La decoradora de interiores
La decoradora parece que quería algo más, aparte de vendernos sus muebles....
Para no convertir mis relatos en una especie de capítulos ordenados de mi vida, voy a alterar la cronología, e iré alternando situaciones más recientes, con otras más antiguas en el tiempo. Espero que os sigan interesando.
Cuando esto ocurrió, llevaba 6 años casado, y por aquel entonces tenía ya una hija, que era una preciosidad de 3 años. Yo entonces tenía 31 años y mi matrimonio iba muy bien, sin ningún problema. Económicamente no estábamos mal, y nos llevábamos muy bien, pero desde el nacimiento de nuestra hija, el sexo se había convertido en una rareza, y cada vez follábamos menos.
Físicamente mi mujer está bastante buena, si bien su forma de vestir es bastante discreta. Pese a que sabe desde siempre que los tacones me vuelven loco, no ha sido nunca usuaria de ellos, salvo en celebraciones especiales. Ella es mucho menos sexual que yo, siempre ha sido así, y la verdad es que se conforma con mucho menos, pero en mi caso, aparte de que me paso el día con el sexo en la mente, cuando me pongo a follar, me gusta estirarlo todo lo posible. Mi mujer se conforma con poco, pero a mí no me gustan nada los polvos rápidos, porque salvo que sean por un arrebato de excitación repentina, me dejan con el mal sabor de boca típico de cuando te quedas a medias. De vez en cuando, como ella siempre decía que estaba cansada, nos masturbábamos mutuamente, pero hacíamos eso como sustitución de una buena sesión de sexo. El caso es que nos habíamos convertido en uno de tantos matrimonios, que cada vez tienen menos sexo. Habíamos caído en la rutina demasiado pronto.
Pese a todo, a mí no se me había pasado por la cabeza serle infiel buscando el sexo fuera de casa. Sencillamente me masturbaba para suplir el sexo que no teníamos juntos. Ella no preguntaba, ni decía nada al respecto, pero supongo que siempre se lo ha imaginado. De todas formas me daba igual, solo faltaría que le hubiese molestado que me masturbase…
Por aquella época yo ya había descubierto cuánto me gustaba leer relatos eróticos, y ya los utilizaba para excitarme e imaginarme siendo el protagonista de aquellos que más me excitaban, y masturbarme sintiéndome parte de esas historias. Aquello no hizo nada más que aumentar mi morbo, e ir despertando un lado de mi sexualidad que hacía tiempo que llevaba dormido. Pero eso ya os lo contaré en otros relatos, que me lío… jajajaja.
El caso es que tras varios años en nuestro primer piso, que pese a haberlo comprado con toda la ilusión, hay que reconocer que era pequeñito y mal orientado, decidimos comprar uno más grande y con más luz. Como no teníamos prisa, fuimos muy selectivos, y tardamos en encontrar el adecuado, pero finalmente apareció, y pese a necesitar alguna reforma, enseguida supimos que ese iba a ser nuestro nuevo hogar.
Cuando terminamos con la reforma, empezamos a pensar en los muebles, porque con los muebles que teníamos en nuestro pequeño piso, no alcanzaba ni para la mitad de lo que necesitábamos en el nuevo, que era el doble de grande, así que otra vez sin prisa, iniciamos la tarea de buscar ideas de decoración, y tiendas de muebles que nos gustasen.
En unas tiendas encontrabas algunas cosas que te podían gustar para alguna estancia de la casa en otras tiendas otras distintas para otras habitaciones… en fin, era una tarea que nos tenía ocupados, y que pese a entretenernos, al final nos cansaba aún más, y por tanto, follábamos todavía menos.
Encontramos una tienda donde el estilo de muebles que tenían para el comedor, se acercaba bastante a lo que a mi mujer le gustaba, así que entramos a echar un vistazo. De entrada, me llamó la atención lo buena que estaba la dependienta. Era una mujer de unos 35 años, rubia con melena lisa por debajo de los hombros, guapísima y con un cuerpazo espectacular, y para colmo, vestida súper femenina y elegante, como a mí siempre me han gustado las mujeres. Estaba atendiendo a otros clientes, así que nos dijo que fuésemos mirando por la tienda y que en cuanto terminase estaría con nosotros.
Cuando finalmente vino, nos presentamos y le estuvimos contando la idea que teníamos, y tal y tal. Ella nos estuvo enseñando lo que tenían allí, y luego algunas cosas por catálogo, pero no terminábamos de dar con nada que convenciese del todo a mi mujer.
