La decisión de Marian Estephanye 5

Entonces se vio entrando en un mundo maravilloso y ver, como si de ciencia infusa se tratara, un óvulo sol con su rostro que, al llegar un esperma diminuto, dominador, silencio-so y con el rostro de su amado, se estrellaba brutalmente en él haciéndolo resplandecer aun más de tal forma que la hizo transportarse a un gran campo lleno de girasoles amari-llos, vivos que giraban alegres al son de los movimientos de ella, bailando dichosa entre ellos, feliz, frenética, sintiendo, mientras danzaba, como su vulva se llenaba y se llenaba de Helvert haciéndola desdoblarse y comenzar a flotar y a flotar cada vez más alto.

LA DECISION DE ESTEPHANYE

quinta parte

XV - Nace una relación profunda

Helvert von Now se abrochaba el cuello de su impecable camisa blanca para colocarse la corbata ante el amplio espejo del tocador de las habitaciones de la princesa Marian Estephanye. Subió el cuello y, tomando la corbata de seda brillante lisa azul eléctrico, como le gustaba a él, la colocó alrededor del cuello camisero ajustándola perfectamente. Le encantaba el orden y la estética.

-Señora, el artículo que quiere escribir la periodista colombiana tratará de usted, su trayectoria política actual y futura y también sobre nuestro país –Comenzó diciendo empezando a hacerse el nudo de la corbata.

Marian Estephanye apareció bajo la puerta del baño, casi desnuda, tan sólo con un tanga que apenas cubría con dificultad su pubis en el que se apreciaba, por la pretina de la prendita, el principio del monte de Venus, rubio y recortado. Los pechos oscilaron cuando se paró en seco bajo el marco de la puerta. Alta, joven, guapa, exultante a rabiar en sus veinticinco años. Helvert apartó rápidamente la vista de aquella visión y cerró los ojos. Acababan de hacer el amor como desaforados y verla así nuevamente le daba un escalofría de placer que le subía por la columna vertebral hasta el mismísimo cerebro. Sabía perfectamente que no era un superdotado capaz de erectar al momento siguiente ni capaz de atender tres veces seguida a una mujer sin un buen rato de relax que lo repusiera. Pero ella, con su presencia y por si sola era un caso aparte, la bilirrubina le subía por todo el cuerpo y se instalaba en su peque volviendo a resurgir visiblemente dentro del pantalón. Desde que llegaron a Cataluña no habían dejado de estar juntos tantas veces como podían.

-Si, lo sé, según Gerdha, que tiene un borrador tuyo de las preguntas que he de responder –Estaba parada bajo la puerta, los brazos caído a lo largo de su bien formado cuerpo e incitándolo a que la mirara, mirándolo provocativamente- ¿Haces el nudo de la corbata con los ojos cerrado, Helvert mío? ¿Sale mejor de esa forma o te pone mucho verme así? Me has hecho el amor como sólo tú sabes ¿Acaso ya no te gusto después de eso?

Y la hermosa princesa se apoyaba ahora en el marco de la puerta estirando el brazo derecho algo más arriba de su cabeza, con una pícara sonrisa en la comisura de la boca, inclinando su cabeza y buscándole los ojos, burlándose de él intencionadamente, comprobando la erección que se reflejaba a la altura de la bragueta.

-Señora… eh… se hace tarde

-¿Sí o no? –Se había acercado y lo miraba con intensidad. Bajó la mano acercándola lentamente a la entrepierna del guardaespaldas, metiendo en su mano aquel bulto hinchado y a punto, comprobando con sus dedos finos como los escrotos estaban inflados. Quedó pegada al cuerpo masculino, sin apartar la mano del paquete, rozando con sus pezones enrojecidos de tantas caricias, estiramientos y chupetones el pecho masculino que delataba una respiración agitada dentro de la camisa- Te creo capaz de dominarte para no tocarme ahora mismo. Eres frío como tus ojos, enigmático, desapasionado conmigo ¿Ya no me quieres como tu muj…?

