La disciplina de mamá 15

Mamá sigue espaciando y controlando los orgasmos de la zorrita, aunque ella sigue disfrutando del sexo sin importarle la frustración de la zorrita

A la mañana siguiente mamá estaba completamente desnuda a mi lado, tumbada sobre la cama. Yo tampoco llevaba más ropa que mi dispositivo de castidad. Su mano agarró mis testículos y zarandeó el dispositivo. Mi pene intentaba escapar, crecer,… pero se veía constreñido por el plástico de la jaula.  Mis huevos empezaban a mostrar un preocupante y doloroso color morado.

-¿Quieres que te libere? – La mano de mamá me acarició el muslo mientras la otra se perdía entre su peluda entrepierna.

-Por favor. –Supliqué, sabiendo que por mucho que lo pidiera sería ella la que decidiría si era liberado, y aún más importante, si por fin me era permitido correrme. Lo único que podía hacer, pero, era esperar y suplicar. Ella se masturbaba suavemente mientras seguía tocándome. Sus dedos y mano en mi piel eran puro fuego. Yo levantaba las caderas, inconscientemente, me agitaba y temblada. Tenía la fuerte sensación de que toda mi sangre se agolpaba en la entrada de mis genitales y que allí era bloqueada.

-Tal vez… - Mamá siguió tocándose a mi lado. La visión de su desnudo y voluptuoso cuerpo agitándose suavemente, el contacto de su piel con la mía, su mano acariciándome y tocándome por encima del dispositivo de castidad,… era la más dura de las torturas.

-No puedo más… por favor. – Gimoteé. Ella no respondió y se limitó a inclinarse sobre mí, a besarme en la boca, en el cuello, en el pecho y en el vientre. Al llegar a mi sexo me dio un amplio y fuerte lametón en el plástico del dispositivo de castidad. Empezó a hacerme una mamada, aunque realmente estaba chupando la jaula y no el pene. Yo solo podía intuir la calidez y la humedad de su boca a través de mi jaula.

-Mi pobre zorrita virgen… tienes los huevos morados. – Se burló mientras seguía lamiendo. Después de quitarse el dispositivo de castidad de la boca se levantó para sentarse a horcadas sobre mí. Mi enjaulado sexo estaba en contacto con su húmeda y peluda vagina. - ¿Lo quieres verdad? – Dijo señalando su coño. - Harías lo que fuera para que te follara. – No era una pregunta, sino una cruel y sincera afirmación.  Con dos dedos separó sus labios y pude ver su inflamado clítoris, la profunda y oscura cueva,… De la mesita de noche sacó un pequeño vibrador y empezó a pasárselo por el sexo, estimulándose y masturbándose mientras se frotaba contra mí. Estuvo un buen rato torturándome de aquella manera hasta que unos fuertes gemidos anunciaron su orgasmo. – Ahora se una buena zorra y cómeme bien el culo. Si me gusta tal vez te permita correrte. – Mamá se sentó sobre mi cara con un ágil movimiento. En seguida me vi aprisionado por sus redondas y carnosas nalgas. Mi lengua buscó la raja que las separaba y lamí y chupé como podía. Accedí a su ano y lo penetré, saboreando la puerta trasera de mamá con fruición, espoleado por la promesa de un posible orgasmo. No tardé en sentirme sofocado por el peso del culo de mamá en mi cara. Notaba como el aire empezaba a faltarme y mi respiración se volvía más dificultosa y entrecortada. A pesar de todo con mis manos, que reposaban en sus muslos, la apretaron más contra mí, hundiéndome cada vez más en aquella carne blanda y apetecible. Ella lo notó. – Tienes más ganas de correrte de lo que pensaba. –Se levantó un poco dejándome aire.

-Por favor mamá…- Dije con un hilo de voz.

-Está bien. – Mamá se inclinó un poco hacia el lado para coger la llave del candado. Se volvió a sentar, frotando con fuerza su culo en mi cara. Seguí comiendo su ano mientras ella, con movimientos lentos, exasperantes y calculados me liberaba. Apenas mi sexo estuvo sin ninguna atadura creció hasta alcanzar una dura y dolorosa erección. – Mi pollita virgen. – Acarició el falo solo con la punta de los dedos. Estaba tan caliente que creí que me corría, pero mi pene aguantó. Se levantó de mi cara y me miró con sus intimidantes y oscuros ojos. – Tienes permiso. – Aquellas palabras me provocaron una alegría indescriptible. Ella me besó por todo el cuerpo antes de ponerse el falo en la boca. Estaba caliente y húmeda y aunque ya la había sentido muchas veces fue más intenso que nunca. Su lengua jugueteó con mi capullo antes de tragarse todo el falo, aprisionándolo con sus carnosos labios.

