La Dama en la bodega

Un poco de S&M (light), un poco de lesbian, un poco de shemales... ¡disfrútenlo!

"¡¡¡Aaaaaaaaaarrrrhhhhh!!!" el orgasmo salió desde lo más profundo de su alma y corazón, haciéndola arrojar chorros y chorros de un oloroso líquido de su dilatada vagina, empapando en el proceso la gran verga que la penetraba desde atrás y la cual, sin haberse corrido aún, permanecía tan dura como una piedra, sin embargo, en cuanto ella terminó, el casi monstruoso pene se retiró de su caliente túnel, el cual aún goteaba por la tremenda venida que acababa de arrojar.

"¡Oye Ivonne, vaya que le gusta a la puta ésta!", una indefinida voz unos pasos frente a ella atrajo su atención, sin embargo, una gruesa capucha cubría su cabeza, de modo que ni siquiera había podido ver el lugar donde se encontraba "Nel, no le gusta… ¡le encanta! ¡Y te dije que sin nombres, pendeja!", la otra pareció ofenderse "¡Ohhh! Pero si hace rato tu también dijiste mi nombre, estúpida", "Ivonne" trató de calmar los ánimos "No te preocupes, al fin que de aquí no sale", aquellas palabras hicieron que la mujer encapuchada y atada a las cuatro esquinas de una cama se estremeciera de temor.

Al tiempo que la dueña de la segunda voz se bajaba de la cama, la primera preguntó "¿Cómo ves, le seguimos dando?" a lo que la otra le respondió "Todavía no, primero hay que ablandarla otro poquito", un nuevo estremecimiento invadió a la madura mujer al recordar la tortura a la que había sido sometida durante ¿horas? por aquellas dos "mujeres", quienes la habían levantado del solitario estacionamiento de la empresa donde trabajaba.

"Lo que sí podemos hacer es quitarle eso" dijo "Ivonne" y seguramente le hizo una seña a "Ivy", quien se encargó de arrancarle la capucha de su cabeza, "Quiero que vea lo que le espera a la muy puta" dijo una altísima amazona, enfundada en un corsé de latex negro, que dejaba ver un par de enormes tetas y hacía juego con unas botas con tacones de 20 centímetros de lustrado charol que le llegaban a medio muslo y una tanga de cuero del mismo color, atuendo que contrastaba fuertemente con aquella espesa cabellera rubia platinada -"güera de farmacia", diría su esposo- que enmarcaba un rostro femenino de naricita respingona y ojos grises.

Ni siquiera habían terminado de desencapucharla cuando sintió una fuerte cachetada propinada por Ivy, un poco más bajita que su compañera, vestida con unas botas rojas de PVC, amarradas por un lado con una agujeta negra, y que combinaban con un juego de mini-bikini y top de cuero rojo, a través del cual se asomaba un brasier de encaje negro, que hacía resaltar el tono apiñonado de su suave piel.

"Ayúdame", pidió Ivonne, quien se encargó de desamarrar el pie derecho de la mujer de las patas de la cama; el fuerte apretón que propinó a sus tobillos para evitar que tratara de patearla o de escapar desmintió por completo la apariencia femenina de su captora. "¡No me lastimen!" suplicó la mujer de negra cabellera "¡No tengo mucho dinero, pero tomen lo que quieran, sólo no me maten, se los suplico!", las dos amazonas intercambiaron una mirada y, un segundo después, una sonora carcajada inundó la enorme bodega en donde la tenían cautiva.

Sin mediar palabra, Ivonne le señaló a Ivy un extraño tubo metálico que yacía sobre una mesa con otro montón de extraños aparatos surgidos de la más torcida de las imaginaciones. Al instante, la pelirroja de estrecha cintura tomó el artefacto y tras un segundo de estudiarlo descubrió una suerte de grillete de cuero acojinado sujeto con un par de argollas al extremo del artilugio, el cual ató a la rodilla que su compañera acababa de desatar de la cama y luego ambas repitieron la operación con la otra pierna; el endemoniado artefacto era, además, extensible, de modo que en cuanto la tuvieron bien asegurada lo alargaron para hacerla abrir las piernas al máximo.

Una vez que aseguraron de esta forma sus rodillas, los dos mujerones se dieron a la tarea de desatarle las manos, bajarla de la cama y asegurarla con una serie de correas, grilletes y arneses, de modo que cuando terminaron la pobre cautiva tenía que permanecer todo el tiempo a gatas y con las piernas abiertas sobre el frío suelo de cemento, sin posibilidad, siquiera, de moverse libremente.