No pudo continuar, Helvert la tomó con ímpetu entre sus brazos y la aplastó contra su pecho violentamente. Tomó la rubia cabeza con la mano derecha y tiró de los cabello hacia atrás con fuerza, sin piedad alguna hasta que el rostro provocativo de la muchacha quedó frente al suyo. Marian tenía la boca entreabierta y se podía ver su lengua moviéndose dentro de ella, esperando, jugosa, deseable. Los ojos azules, grandes y bien abiertos desafiándolo una vez más como lo había hecho no hacía mucho. La mano de ella continuaba masturbando su sexo. El militar la contemplo y luego le estampó un fuerte y apasionado beso en los gordezuelos labios recién lacados. La izquierda apretaba la cintura de la muchacha que quedaba completamente pegada a él y las caderas femeninas hicieron un movimiento de profundidad en las de él. Estaba acostumbrándose a la lentitud de su amante para amarla. Subió lentamente su torneado brazo izquierdo junto con su pierna y los pasó, uno por el cuello masculino, la otra por las fuertes piernas varoniles enganchándola, apretándose contra él. Lo ayudaba a mantenerla porque quería sentir mil veces más aquellas manazas de hombre bruto sobre su cuerpo de mujer ardiente, sumisa a las dolorosas caricias. Y Helvert, interpretando el gesto de la muchacha, soltó el claro cabello bajando la mano por su costado hacia el glúteo derecho desnudo total estrujándolo con pasión y amor. Otra vez volvía a acariciarla con su fuerza dominadora que tanto la volvía loca.

Sabía de antemano que la iba a poner de espalda para apoyarla sobre su pecho y jugar y gozar de su frente. Y volvió a ocurrir. Lo iba conociendo cada vez más y eso le gustaba con locura. Recostada en su torso apoyó la cabeza en el hombro de él, subió el brazo derecho y colocó la mano en torno al cuello encorbatado. La cara del hombre se hundía en su nuca desnuda rozándola, besándola y mordiéndola sin parar. Las enormes manos bajaron hacia sus muslo y las yemas de los dedos era electricidad pura, acariciante, deslizándose por ellos varias veces, comenzando a subir nuevamente hasta llegar a su vulva, bajar precipitadamente el tanguita para meterse en los labios vaginales haciendo que ella sintiera mil sensaciones conocidas. Los largos y suaves dedos la llenaban de descargas brutales exaltándola y que le subían hasta la raíz del pelo. Sus dedos mimosos pasaban multitud de veces por el interior de los labios menores alterados y abiertos, buscando la entrega completa de ella que no se resistía. Ahora palpaba las ingles para volver a la cúspide de la vulva y apoderarse de su clítoris masajeándolo sin parar, provocándole emociones tan grandes que Marian Estephanye abría y subía su pierna metiéndola detrás de la del hombre. Lo que él era capaz de hacerle la dejaba fuera de control, la ponía frenética y la exaltaba de tal forma que, nuevamente, le vino un orgasmo que inundó generosamente la entrada vaginal.

-¡Para, Helvert, para, por Dios! –estremecida hasta la saciedad, pegada al pecho masculino, La pierna que la mantenía perdió fuerza y creyó que iba a caer al suelo de lo emocionada que se encontraba.

Aquellas manos fuertes la sostuvieron una vez más, no perdonaban que fuera Marian la provocadora del desaguisado y siguieron allí, impertérritas apoderándose de una vulva vencida, dócil, encharcada y abierta, emanando jugos producidos por la masturbación de los dedos divinos.

-Vamos… vamos a llegar tarde, Helvert mío ¡Ten piedad! –Y ponía su cara debajo de la de él

Suavizo el control y la sostuvo contra su pecho un buen rato sin dejar de acariciarla hasta que la joven volvió a ser dueña de si misma. La tomaba por la cintura besando sin parar su agradable rostro, luego, tranquilamente, la separó con suavidad dándole una palmadita sonora en el trasero descubierto. Marian Estephanye lo miró de una forma tan intensa que von Now sintió que todo su ser se iba detrás de ella nuevamente.

-Cambiase y vístase, alteza. La es… la esperaré fuera –Caminó rápido hacia la salida tomando por el camino la chaqueta del traje. Sabía perfectamente que no podía estar ni un minuto más allí con ella, porque

-No me cambiaré, Helvert mío, solo me pondré el vestido, retoco los desperfectos que me has hecho, peino el cabello y acudo a la entrevista.

