La despedida de soltera de Valeria
Por mucho tiempo estuve castigado por mi Jefa Lucía. Le había chupado las medias a mís compañeras y ella me lo había prohibido. Al organizar la despedida de soltera de mi compañera Valeria con unos strippers decidió incluirme a mí como lamebotas de todas las invitadas.
La Despedida de Soltera de Valeria
Estuve meses castigado por Lucía por haberle chupado las medias a mis “compañeras”. Era algo que me tenía prohibido y yo no me pude resistir a las amenazas y tentaciones de las tres mujeres. Me azotó con una fusta hace hacerme lagrimear. A cada fustazo debía besarle los pies y darle las gracias. Me pateó el estómago con sus zapatos de puntera fina hasta dejarlo oscuro de moretones. Nuevamente debí agradecerle, en este caso la pateadura. Finalmente decidió levantarme el castigo, me tenía prometido como diversión y sorpresa para la despedida de soltera de Valeria. Ni ella ni sus otras dos asistentes, Paula y Mariana recibieron reproches por parte de la Jefa. En definitiva yo le había chupado las medias porque era según sus palabras “un reptil despreciable”.
La despedida de Valeria se había postergado por diversos contratiempos. Para esa ocasión Lucía había aún destinado más dinero de mis ingresos que eran los más bajos de la oficina. Finalmente se organizó en una casa de campo alquilada para la reunión. Era amplia y tenía la privacidad y comodidades necesarias. Yo llegué muchas horas antes. Debía preparar la casa, barrer, limpiar y preparar los bocadillos para las chicas. Salvo Lucía y sus asistentes, las otras invitadas, siete en total, desconocían por completo el papel que iba a desempeñar en la reunión. Solo sabían que un viejo “mayordomo” les iba a servir y que a última hora tres strippers iban a animar la reunión. Lucía les había pedido a las chicas que viniesen puntuales, elegantes y de mente abierta para motivar a los strippers. El clima de media estación permitía todas las combinaciones de prendas y calzados. Sin que me vieran las vi llegar. Jóvenes, no pasaban los veinticinco años. Eran compañeras de estudio de Valeria. Una sola era algo mayor, Marcia. Gerente de una empresa colega y amiga de mi Jefa y la homenajeada. Estas últimas las recibían en la amplia sala de estar. A las 21 habían llegado todas. Era el momento de que hiciera mí aparición. Lucía llamo su atención palmeando sus manos. Cuando logró la atención de todas le dijo lo que venía a continuación,
“Chicas, ahora va a entrar nuestro servidor a servirlas a todas. Nos va a mostrar sus respetos una por una. Lo va a hacer primero conmigo y con Valeria. Ustedes observen y aprendan como hay que tratar a los hombres. Todas tienen que ser desde ahora en adelante activas a mí propuesta. La que no quiera serlo va a acompañar a nuestro servidor en las tareas que le vamos a encomendar.” Las chicas miraban expectantes. Lucía entonces chasqueó sus dedos y aparecí yo. Vestía mi tradicional camisa y pantalón marrón de operario. Dije “Buenas Noches señoras” y me dirigí a los pies de Lucía. Me arrodillé y con un “por favor, píseme” le besé la puntera de la bota derecha. Lucía sin responder pisó levemente mí cabeza con su bota izquierda. Quitó su bota de mí cabeza y aproveche a besarla mientras la derecha a su vez me pisaba la cabeza. Solo veía las botas de Lucía pero escuchaba las exclamaciones de asombro de las siete chicas que no me conocían. Una de ellas exclamo “Esto no lo hago ni loca” y otra “dejen irse a este pobre infeliz”. Marcia me miraba a mí y a Lucía. Yo me dirigí de rodillas a los pies de Valeria para continuar mi saludo. Seria, Lucía contestó a las chicas “Vamos, abran sus cabezas, aprendan a tratar a los hombres como se merecen”. Además, les recordó, “todas prometieron ser activas, las que son cobardes y prefieran lamer zapatos a que se los laman, aprendan de este inútil”. Valeria por su parte me pisaba con fuerza la cabeza con su zapato de charol negro mientras le besaba su otro pie, les pidió a sus amigas, “vamos chicas, es mí despedida de soltera, van a ver que se van a divertir con este reptil”. Lucía acompañando las palabras de Valeria se dirigió a las chicas y las alentó. “¿Vamos, quien se adelanta a que la sirvan como se merece?”