Por si su humillación no fuera suficiente, Ivy, quien parecía la más sádica de las dos, tomó otro artefacto de la mesa y se le acercó con mirada siniestra "Ahora, putita, abre bien la boca", la madura mujer, cuyo cuerpo lucía excepcionalmente hermoso para alguien de su edad, apretó los labios y negó con la cabeza, al instante, la enorme amazona le volteó otro revés que la hizo derramar abundantes lágrimas "¡QUE ABRAS, CARAJO!" el pánico hizo el milagro de abrirle la boca y al instante, sus secuestradoras le ataron a la cara otro malsano artilugio, una especie de aro de goma dura, que la obligaba a tener la boca abierta todo el tiempo.

"Ahora sí, ya está lista" una aterradora chispa brilló en el fondo de los ojos de Ivonne, quien con paso lento, bamboleando sus enormes nalgas a la vista de la mujer, se acercó a la mesa y tomó un flagelo hecho con docenas de delgadas tiras de cuero negro; acto seguido, la rodeó y descargó un fuerte latigazo sobre el desnudo culo de la mujer, cuyo firme trasero, producto de horas de trabajo en el gimnasio, quedó de inmediato surcado por gruesas líneas rojas, "Jajajajaja" una sonora carcajada de Ivy volvió a inundar el lugar, al ver que una lágrima bajaba por las mejillas de su prisionera.

Ivonne, cuya estrecha cintura resaltaba aún más gracias al corsé, siguió repartiendo golpes con generosidad sobre las nalgas, muslos y espalda de la diminuta morena, quien se desgañitaba en medio de gritos de dolor, los cuales nunca serían contestados en la soledad de aquella lóbrega bodega abandonada, en uno de los peores rumbos de la ciudad.

"Pero qué te crees, que yo también quiero jugar", con una sonrisa siniestra se le acercó Ivy, quien llevaba algo escondido a sus espaldas. Los ojos de la menuda mujer se abrieron desmesurados al ver un par de "caimanes" metálicos parecidos a los usados para pasar corriente de un auto a otro, sólo que más pequeños, que la perversa amazona prendió, en medio de desesperados gritos, de sus delicados pezones, los cuales coronaban un par de senos más bien medianitos y algo colgados después de dos embarazos.

"Oye" llamó Ivy a Ivonne, quien se había tomado un descanso de la flagelación "ahora me toca a mí ¿no? Hace ratito tu la gozaste, ahora voy yo" la otra pareció conforme, jaló un banquito y se sentó dispuesta a contemplar el espectáculo.

La pelirroja caminó lentamente a su alrededor, haciendo que sus enormes chichotas brincaran aún a través del top y el brasier, lo mismo que un soberano par de nalgas que sobresalían de la espalda de la mujer con una curva que se antojaba casi imposible, "Ahora sí, pendeja, límpiala" la cautiva pareció no entender la orden y sólo atinó a ver a la dominatrix, "¡Que la limpies, estúpida!" exclamó al tiempo que pisaba una de las manos de su esclava y retorcía la plataforma contra los delicados dedos, sin mayor explicación, la mujer comenzó a lamer las botas de la amazona, comenzando con la plataforma y el tacón y siguiendo todo el camino hasta las rodillas, sin descuidar ni un rincón, ni siquiera las agujetas.

"Así me gusta", dijo, al tiempo que comenzaba a desprenderse del top y luego del bikini para revelar aquel par de nalgas que a la esclava le parecían de fantasía, ahora sólo "cubiertas" por una minúscula tanga, Ivy acercó aquel inmenso trasero a la cara de la mujer y ordenó "Ahora limpia esto", Ivonne soltó una sonora carcajada y dijo "Sí, déjaselo rechinando de limpio", asqueada por la vista y el olor, la mujercita acercó la boca y sacó la lengua tanto como el "gag" se lo permitía, para acariciar el fragante esfínter de su captora.

Después de unos minutos, Ivy comenzó a emitir sonoros gemidos de placer y justo en ese momento la enorme rubia, a quien la prisionera había perdido de vista por unos segundos, se le acercó desde atrás y derramó un líquido hirviente en su espalda, la horrenda sensación (de lo que después descubriría era cera roja derretida) la hizo soltar un alarido digno de película de horror.

Pero las humillaciones no terminaban, justo cuando el dolor comenzaba a desvanecerse de su piel, Ivy reveló su último secreto, luego de varios minutos de estarle dando el culo, la esbelta pelirroja se dio la vuelta y terminó de quitarse la tanga ¡revelando un enorme pene! La aterrada esclava no pudo evitar un jadeo de desconcierto mientras la "criatura" aquella acercaba a su cara la enorme verga; de un solo impulso, la pelirroja le empujó el palpitante falo hasta la garganta y justo entonces la mujer descubrió para qué era el artilugio de goma: para que no pudiera morder nada que metieran en su boca.

