La despedida

Dulce tiene claro que sólo existe su infierno en la tristeza de Afrodita.

Dulce había acabado de preparar la mesa y esperaba impaciente e inquieto la llegada de su adorable Ama. Esta vez iba a ser diferente puesto que no iba a venir sola. Le acompañaría Jaume, un respetable arquitecto divorciado de 35 años con el que ella solía quedar durante las largas noches en las que su chico estaba de viaje por asuntos laborales. Su amante iba a marcharse al día siguiente a vivir a un país lejano y Afrodita no quería perder la oportunidad de presentárselo. Más de una vez le había confesado a su enamorado sumiso que Jaume era una de las mejores personas que había conocido en su vida y se había convertido en uno de sus mejores amigos.

Al oír el ruido de las llaves se dirigió hacía la puerta de entrada para recibirles. Al ver a su Reina se arrodilló ante ella y le beso los pies, sintiendo en sus labios el calor abrasador de su piel y a la vez la frialdad de las medias de nylon. Después se levantó y con tono jovial se dispuso a darles la bienvenida.

  • ¿Qué tal has pasado la mañana Princesa? Te he echado muchísimo de menos.

  • Pues muy bien acompañada como puedes ver. Este es Jaume, el amante del que tanto te he hablado.

Dulce le tendió la mano en tono amistoso y pudo comprobar la inseguridad de su receptor al escuchar su nimia y vacilante voz. Afrodita se percató de ello e intervino:

  • ¿No me digas que un hombre acostumbrado a lidiar con grandes personalidades en congresos internacionales se siente intranquilo ahora?

  • Algo sí. Comprende que no estoy muy acostumbrado a este tipo de situaciones. Lo siento -le dijo algo avergonzado.

  • No pasa nada, esto lo solucionaremos enseguida. Confía en mí -le respondió guiñándole un ojo de forma muy sensual. Después y sin mirarle a la cara se dirigió a su chico.

  • Perro, ponte de rodillas ante este señor. ¡Ya!

  • Como desees cielo -Dulce obedeció mientras el otro hombre observaba la escena sorprendido.

  • Bájale la cremallera del pantalón.

Afrodita notó en el rostro de su sumiso que no parecía agradarle la situación lo cual le excitó todavía más. Dulce por su parte, obedecía resignado sus órdenes.

  • Ahora mete la mano ahí dentro y saca el tesoro escondido -dijo entre risas y con un tono burlesco.

Dulce cerró los ojos y haciendo tripas corazón introdujo la mano dentro de pantalón. Seguidamente bajó con la otra los calzoncillos hasta notar el contacto con sus dedos del pene, el cual le pareció algo pronunciado. Finalmente lo cogió y lo sacó de su prisión. Al hacerlo se sintió verdaderamente humillado.

  • Buen chucho. Hoy te sacaré a pasear -dijo la chica intentando aguantar sin mucho éxito la risa-. Y ahora viene lo mejor. Quiero que la beses mirando a Jaume a los ojos. Quiero escuchar bien fuerte ese beso.

Jaume vio desde lo alto como Dulce iba aproximando su cara arrodillado y al sentir su mirada junto al beso en su miembro no pudo evitar sonreír satisfecho y tranquilo. Jamás había estado tan seguro de sí mismo.

  • Me lavo las manos y enseguida me pongo con la comida –les dijo avergonzado a los dos pese a carcajadas que estaba escuchando.

Durante la comida Afrodita se sintió muy contenta y orgullosa al ver lo servicial, educado y simpático que fue Dulce con Jaume. Sabía que no era una situación fácil para él pero también había demostrado más de una vez que lo más importante en su vida era la felicidad de su Ama. Cada día que pasaba le amaba más. Nadie había llegado tan lejos.

Horas después Dulce se arrodilló durante un buen rato frente al sofá que ocupaban tumbados Afrodita y su amante aguantando con una bandeja una copa de vino de la cual los dos iban bebiendo alegremente, agarrándola y volviéndola a dejar allí, ignorando su presencia. Pronto advirtió cómo las manos de ambos empezaron a recorrer zonas prohibidas del cuerpo contrario provocando tal subida de temperatura en la sala que el enamorado sirviente sintió un profundo estremecimiento. Afrodita y Jaume hicieron por última vez el amor.

Luego llegó el momento de la despedida. La mujer y el arquitecto agarrados de las manos caminando en silencio por el aeropuerto seguidos de Dulce, que se ocupaba de la maleta y las bolsas. Pocos minutos antes de embarcar se produjo el beso más largo que jamás él había visto. Afrodita y Jaume se besaron apasionadamente en la boca durante varios minutos. Sus lenguas bailaron más juntas que nunca el pasodoble más profundo; el del adiós definitivo.

Las siguientes horas fueron muy largas y difíciles para ella pero poco a poco se fue sintiendo mejor. Su fiel esclavo la mimó, la animó, la cuidó como nunca e incluso secó sus lágrimas con sus labios a base de besos.

Esa noche le premió permitiéndole dormir junto a ella. El entregado mortal no dejó de abrazar a su Diosa y su cara cayó atrapada en las redes de su claro cabello. Esa noche le supo a albaricoque.