La decisión de Marian Estephanye 4

-¿Qué más cosas malas ve usted en él, Gerdha? –Reía la princesa para su adentro, co-nocía perfectamente aquel escalofrío de su secretaria- No le cae bien ¿No es así? -¡Señora, como secretaria particular y consejera, le sugeriría que lo despidiera de inme-diato y se lo quitara de encima! ¡Es un hombre peligroso, abominable! ¡Tiene cara de sica-rio y de asesino a sueldo! Como en esas películas de intriga americanas. Es repugnante, alteza. Es

LA DECISIÓN DE MARIAN ESTEPHANYE

Tercera parte

XI - La Fiesta

El salón de Privilegios de la Embajada de Lenstthers en España estaba exquisitamente iluminado. Normalmente se utilizaba para las reuniones entre embajadas, de negocios y acuerdos diversos pero, en acontecimientos como el de esa noche se convertía en la mejor sala para acoger eventos muy importantes. Estaba despojado de la larga mesa y ahora rodeaba sus cuatro paredes sillas de estilo que servían para el descanso de las damas. La iluminación era perfecta, lámparas de lágrimas cargadas de bombillas estaban dispuestas en hileras a lo largo de la colosal estancia, Pantallas de pared de luz indirecta y de diferente color frente a cada pantalla ayudaba al salón a tener una vistosidad y un ambiente muy agradable. Cuadros medianos colgaban por los muros con elegancia y estética mostrando los rostros de los distintos príncipes reinantes del pequeño país enclavado en el mismo corazón de Alemania y, concretamente en la Bavaria del Norte, daba una nota de grandeza y elegancia.

Los invitados eran presentados al Embajador, esposa y a los presentes por el Maestro de Ceremonias. El salón de baile empezaba a estar concurrido y personajes importantes con sus parejas pululaban aquí y allá, saludándose, charlando otros, haciendo corrillo los más y los menos sociables paseaban mirando las pinturas que lo decoraba, la mayoría con sendas copas de distintas bebidas en sus manos. Al fondo, una gran puerta dejaba ver el comedor con una enorme mesa muy engalanada y llena de bebidas bien dispuestas. Una orquesta, de quince personas uniformadas al estilo prusiano, dispuesta sobre una tarima a un lado del paraninfo interpretaba suavemente valses vieneses. El Embajador y esposa, al pie de la entrada, saludaban cortésmente a los recién llegados departiendo unas palabras con ellos y sus acompañantes.

Todos los invitados estaban presentes y expectantes cuando fue anunciado el presidente del Gobierno Español. Entró con su señora cogida a su brazo. El Embajador condujo a los ilustres invitados a un apartado donde esperaban las grandes personalidades a la homenajeada principal. No tardó mucho en aparecer. A los toques de una fanfarria de aviso el Jefe de Protocolo, con voz potente y clara, anunció:

-¡Su Alteza Real, la princesa Marian Estephanye de de Lenstthers y el príncipe consorte Pierre Luís de Montpensier y de Orleáns!

Helvert von Now, vestido con un vistoso uniforme militar de gala, con todas las condecoraciones obtenidas en el transcurso de su carrera, estaba en ese momento hablando con cuatro hombres elegantemente vestidos y camuflados entre los asistentes. Se estremeció de emoción. Ahora volvía a tenerla enfrente, la vería constantemente durante la noche y en la distancia: cenar, hablar, reír y bailar con todos los invitados a la fiesta. Todos los movimientos de la princesa sería para él como si todas esas atenciones de puro formulismo a los demás se convirtieran en apasionada relación amorosa donde los besos y caricias de los dos se prodigaran sin límites, con un público que esta allí pero que no les veían amarse. No podría tenerla cerca ni danzar con ella, eso era seguro, pero el hecho de ser el encargado de su seguridad, saberse cerca, contemplarla a placer sin ser observado por nadie era su mayor alegría de esa noche. No hacía dos horas la había tenido entre sus brazos, amándola y poseyéndola una vez más. Recordó con intensidad sus besos, los abrazos, sus cuerpos muy juntos, copulando con salvajismo y amor. Las constantes vitales se alteraron en grado sumo. La puerta se abrió y Helvert von Now tembló de emoción cuando

Marian Estephanye de Lenstthers apareció radiante, feliz, preciosa. Vestía un traje largo enterizo de satén color champaña sujeto a dos tirantes que dejaban sus torneados hombros desnudos, escote cuadrado que no enseñaba nada y ajustado a su atractivo cuerpo de mujer joven. Un chal del mismo color caído como al descuido de los hombros era el conjunto del vestido. Unos guantes del mismo color largos, más arriba de los codos, le daba una apariencia de mujer seductora, zapatos y bolso a juego y sus cabellos rubios recogidos en una cola de caballo que colgaba juguetona al caminar. Su marido, el príncipe consorte Pierre Luis, vestido de chaqué negro y pantalón gris con finas rayas negras, se puso detrás de su esposa como manda el protocolo. Ambos se dirigían hacia las autoridades del país que se alineaban esperándola. A pocos pasos de los mandatarios españoles, el matrimonio real se paró saludando cortésmente y mostrando una amplia sonrisa.

