La decision de Isabel (II)

Se recomienda leer antes La decisión de Isabel (I) Una inocente apuesta lleva a Isabel a adentrarse en un mundo de perversión y fantasías sexuales de la mano de un desconocido.

LA HABITACIÓN

Era el segundo mareo en un día. Cuando abrió los ojos ya no estaba en su habitación sino en la que había estado espiando. La habían narcotizado, se encontraba ingrávida. La japonesa estaba en el potro, muy próxima a ella, custodiada por sus dos erectos compañeros.

Isabel intentó gritar, estaba amordazada, intentó moverse, estaba atada con pulseras de cuero en muñecas y tobillos, sentada en la gran butaca. La japonesa sonrío con lujuria, asió por una mano a cada uno de sus machos y los acercó frente a frente. Los hombres comenzaron a tocarse entre ellos, a frotarse, a acariciarse... asomaron sus lenguas por la abertura de la capucha y comenzaron a morrearse con gula, la chica les frotaba el culo mientras se entregaban al placer homosexual, aquel ambiente morboso y las imágenes que presenciaba estaban estimulando mucho a Isabel, aunque intentaba que su rostro no diera muestras de ello, esquiva, miró hacia abajo, y se percató de que le habían quitado las bragas.

Los hombres continuaban su manoseo recíproco, acariciaban sus pezones, se lamían el cuello y los hombros. La japonesa se levantó del potro, continuaba llevando clavado el dilatador anal, vista de cerca era más bella aún, con unos ojos negros y profundos que le proporcionaban una mirada muy incitante. Se acercó a Isabel, se situó a su espalda, y comenzó a proporcionarle suaves caricias por su nuca, la piel de la prisionera se erizó, no pudiendo disimular un estremecimiento placentero. Los hombres se acercaron también a ella, cada uno agarró el pene del otro y comenzaron a masturbarse muy cerca de su cara, el olor a macho se coló por las fosas nasales de Isabel. El masajeo y la visión de aquellos vigorosos miembros la aturdían y comenzó a abandonarse al gozo que le proporcionaban tantas emociones juntas. La japonesa se le acercó al oido... -"estás mojada"- le dijo con suave acento, le pasó los dedos por la raja y le constató sus palabras dándole a probar su propio néctar en la boca, al principio lamió con timidez, pero poco a poco engulló los dedos orientales y miró desafiante a los chicos que se pajeaban a su lado, comenzaba a sentirse caliente, cómoda en esa tesitura, salida, ávida de sexo. Uno de los hombres se arrodilló ante ella, el otro le proporcionó una fusta de equitación y con ella ejecutó una serie de golpecitos cortos sobre el clítoris de Isabel, ella sintió esa descarga eléctrica que sube por el cuerpo cuando alguien manipula en lo más íntimo de tu cuerpo. Mientras tanto la japonesa no cesaba en sus caricias, a las que añadía besos, esta vez ya en sus pechos, cuello, espalda.

La prisionera inmovilizada se retorcía en la butaca convulsionada por el goce. El mango de la fusta le recorrió su coño de arriba abajo sin entrar en él, el otro hombre estaba a punto de eyacular, su pene parecía un misil nuclear, tenía los testículos enrojecidos y gruesos, la pequeña geisha se dio cuenta y se lanzó a aquella verga con sus labios. Unos gruñidos precedieron a la corrida de aquel encapuchado, el semen empezó a manar en abundancia, la mujer lo tragaba con gusto aunque se le escapaba algún pequeño chorro por la comisura de los labios.

Isabel cerró las piernas notando como un primer orgasmo la iba a envolver. El fustigador dijo en voz alta - "parece que la invitada sabe gozar de los secretos de esta mansión"-- los otros dos sonrieron. La japonesa se había tragado toda la leche y se colocó en cuclillas, emitiendo un pequeño gemido fue expulsando el dildo de su ano, que cayó al suelo, luego se colocó a cuatro patas y el musculoso hombre de la fusta se dispuso a montarla por el culo. Lo hizo sin miramientos, la penetró sin aviso previo, la empaló y ella jadeó como una perra, la agarró de la melena y la cabalgó a embestidas, azotando sus nalgas y su espalda con la fusta, era una escena muy salvaje, el otro hombre, recién corrido, les animaba, les provocaba, cogió el dildo del suelo y sin pensarlo se lo introdujo al jinete en su ano, se convirtió en penetrador y penetrado al tiempo. Isabel volvió a sentir la oleada del orgasmo recorrer su cuerpo, apenas la habían tocado pero tenía estímulos suficientes para que sus hormonas la hicieran gozar como en el mejor de los polvos.

