La disciplina de mamá 23

Mamá sigue usando su perversa imaginación para hacer sufrir a su zorrita.

Nota del autor:

Debido a varios correos recibidos debo aclarar que la historia explicada en “La disciplina de Mamá” es pura ficción, propia del mundo de la fantasía y el fetiche. De hecho y paralelamente estoy escribiendo otras historias de otras temáticas que espero publicar pronto en esta misma página, sin perjuicio de continuar esta saga y publicar sus capítulos finales en el tiempo más breve posible.

También aprovecho para agradecer los comentarios, valoraciones y sugerencias de los lectores que se han puesto en contacto tanto mediante el correo electrónico como en la sección de comentarios.

Dicho esto les dejo con el siguiente capítulo, que espero que les guste.

Un par de días después de la experiencia con el amante de mamá yo seguía triste, frustrado y algo enfadado. Me había dado cuenta de que mamá me tenía más profundamente sometido de lo que yo pensaba y aquello me llenaba de rabia, principalmente contra mí mismo. Además ella seguía encontrando nuevas maneras de atormentarme, de llevarme a nuevos límites y ante ello yo sentía un terrible vértigo. A pesar de estas preocupaciones me di cuenta de que estaba demasiado enganchado a ella, que cada día tenía menos voluntad y esta era substituida por los caprichos de mi cruel madre.

(…)

Como casi cada mañana le traje a mamá el desayuno a la cama. Esperé arrodillado a su lado mientras ella comía tostadas y disfrutaba de un zumo recién exprimido. Estaba vestido solo con unas braguitas azules de encaje por encima de enjaulado pene.

-Un desayuno delicioso, cariño. – Me dijo mientras me acariciaba tiernamente. – Ahora se una buena zorrita y cómele el coñito a mami. – Estaba desnuda, por lo que solo tuve que subirme a la cama y acomodarme entre sus piernas. Empecé a besarle la cara interna de los mulos, a lamerle la suave y cálida piel antes de acercar mis labios a su abundante vello púbico. Deslicé la punta de la lengua por la herida abierta de su sexo, que se estremeció y empezó a hincharse y humedecerse. Hundí más mi rostro en su palpitante vagina, fundiéndome con ella. Recorrí con la lengua todo el coño de mamá hasta llegar al botoncito: lo besé, lo lamí, lo chupé con delicadeza como si fuera el más dulce de los caramelos. Para mí lo era. – Si, mi zorrita,… - Gimió mamá.

Me tomé mi tiempo y antes de que llegara al orgasmo me retiré a zonas más superficiales, para volver a empezar. Besaba los muslos, lamía la piel, mordisqueaba con suavidad sus carnes,… La saboreé lentamente mientras su vello púbico me cosquilleaba las mejillas. Aquella espesa mata de pelo parecía cada día más hirsuta y salvaje.

-Veo que hoy estas juguetón. - A mamá pareció gustarle aquella pequeña muestra de rebelde iniciativa por lo que seguí entreteniéndome, adorándola arrodillado entre sus piernas. Mamá, pero, no era una mujer especialmente paciente cuando se trataba de su placer, por lo que al cabo de unos minutos sentí su mano posándose detrás de mi cabeza y empujándome contra su sexo. Intensifiqué mis atenciones, apoderándome de su clítoris con todas las partes de mi boca. Mamá me apretó más contra ella, restregando la selva de su pubis contra mi rostro. Finalmente alcanzó el orgasmo, que como siempre bebí, sediento de ella. – Si… si… - Jadeó. Al cabo de unos segundos sentí que tiraba de mí por el pelo hasta dejarme a la altura de su cara. Me besó, sin importarle que mis labios estuvieran aún empapados de sus flujos. – Tienes una lengua que vale oro, zorrita. Ahora ve a hacer tus tareas.

(…)

A media mañana, mientras estaba estudiando, oí la voz de mamá reclamándome.