-Aghh… - Gemí mientras ella empezaba a moverse rítmicamente. La mamada fue sublime y en apenas un minuto noté como me corría abundantemente. Fue como reventar un globo, como abrir una presa,… un clímax intenso que dejó mis piernas temblando mientras ella seguía mamando, recogiendo todo mi semen en su boca. Cuando terminé ella acercó su cara a la mía, me abrió la boca con los dedos y dejó caer mi abundante esperma directamente sobre mi boca. No pude tragarlo todo e incluso una parte se escurrió por la comisura de los labios. Mamá no esperó y me besó, con su boca aún manchada de mi blanca semilla. El semen se entremezcló en nuestras lenguas y casi ni me importó la sensación de asco que siempre me producía tener mi propio esperma en la boca. Con los dedos mamá rescató los grumos blancos que se había escurrido fuera de la boca y me los introdujo en ella. Yo los chupé y lamiéndolos, borrando cualquier rastro blanco y engulléndolo como la zorra obediente que era.

-Así me gusta. – Asintió mamá satisfecha de mi sumiso comportamiento. Se levantó y fue a buscar algo al armario. – Te he comprado un regalo. – Se dio la vuelta y observé como en su mano había un nuevo dispositivo de castidad. El que yo ya había vestido era una funda de plástico en forma de pene de flácido. Esté era realmente una jaula, de metal. Empezó a ponérmelo, estaba frio y era más duro e incómodo que el de plástico, pero no proteste. Lo cerró y me miró con cara de malicia. - ¿Te gusta mi regalo?

-Sí.- Y en cierta manera no era del todo mentira.

(…)

Cinco días más tarde yo volvía a estar en un permanente estado de excitación. Mamá no me dejó correrme y apenas me liberaba unos minutos al día para limpiarme y si tenía alguna erección era rápidamente abortada a base de agua fría y hielo. Por lo demás mi vida seguía igual, en una rutina que ya me parecía hasta normal.

Por la mañana me levantaba antes que mamá y le preparaba el desayuno, que le traía a la cama. Cuando ella terminaba me acomodaba entre sus piernas para comerle el coño y el culo hasta que alcanzaba un par de orgasmos. Entonces me llevaba a la ducha, me liberaba y observaba paciente como me limpiaba antes de secarme y volverme a encerrar el sexo en mi nueva jaula metálica. Me escogía unas braguitas antes de mandarme a hacer las tareas del hogar o ponernos a estudiar. Por la noche yo volvía a comerle el sexo antes de irnos a dormir y un par de días incluso me ordenó que la follara con el arnés mientras se burlaba de mi castrada masculinidad y virilidad.

Antes de continuar debo explicarles cierta novedad gracias a mi nuevo dispositivo de castidad metálico. Cuando la sangre empezaba a bombear hacia mi encerrado pene este crecía hasta copar toda la jaula. La carne sobresalía por los “barrotes”. Era mucho más doloroso que cuando mi pene crecía en la jaula de plástico, pues el glande y el tronco se clavaban en el metal.

(…)

Era tarde noche y mamá se había vestido para salir y a mí me había dejado en la mesa del comedor, con unas braguitas rosas, resolviendo varios problemas de matemáticas a modo  de deberes. Estaba muy atractiva, con un ajustado jersey rojo, una falda de cuero negra y medias, también negras. Como a todas las mujeres, los zapatos de tacón le hacían la figura mucho más atractiva. Iba a ponerse el abrigo y marcharse cuando me observó unos instantes y pareció cambiar de opinión.

-Cariño, ven un segundo al cuarto de mami.  – Obedecí y la seguí, sumiso y con la cabeza gacha. Me ordenó tumbarme en la cama y me ató las manos al cabezal. Me quitó las braguitas y las dejó sobre mi pecho. Sus manos no tardaron a acariciarme por dentro de los muslos. Me miró, con ojos juguetones y crueles. – Me encanta tu nueva jaula. – Dijo mientras la zarandeaba. – Mi pollita virgen está muy guapa encerradita. – Sentí como mi pene empezaba a crecer en su prisión. Mamá escupió en mi sexo y el frescor de la saliva fue un remedio muy corto para el calor que de allí emanaba.

