La disciplina de mamá 27

Mamá y Júlia llevan a la zorrita al centro comercial para comprarle joyas y lenceria. La excursión acaba en el campo, donde la zorrita es humillada y por la noche será follada por ambas mujeres. ( no vuelvo a publicar porque me había dejado el número en el título, perdón)

Como según palabras de mamá había sido tan buena zorra el día anterior ella y Júlia decidieron darme un “premio” y llevarme de excursión. Observaron las dos como me duchaba y me secaron ellas, frotándome con fuerza con un par de toallas. Como, y de nuevo con palabras textuales de mamá, era una zorra a la que le encantaba tener el culo lleno, me colocaron un plug anal, un cono oscuro que se ensanchaba en la base y que tenía una especie de ventosa final para que quedara bien clavado en mi ano. Después me pusieron el omnipresente dispositivo de castidad metálico que cubrieron con unas braguitas blancas de algodón. También me pusieron un sujetador a juego y unas medias blancas que me llegaban hasta medio muslo.

Pasaron a maquillarme. Estuvieron un buen rato hasta que mi rostro fue el de una virginal colegiala. Como bien recordaran mis facciones no eran demasiado masculinas y con el maquillaje lograba parecerme a una inocente jovencita. Me peinaron cuidadosamente, con dos trencitas para acrecentar el efecto. Como ropa iba a llevar una fina blusita y una faldita corta con volantes. Finalmente llevaría unos zapatitos de tacón con los que yo ya había conseguido gran soltura a la hora de andar.

-Eres una putita preciosa. – Me dijo mamá satisfecha al verme.

Ambas mujeres también se vistieron. Tejanos y ajustado jersey para Júlia y vestido y medias para mamá. Ya preparados nos fuimos al coche. Mamá conducía y Júlia y yo nos sentamos en el asiento trasero. Júlia no solo me abrochó el cinturón de seguridad sino que también me ató las manos. Apenas habíamos recorrido unos metros cuando la chica me levantó la falda y empezó a jugar con mi enjaulada virilidad. Primero me acariciaba las piernas, el bulto por encima de las braguitas, pero pronto se cansó y directamente me apartó un poco la ropa interior para sopesar la jaula y el pene que estaba dentro. Mi sexo pugnó inútilmente contra la jaula de castidad para crecer y empalmarse y en su lugar se clavó, como tantas otras veces, en el frío metal.

-Pobre pollita, encerradita y sin poder salir a jugar.

Agarró mis testículos y los apretó con fuerza, haciéndome bastante daño. A Júlia parecían encantarle estos actos de indiscriminada crueldad hacía mis genitales. Solté un quejido y ella aflojó un poco la presión.

-Déjala que descanse un poquito,… que le espera un día muy movidito. – Bromeó mamá mirándonos desde el retrovisor.

A pesar de las palabras de mamá Júlia abusó de mí durante todo el viaje aprovechando tanto mi sumisión como que tenía las manos atadas. No solo se dedicó a machacar mis testículos, apretándolos y pellizcándolos, también desabrochó mi blusa para torturarme los pezones, escupió en mi boca,… El viaje se me hizo eterno.

(…)

Mamá condujo hasta una ciudad cercana para irnos de compras. Yo iba a ser el protagonista y primero mi dominante y cruel progenitora quiso aumentar mi feminidad haciendo agujeros en las orejas para pendientes.

Dejé que me llevaran a un centro de belleza femenina donde me perforaron las orejas. Después fuimos a un par de joyerías para que mamá me comprara algunas joyas, no solo pendientes. Me escogió bisutería más bien infantil, con ositos, corazoncitos y florecitas.

Mamá y Júlia cuchichearon algo y mi impuesta novia se despidió de nosotros un rato. Según pude escuchar de pasada iba a buscar algo para mí, algún tipo de regalo sorpresa. Mamá y yo nos fuimos a una tienda de lencería.

Mamá cogió algunas prendas y fuimos al probador, donde cerró con un pestillo para asegurarnos completa intimidad. Lo primero que hizo fue atarme las manos detrás de la espalda con un trozo de cuerda que guardaba en el bolso y me bajó las braguitas con una sonrisa perversa. Se sentó en un taburete que allí había.

