La decisión de Isabel (I)

Una inocente apuesta llevará a Isabel a adentrarse en un extraño mundo de perversión y fantasías sexuales por parte de un desconocido.

LA APUESTA

Todo había empezado con una apuesta medio en broma. Un resultado de fútbol, quien perdiera debería ir al día siguiente a un bar del pueblo con una minifalda y tomarse dos martinis. Una tontería, pero sería divertido entre compañeras de trabajo.

Isabel perdió la apuesta, suspiró, esa misma noche se colocó ante el armario y buscó alguna mini de aquellas que conservaba de anteriores temporadas. No es que no pudiera lucirla, todo lo contrario, a su edad se miraba en el espejo y observaba que sus piernas y su trasera aún estaban en muy buena forma, mejor incluso que muchas veinteañeras, pero claro, era un tipo de prenda que no tenía olvidada. Encontró varias, y optó por la menos llamativa, una negra aunque muy cortita, desechó otras más festivas y quizás por ello más desfasadas. Luego se durmió sonriendo y con cierta inquietud por tener que acudir de aquella guisa, tan poco frecuente en ella, en medio de la gente de aquella pequeña villa que siempre necesitaba algún motivo para ponerse a difundir rumores y habladurías, lo de la mini y los martinis serían una buena excusa entre los más retrógados.

Sonó el despertador, era sábado, las once... lo justo para ducharse, arreglarse y definir el resto de la indumentaria. Mini negra, medias negras, zapato negro con buen taconazo, blusa de seda negra semitransparente, un collar largo, con un amuleto metálico en su extremo, las pulseras,el reloj, los anillos habituales, y encima una trench blanca y cortita. Se miró y se encontró bien, claro que al mirar hacia abajo se vio rarísima con las piernas tan descubiertas, --buff--, se volvió a mirar y empezó a sentir cierta timidez... - Si casi se me ve el tanga --- pensó...-tendré que ser cuidadosa al sentarme, y no me quitaré la trench ni loca-

Perfumada y maquillada exhaló y se dijo -"¡Adelante!"- abrió la puerta y salió a la calle...

Sus tacones sonaban rítmicos por las aceras del pueblo, primer saludo --"Buenos días"--, segundo -"Buenos días"--... tenía la sensación de que todo el mundo le miraba a las piernas, incluso desde las ventanas y tras las cortinas de los edificios. La cafetería no estaba lejos pero llevaba unos cuantos minutos de camino y parecía que alguien había dado una orden de salir a la calle en ese momento. Miradas, miradas, miradas... por fin la puerta de la cafetería, entró y se dirigió a la barra... una sonrisa le dio tranquilidad, su compañera le saludó.

  • Jaja, pensé que no venías, ¿llevas algo debajo de la gabardina? Jajajaja.

  • ¡Capulla! - contestó --" "encima te vas a cachondear? !No me digas que voy tan mal que me muero!

  • Que no tía, estás genial. Aquellos del rincón te han hecho una radiografía nada más entrar, están babeando.

  • Bueno, vamos a lo que vamos-  "Dos martinis por favor"---

La camarera sirvió los martinis, no sin dejar caer una mirada sobre las piernas de Isabel que, al cruzarse, dejaban claro la escasa tela que las cubría. Ambas amigas brindaron y se tomaron la primera copa, casi de un golpe, y pidieron otra, con la segunda, la perdedora de la apuesta fue consciente de que no había desayunado y que esa cantidad de alcohol ingerida en solitario le iba a pasar factura, notó un leve mareo y sensación de flotar en su asiento. Su compañera la miró y volvió a reír.

  • ¡Joder! parece que estés colocada! ¿Quieres otra?

  • Tía, si tomo otra me caigo aquí mismo de espaldas. Mejor salimos a respirar un poco de aire.

Al atravesar el bar en dirección a la salida, escucharon, entremezclado con los murmullos, algunos comentarios de los hombres de la esquina... "Menudo polvazo tienen ¡Vaya tela!"....  Las chicas se rieron sin mirarlos, comentando lo brutos y gañanes que eran algunos tíos.

