La deuda pagada

Mientras me preparo para irme de viaje con mi marido, uno de sus amigos llama a la puerta con mucho dinero en su cartera.

Por fin un nuevo relato, quizás parte de una nueva mini-serie, ya veré. Me ha costado mucho ponerme a escribir pero finalmente he conseguido terminarlo. Confió en que os guste y espero vuestras valoraciones y vuestros comentarios para conocer vuestra opinión sobre, este, mi último trabajo. Disfrutadlo.

-Gracias por todo, María.- En la voz de mi marido podía notar cansancio y verdadera gratitud. -Siento todo lo que tienes que aguantar, pero pronto terminará, lo prometo.- Se disculpó dándome un fino beso en los labios. -Necesito dormir.- Comentó mientras encaraba la habitación con paso lento, casi arrastrando los pies.

-Descansa, querido.- Lo despedí mientras me levantaba de la silla y comenzaba a recoger los restos de la cena. Yo también estaba cansada, pero era obvio que Antonio lo estaba más, y no quería dejar las cosas sobre la mesa.

Hacia un mes y dos semanas que Antonio había recibido la noticia de que lo podrían ascender en la empresa en la que trabaja. Por ello se había estado dedicando en cuerpo y alma a conseguir ese puesto. Por supuesto, yo entendía esa motivación y la compartía, ya que un dinero extra, nos vendría bien para poder vivir más relajadamente y poder irnos de vacaciones.

El problema, es que me estaba empezando a convertir en una ama de casa, casi sin vida social, y eso que todavía tengo treinta y dos años, y muy bien llevados podría decir. Tengo una melena larga, rubia y completamente lisa, unos ojos color miel y una complexión atlética. Siempre, desde pequeña, he hecho deporte. Aunque para mala suerte, desde que me casé con Antonio harán ya tres años, no he tenido tiempo de llevar la vida deportiva de antes.

Aun así, mis esfuerzos anteriores me han permitido mantener una bonita figura, unos pechos medianos y en su sitio, una piel suave y brillante, un trasero acorde con mi figura, y unas piernas largas y bonitas. Y todo ello, también a que, por suerte o por desgracia, Antonio y yo, no habíamos decidido tener ningún bebe. Además, Antonio no se quedaba atrás, él también había sido deportista y aun lograba mantener, más a duras penas que yo, una figura atlética, con unos brazos fornidos y piernas duras.

Lo bueno, es que ya era jueves, y el viernes por la tarde, Antonio y yo, nos marcharíamos de mini-vacaciones a un hotelito apartado, en un pueblo pequeño. Lejos del ruido, con mucha tranquilidad e intimidad. Algo que ambos necesitamos, desde la noticia del posible ascenso de Antonio.

Por fin, terminé de fregar y sin mucho sueño me dirigí al salón para ver un rato la tele. A decir, verdad aun eran las diez de la noche, pero Antonio se tenía que levantar a las seis de la mañana. Aunque al ser viernes, volvería sobre las dos de la tarde y tras comer, nos marcharíamos de viaje.

Antes de darme cuenta, y perdida en mis pensamientos, vi que eran cerca de las doce de la noche, así que me dirigí hacia la habitación a dormir. Entré en silencio y pude comprobar como Antonio ya estaba más que dormido. Me metí a su lado en la cama y cerré los ojos, esperando que fuera viernes por la tarde, ya de vacaciones.

Bip bip… Bip bip…

Como si fuera un zombi estire mi mano para apagar la alarma. Había puesto la alarma a las diez en punto para poder recoger bien la casa y estar lista para cuando Antonio volviera de trabajar. Me costó un poco ponerme a ello, pero finalmente sobre las doce lo tenía todo listo. Lo único que se me ocurrió fue ir a darme una ducha para relajarme y estar, ya si, completamente lista para irme de vacaciones.

