La Degradación de una Viuda (02)
Aquella tarde sorprendí a mi nieto y a su novia dentro de su habitación, cogiendo como conejos. Lo más raro de todo es que no los pude parar.
Capítulo II
Bamboleándonos dentro de la endeble canasta empezamos el recorrido, si es que así se le pudiera llamar. Sentada a mi lado Beatriz se aferraba con fuerza de la baranda, sonreía como una chiquilla, chillaba cuando la canasta se movía demasiado, era una muchachita de 50 años.
Pero a mi poco me importaban los vaivenes de la rueda de Chicago, agradecía el gesto de mis amigos de sacarme de mi encierro, pero lo cierto es que no me sentía bien, todo lo contrario, tan solo quería regresar a mi casa y encerrarme. Además, desde el día en que Andrés falleció las cosas entre mi amiga y yo no estaban bien, ¿por qué la última palabra de él fue "Beatriz"? ¿Por qué su nombre, por qué no dijo el mío?
No eran solamente celos, no me malentiendan, pero es que me sentía muy humillada, herida en mi amor propio. ¿Acaso no era yo el origen de la extraordinario calentura que Andrés cargaba? ¿O acaso el centro de todas sus fantasías y deseos era mi buena amiga Bea y yo tan solo el premio de consolación, con quien podía coger a falta de algo mejor?
No me extrañaría que en realidad si hubiese deseado a Bea, de hecho eso sería normal. Beatriz Asensio era la mujer más bella que había visto jamás, la envidia de todas y el deseo de todos. Cuando me casé a los 20, ella tenía 16 y le arrancaba suspiros a todos. Medía 1.70, su piel era blanca y sonrojada, su cabello castaño claro y ondulado, lo usaba hasta la cintura. Su cara era preciosa, aniñada, de muñeca, con una nariz y una boca pequeñas y finas, y unos ojos preciosos de color verde esmeralda que parecían tener magia por su brillo, era su principal atractivo.
Su cuerpo era soberbio, delgado pero sumamente voluptuoso. En su pecho colgaban graciosamente un par de enormes senos, firmes y redondos, que le cortaban la respiración a todo hombre que los viera. Más debajo de un vientre plano y firme, su estrecha cintura se ensanchaba en unas caderas rotundas y ovaladas, rematadas por un par de nalgas redondas, enormes, paraditas y muy duras.
Como verá mi amiga Beatriz era un beldad, y ahora, más de 30 años después, y tal como el buen vino, estaba mejor. Su cabello se iba tiñendo lentamente de canas, su rostro se cubría de algunas arrugas propias de la edad y su cuerpo se llenó de más carne, pero sin perder sus estilizadas formas y su firmeza. Incluso notaba que sus senos, en las últimas semanas, habían alcanzado un tamaño sorprendente, estaban gigantescos.
Por todo lo anterior no me extrañaría saber que mi esposo en realidad fantaseara con ella mientras hacía el amor conmigo, lo que me llevaba a la siguiente pregunta: ¿era ella solo su amor platónico u objeto de deseo, o fueron algo más? Si el echo de que él fantaseara con ella mientras compartía la intimidad conmigo me mataba, esto me ponía peor que mi marido y mi mejor amiga hubiesen sido amantes.
Pero rápidamente desechaba esa idea de la cabeza, yo la conocía muy bien, ella nunca me haría eso. Además, mientras Fernando, su marido, vivió, ella se dedicaba en cuerpo y alma a él y a sus hijos. Ella jamás me habría podido engañar con Andrés. En cuánto a este, el no era más que un hombre normal, con sus virtudes y cualidades, pero también con sus defectos, por lo que de él todo era posible.
¡¡AAAHHHH!! un agudo y casi infantil gritito de mi amiga me sacó de mis cavilaciones, la canasta se había movido bruscamente y ella se asustó.