XVI - La entrevista

Marina Valdés dejó en el suelo su maletín de aluminio algo grande y pesado para su cuerpo menudo y de buenas proporciones. Se puso de cuclillas sacando del escote de la blusa de seda blanca con mangas largas una cadenita larga de plata con varias llaves pequeñas. Extrajo una dorada y abrió la maleta plateada bien surtida con distintos cuerpos de cámaras sin objetivos, dispuestos ordenadamente en cada lugar de la caja. A la izquierda de ésta había un estuche morado de terciopelo con un texto en blanco fileteado en rojo que decía Kodak DCS Pro Back. Era su cámara preferida, cámara diseñada para estudios, reportaje de interiores y multimedia.

Tomó el estuche como si estuviera cogiendo a un bebé y lo colocó con el mismo cuidado en la mesita del recibidor abriéndolo. De él sacó una cámara cuadrada y plateada. Siempre la empleaba cuando iban a hacer entrevistas importantes y dentro de un recinto cerrado. Tenía una resolución máxima de 4080 x 4080 y permitía ver las imágenes inmediatamente que se apretara el disparador. Esas mismas imágenes digitalizadas podían transferirse, mediante ordenador, por Internet enviándolas directamente a la redacción, digitalizadas, perfectas, listas para ser editadas. Creaba más de setenta diapositivas que se podía exponerlas sobre pared sin reflector. Era su joya querida, la niña mimada del extenso material fotográfico que poseía. La miró maternalmente, entonces cogió el trípode que tenía al lado, lo abrió y colocó su querida cámara DCS Pro Back.

Se volvió hacia el abierto maletín y quedó mirando los otros cuerpos puestos boca arriba, tomó una Epson Photo PC 3100Z de mano, cámara digital y de rollo, buena para la calle, interiores y hacer tomas de fotografías rápidas, con visor óptico para comprobar el estado de luz. La empleaba mucho porque se podía incorporar a un videotex y usarla como cámara de vídeo si interesaba. La resolución fotográfica de la misma podía equipararse a la Kodak Pro Back. Extrajo una correa de color negro con ribetes blancos y rojos y con un anclaje a cada lado, los engarzó al cuerpo y la colgó de su fino y elegante cuello que lucía un collar de perlas Majóricas que compró cuando estuvo en Mallorca. Tomó una lente Canon de 60x60 y de SUM 10 incorporándola al cuerpo y otra de 50x50 sin SUM para la Kodak.

Además de la excitante blusa, Marina Valdés lucía una larga falda blanca a media pierna, ceñida a unas caderas estrechas y hermosas. Lo que se veía de sus piernas atractivas era unas botas, también blancas, de media caña. Estaba de espalda a la puerta de entrada e inclinada colocando la lente a la Kodak cuando sintió un halo suave en su cogote que la acariciaba. Se volvió y miró para atrás. En la puerta, con una amplia sonrisa, estaba una bella mujer europea, alta, joven, rubia, muy bien vestida y de aspecto nórdico a todas luces.

-Querida amiga Marina, soy Marian Estephanye de Lenstthers -La aristócrata, sin formulismo y con toda naturalidad, le cogió la mano que se le extendía y la atrajo hacia ella y, tocando los brazos de la periodista le estampó dos sonoros besos, uno en cada lado de la linda cara de la colombiana.

-Marina Valdés, periodista y fotógrafa, mucho gusto, señora. No esperaba que una grande de Europa... –Calló de repente. Se le había quebrado la voz por la emoción. Entonces, conocedora de su oficio, guiñando un poco los ojos, dijo- Veo que no está muy maquillada, Alteza ¿Acaso no le gusta? –Observó la joven con su acento colombiano y melódico.

-Me gusta la naturalidad, Marina. Quiero ser yo misma siempre–Contestó la princesa

-Y me parece muy bien, señora. Usted no necesita de subterfugios femeninos para estar así de bella. Por naturaleza ya lo es pero en las fotos saldría algo pálida. Llevo siempre conmigo un pequeño tocador con coloretes que mata la palidez.