Comenzó a sonar los himnos nacional de Lenstthers y español. Todos los presentes guardaron un silencio respetuoso. Terminado éstos los asistentes se distendieron alrededor de la princesa heredera. Algunos presentes, de tendencia ultra, levantaron sus rostros al techo y pusieron las manos derechas sobres sus corazones, la mayoría tan solo escuchaban con el respeto debido.

Acto seguido, los príncipes acompañados del Embajador comenzaron a saludar personalmente a todas y cada una de las personalidades de ambos países. A continuación a los diplomáticos acreditados asistentes y diplomáticos de la propia Embajada, entre los que se encontraba Helvert von Now. Sus miradas se encontraron nuevamente y ante semejante público Marian Estephanye llegó a él, el corazón le bombeaba a cien. Lo había visto desde que había comenzado los saludos y las miradas de reojos a su guardaespaldas no las podía controlar.

Cuando Marian llegó al oficial jefe estaba emocionada, la adrenalina la alteraba poniéndola nerviosa; los ovarios comenzaron a tintinear y, cuando le dio la mano, creyó desmayarse porque un auténtico orgasmo la invadió. La rigidez en las piernas que le produjo el orgasmo fue evidente teniendo la mano masculina en la suya, no había perdido la sonrisa pero ésta era una mueca extraña y sus ojos extraviados, su hermosa dentadura se trincó con fuerza para poder controlar su euforia. Percibió un fuerte apretón en su mano de Helvert que le transmitió seguridad, tranquilidad y el conocimiento pleno de lo que le sucedía. Y ella, recuperándose inmediatamente aplicó sus bastos conocimientos diplomáticos y pudo proseguir con los saludos ante la extrañeza de algunos.

La velada continuó entre la cena y el baile. La joven danzó primeramente con su marido de forma cariñosa, con el mandatario español, con el Embajador de Lenstthers y con otras personalidades de la política y del poder económico. El deseo de ella era llegar a von Now. Fue a mediado de la fiesta que lo consiguió por pura casualidad. Un sorteo entre los diplomáticos de la embajada, en el que la princesa, invitada, participó alegremente por ser ella el premio. Y por esa casualidad del destino le dio la suerte al hombre más deseado de su vida en ese momento. Helvert von Now se acercó con el premio en la mano que era una rosa blanca, se la ofreció y ella, en el paroxismo de la felicidad, se lanzó casi descaradamente a sus brazos mientras los demás reían y aplaudían.

Los primeros compases se desarrolló en silencio, gozándose cuerpo a cuerpo, Marian Estephanye se sentía deseada estando apretada y acariciada en los brazos de aquel hombre catorce años mayor. La joven se dio cuenta de la capacidad de control que poseía su guardaespaldas, quería sentir nuevamente en la entrepierna la dureza de la masculinidad de él pero erró en su intento. Poco a poco fueron acercándose hacia el centro de la pista de baile. Marian, con voz suave y susurrante le dijo al oído.

-¿Cómo hacemos para vernos después de la fiesta, Helvert mío? –Marian Estephanye percibió como el hombre se estremecía.

-Alteza, debemos ser comedidos, hay que tratar este asunto con mucha delicadeza. Usted es la segunda dama más importante de nuestro país, es conocida internacionalmente en el mundo de la política, de las finanzas y como unas de las princesas más inteligentes y serias de Europa. Si la prensa nacional o internacional la sorprendiera en un desliz amoroso con uno de sus oficiales su prestigio de mujer de bien se vendría abajo y, aunque se demostrara que no era así o acallara los rumores por cualquier medio, se encontraría irremisiblemente en la picota del entredicho de la noche a la mañana. Comenzarían a vigilarla constantemente, como hacen con el príncipe, su marido, sacando a la luz y hablando a cada momento "aquellas escenas extraña en la fiesta de la Embajada" que estaría grabada en fotografías para la posteridad. Y ¿Qué dirían los príncipes reinantes de su hija, alteza?

Seguían bailando pero habían bajado la intensidad de su danza. Hubo silencio entre los dos. Marian Estephanye volvió a preocuparse por el proyecto del hijo que le bullía la cabecita hacía tiempo y las palabras de von Now le volvieron a confirmar que era el hombre perfecto, el padre ideal para su futuro hijo en todo el sentido de la palabra. Se había olvidado del proyecto desde el momento en que cayó en los brazos de Helvert y no pensó en nada más que hacer el amor con él. Tenía razón, mucha razón. von Now era un especialista en el tema de la Seguridad personal y se lo estaba demostrando. Pero ¿Y su relación? ¿Qué sería de ellos dos, entretanto?

