La desconocida del tren

Marcos realizaba su habitual trayecto a casa en tren desde el trabajo, pero ese día el viaje sería de todo menos rutinario

Marcos esperaba el tren para regresar a casa desde el trabajo como cualquier otro día del verano. Más exactamente como cualquier otro día del año, porque para su desgracia le habían sido denegadas sus vacaciones de verano, y repetiría la rutina de ir a trabajar cada día laborable durante todo Julio, Agosto y Septiembre. Tal y como ha hecho durante 18 de sus 39 años. Eso le obligaba a tener que a hacer ese viaje diario que tanto odiaba bajo el intenso sol, ese sol que puede poner a 40 grados una calle y que hace que unos vapores aún más calientes emanen del asfalto. Por fortuna para él, Marcos no tenía que vestir en verano sus habituales trajes de chaqueta y corbata con los que visita normalmente a los clientes. En esta temporada la actividad comercial se reduce enormemente y Marcos puede ir a la oficina con ropa informal, algo más fresca. Esta vez un pantalón de lino blanco muy fino le ayudaba a combatir el calor. Su vestimenta informal se completaba con una camisa gris entallada. Marcos no era un hombre musculoso, pero desde luego tampoco era alguien que descuidara su cuerpo, ya que cada día visitaba un gimnasio y hacía durante una hora gimnasia de mantenimiento.

Cuando llegó el tren tras una larga espera, Marcos tan solo podía soñar con el aire acondicionado del interior. Pero tras abrirse las puertas, sus esperanzas de frescor se desvanecieron cuando una bocanada de aire cálido y viciado salió de dentro del tren. En ese momento pensó que la vuelta a casa sería aún peor que la ida. Subió al tren y las puertas se cerraron a su espalda. Marcos se dirigió a buscar un asiento, pero no cualquier asiento. Un viaje de 50 minutos, a pesar de no tener paradas, es muy importante que no se haga largo, por lo que Marcos optaba por la mejor forma de que un viaje en tren parezca más corto, y si podía, elegía siempre un asiento donde pudiera contemplar la visión de alguna viajera que le alegrara la vista.

Él no se consideraba a si mismo un obseso sexual ni nada parecido, sino que únicamente se consideraba un hombre. Sus miradas no eran prolongadas, no eran descaradas, no eran lascivas y no tenía la mayor intención de molestar. Era tan solo una mirada ocasional y discreta, pero que se repetía a lo largo del trayecto. La gran mayoría de las mujeres ni siquiera se percataban de su presencia, y las pocas que lo hacían normalmente se arreglaban el cabello, comprobaban la corrección de su vestimenta y seguían con su viaje como si nada. Tan solo en un par de ocasiones, alguna mujer le sostuvo la mirada directamente, quizá como señal de molestia, quizá por todo lo contrario. Sin embargo él nunca llegó a averiguar el motivo, porque si llegaba ese momento, apartaba la mirada para el resto del trayecto o se ponía a leer algún documento del trabajo.

Así fue como Marcos comenzó a otear la zona de asientos del tren hasta encontrar su asiento definitivo. Era verano, mucha gente estaba de vacaciones, y el vagón iba prácticamente vacío. Tan solo se veían en su cercanía un par de obreros que hablaban sobre política, una señora mayor y dos cabezas de viajeros que él veía de espaldas. Una de esas cabezas tenía el pelo muy corto mientras que de la otra parecía colgar una cabellera morena. La decisión de dónde sentarse fue muy sencilla, teniendo en cuenta que los asientos del tren están enfrentados dos a dos.

Elegir así el asiento puede convertirse en una ruleta rusa. Cuando Marcos hacía eso podía acabar indistintamente sentado delante de una linda preciosidad escultural o enfrente de un hombre con el pelo largo. En el fondo era lo de menos. A Marcos le gustaba jugar a esa ruleta rusa, y le hacía consumir un minuto de su viaje, restándole ya tan solo 49 hasta llegar a su destino. Pero en esta ocasión, cuando se giró para sentarse enfrente de esa melena morena no pudo sentir otra sensación que la de fortuna.

