La Degradación de una Viuda (01)

Esta es la historia de Berta, una hermosa madura, y de cómo fue que su vida cambió y se convirtió en algo que nunca soñó ser.

La Feria

Presentación

Buenos días, los saludo nuevamente su amiga Garganta de Cuero y les quiero, primero que nada, dar las gracias por todo el apoyo que le han dado a mis relatos. El día de hoy quiero presentarles una nueva serie de mi inspiración, derivada de mi saga "Beatriz" . En esta ocasión les presento la vida de Berta, la mejor amiga de mi personaje protagónico Beatriz, quien narrará su propia historia.

Quiero aclarar que, como en las series anteriores, le daré mayor importancia al argumento que a las escenas de sexo explícito pues no deseo convertir mi serie en una serie porno más. Así que los invito a quedarse conmigo y leer esta nueva historia hasta el final. Les mando un saludo y un gran beso.

Garganta de Cuero.

Introducción

Me miro al espejo, estoy completamente desnuda, con una abundante humedad entre mis piernas que va manando poco a poco a modo de un riachuelo sobre mis muslos, es una mezcla entre mis propios fluidos y el semen que me acaban de depositar. Siento que mi sexo me palpita esperando el clímax a pesar de haber tenido ya varios, que me suplica más, más duro, más grande.

Mi piel blanca se halla enrojecida y llena de marcas por todos lados, mis ojos cafés también lo notó irritados, seguro por todo el rimel que se me ha corrido y que me da un aspecto aun más vergonzoso y me da la apariencia de una puta madura y nariz pronunciada pero recta y fina.

Parece mentira, no me lo puedo creer todavía, todas aquellas cosas en las que creía las he tenido que dejar por un lado. Parecería irreal que el cuerpo, con senos medianos, caderas anchas con glúteos grandes, no tan firmes como solían ser, pero aun de muy buen ver, es mi cuerpo. Aun no logro asimilar que ese par de pezones anillados sean los míos, ¿qué pasó con la mujer que solía ser, aquella madre de 3 hijos y amorosa esposa?

Pero no tengo tiempo para pensar en ello, desde aquella noche, en esa funesta feria, ya no he podido ser la misma nuevamente, ahora necesito tener un hombre metido entre mis piernas permanentemente pues la sensación de no ser más que un objeto que se puede usar me ha hecho adicta a estos encuentros que tan solo me degradan día a día.

Capítulo I

Esa noche sería como muchas otras en mi vida desde que comencé con esto. Pero eso no es lo importante de este relato. Yo quiero compartir con ustedes cómo fue que empecé. Verán, no fue por vicioso, promiscuo o pervertido, no. Es que no tuve opción

Hoy, cuando aun no he terminado de creer lo sucedido, escribo estas líneas para poderlo contar por fin, pues es algo que tengo trabado dentro de mi pecho y que no logro hacer salir. Es un día que nunca podrá olvidar, el día en que cambio mi forma de ver el sexo y en que mi vida se transformó por completo… no de la forma que yo hubiera querido. Tan solo les suplico que se queden conmigo hasta el final, trataré de no aburrirlos

Aquel día estaba vagando por la fiesta de mi pueblo. Vivía en la bella ciudad de Cobán, en mi natal Guatemala, eran las fiestas patronales y la plaza estaba abarrotadísima de personas. Jóvenes haciendo relajo, personas mayores caminando recordando mejores tiempos, amigos, dulces, bebidas, alcohol, el ambiente estaba muy animado.

Yo iba con algunos de mis mejores amigos. Iba Beatriz, mi mejor amiga desde siempre, 4 años menor que yo y preciosa, bellísima. Junto a nosotros venía también Jorge, otro gran amigo del alma, cómplice y confidente de Bea y muy cercano a mi también. Venían además otras personas, todos amigos de mucho tiempo, compartíamos unos momentos muy agradables.

Pero a pesar de todo aquello yo me la estaba pasando muy mal. Poco me importaba la algarabía, la alergia colectiva, la oportunidad de compartir con mis amigos, nada. Estaba amargada, sola, triste, llena de temores y de ira, mi marido había muerto hacía poco. Por mi mente no dejaban de desfilar los recuerdos de nuestro matrimonio, los momentos felices, que fueron muchos, y los amargos, que también fueron muchos. Quedarme sola a mi edad era muy difícil, la verdad.

