La desconocida que me hizo gozar.

Encuentro sexual entre 2 desconocidos. (Hetero)

Al despertar, aún me costaba creer que aquello hubiese ocurrido de verdad.

El viento jugaba revoltoso con las hojas caídas de los árboles aún sin barrer. Yo estaba en el bar de siempre. No todo el mundo aprecia los pequeños placeres que da la cercanía al hogar o la amabilidad de un camarero conocido que prepara tu cerveza favorita al verte cruzar el umbral. A mí, sin embargo, me producen cierto relax.

Ayer me faltaban ganas de hablar. Deseando que Tomás no me diese demasiada charla sólo le di un «ey», acompañado de un ligero levantamiento de barbilla. Recogí mi botellín en la barra y fui a “mi mesa”. Ya perdí la cuenta de las horas acumuladas allí. Tomás se acercó un poco más tarde con unas patatas. Compartimos un par de frases cortas que no recuerdo y se fue.

Dispuesto a ojear la prensa mientras saboreaba mi cerveza, vi entrar una mujer. Morena, con más curvas que el Jarama. Pidió una copa, creo que un Gin Tonic, haciendo estragos en el pulso de Tomás. Me encontré pidiendo mentalmente que se girase para poder ver su cara y…se cumplió. Allí venía caminando lentamente detrás del camarero que insistió en acomodarla él mismo y traer su copa. Desde luego, Tomás se deshacía en amabilidades pero quién podría culparle.

Una vez que la vi, sentada elegantemente en la mesa de enfrente, sin duda alguna merecía todas aquellas atenciones. Aquella media melena morena resaltaba una cara que se veía tímida pero bonita. Bebía sola, jugaba ligeramente con la base de la copa mientras miraba hacia el ventanal. Parecía estar en su propio universo, algo de lo que me aproveché para fijarme más. Sus piernas eran largas, de las que miras dos veces detenidamente para contar los lunares de sus medias negras.

Uy, me había pillado observándola, se fijó en mí y sonrió. Una sonrisa suave de las que no dejan ver los dientes pero a mí se me olvidó el aire que soplaba fuera y hasta el que entraba en mis pulmones de forma errática.

Había personas que parlotean dentro, quién sabe cuántas, seguía tan absorto que posé el periódico porque el brillo de sus ojos me llamaba a voces, no podía dejar de mirarla. Mi mano agarró la cerveza más fuerte por los nervios, sonreí, mi cuerpo parecía haber tomado cierto control sobre mi razón.

Al mirarla fijamente su sonrisa se tornó en algo travieso, o sabía, sabía que me subía la temperatura y le encantaba, se recreaba. En ese instante, con una mirada a los lados me recordó que no estamos solos en el bar, sí un poco apartados en esta parte de atrás pero desde luego no solos. Me di cuenta de que me había sonrojado, si fue por mi propia actitud o la suya no estoy seguro, lo que sé es que el calor comenzó a ser intenso y bebí un largo trago de mi Estrella Galicia. Gracias al cielo que aún estaba helada pero el contraste provocó un escalofrío notable. La posé de nuevo sobre la mesa pero seguí sujetando la botella, me preocupaba dónde poner la mano.

Volví a recorrer aquella belleza con mis ojos, como si de lamerla se tratase, cayendo en la cuenta de que sus rodillas se separaban. Bajo la mesa pude ver como su mano se acercaba peligrosamente a su entrepierna. Las medias, sujetas a un liguero negro dejaron vía libre a mis sedientos ojos, un tanga transparente de hilo fue la última barrera. Mi mano libre, sobre mi rodilla izquierda, realizó de forma inconsciente el gesto de apartar el tanga. Ella, al verlo, sonrió pícaramente y lo hizo mostrando todo el brillo de su abertura. Un poco más de separación y una gota de esa humedad resbaló escurridiza hacia la silla, rápidamente ella la recogió con la yema del dedo justo en el último momento y en un movimiento certero se llevó el dedo a la boca, lo chupó como si fuese la sal de un cacahuete de los aperitivos. Tragué saliva, el aire quemó mi garganta y mi polla apretaba llamando a toques bajo el pantalón. Posé mi mano izquierda sobre la tela para taparme pero con el ímpetu del roce se me tensó hasta el cuello y un pequeño suspiro salió forzado entre dientes. Ella que lo vio, sonrió abiertamente, me tenía…

No pensaba en la gente, ni recordaba la hora, sólo deseaba ver más de ella, tocarla, saborearla, literalmente me relamí porque notaba la boca seca, y ella se daba cuenta.

