La decision de Raul
Como me dieron entre dos machos, si les gusta la historia por favor escriban y asi poder intercambiar experiencias. un beso a todos, en la puntita por supuesto.
Sr. Director, antes que nada quisiera deslindar cualquier tipo de responsabilidad sobre los actuales empleados del complejo solariego en donde transcurrieron los hechos, ya que los mismos sucedieron hace tiempo y, tal como me consta, ninguno de los protagonistas continúa ejerciendo sus funciones en el lugar.
Ahora bien, aclarado este punto, paso a contarle que, en aquel entonces, yo era un jovencito vivaz y curioso, indeciso todavía en lo que se refería a mis apetencias sexuales.
Me atraían las mujeres y los hombres por igual, aunque creo que estos últimos llevaban una pequeña ventaja por sobre las representantes del mal llamado sexo débil. Eso lo notaba cuándo, al mirar una revista porno, mis ojos se detenían un largo rato en las colosales y bellísimas porongas que, en su máximo estado de esplendor ilustraban aquellas páginas.
Me moría por sentir una en la boca, por probar lo que esas afortunadas mujeres recibían en todas las posiciones habidas y por haber.
Pero, por otro lado, también me atraían, aunque en menor medida, claro, las vaginas chorreantes y los opulentos senos de las modelos. Estaba confundido, lo sabía. ¿Qué era mejor, una pija ó una concha?.¿Qué me gustaba más?.
Por supuesto los hombres me atraían mucho más, pero entendía que debí probar a una mujer par darme cuenta de que eso no era lo mío.
Todas estas inquietudes me daban vueltas en la cabeza, y lo peor del caso era que no contaba ni con un asomo siquiera de que pudiera resolverlas a corto plazo. Por lo menos eso era lo que pensaba, ya que, mucho más rápido de lo que imaginaba, y en el transcurso de una sola tarde, encontré la tan anhelada resolución para estos interrogantes que me desvelaban.
Por aquel entonces mi papá trabajaba en Parque Norte, el balneario que esta ubicado frente a la Ciudad Universitaria, a metros de la costanera. Por ser familiar directo yo podía entrar sin cargo alguno a todas las instalaciones del complejo, y de hecho así lo hice luego de superar algunos traumas relacionados con mi físico delgado y casi carente de músculos.
Allí, en las piletas, conocí a los guardavidas, uno era morocho y retacón, Muller, el otro, barbado y pelirrojo, Rubén, ambos musculosos y atractivos, bellísimos Adonis a quienes admiraba de lejos, contemplando fascinado esos sugerentes e incitantes bultazos que se marcaban en las zungas que usaban.
Me gustaban, me gustaban demasiado, tanto es así que cuándo cerraba el sector de piletas, bajaba con ellos al vestuario que estaba junto a la sala de máquinas, solo para ver como se cambiaban. Lo hacía disimuladamente, ó al menos eso creía, hasta que una tarde, mientras se duchaban, murmuraron algo entre sí y volviéndose hacia donde yo estaba me llamaron.
-Che, Raulito, ¿por qué no venía a ducharte, el agua esta buenísima?- yo estaba sentado en uno de los bancos, acomodando mis cosas ó eso simulaba, aunque toda mi atención estaba puesta en ese par de briosos sementales.
-Dale, vení, no hay ningún problema en que los hombres se bañen juntos- insistieron.
Desde el primer momento supe que se estaban burlando de mi notoria femineidad, y que se habían confabulado para gastarme alguna broma, pero ya desde entonces había decidido que cualquier humillación bien valía el estar cerca de aquellos machos.
Me levanté y fui hacia ellos. No podía creer que los tuviera ahí, al alcance de mis manos, sus respectivos sexos colgando entre sus piernas.
El corazón me latía a mil por hora. Entré a la ducha y comencé a enjabonarme. Ambos se me acercaban y trataban de rozarme, todo como parte de la broma que tenían armada.
Entonces Muller tiró el jabón al suelo y me pidió, si por favor, podía levantarlo. Al agacharme sentí que me apoyaba por detrás. Fue apenas un toquecito, leve pero perceptible, lo suficiente como para entender que aquello era lo mío, lo que me gustaba. Me volví hacia él y le alcance el jabón.
-Gracias- me dijo.
Entonces ahí, delante de mí y con toda la mala intención del mundo manifiesta en su rostro, comenzó a enjabonarse la poronga con enérgico frenesí, hasta llegar a ponérsela de un tamaño colosal, sorprendente, como tantas veces había visto en las revistas porno. Pero ahora la veía en vivo y en directo, al alcance de mi mano ó de mi boca.
-¿Qué pasa Raulito, nunca viste una tan grande?- inquirió sacudiendo ante mis impactados ojos aquella octava maravilla.
Sin esperar mi respuesta, me agarró una mano y, sin renuencia laguna de mi parte, la colocó sobre aquel trepidante artefacto. Estaba dura y caliente, y sentí que daba un respingo cuándo entró en contacto con mis dedos.
