La disciplina de mamá 24

Mamá por fin deja correr a su zorrita después de un mes de forzada abstinencia. Pero antes la zorrita tendrá que ganárselo siendo una buena y degenerada sumisa.

-Se te van a poner las pelotas moradas. – Mamá se burlaba de mí, divertida ante el último tormento que había ideado. Este no era otro que tenerme sin orgasmos el mayor tiempo posible y yo ya llevaba un mes entero sin correrme. Imaginen mi estado de desesperación: un joven de 18 años, con las hormonas revolucionadas y que cada día recibía todo tipo de estímulos sexuales sin capacidad de desahogo. Mi nivel de excitación había llegado a un punto que era incluso doloroso físicamente, no solo anímicamente. Sentía mis testículos llenos, a punto de explotar.

Mamá disfrutaba de lo lindo con este estado de ansiedad y frustración perpetuas a las que me tenía sometido. Había puesto una silla en el centro del comedor y me había atado a ella, inmovilizándome las manos detrás del respaldo y los tobillos en las patas. También me había sacado el dispositivo de castidad, dejándome completamente desnudo, indefenso y con una rampante erección. Ella se paseaba, andando alrededor de la silla donde estaba atado, ataviada con una cortita bata de color azul. Entre sus manos zarandeaba amenazantemente la fusta de madera con lengüeta de cuero, haciéndola repicar contra su propia mano.

-Recuérdame cuantos días llevas sin correrte. – Preguntó aunque sabía perfectamente la respuesta.

-Un mes, treinta días. – Contesté. Con aquellas palabras fui dolorosamente consciente de lo caliente que estaba. Mi pene estaba durísimo, sediento y desesperado por encontrar por fin el alivio.

-Pobre zorrita. – Mamá usó la fusta golpeándome con la lengüeta contra mi erección. El cuero se estrelló en mi sensibilizado glande.

-Agh… Por favor… mamá. – Suspiré, implorando con la mirada.

-Tranquilo niñito virgen. – Mamá dejó la fusta a un lado para sentarse encima de una de mis rodillas. Mi pierna, soportando todo su peso, empezó a dormirse.

La cercanía de su cuerpo al mío acabó de excitarme del todo. Su sutil perfume y aroma a mujer inundó mi nariz, el calor que exhalaban sus carnes traspasó hasta las mías,… me rodeó con sus brazos, abrazándome mientras me besaba y lamía el cuello.

-Si te portas bien dejaré que hoy te corras,… -Me susurró mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Siguió chupándome el cuello y finalmente buscó mis labios. Su lengua entró en mi boca, juguetona. -… pero tendrás que ser paciente y hacer todo lo que te diga. ¿Harás todo lo que quiera mami?

-Si, por favor. Haré lo que sea… pero no puedo aguantar más, necesito correrme. – Contesté desesperado y sincero. En aquel momento hubiera hecho cualquier cosa con tal de poder desahogarme.

-Ya veremos. –Susurró de nuevo. Sus manos se deslizaron por mi pecho y mi vientre hasta llegar al pene. Lo acarició suavemente, con cuidado de no llevarme al éxtasis demasiado pronto, sobre todo cuando vio el respingo que dio mi cuerpo con aquel sencillo contacto. Jadeé con fuerza, embargado por las urgentes sensaciones de mi entrepierna. –Tendré que ir con cuidado o te correrás antes de hora… y te aseguro que no quieres que pase eso.

Ignoré su velada amenaza pues estaba demasiado extasiado por sus caricias. Sus dedos masajeaban el tronco de mi falo, recorriéndolo de la base al glande, acariciándolo con las yemas y presionando lo suficiente para que yo gimiera con fuerza. Intenté concentrarme para no dejarme ir demasiado pronto, para aguantar un orgasmo que amenazaba con explotar de un momento a otro. Mamá era perfectamente consciente de mi estado, por lo que retiró sus manos y se levantó de mi pierna con una sonrisa pícara. Se quitó la bata. Iba vestida con un conjunto de sujetador y enormes bragas de color carne. Ropa interior de vieja, lo llamaba. El sujetador apenas podía contener sus dos enormes tetazas y estas pugnaban por liberarse de la tensión de la tela. Por los bordes de las bragas sobresalía el abundante pelo púbico.

