La delgada linea rosa. (4)
Dos chicas son obligadas a abandonar la inocencia de su virginidad. El nuevo mundo que descubren les gusta, les excita y les hace querer más.
La puerta terminaba de cerrarse; el sonido del metal golpeando el suelo retumbó en los oídos de la nerviosa chiquilla. Marco comprendió, con un dejo de ternura, la situación en la que se encontraba su aprendiz de atletismo que ahora se hallaba sin escapatoria. Y se hallaba sin escapatoria por que ahora, a juicio de él, no se iría con las manos vacías; no saldría de aquel lugar sin haberse follado a esa negrita que tanto se lo había insistido. Era muy tarde para arrepentimientos y se lo hizo saber tocando con los nudillos los vidrios de la ventanilla de los asientos traseros del automóvil.
- Sal – dijo con firmeza Marco ante el espasmo de Carolina, quien tuvo que despertar de sus pensamientos y dudas.
Segundos después la chica bajó; lentamente abrió la puerta y sus piernas temblaban visiblemente. Se abrazó a su mochila de entrenamiento y esperó parada e inmóvil mientras su entrenador se cercioraba de que el auto quedara asegurado.
- Sube – escucho Carolina decir a Marco desde su espalda.
La mulata miró hacia la puerta abierta que se encontraba frente a ella; caminó con la mayor firmeza y fluidez posible mientras su entrenador la seguía de cerca tras sus espaldas. Al llegar a la puerta se dio cuenta de que esta daba paso a una escalera de no más de veinte escalones que, supuso, iban a dar al cuarto. Empezaba a hacer frio adentro, o al menos sentía su piel enchinarse a cada escalón que subía.
Tras ella, Marco se deleitaba observando el manjar que le esperaba. La luz de las escaleras iluminaba sus lycras blancas que revelaban el color blanco y forma inocente de sus bragas. Su culo firme y joven se movía graciosamente a cada escalón que subía. Su cintura y espaldas delicadas, de casi una niña, se movían con lentitud a cada momento. Era una diosa, una criatura perfecta que seguramente no se repetiría en toda su vida. La verga del hombre estaba más que lista, ansiosa por deshacerse en aquel cuerpo angelical de su, hasta hacia unos minutos, simple alumna de atletismo.
La chica llegó al final de las escaleras pero se detuvo ante la oscuridad que imperaba en el cuarto. Busco con la mirada un interruptor pero no lo halló. De pronto sintió las manos gruesas de Marco posarse sobre sus caderas; su cuerpo recibió el golpe electrizante de un nerviosismo que estalló entonces. El hombre la empujó suavemente hacia el interior del cuarto y enseguida encendió la luz. La chica se dirigió entonces a lo primero que apareció a su vista: la cama. Se sentó y quedó ahí, inmóvil.
El nerviosismo de la chiquilla era tan evidente que resultaba cómico para aquel hombre. Era obvio que pasaría un buen rato para que la chica terminara por relajarse, pero algo era seguro para él: se la follaría, desde luego que se la follaría. El hombre se recostó, con fingida tranquilidad, sobre la cama y encendió el televisor. Comenzó a jugar con los canales; pasaba por la programación común para detenerse de vez en cuando en los canales pornográficos. Las escenas y los sonidos recordaban a la chiquilla sus propios gemidos; pero permanecía inmóvil en la misma esquina de la cama.
Carolina paseaba por su mente. Se preguntaba acerca de dos asuntos contradictorios: cómo empezar y cómo salir de ahí. La idea de estar a punto de fornicar con su entrenador de atletismo, por quien tanto había suspirado tanto, la tenia completamente nerviosa e impaciente. Le asustaba la sola idea de pensar en eso, de estar a punto de hacer algo inevitable. Se preguntaba, de un momento a otro, una sola cosa: cómo será esa verga, de qué tamaño.
Impaciente, Marco decidió comenzar con la faena. Se puso de pie e inmediatamente comenzó a desatar las cuerdas de sus pants deportivos. Carolina, que miraba aquello de reojo por el espejo, comenzó a temblar. Los pants de Marco cayeron al suelo, dejando sus gruesas y musculosas piernas y su abultada entrepierna cubiertas con un calzoncillo largo y pegado de algodón. Inmediatamente se quitó su playera, dejando ver el musculoso cuerpo que Carolina ya tenia idea.
Así, vestido solo con sus pegados calzoncillos, el musculoso físico de Marco se colocó sobre su aprendiz de atletismo. Las diferencias de tamaño eran clarísimas. Él, con su metro ochenta de altura y su fornido cuerpo, parecía doblar en tamaño a la negrita tanto como la doblaba literalmente en edad. Sin despojo alguno y lleno de libido, Marco se paró frente a la negrita, quien podía ver sorprendida cómo sobre su frente la verga de su entrenador se endurecía bajo los calzoncillos.
