placer a cada tránsito. Alberto alzó su cabeza hacia arriba – lo que Laura interpretaba como si cerrara los ojos – y empezó a gemir gravemente de modo casi inaudible.
Estaba presenciando clandestinamente a un menor de edad masturbándose y además lo hacía de un modo totalmente humillante, con la cara pegada al frio suelo del baño, que se empañaba en cada una de sus roncas respiraciones. Se sentía sucia y su posición humillante la ponía si cabía, aún más cachonda.
Tras un par de minutos, a lo que Alberto seguía masturbándose plácidamente, podía notar como una gota traviesa de su jugo empezaba a descenderle por su muslo. La parte delantera de su pantalón estaba ya completamente empapada, inservible. Lo desabrochó cuidadosamente, abrió su cremallera y extendió de nuevo toda la palma de su mano sobre su sexo, como si quisiera enseñarse cuán mojada la estaba dejando ese chico.
Sus abultados labios invitaban tramposamente a sus dedos a adentrarse en su cavidad. Necesitaba sentirse llena. Un apagado jadeo y el acto reflejo de sus caderas facilitando su entrada albergaron de nuevo dos de sus dedos en su interior. En ocasiones tenía problemas para ver a Alberto, puesto que sus ojos se entrecerraban a cada deslizamiento. Estaba disfrutando a lo grande de aquél espectáculo.
De pronto, su placentero trance se vio alterado por un cambio de actitud del chico. Seguía sujetando la verga con su mano, pero ahora eran sus caderas las que hacían el movimiento. A cada envite, tomaba una fracción de segundo de espera para volver a embestir su mano.
Aquello estaba empezando a ser demasiado para Laura. Presenciar como los glúteos del chico se contraían de pronto y como su culo se abría ligeramente yendo hacia atrás para coger carrerilla para la siguiente embestida la estaba volviendo loca. En ese justo momento, se dio cuenta que todo aquello lo había provocado ella. Que cada uno de esos envites estaban dedicados a su persona. ¡Que, en su mente, Alberto se la estaba follando!
Un jadeo ronco salió de su boca con esta idea, a lo que le siguió un ágil movimiento que le permitió introducirse un tercer dedo dentro de sí. Los jadeos del joven iban también en aumento, a lo que Laura respondió sujetándose la mano en una posición fija con sus tres dedos amenazantes apuntando a su sexo, para pasar al mismo movimiento que el chico. Pronto cogió el ritmo, compartiendo cada embestida. Sincronizadamente, ambos alejaban sus caderas para contraer sus glúteos al unísono. Lo que había empezado como un placentero masaje, empezaba a parecerse peligrosamente al sexo.
A pesar de la distancia que les separaba, Laura fantaseaba desinhibidamente con que Alberto se la estaba follando. El ritmo de su peculiar follada había ido en aumento, a lo que el chico se valió de la otra mano para sujetar su miembro. Ahora podía sentir nítidamente su polla dentro de sí. Estaba sudando y parecía que a ambos les había dejado de importar demasiado el ruido de sus actividades.
Laura se fijaba ahora en la distancia que el chico daba hacia atrás. A esas alturas estaba deseando una polla dentro de sí, e intentaba imaginar el vigor del pene de Alberto. Desde su posición y aunque prestara especial atención en ello, resultaba imposible determinarlo de esa forma. Ante esto, fantaseaba con la idea que, a pesar de su mediana estatura, el chico tenía una gruesa e enorme polla que explicaba su avergonzada timidez.
Solo de alcanzar esa idea, sintió la necesidad imperiosa de ser penetrada con dureza; rudamente. Quería sentirse llena hasta el último rincón de su interior y por primera vez en su vida clavó sus cinco dedos en el interior de su coño. Estaba fuera de control. Sus movimientos habían ido abandonando la sincronía con los del joven, para pasar a convertirse en una suerte de espasmos incontrolados que aplastaban su mano contra el suelo. Jadeaba agitadamente sin control alguno, solo perturbada por la excitada respiración del chico, sorda y entrecortada.