Estábamos en la parte más alta de la rueda, desde donde la vista era magnífica y la fría brisa de las noches cobaneras acariciaba nuestra piel. En una de esas vi hacia abajo y encontré a Raúl, mi nieto, caminando de la mano con su novia Johana, una muchachita que no me agradaba mucho para él.
Su relación con ella era otro dolor de cabeza para mi, pues estaban yendo demasiado lejos y arriesgándose mucho. Pensaba que así estaba la juventud de ahora, descarriada, que los valores estaban desapareciendo. Si, si, ya sé, cada día me parecía más a una anciana anticuada y amargada.
Raúl y Johana ya llevaban algunos meses de andar juntos, él tenía 16 y ella 15, estudiaban en el mismo colegio, pero él iba un año arriba. Aun recuerdo lo entusiasmado que estaba mi nieto cuando me contó que la niña que le gustaba le había dicho que si quería ser su novia. Yo lo felicité y le di un gran abrazo, aunque en el fondo estaba muy celosa, era mi nieto más grande al que prácticamente yo había criado.
Le hice un montón de recomendaciones, que tuviera cuidado, que la respetara siempre, que no se dejara llevar por las emociones, etc. Fue una de esas pláticas que los jóvenes escuchan pero forcivoluntariamente y que los hace cambiar de colores constantemente. Pero recientemente me di cuenta que no había servido de nada, pues los pesqué en plena faena sexual.
Fue un día en que había salido con Andrés, íbamos de visita a la casa de unos amigos cuando él recibió una llamada urgente a su celular, era un paciente que se había puesto bastante mal y acabó en el hospital. Viendo la urgencia de la llamada y sabiendo lo entregado que era mi esposo a sus pacientes, le dije que me dejara en un esquina y que yo me iría caminando a la casa porque aun estábamos cerca.
Así lo hicimos, y yo me regresé a la casa. Lo que no sabía es que Raúl había metido a su novia a escindidas pues preveía que nos íbamos a tardar bastante, como siempre pasaba cuando visitábamos a los amigos. Entré a la casa y enfilé a mi recámara para cambiarme de ropa y ponerme cómoda, pero escuché ruidos provenientes del cuarto de mi nieto justo cuando subía por las gradas.
Sinceramente no pensé mal en un principio y tan solo lo iba a saludar. Pero mientras me acercaba fui escuchando también gemidos y jadeos. Inmediatamente pensé que estaba encerrado en su cuarto de Johana y me apresuré a llegar con ellos. Sin embargo, antes de tocar a su puerta, se me ocurrió (no me explico porqué) asomarme a la ventana de su cuarto y cerciorarme que mis sospechas fueran verdad.
Mi casa era antigua y por lo tanto grande. La entrada daba directamente a la sala y esta al comedor un poco más al fondo. A un costado de este último estaba una puerta que daba a un largo pasillo que comunicaba con la cocina y a un gran jardín interior no techado al fondo. Alrededor de este estaban algunas habitaciones, cada una con su respectiva ventana. En la segunda planta las habitaciones principales, la de él estaba en la primera.
Me asomé por la ventana y los vi, me quedé helada, sin saber qué hacer o qué decir. Vi a Raúl boquiabierto y con cara de tonto, casi babeando, observando a su novia sacándose la blusa frete a él, quedándose con las chiches desnudas, mostrando lo duros que tenía ya los pezones. Se quedó únicamente con unos boxers cacheteros de encajes, color violeta. Johana era una muchachita morena, de nariz larga pero recta y fina y boca pequeña. Sumamente delgada, lo que no impedía que tuviera un cuerpo definido y apetitoso, con curvas bien marcadas y firmes aunque no muy grandes.
¡Johana! ¡Johana! ¡No sabés cuánto te deseo! le decía mi nieto casi balbuceando.
Aquí me tenés amor, para que me gocés ¡servite hijo de puta! "¡hijo de puta!", le dijo hijo de puta y a mi nieto hasta pareció gustarle.