Pese a estar tan buena, la verdad es que no era especialmente simpática. Tampoco era antipática, sencillamente yo creo que le faltaba el don de gentes necesario para estar en un trabajo de cara al público. Ella nos dijo que si no teníamos mucha prisa, que enseguida iba a llegar su hermana, que era decoradora, y que seguramente ella nos podría ayudar y enseñarnos algo, o darnos alguna idea que pudiera gustarnos. Como no teníamos prisa, decidimos aceptar y esperar a la decoradora.
Al poco, llegó la hermana, Mercedes. Esta sí que tenía don de gentes. Era una mujer de unos 40 años. La verdad es que solo se parecían en el color del pelo. Mercedes no estaba ni mucho menos tan buena como su hermana, pero lo compensaba sobradamente con su personalidad y sobre todo con su sonrisa.
Desde el principio mi mujer se sintió muy cómoda, y efectivamente sabía de decoración, así que no tardó en dar con la tecla, y nos enseñó un catálogo de un fabricante de muebles que a mi mujer le gustó mucho. Tras mirar distintas opciones, nos quedamos entre dos modelos, si bien Mercedes nos dijo que por problemas en esa fábrica en concreto, debía asegurarse primero de la disponibilidad, y además, hacer una medición muy exacta del espacio que teníamos.
Mercedes era una mujer rubia, de melena también por media espalda, como su hermana, pero ella lo tenía ondulado. No era tan guapa, y físicamente era quizás algo delgada para mi gusto, aunque también vestía elegante y femenina, si bien más discreta que su hermana, pues tampoco tenía, al menos aparentemente el mismo cuerpazo. Había dos detalles físicos que resaltaban en ella: su nariz aguileña, y sus preciosos y llamativos ojos azules. Bueno, tres… al estar tan delgada se le notaban unas tetas que, sin ser excesivamente grandes, resaltaban en su anatomía, haciéndola parecer muy atractiva.
El caso es que además de todo eso, desde que llegó, yo tuve esa sensación como de que me miraba y me sonreía de un modo especial. Supongo que todos hemos tenido esa sensación alguna vez, y la verdad es que la mayoría de las veces no son nada más que producto de nuestra imaginación o sencillamente malas interpretaciones nuestras. Sin embargo cuando salimos de la tienda, mi mujer me lo confirmó, y ahí ya no había posibilidad de duda, porque ya sabéis que a las mujeres no se les escapa una, y ellas sí que saben leerse unas a otras sin opción de error.
- No veas que loba la tal Mercedes, no?
Y – Por qué lo dices?
- Cómo que por qué? No has visto cómo te miraba?
Y – Pues no. Cómo me miraba?
- Vaya tela…. Los tíos parece que vivís en otro planeta. Pues te miraba de un modo que si hubiese podido, te había devorado, la muy loba.
Y – Jajajaja, joer, pues no sé, yo la he visto normal. Es muy simpática, eso sí es verdad, pero vamos, no he visto ninguna intención aparte de querernos vender sus muebles.
Total, que ahí se quedó la conversación con mi mujer, pero a mí ya se me quedó la duda, y el morbo… Así que aquella misma noche, cuando mi mujer se acostó, me hice una muy buena paja pensando en Mercedes. Como decía antes, sin ni siquiera pensar en enrollarme con ella, sino porque masturbarme antes de irme a la cama se había convertido en una agradable rutina, y también por el morbo que me daba imaginar que me enrollaba con esa mujer tan atractiva.
El caso es que Mercedes nos dijo que iba a mandar a una empleada suya a medir nuestro comedor para asegurarse que pedíamos el mueble con las medidas adecuadas, y quedó en llamarme al día siguiente para concretar cuándo nos iba a ser posible ir al piso para ellos poder medir. Al día siguiente, efectivamente me llamó y concretamos la visita para medir al día siguiente por la mañana, que yo no trabaja y podría ir.
Cuando al día siguiente llegué, esperé en la calle a que llegase la chica de la tienda de muebles, pero para mi sorpresa, quien vino fue Mercedes en persona. Venía guapísima, con un vestido verde de falda larga y con vuelo, de esos con un cinturón, y una botas de tacón alto. La verdad es que estaba guapísima, y entre el sol de por la mañana, y su melena rubia, mezclado con sus ojazos azules, estaba para comérsela. Se acercó y con una sonrisa de oreja a oreja, que de nuevo me pareció un tanto especial, nos dimos dos besos. Antes de subir me preguntó que si había desayunado, y como ninguno lo habíamos hecho, decidimos entrar en un bar que había enfrente y tomarnos un café.