Ese cabello moreno se correspondía con el de una joven de unos 30 años, quizá alguno más. Su rasgos eran afilados, labios finos, llevaba gafas de una fina montura verde y solo iba muy ligeramente maquillada, aunque con un gusto exquisito. Su cuerpo no era el de una modelo, pero eso era lo de menos, a Marcos le gustaba. Siempre había tenido predilección por los cuerpos reales, con sus pequeños michelines y sus estrías. El sabía bien lo que supone tener un cuerpo 10 y era el primero que había renunciado hace mucho a conseguirlo debido a los sacrificios que conlleva. Apreciaba las mujeres que seguían su filosofía de vida al respecto: vida sana, algo de ejercicio, pero nunca sin dejar de vivir,  y sobre todo, nunca desviviendose por un inalcanzable cuerpo perfecto.

Su compañera de viaje cumplía estas características y a Marcos le encantaba. Pero sin duda lo que más le gustaba era el vestido verde que llevaba. Corto, muy veraniego, con un poquito de vuelo, a mitad de muslo, y listo para imaginar. Le tapaba los hombros, pero hacía un bonito escote circular que sin llegar a ser provocativo, dejaba al descubierto todo el cuello y un bonito colgante con una piedra azul. Unas sandalias de esparto completaban la vestimenta.

Si ya la temperatura de Marcos era alta, esta se multiplicó cuando dió un detallado repaso al cuerpo femenino que tenía delante. Un cuerpo que tampoco era invulnerable al agobiante calor y que también parecía visiblemente acalorado. Marcos sabía que en ese momento estaba mirando realmente con descaro, pero la situación era excepcional. En el fondo sabía que no solo se estaba ganando una mirada despectiva, sino posiblemente también un tortazo y un pañuelo para limpiarse la baba. Pero por fortuna para él, su acompañante se encontraba inmersa en la lectura de un libro que parecía devorar con avidez. A Marcos, un hombre curioso por naturaleza le habría encantado saber qué libro era, pero la portada y contraportada estaban ocultas por una tosca envoltura hecha con el papel de un periódico gratuito que regalaban en las estaciones de tren. No obstante no era algo que preocupara a Marcos demasiado, ya que mantenía a su diosa concentrada en la lectura mientras él contemplaba como una primera gota de sudor se formaba en su pómulo izquierdo, bajaba por su cuello, y acelerando, se perdía por dentro de su escote con un destino que Marcos no pudo precisar, pero al que seguro le hubiera encantado ir en ese momento.

En pleno deleite visual de Marcos, ella levantó la vista hacia él, pero años de experiencia practicando este juego le permitieron rápidamente fijar la vista en otro sitio y parecer un pobre hombre aburrido de mirada perdida. O quizá no fue tan rápido. No obstante daba igual, ella no parecía haberse molestado y volvía a leer con avidez las páginas de su libro. Tras el susto, Marcos fijó la vista en el suelo, como quien mira sin demasiado interés una colilla tirada y comenzó muy despacio a girar la cabeza en dirección a los pies de esa mujer que le estaba comenzando a excitar. Normalmente no llegaba a ese estado nunca en el tren, pero esta vez era diferente. Quizá por el calor, quizá por el vestido que tanto dejaba al aire, pero Marcos sentía que no podía dejar de mirar.

Sus ojos comenzaron un nuevo viaje que comenzó por los pies para continuar muy despacio por esas interminables piernas sudorosas. Ese sudor les daba un brillo fantástico y ocasionalmente una nueva gota se formaba a la altura de los muslos y caía con velocidad hacia los pies. A esto ayudaba el movimiento de vaivén que ella comenzó a hacer con las piernas. Sus rodillas se separaban y juntaban con un ritmo uniforme. No era muy rápido y no era muy lento, pero nunca cesaba. Marcos gozaba viendo esas piernas en movimiento. Primero se centró en las rodillas pero no tardó en percatarse de que cada vaivén dejaba a la vista un objetivo mucho más apetitoso como era la cara interna de sus muslos.

Marcos levantó momentáneamente la mirada, pero ella seguía centrada en su lectura por lo que volvió a su quehacer, que no era otro que disfrutar con sus ojos. Cada vez que ella abría las piernas, bajo el vestido se podía ver un poco más allá de lo normal, y a la vez la excitación de Marcos iba un poco más allá de lo que nunca antes había ido antes en un tren. Tras una nueva mirada rutinaria a los ojos para comprobar que no había sido descubierto, Marcos resbaló ligeramente sobre el asiento con la apariencia de estar poniéndose más cómodo, pero con el único fin de que la posición más baja de sus ojos le proporcionara una visión más profunda bajo el vestido.

