La disciplina de mamá 21
En esta ocasión mamá torturará a la zorrita con un nuevo juguetito, que llevará a la zorrita a nuevos niveles de desesperación
Mamá aprovechó la visita a la ciudad para comprarme algunos regalitos, aunque yo no lo supe hasta más tarde. Habían pasado seis días desde que Júlia me había dado mi último orgasmo y mamá aprovechó que yo ya estaba que me subía por las paredes para jugar conmigo y su nuevo aparatito. Antes, pero, se aseguró de que yo estuviera lo más cachondo y frustrado posible.
(…)
Era media mañana y yo estaba haciendo mis tareas cuando oí la voz de mamá reclamando mi presencia en su cuarto. Había días que ni siquiera se molestaba en ponerme unas braguitas y yo iba desnudo completamente salvo por la jaula de castidad. Estaba sentada en la cama y cubría su voluptuoso y exuberante cuerpo con un escotado corsé rojo y negro y unas braguitas a juego. Nada más entrar por la puerta de la habitación se lanzó hasta mí, besándome con pasión y cogiéndome de las nalgas para atraerme y pegarme a su cuerpo. Entre besos y caricias me llevó hasta la cama y me tumbó allí, recostándose ella a mi lado. Sus labios chuparon mi cuello y sus manos me tocaban las ingles y los muslos hasta llegar a mi jaula de castidad. Mi sexo creció solo lo suficiente para encontrarse encerrado entre los barrotes de metal.
-¿Quieres que te saque el dispositivo de castidad? – Preguntó mientras lo zarandeaba, juguetona y zalamera.
-Si, por favor. –
-No lo sé. – Respondió divertida mientras reseguía con uno de sus dedos mis testículos. Me besó de nuevo y su lengua exploró mi boca. Mis manos tampoco estuvieron quietas y aproveché para acariciar sus firmes muslos, su culo redondo,… En cierta manera era peor, pues esas acciones solo hacían que excitarme más y más,… Me preguntó de nuevo si quería que me sacase la jaula, otra vez se lo pedí y también me lo negó. Me lamió el cuello, el pecho, el vientre y llegó hasta mi encerrada virilidad.
-Por favor, mamá. – Le pedí mientras ella me besaba y lamía los muslos y las ingles.
-Está bien,… sacaremos de paseo a la pollita virgen. - Lentamente, prolongando aquel instante al máximo, cogió la llave de su cuello, la introdujo en el candado y la giró. La dejó así, sin quitar la jaula, para aumentar la expectativa y mi frustración. Me removí inquieto e incluso acerqué mi mano al sexo para ser yo mismo el que me quitara de una vez el dispositivo. A mamá no le gustó demasiado y me dio un golpe en la mano, apartándola. – Estás muy nervioso, creo que tendré que atarte. – Dicho y hecho. Se levantó para coger un par de trozos de cuerda y atarme las muñecas al cabezal de la cama. Una vez realizada la operación volvió a tumbarse a mi lado. -¿Por dónde íbamos? – Me preguntó como parte de su juego.
-Ibas a quitarme la jaula de castidad. – Le recordé como si fuera necesario.
-Mmmm, no lo sé… – Respondió con una falsa duda, burlándose y atormentándome mientras no dejaba de tocarme, acariciarme,… buscando que yo llegara al máximo de la desesperación. - … aunque tengo muchas ganas de jugar con la pollita virgen. – Al decir esto por fin empezó a quitar el candado y las dos piezas del dispositivo. Mi pene salió disparado al verse libre, creciendo ya sin ningún tipo de restricción.
-Agh. – Suspiré de alivio. Mamá sonrió al ver mi reacción y siguió llevándome a nuevas cotas de excitación. Con apenas de un dedo empezó a frotar el tronco de mi pene. Aquella sutil caricia amenazó con volverme loco. – Mamá, por favor,… no podré aguantar mucho. – Había conseguido que me quitara la jaula de castidad, pero ahora debía convencerla de algo mucho más difícil, que me dejara alcanzar un orgasmo.
-No tienes permiso para correrte. – Me anunció sin dejar de tocarme. Había aprisionado mi glande entre dos dedos y lo retiraba y volvía a ponerlo en su sitio poco a poco. Con la otra mano empezó a jugar con uno de mis pezones, frotándolo y retorciéndolo suavemente. –Aunque puedes intentar convencerme.