Una vez en la calle Isabel notó que caminaba un poco inestablemente y se aferró al brazo de su acompañante, subieron una pequeña cuesta mientras se percataban de que seguían despertando miradas y comentarios entre los viandantes. Se cruzaron con un hombre con gafas de sol que tuvo que apartarse ligeramente de su camino para dejarlas pasar y que esbozó una sonrisa comprensiva. En ese momento sonó un móvil...

  • Vaya, tengo que irme - soltó la joven amiga mientras la minifaldera se apoyaba en un coche.

  • Oye, guapa ¿No me dejarás colgada ahora? No tengo fuerzas ni para ir a casa.

  • No te preocupes que llamo a un taxi, que no estás tan lejos.

El hombre con el que se habían cruzado se interesó por ellas....

  • ¿Quieres que acompañe a tu amiga hasta que llegue el taxi?

  • No sé… ¿Qué opinas Isa?

  • Yo sólo sé que estoy mareada y que necesito ir a casa a tumbarme.

  • De verdad, no me importa esperar mientras llega el taxi, parece que tienes prisa por marchar.

  • Vale, pero trátala bien ¿eh? Jajajaja. Y tú, nena, no vomites en el taxi ni nada parecido ¿de acuerdo?

  • Buff, no me lo recuerdes siquiera. Nos vemos, niña.

Isabel se encontraba realmente confusa, vio como llegaba un coche blanco, su acompañante habló con el conductor y luego se dirigió a ella:

  • Descansa y relájate con el viaje.

Ella sólo pudo esbozar una sonrisa forzada y notó como le inundaba un profundo sopor.

LA MANSIÓN

Abrió los ojos, seguía en el coche, tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo, desde luego mucho más del que tardaría un taxi en llegar a su casa.

Miró por la ventanilla y encontró un paisaje nada urbano, estaban en una carretera comarcal.... Se sobresaltó.

  • Oiga, le dijo al conductor... ¿A dónde me lleva? -

  • A la dirección que me ha dado su amigo, señorita. -

En ese momento Isabel se dio cuenta que en ningún momento había indicado ninguna calle al taxista, se asustó.

-El conductor con voz amable le dijo... - Su compañero me dijo que no se preocupe, que esté tranquila, que le iba a invitar a tener una experiencia en un lugar muy especial.-

Al poco rato por una estrecha pista de asfalto se divisaron unos enormes setos que flanqueaban lo que parecía ser una antigua mansión. El coche se detuvo.

  • Ya hemos llegado señorita. Este es el destino que se me indicó.

Una mezcla de curiosidad y temor invadieron a la mujer.

  • ¿Está seguro?

  • Por supuesto, un lugar así es difícil de confundir.

Isabel se recompuso, tomo aire y bajó del taxi. Lo cierto es que aquella mansión debía ser digna de visitarse, quizás fuera un hotel rural o algo similar aunque nunca había oído hablar de ella.

  • ¿Le debo algo señor?

  • No señorita, ya me han pagado por adelantado.

  • Gracias.

Las dudas asaltaban su confusa cabeza. Se acercó a la verja del gran caserón, era señorial, inmensa, miró si había algún dispositivo para llamar, pero se dio cuenta de que estaba entreabierta, empujó y entró. Un camino de gravilla de unos 50 metros se dirigía hacia la entrada principal, a sus lados césped impecablemente cuidado y alguna estatua en piedra representando motivos medievales. La intriga iba en aumento.

Se encontró ante la puerta y un timbre a su izquierda, dorado, al estilo del que se veía en algunas películas de época. Lo accionó.

Al segundo un hombre alto con un traje negro, pelo canoso, fino bigote y sonrisa enigmática abrió el portón.

  • Adelante señorita, la esperábamos.

Una escalera muy amplia, espectacular, totalmente alfombrada llamaba la atención en el coqueto hall, la casa tenía estilo claramente modernista, con vidrieras emplomadas en colores, muebles de principios del siglo XX, lámparas Tiffanys, aquello tenía el aspecto de ser una casa de campo aristocrática o un balneario, pero no había gente pululando, parecía que ahora su uso era privado.

  • -Señorita por favor, siga usted por la escalera, la segunda puerta de la derecha...la número 3.

