La dependienta

Nunca imaginó al entrar en aquella oscura tienda que tras el educado aspecto de aquella dependienta se escondía una fogosa mujer.

La dependienta

No sabría decir qué es lo que le impulsó aquel frío día de otoño a entrar en aquella sastrería. La verdad es que no tenía inmediata necesidad de ningún traje, ni tampoco había en el escaparate ninguna oferta que le hubiera llamado la atención. Más bien al contrario. El aspecto general de la tienda era poco atractivo. Tras un sucio cristal se mostraban tres o cuatro trajes dispuestos sin orden sobre un oscuro fondo, que más que mostrar las excelencias del producto expuesto apagaba cualquier atractivo que pudieran tener.

Además eran ya casi las ocho de la tarde, y seguro que debían estar a punto de cerrar. A pesar de ello se encaminó con aire indeciso a la puerta y la abrió. El interior no era mucho mejor que el escaparate. Un sólido mostrador de madera ocupaba el fondo de la tienda, y a lado y lado unas gruesas estanterías que debían tener más años que él ocupaban toda la pared. El suelo de madera crujió al combarse bajo su peso. Bajo la tenue luz de la única lámpara que colgaba del techo vio como se abría una puerta tras el mostrador y salía la dependienta.

Era una mujer de unos cincuenta años de edad, tal vez algunos menos y bastante bien conservada. Vestía de forma clásica y pasada de moda y parecía muy seria y profesional.

  • Buenas tardes, caballero. ¿Puedo ayudarle en algo? – le preguntó con voz grave para ser mujer

  • Buenas tardes,- respondió educadamente.- Quería mirar un poco los trajes. No busco nada en concreto, pero me vendría bien un traje de invierno. A ver qué modelos tienen.

Ella le miró de arriba a abajo con profesionalidad intentando adivinar la talla.

  • Veamos… De chaqueta yo diría que un 50…y de pantalón una 42 o 44, depende del modelo que escoja. ¿Qué colores prefiere? Tenemos unos modelos que nos han entrado nuevos en tonos oscuros que salen muy bien.

  • De acuerdo, creo que me vendrá bien. ¿Puedo verlos?- le contestó, pensando que eso de nuevos debía indicar que entraron en el almacén hace dos o tres años. No hacía pinta de que entraran muchas novedades en esa tienda.

Ella le echó otra mirada antes de coger una pequeña escalera plegable que había tras el mostrador. Se dirigió hacia una de las estanterías que cubrían las paredes del local y desplegándola se subió a ella. Comenzó a rebuscar en uno de los estantes más altos, para lo cual tenía que ponerse ligeramente de puntillas.

Él permaneció en el centro, observándola con atención. La verdad es que tenía unas bonitas piernas, a pesar de las horrorosas medias que las cubrían. Tenía muy buen tipo y si no fuera por lo mal que vestía seguro que habría estado hasta guapa. Llevaba una falda marrón de pana con unas medias de color beige con dibujos marrones que no combinaban nada con la falda rematados con unos gruesos zapatos negros de tacón anchos, como los que debía llevar su abuela. Una blusa color blanco con enorme cuello y un bordado de flores sobre el pecho y una grisácea rebeca de lana completaban su atuendo, rematado con un ancho cinturón negro sobre la falda. Llevaba el oscuro pelo recogido en un apretado moño que dejaba su esbelto cuello al descubierto. Unas livianas gafas sin montura, que debían ser lo más moderno de la tienda, enmarcaban sus grandes ojos, de un precioso color marrón castaño.

Ella le dijo algo que no escuchó bien, así que dio un par de pasos hasta colocarse al lado de la escalera.

  • ¿Cómo dice usted, señora?

  • ¿Lo quiere con forro o sin forro?

  • Con forro, - contestó él, y permaneció de pie a su lado.

No pudo evitar contemplarle las piernas. Desde dónde se había situado podía mirar bajo la falda y contemplar los gruesos muslos de la mujer. Estaba admirando la hermosa vista y tratando de imaginar lo que habría más adentro cuando vio que ella perdía el equilibrio al estirarse demasiado intentando alcanzar el fondo del estante. De forma instintiva sus manos la agarraron por los muslos que con tanto placer había estado contemplando y notó que estaban duros y firmes.

La retuvo un instante hasta que ella consiguió recuperar el equilibrio y la soltó, ruborizándose un poco.

  • Perdón, señora, fue un acto reflejo.

  • No se preocupe usted, caballero, - le contestó ella bajando de la escalera con un par de trajes en la mano. – Si no me llega usted a sujetar Dios sabe lo que me habría ocurrido.

La miró y advirtió que sus mejillas se habían encendido de rojo.

-Tenga, pruébese este,- le dijo tendiéndole un pantalón y una chaqueta sin mirarle a la cara.