La cabalgada se incrementó en ritmo, el dilatador anal parecía haber desatado gran excitación en el jockey follador que sacó su falo del agujerito japonés, aunque en ese momento era un verdadero túnel. El hombre sujetó su pollaza e instó a sus acompañantes a arrodillarse ante él. Ambos iniciaron una felación conjunta, lamiendo y succionando, recorriendo cada rincón de su tranca y sus bolas, lo llenaron de saliva y él les recompensó, agitó su polla hasta que reventó en una eyaculación poderosa que fue a parar a la cara de mujer y hombre; ambos se dedicaron a besarse e intercambiar con lengua y labios la donación gelatinosa que les acababa de inundar, la tragaban como si fuera delicioso manjar.

Isabel notó su respiración agitada, se había corrido tres veces juntando sus muslos y frotándolos ligeramente, notaba sus pezones empitonados, y su cuerpo estaba sudoroso... -"¿Hasta cuándo iba a durar aquello?"-... se preguntó.

Un ruido de cerraduras dio un toque de realidad a la situación, la puerta de la habitación se abrió, entró otro hombre, vestido de traje, el mismo que le había recibido en la puerta, uno de los encapuchados se le acercó... Murmuraron algo y fueron subiendo el tono de voz

  • ¿Qué hace ella aquí? No debería estar en esta habitación.

  • Pensábamos que era una visitante más.

  • Pues no, no lo es, liberadla inmediatamente y llevarla a la suite, es una orden del señor---

  • De acuerdo.

LA SUITE

Los encapuchados liberaron a Isabel de sus ataduras en los pies, pero no de las de las manos ni de su mordaza, la sacaron de aquella habitación y caminaron por el pasillo, ella no opuso resistencia, de todos modos ¿qué podría hacer en una mansión alejada de cualquier lugar habitado? El largo corredor enmoquetado estaba flanqueado por puertas a ambos lados, según iban avanzando se escuchaban salir sonidos de algunas de ellas, todos con claro cariz sexual, gemidos, gritos, jadeos, palabras obscenas, sonidos.... al final el pasillo se ensanchaba en un amplio hall circular rodeado de ventanales y a la izquierda un portón diferente a los del resto de las habitaciones, blanco, más grande y decorado con molduras, con un pomo inmenso y un llamador dorado, sin duda esa era la suite que había mencionado antes su "liberador".

Al abrirse aquella imponente puerta apareció un enorme salón, decorado al estilo modernista, con exquisito gusto, alfombrados, mobiliarios, paredes, cuadros, lámparas, dignas de una mansión de lujo. Dejaron a la cautiva sujeta en una silla, le quitaron la mordaza de la boca y la volvieron a dejar sola. Un reloj de péndulo de grandes dimensiones emitió sus señales horarias, ya era por la tarde, el tiempo había pasado volando y las sensaciones extrañas y contradictorias invadían la mente de Isabel --- ¿Qué sucedería ahora? ¿Qué era todo aquello? ¿Debía temer por su vida?---  Concentrada en esos pensamientos fue alertada por una puerta que se abría a su izquierda. De lo que parecía ser un baño salió una mujer. Era rubia, alta, sobre el 1,75, ojos azules intensos, piel muy blanca, rostro de cutis casi etéreo y unos labios muy sensuales a pesar de ser finos, una belleza "fría" capaz de derretir a cualquiera que se propusiera seducir, era joven, de unos veinticinco años, su cuerpo perfectamente proporcionado, iba ataviada con una bata ligera de seda y debajo asomaba ropa interior similar a la que Isabel se había puesto, ropa de alta gama con delicado encaje y aspecto sensual.

La joven saludó:

  • Hola Isabel.

