La curiosidad de Melisa

Este es un relato escrito en inglés por alguien llamado Cropsncuffs o algo parecido, perdón por mi mala memoria que encontré hace tiempo en la red, lo he traducido y adaptado.

Iba de camino a casa. Max's pet shop was a large establishment on the high street.Me había quedado sin trabajo hacia tres meses y se me terminaban las ayudas. Por más que busqué no encontraba nada. Solía pararme a ver el escaparate de una tienda de animales que me pillaba de camino. Siempre me han gustado los animales y pensaba que no estaría mal tener un perro o un gato como mascota.

Vi en la puerta un aviso en el que se ofrecía un trabajo. Con cierta frecuencia estaba el cartel con la oferta de empleo. Había mucho movimiento de empleados, no sé si por culpa  del trabajo  o del dueño.  Con algunas dudas entre a preguntar por el trabajo. . Me atendió un hombre de unos 35 años, Pedro,  que se presento como el dueño. Me dijo que necesitaba un ayudante para la tienda, bien a jornada completa o parcial. El salario no era una maravilla, pero tampoco era un desastre. Así que acepte y comencé a trabajar al día siguiente.

El trabajo era fácil una vez que empecé. Manejo de la caja, un flujo casi constante de personas y madres con niños que venían a comprar bolsas de alimentos o simplemente para comerse con los ojos a los animales en sus jaulas. La verdad no sé por qué había tanta rotación de personal en la tienda ya que no era un trabajo duro, el salario no estaba mal y Pedro parecía un buen tipo.

Lo único malo eran algunos tipos. La clase de hombre que tenían bull terriers y/o grandes Rottweilers. Llegaban, la mayoría, con la cabeza rapada, pendientes y todos ellos parecían algo podridos. Algunos me hicieron pasar momentos difíciles, pero Pedro estaba allí para mantenerlos a raya si se salían de control.

Solían comprar lo que yo solo puedo llamar “accesorios de moda” para sus perros. Collares de cuero grueso y arneses tachonados que se veían incómodos para los canes, pero parecían contentos con ellos. Dos o tres incluso usaban collares similares a los de sus perros, cosa que me parecía totalmente extraña para mi gusto.

Estos complementos extraños los traía todos los jueves, regular como un reloj, un señor mayor, Leo, que debía tener más de 60 años. Hablaba muy bien, siempre se acordaba de mi nombre, decía por favor y gracias y se llevaba muy bien con Pedro. No me infundía ningún temor ni tampoco me inspiraba nada, ya que no era nada atractivo, era un viejo. Estos productos eran llevados directamente a la trastienda y Pedro nunca me ordeno que los abriese ni lo hacia delante de mí.

Un jueves, Pedro recibió una llamada urgente y tenía que salir un rato, por lo que me aviso que vendría Leo y que dejara la caja en la trastienda. Cuando llegó le recibí con una sonrisa, le firmé el resguardo y se marcho dejándome con la caja de cartón plano. A suspiciously large cardboard now I came to think about it.

La curiosidad pudo más que yo y en unos segundos tuve unas tijeras en mis manos, corte la cuerda y abrí la caja. Vi los habituales accesorios de cuero finamente labrados para perros. No sé que esperaba encontrar pero de alguna manera me decepciono.

Frustrada cerré la tapa y lleve la caja a la trastienda esperando la llegada de Pedro. Pero algo salió mal y varias piezas de  reluciente cuero cayeron al suelo.

Maldiciendo deje la caja y rápidamente comencé a colocar los artículos de piel en su interior. Yo tenía que disimular la apertura de la caja por si mi jefe me decía algo.

Al guardar una de las piezas, algo me llamo la atención. Le di la vuelta lentamente observándola como si esperara que revelara sus secretos, pero no vino nada a mi mente.

A primera vista no se parecía a ninguno de los otros arneses para perros, pero una inspección mas cercar me hizo notar algo raro. Era bastante mas grande que lo habitual en correajes para perros de gran talla y algunas de las correas estaban situadas en lugares no eran los normales.