Se metió en el probador y comenzó lentamente a quitarse la ropa, y mientras lo hacía no podía dejar de pensar en los muslos de la dependienta, tratando de recordar cuándo había sido la última vez que había agarrado las piernas de una mujer.

  • Demasiado tiempo,- pensó.- Demasiado tiempo sin sexo. Aunque por la pinta de ella me jugaría cualquier cosa a que tampoco lo practica demasiado.

Y no pudo evitar la imagen de ella abierta de piernas follando y gritando.

-¿Ya está usted, caballero? –escuchó que le preguntaba tras la cortina.

  • Sí, un momento

Y acabando de abrochar los botones de la americana corrió la cortina y salió. Ella estaba frente a él con una cinta métrica sobre su cuello. Su cara había recuperado ya su color natural y su mirada la seriedad.

  • A ver, gírese…Perfecto. De cintura le sienta genial. Tan solo recoger un poco los bajos y se lleva usted un pantalón que ni hecho a medida.- le dijo con profesionalidad. – Y la americana le queda también perfecta.

  • Está bien, me lo llevo. – contestó él. – Me gusta

La dependienta miró el reloj que colgaba tras el mostrador y disculpándose se giró y se dirigió hacia la puerta. Sacó la llave del bolsillo y la cerró, colocando acto seguido el cartel de cerrado.

  • Disculpe. Hora de cierre. Acabo con usted y me marcho.- se limitó a decir. – A ver, acérquese un poco

Se acercó a donde ella estaba y la mujer se arrodilló ante él con un alfiletero en la mano. Mientras comenzaba a hacerle el dobladillo él miró hacia abajo y contempló con placer el busto de la mujer. No era un escote demasiado pronunciado, pero sí lo suficiente para dejar entrever dos generosos pechos firmemente aguantados por un sujetador blanco. Su vista se perdió entre aquellas dos tetas y volvió a su mente la imagen de la dependienta abierta de piernas con sus pechos desnudos follando sentada sobre el borde del mostrador.

  • Tranquilízate, - pensó él, - que con lo caliente que vas la vas a liar como sigas pensando estas cosas.

Pero por más que lo intentó fue incapaz de apartar de su mente esa visión. El hecho de que ella permaneciera arrodillada a sus pies con la cabeza a pocos centímetros de su entrepierna tampoco le ayudaba mucho, la verdad.

Sin poderlo evitar sintió como su polla comenzaba a ponerse morcillona, pero cuanto más trataba de evitarlo más fuerte venía la imagen a su mente y más le iba creciendo dentro del pantalón, hasta convertirse en una auténtica y poderosa erección. Y cuanto más sentía crecer su polla menos podía hacer por remediarlo.

Él permanecía ante ella, nervioso, intentando disimular el enorme bulto que se había formado bajo su pantalón temiendo que ella lo notara y comenzara a gritar y golpearle llamándole sátiro, o peor todavía, que cogiera el teléfono y llamase a la policía. No le podían detener por tener una erección en una tienda, pero no sabía si podría soportar la vergüenza de pasar todo el proceso. De todas maneras, ella permanecía concentrada en el bajo de su pantalón y no parecía darse cuenta de la agitación del hombre.

-Muy bien,- concluyó ella. – Ya le tomé la medida. A ver, gírese que le vea bien.

Él se fue girando lentamente, con ambas manos cubriendo su entrepierna a fin de que no se notara demasiado hasta que quedó frente a ella. No pudo evitar pensar lo ridículo que debía estar, con traje y tapándose los huevos como si fuese a hacer de barrera en un penalti y con cara de bobo sin saber a dónde mirar.

  • Deje caer los brazos a los costados para que pueda verlo bien. – le dijo la dependienta.

Intentó buscar alguna excusa para no hacerlo, pero sin encontrar ninguna retiró las manos de delante y lentamente las dejó caer a los lados sintiendo como su cara se encendía. Ella dio un paso hacia atrás y con seriedad le echó una larga mirada desde la cabeza hasta los pies. Por el leve parpadeo de sus ojos y la forma de fijarse estuvo seguro que ella se había dado cuenta del enorme bulto que sin resultado había estado tratando de ocultar, y el hecho de pensar que ella sabía que estaba empalmado, en lugar de avergonzarle y hacer que se cayera su gruesa polla lo único que consiguió fue ponérsela todavía más dura, si es que eso era posible.

  • Perfecto. Le queda perfecto, - dijo ella mirándole directamente a la cara con una casi imperceptible sonrisa en sus labios. – Quítese el pantalón para que pueda cogerlo bien.

Él la miró con sorpresa preguntándose a sí mismo si la habría entendido bien, y ella lo debió notar porque rápidamente le contestó con gran seriedad

  • He de cogerle bien el bajo del pantalón.