Marina colocó a la princesa ante la inmensa ventana que daba a la Rambla donde se veía el puerto y los barcos de gran calaje: transatlánticos, buques de pasajes internos; contenedores; petroleros. A la izquierda, la figura de Colón, en su alto pedestal señalando perfectamente la dirección de Las Américas. Se veía a la gente paseando alegremente por la avenida y los locales de ocio con sus terrazas siempre llenas, alegres. Una auténtica estampa cosmopolita y marinera. Marina retocó con polvos de maquillaje más vivos la faz de la dama y midió la luz que despedía el rostro de la princesa con el fotómetro de su cámara. Sonó un clic propio de cámara fotográfica, comprobó en el visor de la cámara la foto tomada a Marian Estephanye y la mostró a la joven aristócrata.

-¡Caramba! ¿Así de bien voy a aparecer? –Dijo admirada observándose en el visor y clavando sus ojos en la reportera.

-Si, alteza, y aún mejor con el papel croché de la revista que editará el reportaje- Dijo la joven latinoamericana orgullosa- Señora, es usted una mujer nórdica muy bella y posee unas preciosas piernas –Lo dijo con tanta naturalidad que Marian Estephanye de Lenstthers la miró alagada. Sin poderlo evitar miró hacia la puerta de entrada del salón grande del hotel y la reportera siguió, en su curiosidad profesional, la mirada de la Lenstthersience. Allí había un hombre muy alto, rubio, serio, elegantemente vestido y con las manos enlazadas por delante. Su mirada fija en la redactora era sombría, impersonal. No parpadeó ni una sola vez al oír el comentario de la periodista.

Marina sintió el miedo apoderarse de su cuerpo pequeño y hermoso.

–"¡Dios mío!"- Se dijo atónita –"¡Este hombre me va a apalear aquí mismo!"- Y esperó lo peor.

-¿Va a salir en el reportaje este halago suyo, señorita? –Comento la princesa con una sonrisa alegre, sincera.

-¡No, por favor! Es que cuando tengo ante mí a una mujer bella por naturaleza mi boca es lenguaraz y se zafa, soy sincera, Alteza. Disculpe, ha sido solo un comentario admirativo.

Rompió rápidamente el incómodo momento preguntando.

-Princesa ¿Cómo es el Ducado de Lenstthers? ¿Dónde se encuentra? ¿Cómo es su gente?

-El Ducado de Lenstthers es un pequeño estado centrado en la Alta Baviera. Tiene dos mil seiscientos noventa Kilómetros cuadrados y una población de unos quinientos mil habitantes. Su capital es Lenstthers. Nuestra lengua es la alemana y la religión católica. Tenemos un sistema de gobierno de Monarquía constitucional con un Parlamento Unicameral. Gozamos de un nivel y calidad de vida muy alto y nuestro PIB por habitantes de de unos 39000 Euros. Poseemos emisoras de radio, tres canales de TV, seis periódicos con ediciones diarias siendo el más importante La Voz de Lenstthers.

Mi padre es el príncipe reinante Federico IV y está casado con la princesa Margueritte, mi madre."

Históricamente somos un Estado muy joven aunque mi país nación en 1525 cuando Carlos I de España y V de Alemania concedió amplios terrenos al conde Maximiliano de Lenstthers, general de los ejércitos que combatió contra el imperio turco, defendiendo el derecho de Carlos a testar la Corona negra del Sacro Imperio Romano Germánico…"

Militarmente dependemos de Alemania aunque con una base fija acogida a un Fuero especial

Y Estephanye siguió hablando largo y tendido sobre las peculiaridades de su país. Luego pasaron al jardín de hotel y la entrevista siguió diferente derrotero, por último, la periodista pidió terminar el reportaje por las calles cercana al puerto de Barcelona y entre su gente. Aquí, Estephanye, que cada cierto tiempo giraba la cabeza como buscando algo o a alguien, detalle que fue detectado por la colombiana, comentó tranquilamente, señaló al hombre que las seguía continuamente a cierta distancia.

-Bueno, por mí encantada, pero esa petición ha de ser controlada por el Cuerpo de Seguridad de la Casa reinante Lenstthers. Este organismo es el que se ocupa de las salidas y entradas de los miembros de la Casa reinante y, aquel caballero que nos sigue tan discretamente es, precisamente, el jefe de este Cuerpo en España. Con él es con quien tiene usted que hablar, Marina –Y la princesa miró de una forma muy especial al hombre bien vestido que acudió con toda tranquilidad.

