La dama y el repartidor

BALLBUSTING. Cuando Fabiola pide algún encargo por el móvil, el pedido debe llegar a la hora estipulada. La falta de profesionalidad del negocio será pagada por la chica en los huevos del desafortunado repartidor.

Fabiola se encuentra en su habitación sentada en la silla del escritorio, mirando por la ventana distraída, mientras su mano izquierda juguetea con un bolígrafo y con la otra sostiene una página del cuaderno de apuntes. Mira su móvil y el reloj marca las 14: 55. Hace una hora que pidió comida rápida por Just Eat y el encargo parece tardas más de lo habitual. Sus pies, descalzos como a ella le gustaba andar por casa, se agitan en el suelo con nerviosismo, abriendo con cada movimiento de pierna la larga falda que lleva puesta y se extiende hasta los tobillos.

Suena el timbre, y Fabiola se levanta rápidamente, hambrienta y enfadada, dispuesta a abrir la puerta y echarle la bronca al repartidor. Cuando abre la puerta, se encuentra con el chaval de reparto, bajito, sin llegar al 1,70, y de unos 18 años quizás, pero con una arrogante y estúpida cara de adolescente. El contraste con Fabiola era evidente, al medir ella 1,75 sin llevar ninguna clase de calzado. El chaval de reparto la miró de arriba abajo, sorprendido por la belleza mediterránea que le había abierto la puerta: Pelo rubio, grandes ojos castaños, labios finos en una boca imponente, pechos turgentes reafirmados por una blusa sin mangas y falda larga abierta por encima de la rodilla que dejaba entrever unas largas piernas. Una vez terminó su rápido análisis, sonrió y le entregó el pedido a la chica.

  • Serían 15,55 todo.

  • ¿Sabes que son casi las tres? No voy a pagar nada

  • Chica a mí que me cuentas, eso es cosa del cocinero, yo no he tardado nada en llegar.

  • Me importa una mierda chaval, hace media hora que debería haber llegado el pedido, así que no voy a soltarte ni un céntimo.

  • Sí me vas a pagar, o llamo a la policía.

Fabiola se sorprendía del coraje del chavalín, así que decidió cambiar de estrategia. Se le había ocurrido un plan estupendo.

  • ¿Sabes? Hay otras formas de pagar aparte de dinero.

  • ¿Qué dices? Dame el dinero, si no, me lo descontarán de mi sueldo.

  • Estoy segura de que podemos llegar a un… acuerdo – Mientras decía esta frase se acercó al muchacho y le pasó una mano por el mentón, descendiendo por la camiseta y jugueteando con su enjuto pecho.

  • Ugh, qu-qué haces – El chaval estaba nervioso, pero a la vez comenzaba a notar como su pene empezaba a reaccionar al contacto femenino.

  • Anda pasa, y veremos cómo puedo pagar esa deuda contigo – Fabiola le guiñó un ojo y arrastró al repartidor hacia dentro de su casa sujetándolo por la camiseta y obligándolo a seguirla. El chaval no opuso ninguna resistencia, y se dejó guiar hacia la habitación, dejando caer las bolsas con el pedido justo en la entrada.

Cuando llegaron a su habitación, Fabiola cerró la puerta con el pestillo y empujó al joven contra la pared, volviendo a sujetarle la camiseta con una mano, mientras la otra empezaba a descender hacia su bragueta.

  • Bueno, por dónde íbamos…Ah sí, me estabas diciendo que tenía que pagarte 15,55…- La voz de Fabiola se había vuelto muy sensual, casi susurrante, mientras jugueteaba con la entrepierna del muchacho palpándole su paquete con la mano.

  • Ss- ssí, exactamente esa era la-la cifra- El chaval estaba completamente excitado por la situación. “Vaya suerte he tenido con esta zorra” pensó ante la perspectiva de sexo fácil.

  • Mmm… bien, creo que sé de algo que podría valer exactamente esa cantidad.

