La depresión de mi madre 2
Un año después, mi madre ha rehecho su vida junto a Hilario, su jefe y ahora también prometido. Todo parece ir sobre ruedas y ni siquiera la presencia de Gonzalo parece ser capaz de alterar la situación. ¿O tal vez sí?
Nota del autor: Hola, este relato es la segunda y última parte de la historia. Si no habéis leído la primera parte, recomiendo que no leáis ésta. No repito descripciones físicas y hago referencia a hechos ocurridos en el anterior relato, por lo que es imprescindible haber leído la primera parte para comprender la historia. Podéis encontrarla en mi perfil.
Ha pasado ya más de un año desde aquel verano. Aquel verano que cambió mi vida. Aquel verano en el que había visto como mi amigo Gonzalo sacaba a la luz el que, por aquel entonces, creía que era el lado más guarro de mi madre. Sí, estoy diciendo que esa creencia pertenece al pasado.
Como ya dije en el cierre del anterior relato, mi madre, Ana, rehízo su vida. La tórrida aventura que vivió con Gonzalo fue un punto de inflexión y ella volvió a ser la alegre, presumida y divertida mujer que siempre había sido. La vuelta al gimnasio le permitió rescatar del fondo del armario sus minifaldas, vestidos ajustados y demás prendas provocadoras. Se sabía explosiva y volvía a sentirse muy segura de si misma.
Lógicamente, todo el mundo se la rifaba. Una joven y bella viuda decidida a pasar página es un plato apetecible para cualquiera. Yo sabía que no tardaría en caer en los brazos de algún pretendiente y, de hecho, así fue. Apenas llevábamos unas semanas de vuelta en Madrid cuando empezó a salir con Hilario, su jefe.
Era un hombre al que yo conocía bastante, pues yo tenía clases de guitarra al lado del edificio donde trabajaba mi madre, y siempre me pasaba por su despacho cuando ella salía de trabajar para que me llevase en coche de vuelta a casa. La verdad es que me sorprendió que, de entre todos sus pretendientes, ella se quedase con él. Hilario llevaba muchos años prendado de mi madre. Incluso cuando vivía mi padre, yo había observado como él la miraba con deseo. Pero no era la mirada de deseo lascivo que veía en otros hombres, su mirada reflejaba un sincero interés romántico. Él deseaba a mi madre como esposa; se veía a leguas que estaba profundamente enamorado. Mi madre, por su parte, nunca había mostrado señales de corresponder ese sentimiento. Yo había presenciado en más de una ocasión como ella desechaba con simpática y amable cortesía las tímidas y torpes indirectas de su jefe. Es por eso que me llevé una sorpresa el día que me contó que había empezado a salir con él.
No puedo decir que fuese una sorpresa desagradable. De hecho, me alegré al saber que pasaba página completamente y empezaba una relación seria con otro hombre. Además, ya no tenía que preocuparme por si seguía sintiendo algo por Gonzalo. Es sólo que me pareció raro al principio. Hilario, siete años mayor que mi madre, es un hombre muy corriente que pasa fácilmente desapercibido. Eso choca al lado de mi madre, que, como ya sabéis, es muy guapa y tiene mucho salero. No es que él sea feo o un muermo, pero no dejaba de ser un poco... soso. Es buena persona y yo siempre me he llevado bien con él, pero jamás me hubiese imaginado que a mi madre le fuese a gustar como pareja; y más aún teniendo en cuenta que mi madre llevaba mucho tiempo pasando de él.
En cualquier caso, la cosa iba en serio. A las dos semanas de noviazgo, ella anunció que estaba embarazada. A ambos les pilló por sorpresa, pero les ilusionó la idea de tener un hijo. Me pareció muy precipitado, ya que medio mes de relación sentimental no te da el tiempo necesario para que puedas determinar si estás con la persona adecuada para tener un hijo, por muchos años que hayáis compartido en el trabajo. Ellos, sin embargo, lo tenían claro: eran felices, se querían y deseaban ser los padres de esa criatura.
Desde luego, el paso de los meses parecía darles la razón. La relación entre ellos se consolidó. Programaron casarse en otoño del año siguiente y, tras las Navidades, empezamos a vivir juntos en casa de Hilario. La convivencia era buena entre los tres, y el nacimiento del pequeño Fran a principios de Mayo no hizo más que mejorarla. El embarazo fue de maravilla, pero al final el bebé se impacientó y mi madre dio a luz un mes antes de lo que esperábamos. A pesar de ser prematuro, se le veía sano y grandote. Pensábamos que al tener tantas prisas por nacer iba a ser un torbellino, pero no; mi hermanito era un trozo de pan. Dormía la noche de un tirón y lloraba poco. Una gozada.
Llegaron las vacaciones de verano y, como de costumbre, decidimos irnos al piso que teníamos en la costa. Sin embargo, este año planificamos las vacaciones de forma un poco distinta. Mi madre todavía tenía varias semanas de baja por maternidad pendiente, por lo que no tenía que volver el 15 de agosto al trabajo. Hilario sugirió que nos fuésemos los tres juntos durante la primera quincena de agosto, y que luego nos quedásemos mi madre y yo hasta el final de mes mientras él trabajaba en Madrid. Ella, en un principio, se mostró reticente ante la idea de pasar dos semanas separada de su futuro marido pero, ante la insistencia de Hilario y, teniendo en cuenta que Fran no daba guerra y que yo me quedaba para ayudarla en cualquier cosa que necesitase con el niño, acabó aceptando.
Y así las cosas, el 1 de agosto cogimos el autobús hacia la costa. Nos esperaba el sol, la playa, el mar... y, por supuesto, Gonzalo. Yo había estado hablando con él por whatsapp desde hacía varias semanas. Habíamos quedado en dejar atrás lo ocurrido el verano anterior. Ya que la situación de mi madre se había normalizado, la relación de amistad entre él y yo también debía normalizarse. Es posible que las cosas no se hubiesen hecho de una manera que nos hubiese dejado a todos contentos, pero al final mi madre había rehecho su vida, y eso era lo único que importaba. Lo que pasó, pasó. Y punto.
Aun así, no puedo negar que me resultó difícil volver a verle. Fue un reencuentro bastante frío. Apretón de mano y algún que otro comentario banal sobre el tiempo, la universidad y la familia. Para mi sorpresa, el saludo entre él y mi madre fue mucho más natural. Ella le dio dos besos y le mostró la mejor de sus sonrisas, y el le correspondió el saludo con alegría. Hilario, ajeno a lo había pasado un año atrás, jamás habría sospechado nada raro.