Se metió en el probador y se quitó el pantalón, quedándose en calzoncillos frente al espejo. Antes de volver a colocarse los suyos contempló el bulto de su erecta polla bajo el slip y pasó la mano por encima de ella, sintiendo la dureza contra la palma de su mano. Por un momento estuvo tentado de sacársela ahí mismo y masturbarse para intentar que se le bajara, pero no se atrevió a hacerlo. Ella estaba ahí fuera esperando a que saliera para acabar con él y cerrar la tienda, así que se abrochó el pantalón y después de ajustar su cinturón salió del probador.

La dependienta se había dirigido hacia las estanterías de las que había sacado los trajes y se disponía a subir la escalera para guardar el que no había utilizado. Al escucharle salir se giró y amablemente le miró.

  • ¿Sería usted tan amable de aguantarme la escalera, por favor? El estante está muy alto y me da miedo caerme como antes.

Él, al igual que había hecho antes se acercó a la escalera y la sujetó con firmeza, no pudiendo evitar mirar de nuevo bajo la falda de la mujer y recordar la dureza y firmeza de esos gruesos muslos, lo cual no ayudó a aliviar la presión en su entrepierna, sino más bien a aumentarla. El pobre hombre, que ya no recordaba cuando fue la última vez que folló, estaba a punto de reventar, y a pesar de intentar comportarse como un caballero estaba dominado de una forma tan brutal por el deseo que no pudo reprimir el instinto de soltar la escalera y meter las manos bajo la falda de la mujer, agarrando sus muslos con firmeza y deslizarlas con determinación hacia arriba, buscando el nacimiento de las piernas perdido en la oscuridad de la falda.

Su instinto le previno también para recibir un golpe y para prepararse a salir huyendo de la tienda, pero imaginad su sorpresa al comprobar que la dependienta no le prestó la menor importancia y continuó apilando los trajes en lo alto del estante. Viendo el camino libre sus manos se alzaron más y alcanzaron el culo de la atareada mujer. Al igual que los muslos resultaban firmes al tacto y aunque era evidente que ella ya no era ninguna chiquilla, había que reconocer que para la edad que tenía poseía un hermoso culo. Amplio y poderoso, firme sin llegar a ser duro, perfecto para agarrarlo y masajearlo entre las manos, para pellizcarlo y morderlo, para palmearlo y contemplar como las firmes carnes se agitan como un flan.

Así que el desesperado hombre se aferró a las gruesas nalgas de la mujer y las masajeó entre sus manos mientras ella continuaba ordenando los artículos, de una forma que parecía premeditadamente lenta, lo cual no hacía sino calentarle todavía más. Sentía que tan solo tocando ese poderoso culo sería capaz de correrse, tal era su grado de excitación.

  • Tenga cuidado, no vaya a tirarme de la escalera,
  • fue lo único que dijo ella.

Así que se arrimó a ella y rodeando las fuertes piernas entre sus brazos la levantó en vilo no sin cierto esfuerzo, encaminándose entonces hacia el mostrador. La sentó sobre el tablero y con la torpeza y el ardor de un adolescente se abrazó a ella enterrando su cara en el escote, besando sus pechos mientras sus brazos rodeando su cintura la estrujaban con fuerza. No podía dejar de tocar aquel culo, lo aprisionaba entre sus manos y lo masajeaba con fuerza. Ella, sentada en el mostrador se dejaba hacer sin oponer ningún tipo de resistencia, pero también sin ofrecerle la más mínima ayuda. Se limitaba a permanecer ahí sentada sintiendo los húmedos labios sobre la piel de su pecho, quieta como una estatua. Él en su impaciencia no parecía darse cuenta y continuaba besándola con insistencia. Había levantado su falda y nervioso estaba intentando bajarle las bragas, al parecer sin darse cuenta que para ello primero tendría que bajarle las medias. Era tal su ansiedad por acariciar aquel culo y por contemplar el sexo de la dependienta que actuaba como si fuese su primera vez con una mujer.

Finalmente se dio cuenta y agarrando a la par medias y bragas las fue deslizando por las piernas hacia los zapatos hasta que quedaron enrolladas en sus pies. Solo entonces pudo contemplar lo que tanto ansiaba. Entre los dos muslos, gruesos como un tronco, una abundante mata de negro pelo rizado destacaba contra la blanca piel, coronando un carnoso monte de Venus. Entre el copioso vello se percibían dos enormes y carnosos labios bordeando el corte de su sexo.