Marina, durante el paseo, sacaba instantánea a escondidas de todos los movimientos de su regia entrevistada y su guardaespaldas. La periodista habló en inglés al alemán que la escuchó con mucha atención y con una seriedad que produjo respeto e incomodidad a la reportera

-Bueno, señorita –Dijo Helvert von Now en un perfecto español- Siempre que su Alteza esté dispuesta no tenemos problemas alguno con su petición, pero hoy no. Su alteza tiene, dentro de dos horas, cita con el Presidente de la Generalitat que se trasladará aquí precisamente. En todo caso, señorita, tendrá que ser para mañana en la mañana porque su Alteza parte para Francia por la tarde. Pero antes, señorita, usted ha sacado unas cuantas fotos mías y no es lo correcto. Tendrá que darme su máquina fotográfica un momento, para borrarlas de la tarjeta de memoria. Es la princesa la protagonista de su reportaje no yo. Por favor –Y extendía la mano.

Y Marina no opuso resistencia al ruego. Estaba intimidada ante aquella personalidad del guardaespaldas ¿Cómo sabía aquel gorila nórdico que había sacado fotos? Era cierto, pero quedara la duda de que él no supiera manipular bien la digital y no las borrara del todo la memoria de cada una de ellas, por lo que podía recuperarlas. Su esperanza quedó en desilusión, aquel hermoso ejemplar de hombre supo manipular bien la cámara y borrar las fotos suyas de la memoria y, una vez terminado todo el proceso, devolvió el cuerpo fotográfico a la joven periodista colombiana. Un silencio profundo cayó como una loza sobre las dos mujeres y Marian Estephanye, acostumbrada a situaciones incómodas y violentas, fue la que mantuvo la serenidad y dio un giro a la situación creada por el guardaespaldas.

-Bien, Marina, mañana, si lo desea, podemos continuar sobre las diez de la mañana y charlar con un paseo gratificante ¿Les parece bien? –Y una amplia y fresca sonrisa nórdica disipó el momento violento.

XVII – Ahora eres mío

-¿Cómo sabías tú, Helvert mío, que la periodista Marina había sacado fotos tuyas? –Preguntó con voz melosa, acurrucada en el tórax masculino, sus piernas entrelazadas con las de él, mordiendo la tetilla izquierda y velluda de su amante después del segundo coito de aquella noche- Ella no dejaba de disparar preguntas constantemente. No vi que sacara instantáneas alguna.

-Señora, con la misma técnica con que usted sacó magistralmente adelante la situación incómoda que yo mismo creé. Cuento los metros que recorre y por donde pisa. Observo y calculo las personas que la rodean, situaciones extraordinarias que se puedan presentar y el modo de sacarla de ellas si se crearan. Puedo prever, en un margen de error del 5 al 10%, de gente que la puedan incomodar como la manifestación de esta noche cuando salió a despedir al presidente de la Comunidad catalana. Impedir que el grupo de ultra izquierda lestthersienses se acercara a usted es mi misión. Es la técnica del reconocimiento y la seguridad, señora, soy un agente cualificado y pertenezco a su equipo… ¡Aaaaahh!

Estephanye, mientras lo escuchaba, iba deslizándose suavemente por entre la sábana de la cama, resbalando sus labios por el cuello del hombre, el pecho, besando el estómago, metiendo la punta de su lengua en el amplio ombligo masculino y ensalivándolo, esparciendo la saliva con su órgano bucal por los alrededores a la vez que lo besaba y succionaba a placer. Lo mordía creándole cosquillas, mirándolo de vez en cuando con una sonrisa en sus labios mientras se sacaba vellos de la boca. Bajaba más para introducirse en aquel inmenso bosque de pelos claros del pubis, húmedos y oliendo a sus propios flujos, gruesos, fuertes y suaves a la vez que le acariciaba el rostro. Llegaba ahora al pene no muy grande en ese momento pero grueso, venoso y brillante todavía que iba levantándose y creciendo a medida que la mujer se le acercaba sin dejar de acariciar el pene y los escrotos. El olor fuerte a macho que despedía el miembro viril la enajenaba. Su boca tocó la cabeza del glande y la tanteó con sus labios y lengua; éstos se abrieron deslizándose lentamente por el cilindro hasta casi hacerlo desaparecer dentro de la oquedad bucal, lo rozaba con sus dientes deliciosamente, con instinto natural, con la inocencia del desespero por probarlo tanto tiempo esperado.