. Dos se adelantaron casi al instante. Una de ellas, rubia, delgada y bajita, llevaba unos zapatos blancos de pulsera y tacones finos. La otra, morocha y alta, unos zapatos dorados de fiesta clásicos. Mi saludo fue primero para la rubia. Le besé el zapato y ella, con poca práctica y miedo de lastimarme, rozó mi cabeza con la suela del zapato de su otro pie. Bajo el pie, pasé a besarlo mientras rozaba nuevamente con el otro mi cabeza. Me dirigí a la morocha y hundí mí boca en la puntera de su zapato dorado. Sin dudarlo levantó su pie y me clavó su tacón en la cabeza. Gemí sin querer mientras escuchaba las risas de mis compañeras y las exclamaciones de las que nunca habían visto nada parecido. Lucía las tranquilizó. “No se hagan problema. Está acostumbrado. Es un felpudo humano y además le gusta…”. Le besé el otro zapato a la morocha y me arrastré hacia las otras. Se habían quedado quietas y me esperaban. La primera era otra rubia, en este caso alta. Llevaba zapatos de fiesta como la morocha pero plateados. Le besé los pies, me pisoteó la cabeza como si lo hiciera con un cigarrillo y se rió. Otras se envalentonaron y se sintieron más cómodas. Una era una morocha menuda de falda y bonitas piernas que pude ojear por muy breves instantes. Llevaba unas botas blancas y altas que ya se veían sucias por el trajín del jardín de la casa. Me prometí limpiárselas cuando tuviera la oportunidad, como me correspondía. Las dos últimas estaban sentadas. Una, de cabello corto y castaño llevaba unos zapatos negros de tacones altísimos y puntera abierta. Me cuide de tocarle los dedos de los pies mientras se los besaba y me pisaba la cabeza. La última, una pelirroja pecosa de botines negros se levantó al verme arrastrarme hacia ella y me pisó la cabeza sin esperar que les besara los pies. Riéndose se dirigió a mí y a las demás: “¡Toma lombriz por hacerme esperar!” Marcia estaba algo más lejos. Me moví hacia ella mientras me miraba atentamente. Pude apreciar su cabello castaño oscuro y sus hermosas piernas que se elevaban sobre unos zapatos negros clásicos, de puntera y tacón afinados. Expresé un “por favor” y me incliné sobre el pie izquierdo y le bese la puntera. Ella me pisó la cabeza sin dudarlo. Cambió el pie y continué con mi humillación. Musité un “Gracias señora”. Luego me arrastré, cansado pero sintiéndome en falta, a los pies de mis compañeras. Mariela de falda, casi sin mirarme estiro su pequeño pie que se destacaba con sus uñas rojas en unas sandalias negras altísimas. Le bese el empeine y sentí su peso en mi cabeza. Repetí la operación y me arrastré a los pies de Paula, la encargada cuando no está mi jefa Lucía. Le bese desesperado sus zapatos rojos de puntera abierta mientras me aplastaba la cabeza. Mi presentación duró unos pocos minutos pero me sentía cansado. Había besado veinte y dos pies y una oncena de mujeres me habían pisado la cabeza riéndose de mí. Lucía me ordenó que me dirigiera a la cocina a buscar las bebidas y ya de pie pasase al jardín a servir a las chicas donde ya se encontraban los bocadillos. Tenía mucha hambre pero sabía que no eran para mí. A cielo abierto con taburetes, mesas y otros lugares para instalarse sobre el pasto era un lugar acogedor. Les ofrecí una y otra vez bebidas sin alcohol, cervezas y licores.