Eché un vistazo más a fondo a algunos de los artículos y vi un par de cosas que había tomado como collares para perros grandes pero también eran un poco extraños. Estaban muy bien hechos, con una terminación  de lujo y era algo más grandes de lo necesario.

El ruido de la puerta de la tienda hizo que metiera todo en contenido en la caja rápidamente. Salí y por suerte era un cliente, le atendí y cuando se marcho volví a terminar de tratar de dejar el paquete en sus condiciones originales antes de que volviera Pedro y a llevarlo  a la trastienda.

Ya por la tarde me encontré de nuevo en el cuarto de atrás y con la caja de marras. Me asegure que mi jefe estaba ocupado y levante la tapa. Localice el extraño arnés. Aún sin saber muy bien que hacer le di la vuelta y mis manos se posaron en la sección central y comprobé que estaba muy bien hecha. La gire de nuevo con curiosidad de comprobar si llevaba alguna etiqueta y mientras que lo hacía, las dos correas superiores se posaron en la parte superior de mis hombros. Un repentino pensamiento me vino a la mente y me estremecí por dentro. Atraje la parte central de cuero grueso hacia mí, hasta que me tocó el pecho. Seguí mirando el resto de piezas y correas en mi cabeza se desarrollaron unos pensamientos horribles y al mismo tiempo excitantes.

Comprendí para que servía el dichoso arnés. No era para perros grandes, estaba hecho para que lo usara una persona y a juzgar por la forma en que las cintas de cuero llegaron a posarse sobre mis curvas, para ser usado por una mujer.

Oí a Pedro despedirse de un cliente y sus pasos hacia la puerta de la trastienda. Me entro pánico. Mire donde podía esconderme y vi el armario que había en la pared del fondo, entre sin pensarlo. Era mi salvación. Pensé en lo tonta que era por curiosear la caja, pero descubrir el verdadero uso del arnés me había excitado y perdí la noción del tiempo.

Juré cuando me di cuenta que tenía el correaje en las manos y con eso había perdido la oportunidad de que mi jefe pensara que estaba en el patio trasero. Me apreté contra el fondo de madera. Casi me caí, ya que no tenía y entre en una habitación que no sabía que existiera. Sin embargo, después de las cosas que vi y encontré, supongo que no debía haberme sorprendido que existiera.

Di un paso hacia la habitación y cerré la puerta secreta. Me gire y mire mi nueva ubicación, examinándola. Disponía de varios bancos y ganchos en las paredes de los que colgaban trozos de cuero fresco. Podía imaginar su propósito por su aspecto general y aunque una parte de mi estaba fascinada, no quería conocer todos los detalles en ese momento. Pero algo de la estancia me intrigaba. Una alta estructura, cuadrada, en el centro, cubierta con un paño y casi tan alta como yo.

Me acerque y levante un pico de la tela. No vi nada significativo, di un tiro para retirar todo el lienzo y me dio un vuelco el corazón. La mitad superior de la pequeña torre era lo que solo puede ser descrito como una gran jaula para un perro grande, solo que el ocupante no era un perro. Estaba ocupada por una joven y bella mujer.

Me lleve la mano a la boca en signo de sorpresa, mientras que daba la vuelta a la jaula, fijándome en cada detalle de la mujer enjaulada. Su blanca piel contrastaba con el negro del cuero del arnés abrochado firmemente sobre su desnudo cuerpo y su pelo rizado sobresalía de una extraña mascara que aprisionaba su cabeza. Las correas de cuero se asentaban firmemente sobre su cráneo, mientras que al frente tenia esculpida una figura de perro. Se completaba con una para de orejas, también de cuero, que salían hacia arriba desde las correas superiores.