-Me he puesto ropa interior de vieja para ti. Sé que te gusta, zorra pervertida. – Asentí con la cabeza. Tenía la boca seca y apenas podía articular palabra. Mis sentidos estaban totalmente colmados por sus caricias, su aroma, por la visión de su cuerpo enfundado en aquel conjunto de lencería. Levantó una pierna y con el pie me aplastó el pene a la silla, pisándolo. Su mano se deslizó por debajo de las bragas y pude comprobar como empezaba a masturbarse. La tela color carne se humedeció, mostrando una manchita oscura de flujos vaginales. A medida que el movimiento de su mano se hacía más intenso y su respiración se agitaba pisaba más fuerte mi pene, restregándolo contra la silla. El dolor y el placer se entremezclaban maravillosamente.

A pesar de que mamá disfrutaba de varios orgasmos diarios parecía que tenía urgencias parecidas a las mías y se masturbaba intensamente. La mano debajo de sus bragas se movía casi con violencia y suspiraba cada vez más. Yo podía verlo todo en primera persona y me agité entre mis ataduras, ansioso por abalanzarme encima de ella.  Era inútil, estaba muy bien atado y lo único que conseguí fue que la cuerda se apretara más contras mis magulladas muñecas.

-Tranquila… zorrita… - Dijo mamá entre gemidos, pisándome con más fuerza el pene.

Finalmente su cuerpo se agitó y estremeció. Se había corrido y sacó de debajo de sus manchadas bragas de vieja unos dedos empapados y pegajosos. Levantó también el pie de mi pene, que salió disparado como un resorte. Me acercó la mano con la que se había masturbado a la boca y sin necesidad que dijera nada empecé a lamer sus dedos manchados de flujos vaginales. El sabor de su sexo y su orgasmo era delicioso y chupé ansioso, degustando su feminidad.

-Muy bien zorrita. – Decía mientras me introducía ya toda la mano en la boca, forzándola y llenándola mientras mi lengua pugnaba por seguir saboreando los fluidos de su sexo.

Otra vez se colocó encima de mí, pero ahora se sentó a horcajadas separando las piernas. Mi pene se aplastó contra sus bragas y pude sentir el calor y la humedad que de allí emanaban. Mamá se restregó contra mi cuerpo, aplastando sus tetazas aún pugnantes contra el sujetador contra mi pecho. Frotaba sus bragas contra mi pene, su cuerpo contra mi cuerpo, sus tetas contra mi pecho,… y mientras me besaba con pasión, mordisqueando, chupando y lamiendo mis labios.

-¿Harás todo lo que mami te diga? – Preguntaba.

-Sí, haré todo lo que me pidas. Soy tu zorra, tu putita,… agh… -No pude continuar hablando porque el roce de su cuerpo me producía un indescriptible placer y solo fui capaz de gemir.

-Perfecto. – Mamá cesó su movimiento para dejar caer un espeso escupitajo en el interior de mi boca. Empezó a desatarme las manos de la silla y se levantó para también liberar mis tobillos. –Sígueme.

La acompañé por la casa, gateando a cuatro patas hasta que llegamos al baño. Incorporé mi espalda pero seguí arrodillado, esperando sus órdenes. Le había dicho que haría cualquier cosa y estaba dispuesto a cumplir mi promesa. Mamá me sonrió con perversidad mientras apartaba las bragas un poco para mostrarme su peludo coño.

-Tengo ganas de mear y voy a hacerlo directamente en tu boquita, estate quieto.