Cada vez que ella abría la piernas, él veía un poquito más allá, y este juego cada vez le gustaba más y más. Sin embargo su sorpresa fue mayúscula cuando llegó a ver más de lo que esperaba. Cuando ella en su movimiento abrió las piernas ligeramente más de lo que antes lo hacía, Marcos se sintió el hombre más afortunado del mundo. Donde debería estar la ropa interior, simplemente no había nada. Una mirada, piernas cerradas. Segunda mirada, piernas cerradas. A la tercera mirada Marcos tuvo la certeza absoluta de que su acompañante no llevaba ropa interior y estaba dejando al descubierto sus partes más íntimas.

Marcos pudo comprobar como ella iba completamente depilada, dejando ver ligeramente la raja perfecta de su sexo que centraba en ese momento todo su deseo. Según la vio se imaginó a sí mismo de rodillas frente a esa desconocida abierta de piernas y lamiendo ese tesoro que acababa de descubrir. Esto solo estaba pasando en su mente, pero sin embargo su miembro debía estar viviendolo porque se alzó erecto mostrando una rabia incontenible por salir de ese boxer que era su prisión. Ahora si que Marcos se sentía realmente excitado.

De repente, de manera inesperada, ella cesó el movimiento y cerró sus piernas de golpe y las cruzó. Con una voz imperativamente sensual se dirigió a Marcos.

  • Fin de mi show. Ahora me toca a mi mirar. Vamos, sácatela.

La sorpresa de Marcos fue mayúscula. Entre todas las cosas que una mujer creía que podría decirle en una situación como esa, nunca se imaginó algo así. En los siguientes tres segundos pasaron por su cabeza tantas cosas como suelen pasar en tres horas. Primero intentó recomponer su rostro, después hacerse el despistado, como si lo que su acompañante dijo no fuera con él. Evidentemente sabía que era absurdo. Después su mente quedó en blanco y por último hizo lo inevitable. Con unos nervios de adolescente, desabrochó el cinturón de su pantalón. Intentó ridículamente hacerlo de una manera sensual, con más interés que eficacia, porque quedaba bastante claro que los nervios dificultaban sus movimientos. Sin embargo, su mirona personal, aunque tenía un rostro divertido por la situación, se veía claramente interesada en lo que pudiera aparecer bajo esos pantalones. Miraba fijamente al paquete de Marcos, y sólo apartó momentáneamente la vista para centrarla en los ojos nerviosos que tenía enfrente.

Mientras ella miraba como se abría el botón del pantalón y la cremallera caía, se mordía el labio inferior. Estaba visiblemente excitada y ese simple gesto dió a Marcos la confianza necesaria para empezar a dejar atrás ese nerviosismo y empezar a disfrutar realmente la situación. Al caer el pantalón, quedó a la vista un bóxer azul de lycra que aprisionaba el miembro en erección de Marcos. Su tamaño no destacaba por la longitud, que era más o menos normal, pero si era excepcionalmente ancho. Una erección perfecta, que hacía que se marcara cada pliegue de su polla en la fina ropa interior. Su estaca miraba hacia la izquierda y el glande aparecía perfectamente definido.

Siguieron unos instantes de indecisión en los que Marcos realmente no sabía qué hacer, o al menos así obraba, porque estaba bastante claro. Con los pantalones por los tobillos buscaba la mirada de su acompañante en busca de instrucciones, pero esta no le encontraba, ya que se había dirigido a un objetivo más apetecible. Entonces, tras unos interminables segundos por fin ella dijo:

  • ¿Tengo que insistir o prefieres que me cambie de asiento?

Entonces Marcos volvió en sí de repente. Con movimientos rápidos y nerviosos levantó ligeramente el trasero del asiento y bajó su bóxer hasta hacer compañía en los tobillos a su pantalón de lino. Y entre sus piernas apareció su polla, dura, generosa, con el glande bien hinchado y con una gotita de excitación comenzando a manar. A la desconocida mirona le gustó lo que veía y así se lo hizo saber a Marcos, con un gesto de aprobación, sin mediar más palabra que la que transmite un suspiro. Había llevado uno de sus dedos a su boca, donde lo chupeteaba y mordisqueaba, y su mirada era decididamente traviesa. Su otra mano se dirigió a su pecho, donde por fuera del vestido se acariciaba despacio.

Marcos no quiso impacientarla más aunque realmente tampoco podía. La excitación era la dueña de sus actos y esta le ordenaba que se masturbara. Ahora si agarró su miembro con gesto decidido y comenzó a acariciarse arriba y abajo. Empezó a hacerlo despacio, sin dejar de mirar como la viajera masajeaba su pecho izquierdo y emanaba una mezcla de sudor y excitación por todos los poros de su cuerpos.