Tampoco lo hubiesen sospechado los padres de Gonzalo, si hubiesen estado allí. Este año la madre de mi amigo cumplía sesenta, y el padre le había regalado un viaje de treinta días por China y Japón. Esta vez Gonzalo estaba solo durante prácticamente todo el mes de agosto.
A pesar de lo incómodo que me resultó el reencuentro con Gonzalo, pronto se normalizó nuestra relación. No tardamos en volver a hacer el gamba como en otras ocasiones. Retomamos nuestras bromas y nuestros piques para ver quien nadaba más rápido, buceaba más profundo, o aguantaba más tiempo sumergido bajo el agua. En nuestra tercera noche ahí, Gonzalo me propuso salir a una discoteca. Yo acepté animado ante la perspectiva de rememorar las divertidas salidas nocturnas que habíamos compartido en años anteriores.
La noche, desde luego, colmó mis expectativas. Gonzalo seguía siendo una máquina de seducción. Cuando entramos en la discoteca, dimos una vuelta al local y ya había fichado a diez o doce chicas.
- Primero probamos con esas dos rubias de ahí – dijo señalando a dos espectaculares pivones que estaban perreando en la pista de baile – y si no va la cosa, pues con esas dos – señaló dos imponentes morenas que había en la barra – y si no pues, con las de ahí – movió la cabeza en dirección de otras dos chicas monumentales – pero, la rubia para mi, ¡eh!
Gonzalo siguió trazando la que debíamos seguir. Listaba una pareja de chicas tras otra: Plan B, Plan C, Plan D... en cinco minutos ahí dentro ya había localizado a todas las buenorras de la discoteca y las había jerarquizado según sus gustos.
En realidad era una pérdida de tiempo. Al cabrón no se le escapaba ninguna. Parecerá una exageración, pero el tío es así... yo nunca he visto a nadie que se aproxime a sus niveles de éxito. Por supuesto, no hubo sorpresas con las dos chicas rubias del plan A; Gonzalo sólo necesitó unos minutos para que cayesen.
Para mí era una bendición estar a su lado. Sólo tenía que seguirle el juego y me llevaba la chica que descartaba mi amigo. A mí me daba igual quedarme con sus migajas... él buscaba a las tías buenas de dos en dos, por lo cual la que quedaba para mí seguía siendo una chica de lo más cañón. La de esa noche, Paula, era una belleza de esas tipo sueca. Rubia de ojos azules y pechugona. Ya os dije que en Madrid ligaba más o menos lo que un tío normal, pero del nivel de Paula había pescado muy pocas.
Y, ¿sabéis que es lo mejor de todo? Que me la tiré. Como no estaban los padres de Gonzalo, este verano teníamos un piso libre para follar. Mi amigo se llevó a su conquista a la habitación de sus padres, y yo me quedé con Paula en el salón. Ella fue la primera chica que me hizo una cubana. Jamás olvidaré esa maravillosa sensación de tener mi polla entre sus dos tetazas, ni la espectacular mamada que sus labios de porcelana me regalaron después. No aguanté mucho, pero tampoco tardé en recargar las pilas y echamos un par de polvos que me subieron la moral para todo el año.
Esa primera semana fue una pasada. Todo iba sobre ruedas. Gonzalo y yo nos lo pasábamos bomba en la playa durante el día, y las noches que salíamos juntos siempre acababan con dos chicas en su piso. Mi madre e Hilario también estaban disfrutando de sus vacaciones. Pasaban el día en a playa jugando con su hijo de tres meses, y luego salían a pasear por el pueblo y a cenar por ahí. A medio día comíamos todos juntos y la verdad es que había muy buen rollo.
Sin embargo, la actitud de Gonzalo hacia mi madre no tardó en cambiar radicalmente. No entendía porqué, pero después de nuestra primera semana ahí, su trato con ella pasó a ser mucho más cortante. Él la evitaba, respondía con monosílabos a sus preguntas y reaccionaba a sus bromas con falsas y forzadas sonrisas. Hilario no pareció darse cuenta, pero mi madre desde luego que sí. Ella estaba descolocada. Era obvio que él no se estaba comportando con normalidad, y eso le tenía agitada. Por sus gestos podía intuir que se estaba preguntando si estaba enfadado con ella. Su mirada denotaba confusión y ¿culpa?. Sí, creo que era culpa; parecía estar dudando de si había hecho algo que pudiese haberle molestado... puede que incluso estuviese pensando que, después de lo ocurrido durante el estío pasado, él sentía algo por ella y que la presencia de Hilario le tenía celoso.
Pero no era el caso. Mi madre igual no lo sabía, pero yo tenía muy claro que Gonzalo no estaba enamorado de mi madre. ¿Por qué? Pues porque el tío seguía devorando a toda chica que se le pusiese por delante.
Aun así, a los pocos días, también cambió algo en la actitud que tenía con sus ligues. Las seducía con el mismo repertorio de encantos y palabrería de siempre, pero daba la sensación de tener más prisa por ir al grano. A él siempre le había gustado jugar con sus presas en la discoteca durante horas antes de llevárselas al picadero, pero ya no era el caso. Si entrábamos a la discoteca a media noche y él cazaba a una en menos de media hora, a las dos ya estábamos de vuelta en su piso.
Pero era precisamente al volver al piso cuando los cambios se hacían más evidentes. Concretamente, se notaban más cuando follaba. Recuerdo la primera noche que fui testigo de ese cambio. Estaba yo en el salón, metiéndole mano a mi chica, cuando unos gritos nos interrumpieron. Venían de la habitación de los padres de Gonzalo. Eran gritos de placer.
- ¡Sí!, ¡sí!, ¡sí! – bramaba la morenaza que había conquistado mi amigo – ¡fóllame, así!
El volumen de los gritos era exorbitante. Tan exorbitante que nos cortó el rollo. Laura, que así se llamaba la chavala que estaba conmigo, se llevó el dedo índice a los labios y me sugirió con la mirada que nos asomásemos sigilosamente a ver lo que estaban haciendo. La escena que nos encontramos fue tremenda. La chica estaba a cuatro patas sobre la cama. Gonzalo le tiraba del pelo hacia atrás mientras le taladraba el coño desde la posición del perrito.
- No te oigo, zorra – le increpaba mi amigo en su tono más sádico.
- ¡Fóllame!, ¡fóllame! – gritaba.
- ¡Más alto! – le exigía, autoritario – ¡gritalo con ganas o paro ahora mismo!
- ¡FÓLLAME! – chillaba con todas sus fuerzas.