Todas tomaban alcohol y se sentían más desprejuiciadas. Ya la pelirroja, que se había ensuciado los botines en el césped me anunció que iba a necesitar de mis servicios para limpiárselos. Como a la hora ya todas estaban hartas de comer y beber. La mayoría estaban ubicadas en algún lado del jardín en grupos de dos o tres. Algunos restos de los bocadillos estaban en el césped y en las baldosas cerca de las tres puertas de acceso al jardín. Lucía y Valeria habían esperado este momento. Distribuí entre todas las mesas bombones de chocolate y crema. Mientras las chicas paladeaban los dulces Lucía tomó la palabra, “Amigas, ahora debemos recompensar a nuestro sirviente con lo que se merece. Les aclaro que está muerto de hambre”. De entre las mesas la rubia delgada tomo su cartera y pregunto en voz alta si unas monedas alcanzarían. Lucía y Valeria primero, Paula y Mariela después se rieron. Las primeras sabían y las otras dos suponían cual iba a ser mi recompensa. Alguna de las otras chicas rieron sin saber bien porque. Ahora Valeria tomó la palabra. “Chicas, no tomen monedas. Le vamos a hacer un favor a este arrastrado inútil. Le vamos a dar de comer. Claro, solo se merece comer de las suelas de nuestros zapatos. Así que la que quiera darle de comer más alimento, puede pisar algo de lo que está en el suelo y en el césped. Les aclaro que solo lo alimentamos así, está muerto de hambre y les va a agradecer realmente que se lo permitan.” Escuche un murmullo de asombro entre las chicas. Paula se adelantó y pisoteó con sus zapatos rojos el resto de un bocadillo de jamón y queso como si fuese a apagar un cigarrillo. Lucía no se quedó atrás y tiró un bombón de crema al suelo. Con sus botas negras lo restregó una y otra vez. Me miró y me ordenó que les suplicara a todas. No me hice repetir dos veces la orden y les rogué. “Por favor hermosas señoras, permítanme comer con mi indigna boca de las suelas del calzado que llevan sus dulces pies. Por favor, por favor, estoy muerto de hambre.” Diciendo y haciendo a cuatro patas me arrastré hacia Paula. Se había sentado en un sofá y apoyado sus pies en una banqueta. Acerque mi lengua a la suela de su zapato derecho. Se rió y lo empezó a mover para evidenciar mi hambre y desesperación. Yo movía la cabeza de un lado a otro siguiendo a la suela sin alcanzarla. Luego de unos instantes me lo dejo empezar a lamer. Lamí y chupe las enormes suelas de sus zapatos rojos número 39. Me comí con gozo lo que había pisado con algo de barro. Mientras lo hacía pude observar que algunas chicas se habían dedicado a pisotear la comida que yo anhelaba. También lo hacían Mariela y Valeria. Era una paradoja. Estas últimas lo hacían para divertirse con mí desesperación y disfrutar con mi humillación tan servil. Las otras, la mayoría al menos, tenían lástima y querían darme de comer aunque les diese asco la forma. Luego que terminé con los zapatos de Paula me moví a Lucía que se había sentado a su lado. Adoro a Lucía y luego del tiempo que soy su esclavo lamedor de botas realmente disfruto comiendo de sus suelas. Di unos lametazos desesperados y succione las suelas comiendo la crema que había pisado. Mi Jefa, en todos lados es mí Jefa, me ordenó que sacara mi lengua lo más posible. Lo hice enseguida, sabía lo que iba a venir. Las chicas que miraban, algunas se rieron y otras expresaron su asombro. Lucía empezó a restregar primero una suela y después la otras en mí lengua que está usando de felpudo. Está media desprolija y también me pisa y restriega la nariz. A mí me duele pero es la única forma que tengo de comer. Yo muevo cuando puedo la lengua pero la fuerza del pie es mucho mayor. Me duele toda la cara y mucho la lengua. Lucía retiró sus pies y me muevo a la tercera chica. Es la pelirroja con sus botines negros que están todos sucios. La suela y también la capellada. La chica está media dormida por el alcohol. Sus pies están inertes sobre una mesa