-Por favor,… soy tu zorrita obediente. – Sabia que el camino para conseguir un orgasmo pasaba por dos cosas: humillarme a mí mismo y demostrarle a mamá que estaba totalmente sometido a ella. Le encantaban ambas cosas. – Por favor, déjame correrme, por favor. – Continué suplicando. Ella se limitó a sonreír sin dejar de torturarme. Con solo un dedo apretó mi sexo hacia abajo, desplazándolo y soltándolo para que este saliera disparado.- Aghhh… por favor.
-No. – Y continuó con sus juegos. Ahora se limitaba a reseguir mis testículos con la yema de los dedos y a dejar caer algo de saliva sobre el glande de mi pene. Lo cogió, bien lubricado, y empezó a masturbarme muy poco a poco.
-Por favor,… por favor,… por favor,… -Iba repitiendo yo mecánicamente. – Te lo suplico, mamá,… - Ella se limitaba a mirarme con una mueca juguetona en la cara y ojos crueles y divertidos. Rodeó mi glande con la palma de la mano y apretó, frotó,… y me soltó. Bajó hasta tener el rostro entre mis piernas. Empezó a besarme la cara interna de los muslos, a lamerme la piel, los testículos,… Llegó hasta el sexo, donde sus cálidos, carnosos y húmedos labios también besaron.
-El pobre niñito de mami,… - Relamió mi falo. - … que no tiene permiso para correrse. –Besó el glande. – Mi pobrecita pollita virgen,… seguro que te encantaría que mami te follara, te dejara correrte,… - Se tragó el pene y mamó por un instante, pero enseguida se lo sacó de la boca. – Pero no puede ser,… ni te correrás ni te follaré. – Succionó con los labios uno de mis testículos.
-Por favor,… - Intenté volver a suplicar, pero mamá me tenía tan nervioso y excitado que apenas podía articular palabra. Sus labios y lengua continuaron con sus sutiles diabluras, besando, lamiendo, chupando, tragando,…
-No. – Volvió a negarme el orgasmo, dejándome casi desesperado. – Voy a limpiarte y después voy a volverte a encerrar,… pero tranquilo, que tengo una sorpresa para ti. – Se levantó y volvió al cabo de unos instantes con una esponja húmeda y una toalla. Además traía una cajita no demasiado grande. Empezó a limpiarme con la esponja, restregándola contra mi sexo. La pasó por todos mis genitales y después procedió a secarme con la misma meticulosidad con la que me había limpiado.
-Mamá, por favor,… - Insistí. Seguía duro como una roca, caliente, excitado, nervioso, frustrado, tenso, desesperado,… un cúmulo de sentimientos y sensaciones que obviamente me tenían fuera de todo control.
-No. Ahora, descansa, de aquí un rato te encerraré. – No me dejó otra opción y se fue del cuarto, dejándome atado. A pesar de estar solo en la habitación y sin ningún estímulo mi pene tardó bastante rato en perder la erección. Finalmente, a media que yo iba tranquilizándome, fue empequeñeciéndose y convirtiéndose en un pequeño gusano blanco.
Mamá regresó al cuarto casi en el mismo instante. Parecía que sabía que tanto yo como mi pene nos habíamos calmado lo suficiente. Su percepción sobre lo que me pasaba era casi mágica, como si pudiera leer en mi mente.
-Sabes, cuando estuvimos en la ciudad aproveché para comprarte un regalito,… - Cogió la cajita que había dejado en la mesita de noche. De ella sacó una nueva jaula de castidad. La miré con atención, asustado.
-No me pongas esto,… por favor. –Dije desesperado. La razón no era otra que aquel aparato nuevo era muy distinto al que yo solía llevar. Era también metálico y también estaba compuesto por dos piezas, una para rodear la base del pene y los testículos y otra, la jaula en sí, para encerrar el falo. La particularidad que tanto me había asustado era que en la parte interna del aparto sobresalían una decena de pequeños y amenazadores pinchos metálicos.