-Prepara la bañera, cariño. - Desde que mamá me había puesto la jaula de castidad me observaba mientras me duchaba para asegurarse que yo no me masturbaba ni nada por el estilo. Alguna vez, pero, en lugar de dejarme limpiar a mí lo hacía ella misma y se metía en la ducha o bañera conmigo. Mientras la bañera se llenaba y yo le introducía jabón aromático se desnudó. Entre sus grandes pechos colgaba la llave del dispositivo de castidad en una cadenita dorada. Se la quitó y se acercó a mí. Con movimientos rápidos me lo quitó y me agarró el pene flácido con fuerza, apretando.

-¡Agh! – Di un respingo ante el ataque. Un agudo dolor me atenazó todo el cuerpo. No dejó de apretar mientras pegaba su cuerpo al mío y me miraba con lujuria y con una sonrisa perversa.

-Mamá también tiene ganas de jugar. – Aumentó un poco la fuerza con la que me apretaba los genitales, pero aguanté de pie sin quejarme demasiado. Me besó y como muchas veces lo hizo de una manera brusca, dolorosa, pasional. Su lengua exploraba mi boca como si fuera de su propiedad. Estuvimos así unos segundos hasta que se apartó un poco y soltó mis magullados testículos. Entró en la bañera y me indicó que la siguiera. Ambos nos sentamos de frente, apoyados en sendos respaldos. El agua, caliente y agradable, nos cubría hasta el cuello.

Mamá levantó una de sus piernas y la posó sobre mi pecho, debajo del agua. Poco a poco fue escalando hasta que su pie llegó a la altura de mi boca. Lo cogí con ambas manos y empecé a lamer la planta. Poco a poco y con delicadeza fui pasando la lengua por todos los rincones de su pie, desde el talón hasta los dedos. Estos últimos me los puse en la boca y chupé y succioné, uno a uno, dedicándole su tiempo a cada dedo. Con el otro pie mamá empezó a juguetear con mi pene, aplastándolo, frotándolo,… hasta que este quedó erecto y duro.

-Agh…- Aparté un poco el pie de mi boca para poder gemir. Hacía ya doce días de mi último orgasmo, casi un récord que mamá parecía querer superar.

-Si te corres sin permiso vas a saber lo que es bueno. – Amenazó.- Sigue con el pie. – Obedecí, masajeando con los pulgares la planta y poniéndome el dedo gordo en la boca. Ella seguía jugando con mi pene, acariciando con los dedos mis testículos. –El otro pie tiene celos. – Me dijo juguetona y divertida. Se lo cogí y le di el mismo tratamiento, chupándolo, besándolo y lamiéndolo. El otro pie de mamá aplastó suavemente mi pene contra la barriga.

-… mamá…- Acerté a suspirar cuando ella empezó a mover aquel pie, masturbándome suavemente.

-Nada de correrse. - Me recordó con una sonrisa pícara. Paró de masturbarme y apartó su pie de mi cara. Se levantó de la bañera y se dio la vuelta. – Vamos a jugar a un juego muy divertido, será mejor que cojas aire.

Inspiré profundamente al ver como el enorme culo de mamá se acercaba a mi cara. Ella siguió inclinándose, empujándome hacia abajo para sentarse en mi cara. El peso de su culo me hundió la cabeza debajo del agua. Aguanté la respiración unos segundos que se hicieron eternos, pero mamá finalmente se levantó un poco y pude salir a la superficie e inspirar aire de nuevo.

-Respira zorrita, que volveré a hacerlo. – Apenas pude dar algunas bocanadas de aire antes de que el culo de mamá me hundiera otra vez en la bañera. Mientras mi cabeza estaba debajo del agua, aplastada por las carnosas nalgas de mamá, me cogió el pene y empezó a masturbarme. El poco aire que había podido reunir en mis pulmones se me escapó en un gemido ahogado. Sacudí las piernas, pero ella continuó masturbándome y aplastándome. Finalmente, cuando creí que iba a perder la consciencia, se levantó de nuevo. Respiré agitadamente.