Fabiola agarró con las dos manos por el cuello de la camiseta del muchacho, mientras miraba hacia la entrepierna del chaval, y luego directamente a sus ojos. El chaval ya se veía montando a la imponente hembra, y justo cuando creía que iba a quitarle la camiseta, mientras los ojos se le salían de las órbitas mirando a la chica, Fabiola alzó su rodilla y le metió un fortísimo golpe que se hundió en los huevos del muchacho, justo en donde hacía unos segundos la mano de Fabiola se encontraba dándole un placentero masaje. Los ojos del muchacho se abrieron aún más, mientras expulsaba todo el aire de su cuerpo en un agónico grito. Parecía que el rodillazo había metido sus huevos en el interior del cuerpo, directos hacia la garganta del repartidor, que solo pudo caer de rodillas a los pies de Fabiola, agarrar su maltrecha entrepierna y preguntar con un leve hilillo de voz “¿Por qué?”.

  • Lo siento, pero ¿no creerás que soy una chica fácil que se acuesta con el primer repartidor al que no paga? – Fabiola bromeó, satisfecha de lo fácil que había sido reventar al pobre muchacho, que había pasado del cielo al infierno en menos de 5 segundos por culpa de la chica.

Ante la falta de respuesta del joven, que solo pudo apoyar su cabeza en el suelo, Fabiola decidió explicarle qué había pasado exactamente, así que se sentó en el borde de la cama que estaba justo detrás suya. Cruzó las piernas y dijo:

  • Verás mi joven amigo, esta mañana me he peleado por Twitter con un chavalín como tú que decía que los hombres no lloraban y eso era de mujeres. Yo le he contestado que seguro que si golpeaba sus testículos lloraría como el que más, y ante su negativa he decidido comprobarlo. Creo que yo tenía razón… jajajaja.

La chica rio al terminar su explicación, y acto seguido agarró su móvil para echarle una foto al chaval – Mira, ahora voy a responderle subiendo una foto tuya, ya verás como así se convence de lo débiles que sois los hombres. Acompañó la foto con el siguiente mensaje “Este cerdo ha intentado abusar de mí y mira como lo he dejado, espero hacer lo mismo contigo algún día”. Pulsó el botón de enviar muy satisfecha y con una extraña sensación de excitación que le proporcionaba el humillar a un hombre de aquella manera.

Mientras, el repartidor había luchado primero por no vomitar, y, ahora, por intentar levantarse. De momento solo pudo alzar la cabeza para encontrarse con las piernas cruzadas de Fabiola justo enfrente de él. La chica pudo ver la cara del muchacho, prácticamente a punto de echarse a llorar, y al cruzarse sus ojos le dedicó una tierna mirada mientras decía “Oh, pobrecito” y colocaba uno de sus pies en su cabeza, obligándole a volver a apoyar la cabeza en el suelo.

Fabiola se levantó y dobló su torso justo delante del dolorido muchacho para poder verlo mejor y decirle “No es nada personal bebé, es solo una lección que tenía que darle a los hombres, para que sepan cuál es su lugar”. El muchacho, a pesar del dolor, le parecía demasiado humillante la situación y decidió contratacar. Haciendo de tripas corazón y reuniendo toda la energía que pudo, apretó su puño y levantó el brazo, lanzando un puñetazo directo a la entrepierna de Fabiola. Al estar de rodillas y lanzar el golpe desde el suelo, el chico no alcanzó su objetivo, y el puñetazo impactó en el muslo.

Fabiola gritó de dolor y sorpresa, dado que no esperaba esa reacción del chaval al que creía tener sometido – Maldito cabrón- Dijo Fabiola – Acabas de cometer un grave error.

Fabiola volvió a meter un rodillazo al hombre, pero esta vez directo a su cara. El chaval cayó de espaldas y se llevó las manos a la boca, el lugar en el que había impactado la rodilla. Fabiola lo miró, lloriqueando con las manos en la cara, y al ver su entrepierna totalmente desprotegida no se lo pensó dos veces, alzó su pierna y le metió un terrible pisotón justo en los huevos, dejando el pie ahí plantado.