baja. Primero me dedico a la parte de arriba de sus zapatos. Tienen barro, briznas de pasto, gotas de alcohol. Empiezo a lametear lo más rápido que puedo. La pelirroja abre los ojos y riéndose me ordena “Chúpame los zapatos, chupa, chupa, chupa…”. Cumplo lo que me indica. Empiezo a lamer y chupar los lados de los zapatos. Le chupo desesperado las punteras de los botines. Me trago los tacones y lamo una y otra vez las suelas. No me había dado cuenta pero una de las chicas ha vomitado. La pelirroja lo piso y ahora me lo estoy comiendo. He comido tanta basura pisada por mis compañeras que comer vómito no me detiene. Si me siento como algo más sucio que el vómito, más despreciable y asqueroso. Cuando pienso que están limpios me arrastro a otra mesa. De camino tomo agua de un cuenco para perros que mi Jefa había previsto para mí. Me deben haber llevado algo más de diez minutos comer de las suelas de Paula, Lucía y la pecosa. En tres taburetes, con los pies extendidos están Mariela y las dos rubias. Me arrimo a Mariela y veo sus hermosos y pequeños pies. No me resisto a adularla como se merece. Luego voy a comer de sus suelas. Me pongo a lamberle ambos pies y enseguida a chuparle los dedos. Siento que disfruta y yo chupo con cuidado, sin morderle los pies de ninguna forma. Están realmente ricos. El sabor salado de la piel es delicioso. Espero que Lucía no se enoje. Por las dudas casi enseguida me pongo a limpiarle las suelas. Pisó a propósito salsa de tomate y supongo que la cara me queda roja porque se ríe. Aprovecho a darle las gracias y admirarle sus hermosas piernas. La rubia bajita a su lado me mira preocupada y poniéndose en clima me dice, “vamos, vamos, límpiame bien esos zapatos que los quiero bien blancos como vinieron”. Me dispongo a hacerle caso. Primero le doy unos fuertes lametazos a la capellada del zapato derecho y luego me trago la puntera. Es un zapato número 36, relativamente pequeño y mi boca llega casi hasta donde termina la puntera y aparece el pie. Chupo, chupo mucho para sacarle la suciedad. Repito el procedimiento con el otro. La rubia solo exclama, “que servil, que servil, increíble…”. Luego succiono ambos tacones. Luego de limpiar la parte visible de ambos zapatos me pongo a comer y tragar de la suela. La rubia no había pisado nada ex profeso así que de su suela solo pude comer migas. La otra rubia, la alta, por suerte había pisado restos de comida. Pero antes, bajo los pies de su apoyo y los puso en el piso. Me advierte, “arrastrado, te vas a tener que ganar la comida de mis suelas. Límpiame primero bien los zapatos, lámelos y chúpalos bien, que se me ensuciaron un poco. ¡Vamos que esperas!” Eran unos hermosos zapatos plateados de unos once centímetros de tacón, número 38. Estaban algo sucios a los lados, en los talones y mucho más en la puntera. Empecé a lamérselos en forma desesperada. Una y otra vez pase mí lengua por el zapato y empecé a chupar las punteras para que quedaran más limpias. La rubia me observaba de reojo hasta que con desprecio me dijo “se ve que te gusta mucho, que asco me das. Ya puedes lamerme las suelas”. Diciendo y haciendo levanto los pies y los puso en la banqueta. Yo me erguí y comencé a chuparle las suelas y lamerlas. Había pisado algo con carne que me pareció delicioso. Se dio cuenta de que me gustaba y me pateó la cara con ambos pies. “Basta, me das asco, vete a chupar otras suelas, ¡infeliz!”