La despedida

El se marcharía de nuevo para el exterior, serían sus últimas noches juntos...

Fabio no alcanzó el vuelo. Cuando Ana y él llegaron al aeropuerto los cupos estaban completos; ella sintió feliz, hoy no iba a tener que despedirse.

Ana llegó a Bogotá el jueves en la mañana, el viaje en bus había sido muy agotador pero estaba extasiada, Fabio le permitiría estar con él sus últimos días en Colombia y tal vez hasta acompañarlo al aeropuerto; Él ya había dicho que no le gustaban las despedidas pero ella confiaba en que pudiera estar con él hasta el último momento.

El llegó tarde, se hizo esperar; Ana lo vio llegar con sus maletas, sabía que en pocos días iba a volver a estar sola, pero que ahora él estaría cerca de su corazón y eso le ayudaría a tener paciencia, a esperar. Y ahí estaba él, parado frente a ella que ya estaba mojada, su cuerpo no mentía como podía hacerlo su rostro; sólo verlo la excitaba, sabía que tendría toda la noche para disfrutar de su cuerpo, otra noche más para entregarse a él, al deseo y a la pasión con ese hombre que, no entendía porque, lograba despertar en ella un deseo incontrolable de sentirse poseída.

El apartamento estaba sólo, aún no llegaban los ejecutivos de la empresa que se estaban quedando allí, era un alivio, pues tendrían tal vez dos horas para hacer el amor y que sus cuerpos volvieran a sentir la urgencia de entregarse el uno al otro, sin tapujos, sin hipocresías, demostrando sin miramientos sus deseos más profundos antes que ellos llegaran.

Ella se puso una pijama muy pequeña, su cuerpo a pesar de sus cuarenta recién cumplidos aún podía mostrarse sin vergüenza; ella sabía que él ya la conocía completamente, varias veces lo había visto detallándola, escudriñándola, viendo sus pechos aún firmes y paraditos y aunque sintiese algo de vergüenza por mostrar su cuerpo, se sentía feliz al saber que para él aún era hermoso.

Ya en la cama, los besos y las caricias no se dejaron esperar, esa pijama duró unos pocos minutos en su lugar.

-Para que te pones eso si no te va a durar, había dicho él y efectivamente no duró. Ahí estaban nuevamente desnudos acariciándose, manoseándose, intentando grabar en sus manos como en su mente el recuerdo de aquellos cuerpos que pasarían tanto tiempo sin volver a tocar, sin volver a sentir.

Ana nunca había sentido su cuerpo tan dispuesto, parecía como si anticipara los movimientos de Fabio; su cuerpo estaba listo y la penetración no tardó. Era como si él también supiera de antemano que ella necesitaba sentirlo dentro, llenándola, entrando y saliendo de ella rítmicamente, sin afanes, con el objetivo único de sentir y dar placer.

La cama empezó a crujir, el movimiento tan fuerte de sus cuerpos hacía que la cama emitiera unos sonidos sordos que serían difíciles de disimular. Sin pensarlo dos veces bajaron el colchón al piso entapetado, nadie se daría cuenta y así podrían ellos dar rienda suelta a todas esas fantasías que tenían en mente.

Ana quería estar encima, quería que Fabio pudiera verla libremente mientras ella controlaba la entrada y salida de su pene en su vagina y así lo hizo, quería que él disfrutara de su mujer comiéndoselo, devorándoselo a su antojo; abrió sus piernas y se ubicó encima de él, puso el pene a la entrada y despacio lo fue introduciendo, la sensación era supremamente agradable, era ella quien controlaba la excitación, era ella quien controlaba el movimiento; ya con el pene de Fabio completamente dentro de su vagina empezó a moverse lenta y rítmicamente de atrás a adelante, restregando el objeto de su deseo contra su clítoris, que delicia; sentía que su cuerpo no aguantaría mucho, su deseo era tanto que ya sentía los primeros espasmos de su orgasmo. Pero no, ella lo impediría, quería ver a Fabio disfrutando de su juego amoroso el mayor tiempo posible.

Respiró y calmó su agitación. Ya con su cuerpo bajo control ubicó sus piernas mejor y empezó un movimiento lento, arriba-abajo, arriba-abajo y a medida que su deseo crecía así mismo lo hacían sus movimientos. Miró a Fabio, él tenía sus manos en sus pechos, acariciándolos con ternura, con delicadeza, con amor; en sus ojos se veía el deseo, se notaba que estaba disfrutando de ser cabalgado.

Ana ya no tendría un orgasmo tan fácil, después de haberse detenido ya no llegaría a no ser que Fabio la penetrara violentamente, por ello sin decir nada cambiaron de posición, ahora él la penetraba por detrás, acariciando su espalda. Ana sentía las fuertes embestidas acompañadas de las pocas palabras que Fabio, tal vez para no perder el control, decía, -Mamacita como te mueves de rico, como estás de buena, como me gusta comerte. Ana escuchaba y sólo alcanzaba a gemir, su atención estaba puesta en sentir y de nuevo su cuerpo se dispuso a explotar, no aguantó más y empezó a recorrerla un escalofrío que sólo podía ser una manifestación de la proximidad de un orgasmo que resultó ser lento y duradero, los escalofríos se convirtieron en espasmos y los espasmos en una corriente que la recorrió toda, dejándola sin fuerzas pero con una sensación de satisfacción que la llenaba, que la hacía sentir una mujer completa.

Pero Fabio no había terminado y ella no permitiría que él no la inundase con su semen, pero esta vez lo quería en su boca, quería saborear su semen, quería tomarse toda la descarga que pudiera salir de ese pene hermoso y aún erecto que tenía al alcance de sus ojos. Sólo tuvo que insinuarlo, Fabio de inmediato se acomodó para que no se derramase ni una sola gota del líquido precioso. Ella empezó a lamer, a metérselo en su boca, asemejar el movimiento en su vagina entrando y saliendo, jugando con su lengua, metiéndolo en su boca todo cuanto podía. Tenía un sabor dulzón, mezcla también de los jugos de su orgasmo salió el semen en chorros fuertes, vibrantes…. Ana sintió como Fabio bombeaba una y otra vez inundando su boca.

Cuando Fabio terminó de eyacular Ana vio en su rostro la pasión y el deseo y buscó un destello de amor, para ella el sexo sólo podía disfrutarse plenamente cuando el amor también estaba presente y sintió, por fin, que Fabio no sólo deseaba su cuerpo, ella había logrado que él la amase, esa tal vez era su más grande victoria.