La situación le estaba empezando a gustar, y el nerviosismo a desaparecer. Marcos se agarraba el miembro bien fuerte y subía y bajaba su mano, acompasado con algún gemido ocasional que se escapaba de su boca. Cada vez se sentía más cómodo observando a su mirona. Ella también gemía ligeramente. Chupaba su dedo. Y aunque no podía ver más allá de lo que dejaba el vestido al descubierto, ahora ya correctamente colocado, ese cuerpo femenino tan excitado le manejaba a su antojo.

Marcos se sintió impaciente y quiso subir el nivel de la situación. No podía dejar de pensar en ese sexo depilado que pudo tan claramente ver durante un solo instante. Mientras se pajeaba, cada vez más frenéticamente, su mente se sumía en esos labios externos que pudo distinguir momentos atras. Se imaginaba como ahora mismo debían estar empapados de un sudor y placer que resbalaba por ellos hasta mojar su agujero trasero. Marcos no podía dejar de imaginarlo, pero pensó que era mucho mejor verlo. Así que mientras se masturbaba, ya con velocidad, con la otra mano intentó deshacer el cruce de piernas de su acompañante, esperando que ella simplemente reaccionara a su gesto sabiendo lo que tenía que hacer. Pero las piernas no se movieron ni un centímetro de su posición y Marcos se llevó un manotazo mientras su mirona decía con voz divertida:

  • No lo estropees… Anda sigue.

Pero Marcos paró en seco. Toda la confianza adquirida se desvaneció en un segundo y los nervios volvieron a aparecer. - Cómo habré sido tan tonto - se repetía una y otra vez, con la convicción de que ese momento inolvidable se acababa de desvanecer. Marcos se encontraba petrificado, sin saber qué decir o hacer, y con una polla en su mano inmovil, que ya había dejado de estar tan erecta.

Pero ella parecía no estar dispuesta que eso acabara así. Miró a los ojos de Marcos y sin llegar a apartarle la mirada se inclinó hacia él. Lo hizo muy despacio hasta quedar su boca a escasos centímetros de la polla, que con solo ese gesto había parecido recobrar la vida. La miró bien de cerca, volvió a mirar a Marcos a los ojos esbozando una sonrisa, y miró de nuevo al miembro sobre el cual tenía bajo control absoluto. Entonces de sus labios brotó un hilo de saliva que cayó directamente sobre el glande de Marcos. Una desconocida le estaba escupiendo en la polla y eso le hizo recobrar su momento de máxima excitación. Ella siguió soltando saliva hasta dejarle el miembro y la mano que lo sujetaba empapados. La saliva resbaló por los huevos de Marcos hasta perderse en el asiento. Ella se incorporó y solo dijo:

  • Sigue

Y Marcos obedeció. Abrió su mano para que la saliva mojara la parte del miembro que tenía atrapada, y cuando tuvo la polla bien mojada, la volvió a cerrar. Suspiró profundamente y comenzó a masturbarse de nuevo muy despacio. Su acompañante ocasional sonrió y volvió a masajear su pecho con la mano izquierda, mientras que con un dedo de la mano derecha recorría el ancho de sus labios y coqueteaba con la punta de su lengua.

Marcos comprendió que tenía un solo cometido en toda esta escena, que era disfrutar mientras era devorado con la mirada por una desconocida. Iba a ser un aburrido y rutinario viaje en tren, así que desde ese punto de vista, la situación era inmejorable. Aumentó la presión sobre su miembro y comenzó a movérsela más deprisa. Ahora sí, con fuerza y decisión. Disfrutando del momento. Con la mirada fija en su extraña compañera de viaje, en su piel sudorosa y sus manos juguetonas.

Los gemidos de Marcos comenzaban a escucharse cada vez más fuertemente. No sabía si alguien podía escucharlos porque iba poca gente en el tren, pero realmente le daba igual. Junto a los gemidos solo se escuchaba el chapoteo de la saliva en el movimiento de la mano sobre el miembro. Estos sonidos parecían excitarla mucho más a ella, que ya había metido una mano por el escote de su vestido, y daba la sensación de que pellizcaba uno de sus pezones.

Marcos estaba a punto de llegar al orgasmo. Era ya visible en su rostro desencajado, en sus gemidos intensos y en el movimiento acelerado de su mano. Él era consciente y estaba loco por correrse. Se le pasó por la cabeza momentáneamente la idea de que se iba a poner perdido de semen y que tendría que ir andando a casa de esa manera al bajarse del tren. Poco le importó, porque fue un pensamiento que le duró en la cabeza lo mismo que uno de sus suspiros.