  • AAAAAAH!!!!- La reacción del pobre chaval no dejaba lugar a dudas, el impacto había sido fatal. Intentó cubrirse rápidamente sus magullados testículos, pero el pie de Fabiola seguía ahí, clavado en su entrepierna. La chica además comenzó a retorcer su pie sobre los huevos del repartidor, aumentando aún más el dolor, no dejando que remitieran las oleadas que se extendían desde los testículos del chico hasta sus riñones y abdomen, y de ahí al resto de su cuerpo. Parecía que le dolían absolutamente todos los órganos internos de su cuerpo.

En ese momento, el móvil de Fabiola sonó. Instintivamente levantó el pie al escuchar el sonido, momento que aprovechó el chaval para agarrase los huevos y colocarse en posición fetal. Fabiola cogió el móvil y contestó, mientras observaba al pobre desgraciado.

  • ¿Sí? Ah hola, Marta. Sí tía la foto es real, todavía lo tengo aquí en el suelo reventado jajajaja.

Una amiga de Fabiola había visto la foto del repartidor en la conversación de Twitter y había llamado a la muchacha pidiendo más información al respecto. El chico solo pudo oír a las chicas hablando de él y de sus destrozados huevos sin poder hacer nada, solo retorcerse de dolor y esperar a que se fuera pasando para intentar levantarse y huir de aquella casa.

Fabiola le dio todo lujo de detalles a su amiga Marta, así que la conversación se iba alargando lo suficiente como para que el chaval pensara que podía tener una oportunidad de salir de ahí. Fabiola se encontraba de espaldas a él, así que lentamente comenzó a incorporarse, apoyando las manos en el suelo y estirando las piernas un poco. Por desgracia para él, justo delante de Fabiola estaba el espejo que usaba para vestirse por las mañanas, y podía ver por el lado de abajo al chaval maniobrando. Pudo fijarse en cómo su entrepierna volvía a ofrecer un blanco fácil, así que en un movimiento rápido le metió un talonazo en todos los huevos con su pie derecho simplemente echándolo con fuerza y velocidad hacia atrás.

El joven no podía creerlo, pero volvía a la misma situación, en este caso mucho peor aún dado que el dolor era acumulativo. Retomó la posición fetal anterior, con lágrimas por toda la cara y con el cuerpo tembloroso, mientras lanzaba gritos desesperados de dolor.

  • Mira, acabo de darle otra vez en los huevos ¿lo oyes? Jajajajaj - Las chicas sin embargo lo pasaban en grande, especialmente Fabiola, la protagonista de la experiencia.

Cuando colgó el teléfono, volvió a prestar atención a su invitado. Su aspecto era lamentable, lo cual dibujó una gran sonrisa en la cara de la muchacha. Realmente se fascinaba de cómo había reventado a un hombre con apenas 3 golpes en sus huevos, a sus ojos era un fenómeno extraordinario lo débiles que eran.

  • Va a venir mi amiga Marta en un rato. ¿Sabes? Ella es veterinaria, a veces tiene que castrar animales y tiene muchas ganas de probar si sería capaz de hacer lo mismo con un hombre.

El chico, que no había prestado atención a la conversación telefónica, comenzó a sentir pánico al oír la palabra “castrar” y sabía que debía salir de ahí como fuera. A pesar del dolor, consiguió articular algunas palabras:

  • Por favor…déjame salir…haré…lo que quieras – Cada palabra le costaba horrores pronunciarla, su cara estaba completamente amoratada, le costaba mucho respirar.

  • Jjajaja pobrecito bebé que no puede ni hablar. ¿Lo que quiera? A pesar del lamentable estado en el que estás, creo que hay algo que hasta tú podrías hacer.