Su cabeza giraba siguiendo mi lento camino alrededor de la jaula y a juzgar por los ruidos de gorgoteo inarticulados que estaba que salían de su boca, me fije y tenía una bola a modo de mordaza que debía estar integrada en el interior de mascara.

La joven pateo la parte delantera de la jaula y observe que tenía puesto unos guantes muy gruesos en sus manos. Incluso, en la parte de las palmas, disponía unas pequeñas almohadillas, como tienes los perros.

La puerta estaba cerrada con un cando. Note con impotencia como sus grandes ojos me miraban, en silencio, desde el fondo de la máscara. Sentí un palpito y comencé a acariciarla. Como si fuese realmente un perro. A medida que mi mano se deslizaba por sus desnudos hombros y su espalda, sin resistencia alguna, se relajo y parecía que agradecía las caricias. Por mi parte, yo estaba excitada también tenía temor, pero mi vagina era una laguna.

Mis dedos trazaron las líneas de las correas del arnés y con suavidad siguieron las líneas de su columna vertebral hasta llegar a las curvas de sus redondeadas nalgas. Asi fui hipnotizada por esas pálidas y carnosas curvas y que me tenían completamente sorprendida y excitada.

Escuche como me llamaba Pedro, salí rápidamente de la habitación y me encontró en el almacén colocando unas cajas.

-Es la hora de cerrar –dijo-

Salí de la tienda totalmente turbada y con ganas de irme a casa. Mi jefe me dijo de ir a tomar una cerveza, cosa habitual cuando cerrábamos la tienda, así que le dije que si para que no notara nada raro. Aunque yo si estaba rara, muy rara.

A eso de las diez de la noche nos despedimos hasta el lunes ya que el sábado no se abría la tienda.

Cuando llegue a casa me acosté rápidamente ya que tenía mucho sueño. Tenia intención de masturbarme, esta excitada y me excite aun mas cuando recordé lo que había visto en la cámara secreta de la tienda. Me apene un poco cuando pensé en los ojos de la chica, pero al mismo tiempo pensaba en lo bella y excitante que estaba. Me imagine que estaba en su lugar, trate de masturbarme pero me dormí antes de conseguirlo.

Lo primero que me llamo la atención cuando me desperté fue el dolor de boca que tenia. Trate de mover las mandíbulas pero no pude y además parecía que no podía sentir mis dientes. Reconocí el olor de los productos químicos. Abrí los ojos y trate de gritar al reconocer los barrotes de la jaula donde había visto a la joven. Estaba dentro de la jaula. Volví a cerrar los ojos con la esperanza de que fuera una pesadilla.

Con mi auto impuesta oscuridad, acerque una mano a mi cara, pero apenas puede tocarme. Tenía los dedos como soldados entre sí.

Abrí los ojos y en lugar de ver una rosácea mano vi  unos guantes de material grueso y suave y que asemejaban mi mano a una negra pata de perra. También sentí el abrazo de un collar alrededor de mi garganta.

Comencé a llorar pensando en mi destino, que no lograba imaginar pero que se presentaba negro. Me obligué a mirar a mi alrededor. Ahora yo era la chica de la jaula. Mire mi cuerpo y comprobé que la trasformación era completa. Tenía puesto un arnés negro, como el que había visto en la tienda, sobre mi cuerpo desnudo. Estaba apoyado fuertemente en mi espalda, la parte delantera ofrecía un mínimo apoyo para mis pechos. Varias correas cruzaban por el resto de mi cuerpo y estaban generosamente salpicadas con anillos para facilitar la contención y el confinamiento.

-Veo que estás despierta.

La voz de Pedro me sobresalto, no lo esperaba y además estaba tan fascinada por el descubrimiento de mi situación que no era capaz de concentrarme en otra cosa que en verme a mí misma.

-¿Cómoda?

Gemí a través de la bola de mi boca. Intente incorporarme y me estrelle contra los barrotes de la jaula, recibiendo como recompensa en mis hombros. Ahora la jaula era mi sitio, me gustara o no y además era bastante justa para mi tamaño.