. El golpe fue fuerte. Me caí de costado mientras varias chicas se reían. Me dolía la nariz mucho y me arrastre a cuatro patas a las mujeres que estaban más cerca. Eran la morocha de zapatos dorados, que me había taconeado en la cabeza y Marcia. La morocha estaba recibiendo y enviando mensajes en teléfono móvil, por lo que levantó sus zapatos y los apoyó en la pequeña mesa que tenía enfrente. Yo de camino aproveche a lametear el cuenco con agua para beber y limpiarme la boca al mismo tiempo. No por mí sino por el calzado de la morocha. Los zapatos eran unos número 37 con las suelas bastantes gastadas. Entre el barro tenían unos restos de queso que su propietaria había pisado despreocupadamente. Lamí, chupé y me alimenté de esas suelas. Traté de hacerlo lo más rápido posible para terminar esta parte de mí participación en la fiesta. Mientras lo hacía le daba las gracias pero la morocha no me prestaba atención. Me moví hacia Marcia que si me observaba atentamente. Tenía los pies apoyados en el suelo. Me ordenó que primero se los lamiese despacio. Obedecí. Pasé una y otra vez mí lengua sobre ambos zapatos y succioné como pude sus punteras. Fue ahí cuando me dijo, “Así que tú eres el lamezapatos de Lucía. Ahora estoy segura que cuando hace unos cuantos meses visité su oficina tú estabas ahí. Y me lamiste estos mismos zapatos que tengo ahora. Lo hiciste porque te gusta. Porque naciste para lamer zapatos de las mujeres y agradecérselo. Ahora además está el motivo de tu hambre. ¡Ahora a comer y chupar de mis suelas!” Marcia alzó sus elegantes zapatos negros y pude observar sus suelas. Había pisado un cigarrillo y goma de mascar. Lamí la suela sucia y embarrada de su zapato número 37 y traté de quitar el cigarrillo. Me llevó algo de trabajo pero lo hice. Marcia me miraba atentamente mientras le hablaba a Lucía, “Amiga, que enorme placer es tener un servil de este tipo para una. ¡Después que mi marido se fue me encanta ver el rostro desesperado de un hombre que quiere quitar basura de la suela de mis zapatos para comerla!”. Luego se dirigió a mí. “¡Y tú lamezapatos, que me tienes que decir!” Yo no dudé. “Gracias señora gerente por permitirme lamer y chupar las suelas de sus elegantes zapatos. No merezco este honor. No valgo ni para esto.” Comí la sucia goma de mascar con barro. Marcia me restregaba la suela del zapato en mi cara usándola de felpudo como había visto hacer a Lucía. Cuando quitó su pie entendí que había finalizado con ella y me debía dirigir a las otras tres mujeres que me quedaban. Lucía aprovechó para ordenarme que me limpiara la cara en el cuenco para no ofrecer un aspecto tan repulsivo, la cara embarrada y con restos de tabaco a las otras tres jóvenes. Por otra parte si no lo hacía ellas no verían los efectos si querían también limpiarse los zapatos en mí rostro. Me acerqué primero a la joven de cabello castaño corto. Se había parado y adelantó su pie izquierdo. Me ordenó que le lamiera los dedos que aparecían en su puntera descubierta. Por supuesto que le obedecí. Lamí el pie mientras exclamaba el placer que le proporcionaba mi chupada. Se sentía adorada y lo disfrutaba. Pase al otro y también lo gozó. Me era difícil chuparle el dedo gordo porque no aparecía todo pero lo intenté y ella se dio cuenta. Percibí que Lucía estaba un poco molesta porque le sugirió que me pisara la cabeza. La joven lo hizo sin dudarlo. Sin duda que no intentó lastimarme pero cuando se afirmó con el tacón me dolió mucho. Gemí y retiró un poco el pie. Cambió el pie y repetí el procedimiento. Se acordó que yo quería chuparle las suelas para poder comer por lo que se sentó y alzó el pie izquierdo y lo apoyó en una banqueta. Había pisado restos de salchichas con mostaza. Siempre a cuatro patas mi boca se dirigió a la suela. Era roja y me di cuenta que era un zapato de gran calidad y costo. Chupe y comí de la suela. Sin bajar el pie izquierdo le agregó a la banqueta el pie derecho. Limpia y chupada la suela izquierda me propuse comer de la derecha. Me miraba y vi en su rostro el placer. Incluso me lo dijo, “¡que viejo alcahuete que eres! ¡Cómo te desesperas y te gusta, muerto de hambre! La verdad que se disfruta ser adorada por los hombres. Lucía, ¡que genio que eres! ¡Qué buenas ideas las tuyas! A su lado estaba la morocha menuda con sus botas blancas. Las tenía sucias por andar entre el césped y el barro. Me ofrecí a limpiárselas. “Señora, permita que con mí lengua limpie sus botas.”