-No me gustaría renunciar a ti, es más, no quiero renunciar a ti por nada del mundo. Te he encontrado por fin y me has fascinado, no deseo apartarme de ti, Helvert. Mi marido me desea pero no me quiere, me engaña cada vez que quiere, tú lo has dicho muy bien. Además, no es capaz de darme un hijo ¿Qué me importa él ya a estas alturas de mi matrimonio?

-Señora, deje que sea el momento y la ocasión los que trabajen en su favor. Permita que sea el día a día el que tome la iniciativa. Si lo hacemos así y lo orientamos hacia nosotros podremos estar juntos siempre, delante del mundo entero y no se daría cuenta de nada.

Tres horas después la fiesta terminó oficialmente con los himnos nacionales. El Presidente español marchó con su esposa y, la princesa Marian Estephanye de Lenstthers tuvo que retirarse con su esposo acompañados del Embajador. Sin embargo, la fiesta continuó algo más de una hora para el resto del personal. Para von Now ya no era igual y, en el momento de retirarse su futura soberana, extendió las órdenes pertinentes a sus hombres y comenzó a desfilar hacia la salida en dirección a su casa. Fue entonces cuando la secretaria Gerdha Braunm se le acercó.

-Teniente coronel von Now –La mujer lo miraba con superioridad y prepotencia. Se notaba un total rechazo a su persona sin un motivo justificado- Su Alteza desea verle en el despacho del Embajador. Vamos

Se hizo a un lado para darle paso, su postura impertinente era radical. Helvert se la quedó mirando largamente, con su peculiar mirada larga, metálica y desconcertante que desalmó a la princesa la primera vez y que llenó de frío intenso el alma de la mujer que tenía delante en esos momentos. Para Gerdha fueron años el breve momento que estuvo prisionera bajo los ojos impávidos del teniente coronel. Al rato, éste, sin decir nada y continuó su camino dirigiéndose a la salida.

-¡Señor, señor, por favor! Le ruego que venga… -Ya no ordenaba, rogaba como una niña.

-¡Ah, Gerdha, eso está mejor! Si, ahora vamos a ver a la princesa usted y yo. –Y caminó detrás de la secretaria que temblaba de rabia y miedo al verse vencida.

El despacho del Embajador no era nada sobrio. Un gran salón de techo alto y una soberbia lámpara de lágrimas en el techo dejaban toda la estancia alumbrada hasta la saciedad. Un escritorio de estilo con mesa grande, limpia de documentos y solo el portafolio en cuero verde con ribetes dorado encabezando al escritorio el escudo heráldico del país a un lado y el retrato del soberano al otro iluminados por lámparas decorativas de luz indirecta, el sillón de despacho de respaldar alto y dos sillas a juego delante de la mesa. Cubría las paredes estanterías con diversos libros, enciclopedias jurídica internacional, una enorme mesa de reunión y unas veinte sillas iguales repartidas en todos los laterales de ésta.

Gerdha y von Now llegaron juntos a la puerta del despacho, tocó entrando después de recibir el permiso. Marian Estephanye estaba sentada en una de las cuatro esquinas de la gran mesa de Reuniones, leyendo un documento encuadernado. Los esperaba.

-Gracias, Gerdha. Puede retirarse a descansar. Gracias y buenas noches –Seria, con su majestad natural, elegante con su vestido de la fiesta, dominando la situación en todo momento. La secretaria, mirándola con cierto asombro, hizo un saludo con la cabeza y marchó en silencio, humillada, echando peste contra el militar- Tome asiento, por favor, señor von Now.

La joven tenía un dossier abierto delante de ella. Extrajo un documento perfectamente escrito que extendió a von Now

-Este documento te nombra jefe de Seguridad de la princesa Marian Estephanye de Lenstthers hasta que termine el periplo por la Europa mediterránea. Vendrás conmigo a Francia, Italia y Grecia, donde terminaré mis visitas diplomáticas y comerciales. Mi marido ha dicho que, seguramente, tan pronto estemos en Barcelona, partirá para Ginebra o, en todo caso, nos acompañará hasta París pero en todo momento se quedará en Francia cuando partamos para Italia y yo, Helvert, le estoy sumamente agradecida. Seguramente le estará esperando la noble española, esa amante fija de la que, parece ser, no se puede separar tan fácilmente ¿Te das cuenta, Helvert mío? ¡Solos tú y yo! ¡Lo que dijiste cuando bailábamos es la verdad pura! Dejar trabajar bien al tiempo para que obre en nuestro favor y amarnos delante de toda Europa ¡Eres un genio, mi vida! –Tomaba la mano del hombre que apretaba con pasión mientras lo miraba con devoción.

