La decente

Una mujer recién casada con fama de decente acaba siendo un putón verbenero en manos de su tío.

Esto de ser viejo tiene la ventaja de tener muchas historias que contar. Un día estábamos cuatro viejos, Fon, Moncho, Toño y yo en la bodega de Toño con dos quesos de tetilla, unos langostinos y un mollete de pan... Entre vino y bocado, y le preguntó Fon a Moncho:

-¿Cuánto tiempo hace que no mojas con la parienta?

-Ya ni me acuerdo. ¿Y tú?

-Yo tampoco me acuerdo, de lo que si me acuerdo es de un polvo que eche aún no hace mucho con... Y hasta ahí puedo hablar.

-¿Es de la familia?

-Es.

-Yo también tengo una historia de esas. ¿Y vosotros?

Asentimos los dos con la cabeza.

Fon, que era un sexagenario, moreno, de estatura mediana, con el pelo cano, y que nunca se quitaba un chaleco de encima, dijo:

-Yo cuento la mía si después vosotros contáis la vuestra.

Le dije:

-Por mi no hay problema.

Ninguno puso pegas. Fon, cortando un trozo de pan con la navaja, comenzó a contar su historia.

-Era casi la una de la madrugada. Estaba sentado a una mesa del karaoke Vox en compañía de mi sobrina Sandra, ya que su marido después de un mes de casados se había ido a trabajar a Madrid, y cómo mi esposa se había ido Benidorm a visitar a nuestro hijo, pues esa noche le hacía compañía. Recuerdo que me dijo:

-Venimos a cantar y va a cantar.

-No, venías a cantar tú.

Acabó por convencerme y cómo había escuchado una canción de Chiquetete más de cientos de veces y la sabía de memoria... Poco después se abrían las cortinas de escenario y aparecí yo micrófono en mano, en plan estrella, con luces a mis espaldas. Mirando para mi sobrina, canté:

-No se da de ni cuenta que cuando la miro

por no delatarme me guardo un suspiro,

que mi amor callado se enciende con verla,

que diera la vida por poseerla.

No se da ni cuenta que brillan mis ojos,

que tiemblo a su lado y hasta me sonrojo,

que ella es el motivo que a mi amor despierta,

que ella es mi delirio y no se da cuenta.

Esta cobardía de mi amor por ella

hace que la vea igual que una estrella,

tal lejos, tan lejos en la inmensidad

que no espero nunca poderla alcanzar

Esta cobardía de mi amor por ella

hace que la vea igual que una estrella,

tan lejos, tan lejos en la inmensidad

que no espero nunca poderla alcanzar.

No se da ni cuenta que he conseguido

los cálidos besos que no me ha pedido,

que en mis noches tristes desiertas de sueño

en loco deseo me siento su dueño.

No se da ni cuenta que ya la he gozado

que ha sido mía sin haberla amado,

que es su alma fría la que me atormenta,

que ve que me muero y no se da cuenta.

Esta cobardía de mi amor por ella

hace que la vea igual que a una estrella,

tan lejos, tan lejos en la inmensidad

que no espero nunca poderla alcanzar.

Esta cobardía de mi amor por ella

hace que la vea igual que una estrella,

tan lejos, tan lejos en la inmensidad

que no espero nunca poderla alcanzar.

Volví a la mesa, entre aplausos de los presentes, sí, había triunfado, me senté y me dijo:

-Nunca me imaginé que cantaba tan bien. ¿Existe esa chica?

-Sí, y no se da ni cuenta.

Bajó la cabeza. Sabía de sobras que era ella, lo sabía hacía mucho tiempo, lo que no esperaba es que sin decírselo se lo dijera. Era muy vergonzosa, y porque no decirlo, decente, de hecho, no conocía más hombre que su marido. Me dijo:

-Va a ser mejor que nos vayamos.

-¿No vas a cantar?

-No tengo el cuerpo para cantar.

Se levantó de su asiento. Calzaba unos zapatos grises y llevaba puesto un vestido blanco, holgado, que le daba por debajo de las rodillas. Su metro sesenta y algo hacían que su figura fuese esbelta, y si a eso añadimos lo que ya sabéis: Sus grandes ojos azules, sus gruesos labios, su naricita y su largo cabello negro, no era de extrañar que la viera igual que una estrella.

Le abrí la puerta de mi Mercedes y luego fui a ocupar el lugar del conductor. El silencio se estaba haciendo insoportable. Le dije:

-Perdóname, no debí cantar esa canción.

-Lo animé yo a cantar.

Encendí el coche, saqué el freno de mano, encendí las luces y salí en dirección a su casa. Vi cómo bajaba el vestido para que no se le vieran las rodillas. Tenía que hacer algo, imitando al dúo Dinámico, canté:

-Perdóname, he sido ingraaaaato.

Rompió a reír, me dio un empujón, y dijo:

-¡Qué tonto es!

-¡Y tú que bonita eres!