Estuvimos charlando muy entretenidos mientras tomábamos el café. Hablamos de nuestra mudanza, de nuestra hija, de nuestros años de casados, y luego le pregunté yo a ella, y también me estuvo contando que tenía dos hijos, pero que ya eran adolescentes, y que sus problemas eran otros; me contó que llevaba mucho tiempo casada, que se había casado muy joven y me dio la impresión de que su matrimonio no era ni mucho menos la alegría de su vida, pero bueno, tampoco profundizamos mucho, entre otras cosas, porque no había tanta confianza como para ello.
Cuando decidimos subir a hacer la medición, el tono entre nosotros era ya muy distendido, y nos permitíamos hacer alguna broma. Al entrar en el piso, estuvo halagando nuestro buen gusto en la elección de materiales y acabados, así que aunque solo tenía que medir en el comedor, se lo estuve enseñando entero. La conversación era bastante intrascendente.
Al llegar a nuestra habitación, la conversación se tornó más interesante.
Mercedes – Así que esta es la fábrica donde se van a hacer los niños…
Yo – Jajajaja, bueno, los niños no. Como mucho se hará uno más, y ya veremos…
M – Anda ya, que sois jóvenes, y no vais a quedaros solo con uno. Además con lo divertido que es hacer niños
Y – Jajajaja, sí, eso es verdad
M – Además ahora con vuestra edad, estaréis todo el día liados, así que igual van viniendo sin que se les espere
Y – Bufff, bueno, bueno… Una cosa es lo que a nosotros nos gustaría hacer y otra cosa es lo que al final se hace. Que ya sabes que los enanos dan mucho trabajo, y a la hora que puedes hacer esas cosas, lo que acabas haciendo es dormir.
M – Bueno, pues anda que como no tiene horas el día… me vas a decir que por cansancio no le dais a cuerpo alegría? Vamos, con lo bueno que tú estás, yo ni cansancio ni narices. O eres tú el que pone la excusa del cansancio? Jajajajaja
Su comentario ya no me ofrecía dudas. Me estaba atacando…
Y – Jajajaja, no no, yo no. Pero si ella no quiere, no la voy a obligar. Así que o a dormir, o a aliviarme yo solito, jajaja
M – Pues que pena… menudo desperdicio. Está claro que Dios le da pan a quien no tiene dientes. A mí me pasa lo mismo, pero en mi casa es al contrario, el que está siempre cansado es mi marido, jajaja
Yo a esas alturas, ya estaba algo nervioso por la conversación, y creo que ya debía tenerla morcillona por el morbo de hablar esas cosas con esa mujer que me ponía tanto y me daba tanto morbo.
Y – Pues eso sí que es una pena, porque una mujer tan atractiva como tú… Lo que no sé es cómo puede resistirse tu marido
M – Te parezco atractiva?
Aquello ya se nos estaba empezando a ir de las manos, pero la verdad es que no me apetecía nada evitarlo.
Y – Muchísimo. Eres una mujer preciosa, y tienes una sonrisa que cautiva.
Ella estaba apenas a un metro de mí. Me regaló una de esas sonrisas especiales mientras se mordía el labio de abajo.
M - Ah, sí? Mi sonrisa cautiva? Pues contigo parece que no funciona.
En ese momento me acerqué a ella, le puse mis manos en su cintura, y la besé. Al principio fue un beso suave en los labios. Nos dimos varios besos en los labios, cortos, como jugando el uno con el otro, aún sonriendo los dos, hasta que los besos empezaron a ser más largos y empezamos a utilizar las lenguas. Al final estábamos enganchados besándonos como locos, mis manos rodeando su cintura y atrayéndola contra mi cuerpo, y sus brazos rodeando mi cuello.
Yo ya tenía una erección total, y notaba mi polla en mala postura dentro del calzoncillo, pero me apretaba contra ella para que la notase. Y vaya si la notaba… Se restregaba contra mí para sentirla y para ponerme más cachondo. Yo empecé a bajar las manos a su culo, y se lo acariciaba y se lo apretaba. Lo tenía pequeño, pero duro. Noté que llevaba tanga, y aquello me puso todavía más cachondo, pues los tangas siempre han sido mi debilidad, y encima con ese culo, estaba ya relamiéndome por lo que me iba a encontrar.
