La despedida de Jorge
Después de una noche de sexo bisexual sin restricciones, Jorge y yo hacemos algo más que el desayuno
Continuación de Noche de fiesta con Sandra y Jorge
Como de costumbre, fui el primero en despertar…
Mi cabeza se encontraba entre los pechos de Sandra y quise disfrutar del momento, pero sentí la llamada de la naturaleza (tanto líquido por la noche tiene sus consecuencias) y tuve que levantarme, con una ligera resaca.
Después del baño, aproveché para dejar preparado el café para el desayuno; me hallaba llenando el depósito de la cafetera cuando unas manos se posaron en mi cadera y un bulto chocó contra mis desnudos glúteos. Era Jorge, que me había oído levantarme y venía a darme los buenos días con una caricia en mi entrepierna y un beso en el cuello.
Estaba más cariñoso que de costumbre y aproveché el momento para tener una charla con él y dejarle claro que disfrutaba mucho del sexo, pero lo mío eran las mujeres. Él me dijo que ya lo sabía, pero que eso no iba a impedir que lo pasáramos bien, como buenos amigos que éramos.
Mientras teníamos esa conversación, no podía apartar mi vista de su miembro y él lo notó porque empezó a acariciárselo mientras me decía que todo entre nosotros estaba perfecto y recordábamos la frenética noche que habíamos pasado.
Lo que tiene hablar de sexo y estar completamente desnudo es que a uno no le da tiempo a disimular la excitación y en el caso de los hombres, una erección a cuerpo desnudo es algo bastante visible; Jorge se empezó a reír de mí porque mi bulto se hizo notorio y me dijo que era curioso que tuviera tanta energía, con lo poco que habíamos dormido y el desgaste de la noche de sexo. Sandra seguía durmiendo, Jorge me dijo que me lo tomara con calma porque acostumbraba a levantarse tarde.
Le pregunté por ella, por sus gustos y por cosas que no nos hubiéramos contado durante la noche; era una chica que me atraía mucho, quería saber más cosas de ella, pero no quería despertarla para preguntar.
Con mucha paciencia y un par de cafés con bollería, Jorge me estuvo contando cosas sobre su amiga, sus sitios favoritos, sus flores preferidas… cosas así, mientras me animaba a conocerla más a fondo.
Una vez acabados los cafés, me propuso volver a la cama un rato más y no puse objeción alguna; mientras recogíamos la mesa y dejábamos preparado el siguiente desayuno, no pudimos evitar roces entre nuestros cuerpos, ya que la cocina no era muy grande y entrábamos y salíamos sin parar.
Accidentalmente, a Jorge se le cayó un poco de café al suelo y se agachó para poner unas servilletas que absorbieran el líquido. Cuando volvía con la fregona, le vi a cuatro patas y no pude evitar agacharme y pasar mi lengua entre sus duros glúteos; fue un acto inconsciente, una fuerza me atrajo hacia ese culo trabajado y enseguida me vi lamiendo su rosado agujerito y provocándole un pequeño gemido, mezcla de asombro y placer.
Jorge separó las piernas para darme mejor espacio de trabajo y se lo agradecí con un cachete en el glúteo derecho y una bajada de lengua por sus depilados testículos. Pasados un par de minutos, se incorporó y me dijo que era un chico malo, yo le besé y nos apresuramos en limpiar, para luego fundirnos en otro beso, más largo y apasionado.
Como Sandra ocupaba la cama y no queríamos despertarla, nos echamos en la alfombra del salón para satisfacer nuestro apetito sexual matutino. Entre besos y mordisquitos en mi cuello, Jorge me invitó a tumbarme, mientras iba a su mochila a por algo; volvió con un pequeño tubo de lubricante especial y lo dejó sobre la mesa del salón, para luego tumbarse sobre mí y frotar su cuerpo contra el mío, al tiempo que su lengua recorría la distancia existente entre mi barbilla y mi entrepierna, deteniéndose en zonas erógenas de mi cuerpo que yo aún desconocía.
Su lengua experta llegó a mi vientre y mi cuerpo pedía a gritos sexo oral, pero me castigó con otra pasada de lengua, mientras me susurraba que me dejara hacer.