Ya no era una muchacha, ni siquiera una señora joven, era una madura de 54 años que de la noche a la mañana se había quedado sola. Andrés, mi esposo, era un médico muy apreciado en mi ciudad, en vida fue el doctor de cabecera de casi todos nuestros amigos, de hecho, él había traído al mundo a los hijos de Beatriz y de Jorge. Era 17 años más viejo que yo y ya empezaba a mostrar los achaques normales de la edad.

¡Debí prever eso, debí darme cuenta y no dejarme llevar simplemente por esos locos momentos de calenturas rezagadas!

Bertita, vamos a la rueda de Chicago… – me dije Bea, clavándome ese hermoso par de ojos verdes capaces de derretir hasta un iceberg.

No les respondí, no hizo falta, ella sencillamente me tomó de la mano y me llevó con ella, Jorge se vino detrás de nosotros. La rueda de Chicago, yo no andaba para esas chiquilladas

Mientras, mi mente volvió a remontarse a aquellos recuerdos dolorosos, de cosas que debí ver venir. Pero es que se sentía tan rico volver a ser deseada por mi esposo, sentir sus manos tratando siempre la manera de meterse bajo mis faldas o de mis blusas, sujetándome los senos y apretándomelos, que después de tantos años volvieran a él esas esquivas ansias por poseerme. ¡Y qué ansias, parecía un adolescente permanentemente caliente! Fueron 2 semanas de intensa pasión que debí parar, el corazón de un hombre de 71 años no daba para tanto.

Aun lo podía ver claramente sentado sobre nuestra cama, con los pantalones en los tobillos y mirándome fijamente. Él tan solo me tomaba de la mano y me llevaba a la recámara, allí se bajaba el pantalón y me ofrecía su pene para que lo mimara. Debo decir que esas cosas nunca me gustaron, jamás le consentí a mi esposo tratarme como a un objeto a pesar de lo dominante que era conmigo. Pero él tampoco me hacía problemas por ello, estaba chapado muy a la antigua.

Pero aquello era diferente, ya eran años que él no me tocaba, más de una década en que se dedicaba en cuerpo y alma a su profesión a pesar de estar retirado. Él atendía principalmente a personas de escasos recursos cobrándoles una nada, algo de él de lo que siempre me sentí orgullosa. Pues bien, a pesar que jamás le permití tratarme de esa manera, las cosas habían cambiado, su nuevo apetito desbocado de sexo hizo desaparecer el frío que me transmitía en la cama y me hizo sentir mujer otra vez.

Consideraba que a mis 54 años aun no era una anciana decrépita y frígida, aun sentía necesidades. Por lo tanto no perdí el tiempo en protestar por su actitud, sencillamente me arrodillaba sumisamente entre sus piernas cada vez que él solicitaba mis atenciones y llevaba mi boca a su hermoso y amado pene. Ahora me río, antes nunca aceptaba mamársela, pero en esas breves 2 semanas se la chupé más de lo que había hecho en una vida de pareja.

Se la chupaba con esmero, lo hacía sudar a chorros hasta que, con los ojos cerrados, agitado y jadeando con fuerza estallaba en un fuerte orgasmo que yo apuntaba hacia el suelo o que recogía con mi mano. En las últimas veces le permití que mancharme la cara mientras mantenía los ojos cerrados. Andrés pretendía que algún día aceptara tragármelo todo, yo solo le decía que me diera tiempo.

Y así llegó ese fatídico día, como siempre él estaba muy excitado, con sus 18 centímetros de masculinidad totalmente duros y erectos debajo de su pantalón. Aquel día no había nadie más en la casa, nuestro nieto Raúl se había ido a pasear con su novia y no iba regresar sino hasta la noche, y nuestro hijo Esteban andaba con algunos amigos suyos, eran las 4, teníamos toda la tarde para nosotros solos. Andrés me encontró tejiendo en la sala y me comenzó a besar el cuello, despacio, poco a poco. Al mismo tiempo iba deslizando su mano, poco a poco, por debajo de mi escote hasta encontrarse con mis senos. Empezó a estrujármelos con fuerza, viendo mi pasividad. Es más, eché la cabeza hacia atrás y lo dejé hacer con una sonrisa en mis labios.