Se dio cuenta que se iba a correr de un momento a otro. Dejaba volar la imaginación sin ningún control con ese chico que de pronto había visto convertido en un hombre. Ahora ella estaba a cuatro patas, con los brazos estirados más allá de su cabeza, mientras él la cogía bastamente por la cintura. Ella le entregaba una visión de su culo alzado que le permitía a Alberto ver su enorme polla entrar y salir de su interior en cada embestida.
Alberto casi sollozaba, embistiendo sus manos con desesperación. Ya no había ninguna pausa en sus embestidas; se había convertido en una especie de animal que sólo pensaba en clavar su miembro en donde quiera que lo deseara su cabeza.
Aquello era insostenible y Laura empezaba a preocuparle su capacidad para contener los gritos. Alberto subía constantemente el tono y parecía haberse olvidado de dónde estaba.
El chico cesó de pronto las embestidas para pasar a pajearse con desespero. Entonces se oía con claridad el chasquido de la piel de su prepucio contra su mano, con un sonido húmedo que daba cuenta de cuán lubricado estaba su miembro. El chico se llevó el dedo gordo de su mano izquierdo a la boca, y empezó chuparlo y relamerlo. Aquello era extraordinariamente morboso. Laura sentía entonces como si toda su mano pudiera introducirse en su coño. Nunca lo había sentido tan abierto y dispuesto a ser follado. Se había tumbado de costado en el suelo y se ayudaba de su otra mano, sujetándose el antebrazo para follarse con la mano entera en un auténtico frenesí.
Cuando ya pensaba que aquello era insuperable, que perdía el sentido, el joven ralentizó su ritmo volviendo a gozar con esmerada dedicación de cada movimiento. Tenía su pulgar en la boca y tras lamerlo descaradamente un ultima vez y ante la sorpresa de Laura, lo dirigió hacia su culo.
Laura quedó completamente boquiabierta y de lo hondo de su alma, casi sin poder evitar decirlo en voz alta, - El muy cabrón se va a follar su propio culo!
Volviendo su mano hacia su espalda, Alberto masajeó delicadamente la entrada de su ano con su pulgar presionándolo e introduciéndolo muy poco a poco en su ano. Sus talones se alzaron levemente y tras un primer momento de exploración, su dedo se perdió en su interior, soltando un gemido ahogado. Sin perder el tiempo, su pulgar empezó a bombear poco a poco en su culo a la vez que su mano aceleraba el ritmo al que meneaba su polla.
Laura estaba desesperada. Necesitaba ser follada de inmediato. Aquello superaba lo que podía resistir. Su boca babeaba fuera de control, empleaba toda su fuerza clavándose su mano en su coño y estaba a punto de reventar de placer.
Alberto seguía incrementando el ritmo con ambas manos y empezó a padecer lo que parecían espasmos. Ante tal espectáculo, Laura soltó su antebrazo, humedeció sus dedos con el abundante jugo que ya rodeaba todo su sexo y los dirigió decididamente hacia su culo. Estaba completamente empapado, y solo de rozar la superficie se retorció de placer. Era la primera vez que intentaba aquello puesto que nunca le había gustado demasiado la idea, pero su estado de excitación era tal que su culo también reclamaba su parte.
Asombrosamente, pudo introducir todo su dedo índice sin apenas dificultad, aunque fuera a cuesta de un gemido peligrosamente audible. Como si todo aquello estuviera premeditadamente programado, justo cuando su culo albergaba su índice, Alberto relamió sus dedos índice y anular para penetrarse de nuevo. Su brazo se había deslizado entre la entrepierna, obligándole a doblarse para que sus dos dedos llegaran a perderse en su ano. El chico estaba fuera de sí y ofrecía a Laura una panorámica increíble con los dos dedos del chico clavándose animadamente su culo.
