La culpa fue de ella - 3

Historia de una obsesión por mi cuñada, pero ahora con mi mujer delante, vuelvo a acostarme con su hermana.

Trío

  • ¡la culpa ha sido de ella!

  • ¡si hombre! Vino, se abrió de piernas y dijo: fóllame

  • si, así ocurrió prácticamente

  • mira, Vicentito, que son muchos años…

  • y me llamó así, como tú ahora; Vicentito. Rogándome…

El caso es que Conchi no aparentaba estar demasiado enfadada. Algo curiosa, incrédula tal vez. Cuando me preguntó si lo había hecho con Lucia parecía que solamente quería confirmar algo sabido, así que, para qué negarlo. Seguro que su hermana se lo había contado con todos los detalles. Lo único que me quedaba por hacer era defenderme y echarle la culpa a ella.

  • te digo que me dijo bien claro que quería que le echase un buen polvo, así, con esas mismas palabras ¿qué iba a hacer?

  • ella no me lo ha contado de esa manera

  • no se lo que te habrá contado, pero sabes de sobra como dice las cosas. Y cuando me acerqué a ella no me rechazó, al contrario…

Se quedó pensando un rato. Creo que eso último la convenció. Sí, se imaginaba la escena y la veía posible y hasta verídica. Me había librado esta vez, después de imaginar mil desgracias en nuestro matrimonio. Volvió a sonreír.

  • ¿y que tal estuvo?

  • ¿Cómo?

¿Y ahora que contestaba yo? No podía decir que muy bien porque se sentiría de menos, ni mal, porque ella sabia que con Lucia eso era imposible.

  • pues veras… fue un pequeño desahogo para los dos, solo eso. Tú llevabas ya una semana fuera, ella se había quedado sola… Ocurrió, nada más y no me entretuve en analizar si había estado bien o mal.

Yo mismo me sorprendí de mi diplomacia. Me había quedado redondo, perfecto, como… No, fuera esas imágenes; ahora no, por favor.

  • ¿y lo volverías a hacer?

  • ¿por qué lo dices? ¿A ti te gustaría?

  • te he preguntado yo primero

  • solo si tu estuvieras de acuerdo, si te excitara la idea de que estuviéramos los tres juntos, si desearas realizar alguna de esas fantasías que imaginamos y hablamos cuando hacemos el amor tu y yo y que tanto te calientan.

Estaba sembrado. Había vuelto a escaparme y sin decir ni que si ni que no, le había pasado la pelota a ella. Dudaba. Era cierto que a veces imaginábamos cosas, situaciones, con alguna otra pareja amiga, pero también era cierto que en esas ocasiones nunca habíamos mencionado a Lucia para nada.

Ella estaba pensativa. Era mi turno y decidí atacar. Seguí los consejos de mi amiga del Chat, había que lanzarse y una intuición, algo que había leído muchas veces en aquellas paginas de relatos eróticos. Entonces confirmé, mas que preguntar:

  • Lucia es tu única hermana.

  • si…pero que…

  • sois casi de la misma edad

  • si, año y medio

  • crecisteis juntas

  • si, claro.

  • y descubristeis la sexualidad juntas, las dos.

  • si… ¿Cómo?

  • descubristeis el sexo casi a la vez, comparabais vuestros cuerpos, vuestros avances en la pubertad, vuestro desarrollo. Jugaríais la una con la otra. Os haríais sentir, o puede que gozar.

  • no me acuerdo.

  • si te acuerdas y era bonito y os gustaba a las dos. Y luego aparecerían los chicos y todo eso.

  • Si, es verdad. Ella siempre tuvo mucho éxito. Fue siempre tan lanzada… y yo me conformaba con sus caricias, hasta que apareciste tú.

  • mira, el sexo es bello, nos hace sentir vivos, humanos. Tú sabes que nunca ocurriría si no se volvieran a dar las circunstancias del otro día, lo que no es probable. Pero aquella noche, en aquel bar, estabais las dos y yo solo tenía ojos para ti… solo tú me atraías.