Poco a poco me fue desabotonando la blusa verde que traía, sacándomela y dejándome únicamente en brasier. La falda me la quité yo, dejándola hecha un rollo en el suelo. Entonces mi esposo se puso a meterme mano entera, de arriba hacia abajo, no dejando rincón por donde sus dedos no hubiesen visitado. Me tenía en las nubes, con una calentura tan grande como nunca la había sentido.

Ni siquiera me di cuenta de cuándo fue que me tuvo completamente desnuda, tan solo noté cuando empezaba a bajarse en pantalón, por lo que me apresuré a ponerme de rodillas en el suelo muy solícita.

No Berta, hoy no

Pero yo pensé que querías que te hiciera sexo oral un rato

Si, y me encanta, pero mejor hoy te lo hago en la alfombra… ¿qué te parece?

¡¿Aquí, en la sala?! – jamás lo habíamos hecho allí, de hecho, antes nunca lo hacíamos en otro sitio que no fuera nuestro cuarto

Muy caliente y tendí sobre la mullida alfombra momosteca, hecha de gruesa lana y con diseños folklóricos, flexionando mis rodillas y separándolas para dejar totalmente expuestos mis genitales cubiertos de una tupida pelambrera canosa. Jamás en mi vida había estado en una posición similar, abierta de piernas como una vulgar mujerzuela. Claro, siendo Andrés un médico, me había tenido así muchas veces pero sobre su silla ginecológica en medio de un examen médico, jamás para copular conmigo.

Lo vi blandir su pene a modo de espada, sacudiéndolo suavemente para mantener la erección. Se ubicó en medio de mis piernas, echándose sobre mi cuerpo, chupándome y mordisqueándome los senos, colocando su ariete en la dirección correcta. De un solo empellón de sus caderas me ensartó hasta el fondo, arrancándome un profundo gemido de placer y también de algo de dolor.

¡¡¡OOOOOHHHHH, ANDREEEEESSSSSS!!!

¡¡¡AAAAAHHHHHH, QUE CALIENTE ESTÁS POR DENTRO, AAAAAHHHHH!!!

Inició la cabalgata conmigo como una yegua de pura sangre y el como mi jinete. Sentía su hermoso pene entrando y saliendo de mi interior una y otra vez, conmoviendo todo mi cuerpo, dándome un enorme placer. Mis senos se zarandeaban sobre mi pecho, mi cuello podía sentir su aliento calentándolo, estaba gozando intensamente, sintiéndome deseada, amada, nunca supe cuánto había necesitado todo esto durante mi matrimonio hasta ese día.

Entonces ocurrió, lo sentí tensarse sobre mi cuerpo, rodeándome con sus fuertes brazos y apretarme duro. Gimió roncamente y yo creí que estaba a punto de acabar. "Lástima" me dije, "a mi todavía me falta un poco". Pero no me importó, lo rodeé con mis piernas y lo atraje más hacia mi, apretándolo contra mi cuerpo preparada para recibir su esperma en mi interior, algo que me encanta sentir. Pero no ocurrió nada, tan solo lo escuché decir en voz casi inaudible "Beatriz" y luego lo sentí relajarse sobre mi cuerpo y quedar inmóvil sobre mi. No hubo semen ni jadeos del final, tan solo se detuvo.

¿Qué pasó gordo? – le pregunté, extrañada y molesta por haber pronunciado el nombre de mi amiga, pero no hubo respuesta – ¿Andrés? – tampoco.

¿Qué hacer en ese momento, qué pensar? Lo jalé de un brazo para llamar su atención, pero nada, lo jalé con más fuerza, entonces rodó a mi lado… con los ojos abiertos y la mirada crispada, estaba muerto, su corazón no había soportado tanta lujuria ni tanto placer

Bertita… ¡Bertita, regresá a la realidad! – la suave y dulce voz de Beatriz me devolvió a la realidad – Vamos, subamos. – me dijo, tendiéndome su mano para ocupar nuestros asientos sobre la rueda de Chicago.

Continuará

Garganta de Cuero.

Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.