Volvió a bajar la cabeza para decir:

-No va a conseguir nada de mí, tío.

-Lo sé. Las princesas no son para los cerdos.

-No soy una princesa, ni creo que usted sea un cerdo.

-Lo soy, soy un cerdo que en sus fantasías te ama haciendo un camino entre tu boca, tu coñito y tu culo.

Me miro con cara de sorpresa.

-¡¿Qué es lo último que ha dicho?

-Qué en mis sueños juego con mi lengua en tu culito. Lamo tu periné, te meto y te sacó la puntita de la lengua en tu ojete.

-¿Quiere decir que imagina que me hace esas cosas cuando se toca?

-Sí, y acabas corriéndote en mi boca.

-Está muy loco.

Vimos a lo lejos un control. La guardia civil estaba parando los coches. Cogí un camino forestal y nos internamos en el monte. Me preguntó:

-¿Por qué se mete por aquí?

-Por que iba a dar positivo en el control. Además llevo algo de coca en la guantera.

Sandra abrió la guantera y vio mi pistola. La cerró cómo si hubiera visto una serpiente.

-¡Eso no es coca!

-Eso es para guardar la coca. La coca está debajo de la pistola. No son más que tres papelinas, pero con las ganas que tienen de pillarme con algo...

-¡Era verdad lo que decían de usted! Es un traficante.

-La conservera no da para un pazo, el mercedes, las bateas y las cetáreas y para otras cosas.

-¡Jesús! Estoy con un capo en medio del monte, y de noche.

-Estás con tu tío, y no te voy a hacer nada que tu no quieras que te haga.

De nuevo el incómodo silencio. Dejé de acelerar. El auto fue perdiendo velocidad y lo acabé aparcando en medio de unos pinos. Le dije:

-Se averió.

Se puso nerviosa.

-¡¿Qué vamos a hacer para volver a casa?!

-Esperar a que sea de día y después ir andando hasta el primer taller de reparaciones que encontremos.

-Me voy.

Abrió la puerta. Le dije:

-No abandones el coche que las víboras salen de noche a comer y te puede picar alguna.

Cerró la puerta y volvió a bajar el vestido. Saqué el winston, y le ofrecí un pitillo. Lo cogió, se lo encendí con una cerilla, y después de echar una calada se relajó un poco.

-¿Pasó alguna noche en el monte, tío?

-Muchas, escapando de la guardia civil, pero unas veces con porros y otras con coca, fueron pasaderas, a pesar de estar solo -Posé en su rodilla mi mano derecha.

Me quitó la mano de la rodilla, giró la cabeza para hablar y le planté un beso en los labios. Retiró la boca al momento.

-Si vuelve a hacer eso me arriesgo a que me pique una víbora.

-Voy a echarme sobre ti para...

-¡Me voy!

-Solo quería coger una de las papelinas que hay bajo la pistola.

-La cojo yo.

Apartó la pistola y me la dio. Estaba muy nerviosa. Le pregunté:

-¿Quieres que te haga una raya?

-¡No! La droga no es buena.

Por decir algo, le dije:

-Pero relaja.

Hice dos rayas en el salpicadero con una de mis tarjetas de crédito, esnifé una con un tubito, me eché haca atrás en el asiento y quedé relax.

-¿Qué va a hacer, tío?

-Dormir.

-¿La coca ayuda a dormir?

Con los ojos cerrados y la cabeza reclinada, le respondí:

-Ayuda.

-¿Aún puedo?

-La dejé ahí para ti.

Esnifó, y exclamó:

-¡Coñoooooooo!

-¿Qué?

-¡Esto mete un subidón tremendo!

-¿Sabías que con la coca se puede follar durante horas?

-Usted va a piñón fijo.

-Con el polvazo que tienes no querer follarte sería de tontos.

Busqué su boca y ya se dejó besar.

-Me voy a dejar un poquito, pero solo un poquito.

La volví a besar y ya me devolvió el beso. Recliné su asiento, la eche hacia atrás, la volví a besar al tiempo que mi mano se perdió debajo de su vestido y con ella de canto subí acariciando el interior de sus muslos cerrados. Me miró a los ojos, y ya me tuteó.

-Dime cuanto me quieres.

-Te quiero más que al aire que respiro.

-Dime cuanto me deseas.

-Te deseo más de lo que desean los presos la libertad.

-¡Dime que me comerás el chocho!

-Y el culo, te lo voy a comer todo.

Abrió las piernas. Se encontró mi mano con la humedad de sus bragas y mi boca con la dulzura de sus labios y de su lengua al darme los besos que tanto había deseado. Su cara estaba roja y caliente mostrando el deseo que la poseía. Acaricie sus tetas, unas tetas protegidas por un sujetador, me dijo:

-Espera -se incorporó-. Baja la cremallera de mi vestido.

