La decisión IV

No hay que elegir si puedo tenerlo todo

-    Vale, pero para verla hasta el final, no para que te entretengas con el móvil. Te obligo a verla!

Disfrutaba de una noche de sábado tranquilo en el sillón de mi salón junto a mi novia, que usaba ese tono maternal que tanto me gustaba, justo antes de disponernos a ver una película. Llevábamos unos meses juntos y todo era perfecto. Aunque nos había costado cierto tiempo estar juntos ahora éramos muy felices. Teníamos muchos planes de futuro.

Antes de ser pareja éramos amigos y en un momento dado, Pau  me confesó que sentía algo más por mí. Yo, que en ese momento tenía otra pareja, dudé mucho. No sabía qué sentía porque el amor a veces no se nos presenta a todos de la misma forma. Sin embargo, el tiempo me hizo ver que sentía lo mismo por ella.

Esos momentos en los que tratábamos de ser amigos que quizás en un futuro pasaran a ser novios o enemigos, si todo salía mal, fueron complicados. De hecho, recuerdo una tarde que paseaba por la ciudad con la pareja que tenía en ese momento. Pau nos vio, y yo a ella también aunque no se si ella se percató.

Acompañé a Silvia, mi novia, hasta su casa. Una vez allí, me insistió en que subiera para     estar un rato más juntos.

-    Deberías darme un masaje en los pies. Los tengo destrozados y el paseo fue idea tuya. Así que te toca aliviarlos. – me dijo a la vez que se acostaba de un salto en su cama.

-    Qué mimosa eres… - respondí mientras le sonreía.

Me senté a los pies de la cama, la descalcé y comencé a darle un masaje. Tras un rato con cada uno de sus pies, comprobé que Silvia tenía los ojos cerrados, concentrada en disfrutar de la experiencia. Llevaba un traje azul, acorde al verano caluroso que estábamos pasando. Sus piernas lucían ya un bronceado magnífico. Mis manos subieron lento por sus tobillos, luego por sus gemelos. Tenía la piel muy suave. Llegué a sus muslos y pasé a recorrerlos solamente con la yema de mis dedos. Ella, aún con los ojos cerrados, abrió lentamente las piernas al mismo tiempo que sonreía de forma maliciosa. Me hice paso subiendo la parte del traje que me molestaba y bajé su ropa interior hasta dejarla sin nada.

-    Ummm… tú sí que sabes dar masajes. – dijo en tono bajo.

Continué acariciándole los muslos sólo con mis yemas. Cuando llegué a su sexo, me recibió ya húmedo. La rocé lento. Recreándome antes de incrementar el ritmo. Movía mis dedos estimulándola y ella comenzaba a gemir. Con un movimiento perfecto empecé a darle placer con uno de mis dedos para luego sumar otro y penetrarla con dos. Al mismo tiempo usaba el pulgar para seguir estimulándola sin parar.

-    No pares. – decía al tiempo que se agarraba con fuerza a las sábanas.

Cuando percibió algo de cansancio en mí, se incorporó quedando de rodillas en la cama. En esa posición ya más cómoda se quitó el traje. Acto seguido, desabrochó su sujetador quedando totalmente desnuda. Yo, que aún tenía toda la ropa puesta, me levanté y me desnudé mientras ella me observaba ansiosa. Mis pantalones hicieron ruido al caer al suelo. Debía ser la cartera que estaba en uno de mis bolsillos. La cartera que me había regalado Pau por mi cumpleaños. Pensé, en ella, seguramente se había quedado muy triste tras vernos y ahora estaba acostada entre lágrimas en su cama. No me gustaba la sensación de que estuviera así por mí.

-    Te vas a quedar ahí de pie o vas a venir a follarme.- la voz de Silvia me sacó de mis pensamientos.

Sonreí en modo de disculpa y me dirigí a la cama. Me arrodillé quedando ambos frente a frente. Empezamos a besarnos despacio, con calma. Pero rápidamente, agarró una de mis manos y la llevó de nuevo a su coño que parecía aún palpitar. Volvía a jugar con su sexo mientras ella agarraba mi polla con firmeza. Frente a frente, nos mirábamos mientras nos masturbábamos el uno al otro.

-    Túmbate. – me dijo cuando la excitación ya no podía ser más alta.

Cuando lo hice gateó hasta mí. Luego, con un movimiento lento pero idóneo se sentó sobre mí y comenzó a cabalgarme. Le encantaba hacerlo donde surgiera. Una silla, una bañera, el coche… le daba igual. Me encanta montarte me decía siempre. Y de nuevo, lo demostró follándome sentada sobre mí hasta que ambos explotamos con un gran orgasmo.