La voz del hombre la hizo salir de su ensimismamiento. No se atrevió a preguntar nada, todo parecía perfectamente organizado y orquestado para aquella extraña visita, pero… ¿Con qué fin?

Cuando seguía los escalones fue consciente de su indumentaria, la minifalda le entorpecía ligeramente los pasos, se sintió azorada, seguro que el hombre de la puerta la seguía con la mirada, aceleró el paso y llego a un pasillo en penumbra. Acertó con la puerta, con una pequeña placa con el número 3, sólo había una manilla, no había cerradura, y a lo largo del pasillo parecía haber puertas similares.

Entró, era una estancia perfectamente decorada, arreglada, limpia, con baño, cama, escritorio, ventanal a un patio interior ajardinado. Todo era extraño pero a la vez le parecía sugerente.

Tendida en la cama halló una caja y encima lo que parecía una nota.

  • Cámbiate de ropa y arréglate por favor. Luego espera instrucciones.

Mientras leía esto recordó como había comenzado la mañana, despreocupada, con una inocente apuesta y de repente se veía inmersa en todo este berenjenal que no sabía lo que le depararía.

Destapó la caja, ropa interior de encaje de alta calidad, un vestido de gala. También había un estuche, lo abrió y descubrió un collar y unos pendientes que, de resultar auténticos, debían costar una fortuna. No quiso pensar, se desvistió, encaminó su cuerpo desnudo al baño, las estanterías estaban repletas de cremas, geles, esencias, perfumes, maquillajes, pinturas de labios, sombras de ojos... todo de reconocidas marcas.

Se adentró en la ducha e intentó tranquilizarse, el agua caliente la relajó, estuvo un buen rato debajo del chorro, dejó caer el gel por su piel y la extendió con delicadeza formando espuma en sus bonitos pechos, su abdomen, sus muslos, deslizó el gel por su espalda y la espuma arroyó por sus nalgas... notaba que se iba relajando. Envuelta en toallas desplegó el contenido de la caja, se puso las bragas y el sujetador, de un negro algo transparente, con encajes y unos pequeños lazos en rojo que le daban un toque de inocencia perversa, a juego se colocó las medias que se ajustaban perfectamente en sus bien torneadas piernas. Se probó unos zapatos que encontró al pié de la cama, también negros, tacón alto, italianos, lo cierto es que todos los artículos eran de un gusto exquisito. Se puso el collar y los pendientes, y acudió de nuevo al baño, al verse en el espejo notó el cambio de imagen respecto a la mañana. Al correr la puerta transparente que protegía las estanterías cosméticas cayó una nota con el mismo papel y letra que la que encontró en la caja de la ropa.

  • Maquíllate de forma provocativa, por favor.

No sabía si tomar aquello como una broma pesada o una situación peligrosa. ¿Y si conocía a aquel hombre y no se hubiera percatado? ¿Y si fuera algo orquestado por su amiga para divertirse?.... Se dejó llevar, de momento no se había sentido forzada ni amenazada a hacer nada.

Buscó en los estantes un maquillaje agresivo, sombra de ojos y rimmel oscuros, ahumando sus párpados, barra de labios de granate profundo, incluso se aplicó algo de colorete en los pómulos. Definitivamente parecía otra persona.

Por último se enfundó el vestido, era precioso, pero muy llamativo para su gusto, no andaba a la zaga en cuanto a su largura con la minifalda, y el escote era muy pronunciado. El último vistazo en el espejo le confirmó que estaba ante una mujer que desataría lujuria en cualquier lugar.

Se sentó en la cama... –“espera instrucciones”- ¿Quién se las daría? ¿Habría más personas como ella en aquella casa…? Pasaron unos diez minutos que se le hicieron larguísimos, en ese momento comenzó a escuchar un sonido metálico rítmico- “tinc, tinc, tinc”-  provenía de una de las paredes. Un cuadro con estética versallesca ocupaba el centro de aquella pared, cuatro cortesanas con sus pelucas blancas y lunares postizos rodeaban en un jardín a un joven galán, todos portaban máscaras y parecían estar coqueteando. Isabel no se lo pensó, descolgó el cuadro y descubrió una amplia mirilla metálica incrustada en el muro. Descubrió la tapa y vio que ese dispositivo comunicaba con la estancia contigua. La luz era tenue y su vista tardó unos segundos en acostumbrarse y definir lo que allí estaba sucediendo.