La morocha envalentonada con mi sumisión inmediatamente me contestó, “Dale gusano, límpiame las botas como te gusta. Quiero que queden bien blancas como vinieron. Luego vas a poder comer de mis suelas infeliz”. Me arrastré ya la cara casi pegada al suelo y llegué a las punteras alzadas y blancas de esas botas que le llegaban a las rodillas a su propietaria. Si bien eran un número 36 parecían más grande por la puntera larga y alzada. Lo primero que hice fue chupar la derecha y dejarla lo mejor posible. Le lamí luego la capellada con grandes lametazos sacando el barro y las manchas de césped que resaltaban en el cuero blanco. Me moví luego al tacón que lamí como pude, no me levanto el pie, y llegue al talón que también chupe. Repetí el procedimiento con el otro pie. Como las otras chicas se sentía en ese momento centro de la atención al menos en parte. Por lo que me insultó. “Dale gusano, que asco que me das”. Cuando al rato se aburrió de qué se las lamiera me ordenó que me pusiera boca arriba. Me imaginé que venía a continuación aunque no estaba seguro. No me había equivocado. Me empezó a usar la cara de felpudo. Cuando vi la suela de la bota encima inmediatamente saqué la lengua para no desperdiciar nada. La moví y algo pude sacar. Restregaba muy rápido la suela en mí cara, me dolía mucho pero algo podía chupetear de barro y restos de pizza. Si se dio cuenta no le importó porque al rato cambió de pie sin fijarse si la suela estaba limpia del todo y me piso la cara con la otra. Era la izquierda y me piso la lengua como si estuviera apagando un cigarrillo. Ahí no me pude aguantar y gemí. Se dio cuenta, ahora sí, y retiro su pie tal vez asustada. No le vi el rostro. Solo le escuche tratarme de “Seguí viejo alcahuete con Valeria”. Me di vuelta lo más pronto posible y me arrastre como pude a los pies de Valeria. Era la última de todas. Estaba de pie y calzaba unos zapatos de charol negro de tacones altos y a la última moda, con puntera redonda. Su horma número 36 era más pequeña por eso mismo y hacía la puntera era menuda y sin esperar indicaciones de la homenajeada me puse a lamerla y limpiarla, lo que hice con algunos lametazos. El sabor del charol me pareció distinto al del cuero pero igualmente apetecible. Lamí los costados del zapato y llegué al talón. Sentía el humo del cigarrillo que Valeria estaba fumando en ese momento. Cuando dejó de fumar tiro el cigarrillo al piso y los aplastó con el zapato que yo no estaba lamiéndole. Me imaginé lo que vendría. Me habló entonces “¡Basta perro muerto de hambre! Espera que me siente y te doy de comer como te mereces”. Se rió y se sentó. Elevó sus pies y los depositó en la banqueta. Había pisado bombones sin duda pero también barro, vómito y una colilla aparecía en las rojas suelas de sus elegantes zapatos. Me moví al pie derecho y empecé a chupar como desesperado el vómito y los restos de un bombón de chocolate. Quite luego con cierta facilidad, pero siempre chupando y lamiendo la colilla que por supuesto me tragué. Continué con el izquierdo que también chupe y lamí. Cuando digerí la colilla. Me miró y bajo el pie. Ante mí escupió en el piso y restregó la suela del zapato. No levantó el pie sobre la banqueta sino que lo apoyó sobre el tacón y levantó así la suela. Me arrojé al piso y con la cara pegada al suelo me moví a lamerla. No me había dicho nada pero lo hice instintivamente, como viejo lamedor de zapatos que soy. Se dio cuenta y se rió y comentó para sus amigas. “Vieron, que infeliz que es. Sin decirle nada se arroja a lamerme la escupida de la suela. Cada vez es más arrastrado aunque como ven es algo casi increíble.” La morocha a su lado ratificó, “si no lo veo, no lo creo por nada del mundo”. Estaba cansado y dolorido pero sabía que mí tarea no había terminado…