-Libérame mami… por favor…  - Dije con una voz infantil, sometida,… sabiendo que solo adoptando esa actitud tenía alguna esperanza de ver mis esperanzas cumplidas. Ella me ignoró y siguió con sus caricias. Mi pene ya colmaba toda la jaula y se me clavaba en la carne y en el glande.

-¿Le duele a mi zorrita? – Dijo con aquella mezcla de infantilización y burla. – Pobrecita,… - Lamió mi pene por encima de la jaula. Con esta podía acceder a la carne y mi pene estaba empapado por su saliva.

-Por favor…  - Supliqué de nuevo. Otra vez estaba ansioso, desesperado y excitado hasta un punto en que no tenía control de mí mismo.

-No. –Yo ya esperaba su negativa. Siguió humillándome con apenas unas palabras. – Me parece que ha quedado bastante claro que desde que no te corres te portas mucho mejor. Cumples con tus tareas a la perfección, estudias más,… Creo que a partir de ahora solo dejaré que te corras una vez al mes. –Aquellas palabras hicieron que me revolviera, desesperado, entre mis ataduras mientras el llanto volvía a acudir a mis ojos.

-¡No! Por favor mami… soy tu zorrita obediente… por favor… - Como respuesta me dio dos fuertes palmadas en los muslos que escocieron tanto en la piel como en mi maltrecho orgullo. – Por favor… -Seguí lloriqueando.

-Bueno… tal vez soy demasiado cruel con mi pollita virgen. – Lamió de nuevo por encima de la jaula antes de cogerme los testículos, llenos a reventar y ya morados, con fuerza y apretar.

-¡Ai! – Grité por el dolor que atenazaba mis huevos.

-Tal vez me piense lo de una corrida al mes,… de momento, pero, te dejaré encerradito. Ahora me voy a ir, quiero que acabes todos los problemas de matemáticas mientras yo no estoy. –Afirmé mientras ella seguía apretando mis pobres huevecitos. -Quiero que sepas que he quedado con un hombre. – Me sentí lleno de celos, de envidia,… - Me lo voy a follar. Voy a dejarle hacerme de todo,… a hacerme las cosas que no te dejo a ti. – Con estas últimas palabras me dio un apretón final en los testículos y me desató. – Ahora dale un besito a mami de despedida. – La besé suavemente en los labios. – Pórtate bien, zorrita.

(…)

Era negra noche cuando mamá regresó. Durante todo el tiempo que estuvo fuera intenté concretarme en hacer bien mis deberes, aunque de vez en cuando mi mente empezaba a imaginar a mamá con otro hombre. Mi imaginación la dibujaba a ella, su cuerpo desnudo y moreno, su pelo oscuro suelto mientras cabalgaba la imagen de un hombre sin rasgos. Su piel llena de sudor, sus grandes pechos bamboleándose,…

Cuando oí la puerta fui hasta la entrada, me arrodille y le besé los zapatos de talón. Levanté la mirada para mirarla, con su suéter rojo, la faldita de cuero, las medias negras,… estaba preciosa.

-Veo que mi zorrita me ha echado en falta. ¿Has cenado?- Negué con la cabeza. Ni siquiera tenía hambre. Al ver a mamá los celos se incrementaron, pero no me atreví a preguntar por su amante y simplemente me quedé sometido y a sus pies. – Ven, que mami te va a dar la cena.-Me llevo a la cocina, me obligó a sentarme en una de las sillas y me ató las manos por detrás del respaldo. En silencio empezó a prepararme la cena, unos bocadillos de pan de molde con algo de embutido. Mamá se acercó, dejó el plato en la mesa y se sentó sobre una de mis rodillas. Le dio un mordico a una de las puntas del bocadillo y masticó, acercó su boca a la mía y me pasó la comida ya masticada. Engullí. - ¿Esta bueno?

-Si mami. – Hacia mucho tiempo que mamá no me alimentaba de aquella manera y a mí me encantaba engullir la comida masticada y ensalivada por ella.