Guiándome siempre, cuál procaz instructor, me enseño como tenía que meneársela, cerrando mi mano entorno a su imperioso volumen y refregándosela de adelante hacia atrás, una y otra vez. Me gustó. Me gustó mucho, muchísimo ese nuevo jueguito.
-Ahora viene lo mejor, se que esto te va a encantar- me dijo apoyando sus manos sobre mis hombros, y, ejerciendo presión hacia abajo, me obligó prácticamente a postrarme de rodillas ante él, el miembro enhiesto e inflamado latiendo agitadamente frente a mi rostro.
-Si, esto te va a gustar muchísimo- repitió a la vez que me frotaba la pija por toda la cara.
Completamente entregado a él, yo no hacia otra cosa más que olerla y embriagarme con ese aroma sin igual.
-¡Chupámela!- me ordenó entonces metiéndomela en la boca.
Por supuesto no fue necesario que me lo repitiera, enseguida empecé a mamársela en la forma en que había visto en películas y revistas, succionando cada trozo, llenándome el paladar con esa carne tantas veces anhelada.
-¡Uhhhhhhhhhhhhhhh! .............¡Lo haces mejor que mi chica!- exclamó entre exaltados suspiros Rubén, veni, tenés que probar esto- le dijo a su compañero, quién, hasta entonces, se había mantenido al margen.
Entonces el guardavida barbado y pelirrojo se acercó a nosotros, la pija, también de colosales dimensiones, agitándose entre sus muslos.
Sin dejar de chupársela a uno, comencé a meneársela al otro, tal como Muller me había enseñado, hasta que, al alzarse toda briosa y enardecida, se la chupe a él también, yendo ahora de uno a otro con igual frenesí ydelectación.
Ayer no sabía que hacer con mi vida y ahora estaba ahí, chupando dos tremendos porongazos, por supuesto no podía sentirme más que feliz y complacido.
Luego, el mismo Muller me ayudó a levantarme y haciendo que me pusiera contra la pared, como un detenido ante una requisitoria policial, los brazos extendidos, las piernas separadas, se colocó tras de mí, refregándome el hinchado porongazo por toda la cola.
-¿Te lo vas a culear?- se sorprendió Rubén.
-No me perdería este culito por nada del mundo- aseguró Muller, pellizcándome deliciosamente los cachetes de la cola.
Enseguida me los separó con sus manos y enfilando el fiero chotazo hacia mi estremecido orificio anal, me lo metió. No recuerdo si me dolió ó no, supongo que si, pero la única sensación que acude a mi memoria es la de un placer intenso, sublime y apocalíptico. Se me nublaron los ojos de lágrimas al sentir la impetuosa invasión, el bravío empuje al que Muller, el guardavidas, me sometía.
No fue una culeada más. ¡Fue la culeada de mi vida!. La primera. La que marcaría a fuego mi preferencia sexual para toda la vida.
ien afirmado tras de mí, mi macho se movía a un ritmo firme y sostenido, metiéndomela hasta las entrañas, haciéndome ver las estrellas con cada ensartada.
Luego, al cabo de un buen rato, se retiró y, señalándome el suelo de las duchas, me indicó que me echara en cuatro patas allí.
Lo notaba alterado, transformado, como poseído por un demonio lascivo y culiador.
Con mis esfínteres ya bien dilatados, prácticamente desgarrados de tanto machaque y furor, me eché en cuatro en el suelo, tal como él me indicó.
-¡Alza el culo!- me dijo en tono imperante, aferrándome de las caderas y levantándome hacia arriba, tras lo cuál se me ubicó encima y, enfilando el aguerrido pijazo hacia mi orificio latente y expectante, volvió a metérmela toda entera, hasta los pelos, culeandome ahora con un ímpetu enérgico y desbocado.
Lo sentía bramando encima mío, resoplando como un toro salvaje, y todas las fibras de mi ser se estremecían.
Todo mi cuerpo, mi espíritu todo se conmovía ante los enardecidos combazos que Muller me asestaba sin piedad ni conmiseración alguna.
Luego, cuándo le urgió el natural cauce de las cosas, me la saco y, frotándosela como en un principio, me apuró para que me ubicara justo debajo de ella.
Así lo hice, quedándome ahí, de rodillas, ante él, adorándolo como el macho que me había revelado lo que soy y lo que seré por el resto de mis días.
Cuándo acabó, me empapó toda la cara con su caudalosa y efervescente simiente, simiente que, por supuesto, me puse a saborear y paladear con todas mis ansias.
-¡Sos un pibe divino!- exclamó entonces, acariciándome la cabeza mientras yo me relamía gustosamente, la boca rebosante de la leche del guardavidas.
Esa fue la primera vez que cogí con un hombre y no sería la única, por supuesto, y ese fue el día en que descubrí que una pija era lo mejor que me calzaba.