Ella me basaba con verdadera pasión, con vicio. Se la notaba muy excitada y cada vez se frotaba más contra mi polla. La pegué contra la pared, y ella aprovechó para levantar su pierna derecha y rodearme con ella. Cuando la agarré por el culo y tiré de ella para arriba, levantó la otra pierna y también me rodeó, cruzando sus piernas detrás de mí, y teniéndola yo en vilo contra la pared. En esa postura empecé a apretar más mi polla contra ella, que ahora abierta de piernas, exponía su coñito al roce de mi cuerpo, por lo que ya cuando apretaba, ella gemía abiertamente.
Paré un momento de besarla
Y – Joder, Mercedes, que cachondo me has puesto.
M – Pues anda, que tú a mí…
Y – El problema es que aquí no tengo condones, y además como ves no hay ni un triste sofá, así que no sé exactamente qué vamos a poder hacer, ni dónde…
M – el hecho de que me digas lo de los condones me indica que eres un tío sano, y si has hecho algo aparte de con tu mujer, lo has hecho protegido, y como yo tengo hecha una ligadura de trompas, el embarazo tampoco es ningún problema. En cuanto al problema de los muebles…. vamos al suelo!!! que seguro que en peores sitios lo hemos hecho los dos
Y – jajajajaja, me encanta tu naturalidad. Te voy a follar como hace tiempo que no te folla tu marido.
M – Ufff, si encima me hablas así y me dices esas cosas, me pones todavía más cachonda.
Y volvimos a fundirnos en un nuevo beso cada vez más intenso y más salvaje, mientras con cuidado la depositaba en el suelo de la habitación.
Con ella en el suelo, me quedé de rodillas entre sus piernas y me empecé a desabrochar la camisa y los pantalones, mientras ella se desabrochaba el cinturón y los pocos botones que tenía el vestido en la zona del pecho, para a continuación ahuecar el culo, subírselo y sacárselo por arriba. Yo me acababa de quitar los pantalones y los calzoncillos al mismo tiempo, y estaba ya desnudo, de rodillas frente a ella con una erección tremenda. Ella solo con el tanga, el sujetador y las botas.
Le pedí que no se quitara las botas, que me ponía follarla así.
M – Mmmmmmm, así que eres un morboso de las botas de tacón….
Y – Más que de las botas, de los tacones. Pero es que con estas botas estás muy sexy. Déjame que te quite el tanga
Subió el culo y me dejó que tirase del tanga subiendo sus piernas. Tras terminar de sacar el tanga con cuidado de que no se enganchase con sus tacones, le sujeté las piernas arriba, y con ellas juntas como las tenía, levanté su culo y se lo comí. Lamí su ano, y ella no pudo reprimir un gemido. Subí con mi lengua por sus labios vaginales y los recorrí con mi lengua, por fuera, y después abriéndome paso por el centro, recogí sus abundante flujos, pues ya estaba bastante excitada. Ella no paraba de gemir.
Le abrí las piernas y sin soltarla, aún con su culo levantado, empecé a comerle el coño, deleitándome en ello, saboreando su excitación, recreándome en su clítoris. Se lo mordisqueaba hasta que se tensaba, y luego lo soltaba y se lo lamía con la lengua haciendo círculos. La deposité en el suelo y se lo estuve comiendo un rato.
Pensé que al estar en el suelo tardaría en correrse, pero me sorprendió que no tardó mucho y empezó a correrse. Me rodeó con sus piernas tras la espalda y me agarró la cabeza fuerte contra su coño y empezó a emitir sonidos y gemidos
M – Siiiiiiiiiiiiiiii, joder, sí, no pares, no pares, ahhhhhhhhhhhhhh, madre mía como me lo comes!!!!
Seguí lamiendo hasta que su orgasmo remitió, y empecé a hacerlo ahora muy suave, para que pudiera soportarlo y me dejase seguir, porque me apetecía seguir comiéndoselo.
M – Para, espera, déjame a mí ahora, que yo también quiero comerte
Y – No, déjame, que me gusta comértelo. Déjame que siga así suavito.
Y volví iniciar la rutina de lamerle el clítoris en círculos, succionando suave. Al principio despacio, y poco a poco fui acelerando. De nuevo su respiración se fue acelerando también y su cuerpo empezó a tensarse y de nuevo estalló en otro orgasmo en mi boca.
Ahora se quedó como adormecida. Estaba con los ojos cerrados, aún no se había quitado ni el sujetador, aunque en algún momento se lo había desabrochado, supongo que porque le debía molestar el cierre en la espalda apretado contra el suelo.