-¿No te gusta mi regalito? – Se burló mamá de mi temor. – Ya verás cómo nos lo pasamos muy bien con tu nuevo dispositivo de castidad. - Manipuló mi sexo con dedos rápidos y hábiles para colocarme alrededor de los genitales la base de la jaula. Aprovechó la laxitud del pene para encerrarlo en la jaula y cerrarlo con un candado. Lo hizo todo tan rápido que ni tuve tiempo para protestar. – Será mejor que con esto puesto no te animes demasiado. –Continuó con tono divertido. Para acompañar sus palabras empezó a acariciarme el pecho y a besarme el cuello. Se tumbó encima de mí, frotando su voluptuoso cuerpo adornado con sexy lencería contra el mío. Intenté, infructuosamente, pensar en otras cosas para evitar la erección. Mamá me excitaba demasiado para poder contenerme. Poco a poco mi pene fue creciendo. Al principio solo sentí una pequeña molestia alrededor de mi piel donde estaba cada pequeño pincho, pero a medida que mi sexo aumentaba de tamaño todo cambió. Cada pincho se clavó en mi piel y carne, no lo suficiente para hacerme heridas, pero era muy doloroso. A pesar de eso mamá seguía besándome, acariciándome,…
-Quítamelo, por favor, quítame esto,… no puedo soportarlo. –Lloriqueé.
-Pobre pollita virgen,… Tranquilo que mami verá si puede aliviarte. - Se inclinó entre mis piernas y dejó caer un abundante salivajo entre las rejas de la jaula. Lamió el metal, buscando con su lengua traspasar los barrotes y llegar hasta mi piel. La carne se clavó más hondamente en los pinchos. Mi pene pugnaba por crecer a pesar del dolor, pues yo estaba más que caliente. Ella continuó torturándome poniéndose el encerrado pene en la boca y haciendo una pantomima de mamada. Por un lado sentía un intenso dolor, pero por el otro, a través del metal podía sentir la humedad y calidez de la boca de mamá.
-Aghhh… -Fue una mezcla de gemido, queja,… Ella me miró con lujuria, ternura maternal, crueldad y diversión antes de seguir mamando y lamiendo. – Por favor… quítamelo,… quítamelo,… - Repetí de nuevo. – Te lo suplico, mamá, por favor, por favor,… - Continué. Ella, pero, me ignoraba y seguía con la cabeza hundida entre mis piernas, calentándome y excitándome para que la sensible carne de mi sexo continuara clavándose en los pinchos de la nueva jaula. – Quítamelo,… por favor. – Después de unos minutos de tormento pareció que por fin me hacía caso y se levantó.
-Te lo quitare, pero antes mami quiere su orgasmo. – En un rápido ademan se quitó las bragas y sin dejarme margen para decir nada se sentó sobre mi cara. Su velluda vagina se aplastó contra mi rostro y pude comprobar que ella también estaba muy caliente, pues estaba empapada. Mi lengua empezó a explorar su gruta mientras ella se inclinaba sobre mi cuerpo para seguir lamiendo mi enjaulado y dolorido pene. – Si… mi niño… -Dijo entre lametones al dispositivo de castidad y gemidos que mi boca le estaba provocando. – Mi zorrita… comecoños. – Continuó. Me sentí cabreado, enfadado y durante unos segundos pensé lo injusto que era que ella disfrutara de todo el placer mientras que para mí solo había frustración, ansiedad y dolor. A pesar de todo recordé cual era mi lugar, sometido a mamá y sus caprichos. Me concentré en lo que estaba haciendo, intentando ignorar los constantes pinchazos de mí pene. Lamí su clítoris y recorrí con la lengua sus labios, chupé, besé,… y finalmente logré que mamá llegara al clímax. Gimió y se retorció durante unos segundos antes de levantarse ligeramente y dejarme recuperar el aliento.
-Mamá,… por favor,… quítamelo,… - Mi pene seguía ardiendo pues a pesar del dolor seguía cachondo y era incapaz de controlar la aprisionada erección.