El escuchar su nombre de boca de aquella desconocida le inquietó, pero a la vez se convirtió en lo más familiar que había sentido desde que había llegado a aquel misterioso lugar.

  • Hola- dijo balbuceante Isabel.

  • ¿Eres tú la dueña de todo esto?

La joven sonrío de nuevo, una sonrisa suave de las que iluminan todo el rostro

  • No, ni mucho menos... soy una invitada más, como tú.

  • Y... ¿Cómo sabes mi nombre?

  • Lo sé por una nota que me han dejado en el baño, advirtiéndome de que iba a llegar una mujer llamada así, y he supuesto que eras tú.

  • No entiendo nada ¿Qué hacemos aquí?

  • Esto es cosa de "él", algún tipo de juego, no sé.

  • ¿Él?

  • Sí, el hombre que nos ha hecho llegar aquí.

-¿Y qué se supone que quiere "él" de nosotras?

  • No creo que estos ropajes sean precisamente para dormir... ¿no te parece?- dijo mientras esgrimió de nuevo su reluciente sonrisa.

  • ¿Y qué te parece si me desatas?- dijo Isabel con voz seria mirando las ataduras que la fijaban a aquella silla

  • En mi nota decía que si me lo pedías no lo hiciera.

  • Ah vaya, y ¿se supone que tú haces todo lo que te ponen en una nota?

Ella no contestó, se acercó a una mesa y tomó una botella de cava que enfriaba en una cubitera, sirvió dos copas y acercó una a los labios de Isabel.

-Supongo que tendrás sed-, dijo.

Isabel no contestó, lo cierto es que notaba la boca seca, así que bebió de una sentada la copa.

La chica acercó entonces su propia copa e Isabel no dudo en apurarla también. Un poco de cava se escapó por la premura y bajó por su barbilla hacia el pecho, la rubia hizo ademán de lamerlo pero algo interrumpió su movimiento, se detuvo y puso el dedo índice sobre sus labios con claro gesto de indicar silencio. Isabel la miró expectante. La rubia se desplazó hacía una lámpara de pared que salía de una esquina de la estancia y luego dió una vuelta sinuosa por varios rincones de aquella imponente suite, al finalizar el recorrido se acerco a la silla y le susurró - hay un par de cámaras ocultas grabando todo, creo que no deberíamos hacer ninguna maniobra extraña -Isabel, hizo un mohín y asintió.

La joven se inclinó de nuevo hacia el oído de Isabel y le dijo:

  • ¿Qué te parece si le damos un poco de espectáculo a esas cámaras? Tal vez así nuestro captor no tenga más remedio que aparecer...-

  • ¿Qué quieres decir?

Sin dejarle terminar la frase, la blanca mujer se sentó en su regazo, abrió sus piernas y se acomodó, a continuación se inclinó hacia la boca de Isabel y con la punta de su lengua inició un sensual masaje en los labios de su compañera de suite, ésta en principio fue reticente, pero después de todo lo vivido estaba realmente caliente, el entorno era propicio, y además tenía ganas de saber de una vez qué pretendía "él"... así que se dejo llevar, entornó los ojos y se dedicó a absorber sensaciones, aquella lengua aterciopelada le lamía candorosamente la boca, poco a poco se fue convirtiendo en un apéndice lujurioso que humedecía y buscaba penetrar entre sus labios, una fusión en besos profundos, femeninos, delicados. Se agitaron las respiraciones, se fundieron las humedades y el rubor asomó en el rostro de ambas. Abrieron sus párpados a la vez, la joven exclamó entrecortada

  • Vaya, no pensaba que esto me fuera a gustar tanto.

Miró a Isabel con las pupilas azules encendidas y añadió

  • Por cierto... me llamo Miriam.

A continuación se aflojó la bata de seda y dejó entrever su escultural cuerpo, se insinuaba tocándose los senos, sabiendo que estaba siendo vigilada y alternaba ese ritual con caricias sobre su prisionera de la silla, que ya entregada, las recibía de buen grado.