  • no mientas ¿crees que no me daba cuenta de cómo la mirabas a ella? La desnudabas con la vista.

  • no. Estas equivocada. No la miraba a ella, miraba su culo, que no es lo mismo. Al igual que los cien hombres que había allí ese día. Desde los niños de seis años hasta los viejitos de ochenta, todos mirábamos su culo.

Ahí se rió, con ganas, a carcajada limpia. Sabía que eso era cierto. Pasó la crisis, se acabó el problema. No mas reproches.

¿Y Lucia?  ¿Era ella consciente de que la culpa de lo ocurrido había sido suya y solo suya? Pues parecía que no, porque seguía con la misma actitud provocadora e inconsciente conmigo y como hacía desde que la conocía. No se cortaba en absoluto de decir cualquier barbaridad que le pasaba por la mente.

Y claro, volvió a ocurrir. En parte porque yo a partir de ese día estaba a todas, y en parte, como siempre, por su culpa, porque disfrutaba excitándome; tanto, que yo estaba seguro que quería repetir.

Una mañana llegaron las dos de correr por el parque. Normal, como muchos otros días. Conchi, lo primero que hizo fue ir a la cocina a poner la comida a calentar y Lucía se acercó a mi y se agachó un poco, separando ligeramente el periódico que leía.

  • me voy a duchar inmediatamente. Estoy sudando, huelo fatal ¿verdad?

Vamos a ver. Estaba vestida normal esta vez. Un chándal azul amplio y sin demasiadas concesiones. Pero ante mi vista quedó su coñito dibujado en la tela, que yo creo que se había subido aposta. Entre las piernas estaban claramente delineados los labios mayores, la profunda rajita que los separaba y en mi delirio hasta creí ver su clítoris abultado en mitad de la misma.

¡Y encima su olor! Todo el mundo sabe que el olor de una mujer, el sudor medio perfumado por la colonia o el desodorante que se echó por la mañana antes de salir de casa, y el intimo, el que desprende sus axilas, sus pechos, su pelo, su… su coño, por qué no, es el mas fuerte afrodisíaco que puede llegar a la mente de un hombre a través de su nariz.

¡Y ella me lo restregaba por la cara!

Vi su espalda al aire según se dirigía a la ducha. Se iba quitando la ropa por el pasillo y lo último que distinguí fue su cuerpo casi desnudo despojándose de las bragas antes de entrar tras las cortinas.

  • ¡que fresca! Se ha metido ella primero. Y sabía que yo tenía que preparar la comida después.

  • a lo mejor creyó que ibas a tardar mas.

Se sentó junto a mi, medio enfadada. Yo estaba un poco tapado por el periódico, pero aun así me llegó su olor, igual que antes el de Lucía. Su aroma de mujer, como la película.

Retiré el periódico con brusquedad y cuando ella vio mi mirada extraviada y lujuriosa, mis ojos candentes y aquel tremendo bulto en el pantalón, se levantó de un salto y se fue hacia el baño, casi gritando.

  • pues me voy a duchar yo también, aunque esté ella dentro.

Y me dejó allí sentado, con un tremendo dolor de huevos y el olor de su cuerpo que se desprendía de cada uno de los pedacitos del sillón donde antes había estado sentada.

Oí algunos grititos en el cuarto de baño, apagados por el ruido del agua al caer. Muchas veces miraba a mi mujer mientras se duchaba, y según el momento y la ocasión, me metía con ella dentro. Incluso en alguna tuvimos sexo del bueno mientras nos caía el agua desde arriba.

Eso no me lo podía perder. Las dos desnudas y haciendo vete tu a saber el qué. Corre Vicente, antes de que se acabe el espectáculo. Las dos tías mas buenas que conocía, juntas, en pelotas y metiéndose mano.

Pero no, no había prisa. Mirando al espejo, medio escondido detrás de la puerta, las veía perfectamente. Se daban jabón la una a la otra, por arriba, por abajo, por dentro, si… por dentro me pareció ver la mano de Lucia, enjabonando las interioridades de su hermana.

