La decisión de Carmen 7
Carmen y su Ama por fin llegan a la finca de Ama Sonia. Carmen comienza a descubrir de la mano de Ana, una adiestradora de ponys humanos, la dura vida que llevan los sumisos allí.
Sara detuvo el coche después de casi dos horas de viaje. Carmen miró para todos lados sorprendida, no entendía el porque se paraban allí en medio del campo junto a una casa vieja que parecía abandonada.
- Esto ya forma parte de la finca- informó la mujer a su sumisa para a continuación bajar del vehículo. Carmen la siguió rápidamente- el coche siempre lo dejo aquí- avisó Sara mientras sacaba de su bolso su teléfono móvil- ahora vendrán a buscarnos.
Habían pasado ya el medio día y hacía un calor infernal, la sumisa lo había ido notando a medida que pasaba el tiempo, ya que aún con el aire acondicionado del coche el sol había estado quemando su piel la última media hora del trayecto.
- Ahora vienen a recogernos- informó Sara después de hacer una rápida llamada.
La mujer después de indicar aquello a la sumisa caminó hasta la entrada de la casa en ruinas y se sentó en el suelo, era el único sitio en el que había algo de sombra. La sumisa al verla la siguió y se colocó a su espalda para darle un masaje en la espalda que la mujer agradeció con una sonrisa, pero no tardó en parar cuando en el horizonte vio a alguien acercándose.
Carmen al verlo de lejos pensó que se trataba de la amiga de su Ama que se acercaba en alguna clase de vehículo, pero cuando esta se aproximó lo suficiente pudo ver que eran dos personas las que se acercaban tirando de una especie de pequeño carro. Sara se levantó de un brinco sonriente al ver llegar a su anfitriona y Carmen le siguió sin poder disimular su asombro, que no hacía más que crecer conforme se aproximaban.
Las que tiraban del carro eran dos chicas, ambas algo más altas que Carmen y de colores de piel opuestos, una era negra y la otra blanca. La negra tenía las caderas algo más anchas y unos senos grandes que botaban a cada zancada que daba, la otra sumisa tenía unos pechos más pequeños y era algo más liviana, pero las dos gozaban de una velocidad envidiable de la que hicieron gala cuando tan solo estaban a unos 100 metros de sus invitadas, corriendo un rápido esprín mientras su Ama las fustigaba las espaldas animándolas a ir aún más deprisa.
Las dos tiradoras se detuvieron en seco cuando su Ama tiró de las riendas que la unían a los bocados que llevaban como si se trataran de autenticas yeguas. Carmen las observó de arriba a bajo impresionada con sus atléticos cuerpos y lo disciplinadas que parecían. En la cabeza, a parte del bocado llevaban las clásicas viseras que usaban los caballos que les impide mirar a los lados, un poco más abajo se pudo dar cuenta de que tanto los senos de la mujer negra, como los de la blanca estaba anillados y colgaban una campanita de cada una de las anillas, bajo los pechos una especie de corsé hacían sus figuras aún más estéticas. Bajo el corsé una de braga de látex negra se ajustaba a sus curvas y para finalizar aquel sorprenderte uniforme las dos llevaban unas botas negras que casi las llegaban hasta la rodilla.
- ¿Que tal Sara? ¿Tuviste un buen viaje?- le preguntó la mujer que bajó de carro, el cual contaba con un gran toldo para que su ocupante no se quemase por el intenso sol.
- Bastante bien, gracias Sonia- dijo la mujer acercándose para darla dos besos.
La mujer que acababa de desmontar era bastante alta, de piel clara, pelo más bien corto y de un color entre castaño y rubio, lucía un vestido largo y justado que dejaba mostrar su esplendida figura que contaba con serios contrastes, su rostro parecía estar cerca de los 50 años, pero sus grandes pechos y generoso escote parecía ser de una mujer de no más de 35 años.
- Esta es mi sumisa, Carmen- dijo la Sara presentado a su acompañante.
- El un placer conocerla Señora- dijo la sumisa haciendo una reverencia y besándola la mano.
- ¿Te gusta mi nuevo ejemplar, Sara? – preguntó una vez recibió el beso de Carmen, pero ignorándola por completo un segundo después.
La mujer se refería a la mujer de raza negra, las dos Amas se colocaron frente a ella. Sonia, visiblemente orgullosa de su esclava golpeó los pechos de la sumisa con la fusta, con una fuerza bastante superior a la que Carmen habría soportado sin protestar, pero la sumisa aguantó sin siquiera hacer un gesto de dolor. Ama Sonia golpeó una cuantas veces más los senos de la muchacha sonando las campanas de sus pezones a cada golpe, hasta que al final gimió de dolor.