- ¡Dí mi nombre, y pídemelo!
- ¡POR FAVOR, NO PARES DE FOLLARME, GONZALO!
Jamás había visto a mi amigo comportarse así. Era como si estuviese descargando toda su mala hostia en esa chica. La chica no paraba de gemir, jadear y gritar. Podía ver el goteo de sus jugos vaginales... se estaba corriendo como una perra en celo. Sus brazos flaqueaban, pero la inclemente mano de Gonzalo tiraba de su melena para evitar que cayese desplomada.
Él seguía reventando su vulva sin compasión. El ritmo del coito era endiablado, y la penetración era tan profunda que el glande debía llegar hasta las puertas del útero. Laura se quitó el tanga y llevó mi dedo hasta su intimidad, que estaba chorreando. Al sentir la calidez de su néctar, mi verga terminó de endurecerse bajo mi pantalón. Me despojé de la prenda con la mano que tenía libre, y excarcelé mi erección. La mano de Laura se enroscó entorno a mi polla y comenzamos a masturbarnos el uno al otro mientras contemplábamos el espectáculo de porno en directo que nos estaban brindando nuestros amigos.
Él seguía embistiéndola con vehemencia, provocando que ella se corriese una y otra vez. Como si de
La Cabalgata de las Valquirias
se tratase, la orgásmica música de los gritos y gemidos de la chica iba in crescendo, estimulando a Gonzalo, que la follaba con más y más rabia a cada segundo que pasaba. Laura y yo también acelerámos nuestros movimientos. Nos miramos el uno al otro. Estábamos a punto.
Escuché como Gonzalo bufaba de puro gusto. Oí a su pareja soltar un alarido de placer. Sentí como mis dedos se empapaban de fluidos vaginales. Todo esto ocurría en el mismo instante en que mi mente se perdía en éxtasis y yo comenzaba a disparar un potente chorro de semen. Fue un irrepetible orgasmo a cuatro bandas.
Besé a Laura y me la llevé al salón, antes de que nos pudieran descubrir. Seguíamos con un calentón tremendo y echamos un polvo en el sofá. Esta vez no sólo no nos cortó el rollo el ruido que venía de la habitación que había al otro lado del pasillo, sino que nos estimuló más. Me la tiré dos veces más esa noche... fue una de las mejores sesiones de sexo de toda mi vida, aunque nunca dejará de carcomerme la sospecha de que Laura fantaseaba con estar en el lugar de su amiga mientras yo me la follaba. Bueno, qué más da, yo disfruté como si hubiese salido de la cárcel tras veinte años de reclusión.
Esa fue la primera noche en la que que Gonzalo se comportó de esa manera, pero no fue la última. Mi paga no daba para tanto, pero él se podía permitir salir todas las noches a la discoteca, y siempre se volvía con alguna chica. Se las follaba con la misma dureza que a la morena de aquella noche. ¿Cómo lo sabía si no estaba yo allí? Pues porque las paredes del edificio son finas. Él hacía que gritasen con todas sus fuerzas... les obligaba a decir su nombre y a suplicar ser folladas. Se había vuelto un sádico dominante. Recuerdo incluso haber oído como una de sus pobres víctimas salía llorando de su piso. Yo lo podía escuchar todo desde mi habitación. Yo, y seguro que todo el vecindario también.
Lo que no entendía era el porqué de esa actitud tan violenta. Cuando él echaba un polvo, sus ojos ardían de rabia. Reflejaban ira. Daba la impresión de que la brutalidad de sus acciones eran producto de un mayúsculo enfado. Pero, ¿por qué estaba enfadado?.
Durante la mayor parte del día, la actitud de mi amigo era normal. Como ya dije antes, sólo cambiaba sus formas cuando mi madre le abordaba. ¿Sería verdad que estaba enfadado con ella?. No se me ocurría nada que pudiese justificar ese hipotético enfado. Si estuviese enamorado de ella, no tendría sentido que se liase con otras. La teoría de los celos no se sustentaba, pues él se había mostrado normal ante ella durante nuestra primera semana ahí. No podía ser la presencia de Hilario lo que le cabreaba... algo tenía que haber hecho mi madre. La pregunta era ¿el qué?.
Ella tampoco entendía nada. Yo la veía cada día más turbada por la conducta de mi amigo. Noté como le miraba desde la distancia, preguntándose que habría hecho para molestarle. Era una mirada analítica, y cada vez más obsesiva, que se interrumpía bruscamente cuando él se giraba al percatarse de que estaba siendo observado. Imagino que ella no se atrevía a abordar el tema directamente con él. Si todo esto resultaba estar relacionado con lo que pasó el año pasado, hablar del asunto sería incómodo con Hilario de por medio y sólo complicaría más las cosas. Por mi parte, yo también opté por no meterme. Con los acontecimientos del verano pasado en mente, de lo último que quería hablar con Gonzalo era de su relación con mi madre.
El que yo dejase las cosas estar, no quita el hecho de que la situación no me agradaba. Estaba desconcertado por el inexplicable comportamiento de mi amigo, pero mucho más por lo absorta que estaba mi madre. A ella esto le estaba afectando más y más. Aun sin acercarse a él, estaba demasiado pendiente de Gonzalo. Eso era lo que me mosqueaba... ese interés en él, me hizo recordar viejos fantasmas. Obviamente la situación no tenía nada que ver con la del anterior verano, pues esta vez mi madre estaba comprometida con otro hombre y, además, Gonzalo no mostraba interés en ella. Sin embargo, la experiencia vivida doce meses atrás dejó huella en mí y el trauma seguía presente...
Cuando llegamos al ecuador del mes, Hilario partió de vuelta hacia Madrid. Recuerdo lo preocupantemente insulsa que fue la despedida que le dio su prometida en la estación de autobuses. Ella estaba tan abstraída que tuvo que ser él quien tomara la iniciativa y le diese un beso de despedida, para conseguir que reaccionase con un titubeante “te quiero”.
Cuando volvimos a casa, me puse a ver la tele. Estaban poniendo una película bastante buena en la que Al Pacino hace de ciego, cuando de repente sonó el timbre de la puerta el piso. Antes de que pudiera levantarme, mi madre se me adelantó y abrió la puerta.
- Hola – escuche una voz de una chica, que me sonaba familiar.
- Hola – contestó mi madre
- Soy una amiga de Gonzalo – la voz me sonaba mucho y decidí levantarme a ver quien era – y quería pedirte un mechero para encender la cocina – ahora la veía, era una chica pelirroja muy guapa a la que mi amigo se había tirado la semana anterior – es que vamos a hacer pasta para cenar, y el suyo se ha quedado sin gas.