-Mamá… por favor… - Dije entrecortadamente y escupiendo agua por la nariz y la boca. -… no puedo más.

-Calla, será mejor que ahorres todo el aliento. – Y otra vez me aplastó con su  culo, hundiéndome en el agua. Mientras mi cabeza estaba sumergida me masturbó con fuerza. Mi pene, después de tantos días sin orgasmos, estaba dolorosamente duro y caliente y a pesar de estar ahogándome, las sensaciones de mi entrepierna eran terriblemente placenteras. En cierta manera no poder respirar hacía que mi sexo estuviera mucho más sensible. No sabía si podría aguantar mucho más sin correrme y lo que más temía era hacerlo sin el permiso de mamá.

-… por favor… - Tosí, intentando coger aire, ahogado, cuando mamá levantó su trasero y pude salir a la superficie a respirar. Aunque había dejado de masturbarme seguía agarrándome el miembro con fuerza. Giró el cuello y me miró, cruel, divertida, excitada por verme sufrir de aquella manera.

-Tranquila zorrita, la siguiente será la última. Coge aire. – Me dijo y empezó a mover su mano de mi pene arriba y abajo, muy poco a poco. Con el pulgar apretaba suavemente el glande, estimulándolo. Apenas pude coger algo de aire, pues respiraba entrecortadamente tanto por el juego de mamá como por su paja. -¿Estás preparado? – Negué con la cabeza. –Ensanchó su sonrisa antes de empezar la cuenta atrás. – 5, 4, 3, 2, 1 y… -

El culo de mamá se aplastó contra mi cara empujándome de nuevo debajo de agua. Apenas pude respirar hondo antes de verme sumergido. Esta vez mamá dejó caer todo su peso y me aplastó contra el suelo de la bañera. Restregó con fuerza las nalgas contra mi rostro mientras yo luchaba por salir, pataleando, intentando liberarme de aquel cruel ataque. Mis esfuerzos eran vanos porque ella simplemente me dominaba con fuerza mientras sus manos en mi pene me pajeaban intensamente. Creí que me ahogaba de verdad, que perdía la consciencia pero finalmente mamá se levantó. Mi cabeza salió de agua y otra vez tosí, balbuceé y recuperé la respiración con urgente ansiedad.

-Ja, ja, ja. – Mamá se reía abiertamente. Se dio la vuelta y me cogió del pelo, tirando hacia arriba. – Pobre zorrita, mami cada día es más mala. Pero es por tu bien,… quiero que seas mi un niñito virgen, la obediente zorita de mami. – Hubiera respondido que a pesar de todos los tormentos y degradaciones a las que me sometía yo lo era, pero no tenía aliento para articular palabra. Además me dio un par de fuertes bofetones que me impidieron decir nada. - ¿Continuaras siendo el niñito virgen de mami?

-Si… seré… el niñito virgen… de mami.- Respondí casi sin resuello, dando grandes bocanadas de aire después de cada palabra. Me soltó el pelo y caí, derrumbado sobre la bañera salpicando agua.

-Muy bien zorrita,… ahora cómeme el coñito y después del baño de vuelta a la jaula. – Me dijo acercando su velludo a mi cara. Le comí el coño, meticuloso y hábil como siempre. Después mamá cumplió su promesa y luchando contra mi erección con abundante agua fría, me encerró en la jaula de castidad.

(…)

Aquella misma tarde me gané un castigo. Había estado distraído y según mamá no había hecho las tareas del hogar con la rapidez y perfección que ella exigía. Como bien recordaran para los castigos teníamos una habitación especial. Era un cuarto pequeño, con un colchón desnudo y un armario. Durante los meses que ya llevaba con mamá esta había ido comprando cosas y acondicionándolo para su principal fin: castigarme. En el techo había hecho colgar unos ganchos y de allí me colgó de las muñecas atadas. Apenas me sostenía con las puntas de los pies.