Salí de la ducha y comencé a secarme con una toalla de color rosa cuando de pronto sonó el timbre de la puerta. Rápidamente, pensando que podría ser Antonia al cual le habían dejado salir antes, me coloqué la toalla alrededor de mi cuerpo, tapando mis pechos y llegando hasta la mitad de mis muslos, y me dirigí a la puerta. Sin pensar, pero de forma normal, la abrí. Ante mi apareció Fran, un amigo de Antonio. Estaba en pasillo esperando. Detrás de él a escasos diez metros, el ascensor se cerraba y bajaba a algún otro piso. Al doble de distancia, otra puerta como la mía permanecía cerrada.

Fran era de mi estatura, quizás un poquito más alto, con unos ojos oscuros y el pelo negro. A diferencia de Antonio, Fran, nunca había sido muy deportista aun así no estaba gordo pero tampoco tenía un cuerpo atlético. Vestía una camiseta negra con un dibujo extraño, unos vaqueros algo desgastados y unas zapatillas cómodas. Él era el más fiestero de los amigos de Antonio y el más bromista. Hasta que mi primer shock de encontrarme a Fran no desapareció, no me di cuenta de cómo recorría mi cuerpo con su mirada.

-Hola Fran.- Lo salude tratando de aparentar normalidad y obligándolo a mirarme a los ojos. Tengo que admitir que hacía tiempo que no recibía una mirada tan intensa sobre mi cuerpo, y aunque lo negara, mi calor corporal aumento ligeramente, sin llegar a notarse.

-Si sé que recibes así a todo el mundo tendré que venir más a veces por aquí.- Bromeo él con su típica risa, a la que yo le seguí la gracia.

-Muy gracioso. Pensaba que serias Antonio.- Traté de justificarme. -Hoy nos vamos de vacaciones.- Le informé.

-Sí, ya me contó algo.- Comentó como haciendo memoria. -¿Entonces él no está?- Preguntó.

-No. ¿Quieres que le deje algún recado?- Quería terminar ya la conversación pero sin parecer maleducada.

-No, no, tranquila.- Contestó realizando algún aspaviento como quitándole importancia. -Por cierto, me contó Antonio que andáis un poco justo de dinero, ¿No?- Quiso saber.

-Sí, bueno…- No quería tampoco contarle detales, además de que quería volver a casa.

-Viéndote así…- Su mirada me recorrió de arriba abajo, como escaneándome. Mi cuerpo vibró satisfecho al sentir sus ojos en mi piel, aunque yo me hice la dura y adopté una pose algo indignada por su comentario. -Si quieres te puedo dar algo de dinero.- Se ofreció de pronto.

Yo sabía que algo no andaba bien. Aquella mirada y una oferta de dinero, algo traían por detrás. Además, de que nunca pediría dinero a menos que fuera de vida o muerte.

-No, gracias. Tranquilo, de verdad.- Quería quitármelo ya de encima. Su mirada no hacía más que encenderme.

-Mira, yo te doy cien euros si me haces un pequeño striptease con baile aquí mismo.- Propuso de golpe, haciendo caso omiso de mis palabras.

Aquello me pillo desprevenida. Durante un segundo la idea me resulto agradable. El morbo de desnudarme frente a otra persona que no fuera mi pareja y además haciéndolo por dinero, me tentó. Pero rápidamente fui capaz de serenarme y reaccionar como se debería de hacerlo.

-¿Tú estás loco?- Estallé. -Vete de aquí ahora mismo y reza porque no piense en contárselo a Antonio.- Estaba enfada, indignada, sabía que con una simple disculpa podría dejar pasar el tema.

-Está bien. Quizás me he querido pasar un poco.- Aceptó él como sintiéndose culpable. -¿Y si son doscientos?- Preguntó rápidamente y mirándome a los ojos.

-¿Estarías dispuesto a pagar eso?- Fue lo primero que salió de mi boca, y una picara y triunfante sonrisa apareció en la boca de Fran. No tuve ni tiempo de pensarlo. Doscientos euros por un striptease y un bailecito, me resultaron muy tentadores, sobre todo en mi estado. Aun así, no pude hacer otra cosa que sentirme culpable y maldecirme, al haber dado pie a una situación que no debería de estar pasando.

