La Dama de Rojo
Un amor en silencio
No recuerdo ni como ni cuando llegastes a mi vida, pero ya estás aquí y doy gracias por eso, no se como pasó, lo único que se es que me haces falta como el aire que respiro pero no tengo el valor de decírtelo, hablamos, reímos y jugueteamos como amigos... Amigos que dura palabra cuando mi corazón quiere gritar que te desea y mi boca solo quiere saborearte entera.
Pasan los días, semanas, meses que son una tortura cuando te veo hablando con otros, mientras guardo silencio y lloro por dentro mis desdichas. Pero todo cambió esa tarde de verano en la que quedamos para ir a tomar un helado, cuando te vi bajar por esa calle empedrada, llevando ese vestido de gasa roja, una flor en tu cabello y los labios cual fresas maduras, esa tarde al tenerte delante no se que me pasó pero sin mediar palabras te puse la mano en la mejilla y te robe ese beso que tanto soñaba, luego del momento de sorpresa me miraste a los ojos confundida y sin querer te dije te amo, dulcemente me tocastes la mejilla, sonreistes y te alejastes de mi solo dejando la estela de tu perfume.
Pasaron varios días sin que supiera de ti, no contestabas al teléfono ni respondías mis mensajes, mi mente decía se terminó, mi corazón decía ten fe, cuando esa tarde me llegó tu mensaje tenía miedo de abrirlo pero no podía seguir con esa insertidumbre de saber si había matado toda esperanza por un impulso adolescente, al abrirlo solo decía "ven a casa por favor".
Cuando llegue a tu portal dude en entrar, tenía miedo del destino, del desenlace de mis acciones pero cual fue mi sorpresa al encontrar la puerta entre abierta y un cartel con un hilo rojo que decía, "Solo tenemos una vida, no tengas miedo de vivirla", comencé a enrollar el hilo hasta llegar a una habitación con un nuevo mensaje en el cual rezaba "entra solo si estás dispuesto a desnudar tu corazón, no pienses solo vive y déjate llevar, no te contengas ", abrí la puesta despacio, la habitación estaba alumbrada solo con la tenue luz de las velas y se percibía un sensual olor a rosas cuando mis ojos se acostumbraron no podía creer lo que estaba viendo ¿era real de verdad? ¿El destino no estaba jugando conmigo? me quedé en blanco mirándote a los ojos sin saber qué hacer o decir mientras me sonreías.
Estabas entre almohadones, arrodillada apoyada sobre tus talones con un corsé rojo que resaltaba la dulzura de tus pechos, los labios rojos como el día del beso robado con el pelo recogido y un pañuelo entre tus manos, me hiciste un gesto con la mano para que me acercará y me susurrastes al oído "ámame y demuestrame que aquel beso era solo mío", seguidamente te tapastes los ojos con el pañuelo y me sonreistes.
Eras magnífica, eras poesía pura, sensualidad salvaje aderezada con un toque de inocencia, me acerque tímidamente y comencé a besarte el cuello, despacio disfrutando del roce de tu piel, te mordí un poco el cuello y arqueastes la espalda suspirando, no decía nada solo sentía tu respiración entre tus labios, me fui acercando a esos labios hasta que por fin los hice míos, te mordí el labio dulcemente y mi lengua empezó a jugar con la tuya, lenta y profundamente. Seguí recorriendo tu cara beso a beso, baje hasta tu cuello que me ofrecistes arqueando tu cuerpo hacia atrás exponiendolo solo para mí, seguí besando, mordiendo, lamiendo cada centímetro hasta llegar a sus pechos.
Baje poco a poco el corsé hasta liberar esos regalos del cielo, eres pecosa cual cielo estrellado, con unos pezones grandes, sugerentes que invitaban a perderse en ellos... Seguí besando tus pechos y jugué cuál niño con ellos hasta sentir que se endurecian en mi boca, los mordí, lami, los acaricié con mis mejillas, dios era el cielo realmente. En ese instante no pudiste ser lo dura que intentabas ser hasta el momento y tu mano intento jugar con mi entre pierna, te agarre la mano dulcemente y te susurre al oído "estoy viviendo mi vida, deja que te muestre como la vivo", sonreistes mientras te recostada en los cojines y separaba tus piernas.
Mis nervios desaparecieron y me invadió el anhelo de hacerte sentir esa pasión retenida que tenía durante tanto tiempo, empecé a besar tus muslos, a morderlos, lamerlos hasta llegar al cofre que guarda tu néctar, comencé a besarlo mientras tu arqueabas la espalda y me agarrabas para pegarme más a él y poder disfrutar de tus mieles, mis manos jugaban con tus pechos y mis dedos hacían callar tus gemidos jugando con tu boca, cuando me di cuenta que estabas a punto de bañar mi cara con el regalo de tu néctar, pare y subí lentamente hasta tu boca y te bese, estabas exitada, confundida y un poco molesta porque no entendías mi acción hasta que llegue a tu oído y te susurre, "las yeguas salvajes hay que domarlas y me dijistes que no me contubiera", me sonreistes mientras te mordias el labio.
Seguidamente te incorpore y puse en tus manos eso que deseastes un rato atrás y no permití que tocaras, cuando sentistes su calor, su humedad, su dureza lo hicistes tuyo y me torturastes jugando solo con tu lengua, recorristes todo mi ser haciéndome tembrar, me torturastes, jugando con el y toda su extensión, saboreandolo, volviéndome loco de placer, llegamos a un punto que nuestros cuerpos pedían a gritos que nos fundieramos, que por fin culminarámos ese mágico encuentro.
Me separe un poco de ti, te abrace besándote entre jadeos, te acomode entre los almohadones y te rendistes a mí, a nosotros, al momento pero justo antes de unir nuestros cuerpos te pregunte al oído ¿Me amas?, te sacastes el pañuelo de los ojos y mirándome me contestastes ! Desde el primer día! Nunca he dejado de hacerlo, todas esas veces que me arregle era para ti y nunca me hicistes caso, cuando me besaste ese día supe realmente lo que tu corazón sentía, tonto, me mirastes a los ojos, sonreímos y nos fundimos el uno con el otro, explotando en el más dulce de los orgasmos, escribiendo la primera página del resto de nuestras vidas.