La Directora (1)

La Directora de la escuela abusó de su posición para hacerme experimentar el placer de una lengua.

La directora (I)

Me llamo Julia y tengo 21 años, pero esta historia sucedió cuando tenía apenas 14.

Por aquel entonces estudiaba en una escuela privada solo para chicas. La formación era muy rígida y de orientación bastante religiosa, si bien solo las profesoras de religión eran monjas.

Yo tenía muy buena relación con Paula, compañera de curso y con la que nos llevábamos muy bien. Éramos confidentes la una de la otra y nos lo contábamos todo. Paula era una chica muy guapa. Alta, delgada, pero con un pecho bastante desarrollado por su edad y una buena figura. Además le gustaba vestir un poco provocativa, resaltando las curvas de su cuerpo y alguna vez que yo se lo había recriminado, más por envidia que por otra cosa, me decía que no podía evitar excitarse cuando veía a algunos hombres, e incluso mujeres, repasarle la silueta de arriba abajo.

Cuando me decía estas cosas me daba cuenta de lo lindo que era su cuerpo y sentía una sensación extraña, a la que tampoco daba mayor importancia.

Un buen día que terminamos la clase de gimnasia, Paula estaba más habladora y lenta que de costumbre, por lo que nos quedamos las últimas en entrar a la ducha. Como siempre, cada una empezó a mojarse, pero me quedé un poco sorprendida cuando Paula me preguntó:

-Quieres que te frote la espalda?

Asentí sin pensar demasiado y ella empezó un suave masaje que resultó muy agradable. Lentamente fue ampliando la zona de sus caricias y empezó a pasar sus manos llenas de jabón por mis nalgas.

Empecé a notar un escalofrío en todo el cuerpo y como los pezones se me ponían duros como una piedra. Mi cuerpo estaba inmóvil y no sabía muy bien que hacer.

Paula sin decir nada, se acercó a mí por detrás, pasó las manos por delante y empezó a acariciarme la barriga. No tardó en subir las manos a mis pechos, no muy desarrollados, pero bien duros, e iniciar un masaje con el que empecé a ver las estrellas y a tener que respirar bien hondo.

-Te gusta como te froto? – me dijo Paula, flojito en el oído.

-Si – fue la única palabra que pudo salir de mi boca.

Paula pegó su cuerpo al mío y siguió el masaje mientras con su lengua recorría mi cuello.

-Que coño está pasando aquí?

La pregunta, en voz de la profesora de gimnasia sonó como un puñetazo y nos obligó a separarnos inmediatamente.

-Se puede saber que estaban haciendo?

-Solo nos estábamos duchando, señorita – Acertó a decir Paula, menos paralizada de lo que estaba yo.

-Pues a mi no me lo ha parecido. Terminen inmediatamente!! Ya hablaremos de este incidente en otro momento.

Terminamos las dos sin mediar palabra y sin ni siquiera cruzar las miradas y nos fuimos cada una por su cuenta.

Con Paula estuvimos un par de días sin decirnos nada, intentando evitar el encuentro, por vergüenza. Pero yo no podía sacarme aquellas caricias de la cabeza.

Y mientras, estaba aterrorizada por lo que podía hacer la profesora.

Al día siguiente, al terminar la última clase del día la profesora de lengua me dijo que la directora me estaba esperando en su despacho para hablar conmigo.

Aquel día yo vestía una linda camiseta rosada hasta el ombligo sin sostén, pues el tamaño no muy grande de mis pechos y su robustez no lo hacían necesario. Y una falda ancha justo por debajo de las rodillas, azul marino.

Fui hacía allí muy nerviosa, pensando en que debía estar relacionado con el incidente en el vestuario. Llamé a la puerta temblando y la directora me invitó a entrar y sentarme en una silla delante de su enorme mesa.

La directora era una mujer cerca de los cincuenta años, con algún kilo de más, no muy alta, pero con buenas proporciones y unos pechos nada despreciables. Vestía una falda por encima de la rodilla con un corte largo, y una camisa abierta hasta bien abajo.

Empezó explicándome lo que le había contado la maldita profesora de gimnasia y sobre las dudas que tenía sobre lo que debía hacer. Se levanto y mientras decía que una posibilidad era hablar con mis padres, se situó detrás de mí y puso sus manos encima mis hombros.

-Que te parece? – preguntó

-No por favor, señora directora, no se lo cuente a mis padres. No sabía que hacía. No volverá a ocurrir.

-Claro claro, eso es lo que decís todas. Y luego a la mínima volvéis otra vez a lo mismo. Pero quizás sea mejor que sepas como funciona esto. Que te parece?

Mientras pronunciaba estas palabras, bajó sus manos por debajo de mi camiseta y empezó a acariciarme los pechos.

No supe que decir, pero sentía el latir de mi corazón en la cabeza, y nuevamente experimenté un escalofrío por todo el cuerpo.

Me mandó levantarme, se pegó detrás de mí y, pasando las manos por debajo de los brazos, tomó los pechos nuevamente y empezó otro masaje.

-Era así como te lo hacía Paula? – me preguntó al oído.

-Mas o menos – respondí casi sin voz.

Bajó una mano que utilizó para subirme la falda y acariciarme la entrepierna hasta colocarla por encima de las braguitas sobre mi coñito.

Mi cabeza no podía pensar, pero aquellas caricias me estaban volviendo loca.

-Te gusta verdad, niña mala? Te gusta lo que te hace la directora, verdad?

Intenté negarlo, pero solo pude soltar un si entre suspiros y hondas respiraciones.

La directora empezó a lamerme el cuello y la oreja y morderla mientras introducía su mano debajo de la braguita y metía primero un dedo y luego dos por mi raja y empezada a jugar con mi clítoris.

Yo estaba a punto de derrumbarme del gusto que sentía. Quería huir pero no podía, el placer me tenía paralizada. Lo único que pude hacer fue abrir mis piernas para facilitarle el trabajo.

La directora me obligó a tumbarme en la mesa de reuniones, me subió la falda, me sacó las braguitas y se abalanzó sobre mi coño chorreante para empezármelo a chupar con la lengua. No me tuvo que pedir que abriera las piernas, pues lo hice lo más que pude. Su lengua se introducía en mi interior y recorría el chorreante coño que palpitaba de gusto. Empecé a suspirar. Suspiros que se aceleraron cuando noté un dedo entrando por mi ano. La combinación de los lengüetazos y el entrar y salir del dedo, facilitado per la lubricación de mis propios líquidos vaginales fue más de lo que pude aguantar y entré en un orgasmo que convulsionó todo mi cuerpo, gimiendo a todo volumen.

Quedé tumbada encima la mesa intentando recuperar el sentido.

La directora me ayudó a levantarme y me despidió dándome un profundo beso en la boca.

Julia ( julia.gar.xx@gmail.com )