La diosa rubia

Mi primera experiencia con una escort travesti de lujo.

La diosa rubia

Debo admitir que me sentía nervioso, ya muchas veces antes había tomado servicio, pero sólo en la calle, donde todo es absolutamente anónimo, al abrigo de la noche, en alguna calle solitaria, primero, y luego en algún hotelucho de paso, donde el encargado del estacionamiento apenas si te voltea a ver. Sin embargo, en esta ocasión todo era diferente, primero por la llamada telefónica: –Buenas noches- dije con la lengua trabada por los nervios –¡Buenas noches, amor!- me contestó una voz sensual, un poquito rasposa pero que denotaba comprensión y experiencia, -Hablo para pedir información-, la chica me dio las instrucciones para llegar a un hotel, me pidió que me instalara y que le volviera a llamar. El indomable nudo en mi estómago se agrandó a la entrada al hotel: sobre una avenida de gran circulación, bien iluminada, rodeada de comercios y con gran cantidad de gente paseando por la banqueta a pesar de que ya era una hora más o menos avanzada; la recepción bien iluminada, con una recepcionista (válgame la redundancia) uniformada y con una mirada inquisitiva, seguramente por ver a un hombre solo entrar a su establecimiento; en resumen, todo lo contrario a lo que yo estaba acostumbrado. Ya en la habitación vuelvo a contactar a la hermosa rubia a quien había seleccionado para la ocasión, después de un ritual de llamadas y "contrallamadas", por el que luego pasé muchas otras veces, ella finalmente me dijo –Llego más o menos en 45 minutos ¿llevas condones?-. Una vez fijada la hora me recuesto en la cama y trato de relajarme viendo la televisión, la casi invencible costumbre del "zapping" (cambiar de canales como loquito) es dominada por la imagen de dos chicas enfrascadas en una deliciosa batalla de lenguas que de inmediato atrapa mi atención y me hace olvidar, por algo así como dos segundos, que me espera algo igual de delicioso que lo que mis ojos presencian. Fueron los 45 minutos más largos de mi vida, muy pronto a televisión pasó a segundo término y recorrí la habitación a lo largo y ancho, me sentaba, me paraba, entré como tres veces al baño y todo revisando el reloj cada dos minutos, sin embargo, por fin se escuchó el sonido de alguien tocando a la puerta. El corazón me dio un vuelco y los huevos se me fueron a la garganta, por fin había llegado, meramente por precaución me asomé por la mirilla de la puerta y pude ver la alta figura envuelta en una gabardina gris, de inmediato reconocí aquellos ojos cafés y los labios carnosos que me sedujeron desde la pantalla de una computadora y que ahora estaban ahí, frente a mí.

Abrí la puerta -¡Hola amor, buenas noches!- (¡en la madre está altísima!) se agachó y me dio un ligero beso en los labios –Buenas noches-, aunque mi mirada lujuriosa la siguió mientras pasaba delante de mi hacia la habitación, todavía no alcanzaba a ver nada debido a la larga gabardina que todavía la cubría. -¿Me tardé mucho?- dijo a la vez que volteaba y empezaba a desamarrar el cordón de la gabardina –No, llegaste justo a tiempo- no había terminado de decir la frase cuando ella por fin se despojó del sobretodo dejando al descubierto una figura escultural, impresionante, ni siquiera las fotografías que había visto en Internet me habían preparado para tenerla frente a mí en toda su rubia majestad. -¿Te gusto?- iba vestida con una blusa blanca súper escotada y amarrada con un nudo al frente, con apenas uno o dos de los botones superiores abrochados, dejando ver la mayor parte de sus deliciosos pechos, altos y bien formados, paraditos, que me pedían un beso a gritos. La blusa hacía juego con una falda tableada de "colegiala", que apenas cubría su bien formado culo, pero que (gracias a todos los dioses) dejaba ver unas piernas largas y bien torneadas, las cuales parecían dotadas con cierta cualidad magnética que atraía de manera irrefrenable mis manos y mis labios. –Me encantas- atiné a balbucear ante aquella deslumbrante visión. No hacía falta decir mucho más, hicimos el intercambio pactado y me desvestí tan rápido como pude para aprovechar al máximo los 60 minutos de gloria que la beldad de Internet me había prometido al teléfono. Nos recostamos y comenzamos a besarnos, con contactos muy ligeros, apenas insinuados, ella me ofrecía su lengua, pero nunca en realidad me dejó alcanzarla, jugando conmigo, haciendo crecer mi fantasía y mi deseo, mientras tanto comencé a recorrer su delicioso cuerpo, sus bien formadas tetas, de pezones paraditos, suaves como el marfil y tibias como la arena del Caribe. Mientras los besitos continuaban, mis manos bajaron hasta encontrar aquella piernas tan largas como el cielo, enfundadas en unas medias de red que no se quitaría en toda la hora, sin embargo, no pude resistirme más, desde que la vi era lo que más había deseado así que lo hice: a dos manos aferré sus nalgas y entonces confirmé lo que ya había sospechado: que eran tan firmes como la voluntad de Dios.