No era la primera vez que bebía orina, pero nunca lo había hecho directamente de la fuente. Las otras veces el pis había estado mezclado con hielo o con otra comida. Tragué saliva y abrí la boca, intentando ignorar el asco que ya sentía incluso antes de empezar. Mamá se encaró hacía mi cara, dejando su sexo a escasos centímetros de mi boca. En apenas unos segundos un chorrillo de líquido dorado empezó a fluir de allí. Su pis estaba caliente y tenía un sabor más que desagradable. No me importó y aguanté mientras me llenaba la boca con su meada. Aunque seguía sintiendo un profundo asco poco a poco encontré aquello tremendamente excitante. Me sentí degradado completamente mientras iba tragando aquella orina y aquel sentimiento mantenía mi sexo durísimo y a mi totalmente cachondo. Además, aquel líquido dorado provenía de mi madre y todo lo que viniera de ella me encantaba. En aquel momento comprendí que yo era cada día más zorra, más sumiso y con menos límites y ascos. Inconscientemente y mientras ella seguía meando directamente en mi boca acerqué más mis labios a su sexo. Cuando el chorrillo disminuyó y desapareció ya estaba completamente amorrado a su sexo, limpiando con la lengua las gotitas que habían manchado su vello púbico. Seguí lamiendo un buen rato mientras mamá se dejaba hacer, contenta de aquel total sometimiento que yo le ofrecía. Reía y gemía mientras le comía el coño, dejándoselo reluciente y limpio. Pronto desapareció el sabor de la orina para dar paso al de los flujos vaginales.

-Tranquila zorrita. – Me dijo al separarme de entre sus piernas. – Lávate bien la boca que aún no hemos terminado.

Obedecí y a una indicación suya me levante. Mamá me ayudó a limpiarme bien tanto la boca y los dientes con abundante pasta dentífrica y enjuague bucal. Cuando termínanos mi aliento era fresco y no se notaba ni rastro de olor a orina. Para certificarlo mamá me besó con pasión, introduciendo su lengua en mi boca mientras me acariciaba el durísimo pene.

-Vamos a la habitación.

Una vez allí mamá me ordenó que me volviera a arrodillar mientras ella se ponía el arnés de cintura por encima de las bragas. Cuando tuvo el pene de plástico bien asegurado a su cintura se dirigió hasta mí y tirándome del pelo me tiró en la cama. Con rápidos movimientos me colocó a cuatro patas con la cabeza apoyada en la almohada. Ella se puso detrás de mí y de un golpe me enculó, clavándome la polla de plástico hasta las entrañas.

-Agh… si… mami…- Cada día me gustaba más que me diera por el culo, que me usara con rudeza. En aquellos momentos me metía completamente en mi papel de zorrita sumisa de mi madre. Además, los niveles de excitación acumulada hacían que en aquel momento estuviera más cachondo que en toda mi vida.

-Cómo te gusta zorra.- Decía mamá mientras me penetraba con fuerza, haciendo estallar mi culo con un agradable dolor. Con cada golpe, con cada envite, con cada dura embestida yo iba entrando en un trance de éxtasis y deseo de ser sometido.

-Si… dame duro mami… soy tu putita… tu niñito virgen… haré lo que quieras. – Gemí loco de placer.

Mamá dejó de penetrarme y sacó el pene de plástico para cambiar de postura. Se tumbó bocarriba en la cama y me ordenó que me empalara a mí mismo. Me coloqué a horcajadas con las piernas abiertas mientras ella apuntaba el falo hacia la entrada de mi ano. Me dejé caer y sentí como el consolador me partía en dos y me llenaba las entrañas. Empecé a cabalgar como un poseso. Mi pene rebotaba en el vientre de mamá, duro y aún sediento de algún tipo de alivio. Mis pelotas dolían de tan llenas que estaban, pero mamá me cogía de las caderas ignorando mi falo y yo no me atreví a tocarme, pues no tenía su permiso. Mamá se incorporó su espalda y nos besamos. No pude aguantar más y empecé a tocarle las tetas por encima del sujetador, disfrutando de aquella mórbida carne. Aparté la tela para juguetear con su gran pezón oscuro.

De repente me apartó de un empujón derribándome sobre la cama. Se quitó el sujetador y por fin liberó sus dos grandes globos de carne. Sus ojos estaban turbios y su piel brillaba por el sudor. Me acerqué a ella con la cabeza gacha, como un cachorrillo ante su dueña y tímidamente empecé a lamer aquel sudor de su generoso busto. Rápidamente mis lengüetazos se concentraron en sus grandes pezones que estaban casi tan duros como mi sexo. Nos fuimos recostando, encontrando la posición hasta que me quedé tumbado a su lado, mamando de sus tetas como si fuera un bebé.