Sus pupilas detectaron a una mujer con rasgos orientales, pelo lacio muy negro y piel blanquísima.  Estaba sentada en una butaca justo en frente de ella, el tintineo que había escuchado lo producía aquella exótica hembra que agitaba una especie de llamador metálico. En unos instantes entraron por la puerta de la habitación espiada dos hombres, estaban muy musculados, ambos llevaban la misma indumentaria, unas capuchas de cuero que cubrían su cabeza a excepción de unas aberturas para la boca y ojos, el torso desnudo y unos pantalones negros de tela ligera y amplios que hacían sus movimientos muy armónicos.

Cada uno de ellos se puso a un lado de la butaca, la mujer entornó sus ojos y comenzó a masajear las partes íntimas de los machos por encima de la tela.

Isabel no daba crédito, si ya era extraño todo lo que había sucedido hasta ahora aquella escena lo convertía todo en más irreal. De todos modos no podía apartar la vista de aquel ritual que se ofrecía a través de un pequeño agujero en el que era testigo silenciosa.

La pequeña gheisa consiguió poner erectos los miembros de los dos fornidos acompañantes, con sus pequeñas manos les desató los pantalones que cayeron al suelo con presteza. Sus gruesas pollas flanqueaban la cara de la chica que se pasó la lengua por los labios mientras parecía fijar sus ojos en la mirilla. Isabel se estremeció y sintió un calambre de excitación por su espalda.

La mujer agarró por la base los falos y se los acercó al rostro, los glandes estaban rojos y brillantes, aquellos pedazos de carne parecían una amenaza ante una boca tan pequeña, sin embargo comenzó a engullirlos, despacio con deleite, a embadurnar de saliva aquellas sabrosas salchichas que peleaban por penetrarla oralmente. La doble chupada parecía llevarla al sumo placer. Los encapuchados movían sus pelvis rítmicamente para follar aquel goloso orificio. Al otro lado de la mirilla, la espía noto un primer rastro de humedad en su entrepierna.

Los labios de la mujer estaban pringosos de líquido transparente que hacía hilillos uniéndose a las pollas que se estaba comiendo. De repente se detuvo, los hombres se fueron hacia un rincón y trajeron un potro de madera, con un listón central tapizado en cuero granate. La chica se tendió boca abajo en él, con sus nalgas apuntando al campo de visión de la mirilla. Uno de los chicos sacó de un cajón un dildo de cristal, su punta redondeada era estrecha pero se iba engrosando hacia abajo para terminar en una base redonda que sobresalía unos centímetros del diametro del artefacto, como si fuera un plato en el que estuviera apoyado. El otro encapuchado comenzó a pasar los dedos por el esfínter oriental, a la vez dejaba caer saliva sobre la zona anal para lubricarla, su compañero comenzó a atacar con el consolador traslúcido el agujero de la mujer - "La van a romper con eso"- pensó Isabel. La fornicación trasera continuaba, la saliva y el dildo se aliaban por entrar cada vez más adentro, la chica subía su culo ansiosa para meterse todo aquello. Al final, un leve empujón hizo que ella gimiera y la base del dildo quedara encajada contra sus nalgas. El encapuchado más alto se puso frente a la cara de ella y la forzó a tragar su tranca, el otro comenzó a masajear los rosados labios vaginales de la mujercita mientras dirigía su mirada a la pared, parecían ser conscientes de estar siendo espiados.

Isabel respiró, era una imagen tremendamente morbosa, se estaba excitando, vestida y maquillada por indicaciones de un extraño, en una casa ajena y misteriosa, aquello era una emoción muy fuerte. En ese momento, uno de los fornidos hombres se acercó a la mirilla y sorpresivamente soltó una nube de gas con un spray, la mirona notó un aroma intenso, su vista se fundió a negro, se desvaneció.

(Continuará)