- Tiene mucho aguante- comentó Sara impresionada ante la resistencia de la nueva sumisa de su anfitriona.
- Sí aunque tiene sus puntos más débiles- comentó y sin previó aviso golpeó una dura patada entre las piernas de la sumisa, que al recibirla gimió de dolor y cayó de rodillas ante las dos mujeres dominantes.
- Es un transexual- dijo Sara sonriendo- me la habías colado por completo- comentó mientras la sumisa seguía de rodillas a sus pies con los brazos, al igual que su compañera atados a su espalda- has hecho un gran trabajo con ella, nunca habría imaginado que antes era un hombre.
- No todo el mérito es mío- dijo la mujer indicando a su invitada que fuese subiendo al carro- ya me le encontré a medio hacer. La maletas y tu sumisa se reunirán con nosotras más tarde- dijo Sonia- en un rato vendrá alguien a recogerla.
- Ya has oído Carmen espera aquí hasta que vengan a por ti- dijo su Ama desde el carro mientras Sonia mediante las riendas comenzaba a espolear a sus dos pony-girls para que se moviesen con rapidez.
Carmen se sentó de nuevo en las escaleras de la casa vieja para esperar a quien le transportaría a ella de nuevo con su Ama, pero esperar allí sola sin nadie con quien hablar le hizo comenzar a pensar en la dura vida que debían de llevar aquellas dos muchachas, obligadas a correr semidesnudas por el campo siendo azotadas por su Ama si no se desplazaban lo suficientemente deprisa para su gusto, debía de ser realmente duro y más aún con el fuerte sol que caía sobre ellas en aquellos momentos.
- Perdona, ¿eres Carmen?- la sumisa alzó la cabeza y cruzó su mirada con una mujer bastante alta, de piel clara, media melena de pelo largo y negro, unos grandes ojos castaños y cerca de los 30 años si no los había pasado ya.
- Sí, soy yo- respondió la sumisa rápidamente levantándose del sitio y disponiéndose a cogerla la mano para besarla.
- No, no- dijo la mujer sonriendo abiertamente- no soy Ama, soy sumisa como tú- dijo acercándose a los labios de Carmen y dándola un suave beso- me llamo Ana.
- Es un placer.
- Igualmente, mi Ama me llamó para recogerte a ti y a unas maletas- dijo mirando a su alrededor.
- Sí- dijo la sumisa comenzando a caminar hacia el coche, pero parándose de nuevo cuando vio una nueva pony-girl ante ella.
En aquella ocasión era una mujer un poco diferente a las que se habían presentado unos minutos antes, tanto la mujer como el carro eran diferentes. La sumisa que tiraba del carro tenía unos 35 años, era algo más bajita que Carmen, estaba bastante gordita, prueba de ello eran sus sobresalientes pechos, que caía sobre el corsé que la comprimía la tripa. Carmen pudo ver la mirada al suelo de la sumisa, esperando, y lo enrojecidas que tenía las mejillas, aquello sin contar que su cuerpo estaba muy sudado, debido al calor y al esfuerzo que había hecho para llegar hasta allí, esfuerzo que tendría que redoblar para acoger a una pasajera más y un par de bulto. Con respecto a la indumentaria era igual a la de las primeras ponys de Ama Sonia.
Tratando de no detenerse demasiado a contemplar a aquella agotada sumisa, Carmen se acercó al maletero del coche para abrirlo y sacar las dos maletas, la suya era ligera, había metido lo indispensable, pero en la de su Ama había metido mucha más ropa y complementos, con lo que le costó un poco más sacarla.
- Déjame que te ayude- dijo Ana ofreciéndose a coger las dos maletas, al ver el esfuerzo de Carmen. La chica se quedó impresionada al ver los fuertes músculos de la mujer en acción, cuando sin ningún esfuerzo levantó los dos bultos y los colocó en un compartimento que había tras los asientos del carro de monta- sube tu primera- le indicó amablemente a Carmen que pese a sentirse extraña de montar en un vehículo tirado por una persona se acomodó con rapidez.
Ana no tardó en agarrar las riendas que le unían a la boca de la sumisa y moverlas un par de veces con energía para que esta reaccionase. La tiradora al sentir el estímulo se agachó un poco, hasta que sus manos que estaban esposadas agarraron la barra que había a su espalda, que le conectaba al carruaje que debía de arrastrar tras de si.