Jadeando por los esfuerzos, le miraba con recelo ya que le temía. El cogió un gran espejo de la pared y me preguntó si quería ver como estaba.

Levantó el espejo y vi la figura de una criatura semi-humana, muy sexi. Note como me excitaba, el problema estaba en que la criatura me devolvía la mirada. Mis ojos seguían fijos en el espejo, mi cara estaba oscurecida por la careta con hocico que asemejaba a un perro, incluso con las orejas inhiestas. Varias correas se perdían en mi melena rubia que apenas podía distinguir. Mis firmes pechos colgaban sin trabas con los pezones erectos.

La mano de Pedro se poso en mi espalda. Sus dedos fueron recorriéndola, luego bajo hacia mis nalgas. Las palmeo. Comencé a gemir quería gritar pero no podía. A continuación sopeso mis senos.

-Tienes buenas ubres –dijo-

Al oír esto mi coño se mojo mucho. Ubres como los animales, pensé, lo que soy desde ahora me dije.

Volvió a mis nalgas, las acaricio y me dio azotitos en el culo. Bajo hacia mi rezumante vagina.

-Leo –dijo- la perra esta en celo.

Al oír esto sentí un escalofrió, era calificada como perra y lo peor era que me había gustado oírlo. Entro en mi campo visual el tal Leo, era el fabricante de los arneses especiales para perros.

Leo abrió la puerta de la jaula y engancho una correa a la anilla del collar. Tiro y comencé a salir de mi encierro. Me paseo por la estancia a cuatro patas. Luego hizo que subiera a una especie de mesa baja.

Sentí como unas manos se aferraban a mis caderas. A continuación note golpes en mi entrepierna, supuse que era una verga buscando el camino para entrar en mi vagina. Lo consiguió con facilidad dado lo mojada que estaba. Pedro me follo con fuerza y rapidez. No tarde nada en ponerme muy a tono. No tardaría en tener un orgasmo y así fue. Mi jefe siguió penetrándome y pronto estaba yo preparada otra vez, pero de repente saco su polla y me quede con las ganas.

Me abrieron la parte delantera de la máscara, la correspondiente al hocico  y vi a Pedro ofrecerme su duro pene. No dude. Me lo introduje en la boca y comencé a mamar como no recordaba que lo había hecho en mi vida. Supongo que tenía tantas ganas de volver a correrme que quería complacerse para volviera montarme. Se corrió en mi boca y no saco su verga, por lo que me tuve que tragar su semen.

-Muy bien perra –oí decir al viejo Leo- Así se hace, ahora limpia la polla de tu amo.

Me volví a estremecer cuando oí la palabra amo, pero rápidamente empecé con la nueva tarea y mientras tanto Leo empezó a tocar mi culo, abría mis nalgas, pasaba sus dedos por mi raja empapada de jugos.

Sentí repulsión, no por lo que hacía si no por quien lo hacía, si fuera mi jefe hubiera sido diferente.

Luego me metió un dedo en el ano, lo notaba pero  me molestaba, lo tenía lubrificado. Más tarde metió otro y hasta un tercero, eso si molestaba. Me lo abría y suponía el motivo. Eso me dio miedo, ya que ese lugar era virgen. Alternaba las caricias en mi culo con palmadas, algunas dolorosas.

Pedro seguía con la polla en mi boca, se le estaba volviendo a poner dura. Todo esto lo aderezaban con la humillación de llamarme perra cada dos por tres, cosa que me ponía cada vez más caliente y más “perra”.

De pronto  note una presión en la entrada de mi ano. No eran los dedos de Leo, si no su pene que presionaba para abrirse camino en mi culo virgen. Sentí miedo porque siempre había oído decir que eran dolorosas las primeras penetraciones anales.

Se tomo su tiempo, no puedo decir, salvo algún pequeño atisbo  no me dolía, eso sí molestias todas las del mundo.