-¿Seguirá usted mis consejos por duros que sean en todo momento, Alteza? –Sus ojos se clavaban en los de ella con fijeza pero exenta de la otra metálica y cruel.

-Como si fueran los Principios Fundamentales de nuestra Constitución, Helvert mío, si eso te tranquiliza. Comprométete en cuidar de mí y te seguiré y obedeceré sorda y ciega allá donde vayas.

-No pretendo tanto, señora. Hay algunas princesas en Europa con mala reputación, déjeme evitarle eso y habré cumplido con creces la misión que se me encomienda. Usted será una futura mandataria de reconocido prestigio, actualmente respetada y admirada en el continente y fuera de él. Siga así para orgullo de nuestro país.

-¿Con un marido tarambana como el mío? Es un loco por los saraos, las queridas y las putas de lujos. Inmaduro e infiel. Tú lo sabes, el mundo de la prensa internacional lo sabe muy bien, lo sigue haya donde vaya. Es mi esposo y no he podido cambiarlo ¿No se presupone que debo ser igual a él?

Helvert von Now la miró con ojos profundos, con largura, sin mover un músculo de su cara, atractivo con aquel uniforme de gala, sensual en su hombría de naturaleza dominante. Marian Estephanye sintió que toda ella se estremecía otra vez por volver a ser tocada por él. El militar estiró el brazo y, con los dedos de su mano derecha perfiló el rostro sereno de la princesa de derecha a izquierda. Rozó su boca brillante con los dorsos de éstos de extremo a extremo momento en que la joven princesa aprovechó para atraparlos con sus labios e introducirlos en el interior de su boca, chupándolos mientras se hundía sin miedo en aquellas pupilas estáticas, apoderándose de la mano libre de él. El hombre la bajó por su cuello acariciándolo, bajando por él hasta llegar a los nacientes del gentil pecho femenino para luego retirarla y acercarla a la frente retirando un mechón de cabello rebelde que quería cubrir el bonito rostro. Se inclinó y la besó largamente los labios que se abrieron golosos a la caricia. Sobre su boca le dijo.

-No, Estephanye, tú no. Y el mundo entero lo sabe.

Sin apartar la mirada de la muchacha que estaba extasiada, fuera de sí, se enderezó despacio, tomó la carpeta con el documento del nombramiento, siguió mirándola desde su altura sin decir nada y, acto seguido, retirándose tres pasos atrás, se cuadró militarmente y, dando media vuelta se dirigirse a la puerta de salida. Estephanye no osó decir nada. Se había hecho ilusión por un momento de que la tomara entre su brazos y, besándola, la tumbaría sobre la mesa levantándole el traje y poseyéndola como hizo en su casa horas atrás. Pero no ocurrió nada, von Now tomó el pomo de la puerta que daba acceso al exterior y, antes de salir, se volvió.

-Bien, señora. Comenzaré desde ahora mismo a preparar su viaje de mañana a Cataluña. Todas las visitas que haga, entrevistas y demás actos que convenga asistir he de saberlo yo de antemano. No quiero descuido alguno sobre su seguridad ¡Buenas noches!

Una Marian Estephanye esperanzada quedó en aquel despacho de la Embajada sola, con el corazón triste y muy acelerado -¡Me ha tuteado y siente algo por mí!- Se dijo con alegría. Marian quedó resignada sentada allí, en la sala del ejecutivo, sabiendo que la actitud de aquel hombre había sido la correcta y, como bien había dicho, si quería tener el respeto del mundo tenía que empezar por ella misma. Durante más de diez minutos la princesa heredera del pequeño ducado de Lenstthers miraba fijamente la puerta por donde había salido el hombre que la había conquistado nada más conocerlo, tenía necesidad de él una necesidad que treinta horas antes no hubiera creído que pudiera suceder. Dudó mucho antes de tomar el auricular con decisión, sentía remordimientos y le temblaba la mano. Cerrando sus hermosos ojos y su boca en un rictus desesperado apretó el botón rojo del aparato telefónico que había en la mesa quedando conectada de inmediato. Alguien respondió al otro lado del hilo

-¿…?

-Todo está saliendo como se ha proyectado –Calló por un momento mientras se mordía el labio inferior- Comenzamos a partir de mañana. Quiero la máxima consideración para el teniente coronel von Now, se lo merece. Desde ahora mismo ya no hay vuelta atrás ¡Buenas noches!

XII - ¿Otro asunto más que tratar, Gerdha?