Cogió aquel bote y me dijo que me quería dar un masaje, yo accedí gustoso y le di la espalda; al principio noté algo de frío al contacto, pero pronto me acostumbré a las caricias que estaba recibiendo, aunque se me hacía extraño que tuviera ese nivel de excitación sin haber recibido ni una sola atención a mi erecto miembro.
Jorge sabía qué botones tocar porque aquel masaje encendía aún más mi deseo; sin avisar, uno de sus dedos entró en mi cuerpo sin pedir permiso y se posó sobre un punto que provocó una corriente de placer, desde la punta del último pelo de mi cabeza hasta los dedos de mis pies.
Siguió estimulando aquel punto, al tiempo que su otra mano me acariciaba la espalda y sus labios llenaban de besos mi cuello. Yo era una bestia salvaje y él me estaba domando, con una delicadeza que no había probado desde hacía muchísimo tiempo.
Pronto volvió a aquel juego de caricias por mi cuerpo, hasta que sentí una ligera presión y mi relajado ano aceptó la visita de su pene, el cual entró sin ningún tipo de resistencia en mi extremadamente relajado cuerpo.
Lo que en las noches había sido lujuria y desenfreno, en aquel momento estaba siendo ternura y tranquilidad, enseñándome que también sabía ser un amante cariñoso y delicado.
Una vez mi cuerpo se acomodó a aquel deseado explorador, siguió con el masaje y empezó a moverse para penetrarme lentamente, con movimientos sensuales, permitiendo que todas las terminaciones nerviosas de mi ano recibieran el estímulo de aquel pene de 18 centímetros.
Mi erección me estaba resultando ligeramente incómoda y Jorge me invitó a incorporarme, siempre entre besos y caricias, para apoyarme sobre el sofá y continuar con aquella penetración adoptando la postura del perrito, más cómoda para los dos. Yo me coloqué y volví a sentir su herramienta entre mis piernas, abriéndose paso sin ningún tipo de restricción, hasta que su cuerpo quedó completamente pegado al mío.
Se movía con suavidad, me regalaba besos en la espalda y de vez en cuando, se recostaba sobre mi cuerpo para alcanzar mi cuello, al tiempo que sus manos me masturbaban con dulzura, acompasándose al movimiento del resto de su cuerpo.
Le dije que estaba a punto de explotar y me pidió que me sentara en el sofá, cosa que hice; abriéndome de piernas, le ofrecí todo mi cuerpo para que jugara con él y mis manos buscaron su sexo, pero él me miró, me sonrió y me besó, susurrándome que en esa ocasión iba a ser yo el que recibiera todas las atenciones. Se colocó a cuatro patas y actuó como un perrito que busca amor; metió su cabeza entre mis piernas y yo las separé y levanté para regalarle todo mi ser, él lamió gustoso mi agujerito y luego succionó mis huevos, para terminar besando, oliendo y lamiendo mi pene erecto.
Se lo metió en la boca y con mucha ternura empezó a mover su cabeza arriba y abajo, se separó y pasó la punta de su lengua por mi glande, recogiendo gustoso todo el líquido pre-seminal que estaba segregando y con el que había empapado la alfombra.
Volvió a penetrarme con delicadeza y en cuanto empezó a coger ritmo, no pude más y eyaculé sobre nuestros vientres, poniéndome totalmente rígido; Jorge me besó y fue a por unas servilletas para limpiarnos, no dejó que moviera un solo dedo.
Luego se tumbó sobre mí, nos fundimos en un beso y me dijo que había sido un placer pasar la noche conmigo.
Quise devolverle el favor con mis manos y mi boca, pero decidió masturbarse sobre mi vientre, hasta que eyaculó su semen caliente sobre mi ombligo. Le invité a una ducha en pareja y aproveché para lavar nuestros cuerpos, como pago por lo que acababa de regalarme; luego se vistió y se despidió con un beso en la mejilla, no sin antes pedirme que cuidara de Sandra y que no pasara otro mes sin vernos.
Desnudo como estaba, volví a la cama para acurrucarme entre los brazos de Sandra y descansar un poco más.