-¡Seee…ñora, ah! ¡Seño…raaaahh! ¿Qué ha... hace? –Y parecía que Helvert quería desprenderse de la rubia y preciosa cabeza de su princesa que se apoderaba de su polla, pero no se atrevía, era mucho el placer que estaba recibiendo.

-En la calle soy tuya, tu responsabilidad absoluta; en las visitas soy tuya, la preocupación constante de que todo salga bien; soy tuya desde el mismo momento en que me entregué por primera vez a ti, y en esta cama soy más tuya todavía cuando me estás follando con esa intensidad tardía que desarrollas. Pero ahora, Helvert mío, con tu polla en mi boca, a merced de mis dientes, ahora, digo, eres mío, totalmente mío y lo serás hasta que acabes en mi garganta. Soy, tan sólo por un momento, la dueña de la situación y de tu persona, mi guardaespaldas querido –Había sacado el falo del interior de su boca, abarcándolo con toda su mano derecha de uñas lacadas- Déjate hacer porque no voy a soltarte hasta que consiga que te corras en mi boca y me hagas conocer su sabor.

Y Helvert le costó un cierto tiempo producir erección pero se corrió en la boca deseada que se atoró cuando recibió la fuerza de la inmisión que chocó en la laringe y se deslizó por la tráquea abierta y desprevenida. Rieron y rieron debajo de la ropa camera para mitigar sonidos que los delataran más allá de la puerta, mientras, se abrazaban y se juntaban en uno solo una vez más.

La noche era plácida y dormían tranquilamente, confiados de tener su amor asegurado. von Now se había encargado de que todo marchara bien y el secreto se mantuviera en el más absoluto anonimato pero no contó con aquella figura negra agazapada en un rincón, con gafa y cámara de infrarrojos sacando fotos. Más tarde se retiraba deslizándose como una anguila suavemente, con agilidad felina y sin el menor ruido de la habitación. Salió por una puerta que daba al cuarto de al lado y que servía de ropero y gabinete para Marian Estephanye.

XVIII – El sueño

La princesa de Lenstthers cosechaba éxitos allá donde iba. Era evidente, la habían preparado muy bien como representante del principado, como sucesora del trono y embajadora plenipotenciaria de ese país en el norte de Baviera. España, Francia e Italia daban fe del buen hacer de aquella joven y bella aristócrata de conducta intachable, sola siempre, pero con una alegría tan grande en los ojos que nadie comprendía la razón de su júbilo. Un artículo muy bueno y bien ilustrado de una editorial latinoamericana mostraba su figura de mujer nórdica bella y elegante.

En la Riviera francesa quedaba un antiguo play boy, casi cuarentón, ascendido a soberano consorte que no paraba de estar en fiestas y saraos que nada tenía que ver con la misión importante de su esposa en los países del Mediterráneo.

La gira oficial había terminado en Grecia hacía cinco días y Estephanye de Lenstthers se encontraba de incógnito en Atenas, visitando las antiguas ruinas atenienses que tanto admiraba. La acompañaba un reducido séquito de tres personas pero tan solo una de ellas estaba constantemente a su lado. Se trataba de un hombre alto, fuerte, rubio, callado y de porte elegante que se encontraba siempre detrás de ella que irradiaba felicidad en todo momento.

Estephanye se encontraba de rodillas, los muslos abiertos de par en par, la cintura haciendo un arco intenso, los senos y su rostro apoyados en la cama y la almohada; sus brazos extendidos hacia adelante cogiendo fuertemente con las manos la cabecera de ésta mientras Helvert metía todo su pene totalmente erecto en la vulva chorreante, con fuerza y fiereza.