La princesa Marian Estephaye de Lenstthers y su esposo, acompañados del pequeño séquito obligado y cinco hombres del cuerpo de seguridad en el que se encontraba al frente Helvert von Now viajaron en el avión a reacción Falcon 900-B perteneciente a la flota del Ducado Lenstthers. Todos y cada uno de los pasajeros estaban ocupados en sus respectivas responsabilidades. El avión, con menos de una hora de vuelo, empezaba a introducirse en el espacio aéreo catalán.

Marian Estephanye despachaba con la secretaria que le presentaba una agenda llena de asuntos políticos y económicos con la Comunidad catalana, agenda apretada en sólo dos días de estancia. La joven princesa se pasó los dedos por la frente y por su agradable rostro apareció un gesto de preocupación y de tristeza. No se dio cuenta que Gerdha la observaba detenidamente y analizaba todos y cada uno de sus movimientos.

-¿Le preocupa algo en particular, alteza? –Preguntó fijando la mirada en un documento que miraba sin leer Marian.

-¿Cómo…? ¡Oh, no, Gerdha! Tan solo estaba distraída –Volvió a retomar la compostura- ¿Algo más que añadir a la apretada agenda, amiga?

-¿Nos… nos va a acompañar por su periplo Mediterráneo ese… el teniente coronel? –Se notaba un deje de despecho y un cierto odio oculto al referirse al Jefe de Seguridad que no se le escapó a Estephanye

-¿Qué le ocurre con él, Gerdha? –Y la miró fijamente

-Es un hombre déspota, no guarda las debidas composturas en el respeto que su alteza requiere. Si le comunico que usted ordena verle me mira con esa mirada terrible… -Y su cuerpo se estremeció- Y, de pronto, sin saber el porqué me veo como una tonta pidiéndole las cosas por favor. Señora, usted es la princesa heredera de nuestro gran Ducado no una plebeya como lo es ese

-¿Qué más cosas malas ve usted en él, Gerdha? –Reía la princesa para su adentro, conocía perfectamente aquel escalofrío de su secretaria- No le cae bien ¿No es así?

-¡Señora, como secretaria particular y consejera, le sugeriría que lo despidiera de inmediato y se lo quitara de encima! ¡Es un hombre peligroso, abominable! ¡Tiene cara de sicario y de asesino a sueldo! Como en esas películas de intriga americanas. Es repugnante, alteza. Es

-¡Adorable, Gerdha! ¡simplemente adorable! No lo sabe usted bien. Verá, querida amiga y consejera, antes de prescindir de ese… sicario asesino como usted lo califica –Y señalaba con el dedo índice hacia donde estaba von Now- prescindiría de sus servicios de inmediato, la enviaría a casa destinándola a estar detrás de una mesa de un despacho oscuro y sombrío, como la clásica oficinista metomentodo. Ese hombre, mi querida confidente, tiene una valía tal para mí y los intereses de nuestro país que no se lo puede imaginar. No es un asesino sino un militar diplomático. Es un profesional muy cualificado, un hombre que da su vida por la familia Lenstthers, inteligente y sagaz... Al no querer hacer caso a las órdenes inmediata de su princesa es porque él lo considera oportuno. Tiene una autonomía, unos poderes y una responsabilidad que usted, confidente y consejera, no alcanzará jamás. Sí, Gerdha, vendrá con nosotros por todo el Mediterráneo le guste a usted o no ¿Aclarada la cuestión von Now? Le sugiero también que desde ya lo mire desde otra perspectiva o, apreciada amiga mía, la mandaré para nuestro país o la desterraré para siempre del territorio ¿Estamoooos?

Gerdha se encontraba replegada en el respaldo del sillón totalmente, casi levantándose del asiento con miedo, mirando con enormes ojos a la princesa que, a medida que hablaba, iba alterando la voz y acercándose a ella hasta quedar a un palmo de su rostro.

Pierre Luis, que dormitaba al lado de su esposa, despertó sobresaltado y miró a su mujer asombrándose de lo que estaba viendo. Un silencio impresionante se produjo dentro de la cabina del avión. Una azafata, que en esos momentos traía dos desayunos para la pareja real, quedó parada en medio del estrecho pasillo, con las bandejas bailándole en las manos. Fueron momentos de asombro, de no saber nadie que había ocurrido. El ambiente se enraleció de pronto con la voz alterada de la princesa. La tensión en la nave se podía cortar con un cuchillo.

-¡Uffff, señores –Dijo el príncipe consorte Pierre Luís al rato, estirándose y bostezando indolentemente, sin un ápice de educación- ¡Qué hambre tengo! ¿Vosotros no?

Había mirado a su esposa que estaba a su izquierda, al lado de la ventanilla del avión. Con cierta extrañeza se dijo –"Si no supiera que una es casada y la otra soltera, diría que están peleándose por un hombre"- Hizo un gesto indefinido con los hombros.