Inmóvil, la chica no puso la menor resistencia cuando las manos de aquel hombre la alzaron. Ya de pie, Marco la despojó de su blusa deportiva. La prenda azul fue lanzada al otro lado del cuarto. Temblorosa e indefensa, la delicada chica no supo que hacer cuando las palmas de su entrenador se posaron sobre su precioso culo. Marco cerró los ojos por el simple placer de poder tocar aquel tesoro. Sus manos se empaparon de la ternura que provocaba apretujar el suave y firme culo de la negrita.
Las manos del hombre no tardaron en colarse bajo la lycra blanca de su alumna. Se arrodilló frente a ella, y aun así seguía pareciendo enorme en comparación con el frágil cuerpo de Carolina. La piel de las nalgas de la mulata se erizó con aquel contacto.
Marco, segundos después, desvistió a la chica de sus lycras blancas. Las lanzó también y se volvió a imponer frente a la chiquilla. Dio un paso atrás para contemplarla; era una imagen preciosa. Su joven alumna estaba frente a él, vestida solo con su sostén, sus bragas infantiles y sus zapatillas deportivas. Los ojos de la negrita estaban absortos a lo que tuviera que suceder. Sus labios se habían secado de la incertidumbre. Su metro y medio de altura y su inocente desnudes provocaron que la verga del hombre no pudieran más. Sin pensárselo dos veces, el hombre llegó al momento cumbre con el que iniciaría su placentera faena sexual con aquella suculenta mulatita: se bajó los calzoncillos y su verga se impuso frente a la chica.
Sin ningún cuidado o respeto, empujó hacia abajo a Carolina que se dejó caer sin la menor de las resistencias. Arrodillada, la muchachita alzó la mirada y tuvo que tragar saliva ante la monstruosa verga de veinte centímetros que yacía sobre su cabeza. El hombre acarició suavemente la barbilla de su aprendiz, sobó sus mejillas y peinó con sus dedos los cabellos enchinados.
- Chúpamela - dijo.
Carolina cerró los ojos, tomó con su mano derecha el grueso tronco de aquél falo, estiró su cuerpo lo más que pudo y, abriendo suavemente la boca, llevó a su boca la punta de aquella verga. El solo glande ya era proporcionalmente grande frente a la boquita de la adolescente. Nerviosa, pero entregándose poco a poco al torbellino de placer que le atraparía, Carolina comenzó a variar el movimiento de sus labios para el regocijo de Marco.
Si bien apenas podía meter dentro de su boca la totalidad del glande, la negrita hacia esfuerzos admirables por tragarse lo más posible aquel pedazo. Cuando engullirlo no podía ser una opción, la chica usaba su creatividad para recorrer con su boca y labios la totalidad de aquel falo. Se entregó de lleno a tal actividad que parecía encontrarse ella sola frente a aquella verga, como si la presencia humana de Marco no tuviese importancia.
La negrita lanzaba miradas fugaces a Marco, que desde muy arriba la miraba atento a cada movimiento de labios, manos y boca. Las delicadas manos de la muchacha engrandecían desproporcionalmente el tamaño de su miembro. Marco acariciaba la pequeña cabeza y frente de la mulata mientras esta permanecía impávida en su actividad.
Sus carnosos labios de negra masajeaban el tronco y el glande de aquella verga. Liberaba la saliva suficiente para que su boca pudiera tragar de vez en cuando la mayor cantidad posible de aquel falo. Completamente entregada, y sin pensar ni una sola vez más en salir de ahí, la muchacha chupaba el glande como si de un caramelo se tratara. Lo sacaba de su boca para recorrer con sus labios húmedos la extensión de aquel pedazo de carne.
La chica devoraba con gusto su verga con tal intensidad que se preguntaba donde había aprendido todo eso. De pronto, cuando la negrita se encontraba besando el inicio del tronco, la mano firme del hombre empujó con suavidad la nuca de la chica y le obligó a colocar su rostro frente a sus testículos. Marco tomó su verga con su mano derecha y comenzó a masturbarse lentamente mientras su mano izquierda seguía presionando suavemente la cabeza de la chiquilla. Comprendiendo la situación; la chica cedió a los deseos de su entrenador y abrió las quijadas para llevarse a la boca la primera bola peluda. La saboreó durante algunos segundos; tratando de acostumbrase a la textura velluda. Haciendo caso omiso de los vellos que le quedaban pegados en la lengua, continuó con el siguiente testículo hasta que tomó el ritmo suficiente para pasear sus labios con maestría entre las bolas de aquel hombre.