La sumisa salió trotando lentamente hacía su destino, mientras Ana, mediante las riendas le hacía tomar la dirección que ella deseaba como si de una autentica yegua se tratase.
- ¿Y esa cola que lleva?- preguntó Carmen a Ana mientras observaba como una cola salía del trasero de la sumisa.
- Sí, la braguita que lleva es para que se mantenga dentro un consolador que llevan todas las ponys hembras, mientras están excitadas corren más, pero por detrás tienen un agujero por el que podemos colocarle la cola, es una orden tanto para los machos, como para las hembras- explicó mientras aminoraba un poco la marcha de la fatigada mujer.- ¿es la primera vez que vives una experiencia así?- preguntó Ana al ver el rostro de sorpresa de su acompañante.
- Lo cierto es que sí, había visto alguna foto o video por casualidad, pero nunca imaginé que existiesen sitios así de verdad.
- Pues los hay y bastantes- matizó Ana sonriendo- no te puedes imaginar la cantidad de hombres y mujeres que contactan con nosotros para darse una vuelta por la finca montados en un carro tirado por personas.
Ana después de decir aquello arreó a la sumisa con energía de nuevo, la cual comenzó a correr con mayor celeridad. Después de un par de minutos sin hacer que la sumisa aminorase el ritmo la tiradora comenzó a jadear fuertemente y transpirar más de lo habitual, con lo que la pony volvió a ser retenida por Ana.
- Le hago correr un par de minutos rápidamente cada cierto tiempo para que vaya cogiendo fondo físico- explicó la mujer mientras hacía que la montura siguiese andando- no me conviene que se lesione si no quiero llevarme una reprimenda de mi Ama.
- ¿Tú solo te dedicas a domarlos?- preguntó Carmen interesada y la mujer rió.
- No, yo también soy pony, pero ahora mi Ama tiene demasiados como para hacerse cargo ella misma, así que ha designado a los cuatro con mayor experiencia para que nos hagamos cargo del resto.
- Entonces eres una pony-gilr que doma a otras- comentó tratando de aclararse.
- Sí, podría decirse así, pero este puesto no es definido, si mi Ama no queda satisfecha con el trabajo que estoy desempeñando me pondrá de nuevo a tirar de carros.
- ¿Y a ti te gusta eso?- preguntó la sumisa que no comprendía el placer de tirar de un caro mientras se era fustigada.
- La verdad es que sí- respondió mientras miraba al frete- me encanta, sobre todo si es mi Ama la que me dirige, me hace sentir como un animal y siento que la diferencia entre nosotras es aún más grande. Soy un poco masoquista- comentó sonriendo tímidamente a su compañera de viaje mientras la guiñaba un ojo.
La sumisa gorda que las llevaba, tardó casi media hora en llevarlas hasta el centro de la finca, en la que se encontraba una enorme casa de tres pisos rodeada de arboles frutales, junto a la que se hallaba otra edificación algo más baja que la elegante casa y fabricada netamente en madera.
La sumisa llegó a la finca bastante más agotada de lo que su conductora había planeado ya que cuando estaban a pocos metros de la valla que protegía la zona residencial la sumisa se encaminó a la puerta de entrada sin que Ana usase las riendas para indicárselo, solo por aquel motivo hizo correr a la sumisa-pony sin descanso, hasta que dio 5 vueltas alrededor de toda la zona vallada.
- Hay que enseñarles así las cosas- dijo Ana después de desmontar una vez dejaron el carro frente a las cuadras en las que dejarían a la sumisa- no pueden ir por ahí caminando por donde les venga en gana, tiene que ir por donde su jinete manda.
Carmen observó a la desdichada tiradora, su rostro de grandes mofletes estaba muy rojo debido al sofoco y respiraba agitadamente debido al esfuerzo, el resto de cuerpo también estaba bastante enrojecido, sobre todos sus pechos y los hombros sobre los que el sol había sido implacable.
- ¿Quieres agua, esclava?- le preguntó Ana una vez la hubo quitado las riendas de la boca para poder hablar con ella.
- Sí Señora… por favor- pidió la sumisa entre jadeos visiblemente agotada y sudorosa.
- Muy bien- dijo la mujer agarrando el pelo a la sumisa y acercándose a un gran recipiente de plástico lleno de agua más propio de caballos que de personas.- bebe- ordenó la mujer hundiendo la cara de la tiradora en el agua metiéndola casi por completo, mientras observaba su reloj de pulsera- y diez- anunció la Ana tirando con violencia del pelo de la sumisa sacándola con el pelo y la cara chorreando.