- Vale, un momento.
Mi madre se dirigió a la cocina para coger el mechero. Ella me vio y, acordándose de mí, me saludó con una educada sonrisa. Yo se la devolví. Mi madre regresó con el mechero.
- Aquí tienes – mi madre se lo entregó.
- Gracias – contestó la chica – ahora te lo devolvemos.
- No hay prisa, hoy no voy a cocinar.
- Vale, ¡hasta luego!
- Adiós.
Mi madre cerró la puerta. Tomó aire y apoyó su cabeza contra la pared, pensativa. Imagino que estaría dándole vueltas a la actitud de Gonzalo. Seguramente se preguntaba porque no había ido él directamente a pedirle el mechero. Siempre que el quería algo venía a pedirlo en persona. ¿Había enviado a la chica para evitar encontrarse con ella?. ¿Hasta tal punto quería evitarla?. ¿Por qué?.
La chica no devolvió el mechero hasta pasada la media noche. Cuando mi madre abrió la puerta, se la encontró envuelta en un albornoz. Daba la impresión de que era la única prenda que evitaba su desnudez.
- ¡Gracias! – le devolvió el objeto.
- No hay de que...
- ¡Hasta luego!
Mi madre cerró la puerta sin contestar. Cosa llamativa en una mujer que cuidaba mucho sus modales.
- Son las doce y media – mi madre me miró – ¿te parece normal llamar al timbre a estas horas?
- Bueno, Gonzalo sabe que nos acostamos tarde...
- Ya, pero a estas horas no se viene a molestar – mi madre dijo con rabia – si estuviésemos cansados nos podríamos haber ido a dormir.
- …
- Y la desvergonzada ésta, paseándose por los pasillos del edificio en albornoz, como si estuviese por su casa... ¡me dirás que eso también es normal!
Yo me encogí de hombros sin saber muy bien que decir. En ese momento el bebé se despertó con hambre y mi madre se retiró a su cuarto. Yo estaba flipando al verla así. La misma mujer que el verano pasado se había dejado sobar las tetas y el culo en medio de la playa, estaba ahora escandalizada porque una chica se paseaba en albornoz por el pasillo a las doce y media de la noche. ¿Estaba celosa? No podía ser. Ella estaba enamorada de Hilario... pero algo pasaba; estaba muy rara.
A la mañana siguiente, Gonzalo no bajó a la playa. Seguramente se había pasado la noche follando con la pelirroja, y se había quedado durmiendo. Yo me di una buena nadada en el mar y luego me fui a jugar con mi madre y el pequeño Fran bajo la sombrilla. Ella parecía más serena y estaba muy pendiente de su bebé.
No obstante, la cosa cambió por la tarde. Cuando Gonzalo se unió a nosotros, mi madre retomó su extraño comportamiento de días anteriores. Ahora estaba más pendiente de mi amigo que de su hijo pequeño. Le estuvo observando mientras le daba vueltas a la situación, hasta que decidió hacer algo que me dejó helado. Cogió el bote de crema solar y comenzó a aplicárselo por los pechos. Me sorprendió, ya que ella ya se había puesto crema por esa zona hacía apenas una hora y, por tanto, seguía siendo pronto para ponerse otra capa. Empezó a canturrear, como solía hacer para entretener a Fran, pero lo hizo a un mayor volumen de lo habitual, como si quisiese llamar la atención. Gonzalo, que estaba jugando con el móvil, levantó su vista hacia mi madre. Ella estaba embadurnándose las tetas de forma sensual. Deslizaba sus manos por sus tetazas, se restregaba los pezones y el canalillo. Yo alucinaba; parecía más una estrella del porno realizando la introducción a una escena sexual, que una mujer aplicándose crema para protegerse del sol. Mi amigo la estuvo mirando durante unos segundos y luego volvió a bajar la vista hacia su móvil con un gesto de aburrimiento. Mi madre hizo una mueca y subió el volumen de su cantar; estaba decidida a llamar la atención de Gonzalo, pero el hizo oídos sordos.
- Oye, Gonzalo – dijo mi madre, cambiando de estrategia.
- … – él seguía pendiente de su móvil y no contestó.
- ¿Crees que se me notan aún las marcas del bikini?
- No sé – contestó secamente mi amigo.
- Bueno, mírame un momento – estaba desesperada por que él se fijase en sus melones, que claramente no tenían ninguna marca – es que me veo un poco rara... no sé, igual me estoy comiendo la cabeza con esto.
- Joder, Ana, yo que sé – dijo en su tono más borde, sin apartar su mirada del teléfono – ahora estoy ocupado... tu coges el color rápido así que supongo que no tienes marcas. Déjate de tonterías.
Mi madre se quedó callada. Se puso roja. En un principio pensé que por la vergüenza de haberse dado cuenta de que se había estado comportando como una furcia para llamar la atención, pero me equivoqué. Mi madre se había puesto roja porque estaba cabreada. Ella no estaba acostumbrada a que los hombres pasasen de ella, y a la actitud tan cortante de mi amigo había herido su ego.
- Me vuelvo al piso – anunció mi madre, que se acababa de poner la crema – aunque esté debajo de la sombrilla, no es bueno que Fran pase tantas horas en la playa. Todavía es muy pequeño.
Nada más quedarnos solos en la playa, Gonzalo guardó su móvil y me sugirió que nos metiésemos en el agua. Yo estaba desconcertado por todo lo que estaba pasando, pero me apunté. Echamos un par de carreras a nado y luego nos volvimos a nuestros respectivos hogares.
Un rato después, sobre la misma hora que el día anterior, volvió a sonar el timbre. De nuevo abrió mi madre y de nuevo era una chica con la que Gonzalo se había acostado días atrás. Esta vez era una rubia que creo recordar que se llamaba María.
- Hola – dijo la chica.
- ¿Qué quieres? – mi madre no estaba para andarse con cortesía y la instó a ir al grano.
- Ehm, soy María... una amiga de Gonzalo – estaba cortada por como le había hablado mi madre – queríamos pedirte un mechero para la cocina. Es qué...
- Ya – mi madre le interrumpió – quédate aquí.
Se metió en la cocina. Pude ver como María tenía un chupetón bien marcado en el cuello. Mi madre regresó con una caja de cerillas.
- Toma – mi madre le entregó las cerillas con un gesto agresivo – quedaos con ellas y no molestéis más.