Si bien no tenía ningún inconveniente en seguir lamiendo los testículos de su entrenador, Carolina se preguntaba en qué momento podría continuar mamándole el falo que, en el fondo, era a lo que más le estaba agarrando el gusto. No pasó mucho tiempo cuando un ligero jalón de cabellos la obligó a sacar de su boca las bolas de su entrenador; en seguida, las sustituyó por el glande de la larga verga que ansiaba seguir comiendo. Cuando estaba a punto de sacar de su boca la punta de aquel falo, la mano de Marco la detuvo. Carolina en realidad deseaba tomar algo de aire, pero en vez de eso tuvo que esperar pues un chorro de semen y esperma estalló dentro de su boca y la obligó a respirar más rápido y más hondo para soportar el ahogo de los cálidos fluidos de Marco. Un impulso la obligo a tragar parte de aquellos líquidos y otro más la hizo apartarse para respirar. Todavía un ultimo chorro manchó su rostro y cuando por fin sus pulmones se llenaron de oxigeno, regreso atenta a lamer los restos que aun goteaban desde la punta del falo.
Marco la acariciaba como si se tratara de una mascota mientras la chica chupaba lenta y dulcemente. Estaba bastante sorprendido con el nivel de fogosidad con el que la aparentemente inocente alumna se comportaba. Ni siquiera Clara, su espectacular novia, se le llegaba a comparar. Si bien Clara era intensa en la cama, esta negrita parecía tenerlo en la sangre; actuaba como una verdadera puta con tal naturalidad que el hombre no se lo explicaba. No se imaginaba que hacia menos de una semana la chica había perdido la virginidad; mucho menos las condiciones en que esto había sucedido. Pero como fuera, Marco comenzaba a darse cuenta del nivel de impudicia de su alumna. Por su mente comenzaban a correr las múltiples formas en que deseaba y pensaba follarla. Habría que aprovechar, pensaba; aprovecharla al máximo.
El pene recobró su flacidez, y no fue hasta que la mano de Marco se lo ordenó que la chiquilla sacó de su boca la verga. Parecía un pequeño animal insaciable. Marco la alzó con facilidad, la cargo como una novia y la recostó con delicadeza sobre la cama. La mirada antes perdida e imperturbable de la negrita fue poco a poco sustituida por una sonrisa inocente y apenada. Marco la miró con ternura y recordó que la pequeña fiera sexual también era, al fin de cuentas, su joven e inocente alumna. Se colocó sobre ella; evitando aplastarla con su fornido cuerpo. Llevo su cara al de la niña y besó suavemente su mejilla. Después saboreó la suavidad de sus pómulos. En seguida, dirigió sus labios a la boca de la chica, que lo recibió con un húmedo y cálido beso. Se besaron todo lo que pudieron y de las muchas formas que la pasión les daba a entender; unieron sus lenguas y mordieron su piel y labios.
El calor se elevó y el hombre abandonó el rostro de la mulata para perderse más abajo, en sus pechos pequeños pero redondos. Suaves, pero firmes. Desabrochó con rapidez el pequeño brassiere que cubría unos pechos que ya no eran de su talla, pues la muchacha se desarrollaba con velocidad.
Los labios del entrenador se desbordaron sobre la piel suave y estremecida de su alumna; lamió todo lo que pudo de aquellos senos y su boca se agotó intentando mamar los delicados pezones rosados de la muchacha. Estos se endurecieron como botones ante aquella sensación; los movimientos apasionados de los labios del hombre sobre las tetas de la chica cobraron efecto y esta comenzó a gemir lentamente mientras su excitación se elevaba.
Aquello no pasaba desapercibido para Marco, cuya verga se había endurecido ya y se hallaba impaciente por penetrar a aquella criatura. Separó su boca de los senos de su alumna, ensalivados por la animalesca pasión que le había apresado. Levantó a la esbelta mulata con facilidad y la colocó de rodillas sobre la cama. La abrazó y volvió a unir sus labios a ella mientras sus manos recorrían el cuerpo escultural de la chiquilla.
Las manos grandes de aquel hombre invadieron casi por completo las redondas y grandes nalgas de la negrita. Sus dedos jugaron con la suavidad de las bragas de Carolina. Se trataban de unas bragas infantiles, blancas y con dibujos de flores rosadas; no era la ropa interior acorde a aquella situación erótica en la que se encontraban pero sin duda acentuaban aun más la inocencia que la negrita inspiraba.
Las telas del calzón cubrían gran parte de aquel hermoso culo, pero el hombre lo resolvió canalizando toda la tela entre las nalgas en una especie de tanga ocasional. Ahora podía apretujar los glúteos firmes y aterciopelados que sus manos tenían la fortuna de poseer. Su verga erecta chocaba con el vientre de la chiquilla que decidió tomarla y masturbarla lentamente con ambas manos mientras su entrenador terminaba de manosear su culo. Como loco, el hombre regresaba constantemente a besar sus labios y su mejilla; como si no pudiera dejar de agradecer cada segundo de todo aquello.