Otra sonora carcajada de Ivonne, al ver el gesto de desconcierto de la cincuentona, inundó el lugar, "Creo que podemos hacerlo mejor" dijo con un siniestro tono en su voz, al tiempo que derramaba más cera caliente sobre las nalgas de la mujer, quien se retorció de dolor mientras escuchaba a la amazona sentenciar "¡Y pobre de ti si dejas de mamársela a mi amiga!" mientras acariciaba con lujuria el delicioso trasero de su esclava.

Durante varios minutos, Ivy se entretuvo en meter y sacar su gran verga de la boca de la cautiva, cuya espesa mata de negro vello púbico ya comenzaba a mostrar algunas canas y quien no tenía más remedio que aceptar el castigo hasta que, en una maliciosa maniobra, Ivonne derramó cera justo sobre su culito, el dolor y el grito ahogado en su garganta la obligaron a dejar lo que estaba haciendo.

"¡Te lo advertimos, cabrona!" la furia de la pelirroja estalló al tiempo que le volteaba otra cachetada y la jaloneaba de la corta cabellera hasta hacerla llorar, "Ya sabes cuál es el castigo" sentenció la rubia con lúgubre voz, la otra asintió y entre ambas la cargaron y la volvieron a arrojar sobre la cama, ambas tomaron sendos fuetes de la mesa y largo tiempo se entretuvieron en asestarle fuertes golpes, ni un rincón de su menudo cuerpo quedó sin ser visitado por el cuero sin curtir de los artefactos: la espalda, el abdomen, los muslos, las nalgas, las tetas, los pezones, su culito e incluso su diminuta vagina.

La golpearon hasta cansarse, hasta que, por fin, Ivonne sentenció "Ya es hora", se acercó a Ivy, quien ya había terminado de desnudarse -excepto las botas-, y le plantó un obsceno beso en los labios; las lenguas de las dos amazonas se enroscaban y se buscaban fuera de sus bocas, mientras la rubia comenzaba a desatar una correa de su tanga, para revelar un pene más pequeño que el de su amiga, pero mucho más grueso.

Entre ambas voltearon a la prisionera hasta ponerla a gatas sobre la cama y la rubia, quien la había violado hacía un rato, se colocó ahora en su boca y le metió aquella monstruosidad, mientras la pelirroja se colocaba a su espalda, pero cuando la esclava había preparado su mente y su vagina para aquella nueva intrusión, la perversa criatura clavó de un solo golpe su gran verga en el dolorido culo de la mujer, quien casi se desmayaba al sentir como si la partieran en dos.

Las dos amazonas comenzaron a meter y sacar sus vergas con lujo de violencia del cuerpo de la cautiva, sin embargo, la acción no duró más que unos cinco minutos, las tres estaban tan excitadas que ninguna duró mucho, primero fue Ivonne, quien sacó su verga y arrojó chorro tras chorro de leche sobre la cara de la mujercita, quien no pudo resistir más y se dejó ir en un monstruoso orgasmo que la hizo arrojar más chorros de jugos vaginales sobre el gastado colchón; las violentas contracciones de su dolorida puchita afectaron también el recto de la esclava, lo cual hizo que una ansiosa Ivy comenzara a venirse, aunque antes sacó su verga del tierno culito y arrojó una carga de espesos mecos sobre las nalgas de su presa.

Comenzaba a amanecer cuando las tres cruzaron la gran puerta de la bodega. "Aquí está la mitad que faltaba", dijo la mujer mientras alargaba un abultado sobre blanco a las chicas, "Gracias y ya sabe, cuando nos necesite..." dijo Ivonne mientras Ivy tomaba el envoltorio, la mujer hizo un gesto para dar a entender que no era necesario decir más y luego, con otro, despidió a ambas, quienes se alejaron hacia su auto, tomadas de la mano.

En cuanto las chicas se perdieron de vista, la mujer se calzó sus elegantes zapatillas Gucci con tacones de aguja de 10 centímetros, justo a tiempo para ver el alargado Lincoln negro que llegaba por ella doblar con dificultad una cerrada esquina. El lujoso auto se detuvo frente a la dama y el chofer bajó presto para abrirle la puerta; mientras entraba, la mujer se alisó la falda del conjunto ejecutivo Versace de color gris que era complementado por una blusa de seda blanca Donna Karan.

Una vez dentro del auto, su tímida asistente le entregó su BlackBerry Pearl y le dijo "Sus hijas le llamaron para saber si va a ir por ellas al colegio. Además le hablaron de la planta en Austin: que el embarque no salió a tiempo", un rayo de furia se desprendió de sus ojos "Esos idiotas ¡comunícame con el imbécil de Iwamura para despedirlo!".