Bajé la cremallera, se bajó el vestido hasta la cintura, se quitó el blanco sujetador y volvió a echarse hacia atrás. Mirando sus grandes tetas con areolas y pezones oscuros, le dije:

-Pareces un ángel.

-¡Pero soy una perra!

Cómo una perra me mordió los labios cuando le aparté las bragas para un lado y le metí dos dedos dentro de su encharcado coño... Después mi mano cogió su teta, la apretó y mi lengua aplastó su erecto pezón, para luego chuparlo junto a la areola mientras la masturbaba. Me dijo:

-Dime cosas guarras.

-Te voy a comer el culo y espero que lo tengas bien sucio.

Rompió a reír (al hacerlo se le movieron las esponjosas tetas una cosa mala) Al acabar de reír, me dijo:

-Eso si que es guarro. ¿Te vas a correr dentro de mi coño? Quiero que te corras dentro.

-Te lo voy a inundar y después te lo voy a comer con mi leche saliendo de él hasta que me llenes la boca con los jugos de tu corrida.

-Eso es realmente sucio.

Le comí la otra teta. Eché el asiento del todo para atrás. Me arrodillé delante de ella y quité la polla empalmada. Le quite el vestido y las bragas y ante mi apareció un precioso coño peludo y mojado. Lo abrí con dos dedos. No se veía su vagina con tantos flujos que tenia. Lamí de abajo arriba y lo limpié de humedad. Luego me eché sobe ella y le metí mi polla hasta el fondo. Los ojos se le entornaron. La follé con fuertes embestidas desde el principio hasta e final. Cada vez que se la clavaba hasta el fondo los ojos se le volvían a entornar... Hasta que se comenzó a estremecer y a bañar mi polla con su corrida, en ese momento se le pusieron en blanco y clavó sus uñas en mi espalda. Verla así, estremeciéndose, gimiendo y con los ojos en blanco, hizo que me corriera dentro de ella.

Al volver del viaje a la gloria, me dijo:

-Se fiel a tu palabra, cómeme el chocho.

Saqué la polla del coño. Me arrodillé de nuevo entre sus piernas y comencé a comerle el coño. Exclamó:

-¡Me encanta!

Seguí lamiendo y acariciando sus tetas, hasta que comenzó a mover la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo.

Acariciando sus tetas, entre gemidos, oí cómo me decía:

-Llámame zorra.

-¡Zorra, putón verbenero!

Su coño desbordó y se corrió en mi boca.

Estaba eléctrica. Nada más acabar de correrse, me besó y me dijo:

-Quiero mamar tu polla.

La saqué de su coño. Cuando la llevaba a su boca agarró las tetas con las dos manos, me la apretó y me la masturbó con ellas.

-Quería hacer esto con mi marido y nunca lo hice.

-¿Y por qué no le hiciste una cubana?

-Por que cree que soy tan decente cómo dice la gente. Ni la polla me daba a chupar.

Quitó las manos de las tetas y le metí la polla en la boca. Me la mamó sin manos... Al rato se dio la vuelta, y me dijo:

-Cómeme el culo.

Puso el culo en pompa. Le abrí las cachas y lamí desde su coño al ojete. Luego le follé el ojete con la punta de la lengua. Estaba tan cachonda, que abrió las nalgas con las dos manos, y me dijo:

-Desvírgame el culo.

No me lo tuvo que decir dos veces. Le escupí en el ojete y le clavé la cabeza de un golpe.

-¡Jodeeeeeeer! Dale -ayyyyyy-, -dale-, ayyyyyy.-ayyyyyyy-, más...

Despacito, pero se la clavé hasta el fondo. Paró de quejarse cuando se la quité, y fue porque me dijo:

-Así no me corro! Métemela en el chocho.

Se la quité, se dio la vuelta, rodeó mi cuello con sus brazos, y me dijo:

-¡Te voy a reventar!

Moviendo su culo de abajo a arriba, de arriba a abajo, alrededor y comiéndome la boca, hizo que me corriera otra vez dentro de ella. Sandra, se corrió conmigo, diciendo:

-¡Te voy matar a polvos!

Julio, un guardia civil que tenía en nómina, tuvo la delicadeza de dejar que acabáramos de corrernos, para tocar en la ventanilla. Sandra se llevó un buen susto. Abrí un poquito y me dijo:

-Viene una patrulla en camino. Lo vieron entrar en el monte.

-Gracias, Julio.

Le di la pistola para que me la guardara y las dos papelinas que quedaban en el coche para que hiciera con ellas lo que quisiera. Encendí el coche, di marcha atrás y emprendí el camino a casa, Mi sobrina, poniendo las bragas, me dijo:

-El coche no estaba averiado.

-No, fue una pequeña artimaña. ¿Te molesta que te haya engañado?

-Lo que me molesta es que no me hubieras engañado antes, tío. Ahora quiero más.

-¿Qué más quieres, Sandra?

-Quiero ser tu querida y quiero tener dinero, mucho dinero.

El resto ya lo sabéis.

Quique.