Lo vi todo mientras aferraba mi polla y me la meneaba como un mono y solté toda mi carga en el mismo instante que ellas se daban un piquito cariñoso y sensual, los dos cuerpos juntos y el sonido del agua desapareciendo.

El siguiente olor mas afrodisíaco después del que he descrito antes, es el de una mujer recién salida del baño. Y eso es lo que yo olía durante toda la comida. las dos con el albornoz entreabierto, el nacimiento de sus pechos viéndose, ahora si, ahora no, entre las solapas que nunca estaban en su sitio y desde allí hasta mi nariz ese olor a piel limpia y al aromático jabón que emplearon o el aceite hidratante que se pusieron antes de secarse.

Y cuando nada mas comer, Lucia dijo eso de:

  • bueno… y ahora un buen café…

No pude evitarlo, ni siquiera sabía lo que decía, fue un impulso instintivo de mi subconsciente traicionero.

  • eso, eso y un buen polvo.

Lo habían planeado. Ahora estoy seguro de que aquello fue todo preparado y premeditado, con alevosía y si llega a ser la cena en vez de la comida, hubiéramos añadido el agravante de la nocturnidad.

Conchi se levantó sin importarle que su cinturón se soltara y que se viera mas de lo que normalmente se veía cuando no estábamos solos.

  • ¡quiere un buen polvo mi niño, uy, pobrecito… que caliente y necesitado está.

Y Lucia se arrodilló a mi lado, la prenda que la cubría también medio suelta, sus pechos al aire y los dos desafiantes pezones de punta, indicadores, como ahora yo sabía, de que sí, de que quería guerra. Vamos, que también quería que la follaran o algo parecido.

  • Vicentito quiere un polvo ¿se lo damos hermanita? Te parece que seamos buenas con él.

Y yo insistiendo innecesariamente a Conchi, no fuera a ser que tuviera otra idea.

  • si, si… sed buenas conmigo.

Cuando llegamos al dormitorio se habían desprendido del albornoz por el camino. Me sentaron en la cama y entre las dos me desnudaron. A continuación se echaron encima de mí para besar mi cuerpo y acariciarlo por todas partes.

Me sentía como el califa de las mil y una noches, rodeado de dos bellas huríes dispuestas a complacerme en todo.

Yo estaba entusiasmado y ellas se lo estaban pasando en grande, pero llegó el momento en que no pude aguantar más. Necesitaba meterla ya.

Vi la situación y me decidí en un instante. Conchita estaba tumbada boca arriba y las bocas de Lucía y mía se pegaban por entrar y jugar en su chochito. Yo estaba tumbado, pero ella estaba de rodillas, con el culo levantado.

Estaba claro lo que había que hacer. La dejé a ella seguir disfrutando con su tesoro, me di cuenta de que  Conchi estaba al borde del orgasmo y no se iba a enterar de nada y me aproximé por detrás. La visión de aquel culo era demasiado para mi mente.

Me volví loco, me cegaba, perdía completamente la razón. Pero el efecto en mi amigo de abajo era fulminante. Adquiría una dureza pétrea, crecía como un palmo mas de lo habitual y se ponía a babear como un niño que veía acercarse su golosina.

¡Pobrecillo! Siempre encerrado entre mis calzoncillos, sin poder ver nada del mundo exterior y de pronto le ponían eso delante. Me daba pena y le di su capricho. Lo acerqué con cuidado, apunté y a partir de ese momento, él lo hizo todo.

Se metió a toda velocidad, explorando aquel túnel suave y sonrosado, llegó al final y le pareció que no había visto con detalle el camino recorrido, así que salió un poco a observar y luego volvió a entrar.

Parece que le cogió el gusto a ese vaivén porque lo repetía una y otra vez, hasta que se debió marear de tanto movimiento y se puso a escupir intentando que no se notara mucho, para lo que empujó un poco más, hasta casi ahogarse.

Él tuvo que oír ahí dentro el propio grito desgarrado y gozoso, al mismo tiempo que yo lo oía fuera.

  • ¡cuñaoooo… o… o… o…