-Veamos cómo te quedan. – Dijo cogiendo unas bragas de las del montón que había cogido. Era una prenda blanca, con lacitos rosas y cuando empezó a ponérmelas noté que eran muy suaves. – Estás preciosa.

Me las bajó y cogió otras, de encaje y de color rosa. Antes de ponérmelas me quitó la jaula de castidad  mirándome con ojos picarones. Al sentirse libre mi pene, poco acostumbrado ya a aquella circunstancia, se empalmó inmediatamente.

-Mi zorra degenerada. – Dijo al ver mi erección.

Me puso las bragas, aunque tuvo que separar la tela a un lado pues mi pene impedía ponérmelas bien. Me subió la faldita y ordenó que me arrodillara. Cogió el teléfono y me hizo un par de fotografías.

-Para que Júlia vea lo guapa que estás. – Justificó aunque no lo necesitara.

Me abrió la boca con los dedos y escupió varias veces. Sabía que aquel tipo de humillación era de las que yo más disfrutaba. Saboreé su saliva, excitándome aún más. Ella me dio algunas pataditas en la entrepierna. Aguanté el dolor e incluso esperé nuevos golpes, casi ansioso por recibirlos. Me había convertido en una zorra masoca y el dolor ya formaba parte de mi vida.

-Aquí no podemos jugar del todo, pero tranquilo que más tarde entre Júlia y yo te daremos tu merecido.

Después de estas palabas mamá me desató y me obligó a probarme un montón de prendas. Bragas, tangas, sujetadores, camisolas y todo tipo de ropa interior. Alguna sexy y provocativa, otra inocente y de aire virginal. Mamá daba su aprobación o apartaba las que no acaban de convencerle. Cuando terminamos volvió a encerrar mi pene en la jaula de castidad. Para hacerlo a pesar de mi erección usó una nueva técnica que últimamente le daba bastante resultado. Primero me puso unas bragas sucias suyas que guardaba en el bolso para que yo las mordiera y no gritara de dolor, pues esa era precisamente la manera de hacer remitir mi erección.

Cogió mi pene, aparentándolo, doblándolo a pesar de su dureza, provocándome un daño indescriptible. Mis lamentos quedaron ahogados por las bragas de mi boca pero igualmente de mis ojos se llenaron de lágrimas del más puro dolor. Aunque yo había desarrollado cierto gusto y excitación por el sufrimiento físico aquello era mucho más de lo que yo podía tolerar y en unos minutos mi pene, magullado, volvió a convertirse en un pequeño gusanito blanco. Una vez me encerró me quitó las bragas de la boca y secó mis lagrimones con ellas antes de salir de probador.

Acabé poseyendo un montón de nuevos conjuntos de lencería, que mamá pagó satisfecha, seguramente pensando en cómo disfrutaría torturándome con aquellas prendas cubriendo mi cuerpo.

Al salir de la tienda vimos a Júlia. Cargaba una pequeña bolsa y aunque me intrigaba su contenido ni me atreví a preguntar ni ellas me dieron ninguna pista. Era la hora de comer y ellas se dirigieron a un restaurante, antes, pero, fuimos hasta el coche.

Mamá, mirando para asegurarse que no había nadie cerca me ató las manos detrás de la espalda, me puso una mordaza de bola y abrió el maletero, empujándome dentro. Cuando ya estaba bien colocado también me ató los tobillos.

-Tranquila zorrita, que dentro de un rato regresaremos y te traeremos algo de comer. – Dijo antes de cerrar el maletero, dejándome en la oscuridad.

(…)

Pasé encerrado en el maletero varias horas. Como no tenía manera de comprobar el tiempo transcurrido a mí me pareció una eternidad. Estaba amordazado, atado, con el pene enjaulado y con un plug en mi ano, que por cierto ya había pasado de molesto a doloroso.

No me sacaron del maletero y solo supe de su llegada cuando escuché el sonido del motor y percibí como el coche se ponía en marcha. De nuevo fui incapaz de calcular el tiempo mientras duraba nuestro trayecto. Finalmente el coche paró.

-¿Cómo está nuestra zorrita? – Mamá abrió el maletero. La luz del día me deslumbró.