-¿Otro asunto más que tratar, Gerdha? –Comentó la princesa de la forma más normal del mundo

-Se… señora –La pobre secretaria tragaba saliva por el mal trago que la había echo pasar su jefa- Hay una periodista latinoamericana que desea entrevistarla. Quiere realizar un reportaje sobre nuestro país... Si cree que no va a poder hacerlo, comunicaré su decisión ahora mismo por teléfono.

-¡No, no, está muy bien! ¿Una periodista latinoamericana? ¡Caray, estupendo! Acepto encantada la entrevista. Comuníqueselo de inmediato al teniente coronel von Now para que haga sus averiguaciones –Y ya miraba a su asistente como si nada pasara- ¿La conozco?

-Ella es una joven reportera articulista y gráfica muy buena, colombiana, firma sus trabajos con el seudónimo de Marina.

-Marina… Marina…, si, creo que me suena –Repetía la princesa pensativamente, mirando hacia el exterior del avión- Si, he visto sus fotos y reportajes en alguna ocasión. Muy buena. Que el equipo de señor von Now busque todo lo referente a ella, quiero conocerla bien y que no me sorprenda.

XIII - ¿Dónde he estado todos estos años atrás, Helvert mío?

En la opaca claridad de la habitación del hotel, reflejada tan solo por la luz de la luna y la que proviene de la calle, un hombre alto, fuerte, sin chaqueta, la camisa de cuello abierta más de la mitad, la corbata colgando a los lados y presentando un torso velludo, descalza lentamente con caricias suaves los pies de una mujer joven, guapa y proporcionada que está vestida de calle, acostada y apoyada sobre sus brazos estirados hacia su cogote en la amplia cama del dormitorio. Ella mira con devoción al varón que tiene enfrente. Él tiene una rodilla en tierra y otra en ángulo recto. Las manos masculinas masajean los tobillos una y otra vez y los dedos largos y fuertes van poco a poco subiendo a lo largo de sus pantorrillas. Llega a los gemelos y se para. Las dos manos fuertes y velludas aprietan esos gemelos con dulzura infinita, luego bajan nuevamente al principio, luego vuelven a subir tocando todo el contorno de las piernas bien torneadas. Los besos son complementos de los mimos, besos que la boca del hombre le proporciona y en donde la mujer nota la barba rubia y fuerte de todo un día. La mano derecha del hombre, inquieta siempre, pasa por delante y se apropia de las rodillas frotándolas con los dedos pulgares. La mujer se estremece con las caricias recibidas y el fuerte y a veces doloroso picor de las cerdas de la barba cerrada es un suplicio maravilloso para su piel blanca. Esos enérgicos pelos pasean por la brillante y suave pierna de la joven produciéndole una emoción erótica que la inflama.

Esta sintiendo a la vez la mano izquierda del hombre llegar a su corva derecha, apretarla, pellizcarla y apoderarse del muslo, deslizándose por él hasta llegar al naciente de la nalga oculta por la posición del asiento. Ahora es el dorso de esa mano que la agasaja hacia fuera o hacia dentro, fuera, dentro, lentamente, muy lentamente, haciéndola sentir que es amada. Roza tan solo su piel fina, caliente y redondea el muslo, pasando ahora por arriba, arrastrándose hacia su ingle, subiendo antes con esa lentitud natural la falda del vestido que deja ver un muslo macizo, blanco con los minúsculos y suaves vellos rubios erizado por la excitación, siempre sin prisa pero sin pausa, sorprendiéndola a cada momento.

La pelvis de la mujer saltaba hacia arriba violentamente y un grito de conmoción salio de su garganta llenando la habitación de los gemidos fogosos. La mano maravillosa había tocado sus labios vulvales apretándolos con sus dedos de acero y causándole dolor. La columna vertebral de ella sufrió una sacudida emocional tan grande al contacto de esos dedos castigadores que la mujer cayó completamente sobre la cama sin fuerzas. La había sorprendido la caricia en su sexo aunque lo suponía. Las piernas se cerraron con violencia deseando anular la acción de esos dedos, queriendo proteger la vulva y el cosquilleo que le produce.

Sigue tumbada en la cama, con las piernas ahora muy juntas y apoyadas sobre el suelo, las manos masculinas están en las entrepiernas quietas pero llenándola de sensaciones que la dejan fuera de control y a su merced. Y no se hace espera lo que la joven sospecha. Aquel hombre se inca en el suelo y queda arrodillado ante sus piernas que las abre sin importarle la presión que la chica hace. El pecho femenino está alterado y se sale de la blusa de seda blanca y desabotonada de la misma forma que la masculina, Los senos están alterados y parecen querer salirse de la caja toráxica. El hombre levanta toda la falda y la mujer queda ante él con el triángulo del tanga minúsculo echado a un lado. Dentro de aquella oscuridad, él observa unos labios gruesos, bien definidos separados por aquel finísimo canal exultante. El órgano femenino está en plena ebullición y se deja notar a través de su olor y calor.