-¿Ves porque tengo que ser mala contigo? – Mamá daba cortos pasos alrededor mío. Iba vestida con un ajustado vestido oscuro que le resaltaba las  voluptuosas curvas formas, medias y altas botas de cuero con un vertiginoso talón. – A mí no me gusta castigarte, pero tienes que mejorar mucho y es la única manera. – Mintió, pues por mucho que lo repitiera yo sabía que le encantaba castigarme. Mientras hablaba recorría mi cuerpo desnudo con las puntas de sus dedos en una sensual caricia. Mi pene empezó a crecer en su jaula. Mamá decidió quitármela y mi sexo se quedó libre tan solo unos segundos, pues su mano lo cogió con fuerza. –Te quiero con la pollita dura. – Me dijo y esta obedeció sus deseos, endureciéndose entre sus dedos.

-No me hagas daño, por favor. – Supliqué. Su actitud sensual y tierna de aquellos momentos solo me hacía presagiar que el castigo iba a ser cruel y despiadado. Así lo hacía ella, combinando la ternura, el erotismo, el dolor, la humillación,… a partes iguales.

-Lo siento, pero sí que voy a hacerte daño. – Me lo dijo al oído, con un tono suave y turbio, cargado de pasión. Mientras hablaba me pajeaba suavemente. Le gustaba tenerme cachondo y excitado sin posibilidad de ningún alivio. Cuando ya me tenía bien caliente añadió.  – Y te aseguro que hoy vas a llorar. – Apretó el pene con fuerza, dejándome casi sin respiración.

-Mamá,… te lo suplico. – Repetí, aterrado y excitado a partes iguales. Su mirada brillaba de deseo y eso no me auguraba nada bueno. Intenté, sin mucho éxito, que mamá suavizara su castigo, pero ya me lo había dicho, quería verme llorar.

-Shhh. – Me puso un dedo en la boca indicándome que me callara. Se apartó de mí y dio un par de pasos para llegar al armario. De allí sacó dos cosas, una fusta de cuero y madera y una mordaza de bola. Primero me colocó la mordaza para silenciar mis suplicas y quejas. - ¿Preparado? – Afirmé con la cabeza sin demasiada convicción, sabía que ya no había vuelta atrás. Mamá agitó la fusta en aire antes de descargarla sobre mi pecho con fuerza. La lengua de cuero mordió uno de mis pezones. No fue muy doloroso pero intenté zafarme inconscientemente, aunque colgado por los brazos de la pared y sin apenas capacidad de apoyó de mis pies no podía moverme demasiado. Mamá sonrió y descargó varios golpes más sobre la tierna piel de mi pecho. Buscaba siempre mis sensibles pezones.

Después de varios golpes más con la fusta en la parte superior de mi pecho estaba rojo e irritado. Mamá decidió ir castigando mi cuerpo de manera descendente y atacó mi vientre. Cada golpe de la fusta era un pequeño pinchazo no demasiado insufrible, pero mamá golpeaba rápido y seguido en el mismo lugar.  Al final quedaba un desagradable escozor, con la piel roja e irritada. Cuando mamá creyó mi vientre ya tenía suficiente cambió el sentido de sus azotes. Empezó por dar pequeños golpecitos en la cara interna de mis muslos, separando las piernas. Así tenía pleno acceso por todos los ángulos a la zona que quería realmente atacar: mis genitales.

-Muerde fuerte la mordaza zorrita, que esto va a doler. – Me avisó. Sostuvo la fusta recta, entre mis piernas y con fuerza, descargó un golpe ascendente que se estrelló contra mis testículos. Un fuerte y agudo dolor me atravesó todo el cuerpo.