-Por supuesto.- Afirmó rotundamente mientras sacaba la cartera, y de la misma, cuatro billetes de cincuenta euros. -Aquí mismo los tienes.- Dijo mientras me los ofrecía. -Eso sí, yo quiero mi parte.- Puntualizó.

Debería de haber dado un portazo. Debería de haberle gritado y mandarlo a la mierda. Debería de haber hecho muchas cosas. Pero, tras unos segundos eternos, únicamente estiré mi mano, agarré los billetes y los dejé sobre una mesita que teníamos al lado de la entrada.

Estaba excitada. Estaba en un estado que hacía tiempo que no recordaba. Tanto tiempo sola en casa, con aquella abstención sexual, su maldita mirada y aquel morbo. Cualquiera que me preguntase mi respuesta hubiera sido rotundamente no. Pero aquel día se juntaron los factores necesarios para que lo aceptara.

Por ello sin decir nada y cerrándolo ojos para no mirarlo, comencé a moverme en el umbral de mi casa. Al principio lentamente, únicamente moviendo mis caderas. Pero poco a poco añadí mis manos a los movimientos, con las cuales me acariciaba. Y de pronto, solté ligeramente la toalla y esta cayó a mis pies, dejándome completamente desnuda frente a Fran.

No quise abrir los ojos. Esta roja como un tomate por la vergüenza y por la excitación. Mi mente no hacía más que pedir que me detuviera, pero mi cuerpo seguía moviéndose. Podía notar como los ojos de Fran devoraban mi cuerpo, haciendo que me excitara aún más.

Ahora mis manos acariciaban mi piel desnuda. Apretaba ligeramente mis pechos y mis pezones, los cuales ya estaban duros. Recorría mi abdomen y baja a mis piernas, para subir por la parte interna de los muslos y pasar mi húmeda entrepierna. Me giraba sobre mi misma para darle una visión entera de mi desnudez.

Aproveché el marco de la puerta, para agarrarme a ella con una de la piernas, como si lo quisiera rodear y subí y baje como las bailarinas de barra, haciendo que mi humedad se esparciera por la madera, aumentado mi excitación. De mi boca salían pequeños gemidos provocados por el rozamiento y el morbo. Tras un rato, decidí dar por finalizada la sesión y abrí los ojos.

Al igual que él veía mi cuerpo desnudo, yo podía ver el suyo de cintura para abajo. Sus pantalones y bóxer descansaban en el suelo, mientras que él no dejaba de masturbarse lentamente y sin dejar de mirarme. No pude evitar fijarme en su erecto pene. De tamaño medio, quizás algo más grande, con el capullo sonrosado por la fricción y húmedo por la excitación. Me mordí los labios sin darme cuenta, pero para Fran aquel gesto no pasó desapercibido.

-¿Qué te parece si te doy otros trescientos euros y me dejas tocarte y te doy mi polla para ti solita?- Me propuso sin dejar de moverla con su mano. Realmente se veía apetecible, y lo peor de todo es que lo quería, pero aquella mezcla de excitación y culpa me impidieron moverme. -Para que veas que no te quiero engañar.- Dijo tratando de hacerme reacción y se detuvo para agacharse y coger su cartera.

Aquello me permitió volver un poco en mí y darme cuenta de lo que pasaba. Pero al ver, los seis billetes de cincuenta euros no quise hacer nada más. Los recogí y los dejé junto a los otros doscientos euros.

-Cuantas veces he fantaseado contigo.- Dijo, más para si mismo que para mí, mientras se acercaba. No sé si fue por instinto o qué, pero al ver como acercaba sus labios a los míos no dude entregarme.

Aquel beso lascivo, lujurioso, erótico y vulgar me gusto más que cualquier otro que me hubiesen dado nunca. Note como sus manos agarraban mi trasero y me deje tocar por el mientras nuestras lenguas se pegaban. Para mal o para bien, no tardó en descender por mi cuello hasta mis pechos. Los chupaba con ansia y frenesí, pero sin hacerme daño. Incluso cuando mordía o pellizcaba mis pezones, oleadas de placer recorrían mi cuerpo.