Ella miraba, le gustaba lo que veía y dominaba claramente la situación. Y en el momento que era evidente que Marcos iba a estallar, se remangó el vestido por la cintura y abrió sus piernas con un movimiento rápido, dejando a la vista su coño perfectamente depilado desde el que una gota de placer comenzaba a manar. Entonces solo dijo con voz baja, casi susurrante:

  • Échamelo.

Para Marcos este fue el detonante definitivo de su explosión. Ya no podía aguantarlo más, ni quería hacerlo. Mientras su mirada quedaba fija en esa húmeda entrepierna, se levantó ligeramente para inclinarse hacia adelante y apuntar con su polla justo al centro del espectáculo que tenía frente a él. En ese instante, sus ojos se volvieron hacia arriba, los cerró y el mundo a su alrededor pareció desaparecer, solo notando la mano de su acompañante que le acariciaba el pelo y decía:

  • Vamos.

Ese susurro le devolvió a la realidad, abrió los ojos y estalló en un violento gemido, seguido de un disparo de semen que impactó en el muslo izquierdo de la viajera. Bajó su mano hasta la base de su miembro, como quien carga un arma, y con fuerza lo adelantó de nuevo hasta el glande acompañando a un segundo disparo de esperma que salió propulsado con fuerza hasta llegar a algún lugar de la ingle. Ella miraba con ojos lascivos, dejando escapar un gemido mientras notaba el semen caliente al contacto con su piel. Hubo una tercera descarga acompañada de una convulsión, como si Marcos quisiera vaciarse de leche y estuviera haciendo su último esfuerzo. Esta salió con menos fuerza y cayó sobre las piernas, por encima de la rodilla. En ese momento Marcos sintió que no podía mantener el peso de su cuerpo y cayó hacia adelante, apoyándose en el asiento que ocupaba la dueña de su placer. Una últimas gotas de semen, ya sin fuerza, salieron de su glande y cayeron directamente sobre el pantalón que reposaba a la altura de los tobillos. Por la expresión de ella, Marcos pudo saber que la imagen de su polla goteando le estaba gustando mucho.

Pasaron así unos segundos hasta que Marcos se echó hacia atrás y se sentó de nuevo, recostandose en un gesto de satisfacción. Ella sonrió y quedaron así durante unos instantes que Marcos hubiera deseado que fueran eternos. Él con los pantalones por los tobillos y  su miembro semierecto con gotas de semen alrededor. Ella con el vestido remangado y sus muslos y piernas bañadas en la leche de Marcos. Los chorros blanquecinos comenzaban a ceder ante la gravedad y poco a poco resbalaban pierna abajo, dejando una estela brillante.

Siguieron así hasta que en un momento determinado ella dió por terminada la sesión. Sonrió una vez más, se levantó y se colocó correctamente el vestido. Dedicó una última mirada a Marcos, que pudo adivinar una cara que decía que aquello le había gustado mucho. Sin embargo no salió palabra alguna de su boca. Marcos comprendió que quizá no hacía falta.

La desconocida comenzó a andar alejándose del lugar de los hechos bajo la mirada de Marcos, que seguía bajo el hechizo de aquella mujer con la que había sentido tanto placer de manera tan extraña. Se detuvo tras tan solo dos pasos para recolocarse alguna parte del vestido que no había quedado a su gusto, y Marcos pudo ver como el semen continuaba su recorrido pierna abajo, sobrepasando ya la ropa, y llegando a la altura de la rodilla de la pierna izquierda. Tras un instante y sin volverse en ningún momento, ella continuó su camino, abrió la puerta del vagón contiguo y desapareció en él.

A Marcos se le pasaron muchas cosas por la cabeza. ¿Debía ir tras ella? ¿Pedirle su número de teléfono? ¿Invitarla a tomar un café? Pero pronto entendió que era evidente que si ella hubiera querido que el encuentro no acabara ahí, se lo habría hecho saber, igual que le hizo saber que quería todo su esperma en sus muslos. Y con tan solo pensar en ello de nuevo, en esa visión que tan poco duró pero tanto le excitó, Marcos decidió que los últimos 10 minutos de viaje que le quedaban los iba a aprovechar. Había sido una experiencia demasiado intensa para él, las imágenes se sucedían en su cabeza rememorando lo que acaba de vivir, y los pantalones ya los tenía por los tobillos…