Le cerró la puerta en las narices antes de que la pobre chica pudiese darle las gracias. Pocas veces había estado tan enojada. Creo que “buenas noches, hasta mañana” fue lo único que dijo en toda la noche.
El día siguiente transcurrió de forma muy parecida. Por la mañana estuvimos mi madre, Fran y yo en la playa, y por la tarde Gonzalo se unió a nosotros. Él volvió a pasar de mi madre, y tras haber estado bañándose conmigo en el mar, se volvió a su sitio y se puso a jugar al móvil como el día anterior. Mi madre seguía dolida con él, pero no estaba hundida. Ella no se rendía así como así, y decidió dar un paso más:
- Oye, Gonzalo – dijo mirando a mi amigo – ¿me puedes poner crema?
- ¿No sabes dártela tú solita? – contestó sarcásticamente, rechazando una invitación que un año atrás le hubiese vuelto loco.
- Eh... es que me he pintado las uñas hace un rato y no quiero manchármelas de crema – insistió.
- Ya, y yo no quiero manchar la pantalla de mi móvil.
La negativa de mi amigo le dejó rota. Su rostro era fácil de leer: “No quiere verme, no quiere tocarme... ya no le resulto atractiva”.
- Bueno, será mejor que me vaya – mi madre se colocó la parte de arriba del bikini – no quiero quemarme.
Una vez se hubo marchado, Gonzalo dejó su móvil y se zambulló en el agua. Su humor había cambiado otra vez. Estaba feliz y tenía una extraña cara de satisfacción. Era como si estuviese contento de haber humillado y enfadado a mi madre. Yo seguía sin entender nada... pero decidí que tenía que hacer algo.
Mi amigo, consciente de ello o no, estaba haciendo daño a mi madre. No iba a tolerar eso. No me hacia gracia hablar con él sobre su relación con ella, pero tenía que dejar las cosas claras. Además, no podía seguir viendo como ella perdía su dignidad y se arrastraba desesperada por un poco de atención. Me acerqué a él y le abordé.
- Eh, Gonzalo
- Dime, Juan.
- ¿Por qué estas tratando así a mi madre?
- ¿A qué te refieres? – preguntó, aparentemente sorprendido.
- Pues a que estás siendo un cabrón. – le dije directamente – ¿Por qué te pones tan borde con ella?
- …
- ¡Dímelo! ¿Estás jugando con ella?, ¿Quieres confundirla?, ¿Quieres volver a follártela? – casi pedí los estribos,
- Ey, oye, no te pases... la situación es muy diferente a la del año pasado. – intentó tranquilizarme – Ahora tiene un hijo y sé que hacerle daño a ella repercutiría en él, que no tiene la culpa de nada.
- Entonces, ¿qué cojones pasa?
- Es algo entre ella y yo... tienes razón, quizás no he actuado bien y tendría que arreglarlo cuanto antes. Pero, en cualquier caso – me miró fijamente a los ojos aparentando su mayor sinceridad – te juro que jamás me interpondré entre Fran y sus padres.
- Vale,... – no acababa de entender lo que quería decir, pero parecía estar diciendo que iba a dejar a mi madre en paz, así que genial – pero, por favor, arregla las cosas con mi madre.
- Está bien. Mañana hablaré con ella.
Una vez aclarado el asunto, estuvimos nadando y picándonos el uno al otro como de costumbre. Todo parecía arreglado, pero no era así. Una vez de vuelta en casa, al igual que en las dos noches anteriores, el timbre sonó. Yo estaba apunto de abrir cuando mi madre, que seguía colérica, me detuvo.
- Espera que ya abro yo – me dijo en tono iracundo, justo antes de abrir la puerta y descubrir que al otro lado de la puerta había una nueva chica. Esta vez era la morena a la que yo había visto como Gonzalo se había follado salvajemente.
- Hola, soy una amiga de Gonzalo – le dijo a mi madre con una simpática sonrisa – estamos comiendo perritos calientes y nos hemos quedado sin ketchup... me ha dicho Gonzalo que te pregunte a ver si nos podíais dejar un poco.
- Pues dile a tu amigo que no somos su puta despensa – le espetó mi madre, antes de cerrarle la puerta en la cara.
Me agitó verla tan fuera de sus casillas. Unos veinte minutos después, nos pusimos a cenar. Estábamos comiendo unos ravioli en silencio, cuando oímos unos ruidos. Eran unos ruidos que yo conocía muy bien. Eran los gritos de placer de la morena. Gonzalo se la estaba follando sin compasión al otro lado de la pared.
- Esto parece un burdel – dijo mi madre indignada – cada noche lo mismo... mañana voy a hablar con ese niñato.
Yo no dije nada. ¿Estaba haciendo esto para castigar a mi madre?. No sabía que pensar, pero esa posibilidad me cabreaba, pues acabábamos de quedar en que iba a dejar de hacerle daño. Intenté tranquilizarme y recordar que al día siguiente iban a hablar y a arreglar las cosas.
La mañana siguiente amaneció lloviendo. El día no invitaba a bajar a la playa, así que me quedé con mi madre en casa toda la mañana. Ya por la tarde decidí salir al centro comercial. Días atrás había visto unas deportivas que me habían gustado y me animé a ir a comprarlas. Envié un whatsapp a Gonzalo para ver si se apuntaba, pero no contestó. Al salir de casa llamé a la puerta de su piso, pero seguí sin obtener respuesta. Mi madre se ofreció a acompañarme, pero le dije que no hacía falta; ella estaba vestida con una camiseta y un pantalón de chándal, y no me apetecía esperar a que se cambiase. Además, llevar al niño era un jaleo.
Al llegar a la parada de autobús me di cuenta de que no había cogido el bono de transporte. Podía pagar los dos euros del trayecto de ida y vuelta pero, ya que había pagado el bono, decidí volver al piso a cogerlo.
Cuando llegué a casa, abrí la puerta con sigilo. Cada vez que se me olvidaba algo, mi madre siempre me soltaba el discurso de que yo era un despistado y que algún día me iba a dejar la cabeza, por lo que procuré hacer el menor ruido posible para intentar coger el bono sin que ella se percatase de que había vuelto y evitar a así que me diese la tabarra. Os parecerá una tontería, pero no sabéis lo coñazo que puede llegar a ser mi madre con esto.