Bajó de nuevo la mano y con sus finos dedos recorrió toda la abertura de su coño, de forma suave, abriéndolo. Pude ver desde mi mesa toda esa humedad, estaba hinchado de la excitación. Algo bajo mis pantalones también lo estaba, como si notase el efímero pensamiento mi polla dio otro golpecito al pantalón y la sujeté un poco más fuerte. Al hacerlo, otro escalofrío atravesó todo mi rabo de la base a la punta, de forma instantánea mi espalda se estiró y mi barbilla respondió sola alzándose. No apartaba la mirada, me tenía clavado en su cuerpo, en su hacer. Introdujo un dedo en su coño, adentro y afuera varias veces de forma suave y lenta. Si no hubiese disfrutado tanto al verla, podría haberla denunciado por profesional de la tortura con toda esa demora que se gastaba entre sus piernas. Por un momento pareció haber notado mi inquietud, o simplemente decidió dejarse llevar con un movimiento un poco más intenso. Mordiéndose un poco un labio, hinchó su pecho redondeado con la respiración, sin parar proseguía con su placer. Sin demasiada prisa, recreándose, otro dedo. La palma de su mano frotando el clítoris mientras sus dedos entraban y salían de aquel lugar que empezaba a resultar un oasis para mí. Y yo ahí, apretando mi polla como si fuese a salir de un momento a otro pegando voces, avisando a todo el bar de lo que me traía entre manos. Lo irónico es que cuanto más trataba de sujetarla más me excitaba y no era capaz de apartar la vista de aquella mujer arrolladora tocándose para mí, ahí en la mesa de enfrente dentro de mi bar de siempre.

No pude aguantar más, mi mano cobró vida propia y se movía sola, arriba y abajo por encima de la tela de mis chinos, casualidad o destino que llevase puestos esos pantalones tan finos. Estaba muy cachondo acariciando toda esa dureza, noté como empezaba a humedecerse la punta. A la morena pareció gustarle y me miró fijamente el paquete, luego a los ojos y asintió, ¿la muy cabrona me estaba dando permiso? ¿A qué cojones jugaba?

No importó porque ya no hubo stop. Ambos en silencio y observándonos mutuamente seguimos tocándonos hasta un final agónico y delicioso. Una corrida silenciosa, que ella limpió discretamente en una servilleta y yo... tuve que usar el abrigo para taparme.

Aún estaba recuperando mi respiración disimuladamente mientras ella colocaba su falda de vuelo, entonces un ligero rayo de sol atravesó la ventana alcanzando el corpiño rojo con encajes que lucía y qué sorpresa...seguía deslumbrándome.

Ya se encaminaba directa a la barra para pagar cuando una atracción casi gravitacional me empujó a seguirla. Toda su figura desprendía sensualidad y yo quería probarla, así que apuré mi cerveza atragantado con el vaivén de esas caderas y allá fui. Aquellos tacones ondeaban la falda a un ritmo que yo estaba deseando bailar.

Todo parecía una locura que jamás creería contada de otra boca pero no podía dejar pasar la oportunidad. Me sentía lanzado, muy dispuesto a preguntarle… ¿qué le iba a preguntar para que su respuesta fuese ese sí esperado? Tanta excitación me turbaba la mente, requería un esfuerzo por mi parte no quedarme en blanco, buscando algo interesante que decirle.

Una vez más aquella mujer me sorprendió girándose al oírme llegar, vio mis intenciones de hablarle y alargó su mano derecha posando su dedo índice sobre mis labios. El mismo dedo que usó para restallar aquella gota, oh! aquella gota se quedaría en mi memoria por mucho tiempo.

Estaba haciendo un gesto de negación con la cabeza a la vez que Tomás decía que mi cerveza estaba pagada. Su mano se deslizó por mi pecho, hasta el cinturón para darme un pequeño tirón del mismo que me acercó un paso más. Alzó ligeramente la cara hacia mi cuello y en un susurro de los que erizan la piel me dijo: acompáñame.

Guardé la cartera y salí del bar con una morena de rompe y rasga taconeando firmemente a mi lado. Nuestras manos se juntaron para guiarme varias calles, vivo cerca pero me encantaba esa sensación de que ella me hubiese escogido justo a mí y tirase de mi mano hacia donde ella quisiera.

No tenía idea de lo que me iba a encontrar pero la incertidumbre, mezclada con el asia me hacían seguir andando…ella podría llevarme al mismo infierno y allí chuparía igualmente sus pezones.

Entramos en un portal,el ascensor estaba abajo, ella entró y yo detrás, pensando que al llegar a su casa la desenvolvería como un puto regalo de cumpleaños, capa a capa hasta dejarla piel con piel. Apretó el botón del décimo piso, en el segundo yo ya estaba desesperado con el silencio y la tensión.

Soltó una carcajada y me comió la boca empujándome contra el lateral del ascensor, me abrió la camisa mientras su lengua juguetea con la mía intensamente. En ese pulso de babas y puro músculo mis manos rodearon su silueta. Llevé una mano a su nuca enganchando parte de su melena para sujetar semejante desboque y la otra mano al culo, agarrando con fuerza y apretándola más contra mí.

Al notar mi polla empalmada una sonrisa sonora salió entre ese enredo de lenguas. Nos separamos unos centímetros, puro deseo haciéndose fuego es lo que llevaba ella en esos ojos verdes, maldita! podría haberme devorado antes de llegar al octavo, y una vez más ella lo sabía.

Lamiendo su labio inferior desabrochó mi cinturón y comencé con los cordones de su corpiño. Abrió mi cremallera y metió su mano en mis calzoncillos mojados antes de que llegase al tercer engarce. Sus pechos se asomaban tras un balcón de encaje, sin dejarse ver totalmente, sólo ligeramente abultados con un canalillo de infarto tras las cuerdas.