Siguió descendiendo. Sabía a donde iba y no lo detuve. Un lamentó hizo que mis piernas me temblaran. Ambos sabíamos que en aquella postura era difícil su acceso, pero él sabía lo que quería y como lo quería, asique sin darme tiempo a pensar en algo, me obligo a girarme y a apoyarme contra el marco de la puerta. Agarró mi trasero y lo empujó hacia arriba, provocando que yo quedara de puntillas y con el culo en pompa. Separó mis nalgas y un nuevo lametón, este en el sentido contrario, repitió el mismo efecto en mí.

Giré la cabeza para mirarlo y, mientras que con una mano me apoyaba en el marco, con la otra lo agarré de la cabeza y lo hundí en mi trasero. Gemí de placer al sentir su lengua acceder con total facilidad a mi vagina. Mi respiración hacía rato que estaba entrecortada. Por acto reflejo miré al ascensor y vi como la lucecita estaba encendida, señal inequívoca de que se estaba utilizando. Por desgracia no podía saber a qué piso, pero los lengüetazos cada vez más rápidos sobre mi clítoris, no me permitían pensar.

Solo era capaz de gemir, disfrutar y esperar aterrorizada a que el ascensor se detuviera. No podía creer que la primera vez que le era infiel a mi pareja fuera a pillarme de tal manera. Pero la idea de que Antonio saliera del ascensor y viera a Fran beber de mi me encendió todavía más.

La luz no se apagaba y, ahora, Fran lamia con dulzura mi ano. Antonio nunca se había acerca a esa zona, pero Fran se movía como pez en el agua y aquellas nuevas sensaciones, aquellos rozamientos en zona nueva, me gustaban más de lo que podría haber llegado a pensar. Fran volvió a por mí vagina y mi clítoris, al notar que mis gemidos y respiración eran más frecuentes, señal evidente de que estaba a punto de tener un orgasmo, pero para mi sorpresa había dejado uno de sus dedos empujando contra mi ano.

No pudo meterlo más de cinco veces en mi orificio virgen, sin que yo gritará y temblara por el orgasmo, mirando la luz encendida del ascensor. Acaba de tener, sino el mejor, de los mejores orgasmos de mi vida y todo por la mezcla de miedo, morbo, lujuria y vergüenza.

Satisfecho con su trabajo, Fran, se levantó y me besó mientras apretaba mis pechos. El sabor de mi entrepierna era algo que siempre me había gustado, pero que nunca se lo había confesado a Antonio. Recuperada del orgasmo tras aquella sucesión de besos, Fran se separó un paso de mí. Yo me giré hacia él. Sabía lo que quería que hiciera. Sabía lo que tenía que hacer. Y sabía que lo quería.

Por lo que sin hacerme de rogar, me arrodille frente a Fran, no sin antes echarle un vistazo al ascensor cerrado. La luz estaba apagada. Libre de aquello, me volqué en lo mío. Agarré el pene de Fran con mi mano derecha mientras acariciaba con mi mano izquierda sus testículos. Tenía, quizás para mi gusto, demasiado vello, pero no me importaba. Estaba excitada, deseando probarlo y por un momento pude notar como aquella mata de pelo me parecía más sexy y varonil que el poco pelo que solía tener Antonio.

Fuera de mi misma, lamí el capullo con delicadeza para luego hacer lo mismo con el tronco. Lleve mi lengua hasta la base y tras darle una especie de beso con lengua, ascendí rápidamente sin despegar mi lengua, y cuando alcancé la punta la hice desaparecer dentro de mi boca. Fran soltó un bufido de satisfacción y llevó una de sus manos a mi cabeza, con la que me acariciaba y enredaba sus dedos en mi pelo.

-Sabía que eras buena… si…- Me felicitaba Fran mientras devoraba su pene.