-No. – Me silenció volviendo a sentarse en mi cara. – Continua. Además, aún tengo ganas de jugar un rato más. – Yo conocía aquel tono de voz, turbio, sensual y ronco. Significaba que mamá no había terminado conmigo, insensible al hecho de que yo estuviera desesperado y al límite. Se restregó en mi cara y se inclinó para abrir el cajón de la mesita de noche. No pude ver lo que sacaba, aprisionado entre sus suaves y voluptuosos muslos. A pesar de eso el zumbido que escuche a continuación me indicó de lo que se trataba. Era un vibrador masajeador. Aquel aparato, alargado y con una cabeza que vibraba intensamente, siempre me recordaba a una batidora. Con el vibrador encendido a máxima potencia, mamá me sorprendió, pues en lugar de acercarlo a su sexo lo llevó hasta al mío.
La vibración contra el metal y con mi pene constantemente pinchado me provocó una intensa y extraña sensación. Como decía mamá y para resumirlo, era placer y dolor sumados en un éxtasis que me tenía fuera de mí mismo. La ansiedad aumentó debida a la dulce vibración directa sobre mi pene y este se clavó más hondamente en mi sensible carne.
-Agh… - Lloriqueé con fuerza, desesperado.
-¿No te gusta lo que te hace mami? – Añadió burlona. – Mi pobre zorrita virgen. ¿Está siendo mala mami? –Apartó el vibrador, dejándome unos segundos de respiro. – Continúa comiendo el coño y tal vez te libere. – Volvió a apretar el vibrador contra la jaula. Intenté concentrarme en la orden que había recibido pero era cada vez más difícil. A pesar de eso mi lengua penetró la palpitante raja de mamá. Abrí la boca y ella aprovechó para dejar caer su peso. Su sexo y mi boca se fundieron, siendo imposible saber dónde empezaba uno y acaba otro. Se restregó con fuerza y su sabor y aroma de hembra me marearon. Además, apenas podía respirar y debido a la tortura y a la excitación estaba al límite. Apartó de nuevo el aparato del dispositivo de castidad. - Si zorrita,… aguanta un poquito más,… eres una putita macoca y sé que en el fondo te gusta,… en el fondo lo estás disfrutando. – No era cierto, pero hacía mucho tiempo ya que había aceptado que no tenía más voluntad de lo que mi madre me ordenase. Yo era suyo de un modo completo y podía hacer conmigo lo que quisiera.
Mamá me atormentó un rato más y finalmente viendo mi estado de desesperación se levantó de mi cara. Apagó el vibrador y se recostó con la cara entre mis piernas. Empezó a besarme los muslos tiernamente.
-Pobre zorrita,… para que veas que mami no es tan mala te voy a quitar la jaula de pinchos, pero nada de orgasmos por hoy. –Me lo dejó bien claro. Cogió la llave y abrió el candado, retirando aquel maldito aparato. Mi pene, libre de nuevo, creció. Pude ver que donde los pinchos habían atacado mi piel esta estaba algo amoratada y enrojecida. – Pobre zorrita. – Repitió mamá, acercando sus carnosos labios al falo y besándolo tiernamente donde estaban las laceraciones.
-Agh… - Esta vez de mi boca salió un largo suspiró de placer. Sus maternales mimos eran un bálsamo sobre mi atormentada carne.
-Nada de orgasmos,… - Me recordó, aunque aumentó la intensidad de sus caricias. Lamió el tronco del pene, dejando un abundante rastro de saliva. Me chupó un poco más mamando suavemente. De repente, viendo que yo me removía y podía estar cerca de correrme, dejó mi pene al aire, temblando. – Ja ja ja,… mira como tiembla. – De la punta del capullo salió un poco de líquido preseminal. Viendo mí estado mamá decidió que yo ya había sufrido lo suficiente. – Muy bien zorrita,… ahora descansa un rato. Cuando te calmes volveré ponerte la jaula, tranquilo que no te pondré la de pinchos. Esta la guardaremos para ocasiones especiales. – Añadió guiándome un ojo.
Cumplió su palabra y me dejó en la cama, atado y desnudo hasta que me tranquilicé un poco y mi pene, al cabo del rato, perdió la dureza. Lo aprovechó para encerrarme de nuevo, aunque no usó el dispositivo de pinchos. Me quedé frustrado, ansioso por un orgasmo,… pero yo ya estaba acostumbrando y acepté de nuevo que solo era un juguete en las manos de mamá, resignado y sumiso.
Continuará…