Con avidez se arrodilló frente a ella y acercó su cara al frondoso sexo, aspirando el dulzón aroma a sexo que tanto hacía que no sentía. Separó los muslos de la mujer y colocándose entre ellos rozó con la punta de sus dedos los jugosos labios que defendían la entrada de su ansiado deseo. Acercó la nariz lentamente y la deslizó con suavidad de abajo a arriba por la raja apenas húmeda, embriagándose del aroma a mujer que desprendía. La rodeó con los brazos y empujándola por el culo la aproximó al borde del mostrador, acercándola a su hambrienta boca. Humedeciéndose los labios, los acercó a los otros labios y los besó, sintiendo esta vez sí, un ligero estremecimiento por parte de ella. Con la punta de la lengua fue separando lentamente los gruesos y carnosos montículos que protegían su sexo, que se abrían a su presión como un capullo en flor.

De repente, la frialdad de la dependienta se convirtió justo en el mismo momento en el que su lengua entró en contacto con el botón que unía los labios en una desenfrenada pasión. Bastó un leve roce sobre el sonrosado clítoris que sobresalía de una forma extraordinaria para hacer que ella emitiera un prolongado gemido y le apretara la cabeza entre los muslos en un fuerte abrazo. Ella, que se apoyaba sobre el mostrador con los brazos extendidos hacia atrás casi se cae de espaldas al fallarle las fuerzas, pero en un supremo esfuerzo consiguió mantenerse sentada. Apretó su sexo con fuerza contra la boca de él y comenzó a gemir de una forma un tanto exagerada, cosa que hizo aumentar sobremanera la excitación del hombre que se hallaba entre sus piernas.

Viendo que los avances de su lengua eran bien correspondidos se concentró en el abultado clítoris de la dependienta, quien cerrando los ojos no dejaba de gemir. La que antes había sido una pulcra y apocada dependienta se había convertido de repente en una fogosa mujer que cada vez que él frenaba ligeramente los movimientos sobre su sexo le susurraba entre gemido y gemido.

  • No pare, no pare, no pareeee, ahhh, ahhhh

Y él aceleraba el rápido vaivén arrancando nuevos gritos. Su lengua trazaba círculos alrededor de la dura protuberancia de una forma rápida, para luego lamerlo con fuerza. Podía sentir ese olor que tanto le había gustado ya desde joven, ese aroma a sexo húmedo por la pasión, esa inconfundible mezcla de aromas que hacía que su simple recuerdo le produjera una tremenda erección.

Con un dedo buscó la entrada de su sexo y lo introdujo provocándole un nuevo espasmo. El conducto estaba exageradamente mojado, más de lo que había visto nunca en una mujer y se hundió sin ninguna dificultad hasta el nudillo. Sentía la suavidad de terciopelo de las paredes de su vagina y los movimientos que se producían cada vez que movía el dedo en su interior. Sin dejar de lamer su sexo en ningún momento la masturbaba suavemente con el dedo mientras con la otra mano libre se iba desabrochando no sin cierta dificultad el pantalón. Poco a poco consiguió soltar el cinturón y luego el botón de su pantalón. Arrodillado como estaba frente a ella el pantalón cayó sin dificultad a sus rodillas, y apartando el calzoncillo sacó su erguida polla que parecía a punto de explotar. Tomándola en la mano comenzó a masturbarse con fuerza aun siendo consciente de que con el calentón que llevaba bastarían unos pocos movimientos para correrse.

Todavía no se había dado ni dos meneos cuando ella prorrumpió en un agónico grito mientras se desplomaba sobre el mostrador hacia atrás y todo su cuerpo se crispaba en un violento orgasmo, que descargó sobre su boca un al parecer incontenible flujo de líquido. Y le bastó sentir como bañaba su cara para explotar violentamente derramando gruesos borbotones de semen que salieron disparados con inusitada fuerza salpicando el mostrador.

Ella se quedó tumbada sobre el tablero, respirando agitadamente y con la cabeza de él todavía aprisionada entre sus muslos, y él permaneció ahí, de rodillas, con un dedo en las entrañas de la mujer y con la pringosa polla en la otra mano, goteando sobre la moqueta de la tienda, intentando recuperarse de la brutal corrida que acababa de tener.

Ella fue la primera en moverse y separó las piernas liberándole del estrecho abrazo al que lo tenía sometido, momento que aprovechó para incorporarse y volver a meter la polla ya fláccida en su calzoncillo y en el cual quedó una gran mancha de semen. La mujer se bajó del mostrador y se agachó en busca de sus bragas y sus medias, que deslizó pierna arriba hasta el sitio que habían ocupado hacía poco rato. Se ajustó la falda y sin apenas mirarle se dirigió detrás del mostrador, donde cogió el traje que él se había probado y colgándolo con profesionalidad en una percha.

  • Mañana mismo puede venir a recogerlo, - le dijo mirando hacia un punto indeterminado debajo del mostrador. – Pásese sobre esta hora, a la hora de cierre, que ya lo tendré preparado.

Y solo entonces levantó fugazmente la cabeza y le lanzó una leve mirada acompañada de una suave sonrisa, que destacaba hermosamente en su ruborizado rostro.