Al cabo de un rato oí decir:

-La perra ya tiene el culo abierto. Estoy dentro de ella.

Un escalofrió me recorrió, , decía que estaba dentro y ciertamente sentía su polla dentro de mi culo no me había dolido.

Me daba asco ser poseída por un anciano pero lo compensaba con mi excitación. Leo bombeo despacio, casi con delicadeza. Yo seguía mamando la polla de Pedro y mi coño no paraba de manar jugos.

Una mano busco entre los labios vaginales, encontró el clítoris y comenzó a masturbarlo. Era genial. Una polla en mi boca, otra en mi culo y unos dedos expertos y delicados en mi clítoris, no podía pedir más.

Después de un tiempo así creo que oí hablar al viejo.

-Esta chorreando, parece un rio.

No sé cuanto tiempo me follo el culo, que por cierto se había acoplado bien a la verga, pero antes de que se corriera dentro de mí, yo lo hice dos veces gracias a sus dedos, maravillosos dedos.

Se intercambiaron las posiciones. Mi jefe me la metió en la vagina y me follo. Leo se acerco a mi boca. Estaba claro lo que quería, así que cuando estuvo a mi alcance comencé a limpiarle la polla.

El hombre canoso se separo de mi boca. Me enculo. Me dolió un poco ya que su verga era más grande y gorda que la otra pero pronto nos conjuntamos.

Leo se puso en un lateral y comenzó a tocarme los pechos y de nuevo el clítoris.

-Buenas ubres tiene la perra –comento entre risas-

Volví a sentir el escalofrió al oír aquello pero me gustaba oírlo. ¿Qué me pasaba con la palabra perra?

Mi jefe se corrió dentro mi culo, donde su semen se mezclo con el semen del otro hombre y yo volví a tener dos orgasmos más.

-¿Tienes sed?-me pregunto Leo.

Yo conteste con un ladrido, joder que me pasaba.

Me puso un bol de los que teníamos en la tienda para la comida y el agua de los perros. Yo sabía lo que esperaban que hiciera y así lo hice. Bebí como lo hacen los canes, como la perra que me sentía y era.

Comencé a sentir sueño y me dormí sobre la mesa en la que había sido desvirgado mi culo.

Me desperté en mi cama. Estaba rara. Mire el reloj y era casi la hora de comer. No sé cómo me había quedado dormida hasta tan tarde.

Me senté en la cama. Recordaba el sueño, había sido muy real. Instintivamente me toque el ano, parecía normal y cerrado, aunque sin creí que tenía alguna molestia.

Mire en el frigorífico y saque algo de comer. Pensé en la joven que había visto en la jaula. ¿Estaría contra su voluntad o quizás estaba voluntariamente? Dudaba. Y dudaba en si denunciaba a Pedro o no.

No despeje las dudas y decidí esperar a ver qué pasaba.

Cuando volví al trabajo el lunes, todo parecía normal. El miércoles después de cerrar mi jefe me llamo a la trastienda.

-¿Tienes algo que decirme? –me preguntó-

-No ¿a qué te refieres? –pregunté a mi vez-

-Se que has visto la habitación secreta.

El corazón me dio una vuelco, estaba segura de no se había enterado y ahora afirma que yo lo sabia. Trate de negarlo.

-No mientas –me respondió- Hay cámaras y tengo la grabación, incluso se ve como acaricias a la perra de la jaula.

No supe que decir, solo se me ocurrió preguntarle si se dedicaba a la crianza de mascotas. Contesto afirmativamente. No sé cómo hice semejante pregunta.

Me hizo una confesión, el viernes por la noche la perra de la jaula era yo.

-¿Cómo dices?

Se confirmo la sensación de realidad que tenia sobre el sueño de esa noche. Me sentí aterrada, me invadió un miedo terrible y comencé a llorar. No sabía que hacer ni cómo salir de allí.