Mi madre no estaba a la vista. Crucé el salón cual ninja en una misión de infiltración. Entré en mi habitación y cogí el bono. Una vez guardado en mi cartera, di media vuelta y me dispuse a recorrer el camino de regreso a la entrada. Estaba a medio camino cuando escuché la voz de mi madre salir de la cocina. Frené en seco, pensando que me había pillado. Pero no era el caso, mi madre estaba teniendo una conversación. Supuse que estaría hablando por teléfono con Hilario y reanudé mi marcha. Tenía la puerta principal a sólo dos pasos cuando escuché algo que me hizo detener. Era la voz de Gonzalo. Mi madre no estaba hablando con su prometido por teléfono, estaba hablando con mi amigo en la cocina.
Mi lado más cotilla pudo conmigo y me desvié para aproximarme a la puerta de la cocina y escuchar su conversación. Imaginaba que estarían haciendo las paces y tenía curiosidad por saber que había motivado a mi amigo a comportarse de forma tan borde con mi madre. Acerqué mi oído al marco de la puerta y escuché.
- ¿Es que no significó nada para ti? – era la voz de mi madre.
- Eres una hipócrita – él seguía con su tono cortante.
- Sólo querías follarme, ¿verdad?
- Hipócrita e idiota – mi amigo esquivó la pregunta – no entiendes nada...
- ¡Pues dime que pasa!
- ¿Acaso no eres tú la que tiene algo que decir? – replicó Gonzalo – ¿no hay nada que me estés ocultando? – insistió con rabia – ¿nada que me tendrías que haber contado si de verdad significaba algo para ti?
- … – se hizo el silencio – yo... – a mi madre se le atragantaban las palabras.
- ¿Tú, qué?
- No sabía que tú... – su voz se estaba quebrando – ¿cómo has...?
- Tardé una semana en darme cuenta. El lunar del hombro es de mi familia. A partir de ahí sólo tuve que echar cuentas.
- …
No entendía de que estaban hablando, me asomé discretamente y la vi detrás de la barra de la cocina, mirando al suelo con ojos llorosos.
- Lo siento – sollozaba – yo no tenía derecho...
- No, no lo tenías – mi amigo le castigaba con un tono autoritario – ¿por qué me lo ocultaste?
- ¡Porque no podía criar a un niño sola! – exclamó mi madre – tú no vives en Madrid... hubiese sido complicado.
- ¿Crees que te hubiese dejado tirada? – preguntó indignado
- Yo... – observé como una lágrima caía por su mejilla – no sé que decir...
- El año pasado te convertiste en una persona muy especial para mí, ¿sabes? –Gonzalo se aproximó a mi madre y le levantó la barbilla de forma que ambos se miraban directamente a los ojos – Jamás te abandonaría.. Ni a ti ni a nuestro hijo.
Entonces comprendí. Esa última frase me había dejado helado. Ahora todo encajaba: Gonzalo había preñado a mi madre aquella noche del verano pasado. Fran era fruto de esa relación. Era mentira que hubiese nacido un mes antes de tiempo. Mi madre me había mentido a mí y, lo que es peor, a Hilario, que creía ser el padre de mi hermano.
- La primera semana tuve que tragarme mis sentimientos por respeto a la vida que habías elegido – explicó Gonzalo – pero luego, cuando comprendí lo que habías hecho sólo sentí dolor y rabia.
- Yo lo siento – ella estaba abrumada por la culpa – no tengo derecho a pedírtelo pero, por favor, perdóname.
- Te perdonaré. Eso es algo que me puedes pedir, porque te quiero. – afirmó – lo que no puedes pedirme es que ahora me detenga.
Apoyó a mi madre contra la pared de la cocina presionó su cuerpo contra el de ella, aprisionándola. Mi madre tembló, entre asustada y sorprendida. La boca de Gonzalo se dirigió a la oreja de mi madre. Comenzó a mordisquearle el lóbulo.
- Gonzalo, no... – mi madre se resistía – estoy prometida...
- No voy a dejarte escapar – le susurraba al oído – voy a dejarte bien claro que eres lo que más quiero y que nunca me separaré de ti.
- Por favor... – rogó con un último halo de resistencia
Pero Gonzalo no se detuvo. Una de sus manos se metió por debajo de la camiseta de mi madre y se aferró a una de sus tetas. Su boca se desplazó por el mentón de su presa hasta encontrarse con unos carnosos labios que llevaba un año sin besar. Ella le correspondió el beso y abrió su boca para facilitar el acceso a la lengua intrusa. Ya se había rendido. Se estaban morreando con pasión.
La mano que Gonzalo tenía bajo la camiseta de mi madre se deslizó hacia abajo y se metió en el interior del pantalón de chándal. Ella se estremeció y apretó sus piernas al sentir el roce de sus dedos sobre su coño. Pasada la sorpresa inicial, volvió a separar sus piernas para que le pudiese meter bien los dedos.
Gonzalo le estaba masturbando lentamente. Dejó de comerle la boca y pasó a besar su cuello. Mi madre estaba roja de excitación. Disfrutaba siendo la presa de aquel vampiro que parecía saber exactamente cuales eran las zonas erógenas de su cuerpo. La mano que hurgaba en su entrepierna aceleraba su ritmo, provocando que ella jadease de placer. Los dedos entraban y salían cada vez más rápido mientras la boca de mi amigo se paseaba desatada por el cuello de aquella mujer entregada. Los gemidos que ella emitía indicaban que el clímax estaba cerca.
Gonzalo llevó su boca de nuevo hasta sus labios y volvió a besarla mientras incrementaba el ritmo de la masturbación. Medio minuto después, ella separó sus labios de los de mi amigo y resopló. Sus muslos comenzaron a contraerse. Ambos se miraron fijamente a los ojos y con un gran gemido mi madre se corrió bajo la tela del chándal.
Segundos después, los dedos de Gonzalo deceleraron su ritmo para que ella pudiese recobrar el aliento, y los labios de ambos volvieron a encontrarse en un fugaz beso. Él se arrodilló, dejando su cara frente al pubis de mi madre. De un fuerte tirón, bajo el pantalón de chándal que tenía frente a él. El tanga de color lima que cubría la intimidad de mi madre estaba empapado. Con un movimiento salvaje, él lo arrancó de cuajo y lo tiró al suelo. Ella emitió un leve quejido, seguramente dolorida por el latigazo que el elástico de la prenda le dio al romperse, pero cualquier molestia que podía haber sentido se disipó en cuanto sintió como la cara de aquel chico se hundía entre sus piernas.
Los labios de Gonzalo besaron los muslos de mi madre. Alternaba el derecho con el izquierdo, besando cada vez más cerca de la ardiente vagina que pronto volvería a hacer suya. La lengua recorrió los labios de aquel suave y depilado coño. Mi madre , ansiosa por sentirla dentro de su cueva, llevó una de sus manos a la cabellera de mi amigo para guiarle hacia su interior. Él no lo permitió. Apartó la mano de su cabeza y siguió lamiendo el contorno de la vulva. Estaba claro que ahí mandaba él y que las cosas iban a ser a su ritmo.