Su mano firme en mi polla, sujetaba y apretaba un poco, podía notarla latir. Lentamente se acercó y me dio un lametón en la boca al que le siguió un mordisco en el cuello; un mordisco real, no un jugueteo tonto y suave, no, una hincada de dientes acompañada de un buen apretón en la base de mi rabo. Ahí fue cuando mi cabeza cayó hacia atrás contra el ascensor.

Recuperando cierto equilibrio extendí mi mano para separar las cuerdas del corpiño que se bajó y ¡ufff!! esos redondeados pechos con los pezones señalándome e increpando. Me abalancé sobre ellos, lamiendo, chupando, como si fuese mi última cena. Eran rosados sin embargo, con el roce de mi barba se ponían  rojos poco a poco y qué bonito color.

Soltó un jadeo y perdió algo de pie, situación que aproveché para atraparla entre la polla y la pared. Seguí devorando sus pezones y toda aquella piel suave, siguiendo con mi lengua hacia el ombligo. Al mismo tiempo, mis manos bajaron por sus caderas hasta debajo de la falda para subir la tela, por un instante el intercambio del bar volvió a mi mente y fue echarle más leña al fuego.

La tenía, suspirando, jadeando…realmente la tenía, sería mía antes de llegar a la casa.

Con un beso largo y profundo la sujeté, una de mis manos frotaba todo su coño y ella se estremecía, entonces dos de mis dedos entraron en ella, buscando ese punto rugoso y duro en su interior, me separé un poco y de mi boca salió un “quiero probarte” que la sorprendió. Sin dar tiempo a reacción alguna escondí mi cabeza bajo su falda, subí su pierna sobre mi hombro y hundí mi cara en su coño. Pasé mi lengua por toda su abertura de abajo a arriba un par de veces esparciendo todo aquel flujo mezclado con mis babas antes de meter la punta de mi lengua en su interior. Restregué toda mi boca contra ella, frotando su clítoris con mi nariz y todo su coño con mi barba. Aquella escena del bar regresaba en ráfagas fugaces a la vez que ese olor a deseo y sexo impregnaba mi nariz. Su sabor era amargo y dulce a la vez, siguieron más lametones, unas chupaditas, tragarla y besarla mientras ella sujetaba mi cabeza bajo su falda.

Mi polla se escabulló de los calzoncillos latiendo y erguida como un estandarte. Me levanté dejando su pierna alrededor de mi cadera, encaré su coño con mi rabo y me tomé mi tiempo para notar toda la humedad caliente, resbaladiza, que sujetaba y apretaba mi polla mientras iba entrando cm a cm, esa necesidad de llevarla más al fondo, hasta el final, de notar su pubis contra el mío y dejar mis huevos pegados a su piel.

Un sonoro jadeo salió de nuestras bocas, por unos segundos nos quedamos quietos, la calma en medio de la locura. La excitación y las ganas se reflejaban en nuestros ojos. Mis caderas hicieron un movimiento lento sacando mi rabo hasta la punta, volviendo a meterlo, esta vez sin freno, sin pausa…cada cm de polla entrando y resbalando por aquel agujero mojado que acariciaba cada vena de mi nabo. Y ahí, se acabó la mesura y control.

El movimiento empezó a ser más duro, más intenso y ella sujetaba mis hombros por dentro de la camisa con sus uñas clavadas como si así pudiese tener más de mí, más dentro. Yo con sus tetas rebotando frente a mis ojos preparé mi lengua para lamer un pezón y chuparlo. Seguí percutiendo sobre ella mientras el ascensor se meneaba, ella jadeaba cada vez más y más.

Su coño me estrangulaba con pulsos apretando mi polla, a la vez que su pierna hacía fuerza abrazando mis caderas. Lo estaba disfrutando tanto como yo, recibía todas mis embestidas con gusto y se movía contra mí sin perder el ritmo. Quería acariciarla entera pero debía sujetarla bien, así que seguí usando mi boca para lamer hacia su cuello, chuparla y besarla saboreando todo sin dejar de empujar una y otra vez dentro de su coño hasta lo más profundo.

Pude notar cuando su respiración se aceleró aún más, se entrecortaba, que no le faltaba mucho, Para poder verla en ese instante separé mi boca y observé su cara. La boca abierta, los ojos entrecerrados y aquellos jadeos acompasados con mis embestidas eran toda una obra de arte. Ahí estaba aquella morena preciosa con su melena revuelta a punto de correrse y eso me puso al límite, sin mucho cálculo supe que podría correrme cuando ella.

Ya estaba ahí, esa sensación imparable, ese fuego interno que te quema y arrasa por dentro mientras ella jadeaba más rápido, más fuerte y apretaba los dientes justo al correrse y con ese último apretón de su coño me mandó al infierno ida y vuelta.

Me corrí viendo como ella, desmadejada, acalorada y sudada estaba aún más sexy, si cabe, de lo que antes lo estaba.

Fin.