- Gracias Señora- fue lo primero que la sumisa acertó a decir.
- Así me gusta, agradeciendo lo que se te da- dijo Ana agarrando del pelo a la sumisa y tirando de ella hasta llegar junto a Carmen- llevemos a esta yegua a su establo, para que descanse antes de la instrucción de la tarde.
Carmen sorprendida del trato que Ana dispensaba a aquella pobre mujer hizo caso y le siguió hasta el interior del establo, donde había un total de seis compartimentos. El que a aquella sumisa correspondía era el último a la izquierda.
- Están agrupador por tipos- explicó Ana mientras llevaba a la sumisa agarrada del pelo- los de tiro están aquí- dijo abriendo la puerta a una oscura cuadra con el suelo cubierto de paja y en la que solo entraba un poco de sol por una pequeña ventana- los que hay enfrente son los de tiro masculino. Los de tiro son los que tienen fuerza bruta y no son rápidos.
Después de la explicación Ana comenzó a desnudar a la pony-girl hasta tan solo dejarla con los brazos retenidos. Carmen miró interesada el proceso y la vista de la mujer se cruzó con la suya en un par de ocasiones, pero en ningún momento mostró sentir vergüenza al esta desnuda delante de un par de mujeres, los únicos momento en los que la pony cerró los ojos fue cuando Ana sacó de su interior un gran dildo grueso de más de 20 centímetros de su sexo rasurado, y la cola de imitación que llevaba penetrándola el ano, los dos artilugios Ana hizo que los lamiese la sumisa antes de guardarlos en una maleta que había en una esquina de la cuadra.
Una vez Ana desató a la sumisa las manos la dejó moverlas un poco antes de volver a ponerla un par de manoplas de cuero negro, las cuales contaban con un sistema similar a las esposas que impedía que la sumisa pudiese quitárselos.
- Esto es para que se comporte como una autentica yegua, desde que llegó aquí hace casi un mes no ha usado las manos para nada- explicaba Ana mientras colocaba a la sumisa en el suelo a cuatro patas sobre la paja que cubría el establo, para atar una de sus piernas a un grueso grillete que había en la pared y que reducía su movilidad al escaso metro que le daba la cadena.
- ¿No es peligroso dejarla atada sin vigilancia?- preguntó Carmen, que sabía de los inconvenientes de dejar a alguien en una situación así- ¿y si sucede una emergencia y tiene que salir y no estás cerca?
- No pasa nada, los grilletes están reteniéndola, pero de un fuerte tirón se quitan sin problemas- explicó Ana sonriente- ellos lo saben pero no tiran de los grilletes por miedo al castigo que viene después.- Carmen asintió comprendiendo- ¿quieres echar un vistazo al resto de cuadras antes de reunirnos con nuestras Amas?
Carmen no estaba demasiada convencida de querer ver la forma de vida de aquellos sumisos, pero una parte morbosa dentro de ella le hizo asentir con la cabeza. Ana, encantada de la reacción de su acompañante le indicó que le siguiese y le fue enseñando desde fuera los demás habitáculos donde descansaban los sumisos.
En la cuadra que había frente a la de la sumisa que acababan de dejar se encontraba un hombre de más de cuarenta años, totalmente desnudo, arrodillado en el suelo y con sus dos piernas unidas a la pared mediante grilletes, la imagen a Carmen no la agradó y prefirió pasar a la siguiente cuadra que ocupaban dos hombres; ambos a diferencia del sumiso que acababa de ver de cuerpos muy trabajados con abdominales marcadas, pero de edades muy dispares, Carmen estaba segura que entre el chico y el hombre debía de haber más de 15 años de diferencia.
En la cuadra que había frente a la anterior había un par de mujeres, de mediana edad ambas superaban los 30 años. Al igual que todos los que habitaban aquel recinto estaban desnudas, con las manos inutilizadas a causa de las manoplas y arrodilladas en el suelo.
- Estas son las sumisa hibridas- explicó Ana- sirven tanto para correr como para tirar de grandes pesos, aunque aún falta alguna por llegar. Ahora te mostraré las joyas de la corona- dijo Ana sonriendo abriendo la puerta del primer establo de la derecha, donde se hallaban las sumisa denominadas corredoras.
Una vez dentro Carmen pudo contemplar a las tres mujeres y el transexual que allí se encontraban. Ninguna de las chicas encadenadas aparentaba tener las de 25 años por el contrario el transexual estaba segura de que si pasaba de los 30, pero aun así era él el que tenía el cuerpo más atlético de aquella cuadra, esa era la característica que tenían semejante todas ellas, unos cuerpos esbeltos y unas piernas bastante largas.