-Pfvrr… agh… mpfff… Intenté balbucear una súplica, pero con la mordaza poco podía decir y mis palabras salían inteligibles. Mamá ni siquiera me dio tiempo a que el dolor desapareciera y dio un segundo azote a mis testículos. Mordí la mordaza, tal y como mamá me había indicado, intentando que aquel sufrimiento desapareciera. Era inútil. Dos enormes lagrimones empezaron a salir de mis ojos cayendo por las mejillas.

-Mi pobrecita zorrita… -Dijo mamá sonriendo, recogiendo una de mis lágrimas con un dedo y llevándose a la boca, saboreando mi dolor. Descargó otro cruel golpe, aunque esta vez dejó los testículos para atacar el pene. La lengüeta de cuero de la fusta se estrelló contra el tronco. Volví a morder la mordaza, a llorar por aquel sufrimiento inclemente. Repitió y azotó varias veces mi pene, que seguía duro y balanceándose a cada golpe. Cuando terminó yo ya no podía más y mi falo estaba rojo, irritado y escocia. Mamá dejó a la fusta y me agarró el pene, esta vez con suavidad. Escupió en él varias veces y su saliva me dio alivio y frescor, sobre todo cuando empezó a masturbarme muy poco a poco.

-Agh… -Esta vez la mordaza ahogó un gemido de placer en lugar de los quejidos anteriores. Mientras me pajeaba empezó a acariciarme los testículos con las puntas de los dedos, haciéndome unas dulces cosquillas.

-Supongo que no tengo que recordarte que no tienes permiso para correrte. – Mientras decía esto con la mano rodeó la base de mis testículos y apretó, dejando la bolsa escrotal colgando indefensa. La otra mano dejó de masturbarme y con la palma abierta, empezó a golpear los huevos.

-Pffff… - Aunque los golpes no eran  brutales pero eran terriblemente dolorosos, sobre todo por atacar a tan sensible zona de la anatomía masculina. Me agite, sacudí el cuerpo, intentando huir de aquello, pero atado como estaba era imposible.

-Tranquila zorrita. – Dijo mamá soltándome los testículos y dejando de golpearlos. -¿Duele mucho?- Preguntó con una sonrisa perversa. Asentí con la cabeza lo que pareció satisfacerla enormemente. Pensé que por fin el castigo había terminado pero mamá me sorprendió con un nuevo ataque. Sin previo aviso soltó un rodillazo sobre los ya machacados huevos que me hizo ver las estrellas. Las lágrimas me llenaron los ojos y un agudo e intenso dolor se apoderó de todo mi bajo vientre. Ella rio, feliz por mi reacción, por hacerme daño, por verme llorar de aquella manera,… y descargó un segundo duro y fuerte rodillazo en mi entrepierna. Intenté protestar, quejarme, pedirle que parara de una vez,… pero debido a la mordaza de mi boca solo salían balbuceos incomprensibles. Antes de que pudiera ni siquiera recuperar algo de resuello me propinó un tercer rodillazo que fue definitivo. El sufrimiento me subió desde la entrepierna hasta la boca del estómago, me mareé y casi perdí el conocimiento.

Mamá vio que aquel último golpe me había roto, dejándome exhausto y sobrepasando mi límite de resistencia. Yo, colgado, sufriendo un extremo dolor, apenas podía hacer otra cosa que gimotear, intentando suplicar a pesar de la mordaza.

-Shhhh, ya ha pasado todo zorrita. Es por tu bien, te castigo para que siempre recuerdes cuál es tu lugar y que no toleraré ningún fallo, rebeldía, desconcentración,… mamá quiere que seas una zorrita perfecta, sumisa y obediente. – Me besó las lágrimas de las mejillas, lamiéndolas y degustándolas en una mezcla de ternura maternal y gran sensualidad.

Me descolgó, liberándome de las ataduras de las cuerdas y me dejó tumbarme en el colchón, hecho un ovillo, llorando aún por el dolor de mi entrepierna que se resistía a desaparecer. Ella se sentó a mi lado, consolándome.

-Mi pequeña zorrita.  –Me susurraba.  –Te queda tanto por aprender.

Continuará…