Ella llevo entonces la mano hacia su clítoris. Las yemas de sus dedos se disponían a estimularlo cuando, para su desesperación, Gonzalo volvió a apartar su mano. Ella sólo iba a sentir el placer que mi él quisiese darle. Caliente como una perra en celo, comenzó a empujar su pelvis hacia delante y atrás, buscando aumentar el estimulante roce de su intimidad con esa lengua provocadora.
Gonzalo decidió entonces dar a mi madre el premio que tanto ansiaba. Su lengua pasó comenzó a recorrer verticalmente por todo su sexo. Desde el clítoris hacia abajo, introduciéndose levemente entre los labios al final del recorrido. Arriba y abajo, la lengua subía y bajaba provocando que ella gimiese de placer. La boca de mi amigo comenzó entonces a focalizar su acción sobre la hinchada guinda de mi madre, provocando que ella se estremeciese de puro gusto.
Los movimientos de esa boca experta causaban una mayor excitación en mi madre a cada segundo que pasaba. Ella estaba cada vez más entregada. Cada vez más cerca del orgasmo. Gonzalo le introdujo dos dedos dentro de la vagina y comenzó a masturbarla una vez más. Los frenéticos movimientos de los dedos, unido a los rápidos lametones que recibía el clítoris, la llevaron en cuestión de segundos a un punto sin retorno. Con un aullido de puro goce, estalló en un nuevo orgasmo.
Las temblorosas rodillas de mi madre casi cedieron ante la intensidad de la corrida. Gonzalo, que seguía degustando su almeja, tuvo que sujetarla. Pasado el clímax, mi amigo se puso de pie y volvió a besarla. Ella le correspondió y aceptó el morreo, saboreando con lascivia sus propios fluidos.
Con el cuerpo aún resacoso del último orgasmo que había experimentado, mi madre fue volteada y apoyada contra la barra de la cocina. Gonzalo comenzó a despojarse de su ropa. Ella estaba de espaldas a él, pero sabía perfectamente lo que iba a pasar. Desde mi posición podía ver su sonrisa lujuriosa. Era una perra en celo consciente de que en cuestión de segundos iba a ser tomada por un macho. Un macho que ya estaba completamente desnudo. Su polla estaba ya tiesa y apuntaba al frente, lista para entrar en faena.
Gonzalo abrazó a mi madre por detrás y le quitó la camiseta. No llevaba sostén, por lo que ahora estaba completamente desnuda. Nadie diría que había dado a luz tres meses atrás, su cuerpo estaba en plena forma. Dos varoniles manos se aferraron a las enormes tetas que acababan de ser liberadas y comenzaron a magrearlas. Ella suspiraba y se mordía el labio, disfrutando de la excitación que le provocaban los dedos que pellizcaban sus pezones erectos. El aliento y los besos que sentía en la nuca provocaban que todo su ser se estremeciese. Y más se estremeció cuando la verga que tenía detrás se coló entre sus piernas y comenzó a restregarse contra su vulva.
Ella acompañó los movimientos del cipote. Sus caderas se movían hacia atrás y hacia adelante, aumentando el roce entre ambos sexos. Ella se arqueó hacia atrás, buscando el beso del hombre que le había vuelto a hacer madre. Sus labios se encontraron en otra apasionada comida de bocas, mientras los roces en su entrepierna se hacían cada vez más intensos. Ella ya no podía seguir aguantando sus ganas.
- Métemela ya, por favor... – le imploró, desentendiéndose de su condición de prometida.
Gonzalo decidió conceder su petición. Llevó una de sus manos hasta su rabo y guió el glande a los chorreantes labios vaginales de mi madre. De una estocada, clavó su espada hasta el fondo. Mi madre gimió y cerró sus dedos en un puño. Su cuerpo vibraba mientras esa gruesa verga se acomodaba en su interior.
Él comenzó a bombear lentamente. Los movimientos que imprimía eran delicados, pero no dejaban se ser los de una penetración firme y profunda. No había ni rastro de aquel Gonzalo salvaje y violento que había visto con otras chicas. Él estaba follándose a mi madre con ternura. Ambos se buscaban con complicidad constantemente. Se besaban, se acariciaban, pegaban sus cuerpos el uno al otro lo más que podían... estaban disfrutando de un momento de pura pasión romántica. La escena me revolvía las tripas. Mi madre le estaba poniendo los cuernos al pobre Hilario y se había entregado al cabrón que la había ninguneado durante dos semanas.
El ritmo del acto fue aumentando. Jadeos y gemidos salían entrelazados por la boca de mi madre. Eran los mismos ruidos de placer que escuché el año pasado. Los mismos que retumbaron en mi cabeza entonces y que ahora volvían a hacerlo. Sentí una rabia profunda. Estaba cabreado con mi amigo, si es que aún podía llamarle así; se estaba tirando a mi madre, sin importarle mis sentimientos ni el hecho de que ella estaba prometida. Por su parte mi madre había engañado al pobre Hilario todo este tiempo, haciéndole creer que era el padre de Fran, y ahora le estaba siendo infiel como una vulgar furcia.
Jamás olvidaré su cara. Tenía la boca abierta con una estúpida sonrisa de placer. Estaba con los ojos cerrados, concentrada en las potentes sensaciones que le provocaba el pollón de su amante. Cuando los abría, sus párpados revelaban una mirada pérdida, casi en blanco. Parecía mentira, pero se estaba volviendo a correr.
El sable de Gonzalo salió de la cálida vaina de mi madre. Él le susurró algo al oído, que no pude oír. Ella soltó una risa entrecortada por su todavía jadeante aliento. A saber que guarrería le había dicho. Fuese lo que fuese, ella se sentó en la barra de la cocina y le ofreció su busto. Aquel cabrón no perdió un segundo en abalanzarse sobre esos enormes melones cargados de leche materna.
Cubrió de besos y lametones toda la superficie de las tetas. Alternaba un pecho con el otro, y se recreaba lamiendo las aureolas con movimientos circulares. Ese cerdo se estaba dando un festín. Ella resoplaba, y le decía lo mucho que le estaba gustando. Era difícil saber quien disfrutaba más de los dos. Gonzalo succionó brevemente uno de los pezones, probando así la leche que le correspondía a su hijo. Sentí una tremenda arcada, pero ellos rieron con traviesa complicidad, como si eso fuese normal.