Isabel nunca había compartido nada sexual con otra mujer, pero no le preocupaba en ese momento, sabía que le gustaban los hombres y que aquello era un simple instrumento de placer eventual. El morbo se había apoderado de ella y estaba dispuesta a hacer cosas que nunca imaginó si la situación lo requería. Siguió regalándose en besos con su partenaire, cálidamente, le agradaban las caricias y el hecho de seguir atada ayudaba a que su piel se alterara. Miriam se despojó de su sujetador y dejo al aire unos hermosos pechos, jóvenes, duros, turgentes, con unas areolas rosadas y grandes, sin pensarlo los guió hasta la cara de Isabel, que los engulló con ganas, mamando aquellas tetas tan bellas. La rubia jadeaba poseída del éxtasis que provocaba la succión y restregaba su entrepierna en los muslos de Isabel como si estuviera en celo

  • Me estás poniendo muy zorra- espetó - Ohhh, sigueee, sigueee así, me encanta.

Isabel recreaba en aquellos pechos lo que a ella le gustaría que le hiciera una boca, se aplicó en mordisquear, ensalivar, titilar con la lengua aquellas peras jugosas...

  • Joder, cómo me tienes… ardiendo, oooohhhh...- Notó que estaba húmeda de nuevo y a punto de correrse una vez más.

Miriam estaba empapando con su conejo los muslos de su compañera, tenía temblores, señal de que se le avecinaba un clímax, metió su lengua en la boca de Isabel, hambrienta, jadeando, se corrió bamboleándose contra la pierna de Isabel, no dejó ahí la cosa, se arrodilló y lamió con destreza todo el jugo que había dejado su corrida en aquel suave muslo, la piel de Isabel se alteraba con aquella lengua que serpenteaba tan cerca de sus ingles y le provocaba vibraciones internas, poco a poco la boca de Miriam se quedo a pocos centímetros de su sexo. Miriam levantó la mirada y le dijo:

  • Me gustaría hacer algo.

Isabel contestó:

  • Sí, adelante, cómemelo.

  • No, no es eso... - rebatió Miriam.

Isabel la miró intrigada...

  • ¿Te ha hecho efecto el cava?---

  • No entiendo... - respondió Isabel

  • ¿Tienes ganas de orinar?

“Joder”, pensó Isabel, que no había reparado en una práctica de ése tipo...pero estaba tan entregada a la faena que contestó casi sin darse cuenta:

  • Creo que sí, llevo varias horas sin ir al baño.

Miriam excitada la animó:

  • Venga por favor, lo deseo, házlo, quiero ver salir tu pis y que me riegues con él.

Isabel intentó alzar su coño aunque se veía limitada por las ataduras, aún así elevó sus caderas todo lo que pudo.

Miriam comenzó a lamer un dedo, a chuparlo lujuriosamente, lo ensalivó, lo puso rígido y comenzó a hurgar en el sexo de Isabel.

  • Relájate, saca tu orina, méame.

La prisionera comenzó a sentir como su vejiga se distendía, desde luego tenía ganas de miccionar, cerró los ojos unos instantes para dejar llegar el momento, notaba como se mezclaba el placer sexual con la necesidad imperiosa de expulsar el dorado líquido, la combinación resultaba morbosa e inquietante, relajó su uretra un poco más, aunque le costaba debido a la tensión que notaba en todo su coño.

  • Vamos, vamos, quiero sentirlo ya..- seguía exclamando mimosa la joven mientras manoseaba sus propios pechos, los elevaba y los lamía con su lengua.

Isabel exclamó un satisfactorio -Ahhhhhh--- y su pis comenzó a brotar en un chorro que parecía no tener fin.

-Así, así mmmm, dame tu caldo amarillo -

Miriam dirigía su cara, su cuello y sus pechos hacia el poderoso manantial como si estuviera tomando la más satisfactoria de las duchas.

  • Hazme sentir sucia, guarra, cerda... mmmm... qué rico - Añadió mientras abrió la boca y bebió un poco de pis.

Isabel no daba crédito a lo que estaba haciendo pero a la vez sentía una placentera sensación de poder y un cosquilleo sensual por todo su cuerpo le empitonó los pezones y le puso la piel de gallina mientras meaba sobre aquella preciosa hembra. Sin duda, parecía estar inmersa en una especie de ensoñación en la que estaba poniendo en práctica sus más oscuros deseos y algunos incluso que jamás imaginó.

(Continuará)