Este desaparecía en el interior de mi boca casi en su totalidad sin parar, mientras acariciaba sus testículos. De vez en cuando, descendía para darles un pequeño tratamiento con mi lengua y mis labios sin dejar de masturbarlo. La excitación que llevaba encima debía de ser muy grande o es que yo era muy buena, pero de pronto pude notar como su pene se endurecía de una forma inverosímil.

-María… dios… me voy a correr… me voy a correr…- Me avisaba fuera de si.

Yo debía de haber parado. Aunque yo había tenido un orgasmo no estaba explícitamente dicho en nuestro trato, pero no podía detener mis movimientos. Aun así, aquellos pensamientos sobre mi posible parada parecieron llegar hasta su cerebro y sin decirme nada, agarró mi cabeza y comenzó a mover sus caderas como si estuviese follándome.

Aquello me pillo totalmente desprevenida, pero aquella ferocidad, el sentimiento de sentirse utilizada por alguien y las ganas de recibir su orgasmo, hicieron que le permitiera hacerme aquello. Ahora su pene desaparecía completamente en mi boca, alcanzando mi garganta. Una sensación nueva que hizo que yo también sintiera mi orgasmo cerca. El no dejaba de penetrar mi boca, como cuando Antonio lo hacía con mi vagina.

-Tómalo todo, María… Ahí va…- Y con un fuerte empujón, hundió su pene en lo más hondo de mi boca, donde su semen comenzó a brotar a chorros. Uno, dos, tres, cuatro… Así hasta siete, chorros, fueron los que golpearon mi garganta, a la vez que por mis muslos descendían mis flujos resultado de mi orgasmo.

Cuando Fran se hubo tranquilizado, sacó su miembro de mi boca y lo dejo a escasos centímetros de mí. No pude evitar lamerlo y limpiarlo, lo que provoco que su pene mantuviera su estado inicial. Duro y erecto.

Me levanté mareada y sorprendida por lo ocurrido y lo mire a los ojos a la espera de algo. Él podía notarlo en mis ojos y yo sabía que él lo notaba, pero se mantuvo en silencio sosteniendo mi mirada. Aquellos segundos estaban alargándose demasiado y temía terminar rogándoselo, pero entonces me sorprendió verlo agacharse coger su cartera y sacar de la misma y tenderme diez billetes de cincuenta euros.

-Quinientos euros más y tu cuerpo es mío.- Dijo únicamente.

Yo estire mi brazo, agarré el dinero y sin decir nada, me coloque en la misma posición en la que él se había zampado mi entrepierna. No hizo falta nada más para que él se acercara por detrás de mí, apuntara a mi vagina y me penetrara lenta, pero deliciosamente.

Me agarró de las caderas y me obligo a exagerar lo máximo que podía mi posición, sacando mi trasero y apoyándome casi únicamente en los dedos de mis pies, mientras el bombeaba contra mí. Con cada internada suya, un gemido salía de mi boca. En pocos segundos, el pequeño pasillo se llenó de mis gemidos y ya no me importaba si salía nuestro vecino a ver que ocurría o si salía alguien del ascensor.

Estaba disfrutando del sexo como nunca. Fran seguía embistiéndome sin piedad mientras agarraba mis pechos y tiraba de mis pezones. No me importaba el ligero dolor que sentía cuando apretaba en exceso mis pezones. Ni si quiera cuando sus manos comenzaron a golpear mi trasero. En solo dos cachetadas, ya tenía rojas mis dos nalgas y aun así no se detuvo al ver que mis gemidos se intensificaban ante aquel trato.

El último acuerdo había sido claro: Mi cuerpo era suyo. Yo no podía quejarme, pero tampoco es que quisiera. Estaba consiguiendo hacerme disfrutar como nadie, conseguía hacerme sentir mujer y no quería que se detuviera. Ni si quiera cuando volvió a meter uno de sus dedos en mi ano, para penetrarlo con dureza y velocidad.