-¡Cielo santo, Helvert mío, me destrozas cada vez que me penetras así! ¡Un poco de caridad amor, por favor! No pares, no… pa…ares nunca, solo caridad para esta mu…jer que no te pue…de negar nada.

Y Helvert von Now, con su habitual comportamiento de imperturbabilidad seguía su ritmo sin hacer caso a la amada que jadeaba mientras se aprisionaba, en ese momento, el pecho izquierdo, emulando al hombre que la estaba haciendo perder la noción de las cosas. Era el segundo coito de la noche y ésta parecía, por la actividad del hombre, que iba para largo. La joven estaba asombrada, maravillada de aquella marcha de Helvert, nunca lo había visto de aquella manera tan febril. Ella comenzó a recordar que había ido a una discoteca y que se había bebido una copa más de lo habitual y ¡Dios mío, la pasión que él le desarrollaba con sus envites la estaba matando de auténtico gusto! ¡Ella tenía entendido que las copas quitaba el…!

Aquel día fue muy especial para Marian Estephanye. Estaba en fechas de ovulación y se sabía receptiva. Habían llegado de estar en una discoteca discreta cerca de Partenón. Esa noche se pareció a la noche maravillosa en que se conocieron y fueron al "Corona" Roja". von Now la sacó a bailar sin pedirle permiso como en otras ocasiones. Ella sintió como su corazón se aceleraba con la actitud de Helvert, el dominio que estaba ejerciendo de día en día sobre su persona y como se dejaba llevar de su mano, ser su mujer, su vida y eso la enervaba hasta límite insospechados.

Bailaron quedos, muy juntos, Estephanye sintiendo la erección de Helvert, una mano fiera en las nalgas, la complicidad de la oscuridad, los besos interminables, la mano izquierda ¿O fue la derecha la que subía hacia su seno? Tanto daba, luego como creyó que le destrozaba sus glúteos cuando se corrió en los pantalones de los apretados que estaban, como aquella noche de ensueño y, de pronto, sin dar explicaciones, von Now la tomó de la cintura suavemente pero con decisión y la sacó de la sala. Ella lo miraba asombrada sin decir nada. Estaba acostumbrada ya a las decisiones de él que se dejó arrastrar y conducir hasta el hotel sin omitir palabra, cogida de su brazo y muy pegada a su cuerpo fuerte y firme. Lo que sí notaba en aquel hombre que ya había calado profundamente en su corazón y que empezaba a ser su vida entera era una intranquilidad constante, el mirar a los lados con rapidez, pararse de pronto y observar todo lo que le rodeaba, oteando, oliendo, presintiendo algo que no sabía qué era. Llegaron al hotel y él, con voz de mando le ordenó

-Sube a la habitación, Marian, y espérame. No preguntes nada. Hay algo aquí afuera que no entiendo desde hace tiempo y quiero averiguarlo ahora que tengo esa oportunidad. Tengo sospechas de que somos vigilados a distancia y no he podido averiguar nada aún. Reúnete con Gherda y mis hombres hasta que yo regrese ¡Sube, Marian!

Y el bien formado cuerpo de Marian Estephanye se estremeció completamente ¡Dios mío, lo sabía todo el tiempo! Quedó expectante, paralizada ante la puerta acristalada de la entrada del hotel, con sus manitas bien cuidadas pegadas sobre las lunas inmaculadas y transparentes de las puertas, viéndolo partir con rapidez hacia un rumbo fijo

-¡Dios mío, que no lo descubra! ¡Qué no llegue a saberlo nunca! Tengo que avisar rápidamente antes… ¡Dios del cielo, mi vida por la de él! –Y se apresuró por toda la sala de entrada, volando más que corría escaleras arriba, llegando a su habitación y encerrándose con llave. Tomó un móvil de su bolso, marcó un número y una voz aguardentosa le respondió casi en el acto

-¡Lo ha descubierto, Lo ha descubierto! ¡Salgan de ahí! ¡Por Dios, no le hagan nada! ¡Todo se ha acabado aquí y ya! ¡Vuelvan a casa! ¡Es una orden!