-¿No me vas a preguntar cómo ha ido mi cita? – No supe que responder y simplemente bajé la cabeza. Ella me cogió la barbilla y me obligó a mirarla directamente a los ojos. – Te lo voy a explicar mientras cenamos… - Dio otro mordicó al bocadillo y me lo volvió a dar directamente a la boca. – Hemos ido a cenar a un restaurante caro… pero eso a ti no te importa. Me ha llevado a su casa y apenas hemos entrado hemos empezado a besarnos. – Mientras decía esto empezó a tocarme el pene, enjaulado, por encima de las braguitas rosas que llevaba. – Me desnudado completamente y ha empezado a comerme el coño en la misma entrada. Lo hacía muy bien, aunque debo reconocerte que nadie lo hace como tu… - Era una pequeña victoria que en cierta manera consoló los celos que me carcomían por dentro. Volvió a darme un trozo de bocadillo masticado antes de continuar. – Entonces me empotrado contra la misma pared y ha empezado a follarme. Su polla se sentía tan bien entrando y saliendo de mi interior. – Me dio otro mordiscó de mi cena mientras me acariciaba los muslos. – Me gusta que me folles con el arnés, pero no hay nada como una polla de verdad… -  Pensé en protestar. Si quería una polla ya tenía la mía, pero callé aquel pensamiento, mamá, pero, pareció leerme el pensamiento.- Tu pollita virgen no me vale,… al menos no aún,… incluso me estoy planteando dejarte virgen para siempre,….

-Mamá… - Suspiré después de tragar de nuevo más bocadillo. –

-Cállate. Eres mío, tu pollita es mía, tu voluntad es mía. – Sus palabras fueron firmes, una cierta sentencia que me condenaba y premiaba por igual. – Si algún día quiero follarte lo haré, o no,… depende de lo que yo decida ¿Entendido?

-Si mamá, soy tu zorrita.

-Así está mejor. – Volvió a masticar y a darme en la boca la comida. – ¿Por dónde íbamos?... – Mamá continuó dándome la cena mientras me explicaba su encuentro sexual con aquel desconocido que yo ya odiaba. Fue una tortura psicológica que me dejó triste, frustrado y caliente por igual. No podía parar de recrear en mi mente las explicaciones de mamá y me imaginaba a aquella magnífica hembra siendo follada, sodomizada, chupando,… Durante todo el rato no dejó de acariciarme y tocarme para tenerme bien excitado.

La cena terminó y mamá fue a buscar los deberes que me había dejado. Mientras releía las hojas llenas de operaciones matemáticas yo seguía atado a la silla. Según sus palabras si los problemas estaban bien me daría un buen “postre”. Después de varios minutos repasando pareció satisfecha.

-¿Ves cómo la castidad funciona? Lo has hecho perfecto. Te mereces un premio. – Mamá me bajó un poco las braguitas y de su cuello sacó un collar con una pequeña llave. Me quitó la jaula con rápidos y hábiles movimientos. Sus manos me acariciaron el sexo, que no tardó en estar duro como una roca. De su bolso sacó un preservativo. Nunca me había puesto ninguno y yo sabía que aquello tampoco significaba que me iba a follar. Observé lleno de curiosidad como me ponía el preservativo antes de arrodillarse enfrente de mí y empezar a mamarme la polla. Como siempre, su técnica era magnifica, me llevaba al límite para parar y volver a empezar de nuevo. Mamaba con una mezcla de paciencia, disfrute, control,… Apenas habría podido contenerme si no fuera porque el látex mermaba mi sensibilidad.

-¿Puedo correrme? –Pregunté obediente, sabiendo al límite y que si lo hacía sin permiso las consecuencias podían ser terribles. Ella se sacó el pene de la boca y me miró.

-Córrete zorrita. – Respondió a mi suplica y un segundo después volvió a cerrar sus rojos y carnosos labios entorno a mi sexo. El orgasmo, después de cinco días, fue intenso y la corrida abundante que llenó el preservativo de un espeso y blanco zumo. Mientras recuperaba mi respiración mamá me quitó la goma con cuidado de que no se derramara ni una gota.  –Ahora toca el postre. – Llevó el preservativo hasta mi boca y empezó a manipularlo para que todo el semen fuera cayendo sobre mi lengua. Me comí toda la corrida, ahogando la habitual mueca de asco. - ¿No le gusta el postre a la zorrita?

-Si mami. –Fue mi única respuesta.

Continuará