-Cuando tomamos las cervezas te puse algo en la bebida para que durmieras, pero solo el tiempo para traerte de tu casa. Luego cuando bebiste de cuenco de perro volviste dormirte y te llevamos de nuevo.

Me agarro del brazo y me hizo entrar en la habitación. Me puso el video de la sesión, confirmándome la realidad.

-No puedes negar que lo pasaste bien. Has descubierto lo que se siente siendo una perra y te gusta. Seguro que ahora estas empapada a pesar del miedo que tienes.

Me dio el arnés. Acaricie las coreas de cuero y una descarga de sensaciones recorrieron mi cuerpo evocando la noche pasada allí.

-Póntelo –dijo-

Me desnude y con su ayuda me lo puse. Sentir el contacto del cuero hizo que me estremeciera. Hizo que me mira en el espejo. Luego me puso el bozal, esta vez sin la mordaza de la boca pero si con las orejas.

Yo estaba extasiada mirándome. Me vi guapa, muy guapa. Las correas del pecho realzaban mis senos.

-¿Qué eres? –me pregunto-

-Una perra –conteste-

-¿Las perras caminan de pie o hablan?

Rápidamente me puse a cuatro patas y di un ladrido.

Acaricio mi lomo.

-Muy bien Canela.

Comprendí que ese iba a ser mi nuevo nombre.

Se alejo a una esquina de la habitación.

-Ven Canela.

Fui hacia donde estaba. Cuando llegue me dijo:

-Has tardado, tienes que ser más rápida, entrenaremos.

Me enseño un hueso rosa de goma. Lo tiro casi a la otra punta y me ordeno ir a por el.

Como un resorte, a cuatro patas, fui lo más rápido que pude a recogerlo. Lo cogí con la boca y se lo lleva.

-Bien perra –dijo, mientras me acariciaba- Ahora entra en la jaula, tu nuevo hogar.

Obedecí, no tenía otra, si no lo hacía Pedro lo haría a la fuerza. Desde que me dijo que sabía que vi la habitación secreta supe cual era mi destino. Iba a ser su perra, por las buenas o por las malas. No podía dejarme por si le denunciaba. Aunque yo no lo haría, no podía convencerle.

-Durante un tiempo indeterminado estarás aquí, en tu jaula. Pronto te acostumbraras a estar a cuatro patas. Cada día harás ejercicio. Te daré alimento y agua y de nuevo a tu jaula.

Le escuchaba atentamente.

-Cada día –prosiguió- tendrás las oportunidad de ser tomada y complacer, por mi o por quien yo quiera.

Continuó diciendo:

-Vivo en una granja, cuando estés preparada te llevare allí, tu vida será diferente.  Serás mi mascota personal. Pero si no cumples las expectativas que tengo puestas en ti o te portas mal te llevare a la zona de granja donde están las perras terminando su formación, allí las cosas son muy duras para ellas y su final es ser vendidas.

-Después de un tiempo –Pedro estaba hablando de nuevo- no te acordaras de caminar en posición vertical. Las otras pronto lo hicieron. También se te olvidara hablar. Dentro de poco te sentirás como una perra. Te mostraras alegre y con el sexo te volverás loca de alegría y agradecimiento. Solo tienes que pasar unos pocos meses en la jaula, nunca mirar hacia atrás y olvidarte de tu vida anterior.

Pedro salió. Yo quede con mis pensamientos viéndome reflejada en el espejo. Una pobre y desampara chica en una jaula sin esperanza real de rescate y que seguramente no quería ser rescatada.

Moví la cabeza negando esos pensamientos, volví a mirar al espejo y vi un magnifico ejemplar de perra, con unas bonitas ubres que le colgaban y una grupa maravillosa para ser montada.

Comencé a llorar de nuevo, no se si de pena o de alegría, me dije que era de lo segundo, seguramente para consolarme. Me pregunte que sucedía realmente en la granja y me dije a mi misma a donde me había llevado la curiosidad.