- Estas son las piezas más solicitadas por los clientes- comentó Ana mientras se paseaba de un lado a otro observando detenidamente el estado de las sumisa- son las más bonitas.
Carmen fijó su vista en las dos que llevaban a Ama Sonia aquella misma mañana, ambas tenían un aspecto mu y diferente, las dos tirando del carro parecían mucho más imponentes e interesantes que allí desnuda a cuatro patas mirando un tanto intimidadas a las dos mujer que acababan de entrar.
Después de que Ana las informase que en breve las llevarían la comida salieron del establo y se encaminaron hacia la casa que había al lado y en la que con total seguridad se encontraba Ama Sara y Ama Sonia.
Ana guió a Carmen a través de la casa, que era por dentro aún más grande de lo que parecía por fuera. Hasta que finalmente encontraron a las dos Dominante charlando amigablemente en medio de un lujoso salón. Carmen nada más las vio le recordaron a una par de patricias romanas ya que las dos estaban recostadas cada una en un sofá y masajeando los pies de cada una de las poderosas mujeres se hallaba una criada.
- ¿Te ha gustado la finca de mi amiga, esclava?- preguntó Sara desde el sofá cuando vio entrar a su sumisa.
- Si Ama ha sido muy interesante- respondió- muchas gracias por invitarnos a venir Señora Sonia- dijo la sumisa humildemente.
- Eres muy educada- comentó Ama Sonia mientras miraba a la sumisa- ¿as visto ya el establo en el que dormirás durante tu estancia aquí?- preguntó dejando a Carmen helada, la sumisa no se veía capaz de vivir como aquellas sumisas ni siquiera un día- vamos a convertirte en una corredora extraordinaria- La sumisa con miedo en los ojos buscó la mirada de su Ama, no podían hacerla aquello.
Sara clavó la vista en su sumisa y asintió firmemente con la cabeza, con lo que Carmen estuvo a punto de ponerse a suplicar que no la hiciesen pasar por aquello, pero antes de poder decir nada las dos mujer se echaron a reír.
- Era una broma Carmen- dijo Sara sin poder evitar seguir riendo pese a momentáneo gesto de enfado de la sumisa- no voy a dejar que te conviertan un una pony-girl, no tienes facultades para ello, aún entrenándote nunca llegarías al nivel que tienes como sumisa-sirvienta.
La sumisa respiró aliviada al oír a su Ama decir aquello, realmente había pasado unos segundos angustiada imaginándose tirando de un carro mientras una sádica jinete fustigaba su pálida espalda.
- Mientras la sumisa de Sara permanezca en casa ella dormirá contigo en tu habitación Ana- dictaminó la mujer mientras seguía disfrutando de el masaje de su criada.
- Sí Ama- respondió automáticamente.
- Además ella te acompañará y ayudará en tus tareas diarias durante su estancia aquí, siempre que su Ama no la requiera para otra cosa.
- Sí Ama como mande- dijo con la cabeza gacha.
- Durante las noches hemos decidido que podéis hacer lo que queráis y cuando digo eso me refiero a que vuestra castidad queda suspendida, podéis follar como perras si os apetece- intervino Ama Sara sonriendo.
- Gracias Ama- dijo Carmen al instante agradecida por permitirlas poder tener relaciones sexuales entre ellas todas las noches.
- Eso es todo por ahora- dijo Ama Sonia levantándose de su asiento- ahora vamos a ir a comer, vosotras podréis comer después de nosotras.
Carmen esperó a que las dos Amas abandonasen la estancia para preguntar a Ana sobre las funciones que ella tenía en la finca. La sumisa le explicó a todo lo que dedicaba el día: duchar a los sumisos con una manguera, darles de desayunar, sacarlos a correr, adiestrarlos para que comprendiesen lo que su jinete quería que hiciesen mediante las riendas… y así siguió enumerándola sus funciones durante un par de minutos, lo que dejó a Carmen boquiabierta.
- ¿Y hay horas en el día para hacer todo eso?- preguntó Carmen que no creía que un día diese para tanto.
- Ya lo creo, la jornada que tenemos los adiestradores es de 6 de la mañana cuando despertamos a los ponys, hasta las 10 de la noche cuando los llevamos a sus habitaciones para que duerman. Con un par de horas de descanso para comer- matizó, dejando a Carmen sorprendida.
- Esto va a ser realmente duro- comentó la sumisa viendo lo que se le venía encima.