Me sacaron del maletero a empujones y tirándome del pelo y me dejaron caer en el suelo. Estábamos en el campo, en medio de la naturaleza. No había nadie alrededor. Me dolía todo el cuerpo y estaba sediento y hambriento.

-Seguro que tiene sed. – Mamá, como siempre, parecía leerme el pensamiento.

En aquel momento se subió el vestido y se quitó las bragas. Mientras tanto Júlia ayudo a enderezarme, poniéndome de rodillas en el suelo. También me quitó la mordaza. Moví la dolorida boca, pues tantas horas con la mordaza me hacía dejado todo el rostro entumecido.

-Mi zorrita tiene sed y mami tiene ganas de mear…

No me hizo falta más para comprender. Abrí la boca y mamá acercó su peludisimo coño a mi rostro, a apenas unos centímetros. El líquido caliente y dorado no tardó en empezar a brotar, meándome directamente en la boca. Tragué su orín sin importarme lo desagradable y asqueroso, intentando que no se escapara ni una sola gota. Aun así todo mi rostro acabó salpicado de meados, pero engullí la mayor parte. Cuando terminó, y como una buena zorra sumisa, empecé a lamer los pelos de su coño quitando todas las gotitas y limpiándola bien.

-También debe tener hambre. – Añadió Júlia mientras mamá se subía las bragas y volvía a colocarse bien el vestido.

Rieron ante la broma que en aquel momento no entendí. Del coche la misma Júlia sacó una pequeña lata. Al verla mejor vi que era comida para gatos. La chica abrió la lata y dejó caer su contenido en suelo, enfrente de mí. Eran unos trocitos de carne con una salsa que desprendía un fuerte olor. Supongo que para un gato debía ser algo delicioso, pero aquel aroma para una persona era asqueroso.

-Empieza a comer zorra. – La orden de mamá y su tono de voz no admitían replica. Además, para asegurarse se inclinó a mi lado, me cogió el pelo y tiró de él hacia abajo, poniéndome la cara justo delante de la comida de gato en el suelo.

La verdad es que apenas había comido nada aquel día y tenía hambre. Pero comer del suelo del campo una tarrina de comida para gatos era bastante asqueroso, por mucho apetito que uno tenga. Pero como ya saben, yo no tenía más voluntad que la de mi madre. Abrí la boca y con la lengua y los dientes cogí un trocito de aquella carne.

Estaba malísimo y tenía un sabor fuerte y penetrante. Ahogué una arcada y seguí comiendo mientras las dos mujeres se reían a gusto a mi costa. Seguí comiendo, ignorándolas e intentando tragar lo más rápido posible para no saborear aquel asqueroso manjar. Mamá continuaba cogiéndome del pelo, evitando con su fuerza que levantara la cabeza hasta que no me lo terminara todo. Incluso me obligo a lamer el suelo del campo, llenándome la boca de tierra, para no dejar ningún resto.

-Ya lo tienes comido y bebido, podemos volver a encerrarlo. – Dijo Júlia

Efectivamente, me volvieron a poner la mordaza y volví al maletero. Pasé varias horas más allí, pues las dos mujeres pasaron la tarde en el cine y siguieron de compras. No me sacaron hasta la noche, cuando llegamos a casa.

(…)

Mamá me permitió beber agua y desentumecerme el cuerpo al llegar a casa. El descanso no fue mucho pues ambas tenían ganas de distraerse y la principal atracción era yo. Fuimos los tres hasta el cuarto y allí las dos mujeres vaciaron las bolsas de ropa interior y conjuntos femeninos que habían comprado para mí encima de la cama.

-Hoy nos vas a hacer un pase de modelos. – Dijo mamá.

Quería que me probara todos los conjuntos y desfilara para ellas. Antes, pero, me hicieron un pequeño regalo. Cuando Júlia se había separado de nosotros había ido a buscar un encargo especial de mamá. Era un collar, de cuero negro con una pequeña plaquita plateada donde con letra clara se podía leer “La Zorrita de Mami”.

-¿A que es precioso? – Me dijo una vez me colocó bien ceñido el cuello.