El hombre queda quieto, contemplando largamente la maravilla que tiene delante y, despacio, pone las manos una en cada rodillas para apoyarse. Inclina el rostro hacia el sexo femenino y pega su boca a la vulva que se estremece al contacto. De pronto, el hombre hace un movimiento de manos tan rápido que la mujer no se da cuenta. Ha cogido la pletina del tanga y de un tirón fuerte y salvaje rasgando la braga hasta romperla.

La joven, que se encuentra henchida de pasión lo mira asombrada, está apunto de un orgasmo ante tantas sensaciones y la violencia que el hombre muestra con la prendita íntima. Levanta su rubia cabeza y lo mira impresionada. Su vulva apenas velluda se humedece ligeramente ante el rostro del varón que no aparta su boca de los labios verticales. Nunca fue una mujer que tuviera mucha experiencia en lo sexual a pesar de tener un marido play boy y, la que tenía no le daba luz suficiente para saber las pretensiones del amante pero, sin embargo, si lo intuyó. La cara masculina la tiene pegada en la entrepierna y esa boca golosa comienza a pasearse por su sexo lamiendo cada uno de los labios. Un sonido ronco sale de la garganta femenina. Sus manos se levantan solas dirigiéndose hacia la cabeza del hombre pero se paran a mitad de camino. La esta mordiendo, mejor, rozando con los diente los labios y con la punta de la lengua pretende meterse entre ellos y lo consigue sin esfuerzo.

-¡Aaaaah, Dios mío! ¿Qué… qué… haces? –Y sus manos siguen desesperadas por querer apartar aquella cabeza peluda de su entrepierna pero éstas se niegan a obedecer incomprensiblemente- ¡Para, para, por Dios, paraaaaa!

Siente la lengua de éste introducirse entre los labios, comenzar a moverse como una serpiente por entre los labios menores, chupando el canal encharcado que forma su sexo ¡La esta degustando! piensa en el paroxismo de la excitación. Sin darse cuenta comienza a subir las piernas hasta dejarla en el aire, angulada y por encima de la cabeza del varón, bien abiertas, tensándolas hacia adelante poco a poco a medida que está siendo succionada, percibiendo cómo la lengua se mueve despacio, en trechos cortos y sin parar: clítoris, meato, entrada vaginal ¡Nunca creyó que un ser humano pudiera dar con su boca aquel inmenso placer que estaba sintiendo! Ahora los dedos sabios se apoderan de estos labios abriéndolos para que aquella lengua mágica masaje otra vez su excitado clítoris que crece y ensancha por momentos. Cree no aguantar aquel estado de cosas ¿Qué pretende este hombre, matarla de puro placer? ¡Lo esta consiguiendo, lo esta consiguiendo! Coge la ropa de la cama con fuerza inusitada y la lleva a su costado. Puede ver sus piernas totalmente estiradas en el aire, abiertas exageradamente al placer y ve también aquella melenuda cabeza entre ellas arrebatándole los últimos resquicios de cordura que le queda. Y explota brutalmente. Siente en sus entrañas algo que la electriza, como un hilo de corriente que corre por la espina dorsal y llega a sus bajos saliendo a tal velocidad que las piernas comienzas a brincar estrepitosamente. La cabeza masculina es sacudida por los movimientos pero no se aparta ni un solo momento y cree percibir cómo la boca masculina se introduce más adentro todavía Y el fantástico daño de la barba ya ni existe. Y la chupa sin piedad tragándose el gran caudal orgásmico que le ha ofrecido.

-¡Haaaaaaayyyy! –Y ahora sí, ahora toma la cabeza masculina por los pelos y la aprieta con una fuerza extraordinaria contra su sexo mientras jadea descontroladamente ¡La aprieta, la aprieta, la aprieta sin poder contenerse!- ¡Haaaaaaayyyy Dios míooooo, ayúdameeee!

Herbert Von Now vio, por el rabillo de su ojo derecho, cómo Estephanye comienza a subir las piernas. Está a punto de orgasmar y sus manos, que se encuentran en mitad de los prietos muslos, pasan a ocuparse de los labios vaginales estimulándolos. Con el índice y pulgar de ambas Helvert comienza a masajear con la yemas de los dedos el interior de aquella vulva apoderándose del inflamado clítoris que tintine y crece aun más. No tiene más que cogerlo y redondearlo con el pulgar y el índice derecho y la princesa, frenética, agarrándose con desesperación a las sábanas se corre estrepitosamente. Aquel caldo caliente y oloroso fluye a trompicones de la vagina por la excitación. Los toma gustoso hundiendo su boca para aprovechar todo aquel caudal de mujer joven que irrumpe al exterior. No se separa de aquel sexo caliente y tembloroso ni una sola vez. Espera pacientemente que las hermosas piernas bajen por su propio peso como así ocurre.