Laura se armó de valor y presa por la lujuria hizo lo mismo. Sintió un placer enorme en sentir su coño y su culo llenos hasta el fondo. Empezó a bombear con ambas manos, primero con prudencia y pronto con enferma desesperación. En su cabeza, la polla de Alberto había cambiado de opinión y ahora la sodomizaba sin ninguna clemencia clavándose en su desprotegido culito.
Alberto gimió, casi gritando, a las puertas mismas del orgasmo. Laura no pudo resistir el goce de sentirse empalada por detrás por aquél chico, fantaseando con la idea de sentirse su culo llenarse de espeso semen juvenil. Justo en el momento en que oía un largo y ronco aullido de Alberto, soltó un grito sordo que retumbó en la estancia, delatándola a la vez que convulsionando en un tremendo orgasmo, se volteó de costado quedando su vientre hacia arriba, arqueando su espalda y rugiendo entre dientes. Mantenía sus dos manos ocupadas en su interior, sintiendo como su coño y su culo se contraían y dilataban.
Alberto oyó –evidentemente – el grito, que interrumpiendo su orgasmo hizo que se girara hacia la pared que los separaba justo en el momento que su semen salía lanzado a borbotones. Todavía convulsionando, Laura pudo ver desde su posición como el pesado semen de Alberto caía a borbotones en el suelo, a escaso medio metro de su cara, al otro lado del tablón. Cortados los chillidos en seco y devuelto ahora el silencio en aquella apartada estancia, unas pocas salpicaduras más quedaron repartidas por el suelo del estrecho cubículo.
¡Era evidente que Alberto la había oído! Ella estaba en el suelo conteniendo la respiración, y parecía que el chico, sobresaltado por el ruido, no había podido controlar el destino de su abundante eyaculación. En cuanto Alberto se movió ruidosamente en busca del papel, Laura aprovechó, recobrada parcialmente la serenidad y la racionalidad después del orgasmo, para sentarse en el urinario en todo el silencio que su agitada respiración le permitía.
Presa del pánico ante la idea de ser descubierto, Alberto salió disparado del baño, oyéndose sus pasos alejarse mientras corría.
Laura suspiró profundamente y analizó su estado. Tenía el pelo revuel, el pantalón mojado y las bragas envueltas en una densa y espesa viscosidad, además de sus manos que olían fuertemente a su sexo. Aun así, era de noche y esto no tenía porqué ser un gran problema. El frío serviría como pretexto para cambiarse de muda, pensaba, mientras se aseaba y trataba de recolocar sus prendas y su alborotado pelo hasta parecer un poco presentable.
Le hicieron falta un par de minutos extra para recobrar completamente el aliento y la serenidad después de aquél monumental espectáculo. El del chico, y el suyo mismo. Abrió el cerrojo para salir al exterior. Volteo la pared que tan memorable espectáculo le había brindado y allí encontró el regalo que Alberto había dejado en el baño al huir presa del pánico ante la idea de ser descubierto.
Del lado del baño de los chicos, la pared que los separaba aparecía bañada en su semen. Podían ver-se aquellos lugares en que las distintas salpicadas habían impactado, y una de las de la parte baja del tablón se estiraba ahora colgando del hueco que le había permitido presenciar todo aquello. Sorprendida por la cantidad de semen que aquel chico había soltado, Laura tomó el papel y limpió diligentemente los restos de esperma que Alberto no había podido controlar sobresaltado por su grito.
Mientras abandonaba el cobertizo, pensaba en sus adentros: además de un orgasmo memorable, me ha regalado un suculento chantaje para mantener mi desliz a buen recaudo.
Laura necesitó recorrer más de doscientos metros en dirección hacia su tienda para acordar-se de Frank. Como si de una película se tratara, revisó mentalmente el episodio al completo desde la cena. Había saciado su sed y con una pícara sonrisa en su rostro, la idea de estar en ese campamento dejó de parecerle un martirio.
Continuará...