Inmediatamente Raúl se abalanzó sobre ella y la tomó por la cintura plantándole un beso con mucha fuerza que ella le correspondió. Como un toro desbocado la tiró sobre su cama y se le fue encima. Le comenzó a besar la tetas, chupándole los oscuros y erectos pezones y mordiéndoselos suavemente. Metió una de sus manos entre sus piernas y le comenzó a restregar el sexo por encima de los bóxer, que a esas alturas ya estaban mojados. Me di cuenta que al deslizar su mano por ese sitio hacía suficiente presión como para producirle suaves espasmos al pasar rozando su sensible clítoris.
Raúl se separó de ella y, con la prisa de un adolescente caliente, se quitó la ropa quedándose únicamente en calzoncillos. Luego, tras contemplarla unos momentos y de forma casi famélica, dejó caer su calzoncillo mostrando la durísima erección que tenía, su pene le mediría como 17 o 18 cm. Traté de no vérselo, pero me fue imposible, así como también lo fue detener todo aquello. No sé, pero por alguna razón ya me encontraba ardiendo y casi sin control, por más que lo pensé y me dije a mi misma que aquello no podía ser, no pude detener las acciones.
¿Me vas a hacer berrear hoy? le preguntó Johana, con una actitud de lujuria y sumisión que me dejó pasmada.
Raúl se le acercó, le sacó el bóxer y se acostó encima de ella. Johana, de inmediato, lo rodeó de la cintura con sus piernas y comenzó a restregar su sexo desnudo con la virilidad e mi nieto. Al mismo tiempo le acariciaba las tetas le pellizcaba los pezones.
Con esfuerzos se separo de ella, la tomó de la mano y la puso de pié a su lado. Agarrándola de las nalgas la acercó a el y la levantó del suelo clavándola de un golpe seco. Me imaginé que su pene le llegó hasta el fondo de la vagina, arrebatándole un hondo gemido ahogado. Johana lo rodeó de las caderas con sus piernas sosteniéndose de sus hombros, poco a poco fue relajando hasta dejar caer todo su peso sobre la virilidad de su novio, quien lentamente empezó a cogérsela, subiéndola y bajándola, enterrándole la verga con suavidad primero, pero aumentando la velocidad y la fuerza gradualmente hasta tenerle rebotando sobre su palo. A cada barrenada un fuerte escalofrío recorría mi espalda y ella comenzó a gemir.
Raúl volvió a depositarla sobre la cama, le abrió las piernas y se le dejó ir con todo. Sus senos rebotaban de un lugar a otro, todo su cuerpo se estremecía y su respiración sonaba por todo lo ancho de la habitación hasta que terminé en un fuerte orgasmo que la hizo mugir como una vaca en el matadero.
¡¡¡RAÚL, RAUL!!! ¡¡¡¡RRRRRAAAAUUUULLLLLGGGGHHHHH!!!!
Mi nieto le siguió dando duro sin detenerse, le hincaba su masculinidad sin parar, haciéndola berrear desesperada, temblar y gritar muerta de placer. Minutos después él también terminaba en medio de un largo y fuerte gruñido, derramando su semen sobre el vientre de su novia.
¡¡¡¡JOHAAAANAAAAAAARRRRRRGGGGGHHHHHHMMMMPPPPPFFFF!!!!
Quedó tendido encima de ella, los 2 cubiertos de sudor y respirando agitadamente. Se incorporó un poco para verla a los ojos y besarla con suavidad, susurrándole al oído no sé que cosas, con una ternura y dulzura que derretiría a cualquiera. Me imagino que palabras dulces y llenas de romanticismo.
Y yo continuaba parada en la ventana sin poderme mover, paralizada por la calentura más grande que había sentido hasta entonces que era apenas un poco mayor de la que estaba sintiendo mientras estaba subida sobre la rueda de Chicago al lado de mi amiga Bea y recordando aquel incidente, al mismo tiempo que veía a mi nieto y a su novia alejarse caminando por la feria.
Continuará
Garganta de Cuero.
Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.