Marian Estephanye siente sopor y frío cuando descansa sus piernas en el suelo. Helvert comienza a subir por su estómago lentamente, no para de besar el camino recorre, deja estela de los propios jugos por su piel. Ya lo tiene entre sus pechos hundiéndose en ellos. Ella siente el escozor de la barba en el canal y los laterales de los senos. Sigue besando incansablemente el centro mientras va subiendo. Sin parar, pasa al seno derecho y muerde el pezón totalmente erecto e hinchado; ahora se acercaba al izquierdo y hacía lo mismo ¡La destroza con aquella cara de hombre lobo! Cree que le esta arrancando la piel a tiras mientras la acaricia con la barba hirsuta Que haga lo que le venga en ganas, con su buen hacer se ha adueñado de ella. Marian sube los brazos y los deja en cruz con las manos a los lados de su cabeza, espera que el rostro de Helvert se acerque al de ella y la cubra con aquellos besos que tanto desea y necesita. Y él llega a su bonito y agradable rostro y se detiene a menos de un palmo, la mira fijamente, con esa intensidad tan grande que la deja noqueada. Marian Estephanye le pregunta con palabras entrecortadas.

-¿Dónde he estado todos estos años atrás, Helvert mío? ¿Por qué mi marido, hombre experimentado en lidias amorosas, no ha capaz de sacarme de quicio como lo estás haciendo tú? ¿Por qué no me ha enseñado a amar? ¿Por qué no me ha dicho que hay milagros maravillosos que no sea solamente tener el pene suyo dentro de mí?

El silencio de él, a la que ya se esta acostumbrada, le respondió. La está sonriendo mientras comienza a besarla suavemente en los labios, en las mejillas, en la punta de la nariz, ahora entre los ojos, en la frente para luego bajar tranquilamente por el mismo camino hasta llegar a su boca de la que se apodera ya en profundidad.

Helvert von Now se pone en pie y extiende la mano para ayudarla a levantarse. Una vez la tiene enfrente, la mira calladamente como siempre, con fijeza. Sus manos pasan por su cara y la perfila con los dedos toda ella. Baja por el cuello y las fija en la blanca camisa de seda de Marian Estephanye.

-¿La vas a rasgar también, Helvert? –Comentó ella con una sonrisa cómica

  • Quiero desnudarla porque deseo hacerla más feliz en esta noche.

-¿Tú crees que, si se lo pidiera, será capaz de hacer lo mismo que me has hecho tu a mí? –le decía al oído mientras él, abrazándola, le afloja la presilla del sujetador y le desabrocha el botón de la falda.

-No se preocupe por eso, alteza, todo llega en la vida tarde o temprano –Y deja caer la falda al suelo. Ya estaba desnuda nuevamente ante él.

Se siente flotando porque la ha cogido en brazos y la lleva al lado izquierdo de la cama para acostarla.

-¿Si yo pretendiera hablar de lo Divino y lo Humano contigo, Helvert, tú me responderías? No, Helvert mío, no, tus silencios y arrumacos son suficientes para expresarte como deseas –Y ella deja sentir sus labios húmedos y rojos cerca de la oreja masculina.

Ya sabía que no iba a obtener respuesta de aquel oso de los bosques de la Alta Baviera. Se consuela viéndole desnudarse delante de ella y admirar y desear aquella anatomía bien cuidada, fuerte y velluda. Ya conoce la noche emocionante que le espera, es la tercera que pasan en Cataluña y en las dos anteriores habían acabado agotados y felices. Acaba de enseñarle hacía un rato otra novedad mundana a la que ella no tenía ni la más remota idea. No sabía que las parejas pudieran llegar a tales extremos de placer y Dios lo había puesto en su camino, algo tarde, pero ahí estaba. Lo besó con intensidad

Helvert von Now salio de la habitación del hotel a las cinco treinta de la mañana, guardaba toda la precaución posible. Marian yacía dormida profundamente en el lecho. Dentro de cinco horas marcharían hacia Francia y él tenía que preparar a los hombres y dejar instrucciones de los próximos pasos a dar.

De una de las pocas lámparas encendidas del pasillo de la planta donde se hospedaba la princesa Marian Estephanye de Lenstthers. Se produjeron varios clic’s imperceptibles que cogieron a von Now saliendo del dormitorio y no paró de clicquear hasta que el hombre entró en su habitación. Pero éste retrocedió sobre sus pasos y quedó expectante, quieto como una estatua, mirando a los lados del pasillo. Luego desapareció en la habitación.