En ese momento mis manos cobraron vida propia, siguieron recorriendo su cuerpo, pero, entre mi deseo oculto y un par de hábiles maniobras de la rubia, por fin llegaron a su entrepierna y lo que encontraron dentro de aquella tanga negra ya estaba duro a más no poder. No hicieron falta palabras, solamente lo hice, busqué acomodo, mientras ella misma se ponía un condón, y me llevé el delicioso miembro hasta lo más profundo de mi garganta.

Me engolosiné chupando, lamiendo, succionando e incluso mordiendo delicadamente su instrumento, mientras ella jadeaba y recorría con sus manos mis piernas y mis nalgas. -¿Quieres un 69?- su voz me llegó como si hubiera estado yo en un sueño –Sí- acepté dejando su verga sólo un segundo y luego regresándola a mi boca.

Ella hizo gala de su experiencia (¡tantos kilómetros sábana recorridos!)  y casi sin que me diera cuenta se acomodó, me puso el condón y se introdujo mi tranca a su boca, mientras sus manos aferraban mis nalgas, acercándome a lo más profundo de su garganta y acercando su cadera a mi cara, pidiéndome que siguiera chupando su "caramelo".

No sé bien cuanto tiempo pasamos así, pero de repente me invadió la apremiante sensación del orgasmo –Espérame tantito- dije y traté de retirarme con cuidado para no golpearla sin querer, ella me soltó y me preguntó -¿Ahora qué quieres hacer?- me aclaré la garganta y le pregunté -¿Cogemos?- ella sonrió ante mi torpeza y me preguntó -¿Cómo te gusta, papi?- y en ese momento lo único que se me ocurrió decirle fue -¡Cómo sea!- ella soltó una risita deliciosa y aunque traté de disimular mi excitación y timidez ya era muy tarde –Es decir, me gusta de todo, pero ahorita me gustaría hacértelo yo a ti-

Ella se levantó de la cama, me jaló de la mano, y se encaminó a una mesita de centro baja que estaba entre dos sillones y abrió las piernas, me miró a los ojos y estiró sus carnosos labios, le di el beso que me pedía y de inmediato me dispuse a penetrarla; para evitar alguna otra torpeza de mi parte, ella tomó mi pene, lo puso justo en la entrada de su culo y me dijo –Ya-.

Entonces empujé, con lentitud, deliberadamente, sin prisa, disfrutando de cada centímetro de aquella deliciosa funda de carne que se me ofrecía, tan apretadita y que olía tan bien. Más pronto de lo que hubiera deseado, mis testículos chocaron con sus nalgas, me detuve un par de segundos disfrutando de la sensación y entonces comencé a moverme adelante y atrás, despacio, primero, y cada vez más rápido, hasta que alcancé un ritmo frenético, que la hermosa rubia parecía disfrutar mientras me pedía –No dejes de jalármela- a la vez que llevaba mi mano a su verga.

Pasamos así unos minutos, hasta que le pedí –¿Cambiamos?- ella aceptó, se levantó de la mesita y regresó a la cama, se recostó en una esquina y levantó sus piernas al aire, otra vez el ritual (que ya parecía tan nuestro) del besito de lengua antes de penetrarla mientras me pedía otra vez –Sigue masturbándome-; esta segunda vez sentí su cueva más apretada aún y desde que entré sabía que ya no duraría mucho y así fue, no pasaron ni dos minutos cuando comencé a sentir otra vez aquella deliciosa sensación justo sobre mi pubis y en la base de mi verga.

Tres, cuatro, cinco embestidas más y fue como si el mundo explotara a través de mis entrañas, los veloces espasmos de mi miembro eran casi dolorosos para mí y parecía que nunca se detendrían, no obstante, por fin terminaron, dejando mis piernas temblorosas y mi mente entumecida, pese a todo, alcancé a oir que me decía con voz apremiante –¡No dejes de jalármela!- y así lo hice, seguí masturbándola hasta que sentí aquel bello pene estremecerse entre mis manos y arrojar un par de hilitos de un líquido claro que aterrizó sobre su abdomen, tan plano como la cama en la que estábamos.

Ella me limpió y se limpió sin prisas, sin presión y nos recostamos en la cama unos minutos solamente, en lo que nos calmábamos, intercambiamos una charla breve pero placentera y entonces llegó el momento de despedirnos, ambos nos vestimos (ella mucho más rápido que yo), nos dimos otro beso ligero y aquella diosa se despidió con un simple -¡Bye! ¡Me llamas!-