Asentí, sin saber muy bien porqué. El collar me hacía sentir a la vez humillado y contento, pues demostraba que yo no era más que la zorra de mi madre. Cuando estuvo bien apretado en mi cuello sentí que me excitaba, pero mi pobre pollita acabó como siempre, acabó aplastándose contra los barrotes de metal.

Antes de empezar a desfilar mamá me retocó el maquillaje y ambas se fueron hasta el comedor, donde se sirvieron unas copas de vino y me esperaron sentadas en el sofá. Me puse el primer conjunto, braguitas y sujetador purpuras semitransparentes. También me habían comprado zapatos, casi todos con tacón de diversos tamaños. Escogí unos que creí que harían conjunto y fui al comedor.

Me exhibí para ellas posando, intentando imitar a una atractiva modelo. Rieron y se burlaron, sacándome fotos. Me probé varios conjuntos más. Corsés, sujetadores, medias, ligeros, tanguitas, culotes,… algunos de lencería fina, otros infantiles, de seda, de encaje,…

Cada vez que aparecía podía escuchar sus risas y comentarios. En el fondo, pero, me sentía atractiva de alguna manera, con joyas, maquillada y durante aquel tiempo, no sé por qué, me sentí más mujer que hombre y aquello no me desagradó del todo.

-Mira como posa, la muy puta. Parece una ninfómana exhibiéndose. Me parece que cada vez tiene más ganas de una buena polla. – Le decía mamá a Júlia fuerte, para que yo lo escuchara.

Tanto les pareció que eso era así que decidieron darme una buena follada. Ambas se desnudaron, quedándose Mamá con un simple tanguita negro que no podía contener su espesa mata de vello púbico mientras que el de Júlia era blanco, lo que contrastaba con el tono tostado de su piel. Las dos también se pusieron arneses de cintura de los que sobresalían dos grandes pollas de plástico negro.

Mientras ellas se desnudaban y se ponían los arneses yo recogí la ropa interior de la cama. Me había quedado, eso sí, con el que Júlia definió como un auténtico conjunta de puta. Ligeros y medias de rejilla, braguitas negras con una apertura por donde sobresalía mí enjaulada polla y sujetador, también con dos aperturas para acceder libremente a mis pezones.

-Vamos a follarla como la puta que es. – Le dijo Mamá a Júlia con un tono de perversa crueldad.

A Júlia no faltó que le dijeran nada más. Sin mediar palabra se acercó a mí y me agarró del cuello, empotrándome contra la pared. Aprovechando que mi polla y testículos estaban colocados en la apertura de las bragas descargó un fuerte rodillazo, que se estrelló en mis pobres huevecitos. Vi las estrellas y los ojos se me anegaron de lágrimas. Me dio con tanta violencia incluso el aro de la jaula de castidad se me clavó hondo en la carne.

Caí, llorando de dolor, pero no tuve tiempo de lamentaciones pues Júlia me cogió de la nariz, apretando con dedos de hierro. Abrí la boca para respirar y lo aprovechó para clavarme la polla de plástico hasta la garganta. No puede decirse que hiciera una mamada, pues era ella la que cogiéndome del pelo, zarandeaba mi cabeza y con las caderas hacía un fuerte movimiento. Me estaba follando la boca. Yo me atragantaba, babeaba, se me corrió el maquillaje,… pero a Júlia no le importaba y seguía y seguía… hasta que sin previó avisó me sacó el pene de plástico de la boca y tiró de mi pelo hacía arriba, volviéndome a poner de pie. Sin soltarme la coleta del pelo me tiró contra la cama.

Quedé a cuatro patas, con la cabeza apoyada contra la almohada. Júlia se colocó detrás de mí y me bajó un poco las braguitas. Aunque me lo habían quitado al llegar a casa, yo había llevado el plug anal todo el día y mi ano estaba aún bastante dilatado. Por eso, Júlia, simplemente escupió un poco en su mano, humedeció el pene de plástico haciendo ver que se pajeaba y lo encaró contra la entrada de mi culo.

Poco a poco fue empujando, introduciéndolo todo. Me sentí lleno, empalado, partido en dos,… Júlia empezó a moverse, agarrándome de la cadera mientras con la otra mano me dio algunas palmadas en la nalga. Mamá, que lo había estado viendo todo desde un lado, se sentó en la cama, a mi lado.