-Perfecto, alteza, lo estamos viendo. Nos retiramos en estos momentos como acordamos. Archivaré el asunto con todo el material obtenido y volvemos a casa. No tema, señora, desapareceremos antes que llegue a nosotros. Un hombre de su capacidad y preparación era de prever que se diera cuenta pronto. Es muy seguro, señora, que por protegerla no se decidiera a intervenir antes, aunque no dejó de inquietarse. A sus órdenes, alteza ¡Buenas noches!

Y cuando Helvert von Now llegó a la habitación serio, nervioso, irritado consigo mismo y con mil preguntas sin contestar. Marian Estephanye, que lo esperaba en la alcoba y viéndolo de aquella guisa, perplejo, lleno de dudas y rabia, se echó en sus brazos con tanta pasión que no lo dejó pensar en nada más que no fuera tenerla entre sus brazos, que la poseyera de aquella forma tan frenética que tenía, sintiendo sus manos férreas recorrerla toda, aquel pene grueso y nervudo inundándola de semen y haciéndola estremecerse de pasión perdiendo la noción del tiempo cuando quedaron dormidos plácidamente. Entonces se vio entrando en un mundo maravilloso y ver, como si de ciencia infusa se tratara, un óvulo sol con su rostro que, al llegar un esperma diminuto, dominador, silencioso y con el rostro de su amado, se estrellaba brutalmente en él haciéndolo resplandecer aun más de tal forma que la hizo transportarse a un gran campo lleno de girasoles amarillos, vivos que giraban alegres al sonde los movimientos de ella, bailando dichosa entre ellos, feliz, frenética, sintiendo, mientras danzaba, como su vulva se llenaba y se llenaba de Helvert haciéndola desdoblarse y comenzar a flotar y a flotar cada vez más alto. Quedó mirando aquel paisaje infinito y precioso de girasoles como auténticos crisoles que la iluminaban y miraban desde la tierra que los habían visto nacer y dejaban oír, con sus movimientos inquietos y musicales producidos por el aire que los acariciaban, una canción ensoñadora de cuna que su madre le cantaba cuando era pequeñita y ¡de pronto! se vio nuevamente alzada entre las altas flores meciendo a un querubín desnudo, pataleando graciosamente y agitando sus manitas cerradas hacia ella, sonriéndole con una pequeñísima y preciosa boca rebosante de leche materna que acababa de tomar de sus pechos desnudos, doloridos por las succiones y resumiendo dos hilitos de líquido blanco que caían como manantiales en aquella boquita pequeña que era la viva réplica de la de Helvert. Ya no cabía en sí de la inmensa felicidad tan grande que la inundaba. Miraba al cielo con sus ojos azules llenos de gratitud, húmedos, percibiendo miles y miles de estrellas resplandecientes a través de sus lágrimas, buscando al Ser Supremo para demostrar lo agradecidísima que le estaba por el maravilloso regalo ¡Y quería gritar, gritar, gritaaar, gritaaaaaarr…!

-¡Señora! ¡Estephanye, Estephanye, mi vida, despierta, despierta por todos los santos! ¡Estephanyeeee! –Y la zarandeaba casi bruscamente- ¿Quién te hacía gritar y reír así?

Helvert von Now la tenía frenéticamente abrazada, estaba asustado mirándola, a un centímetro de su rostro, echándole el aliento todavía a bebida, dándole pequeños y cariñosos cachetes en la mejilla sonrosada y mojada por las lágrimas y el sudor, recomponiendo una cabellera larga, rubia y totalmente esparcida por la cama. Marian Estephanye despertó y lo miró radiante, riendo alto, casi sin voz, entornando sus preciosos ojos y acariciando el rostro del hombre que le había cambiado para siempre su vida.

-Helvert, Helvert mío, vuelve a despertarme de esta manera llamándome por mi nombre, tuteándome, preocupándote por esta pobre mujer que tienes en tus brazos y que será, seguramente ya, la madre de tu hijo. Hazme nuevamente tuya otra vez, mi querido guardaespaldas.

Y ceñía todo su cuerpo masculino, traspasándole aquellas vibraciones llenas de energías positivas que acababa de tener en su transportación al mundo onírico. von Now, como siempre, con esa lentitud natural, fundiéndola nuevamente en su pecho, la amó como pedía aquella mujer que había calado profundamente en su persona.