Extasiada, giré mi cabeza y lo rodee con uno de mis brazos mientras buscaba sus labios. El me los dio y lo besé igual que él lo había hecho conmigo, en nuestro primer beso. Ambos teníamos los ojos, abiertos mirándonos fijamente.

-Me voy a correr por tercera vez, cabrón…- Le dije, sorprendiéndome a mí misma al haber utilizado ese lenguaje.

-Eres toda una putilla, María…- Aunque me esperaba ese lenguaje sobre mí, no me molesto, más bien me gusto. -Ya me parecía a mí que vuestras cuentas no eran lo único desatendido en esta casa.- Rio con tono burlón sin detenerse un solo instante.

-Cállate y sigue follándome.- Le pedí tratando de que parecía más una orden.

Fran sonrió maliciosamente y me volvió a dar una réplica de nuestro primer beso mientras agarraba con fuerza mis caderas y me empotraba, literalmente, contra el marco de la puerta. Mis gemidos y gritos se perdían en su boca y me costaba seguir el ritmo de su lengua.

-Me corro, Fran… Me corro…- Le grité como pude para morder su labio al sentir mi cuerpo contraerse por el placer.

-Yo también…- Me avisó sin detenerse. Y justo en el último momento, sacó su miembro de mi interior, y con un ligero empujoncito en mi hombro hacia abajo me arrodillo sin dificultades, para masturbarse sin descanso hasta que nuevos chorros de semen salieron de su pene, directos a mi cara y mis pechos. Incluso mi pelo quedo manchado por la gran cantidad de semen que eyaculó.

Fran, agotado se dejó caer en el suelo a mi lado, mientras nuestras respiraciones se ralentizaban poco a poco. Nos llevó más de un minuto recobrar las suficientes fuerzas para levantarnos y vestirnos. En realidad, fue Fran el único en vestirse, yo solo recogí la toalla del suelo y me quede desnuda frente a él.

-Un placer hacer negocios contigo, María.- Me dijo en un tono joco y satisfactorio.

-De nada.- Conseguí responderle mientras lo miraba coger el ascensor y marcharse.

Cerré la puertas tras de mí y mire los billetes que estaban en la mesilla y en mi mano, los cuales estaban arrugados ya que no los había soltado mientras Fran tomaba posesión de mi cuerpo. Desesperada y asustada, empecé a darme cuenta de lo que realmente había pasado y no el pensamiento ideal que tenía en la cabeza. Antonio pronto llegaría y yo le había sido infiel en la misma puerta de nuestra casa.

Deje el dinero en la mesa y me fui corriendo de nuevo a la ducha. Debía de limpiarme para que Antonio no sospechara nada. Y una vez fuera me vestí igual de rápido para tapar mis enrojecidas nalgas y mis doloridos pezones.

Media hora después, Antonio volvió a casa. Me había pasado todo aquel rato discutiendo conmigo misma si debía de contárselo o no. Pero antes si quiera de tener una respuesta, y ni si quiera antes de poder reaccionar, Antonio apareció en el salón con los mil euros totales que Fran me había pagado.

-¿Qué es esto, María?- Pregunto mirándome. Yo permanecí en silencio. -¿Ha estado Antonio aquí?- Quiso averiguar, sorprendiéndome de que hubiera acertado a la primera.

-Si.- Le contesté lo más normal que pude.

-¡Ah! Entonces son los mil euros que le preste.- Dijo aliviándose. Yo por el contrario me tensé. Fran me había pagado, por mis “servicios”, con un dinero que era de Antonio y mío. No podía creerlo. Ese maldito me la había jugado y yo había caído como una tonta. -Espero que no haya intentado nada contigo, al no estar yo.- Quiso saber mientras se reía y se acercaba a mí para darme un beso. -Ese maldito siempre me dice lo mucho que le pones, jaja…

-No, cariño.- Le contesté conteniendo mi enfado hacia Fran.

-Me cambio y nos vamos.- Me anuncio Antonio que se marchó al dormitorio, dejándome sola y no tan dispuesta a irme de vacaciones, como lo había estado esa mañana al levantarme.