-Mi pobre zorrita, como te gusta que te traten como la puta que eres. – Dijo acariciándome la cara mientras Júlia seguía sodomizándome con violencia.

-Si… si… - Jadeé-

Era cierto, pues en aquellos momentos lo único que lamentaba era que mi pene siguiera enjaulado. Este se zarandeaba, fuera de la apertura de las bragas, con cada embate de la muchacha. Estaba duro, colmando los pequeños barrotes, intentado crecer inútilmente.

Mamá fue posicionándose, apartándome un poco, sentada enfrente de mi cara. Entre sus piernas, amenazante, se alzaba su arnés de cintura. Me cogió de la cabeza para que empezara a mamar la polla de plástico.

Al igual que había hecho Júlia era ella la que llevaba la iniciativa. Me cogió la cabeza y la empujó hacia abajo, clavándome el apéndice hasta la garganta. Ahora no solo estaba empalado por el culo, también por la boca, con ambos agujeros llenos.

Estuvimos un buen rato así, y yo fui zarandeado y sodomizado, como un juguete en las manos de las dos mujeres. Júlia, percutiendo mi culo, aprovechaba la posición para deslizar una de sus manos hasta mis colgantes e indefensos testículos. Los acarició primero, calentándome más, para después encerrarlos entre su mano y apretarlos, machacándolos. El dolor, pero, no hacía que mi excitación remitiera lo más mínimo.

-¿Quieres que mami también te parta el culito? –La escuché preguntar con tono morboso, juguetón y cruel.

Hubiera gritado un “si”, pero con la boca llena apenas pude balbucear algo ininteligible. Júlia sacó la polla de mi culo y se levantó de la cama mientras mamá me cogía para sentarme en su regazo. Su arnés me penetró y me cogió del culo para marcarme el ritmo. Cabalgué de aquella forzada manera el arnés.

Júlia se había quitado el suyo. Estaba cansada, exhausta por haberme follado de aquella manera y su piel tostada estaba cubierta por pequeñas gotitas de sudor. Se tumbó a nuestro lado. Una de sus manos se deslizó por debajo del tanguita y empezó a masturbarse. Con la otra buscaba mis pezones para pellizcarlos y retorcerlos con fuerza.

De vez en cuando la muchacha sacaba la mano que hundía en su entrepierna para restregarme los dedos, brillantes de flujos vaginales, por el rostro. Yo los chupaba, saboreando su feminidad. Pronto, pero, volvía a meterlos por debajo de las braguitas para tocarse, para buscar el placer que de momento, a mí me estaba vetado. Su precioso y grácil cuerpo se retorcía, emitiendo pequeños gemidos, a medida que se acercaba al clímax.

Mamá seguía manteniendo una mano en mi culo para marcarme el ritmo de la follada. También usaba la otra para pellizcarme los pezones, para meterme los dedos en la boca y hacerme sacar la lengua, jugando conmigo de todas maneras posibles.

Volvimos a cambiar de posición y de nuevo acabé a cuatro patas sobre la cama mientras mamá seguía dándome por culo. Sus enormes tetas se balanceaban mientras iba percutiendo mi ano. Mi cabeza reposaba entre los muslos de Júlia, que se había quitado el tanguita para gozar de las atenciones de mi lengua. Le comí el dulce coñito sin dejar de ser sodomizado en ningún momento. Se corrió en mi boca entre sonoros gemidos de placer.

Mamá se cansó también de sodomizarme y quiso también su orgasmo. Se quitó el arnés y el tanga y me tumbó en la cama para sentarse encima de cara. Su velludo sexo no tardó en ser colmado de atenciones por mi boca y no tardó mucho en regalarme con los fluidos de su orgasmo. Cuando terminé estaba cachondísimo, pero parecía que las dos mujeres no tenían ganas de premiarme con una corrida.

-Mañana veremos, pero hoy las putitas como tú no van correrse.

Así pues me quedé enjaulado, frustrado y exhausto por aquella sesión de sexo salvaje. Ambas mujeres no tardaron en quedarse dormidas, satisfechas y ahítas mientras que yo me quedé con todo el calentón.

Continuará…