Entonces él se apartó de ella y le indicó que se tumbase sobre la barra. Ella obedeció y, una vez tumbada, se abrió de piernas, dejando su encharcado coño a la merced de Gonzalo. Él se lo tomó con calma. Su mano izquierda tomó el tobillo derecho de mi madre y elevó ese bello pie hasta su boca. Lo besó con dulzura varias veces, mientas su otra mano acariciaba el interior de los muslos de su hembra.
Ella se estaba calentando más si cabe. Su lenguaje corporal lo dejaba claro. Soltó una risa boba, no sé si por el placer que estaba sintiendo o por el placer que sabía que pronto iba a sentir. Sólo sé que lo siguiente que escuché salir de la boca de mi madre fue el fuerte gemido que emitió cuando Gonzalo se subió a la barra de cocina y le clavo su polla hasta el fondo.
Estaban en la posición del misionero. La misma posición en la que había engendrado a mi hermano. Mi madre ya se había corrido tres veces, mientras que Gonzalo aún no lo había hecho ni una sola vez. Se notaba. No le estaba bombeando el coño con cada movimiento de cadera, se lo estaba taladrando. Con sus instintos desatados, la máquina sexual que era aquel chaval estaba funcionando a máxima potencia. Se la follaba a un ritmo desbocado, enterrando su espada hasta el manubrio con cada embestida, mientras mi madre, que estaba aferrada a él como una lapa, gozaba entregada.
Estuvieron así minutos, horas, días... yo que sé, perdí la noción del tiempo. El aguante de aquel hombre rozaba con lo sobrenatural. Mi madre se corrió varias veces más antes de que él anunciase que se avecinaba su clímax. Incomprensiblemente, mi madre lo volvió a hacer. Al igual que el año pasado, enroscó sus piernas entorno al cuerpo de Gonzalo, invitándole a correrse en su interior. ¿Es que quería volver a quedarse preñada?. Él tampoco se apartó y segundos después ambos bramaron mientras compartían un tremendo orgasmo.
Ambos quedaron fundidos en uno. Se besaron varias veces y se intercambiaron mimos. Minutos después, Gonzalo habló:
- La hemos vuelto a liar...
- No – le contradijo mi madre – esta vez si la estoy tomando.
- Pues sigues teniendo el coño bien estrecho... cualquiera diría que Hilario no te da lo tuyo.
- Bueno... – se ruborizó – creo es por tu tamaño...
- Jaja – rio orgulloso – bueno, tampoco es tan grande
- Joder, chico, vale que no eres un actor porno, pero bastante grande es. Además, Hilario...
- ¿La tiene pequeña? – preguntó divertido – seguro que es un pichacorta que no te sabe follar.
- ¡Oye! – protestó mi madre – es muy buena persona... – su gesto se tornó apenado – él no se merece esto...
- Ya, pero no te folla bien... y no le quieres.
- … – ella apartó su mirada
- ¿Por qué lo hiciste, Ana? – el tono de la pregunta era serio – ¿por qué me lo ocultaste?
- Yo... ya te lo he dicho. No podía criar al bebé sola. Hilario es un buen hombre y tiene dinero – su voz temblaba, parecía que estaba reprimiendo un llanto – tuve que tomar una decisión como madre, no como mujer.
- ¿Si yo hubiese podido mantener a Fran... me hubieses elegido a mí? – tragó saliva – ¿me amas?
- Yo... – su voz se entrecortaba – si me decidí a tener el niño... fue sólo... porque era una parte de ti – rompió a llorar con un fuerte llanto – ¡claro que te quiero!
Gonzalo la abrazó con ternura. Sus ojos brillaban; las palabras que acababa de escuchar le habían conmovido y por primera vez comprendí que ambos se amaban de verdad. Minutos después, Gonzalo se incorporó y buscó su móvil entre su ropa. Estuvo escribiendo algunas cosas ante la confundida mirada de mi madre.
- Mira – dijo al fin, entregándole el móvil – ¿qué te parece?
- ¿Qué...? – mi madre tenía los ojos como platos – ¿Qué es este dinero?
- Es mi cuenta bancaria.
- ¿C-cómo? – mi madre parecía no entender – ¿De dónde lo has sacado?
- Apuestas deportivas. Gano unos diez mil al mes – explicó, haciéndome comprender porque se podía permitir ir a la discoteca todas las noches – puedes ver mis transacciones en la otra ventana que he abierto.
- Esto es mucho dinero...
- Claro que lo es, gano más que Hilario – su tono enfatizó eso último – Y más ganaré cuando acabe Arquitectura.
- …
- ¿Sigues pensando que no puedo mantener a mi hijo?
- ¡Pero tú eres muy joven! No deberías ser padre... y no deberías estar con alguien de mi edad.
- Lo que debería es estar con mi hijo y con la mujer que amo – sentenció.
Mi madre le miró emocionada. Abrumada por lo que sentía, volvió a dejar escapar una cascada de lágrimas por su mejilla. Gonzalo se acercó a ella y volvió a reconfortarla con un cálido abrazo. Se fundieron en un beso eterno, y entonces lo supe. Supe que esa noche ella llamaría a Hilario para tener la conversación más dura de su vida. Supe que, al terminar el verano, volveríamos a nuestra casa en lugar de a la del jefe de mi madre. Supe que no volveríamos solos, y que Gonzalo pediría un traslado de expediente a una universidad de Madrid. Supe que él sería el marido de mi madre; que era el padre de mi hermano y que sería mi padrastro. Sí, aquel chaval que tan solo era un par de años mayor que yo iba a ser el pater familias del hogar.
Ya ha pasado un mes desde que volvimos a Madrid. Poco a poco nos estamos acostumbrando a la nueva situación. Para mí ha sido muy bastante duro ver como el amigo que me hizo sentir traicionado se convertía en mi padrastro, pero me he tragado mis sentimientos por amor a mi madre. Ella está realmente feliz. El nivel de complicidad que hay entre ellos dos es infinitamente superior al que observaba entre Hilario y ella. Comprender que esto es lo que ella necesita me está ayudando a encajarlo. Aun así, no me siento a gusto en casa. Estoy echándole un ojo a las becas Erasmus para irme el año que viene al extranjero y alejarme un poco de todo esto...
Nota del autor: Éste es el final de esta historia. Espero que os haya gustado. Los comentarios ya sean aquí o por mail, son siempre bienvenidos, al igual que las críticas constructivas, pues siempre ayudan a mejorar. Pronto volveré con nuevas historias. Un saludo.