Aproveché su calma para terminar de sacarle el sujetador, y admiré dos tetas de un tamaño considerable, incluso estando tumbada boca arriba. Eran muy blancas, con los pezones y la aureolas muy rositas. Los pezones no los tenía duros, pero eran de esos pezones erguidos que nunca desaparecen fundidos con la aureola. Me agaché sobre ella y se los lamí. Primero uno, suave, haciéndole círculos en torno al pezón. Enseguida reaccionó y se endureció, así que pasé al otro e hice lo mismo, y este reaccionó del mismo modo. Se los empecé a comer ahora con mordisquitos y succiones, y apretándole las tetas, y ella empezó a gemir de nuevo.
Sin pensármelo más, me tumbé sobre ella y mi polla se introdujo casi sin ayuda dentro de su coñito. Entré despacio, pero entré de una sola vez hasta el fondo. Cuando llegué al fondo, apreté con toda mi alma, y ella no pudo reprimir un gemido bien fuerte. Me rodeó con sus piernas y me atraía con ellas contra su cuerpo al tiempo que me abrazaba
M – Siiiiiiii, joder que bueno. Que ganas tenía. Por favor, fóllame que lo necesito de verdad, fóllame.
Por supuesto no la hice caso. Me moví muy despacio, casi sin salir nada más que unos centímetros y volví a entrar hasta el fondo, apretando. Esperé a que me mirase a los ojos. Quería que me mirase con esos ojazos azules que antes me habían hipnotizado. Sonreí, esperando también esa sonrisa suya que desde hacía un par de días me había acompañado al masturbarme. Cuando supo lo que esperaba, me agarró del pelo, entrelazó sus dedos detrás de mi cabeza y me miró fijamente con sus ojazos azules, y me sonrió mordiéndose el labio de abajo. Entonces nos fundimos en un beso lleno de pasión, como dos amantes se besan, llenos de deseo. Y solo entonces empecé a follarla. Poco a poco, fui acelerando mis movimientos, haciendo que mi polla saliese más de ella, hasta casi sacarla entera, y volvía a hundirla hasta el fondo, cada vez más deprisa, cada vez con más fuerza. Separó su boca de la mía y gimió en mi oído. En ese justo momento paré de follarla.
M – Qué haces? No pares, fóllame!!!
Y – Si dejas de besarme, dejo de follarte. Así que tú verás lo que prefieres.
No se lo pensó ni un momento. Entendió perfectamente quien llevaba las riendas y empezó a besarme con una pasión y un deseo que me volvían loco. Cada vez que la golpeaba al hacer fondo, gemía más fuerte pero no osaba separar su boca de la mía, su lengua siempre pegada a la mía. Besar siempre me ha parecido la actividad más placentera de todo lo que envuelve las relaciones con las mujeres, y este polvo estaba siendo el mejor que había echado en mucho tiempo.
Fui acelerando el ritmo y su cuerpo no tardó mucho en empezar a dar síntomas de que su orgasmo se acercaba. El mío también estaba cerca. Me estaba gustando tanto follarla mientras nos besábamos de esa manera que sentía que no podría aguantar mucho más, así que cuando ella tensó su cuerpo y separó su boca de la mía para expresar su placer, no pude aguantar más y también yo me corrí. Puede sonar a tópico, o a la típica expresión repetitiva, pero os aseguro que por la intensidad del momento, por la pasión que los dos habíamos puesto en el acto, y por el deseo y el morbo acumulado, aun lo recuerdo no solo como uno de los mejores polvos, sino también como uno de los mejores orgasmos que he tenido.
Nos quedamos los dos exhaustos, abrazados, recuperando el aliento. Le acaricié la cara, la empecé a besar de nuevo. La miraba, ambos con los ojos abiertos mientras nos besábamos, llenos de dulzura, con absoluta calma. Ninguno hablaba, solo nos acariciábamos y nos besábamos. Mi polla fue perdiendo vigor poco a poco dentro de ella mientras el tiempo se había detenido y nosotros seguíamos besándonos.
Al final nos recompusimos, y por fin ella tomó las medidas que había venido a tomar. No le pregunté si había venido ella porque su empleada no podía, o si vino realmente pensando en que ocurriese esto, pero la verdad es que tampoco me importaba el motivo.
Al bajar a la calle le ofrecí tomar un refresco en el bar, pero su agenda ya no daba para más, así que la acompañé a su coche y le di dos besos, y con sus preciosos ojos azules clavados en los míos y una de sus sonrisas especiales, nos despedimos.