-Mi niñito virgen…- Susurró mamá mientras una de sus manos acariciaba mis testículos. Aprisionó mi pene con sus dedos, jugueteando con el glande con la presión suficiente para provocarme un intenso placer sin llevarme al ansiado clímax. Mamá me había prometido que por fin, después de un mes de abstinencia, me dejaría descargar, pero quería tomarse su tiempo y prolongar aquella placentera angustia el mayor rato posible. Por mi parte yo seguí chupándole las tetas y disfrutando de sus sutiles y controladas caricias hasta que de repente se apartó. Me tendió bocarriba en la cama y me separó las piernas, colocándose ella entre ellas. De nuevo me penetró con el arnés de una fuerte y seca embestida. Me folló el culito sin piedad. Sus tetas se bamboleaban al frenético ritmo con el que me sodomizaba. Una de sus manos fue hasta mi cuello y apretó suavemente, ahogándome un poquito. La otra mano descendía por mis pezones, endureciéndolos y pellizcándolos.

-Si… mami… por favor… no puedo… más… - Jadeé, desesperado para que volviera a ocuparse de mi pene. Este también se balanceaba con cada embestida de mamá. Sin dejar de ahogarme me abofeteó.

-Calla puta. – Dijo con un gruñido ronco. –Te correrás cuando yo lo diga. –Apretó un poco más cuello, dejándome casi sin respiración. Aun así fui capaz de susurrar.

-Si… mami… soy todo tuyo… tu putita… - Mamá sonrió ante mi respuesta y dejó de apretarme el cuello. También sacó el pene de plástico de mi interior. Se levantó de la cama y se quitó el arnés. Sin dejarme tiempo a decir nada se sentó sobre mi cara, restregándome sus húmedas bragas de vieja por todo el rostro. Las apartó un poco para que mi boca pudiera acceder a su hirsuta mata de vello púbico. Aparté pelos con la lengua hasta encontrar la inflamada raja de su coño. Me abrí camino hasta llegar a su clítoris. Lo besé y chupé mientras ella gemía sonoramente y se movía para restregarse más y mejor por toda mi cara.

-Sigue así… mi zorrita… - Gemía quedamente. – Mi niñito virgen.

No tardó mucho en correrse en mi boca. Me inundó con los fluidos de su orgasmo y su sabor se quedó pegado a mis papilas gustativas. Se levantó, liberando mi cara y mirando con una sonrisa perversa.

-Muy bien, creo que ahora es tu turno, te lo has ganado. – Se quitó las bragas de vieja y me las puso en la boca antes de tenderse entre mis piernas.

Empezó besándome los muslos, chupándolos. Con los dedos cosquilleó mis testículos, que a cada segundo que pasaba estaban más llenos y a punto de explotar. Finalmente llevó sus labios hasta el tronco de mi falo. Lo besó y lo recorrió con la punta de la lengua lentamente, mirándome a los ojos.

-¿Quieres correrte en la boquita de mami? – Me preguntó con su tono infantil, perverso y sensual. Asentí con la cabeza. – Está bien, tienes permiso para correrte.

Aquellas palabras fueron un gran alivio, por fin, después de un mes entero de calentón, podría desahogarme. Mamá encerró mi falo entre sus carnosos labios y empezó a hacerme una mamada. No podía más, estaba excitadísimo y con poco control sobre mi sexo por lo que no tardé mucho en sentir el tan esperado clímax. Me corrí en la boca de mamá, gruñendo y mordiendo las bragas en mi boca. El orgasmo que experimenté fue brutal. Una especie de corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo mientras de mi glande brotaba y brotaba una espectacular cantidad de semen. Mamá siguió mamando hasta la última gota. Se incorporó hasta llegar a mi rostro y me quitó las bragas de la boca, manteniéndola abierta apretando con los dedos. Nuestros rostros estaban a escasos centímetros. Entreabrió los labios y dejó caer un hilillo de blanco esperma hasta el interior de mi boca. Poco a poco fue dejando caer toda mi corrida hasta que no quedó nada y entonces me besó. Mientras yo iba tragando la abundante cantidad de semen nuestras lenguas se unieron en una dulce danza. Finalmente nos quedamos los dos tendidos en la cama, exhaustos. Mamá me acariciaba el rostro, satisfecha por mi comportamiento, por ser la zorra que ella esperaba.

Continuará…