Fabiola ayudó al muchacho a ponerse de rodillas y le apoyó la cabeza en el borde de la cama. La chica le pasó una mano por la espalda, masajeándolo con dulzura y susurró en su oído: “Vas a darme besitos en los pies hasta que me corra”.

Acto seguido, la chica se tumbó en la cama y le colocó uno de sus pies en la cara del chaval. Al ser una chica bastante alta, el pie cubría toda la cara del repartidor, que, aunque agobiado, obedeció inmediatamente y comenzó a darle piquitos en la planta del pie y en los dedos.

Fabiola estaba descubriendo un mundo fascinante; siempre había sospechado que sus pies eran una zona erógena cuando alguna de sus parejas le había dado masajes ahí, pero realmente era desconocida para ella el efecto estimulante que tenían dado que nunca antes había tenido a un hombre en esa posición, besándole. Inmediatamente bajó sus dos manos hacia la entrepierna y comenzó a masturbarse. Sabía que sería la mejor corrida de su vida, y así fue.

Una vez terminó, la chica se incorporó y miró al repartidor, que seguía con su cabeza apoyada en la cama. Le tocó la cabeza y le dijo “muy bien hombrecito, creo que te has ganado una recompensa”. Se levantó de la cama y agarró delicadamente los brazos del muchacho. “Levántate, verás como esto te ayuda”, y posó una de sus manos sobre la entrepierna del chico. El repartidor se dobló ligeramente y emitió un sonido de queja. El dolor no se había ido en ningún momento, pero al menos parecía que podía levantarse.

Fabiola sonrió al ver el penoso estado del chico, que no podía levantarse sin su ayuda. Bajó la cremallera de su pantalón y buscó el pene del chaval entre los calzones. Sin embargo, removiendo el calzoncillo el chaval solo sentía dolor cada vez que los dedos de la guapa chica pasaban por sus huevecillos. Este dolor impedía que su miembro se pusiera erecto.

  • Muy bien, si no quieres diversión allá tú, yo ya he terminado- Fabiola decidió dejar de intentar masturbar al chaval, cuyo pene no parecía estar por la labor, y le agarró de los huevos para sacarlo de su casa, pues consideraba que ya había tenido suficiente.

La mano de Fabiola había dejado de moverse por dentro de la cremallera del pantalón para directamente agarrar los magullados e hinchados huevos del chico y agarrarlos con firmeza. Gritó, pero a la chica le daba igual, lo fue guiando hacia la puerta, en el mismo recorrido pero a la inversa que hicieran cuando el chaval entró en la casa pensando que tendría sexo con una zorrita. Cómo había cambiado la situación.

Llegaron a la puerta y Fabiola aún no lo soltó. Con gesto serio lo sacó al rellano y lo metió en el ascensor ella mismo, tironeando de sus huevos y apretándolos. Antes de soltarle y dejarlo que bajara en el ascensor le dio un terrible apretón de un segundo que lo dejó con los ojos completamente abiertos para después cerrarlos por el intenso dolor que estaba sufriendo. El chico cayó al suelo del ascensor lentamente, deslizando su espalda por la pared y con las manos agarrándose sus casi por completo destrozados huevos.

Fabiola pulsó el botón de la planta baja y al salir del ascensor, se giró para ver al chaval una última vez. Este abrió los ojos y pudo ver cómo antes de que se cerrara la puerta del ascensor, Fabiola le lanzaba un besito al aire acompañado de una tierna risilla.

Una vez se cerraron las puertas, Fabiola volvió a escuchar su teléfono. Lo sacó del bolsillo de la falda y contestó.

  • Ah Marta, ya has llegado, qué bien. ¿Estás abajo? Pues cuando veas que se abre la puerta del ascensor, verás a un pobre chaval con mala cara, es él. Trátalo bien, anda.

Fabiola colgó, y volvió hacia su casa con una gran sonrisa de oreja a oreja, dispuesta a devorar la comida por la cual no había pagado nada. Más bien, era ella la que había recibido.